14 de julio de 2008

CÓMO LA DEMANDA DE PETRÓLEO DETERMINA LA POLÍTICA EXTERIOR ESTADOUNIDENSE


Soeren Kern

Adictos al petróleo

En su Discurso sobre el Estado de la Unión de enero de 2006, el presidente de EEUU George W. Bush declaró que EEUU era “adicto al petróleo”. En efecto, con menos del 5% de la población mundial, EEUU es el mayor consumidor de petróleo de la tierra, con un 25% del consumo diario mundial. Al mismo tiempo, EEUU aporta sólo el 9% de la producción mundial de petróleo y posee menos del 3% de las reservas probadas mundiales de petróleo. Esto hace que EEUU dependa enormemente de los proveedores extranjeros para satisfacer su demanda nacional de energía. De hecho, en la actualidad las importaciones suponen el 60% del consumo total de petróleo de EEUU y las proyecciones indican que antes de 2025 EEUU importará más del 70% de su petróleo.

No debería sorprender, por lo tanto, que su dependencia del crudo importado sea uno de los principales factores que determinan la política exterior y militar estadounidense. Así, el uso del poder militar para proteger el suministro de petróleo ha sido un principio básico de la política exterior estadounidense desde 1945, cuando el presidente Franklin D. Roosevelt prometió al rey Abdulaziz de Arabia Saudí que EEUU protegería su reino a cambio de un acceso especial al petróleo saudí.

Desde entonces, EEUU ha mantenido una presencia militar permanente muy costosa en el Golfo Pérsico, principalmente para evitar una interrupción en el suministro de petróleo y la subida repentina del precio que podría tener consecuencias macroeconómicas perjudiciales para EEUU y sus socios comerciales. Aparte de los más de 140.000 efectivos desplegados en Irak, en la actualidad EEUU tiene más de 6.000 tropas activas destinados en Oriente Medio. Otros 2.000 militares, la mayoría de ellos marines, se encuentran en buques anfibios en el Golfo Pérsico. El coste militar derivado de la defensa de los intereses de EEUU en el Golfo Pérsico se ha estimado en alrededor de 50.000 millones de dólares al año. Además, el Pentágono gastó unos 60.000 millones de dólares en la Guerra del Golfo de 1991 y unos 30.000 millones en la Guerra de Irak de 2003. En total, EEUU ha gastado alrededor de 1 billón de dólares solamente en asegurarse el petróleo en Oriente Medio desde 1990.

La adicción de EEUU al petróleo extranjero también resulta costosa en otros aspectos. Si el precio del petróleo se mantiene a 60 dólares/barril durante 2006, por ejemplo, EEUU gastará alrededor de 320.000 millones de dólares en importaciones de petróleo este año. En 2005, los costes de la energía supusieron nada menos que la tercera parte del déficit comercial de EEUU. El incremento del precio del petróleo también supone la reducción del poder adquisitivo de los consumidores y provoca una disminución del gasto discrecional. Para una economía como la de EEUU, con un valor de 13 billones de dólares, cada incremento de 10 dólares en el precio del petróleo causa una reducción del poder adquisitivo de los hogares de alrededor de 35.000 millones de dólares, es decir, alrededor de un 0,5%. Además, la Reserva Federal estima que una subida de 20 dólares en el precio del barril de petróleo supone una reducción en el PIB de EEUU de alrededor del 0,75%.

Tradicionalmente, EEUU ha intentado resolver su problema de dependencia del petróleo usando su poder militar para proteger las rutas de suministro y apoyar o instalar a regímenes amigos. Desde los atentados del 11 de septiembre, la Administración Bush también ha renovado el esfuerzo de EEUU por asegurar el suministro de petróleo de países no pertenecientes a la OPEP, especialmente de Canadá, Latinoamérica, África Occidental y Rusia. Esta diversificación fuera del petróleo de Oriente Medio se refleja en el hecho de que los principales proveedores de petróleo a EEUU en la actualidad, por orden de importancia, son Canadá, México, Arabia Saudí, Venezuela y Nigeria, cada uno de los cuales suministra entre el 5% y el 8% de la demanda diaria estadounidense de petróleo, que alcanza los 20 millones de barriles. Desde el punto de vista regional, las importaciones de Latinoamérica supusieron el 34% de las importaciones estadounidenses de crudo en 2005; Oriente Medio suministró el 24%; África el 19%; Canadá el 16%; y Europa y Asia el 7%.

