15 de noviembre de 2009

COREA DEL NORTE Y EL NUEVO PARADIGMA DE SEGURIDAD


Mitchell B. Reiss

Al probar recientemente su segundo dispositivo nuclear (el 25 de mayo), lanzar posteriormente numerosos misiles balísticos y proferir una serie de amenazas y advertencias altamente beligerantes e incendiarias, la República Democrática Popular de Corea (Corea del Norte) ha dejado clara su intención de aumentar la credibilidad de su capacidad nuclear, de demostrar la calidad de su programa de misiles balísticos (quizá como parte de una mayor campaña internacional de marketing) y de hacer saber a la comunidad internacional que no se limitará a aceptar con sumisión las sanciones impuestas por el Consejo de Seguridad de la ONU en respuesta a acciones que Corea considera parte de su derecho soberano.

Todos estos actos anuncian una nueva etapa en las relaciones de Corea del Norte con el resto del mundo. Pero, ¿qué significa esto exactamente para la estabilidad y la seguridad del noreste asiático? ¿Y qué pueden hacer ahora, si es que pueden hacer algo, EEUU, China, Corea del Sur, Japón y Rusia (el resto de los participantes en las negociaciones a seis bandas que han servido como principal foro diplomático para las relaciones con Corea del Norte) para detener y, en última instancia, reducir el programa nuclear de este país?

¿Cómo se ha llegado a esta situación?

Esta crisis, como todas, lleva mucho tiempo engendrándose. Los comentaristas liberales de EEUU y Europa han tendido a culpar a las políticas de la Administración de George W. Bush de no haber sabido gestionar adecuadamente la cuestión de Corea del Norte durante los últimos ocho años, lo que habría llevado a la crisis actual. Estos comentaristas apuntan como causas a la provocadora caracterización por parte del presidente Bush de Corea del Norte como parte del “eje del mal”, a la Estrategia de Seguridad Nacional de 2002 donde se destacaba la prevención por medios militares, a la invasión de Irak sin el visto bueno de la ONU y a la excesiva importancia otorgada por la Administración Bush a las aspiraciones de Corea del Norte de poseer capacidad de enriquecimiento de uranio y acabar con el Acuerdo Marco de 1994 sobre capacidad nuclear (responsable del congelamiento y, en última instancia, de la conclusión del programa de separación de plutonio de Pyongyang).

Asimismo, las intermitentes relaciones diplomáticas mantenidas durante cinco años pusieron de manifiesto las profundas fisuras existentes entre los principales formuladores de políticas de la Administración Bush, que no se ponían de acuerdo sobre si convenía buscar una colaboración con Corea del Norte, enfrentarse a ella o ignorarla. Esta ambivalencia fue completamente contraria al planteamiento político de Corea del Sur durante las Administraciones tanto de Kim Dae-jung como de Roh Moo-hyun, que invirtieron miles de millones de wons coreanos en entablar relaciones directas con el Norte (ya fuera mediante la política sunshine (rayos de sol) o la política peace and prosperity (paz y prosperidad) con la esperanza de fortalecer los vínculos con ese país. Los funcionarios de Washington se referían burlonamente (y en ocasiones abiertamente) a la política de Corea del Sur como una política de contemporización, especialmente después de la reticencia de la Administración Roh a calificar a Corea del Norte como “el principal enemigo” en los Libros Blancos anuales de su Ministerio de Defensa y de su negativa a censurar a Corea del Norte ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU. El resultado fueron unas tensas relaciones entre Washington y Seúl, así como la falta de una estrategia diplomática coherente y congruente por parte de EEUU (y sus aliados) que contribuyó a que Corea del Norte decidiera abandonar las negociaciones a seis bandas a finales del segundo mandato de la Administración Bush.

Los comentaristas más conservadores, incluidos algunos veteranos de la Administración Bush, han cuestionado este análisis, alegando que estaba justificada la adopción de una política más dura con respecto a Corea del Norte para tratar de invertir algunas inquietantes tendencias surgidas durante la década de 1990. En el aspecto nuclear, el fin de la Guerra del Golfo Pérsico de 1991 puso de manifiesto el alcance de las ambiciones nucleares de Sadam Husein y lo cerca que había estado de adquirir en secreto una bomba nuclear. Los servicios de inteligencia de EEUU concluyeron a mediados de la década de 1990 que Irán estaba desarrollando de forma subrepticia su propio arsenal nuclear, mientras que la India y Pakistán se unieron públicamente al club de países con capacidad nuclear con sus ensayos de mayo de 1998.

Con el deseo de diversificar su capacidad letal, un número cada vez mayor de países han desarrollado también otras armas de destrucción masiva, además de misiles balísticos. Para finales de la década de 1990, 13 países disponían de programas de armas biológicas, 16 de programas de armas químicas y 28 de misiles balísticos. Además, había indicios de un mayor comercio y una mayor cooperación entre muchos de esos países en tecnología de armas de destrucción masiva. Otra tendencia alarmante era la poca disposición de los miembros del régimen internacional de no proliferación a hacer cumplir sus propias leyes, normas y reglamentos. La ONU y el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) demostraron ser incapaces de detener, o incluso de ralentizar, esa proliferación.

Por lo que respecta concretamente a Corea del Norte, el Acuerdo Marco de 1994 permitió a éste mantener su plutonio (y cualquier arma nuclear que pudiera haber desarrollado) durante una serie de años y recibir al mismo tiempo ayuda alimentaria y energética. Además, la Administración Clinton reconoció en sus informes al Congreso de 1999 y 2000 que Corea del Norte estaba adquiriendo capacidad de enriquecimiento de uranio; en otras palabras, que “estaba engañando y distanciándose” de sus compromisos originales. Todos estos hechos exigían una respuesta más enérgica con respecto a Pyongyang. De lo contrario, otros países como Irán sacarían la conclusión lógica de que también ellos podrían desafiar a la comunidad internacional con total impunidad y adquirir armas nucleares.

Independientemente de a quién terminen culpando los historiadores de la actual crisis (y Corea del Norte debería considerarse sin duda uno de los principales culpables), hay dos hechos evidentes. En primer lugar, se calcula que durante este período Corea del Norte ha incrementado su arsenal de material fisible desde una cantidad suficiente para construir una o dos bombas hasta obtener el material suficiente para construir entre 5 y 12 bombas (según documentos no clasificados) y que ha llevado a cabo dos ensayos nucleares y múltiples ensayos con misiles, por lo que Pyongyang constituye una amenaza mucho mayor hoy en día que hace 10 años.

En segundo lugar, es evidente que los demás participantes en las negociaciones han fracasado en cierto modo, aunque sólo sea porque advirtieron expresamente a Pyongyang de que no llevara a cabo esas acciones. Corea del Norte no sólo hizo caso omiso de esa petición, sino que además actuó precisamente como se le había dicho que no actuara. Quizá el aspecto menos señalado y más increíble de todo este proceso diplomático ha sido la absoluta incapacidad de cuatro de las mayores potencias económicas y militares del mundo (EEUU, China, Rusia y Japón), incluidos tres Estados con capacidad nuclear y tres miembros del Consejo de Seguridad de la ONU, para determinar el entorno estratégico del noreste asiático. Han demostrado ser completamente incapaces de evitar que un país empobrecido y disfuncional de tan sólo 23 millones de habitantes ponga en peligro de forma sistemática la paz y la estabilidad de la región económicamente más dinámica del mundo. Esto sólo puede considerarse un auténtico fracaso colectivo.

¿Y a partir de ahora, qué?