Sin embargo, la diversificación supone tan solo una solución a corto plazo, ya que se considera que las reservas de petróleo probadas de los productores no pertenecientes a la OPEP cubren una media de unos 15 años al nivel actual de producción, frente a los más de 70 años para los países de la OPEP. Asimismo, puesto que el petróleo es un producto básico fungible mundial, un cambio en la oferta o la demanda en cualquier lugar afecta a los precios en todo el mundo.

En todo caso, puesto que la demanda mundial de petróleo crece y las reservas disminuyen, EEUU no tendrá más remedio que volver a los productores de la OPEP de Oriente Medio para satisfacer su demanda de energía. De hecho, el Departamento de Energía de EEUU prevé que las importaciones estadounidenses de petróleo del Golfo Pérsico se duplicarán de 2006 a 2025. Esto ha conducido a algunos analistas a advertir que la estabilidad económica de EEUU se encuentra cada más en peligro a causa de la excesiva dependencia del petróleo extranjero, en particular el petróleo de una zona tan inestable como Oriente Medio.

Oriente Medio

El petróleo es lo que hace que Oriente Medio sea relevante desde el punto de vista geopolítico. Las dos terceras partes del petróleo mundial (unos 690.000 millones de barriles de reservas probadas) se encuentran en la inestable región del Golfo Pérsico: Arabia Saudí se sitúa al frente de las mayores reservas de petróleo del mundo, seguida de Irán, Irak y Kuwait. (Con arreglo a las nuevas normas de medición de las reservas, Canadá es el segundo país con mayores reservas de petróleo, cuando se tienen en cuenta las arenas petrolíferas de Alberta, cuya explotación se consideraba anteriormente excesivamente costosa). Como consecuencia de ello, Oriente Medio ha sido una de las principales prioridades de la política exterior estadounidense durante el último medio siglo.

Aunque EEUU ha mantenido su presencia militar en el Golfo Pérsico desde el final de la Segunda Guerra Mundial, no llegó a ser directamente responsable de la defensa de toda la región y de los intereses occidentales en la zona hasta la Administración Nixon. Antes de 1971, la responsabilidad de la seguridad en la región recaía en el Reino Unido, mientras que EEUU no desempeñaba más que un papel de apoyo. Sin embargo, en 1968 el primer ministro británico Harold Wilson anunció que había decidido retirar sus tropas del Golfo Pérsico antes de finales de 1971. Esta decisión abrió las puertas a la futura intervención de EEUU en la región.

Desde entonces, se ha producido una progresiva expansión de la importancia del Golfo Pérsico para la política exterior estadounidense. En su Discurso sobre el Estado de la Unión de enero de 1980, el presidente Jimmy Carter anunció que el suministro seguro de petróleo desde el Golfo Pérsico constituía “un interés vital para los EEUU de América”. En lo que se denominaría la Doctrina Carter, afirmó que Washington usaría “todos los medios necesarios, incluida la fuerza militar” para proteger dichos intereses de fuerzas externas (en particular de la Unión Soviética, que invadió Afganistán en diciembre de 1979). Posteriormente, Carter incrementó la presencia naval de EEUU en el Golfo Pérsico y el Océano Índico.

La Doctrina Carter fue ampliada por el presidente Ronald Reagan para incluir la estabilidad interna de los países de la región del Golfo Pérsico. Durante la guerra entre Irán e Irak, por ejemplo, EEUU garantizó la estabilidad de Kuwait asignando un nuevo pabellón a sus buques petroleros y enviando más de 30 buques de combate y apoyo al Golfo Pérsico con el fin de que escoltaran a los petroleros con nuevo pabellón por el Estrecho de Ormuz. La Doctrina Carter fue utilizada posteriormente por el presidente Bush padre para justificar la Guerra del Golfo de 1990-1991. También sirvió de base, en gran medida, para que el presidente Bush hijo tomara la decisión de invadir Irak en 2003, frustrando el intento de Sadam Hussein de dominar el Golfo Pérsico.

Hoy en día, al igual que en el pasado, uno de los principales factores determinantes de la política estadounidense en Oriente Medio es asegurar el libre suministro de petróleo a los mercados internacionales, con el fin de evitar la interrupción del suministro a las economías de EEUU y de sus principales socios comerciales. El principio operativo de esta política es impedir que Oriente Medio esté dominado por poderes que sean hostiles a EEUU y sus aliados. En la práctica, esto implica mantener la estabilidad en una delicada situación de equilibrio de poderes en la región, manteniendo la independencia de los países del Golfo Pérsico y conteniendo la amenaza del fundamentalismo islámico. Este objetivo de la política estadounidense se ha mantenido invariable durante cinco administraciones presidenciales estadounidenses y está en el origen de la actual crisis con Irán.

EEUU, al igual que cada vez más países, cree que Irán está utilizando su programa civil de energía nuclear como una tapadera para construir armas nucleares. Si Irán llegara a tener armas nucleares, se modificaría el equilibrio de poderes en la región y, dada su posición central en Oriente Medio, Teherán estaría en una posición privilegiada para interrumpir el acceso a través de una zona vital desde el punto de vista estratégico como es el Golfo Pérsico. Alrededor del 40% del petróleo vendido en todo el mundo pasa por el Estrecho de Ormuz.

Con esta idea en mente, en su Discurso sobre el Estado de la Unión de 2006, Bush reiteró su oposición a que Irán tuviera armas nucleares. Así, afirmó que “el Gobierno iraní está desafiando al mundo con sus ambiciones nucleares, y las naciones del mundo no deben permitir que el régimen iraní consiga este tipo de armas. EEUU continuará intentando unir al mundo para hacer frente a estas amenazas”.

De hecho, la “Estrategia de Seguridad Nacional de los EEUU de América” revisada de marzo de 2006 identifica a Irán como el mayor reto al que habrá de hacer frente EEUU en el futuro. Según el informe, “es posible que no tengamos que hacer frente a ningún reto mayor procedente de un único país que el que supone Irán”. Añade que “continuaremos adoptando todas las medidas necesarias para proteger nuestra seguridad nacional y económica contra las consecuencias adversas de su mala conducta”. Advierte que las actuales gestiones diplomáticas internacionales destinadas a poner freno al programa de enriquecimiento nuclear de Teherán “deben tener éxito para poder evitar el enfrentamiento”.

Mientras tanto, algunos de los países clave implicados en este esfuerzo diplomático, incluidos China y Rusia, se ven condicionados por sus alianzas energéticas con Irán. Por ejemplo, en octubre de 2004, China firmó un acuerdo con Irán sobre gas y petróleo por un valor de 70.000 millones de dólares que vincula a ambos países en una relación de 30 años. Asimismo, en julio de 2002, Rusia declaró que tiene previsto suministrar a Irán cinco reactores nucleares durante la próxima década conforme a un acuerdo valorado en 10.000 millones de dólares. En este contexto, ¿es realmente posible evitar la intervención militar estadounidense en Irán?

China y la India

Con más de mil millones de habitantes, China es el segundo país del mundo en consumo de petróleo después de EEUU. China tiene una de las economías de mayor crecimiento del mundo y se prevé que su demanda de energía se incremente en un 150% antes de 2020. En la actualidad, China importa la mitad de su petróleo y su demanda de este producto está creciendo siete veces más rápido que la de EEUU. Asimismo, al igual que EEUU, China dependerá cada vez más del petróleo de Oriente Medio en el futuro.

Como consecuencia, el acceso al petróleo de Oriente Medio se convertirá con el tiempo en un elemento clave de las relaciones entre China y EEUU. Así, cuanto más se perciban las actuaciones de China en Oriente Medio como un intento de dominar los recursos petrolíferos, más considerará EEUU a China como una amenaza para sus intereses y viceversa.

Esto se refleja en la Estrategia de Seguridad Nacional de EEUU revisada, que adopta una actitud muy dura con respecto a China. La estrategia afirma que los líderes chinos “están actuando como si quisieran, de alguna manera, ‘bloquear’ las fuentes de energía de todo el mundo o intentar dirigir los mercados en lugar de abrirlos –como si pudieran practicar un mercantilismo prestado de otra época–”. Y, en referencia a las actividades llevadas a cabo por China en países como Sudán, reprende a Pekín por “apoyar a países ricos en recursos naturales sin considerar el mal gobierno de estos regímenes en su política interior o exterior”. Estas advertencias no aparecían en la primera versión de la estrategia, y en la sesión informativa posterior a la publicación de la nueva doctrina, el asesor de Seguridad Nacional de EEUU, Stephen Hadley, comentó que la advertencia es un intento de lograr que los líderes chinos recapaciten sobre “su constelación de intereses en sentido más amplio”.