Podría alegarse que el verdadero fracaso de la diplomacia estadounidense en las negociaciones a seis bandas no ha sido su incapacidad para alcanzar un acuerdo de desnuclearización con Corea del Norte, sino más bien su incapacidad para darse cuenta de si realmente Corea del Norte estaba dispuesta a renunciar a su programa de armas nucleares y, en caso de estarlo, a qué precio. ¿Pensaba Kim Jong-il que podría preservar su régimen (evitar amenazas y coacciones de actores extranjeros) sin armas nucleares? En otras palabras, ¿pensaba Kim que tenía más posibilidades de mantenerse en el poder abandonando las armas nucleares, recibiendo ayuda económica del exterior y empezando a integrar a su país en el conjunto de la economía regional?

Parece que estas preguntas han sido respondidas ya con rotundidad. Tras dos ensayos nucleares, es difícil imaginar cómo podría convencerse a Pyongyang a estas alturas de abandonar sus programas de armas nucleares. Así que, ¿podemos extraer alguna lección de este fracaso diplomático de los últimos años que nos pueda servir para el futuro?

La Administración Obama tal vez se vea tentada de mantenerse fiel al viejo paradigma de seguridad y tratar de persuadir a Corea del Norte de que retome las negociaciones a seis bandas a cambio de suavizar las sanciones, prestarle más ayuda alimentaria, reanudar la ayuda energética o brindarle otras ventajas. Ésta ha sido la opción por defecto en el pasado cada vez que Corea del Norte se “comportaba mal”: una intensa actividad diplomática para inducir a Corea del Norte a volver a la mesa de negociación, con meses de adulaciones, halagos y verdaderos sobornos por parte de algunos de los demás participantes en las negociaciones. Lamentablemente, vistos el alcance y la duración de esos esfuerzos, a veces parece que el único objetivo de las negociaciones a seis bandas ha sido conseguir que Pyongyang simplemente participara en ellas.

El principal motivo de este énfasis constante en la diplomacia ha sido que EEUU y otros países no han sido capaces de coaccionar eficazmente a Pyongyang para que cambiara de actitud. La opción militar no es viable, sobre todo al seguir el ejército estadounidense presente en Irak y estar ampliando actualmente su compromiso en Afganistán. Además de poder provocar una segunda Guerra de Corea, una intervención militar en toda regla (e incluso sin ser en toda regla) tendría un coste demasiado elevado, como lleva teniéndolo ya desde hace más de 50 años.

Hay otros cuatro factores que dificultan la aplicación de medidas coercitivas para provocar un cambio en la política nuclear de Corea del Norte. En primer lugar, las sanciones y amenazas aplicadas previamente a este país han demostrado ser ineficaces o inútiles, o han llegado a incluso a empeorar la situación. Las modestas sanciones económicas no han provocado ningún cambio en el comportamiento de Pyongyang, aun en las raras ocasiones en que ha conseguido alcanzarse un acuerdo en el Consejo de Seguridad de la ONU (otra cosa muy distinta es que se haya aplicado lo acordado: a pesar de que en el pasado la ONU aprobó resoluciones en que se prohibía el suministro de artículos de lujo a Corea del Norte, en Pyongyang no parecen escasear el buen coñac ni los aparatos electrónicos de lujo). Tras el segundo ensayo nuclear, quizá China y Rusia se muestren más dispuestas a votar en favor de que la ONU aplique más sanciones, aunque está por ver con qué grado de firmeza se aplicarían finalmente. EEUU y Japón podrían aprobar unilateralmente más sanciones comerciales y mercantiles, pero la realidad es que la capacidad de influencia de estos países es limitada al ser prácticamente inexistente su interacción con Corea del Norte.

En segundo lugar, es comprensible que Pyongyang se pregunte si alguna vez será objeto de sanciones sostenibles y verdaderamente punitivas, por muy terriblemente que se comporte. Por ejemplo, antes de su detonación nuclear y sus ensayos con misiles de 2006, EEUU, China y otros países le advirtieron reiteradamente de que semejantes acciones se considerarían “inaceptables”, para después acabar aceptando ese comportamiento. Cuando la Administración Bush congeló más de 40 millones de dólares (supuestamente adquiridos mediante transacciones ilícitas) de cuentas norcoreanas en el Banco Delta Asia (BDA) con sede en Macao, Pyongyang boicoteó las negociaciones a seis bandas. Para conseguir que volviera a la mesa de negociación, EEUU no sólo tuvo que liberar esos fondos, sino que además tuvo que sufrir la ignominia de tener que “blanquear” ese dinero a través del Banco de la Reserva Federal de Nueva York para que Corea del Norte pudiera depositarlos en otras instituciones financieras. Además, Corea del Norte fue supuestamente el principal contratista en la construcción encubierta por parte de Siria de un reactor nuclear que Israel destruyó en septiembre de 2007, lo que implica que, sigilosamente, se estaba acercando cada vez más (por no decir sobrepasando) a la “línea roja” de exportar sus conocimientos en materia nuclear o material fisible a otras partes. Y, sin embargo, no se adoptó ninguna medida contra el país. Como cabía esperar, tolerar (o incluso peor, recompensar) el mal comportamiento de Corea del Norte no ha hecho sino fomentar más comportamientos de este tipo. Esta misma tendencia de advertir pero no actuar parece estar repitiéndose de nuevo ante las últimas provocaciones de este país.

En tercer lugar, Corea del Sur mostró en el pasado su preocupación por el hecho de que eliminar todos sus vínculos con Corea del Norte pudiera permitir un aumento de la influencia china en Pyongyang a su costa. Esto es reflejo de una imperceptible competencia entre Seúl y Beijing que evoca la enconada rivalidad que enfrentaba a ambos durante los siglos XVIII y XIX por el control de la península de Corea. Ambos quieren asegurarse de estar en situación de poder influir en el futuro de Corea del Norte. Esto limita el grado en que Corea del Sur está dispuesta a abandonar toda relación con el Norte, aun bajo el mandato de la Administración de Lee Myung-bak, más conservadora.

Y en cuarto lugar, y más importante, hasta ahora China se ha mostrado reticente a presionar a Corea del Norte hasta el punto de que pudiera colapsar su régimen. De momento ha preferido una Corea del Norte con una capacidad nuclear residual (y que no se anuncie a bombo y platillo) al caos que supondría la caída del régimen norcoreano, con el riesgo de que millones de refugiados de ese país cruzaran al noreste de China por el río Yalu. Con un país decidido a asegurar su “ascensión pacífica” y afectado por una gran cantidad de problemas internos, como la degradación medioambiental, la corrupción endémica, un desempleo al alza, un desarrollo económico desigual entre las áreas costeras e interiores, un sistema sanitario deficiente y un grave desequilibrio demográfico entre hombres y mujeres, podría entenderse que los dirigentes chinos no quisieran asumir la carga adicional que supondría una crisis masiva de refugiados y un Estado fallido en sus fronteras. La opinión que China tiene de Corea es parecida a la que Francia tenía de Alemania durante la Guerra Fría y que se plasmaron en estas declaraciones de París: “Nos gusta tanto Alemania que estamos encantados de que haya dos”.

Sin embargo, a raíz del ensayo del 25 de mayo, se han alzado cada vez más voces en China que piden un cambio de actitud. Si Beijing quisiera “apretar” a Corea del Norte, podría hacerlo sin problemas: según los datos disponibles, el 80% de la energía y los combustibles de Corea del Norte le son suministrados por China, a menudo a precios reducidos o subvencionados. Sin embargo, hoy por hoy está por ver si China tratará deliberadamente de derribar el régimen de Kim Jong-il. Dada su actuación en el pasado, no está claro que vaya a hacerlo.

Una seguridad y una estabilidad mayores en el noreste asiático

Con un Pyongyang aparentemente decidido a adquirir capacidad nuclear, con unas medidas económicas y coercitivas inviables o ineficaces y habiendo quedado descartada la alternativa militar, no existen demasiadas opciones para invertir el programa de armas nucleares de Corea del Norte, desnuclearizar la península de Corea e integrar una Corea del Norte no nuclear en la comunidad del noreste asiático. Este ha sido el objetivo de los dos últimos decenios, desde el final de la Guerra Fría, con unos intentos basados en negociaciones bilaterales o multilaterales. Lamentablemente, esta vía ha dejado de ser posible ya.