Así, China ha celebrado acuerdos en materia de petróleo con lugares tan diversos como Siberia, Sudán, Indonesia, Irán, Canadá y Cuba. Algunos responsables de la política exterior estadounidense consideran que estos acuerdos no tienen únicamente como objetivo asegurar el petróleo para China, sino también retirar de forma efectiva suministros de petróleo de un mercado mundial del que EEUU depende cada vez más. Esto implica que un factor determinante de la futura política de Washington con respecto a Pekín será desactivar la potencial rivalidad entre EEUU y China por el suministro mundial de petróleo.

Mientras tanto, la Administración Bush está buscando la forma de contrarrestar las pretensiones regionales de China. En este contexto, en julio de 2005 la Casa Blanca declaró que quería ayudar a la India a convertirse en una gran potencia mundial en el siglo XXI, con el objetivo claro de establecer un equilibrio en cuanto al poder económico y militar en una región cada vez más dominada por China.

De hecho, la Administración Bush ha llegado a la conclusión de que conviene a los intereses estratégicos de EEUU que la India se convierta en una gran potencia mundial y la Casa Blanca ha afirmado que hará todo lo posible por ayudar a la India a conseguir este objetivo. Por lo tanto, en su esfuerzo por integrar a la India en el orden nuclear mundial, la Administración Bush ha roto con la anterior política de no proliferación y ha planteado convertir la plena cooperación en materia de energía nuclear civil con la India en la base de la nueva relación bilateral.

Rusia y Asia Central

Rusia tiene las mayores reservas de gas de todo el mundo y es el segundo país en exportaciones de petróleo del mundo tras Arabia Saudí. La excesiva dependencia estadounidense del petróleo de Arabia Saudí y otros países inestables del Golfo Pérsico ha contribuido a la aparición de una nueva relación en materia energética entre EEUU y Rusia. Sin embargo, la cooperación bilateral energética se ha ido desarrollando con lentitud. De hecho, la mayor parte del petróleo ruso se exporta a Europa. Rusia ni siquiera se encuentra entre los quince principales proveedores de petróleo a EEUU. Por otro lado, el primer envío de gas natural licuado a EEUU tuvo lugar en septiembre de 2005.

Rusia y EEUU también han encabezado un llamamiento al incremento de la producción de energía nuclear para conseguir un suministro energético más seguro a nivel internacional. Tras una reunión de los ministros de Energía de los países del G8 en Moscú en mayo de 2006, EEUU y Rusia propugnaron un “renacimiento sustancial” de la industria de la energía atómica mundial. El plan energético de Moscú incluye el incremento de la energía atómica nacional en un 25%. No obstante, esta cooperación más estrecha se ha visto obstaculizada por la preocupación de Washington en relación con los acuerdos de Moscú con Irán y la propuesta de acuerdo para suministrar uranio enriquecido a dicho país.

Al mismo tiempo, la Casa Blanca teme que el presidente ruso Vladimir Putin esté intentando volver a convertir a Rusia en una gran potencia haciendo uso de los ingresos procedentes del gas y el petróleo. Así, dichos ingresos, cada vez mayores, han permitido a Putin consolidar la autoridad del Kremlin, imponerse a los centros de poder que compiten con él y reafirmar el control sobre las antiguas repúblicas soviéticas. El Kremlin también se ha hecho con el control de los recursos energéticos por medio de empresas estatales, como Rosneft, la compañía petrolífera estatal, y Gazprom, el monopolio de gas estatal.