Por lo tanto, es importante reconocer que, actualmente, estamos operando en un nuevo entorno de seguridad que exige un nuevo paradigma de seguridad. Y, ¿qué forma adoptaría éste?

En primer lugar, lo que implicaría ante todo es que debe dejarse de hacer tanto hincapié en la diplomacia. Ya ha pasado el momento de poder alcanzar una solución diplomática a los desafíos planteados por Corea del Norte. EEUU y los demás participantes en las negociaciones a seis bandas deben mejorar más bien su capacidad para disuadir y contener a Corea del Norte hasta que llegue un nuevo régimen a Pyongyang que quiera entablar con el resto del mundo una relación distinta. Aunque es posible que EEUU pudiera aún persuadir a Corea del Norte de volver a la mesa de negociaciones (como ha hecho en anteriores ocasiones), esto sería confundir la forma con el fondo. Como ya hemos dicho anteriormente, el objetivo de las negociaciones a seis bandas no es conseguir que Corea del Norte se siente a la mesa de negociación, sino que quiera sentarse en esa mesa para sopesar si le compensa abandonar sus programas de armas nucleares y entablar una nueva relación radicalmente distinta con EEUU y la región. EEUU y los demás participantes en las negociaciones a seis bandas no pueden hacer este cálculo por Pyongyang y deberían dejar de intentarlo. Deberían tratar de ser al menos tan pacientes como han demostrado ser los norcoreanos.

Dicho esto, no hay que subestimar lo difícil que les resultará a EEUU y las demás partes realizar este cambio de concepto desde una actitud de colaboración hasta una de disuasión y contención. En los últimos 20 años se han invertido todo un conjunto de burocracias y carreras profesionales de media docena de cancillerías y ministerios de Asuntos Exteriores en negociar con Corea del Norte; todas ellas opondrán gran resistencia un cambio hacia un nuevo paradigma de seguridad.

La Administración de Obama debe adoptar tres medidas inmediatas. En primer lugar, debería anunciar públicamente su nueva política con respecto a Corea del Norte para asegurarse de que sus intenciones son perfectamente entendidas por su Administración, por Corea del Norte y por los amigos y aliados de EEUU en la región. Ha llegado el momento de actuar con firmeza y claridad, no de contentarse con meras ilusiones de que Corea del Norte renuncie a su capacidad nuclear y de que alguna forma pueda convencérsela de que vuelva a la mesa de negociación. Otros posibles países en proceso de proliferación nuclear, sobre todo Irán, siguen de cerca el caso de Corea del Norte para sacar sus propias conclusiones sobre los pros y los contras de adquirir armas nucleares.

En segundo lugar, EEUU debe recomponer las relaciones con sus dos principales aliados en Asia, Japón y Corea del Sur. Las relaciones con estos dos países se han deteriorado en los últimos años y a Seúl y a Tokio les preocupa saber si el nuevo equipo de Washington establecerá consultas y una colaboración plenas en lo que respecta a su política de cara a Corea del Norte (ha habido quejas sobre la relativa falta de atención prestada a Asia por el equipo de Obama, incluso antes de la crisis). En este sentido, la resolución del problema nuclear norcoreano no radicaría tanto en Corea del Norte como en que EEUU lograra conservar sus alianzas. A fin de cuentas, Washington no puede controlar lo que hace Corea del Norte, pero sí puede controlar lo que hace con respecto a Seúl y a Tokio. Un buen comienzo sería la cumbre EEUU-República de Corea prevista para el 16 de junio, en la que el presidente Lee Myung-bak visitará la Casa Blanca. En ese momento EEUU debería ofrecer a Corea del Sur una garantía de seguridad formal por escrito, algo que también debería ofrecer a Japón, si Tokio así lo deseara.

En tercer lugar, EEUU ha celebrado la adhesión de Corea del Sur a la Iniciativa de Lucha contra la Proliferación (ILP) tras el ensayo del 25 de mayo y debe alentar a China a que se adhiera también (Rusia ya lo ha hecho). Estas acciones deberían formar parte de un mensaje claro e inequívoco a Pyongyang de que la comunidad internacional no tolerará que Corea del Norte exporte ninguno de sus misiles balísticos o tecnologías nucleares. La enérgica oposición de Pyongyang a la firma de la ILP por parte de Seúl probablemente se deba a su preocupación por que ésta pueda acabar con una fuente muy necesaria de divisas fuertes para el régimen. La participación de China estrecharía aún más el cordón en torno a Corea del Norte. Pero si Beijing considera que no puede posicionarse tan claramente en contra de Corea del Norte, entonces deberían crearse e institucionalizarse formas de que China pueda colaborar de forma más encubierta.

Conclusión

A lo largo de los últimos 20 años, Corea del Norte ha ido mejorando de forma gradual pero inexorable su posición estratégica, sin pagar por ello ningún precio considerable, mientras que las posiciones estratégicas de los demás países de la región han ido empeorando. Ninguno de esos países es más seguro o está en mejor situación hoy en día que hace unos cuantos años.

Esta tendencia no puede invertirse de forma inmediata. Sin embargo, el reconocimiento de la necesidad de un nuevo paradigma de seguridad es el primer paso para conseguirlo. Junto con las modestas medidas anteriormente descritas, este nuevo paradigma definiría una nueva política de cara a Corea del Norte a partir de lo que podría calificarse como una “desatención maligna”. Esta política tendría la virtud de hacer recaer el progreso real de las futuras negociaciones donde debería recaer: en Corea del Norte, en aprovechar los puntos fuertes de EEUU en sus alianzas en la región y en alinear los intereses de no proliferación de EEUU en la península de Corea con los de la comunidad internacional.

EL CONSENSO DE PEKÍN: ¿UN NUEVO MODELO PARA LOS PAÍSES EN DESARROLLO?


Enrique Fanjul

Una de las diversas consecuencias que puede tener la actual crisis financiera puede ser la emergencia de un “modelo chino” para los países en desarrollo, un Consenso de Pekín que éstos vean como una alternativa política a unos planteamientos cuya expresión más destacada fue el famoso Consenso de Washington, que han quedado seriamente desprestigiados con las turbulencias de estos tiempos.

El atractivo de este modelo chino se está viendo impulsado por dos hechos. En primer lugar, por la crisis económica, que está teniendo consecuencias devastadoras para los países en los desarrollo pero de cuyas causas éstos no se consideran responsables. La crisis tiene su origen en los países industrializados, en la codicia de muchos agentes económicos y en la ineficiencia de los sistemas de control por parte de las autoridades económicas.

En segundo lugar, el atractivo del modelo chino se basa en los espectaculares resultados que ha tenido. En una perspectiva a largo plazo, China, con una tasa anual media de crecimiento de un 10% durante las tres últimas décadas, ha protagonizado la mayor revolución económica en la historia de la humanidad, en el sentido de que nunca hasta ahora se había registrado un proceso por el cual un colectivo tan grande de población hubiera cambiado sus condiciones materiales de vida de una forma tan intensa en un período de tiempo tan corto.

Por otra parte, en una perspectiva a corto plazo, la economía china ha sufrido los efectos de la crisis, pero en menor medida que otros países. Se ha producido una sensible desaceleración de su crecimiento, pero no tan intensa como en otras partes del mundo. Además, China, que entró relativamente tarde en la crisis, puede ser uno de los primeros países en salir de ella. Diversos indicadores apuntan efectivamente a una cierta mejora en la evolución de su coyuntura económica en la primera mitad de 2009 (subida de la Bolsa, aumento del crédito bancario). Informes recientes de organismos internacionales han comenzado a revisar al alza las previsiones de crecimiento de China. En junio de 2009 el Banco Mundial ha pronosticado una tasa de crecimiento para el presente año del 7,2%. La tasa de crecimiento de China ha bajado como consecuencia de la crisis, pero es una tasa que resulta envidiable en comparación con la de gran parte de las economías mundiales.

Si China añade a sus logros de los últimos 30 años un mejor comportamiento ante la crisis y, sobre todo, si logra salir antes de ella, el Consenso de Pekín recibirá un respaldo de gran valor ante muchos países en desarrollo, que están cansados de recibir durante años lecciones sobre lo que deberían hacer y las medidas que tendrían que aplicar desde unos países industrializados y unos organismos internacionales a cuyos errores e ineficiencia se puede atribuir la responsabilidad de la mayor crisis económica de las últimas décadas.

Los componentes del Consenso de Pekín

¿Cuáles son los elementos que conforman este Consenso de Pekín? Se podrían señalar cinco componentes fundamentales: (1) el “capitalismo de Estad”; (2) el gradualismo en la política de reformas; (3) un modelo abierto hacia el exterior, hacia el comercio internacional y las inversiones extranjeras; (4) el autoritarismo político; y (5) una gran capacidad de flexibilidad y adaptación ante las circunstancias.

En primer lugar, el “capitalismo de Estado”, entendiendo por tal un sistema económico en el que el Estado tiene una presencia decisiva, tanto a través de la existencia de empresas públicas y de empresas teóricamente privadas pero con fuertes vinculaciones con el poder político, como de su intervención sobre la economía a través de regulaciones y “recomendaciones”.

El poder político no se limita pues a un papel subsidiario, supervisor, en el que se supone que el mercado tiene el papel central, sino que ejerce un papel de “liderazgo”, estableciendo prioridades y objetivos y dirigiendo al sistema económico hacia la consecución de los mismos. Por ejemplo, durante los primeros meses de 2009 el crédito bancario registró un fuerte crecimiento en China y ello se debió en buena medida a las instrucciones que dio el gobierno a los bancos a tal efecto y que éstos siguieron de forma disciplinada.

En segundo lugar, el gradualismo en la política de reformas. Este ha sido uno de los rasgos básicos del modelo chino desde que se adoptó la política de reforma hace más de 30 años: los cambios, las reformas, se realizan gradualmente, poco a modo, frente al modelo de big bang que se aplicó en muchos países de Europa del Este tras la caída del comunismo y que supuso liberalizaciones bruscas de precios y privatizaciones masivas, con unos costes sociales de inflación y desempleo muy altos, aparte de servir en muchos casos para crear una nueva oligarquía económica que, gracias a sus conexiones políticas, se hizo con el control de las empresas privatizadas.

La reforma se inició en China en el sector agrario, restableciendo un sistema productivo basado en la explotación familiar. Con frecuencia una determinada medida de reforma ha sido sometida a una experimentación previa, aplicándola primero de forma limitada, en ciertos sectores o zonas; después, cuando se ha comprobado su eficacia, y se han introducido los ajustes que se han considerado convenientes, la medida ha sido aplicada en el conjunto de la economía. Así, por ejemplo, las zonas económicas especiales fueron lanzadas a principios de los años 80 para experimentar con las inversiones extranjeras (tanto para experimentar sus efectos como las políticas más adecuadas para atraerlas). Posteriormente, la apertura a las inversiones extranjeras y los incentivos se extendieron a toda China.

Prudencia, gradualismo y cambios paulatinos: éste es uno de los componentes más característicos del modelo chino de desarrollo en la era de la reforma.

En tercer lugar, el modelo chino es un modelo abierto hacia el exterior, hacia el comercio internacional y las inversiones extranjeras. Uno de los elementos más centrales de la reforma china ha sido la apertura al mundo exterior, al que China comprendió que tenía que dirigirse para adquirir tecnología avanzada, métodos de gestión modernos, conocimiento y capitales. Con el gradualismo que en general ha caracterizado sus reformas, China ha ido poco a poco integrándose en la economía internacional, en la que es hoy en día uno de los principales exportadores e importadores y uno de los principales receptores de inversiones extranjeras, al mismo tiempo que se está convirtiendo en uno de los principales inversores en el exterior.

China, pues, apostó desde que se adoptó la política de reforma por planteamientos de desarrollo abiertos hacia el exterior, hacia la integración en la competencia internacional, siguiendo en este sentido la línea de otras economías asiáticas de su entorno, frente a planteamientos autárquicos o de sustitución de importaciones que en épocas pasadas tuvieron un destacado predicamento entre los países en desarrollo. En todo caso, ese proceso de apertura, en línea con lo que ha sido la reforma, se ha llevado a cabo de forma gradual, como hemos señalado, y la apertura al exterior de China tiene todavía un largo recorrido por delante.

En cuarto lugar se encuentra uno de los aspectos que puede ser más controvertido y más difícil de analizar y valorar: el autoritarismo político. El poder del Partido Comunista Chino sigue siendo, y lo será por mucho tiempo, dominante e incuestionable. Muchos analistas han pronosticado en el pasado que el modelo chino era inviable, que no se podía avanzar por el carril de la reforma económica sin avanzar por el de la reforma política. Sin embargo, China ha demostrado la falta de validez de la denominada “teoría de los dos carriles”: el país ha experimentado una profunda revolución económica sin que los fundamentos del sistema político hayan cambiado.

Hay un matiz que es importante a este respecto: lo anterior no significa inmovilismo. Desde el punto de vista de las libertades, la China de hoy en día es muy distinta a la China de antes de la reforma. Los ciudadanos chinos disfrutan de un grado de libertades personales incomparablemente mayor que el que tenían hace 20 ó 30 años. La libertad de expresión, la capacidad de crítica, también se ha ido expandiendo.

La forma de ejercer el poder por parte del Partido Comunista también ha cambiado. Hasta fines de los años 80 el poder se caracterizaba por el peso decisivo y dominante de un gobernante supremo: primero fue Mao, después Deng Xiaoping. Sin embargo, desde la muerte de este último la figura del gobernante supremo se ha desvanecido. El poder es más colegiado. En el núcleo central del Partido se han desarrollado facciones que compiten por la influencia política y defienden planteamientos diferentes.

Como en la economía, el cambio político ha sido gradual, continuará en el futuro y posiblemente China se encontrará un día con que, por fin, se puede considerar como una sociedad democrática.

Durante las tres décadas de la era de la reforma ha habido una estrecha correlación entre crecimiento económico e inserción exterior, por un lado, y progreso de las libertades y de la democracia, por otro. En el futuro el crecimiento económico, el avance en la inserción internacional de China, irán previsiblemente acompañados de progresos en los derechos humanos y en las libertades y, en un momento dado, darán paso a un sistema democrático.

En este proceso desempeñará un papel central el Partido Comunista. El Partido Comunista chino mantiene una amplia base de legitimidad ante la población, legitimidad basada en dos grandes factores. Uno lo podríamos considerar como histórico: el Partido Comunista ha sido la fuerza política que reunificó el país, terminó con las agresiones exteriores y con su debilidad, transformando a China en una potencia respetada en el mundo. El segundo gran factor de legitimidad es el económico, y está asociado con la política de reforma que ha sido lanzada y dirigida por el Partido Comunista.

Finalmente, el quinto elemento del modelo chino es quizá menos conocido y mencionado: se trata de su gran capacidad de flexibilidad y adaptación ante las circunstancias, en la que ha radicado una de las claves del éxito económico de China.

Hace algunos años, por ejemplo, China tenía un grave problema bancario. Los bancos estaban cargados de deudas “malas” y abundaban los pronósticos de que el sistema económico iba a saltar debido a la crisis del sistema financiero. El gobierno reaccionó y tomó una serie de medidas (como crear compañías especiales para absorber los activos tóxicos). En unos años la situación del sistema bancario cambió de forma radical y el resultado ha sido que, en la actual crisis financiera internacional, la banca china ha mostrado una notable solidez.