En un discurso pronunciado en Vilnius (Lituania) el 4 de mayo, el vicepresidente de EEUU, Dick Cheney, advirtió al Kremlin de que no debía utilizar el suministro de gas y petróleo como un arma política. Cheney afirmó que “no existen intereses legítimos cuando el gas y el petróleo se convierten en armas de intimidación o chantaje, ya sea a través de la manipulación del abastecimiento o de los intentos de monopolizar el transporte”. Sus comentarios han generado un intenso debate en Europa acerca de la seguridad del suministro de energía procedente de Rusia. A comienzos de 2006, el monopolio de gas ruso Gazprom interrumpió temporalmente su suministro a Ucrania debido a una disputa sobre el precio, una decisión que fue duramente criticada por la Casa Blanca. Las previsiones indican que para el año 2025 Rusia suministrará el 70% del gas natural de Europa Occidental. Puesto que la vulnerabilidad de Europa va en aumento, algunos analistas temen que Rusia pueda usar su suministro energético como un arma para imponer sus prioridades geopolíticas, incluida la quiebra de la solidaridad en el seno de la OTAN.

Sin embargo, las acusaciones mutuas entre Washington y Moscú podrían complicar los esfuerzos por controlar la seguridad energética, que es el principal tema a tratar en la Cumbre del G8 en San Petersburgo (Rusia) en julio de 2006. Asimismo, podrían poner en peligro el intento de EEUU de conseguir el respaldo de Rusia a una resolución firme en la ONU con respecto al programa nuclear de Irán. Washington está intentando convencer a Moscú de que olvide sus objeciones a una resolución en la que se imponga a Teherán un plazo para paralizar las actividades nucleares sensibles o se enfrente a las posibles sanciones.

Sin embargo, Moscú otorga una gran importancia al mantenimiento de su acuerdo con Teherán para finalizar la construcción de una central nuclear en Bushehr, ya que, en efecto, Irán ha salvado el sector de la energía nuclear de Rusia. La industria rusa tuvo que hacer frente a un futuro incierto después de la pérdida de clientes tras la caída del comunismo y el acuerdo con Irán da trabajo a decenas de miles de empresas rusas.

En octubre de 2003, EEUU persuadió a Rusia para que aplazara la entrega de las barras de combustible a Bushehr, lo cual ha ralentizado el programa iraní y la inauguración del reactor valorado en 800 millones de dolares se pospuso recientemente hasta octubre de 2006. Mientras tanto, Rusia e Irán continúan adelante con sus largas negociaciones sobre la construcción de tres a cinco instalaciones adicionales por un coste de 3.200 millones de dólares.

Entre tanto, la apertura del oleoducto Bakú-Tiflis-Ceyhan (BTC) en octubre de 2005, que llevará el petróleo del Caspio a los mercados mundiales, constituyó un importante éxito de la política exterior estadounidense. El oleoducto va desde los pozos petrolíferos submarinos de Azerbaiyán hasta el puerto mediterráneo de Ceyhan en Turquía, a través de Georgia, evitando pasar por Rusia, que domina todas las rutas hacia los mercados occidentales del petróleo desde el Caspio y Asia Central. EEUU lideró el proyecto como un medio para fortalecer la independencia de las antiguas repúblicas soviéticas frente a Moscú.

Latinoamérica

La inestabilidad en Oriente Medio ha incrementado más que nunca el carácter estratégico de los recursos energéticos de Latinoamérica para EEUU. Colombia produce más petróleo que algunos de los países del Golfo Pérsico y exporta la mayor parte del mismo a las refinerías de Texas y Luisiana. Por lo tanto la estabilidad de Colombia es la prioridad de la política de seguridad estadounidense en Latinoamérica. De hecho, los estrategas estadounidenses han temido durante mucho tiempo que la inestabilidad en Colombia pudiera extenderse y desestabilizar a sus países vecinos (Bolivia, Ecuador, Perú y Venezuela), todos ellos proveedores de energía a EEUU. Esto fue lo que motivó el apoyo financiero estadounidense al “Plan Colombia”, un plan de seis años destinado a reforzar la estabilidad en este país. Desde que EEUU empezó a dar su apoyo al Plan Colombia con el presidente Bill Clinton en 2000, la ayuda estadounidense a Colombia ha alcanzado los 4.500 millones de dólares, de forma que se ha convertido en el principal receptor de ayuda financiera estadounidense de todo el mundo después de Israel y Egipto.

Mientras tanto, la vecina Venezuela es el cuarto proveedor de petróleo a EEUU, tras Arabia Saudí, México y Canadá. Venezuela vende alrededor del 60% de sus exportaciones de petróleo a EEUU, lo cual supone aproximadamente 1,5 millones de barriles al día. Algunos de los destinos más importantes de las ventas de la compañía petrolífera estatal de Venezuela son las refinerías de CITGO en EEUU, que utilizan el crudo pesado como materia prima. Puesto que existen pocas refinerías de este tipo en otras partes del mundo que permitan que las importaciones de crudo venezolano sean económicamente viables, Venezuela continúa siendo un proveedor formal de petróleo a EEUU, a pesar de las amenazas periódicas en sentido contrario.

África Occidental

A menudo se ha afirmado que África Occidental podría ser un sustituto para la dependencia cada vez mayor de EEUU de las exportaciones de petróleo de una zona tan inestable como Oriente Medio. Así, en su Informe Nacional sobre la Energía, el vicepresidente de EEUU, Dick Cheney, dijo que “África Occidental se perfila como una de las fuentes de petróleo y gas para el mercado estadounidense de más rápido crecimiento. El petróleo africano tiende a ser de gran calidad y bajo en sulfuro lo que lo hace idóneo para los rigurosos requisitos de los productos de refino y brinda una creciente cuota de mercado a los centros de refino de la costa este de EEUU”.

De hecho, los países de África Occidental (también conocidos como Comunidad Económica de Estados de África Occidental o ECOWAS, por sus siglas en inglés) suministran en la actualidad a EEUU aproximadamente el 18% de sus importaciones anuales de crudo. Se prevé que esta cifra se incremente hasta el 25% antes de 2015. La región tiene cerca de 40.000 millones de barriles de reservas de petróleo constatadas, es decir, alrededor del 3% del total mundial. Teniendo en cuenta las reservas no probadas, la cuota de África Occidental asciende a alrededor del 7% del total mundial. En su esfuerzo por promover una mayor diversidad en el suministro del petróleo, la Administración Bush se ha acercado a seis países africanos: Angola, Chad, Congo, Guinea Ecuatorial, Gabón y Nigeria.

Nigeria es, con gran diferencia, el mayor productor de petróleo de África, con alrededor de 2 millones de barriles de petróleo al día (aproximadamente lo mismo que Irak antes de la guerra) y es el quinto proveedor de petróleo a EEUU. Además, Nigeria cuenta con unos ingentes depósitos de gas natural. Sin embargo, hasta una cuarta parte de la producción diaria de Nigeria ha quedado paralizada en ocasiones debido a la inestabilidad existente en el Delta del Níger, que es una zona rica en petróleo. Por otro lado, Nigeria tiene conflictos fronterizos con varios países por el control de territorios potencialmente ricos en petróleo. Dichos conflictos amenazan la explotación petrolífera tanto en tierra como en el mar. Y puesto que Nigeria es miembro de la OPEP, sus exportaciones de crudo también están limitadas por las restricciones impuestas por la política de esta organización.

Asimismo, Nigeria es un país inestable desde el punto de vista político y está al borde del desastre. Con una población muy diversa de alrededor de 130 millones de personas (unas 250 etnias en conjunto), Nigeria se enfrenta a la perspectiva del descontento en su seno antes de las elecciones presidenciales de 2007. Conforme a lo dispuesto en la Constitución, el presidente Olusegun Obasanjo no puede presentarse a las elecciones por tercera vez y la futura sucesión en el Gobierno sigue siendo una incógnita.

Los problemas de Nigeria se ven agravados por la corrupción. Durante los últimos veinticinco años, Nigeria ha obtenido más de 300.000 millones de dólares en ingresos procedentes del petróleo, pero la renta per cápita anual se vio reducida de 1.000 dólares a 390. Según el Índice de Desarrollo Humano de la ONU, Nigeria tiene uno de los niveles de vida más bajos, por debajo de Haití y Bangladesh. Según el Banco Mundial, alrededor del 80% de la riqueza del petróleo de este país beneficia a tan solo el 1% de la población.

Así, los problemas de Nigeria son tan graves (muchos analistas la consideran el mayor Estado fallido del mundo) que pueden llegar a afectar a EEUU. De hecho, una intervención estadounidense sigue siendo una clara posibilidad. En 2002, la Casa Blanca declaró que el petróleo de África es “un interés nacional estratégico”, lo cual significa que EEUU utilizaría la fuerza militar para protegerlo, si fuera necesario.