Se podrían mencionar muchos otros ejemplos de esta capacidad de innovación y adaptación, como la rapidez con la que China reaccionó ante la crisis actual: fue una de las últimas economías que se vio afectada por la crisis y, sin embargo, una de las primeras en adoptar un gran paquete de inversiones en infraestructuras.

Por otra parte, es interesante fijarse en cómo China está aprovechando la actual crisis para favorecer una reestructuración de su economía, mediante la potenciación de sectores tecnológicamente avanzados, de forma que la economía se mueva hacia segmentos de más valor añadido en la cadena productiva. En una entrevista en la revista Business Week (5/VI/2009), el secretario del Partido Comunista de la provincia meridional de Guangdong, Wang Yang, hacía una amplia exposición de la ambiciosa reestructuración que la provincia ha puesto en marcha a raíz de la crisis, con el fin de reducir el peso de los sectores industriales basados en bajos costes, desplazándolos hacia las provincias del interior de China, en favor de actividades de servicios e industriales de alto valor añadido. Wang trazaba una analogía con lo que ha sido la relación entre Hong Kong y Cantón: “Durante 30 años, la relación entre Hong Kong y Guangdong ha sido la de la “tienda en la parte de delante” y la “fábrica en la parte de atrás”. Hong Kong era la tienda y Guangdong la fábrica. Ahora, Guangdong espera ser la tienda y espera que las regiones del centro y Oeste de China sean la fábrica. Guangdong debería moverse a las dos puntas de la cadena industrial: concentrarse en investigación y desarrollo, diseño, marketing y venta, en la fase inicial del proceso productivo, y en logística en la fase de terminación”.

¿Es exportable el modelo chino?

Para muchos países en desarrollo el modelo chino presenta un indudable atractivo. China, por un lado, ha protagonizado una espectacular revolución económica y un gran proceso de crecimiento y mejora del bienestar. El éxito que ha obtenido en determinados temas concretos, como la captación de inversiones extranjeras, es un motivo de admiración e interés para muchos países en desarrollo. La experiencia china también puede aportar algunas lecciones negativas, sobre lo que no se debe hacer. Por ejemplo, sobre los efectos que han tenido algunas distorsiones que se han mantenido durante un largo período de tiempo: el mantenimiento de bajos tipos de interés y de precios subsidiados para la energía han favorecido el consumo ineficiente de energía, así como altos niveles de contaminación y emisiones de gases.

Por otro lado, ha sido capaz de mantener en líneas generales la estabilidad política y social. El atractivo del modelo chino, como se señalaba al principio, se ha visto reforzado con la actual crisis económica internacional, que ha puesto en entredicho las supuestas políticas ortodoxas predicadas en las últimas décadas desde el mundo occidental, y en especial desde los organismos internacionales.

La cuestión que se plantea es si este modelo chino de desarrollo es exportable, si se puede considerar que representa un esquema político susceptible de ser aplicado por otros países en desarrollo (al margen del hecho de que China no ha dado muestras de pretender exportarlo, fiel a uno de los principios más básicos de su política exterior que es la no injerencia en los asuntos de otros países).

En una primera instancia, la respuesta a esa cuestión es que China tiene una serie de particularidades de gran importancia, y que por ello no resultaría factible hablar de un modelo chino que pudiera ser aplicado o seguido por otros países. Esas particularidades afectan a un aspecto esencial: el sistema de poder político. Son frecuentes las simplificaciones a la hora de describir el sistema político chino, en las que éste es despachado, sin mayores matices, como una dictadura comunista. Sin embargo, el sistema político chino tiene unas características nacionales muy intensas, y profundamente arraigadas en las tradiciones del país. La República Popular China creada en 1949 no representó, en contra de lo que podría deducirse de un análisis superficial, una ruptura radical con la historia y las tradiciones chinas, sino que incorporó éstas de forma muy relevante.

El Partido Comunista tiene en este sentido una naturaleza distinta a la que ha tenido en otros países comunistas. No es un partido en el sentido tradicional del término. En China, el Partido Comunista se integra en la filosofía confuciana que establece una distinción entre la clase de los gobernantes y la clase de los gobernados. De acuerdo con el confucianismo, el gobierno debe ser ejercido por hombres justos, dotados de una elevada formación moral, que deben servir de ejemplo para la sociedad, y que reciben una preparación específica para esta labor. Son profesionales de la política y de la administración de la sociedad. Constituyen una minoría que gobierna por el bien de la mayoría: son los mandarines de la época del imperio y los cuadros del Partido Comunista en la época de la República Popular. Su legitimación descansa en su prestigio moral, no en un sometimiento a unas normas determinadas o a unos procedimientos de acceso al poder, como serían unas elecciones.

En suma, el sistema político de China es profundamente “chino”. El proceso de reforma de los últimos 30 años está íntimamente asociado con el papel que han desempeñado los dirigentes políticos chinos, comenzando por Deng Xiaoping, que fue el principal artífice e impulsor de la política de reforma. La evolución de China no se puede entender sin ese papel de los líderes políticos, determinado por unas tradiciones arraigadas en la sociedad desde hace siglos, y muy particulares de China. Por ello es por lo que el modelo chino resulta difícilmente “exportable”.

Conclusiones

Se puede descartar en principio la idea una supuesta vía china al desarrollo que pudiera presentarse como una alternativa para otros países, pero sí hay algunas lecciones que la experiencia china puede ofrecer. En concreto tres serían las lecciones básicas:

1. El gradualismo y la prudencia en la política de reformas, tanto en el campo económico como en el político.

2. Una orientación liberalizadora y de apertura al exterior en política económica. Es decir, una apuesta clara por las fuerzas del mercado, las privatizaciones, la competencia y la disciplina internacional.

3. El mantenimiento de un gobierno fuerte que interviene activamente, y a través de múltiples cauces, en la gestión de los asuntos del país.

LA REVISIÓN DEL CONCEPTO ESTRATÉGICO DE LA OTAN: CUESTIONES CLAVES PARA UN DEBATE


Amador Enseñat y Berea

La Declaración sobre la Seguridad de la Alianza, aprobada en la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno celebrada en Estrasburgo-Kehl el pasado 4 de abril de 2009, contiene el mandato para la elaboración de un nuevo Concepto Estratégico para que la OTAN pueda afrontar las amenazas de hoy y anticipar las del futuro. El Concepto Estratégico, tras describir los objetivos de la Alianza y sus cometidos fundamentales de seguridad, analizará el escenario geoestratégico actual, identificando amenazas, riesgos y retos e indicará la forma en que deberán utilizarse los medios políticos y militares a su disposición para conseguir los objetivos mencionados. Así mismo, el Concepto deberá proporcionar directrices para la organización y transformación de sus fuerzas militares.

El trabajo inicial ha sido encomendado a un grupo de expertos cualificados, pendiente aún de constitución, que, bajo la dirección del secretario general de la OTAN, desarrollará sus cometidos en estrecha colaboración con todos los aliados, manteniendo al Consejo Atlántico implicado en el proceso. Además, se celebrarán unos seminarios y otras actividades para mantener implicados en el proceso a la comunidad de pensamiento estratégico y al público en general, comenzando por el celebrado en el Palacio de Egmont (Bruselas) el 7 de julio de 2009.

Entre otras cuestiones, el grupo de expertos deberá analizar: el alcance de la revisión que se pretende llevar a cabo; la naturaleza “global o “regional de la OTAN; los límites a la adhesión de nuevos miembros y de la zona de actuación de la organización; la interpretación del compromiso de defensa colectiva del artículo 5 del Tratado de Washington; las implicaciones de la definición de amenazas, riesgos y retos; el papel de la OTAN en el “enfoque integral (comprehensive approach), que se configura como panacea universal para la resolución de conflictos; el papel otorgado a las Naciones Unidas en el mantenimiento de la paz y seguridad internacionales; las relaciones de la OTAN con la Política Europea de Seguridad y Defensa de la UE; la cooperación con la Federación Rusa; la transformación de las capacidades militares convencionales; y el triángulo formado por las armas nucleares, el desarme nuclear y la defensa antimisiles.

El alcance de la revisión

La primera cuestión controvertida será la del nivel deambición de esta revisión. Por un lado están quienes desean una mera adaptación del Concepto Estratégico de 1999, considerando que sus premisas, valoraciones y políticas siguen siendo válidas. Por otro se encuentran quienes quieren revisar no sólo la estrategia de la OTAN sino la misma naturaleza de la Alianza, procediendo incluso a una reforma del Tratado del Atlántico Norte. Así, mientras que el ministro de Defensa alemán, Franz Josef Jung, se pronuncia por una adaptación, afirmando en la 45ª Conferencia de Seguridad de Munich de febrero de 2009 que la revisión del Concepto Estratégico “is more a matter of renewing the tried and tested concept rather than developing a completely new one. Nearly all the key points of the 1999 Concept are still correct, José Enrique de Ayala (“Hacia una nueva Alianza Atlántica, ARI nº 53, Real Instituto Elcano, 31/III/2009) y Ulrike Guérot (“La vieja dama no puede, ABC, 3/IV/2009) se muestran favorables a realizar una reforma en profundidad, incluyendo un nuevo Tratado.

Naturaleza de la OTAN

Aunque los aliados coinciden en la necesidad de preservar el “esencial vínculo transatlántico, no faltan voces que abogan por su fortalecimiento mediante el reequilibrio de los pesos de ambos lados del océano. Se pondría así fin a una situación en la que parece que EEUU desea redistribuir las cargas sin acceder a compartir el liderazgo, mientras que la mayor parte de los aliados europeos pretenden compartir el liderazgo sin asumir las cargas derivadas.

Por otra parte, mientras unos aliados defienden mantener la naturaleza actual de la OTAN -una organización “regional con funciones de disuasión, defensa colectiva, consultas políticas sobre seguridad, gestión de crisis, asociación y cooperación en la “región euroatlántica-, otros son partidarios de convertir la OTAN en una institución “global[1] de prevención de conflictos y gestión de crisis. El debate sobre las visiones “regional y “global de la Alianza está íntimamente relacionado con los que se producen sobre la política de adhesión de nuevos miembros y sobre los límites de la zona de actuación de la Organización.[2]

El proceso de adopción de decisiones

La adopción de decisiones por consenso asegura la cohesión y solidaridad de la Alianza y otorga un valor añadido del que no disponen las decisiones obtenidas por mayoría, por muy cualificada que ésta sea. Sin embargo, con 28 miembros, ese consenso, aplicable a todas las decisiones y en todos los niveles, se logra cada vez con mayor dificultad. Una dificultad que podría llegar a provocar, en ocasiones, la inacción o la inoperancia de la organización, propiciando la actuación unilateral de algunos de sus Estados miembros. Por otra parte, la falta de consenso o un consenso forzado sobre una actividad determinada pueden conducir a una contribución desigual entre los aliados a esa operación.

A la hora de reformar el proceso de decisiones, existirán también diversos puntos de vista. En un extremo estarían las posiciones de quienes desean el mantenimiento de la regla del consenso, convirtiendo todas las actividades y operaciones de la OTAN en empresas solidarias de todos sus miembros. En el otro extremo se encontrarían los defensores de una “Alianza a la carta o de “geometría variable, cuyo seno sirviese para forjar coaliciones ad hoc que pudiesen utilizar las capacidades de la OTAN o facilitar agrupaciones multilaterales de Estados miembros al margen de los procedimientos formales de decisión, imitando incluso los mecanismos de cooperación reforzada o cooperación estructurada permanente de la UE (Félix Arteaga, “La cumbre de la OTAN en Estrasburgo-Kehl: ¿revisar sus fundamentos tras 60 años?, ARI nº 56, Real Instituto Elcano, 1/IV/2009). También habrá partidarios de una posición intermedia donde las decisiones se adoptarían por mayoría más o menos cualificada en órganos inferiores al Consejo Atlántico o introduciendo procedimientos como el opting out, por el que un Estado miembro se excluiría de la toma de decisiones y contribución a una operación determinada (Daniel Hamilton et al., Alliance Reborn: An Atlantic Compact for the 21st Century, The Washington NATO Project, Center for Transatlantic Relations, febrero de 2009, p. 43).

Los límites a la adhesión de nuevos Estados

En virtud del artículo 10 del Tratado de Washington, la Alianza Atlántica mantiene una política de puertas abiertas por la que 16 Estados se han ido uniendo progresivamente a los 12 miembros fundacionales. La OTAN también dispone de un Plan de Acción para la Adhesión (Membership Action Plan) con objeto de apoyar el ingreso de nuevos miembros, estableciendo para cada uno de ellos unas condiciones que deberán cumplir antes de su ingreso. Sin embargo, la participación en el Plan de Acción y el cumplimiento de las citadas condiciones no garantizan automáticamente el ingreso en la Alianza porque este depende de una decisión política que todos sus miembros han de tomar por unanimidad, lo que a veces resulta difícil de alcanzar, como se ha puesto de manifiesto en los casos de Georgia y Ucrania.

Por otra parte, el mencionado artículo limita la adhesión a la Alianza a los “Estados europeos, aunque existen opiniones que invitan a Alianza a superar esa barrera e integrar en su seno a Estados no europeos con objeto de poder hacer frente a las amenazas allí donde sea necesario.Así las cosas, podrán existir divergencias entre los que defienden restringir la adhesión a las “democracias europeas (término de la Declaración sobre la Seguridad de la Alianza), con opiniones dispares sobre las antiguas repúblicas soviéticas (especialmente Ucrania y Georgia), y los partidarios de abrirla a todas las “democracias del mundo. Esta segunda opción implicaría modificar el artículo 10 del Tratado de Washington, si bien esa modificación podría sortearse mediante acuerdos de asociación y cooperación “reforzados, que no recogiesen, al menos abiertamente, el compromiso de defensa colectiva (en este sentido, Fernando del Pozo señala cómo la sugerencia de reemplazar a la OTAN por una organización ex novo o por una “unión de democracias que amplíe el vínculo transatlántico hasta el Atlántico Sur y el Pacífico no parte de Estados candidatos sino de círculos políticos y académicos, “1949-2009: la OTAN ante su futuro, Política Exterior, nº128, marzo/abril de 2009, pp. 113-122).

Los límites de la zona de actuación

En la mitad de la década de los 90, y tras un intenso debate, se abrió para la OTAN la posibilidad de llevar a cabo, caso por caso, operaciones “fuera de área en apoyo a la paz y seguridad internacionales, a pesar de las posiciones que abogaban restringir su actuación a operaciones de defensa colectiva en la zona geográfica definida por el artículo 6 del Tratado de Washington. “Out of area, or out of business, se argumentaba entonces. Sin embargo, sigue abierto el debate sobre si se deben imponer límites geográficos a esas “operaciones fuera de área y, por lo tanto, a la zona de actuación de la OTAN. Mientras algunos Estados prefieren restringir la zona de actuación de la OTAN a la “región euroatlántica -un área sin delimitar introducida por el Concepto Estratégico de 1999-, otros se opondrán a establecer límites territoriales a su zona de actuación alegando que muchas de las amenazas y retos considerados en la Declaración sobre la Seguridad de la Alianza como el terrorismo, las armas de destrucción masiva y sus medios de lanzamiento, los ataques cibernéticos o el cambio climático, tienen carácter “global, lo que dificulta poner límites geográficos a la zona de actuación. Incluso la misma Declaración propicia la idea de actuar fuera de la “región euroatlántica cuando los efectos de dichas amenazas afecten directamente al territorio de la Alianza, introduciendo la expresión “a distancia estratégica, por lo que sería necesario que el nuevo Concepto Estratégico precisase el alcance de tal expresión.