La inestabilidad en toda África Occidental limita el papel que puede desempeñar la región en la mejora de la seguridad energética de EEUU. En julio de 2005, el Center for Strategic and International Studies (CSIS, con sede en Washington) publicó un informe titulado A Strategic US Approach to Governance and Security in the Gulf of Guinea. Dado el creciente interés de EEUU en el sector energético de la región, el informe recomendaba que “EEUU debe convertir la seguridad y el gobierno en el Golfo de Guinea en una prioridad explícita de su política exterior con respecto a África y establecer una política sólida y completa para la zona”.

En este contexto, el Pentágono ha comenzado a incrementar su presencia militar en la región. En 2005, EEUU lanzó la Iniciativa Trans-Sahariana Anti Terrorista (TSCTI, por sus siglas en inglés) con nueve países africanos, con el objetivo de introducir un enfoque más amplio con respecto a la seguridad regional mediante la formación y el equipamiento de las fuerzas militares nacionales. El Pentágono también ha estudiado la posibilidad de establecer bases militares en algunos países africanos, entre los que se incluyen Ghana, Kenia, Malí y Senegal, países en los que el acceso a los puertos y aeropuertos tiene una importancia estratégica cada vez mayor.

¿Independencia energética o seguridad energética?

En su Discurso del Estado de la Unión de enero de 2006, el presidente Bush anunció una Iniciativa de Energía Avanzada, que proyecta el gasto en tecnologías con el fin de “poner fin” a la adicción de EEUU al petróleo. Continuó indicando que EEUU debería “dejar atrás su economía basada en el petróleo”. Puesto que el petróleo se importa a menudo de zonas inestables del mundo, Bush también fijó el objetivo de sustituir más del 75% de sus importaciones de petróleo de Oriente Medio antes de 2025. (Por el contrario, durante la campaña presidencial de 2000, cuando el elevado precio de la gasolina ya era una cuestión política, Bush se decantó por presionar a los productores del Golfo Pérsico para que extrajeran más petróleo).

En agosto de 2005, Bush aprobó el primer Plan Nacional de la Energía después de más de una década. El plan fue concebido para fomentar la eficiencia y el ahorro energéticos, promover las fuentes de energía renovable y alternativa, reducir la dependencia estadounidense de las fuentes de energía extranjeras, incrementar la producción nacional, modernizar la red eléctrica y fomentar la expansión de la energía nuclear.

Sin embargo, los observadores políticos no han tardado en señalar que en 1971 el presidente Nixon elaboró el “Proyecto Independencia” concebido con el fin de que EEUU fuera autosuficiente en materia energética antes de 1980. Asimismo, en 1979 el presidente Carter afirmó que la nación “nunca volvería a utilizar más petróleo extranjero que el utilizado en 1977”. Además, durante la mayor parte de su presidencia, la prioridad energética de Bush ha sido incrementar la producción nacional de gas y petróleo, pero en la actualidad EEUU depende del petróleo extranjero más que nunca.

De hecho, entre 1990 y 2005, las importaciones estadounidenses de petróleo aumentaron en seis millones de barriles al día, por encima del consumo de petróleo de todos los demás países del mundo, excepto China, e igual al total de la demanda china. El sector estadounidense de los transportes por sí solo supone casi el 70% del consumo estadounidense de petróleo. Los automóviles utilizan alrededor de nueve millones de barriles de los 20 millones que consume EEUU cada día. Los camiones, la maquinaria pesada y algunas centrales eléctricas consumen el resto. En conjunto, se prevé que los estadounidenses gasten más de 600.000 millones de dólares en compras relacionadas con el petróleo durante 2006. Además, la Agencia de Información sobre la Energía prevé que en 2030 EEUU consumirá un 36% más de petróleo para el transporte que en la actualidad, ya que habrá más coches que recorrerán mayores distancias.

Por otro lado, muchos analistas indican que aunque la autosuficiencia en materia energética es un objetivo loable, no puede aislar a EEUU de lo que ocurra en otros países. Por ejemplo, incluso en el caso de que EEUU consiguiera superar su dependencia energética de Oriente Medio, otros países seguirían dependiendo del petróleo del Golfo Pérsico y, por lo tanto, tendrían que estar pendientes de las preocupaciones de los gobiernos de la región. Esta dependencia de Oriente Medio por parte de los países consumidores provoca una vulnerabilidad política para EEUU, en el sentido de que a Washington le podría resultar más difícil persuadir a las naciones consumidoras de que cooperen en iniciativas políticas a las que se opongan los productores de petróleo de Oriente Medio, como la promoción de la democracia o las sanciones a Irán.