La interpretación del compromiso de defensa colectiva (artículo 5)

A pesar de residir en él la garantía de defensa colectiva frente un “ataque armado, el artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte -contrariamente a lo que se cree-no exige un gran compromiso a los Estados Parte, ya que sólo les requiere adoptar “las medidas que juzguen necesarias. No obstante, durante la Guerra Fría y por la vía de los hechos, este compromiso fue objeto de diversas interpretaciones que reflejaron, no sin diversas crisis, una efectividad y una automaticidad que el Tratado no dispone. Paradójicamente, fue activado por primera y única vez tras los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 y en el momento actual ha resurgido el debate sobre la garantía y obligaciones que supone el artículo 5. La interpretación es debate especialmente sensible tanto para algunos Estados del este de Europa, miembros o no de la OTAN, que buscan en la Alianza una solución a sus propias percepciones de seguridad nacional, como para algunos otros Estados miembros que recelan ante la posibilidad de convertirse en rehenes de la política exterior de esos Estados. También se debate sobre la posibilidad de extender las obligaciones del artículo 5 ante amenazas o agresiones diferentes a un “ataque armado, o su aplicación geográfica más allá del área de la defensa colectiva establecida por el artículo 6 del Tratado de Washington. Otro debate en parte relacionado con esta cuestión es la forma de materializar la solidaridad aliada en operaciones no basadas en el mencionado artículo.

La definición de amenazas, riesgos y retos y el “enfoque integral en la OTAN

La definición de amenazas, riesgos y retos es esencial para definir la naturaleza de la Alianza y porque en función de ellos se determinan la estructura y capacidades necesarias para la OTAN. Por una parte, las “amenazas y “otros retos identificados en la Declaración sobre la Seguridad de la Alianza (terrorismo, proliferación y ataques cibernéticos, entre las primeras, y la seguridad energética o el cambio climático, entre los segundos) ponen de relieve la necesidad de complementar las capacidades actuales -básicamente militares- con otras estructuras y capacidades de las que la OTAN no dispone y que, de disponerlas, desvirtuarían su esencia actual. Por otra parte, la elección de unas amenazas y retos “globales podría afectar, como ya hemos mencionado, al debate sobre la zona de actuación de la OTAN e incluso a su política de adhesión de nuevos miembros.

Esta cuestión está relacionada con el papel de la OTAN en el “enfoque integral de la seguridad(comprehensive approach). Existe un amplio consenso sobre la naturaleza multidimensional de la seguridad y sobre el “enfoque integral con el que han de ser abordadas todas sus cuestiones, utilizando de forma sinérgica todos los medios civiles y militares. Sin embargo, no existe consenso sobre el papel que ha de desarrollar la OTAN en este enfoque: si un papel sectorial o uno general. En el primero, se restringirían sus actividades al campo de la “seguridad militar en cooperación con otras organizaciones internacionales, que desarrollarían las otras dimensiones, y bajo el liderazgo (¿o sólo coordinación?) de las Naciones Unidas o una organización regional constituida al amparo del capítulo VIII de la Carta (OSCE, Unión Africana, etc.). En el segundo, se asumiría un papel “general abarcando todas las dimensiones del enfoque integral, requiriendo, por tanto, capacidades civiles a su disposición y una estructura para su empleo integrado con las capacidades militares. En este sentido, el embajador Robert Hunter, de la RAND Corporation, en su testimonio ante el Senado de EEUU, (“NATO After the Summit. Rebuilding Consensus, 6/V/2009) afirmó que el “enfoque integral será un tema central en el próximo Concepto Estratégico y declaró que habrá que decidir si la OTAN debe tratar de crear todas las capacidades no-militares necesarias dentro de la Alianza misma o solicitarlas de las Naciones individuales o de otras organizaciones que participen en las operaciones. Por otra parte, la elección de unas amenazas y retos “globales podría afectar, como ya hemos mencionado, al debate sobre la zona de actuación de la OTAN e incluso a su política de adhesión de nuevos miembros.

El papel de Naciones Unidas

El Tratado de Washington reconoce, en su artículo 7, “la responsabilidad principal del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en el mantenimiento de la paz y seguridad internacionales, que la Carta de Naciones Unidas atribuye al Consejo de Seguridad. Sin embargo, la materialización de esa responsabilidad en la ejecución de las operaciones ha sufrido sucesivamente diferentes interpretaciones con una tendencia creciente hacia una mayor autonomía de la OTAN: desde la corresponsabilidad (sistema de doble llave ONU-OTAN), subcontratación de operaciones a la OTAN o, últimamente, rebajar el papel del Consejo de Seguridad a la mera aprobación de resoluciones que respalden legalmente las actuaciones de la OTAN reforzando su legitimidad. Surgen, como mínimo, dos cuestiones que podrán ser objeto de debate durante la elaboración del nuevo Concepto Estratégico: (1) la materialización de la legalidad/legitimidad internacional de las operaciones de la Alianza; y (2) el papel de las Naciones Unidas (liderazgo, coordinación o un instrumento más) en las operaciones en las que se implante el “enfoque integral.

Las relaciones con la PESD (UE)

La definición de las relaciones con la UE depende de las distintas visiones que los Estados miembros tienen del alcance de la Política Europea de Seguridad y Defensa (PESD). Mientras que algunos, los más atlantistas, consideran que su desarrollo puede llegar a constituir una amenaza para la cohesión de la Alianza y prefieren subordinarla a la OTAN, los más europeístas no renuncian a la posibilidad de una futura defensa colectiva en el marco de la UE (sin abdicar de la de Alianza Atlántica), pretendiendo desarrollar en su seno capacidades militares que le posibiliten su actuación autónoma en cualquier circunstancia, aún a costa de su redundancia con las de la OTAN. Entre ambas posiciones, y con diferentes matices, están los que mantienen que el desarrollo de la PESD fortalece tanto a la UE como a la OTAN, resaltando que ambas organizaciones son independientes, complementarias y se refuerzan mutuamente, opción que cobra más fuerza tras la reincorporación de Francia a la estructura militar integrada.

Respecto a los acuerdos de colaboración OTAN-UE (conocidos como acuerdos “Berlín plus), existen posiciones claramente favorables a su continuidad porque aseguran el acceso de la UE a las capacidades militares de la OTAN, sin necesidad de duplicación, mientras otras voces afirman que dichos acuerdos perpetúan una relación de subordinación de la UE respecto a la OTAN para operaciones más allá de lo testimonial. Por último, será necesario que el Concepto Estratégico se pronuncie sobre la posibilidad de que la OTAN solicite acceder a las capacidades civiles de la UE en apoyo a sus operaciones y dentro del nuevo “enfoque integral que exige la combinación de capacidades civiles y militares (una posibilidad que KlausNaumann y John Shalikashvili, entre otros, han acuñado como cláusula “Berlin Plus in Reverse que permitiría la utilización de capacidades civiles de la UE a petición de la OTAN -véase Towards a Grand Strategy for un Uncertain World: Renewing Transatlantic Partnership, Noaber Foundation, 2007, p. 131-).

La cooperación con la Federación Rusa

Las ambiciones, cada vez más evidentes, de la Federación Rusa de recobrar la condición de gran potencia y la adhesión a la Alianza de naciones que, en razón de su pasado, tienen grandes recelos frente a esas ambiciones, han convertido las relaciones OTAN-Rusia en un factor de divergencia. En un extremo estarían las posiciones de los Estados que perciben a la Federación Rusa como una amenaza (al menos como un riesgo) y enfocan las relaciones de seguridad con Rusia bajo una lógica de “suma cero que restringe las actividades de cooperación. En el otro extremo se encontrarían los que reconocen la importancia de las relaciones con la Federación Rusa para la seguridad de la región euroatlántica, pretendiendo fortalecer las relaciones de cooperación bajo una lógica de “suma variable, buscando obtener el máximo partido de los cauces existentes o incluso acordando un nuevo marco de relaciones. Asuntos importantes en estas relaciones será el futuro de la defensa antimisiles en Europa o la posibilidad o no de adhesión de antiguas repúblicas soviéticas y la seguridad energética, aunque también podría ser objeto de consideración la cooperación en el Ártico si el calentamiento global incrementa la significación estratégica de dicho océano.

La transformación de las fuerzas convencionales

La transformación de las capacidades convencionales ha marcado en gran medida la agenda de la OTAN en los últimos años hasta el punto de crearse un Mando Aliado para la Transformación, uno de los dos de primer nivel. Sin embargo, los intentos para fortalecer las capacidades militares (Iniciativa de Capacidades de Defensa de 1999, Compromiso de Capacidades de Praga de 2002) han tenido escasos resultados y los conceptos clave, como la Fuerza de Respuesta OTAN, han defraudado las expectativas generadas.

En cuestión de transformación y capacidades, la divergencia se manifiesta por la diferencia entre lo que las naciones comprometen, colectiva o individualmente, y lo que esas mismas naciones llevan a cabo en la práctica, contraste que será mucho más evidente en los próximos años, marcados por una severa crisis económica que afectará gravemente a los presupuestos de defensa. Será necesario, por tanto, un esfuerzo, en el ámbito del planeamiento de fuerzas, para desarrollar las capacidades verdaderamente necesarias para nuestro nivel de ambición, así como explorar iniciativas comunes para obtener el mayor partido de los recursos disponibles. También debería revisarse la financiación de las operaciones militares en el ámbito de la generación de fuerzas para evitar que el coste económico recaiga casi exclusivamente sobre las naciones que proporcionan las fuerzas. En todo caso, la transformación de las capacidades militares está, a su vez, íntimamente relacionada con el futuro de las relaciones OTAN-UE, no sólo para armonizar y sincronizar el planeamiento de fuerzas y desarrollo de capacidades de ambas organizaciones, sino también para amoldar, a través de la cooperación, los diferentes intereses industriales de ambos lados del Atlántico.

Armas nucleares, desarme y defensa antimisiles

La Declaración sobre la Seguridad de la Alianza afirma que “la disuasión, basada en una apropiada mezcla de capacidades convencionales y nucleares sigue siendo un elemento central de nuestra estrategia general. No obstante, las posiciones en este asunto podrán variar entre los que defienden un papel cada vez menor de las armas nucleares en la estrategia de la Alianza, en camino hacia “un mundo libre de armas nucleares,[3] los que continúan considerando la presencia de fuerzas nucleares norteamericanas en suelo europeo una garantía del compromiso de EEUU con Europa y los que valoran su capacidad de disuasión, incluso ahora más necesaria que nunca, frente a nuevos Estados nucleares o con ambiciones de serlo, si la defensa antimisiles no ve la luz o resulta ineficaz. No se considera probable que se resucite el debate sobre el “no first use, cerrado en 1999 con la afirmación del Concepto Estratégico que “las circunstancias en las que tendría que preverse el uso de las armas nucleares son extremadamente remotas.

Sobre desarme, se presume el apoyo a las negociaciones “bilaterales de desarme nuclear de Rusia y EEUU, si bien pueden fracasar si no se logra hacer desaparecer los recelos rusos ante la defensa antimisiles. Paradójicamente, la defensa antimisiles puede dificultar el desarme, o incluso generar escalada, ya que la saturación de los medios de detección e interceptación es una de las tácticas para superarla. Este debate bilateral entre EEUU y Rusia se ha trasladado a la OTAN tras la decisión de desplegar elementos de la defensa antimisiles estadounidenses en Polonia y la República Checa porque se debe delimitar su integración entre las capacidades de defensa de la OTAN.

Conclusiones

A la luz del análisis realizado, dos conclusiones saltan inmediatamente a la vista. En primer lugar, la importancia de las divergencias de las posiciones abiertas al debate. En segundo lugar, el hecho de que esas divergencias afectan no sólo a la estrategia de la OTAN, sino a la naturaleza misma de la Alianza. La cantidad y profundidad de las divergencias existentes aconsejó posponer la revisión del Concepto Estratégico ante las consideraciones contrapuestas de “dificultad y “necesidad: la “dificultad de llevar a buen puerto la renovación por las divergencias existentes y la “necesidad de llevarla a cabo precisamente porque la incertidumbre estratégica que esas divergencias provocaban. Al final, se prefirió “hacer de la necesidad virtud y acometer la empresa. La segunda consideración es la envergadura de esa empresa, lo que obligará a los Estados miembros a flexibilizar y acomodar sus percepciones, intereses y visiones de la Alianza en aras del necesario consenso, y aconsejará disponer de un preclaro grupo de expertos capaces de proporcionar los criterios estratégicos para guiar a la Alianza en la nueva singladura. En este escenario, no es sorprendente que se mire con añoranza al grupo de personalidades, dirigidas también por el entonces secretario general, cuyos trabajos dieron vida, en 1967, al célebre “Informe Harmel, que proporcionó a la OTAN perspectiva estratégica en una época de cierta desorientación. El próximo secretario general, Anders Fogh Rasmussen, y los “expertos cualificados que se designen, tienen una referencia para inspirarse en su trabajo, pero también un exigente patrón por el que su trabajo podrá ser juzgado.

Las visiones más ambiciosas, por sus pretensiones de modificar la naturaleza de la Alianza, encuentran como principal obstáculo el Tratado del Atlántico Norte. Si bien el propio Tratado establece, en su artículo 12, la posibilidad de su revisión, los Estados Parte han preferido hasta ahora no abrir la caja de Pandora de la reforma y recurrir a interpretaciones, algunas demasiado forzadas, de sus disposiciones. Pero la elasticidad de la hermenéutica tiene sus limitaciones y el debate sobre la necesidad o no de la revisión del Tratado no podrá ser probablemente eludido.

Sin que los “expertos cualificados hayan siquiera sido designados, se aventuran cuales serán previsiblemente los elementos clave del debate y las divergencias más importantes. El reto será encontrar un punto de consenso en un continuum entre dos extremos: una imperceptible adaptación, con el peligro de convertir a la Alianza en irrelevante, y una reforma demasiado ambiciosa, con el riesgo de disminuir su cohesión hasta el punto de poner en trance su propia existencia.

Notas:

[1] Ivo Daalder, embajador de EEUU ante la OTAN, declaró en su testimonio ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado norteamericano (22/IV/2009) que: “NATO may be a Euro-Atlantic security organization, but the security of the Euro-Atlantic region is intimately tied to security around the globe. Just as the world affects NATO, NATO must affect what happens in the world. It is critical that the Alliance evolve. And it is doing just that. Por su parte, Rafael Bardají y Manuel Coma, en NATO 3.0: Ready for a New World, Grupo de Estudios Estratégicos, febrero de 2009, p. 52, van más allá y defienden abiertamente una OTAN con responsabilidades y alcance globales.

[2] Stephanie C. Hofmann (pp. 114-115) analiza tres visiones diferentes de la OTAN: una “institución de respuesta de crisis y prevención de conflictos a escala mundial, una “alianza defensiva y una “institución euroatlántica de respuesta de crisis (“OTAN: vers un nouveau concept stratégique?, Politique ÉtrangÈre, 1, 2008, pp. 105-118).

[3] El presidente Obama en su discurso de Praga (5/IV/2009) afirmó“I state clearly and with conviction America's commitment to seek the peace and security of a world without nuclear weapons. No debe ser fruto de la casualidad que el presidente Obama haya designado como embajador de EEUU ante la OTAN a Ivo Daalder, cuya tesis doctoral versó sobre la estrategia nuclear de la OTAN y que pocos meses antes de su designación publicó un artículo con el expresivo título de“The Logic of Zero. Toward a World Without Nuclear Weapons (Foreign Affairs, vol. 87,nº 6, noviembre/diciembre de 2008).