Otros analistas señalan que, puesto que el petróleo se negocia en un mercado mundial, incluso en el caso de que EEUU dejara de depender totalmente del petróleo de Oriente Medio, ello no tendría ningún efecto práctico, ya que el precio del petróleo viene determinado por la oferta y la demanda mundiales y no por las compras de un país a otro. Por consiguiente, EEUU seguirá siendo vulnerable desde el punto de vista económico con independencia de la cantidad de petróleo procedente de Oriente Medio que consuma.
Algunos economistas afirman que la única solución para el problema energético de EEUU es un cambio drástico en el comportamiento de los consumidores estadounidenses. Por ejemplo, la Oficina de Presupuestos del Congreso, que tiene carácter independiente, calculó en 2004 que un impuesto sobre la gasolina de 46 centavos el galón (equivalente a 4 litros), frente al impuesto federal actual de 18 centavos, reduciría el consumo de gasolina en un 10% durante los próximos 14 años. Sin embargo, Bush se opuso a cualquier intento de fijar un impuesto sobre la gasolina más elevado, ya que dicha medida sigue siendo políticamente impopular.

En todo caso, los beneficios del Plan Energético Nacional de Bush de poner fin a la “adicción de EEUU al petróleo”, como los derivados del aumento de fondos destinados a la investigación energética federal en tecnologías que puedan reducir el consumo de petróleo, solamente se verán optimizados a largo plazo, posiblemente a 20 o más años vista. Mientras tanto, el problema más inminente al que ha de hacer frente la Casa Blanca es el hecho de que un enfrentamiento con Irán por su programa nuclear podría disparar el precio del petróleo.

Por lo tanto, la seguridad energética sigue prevaleciendo sobre la independencia energética en la política exterior estadounidense, lo cual supone que la relación energética más importante del mundo en el futuro será la misma que realmente ha importado durante más de medio siglo: la relación entre EEUU y Arabia Saudí. Sin embargo, conforme se van agotando los recursos de los países de la OPEP y la producción saudí se incrementa notablemente, Arabia Saudí será cada vez más vulnerable a los terroristas radicales islámicos, que consideran al petróleo como el talón de Aquiles de Occidente.

En consecuencia, los saudíes comprenden en la actualidad lo que el rey Abdulaziz y el presidente Roosevelt compartían ya en 1945: EEUU es el único país del mundo capaz de proteger el petróleo saudí. Esto implica que EEUU mantendrá una fuerte presencia militar en Oriente Medio durante muchas décadas. Las circunstancias cambian, pero todo sigue igual.

Conclusión

La premisa que subyace a la política energética estadounidense es que el acceso a unas fuentes de energía seguras, fiables y baratas es un factor fundamental para la seguridad económica nacional. Sin embargo, la mayor parte del petróleo mundial está concentrada en lugares que resultan hostiles a los intereses estadounidenses o vulnerables a las convulsiones políticas o al terrorismo. Así, de Irán a Irak y de China a Rusia, el petróleo sigue siendo la base de muchos de los retos más inmediatos de la política exterior de EEUU, lo cual implica que hasta que este país supere su economía basada en el petróleo, la seguridad de este producto continuará siendo uno de los elementos determinantes de la política exterior y militar estadounidense.

LA DIPLOMACIA CULTURAL AMERICANA: UNA APUESTA POR EL RECURSO AL PODER BLANDO


Teresa La Porte

Las causas del antiamericanismo actual

La influencia de la opinión pública en la política internacional ha sido un fenómeno creciente desde el final de la Guerra Fría. La actitud del electorado ante los conflictos y problemas mundiales se ha convertido en un elemento relevante en la toma de decisiones: los gobiernos democráticos necesitan justificar su política exterior, no sólo a sus nacionales, sino también a los públicos extranjeros. En ese contexto, como ha sido subrayado por Nye y otros académicos, es relevante la imagen con que una nación o un líder político sea percibido en el exterior y la capacidad de persuasión que un Estado tenga para convencer de la bondad de sus objetivos.

La emergencia del integrismo islámico como amenaza para la seguridad refuerza el interés de los gobiernos por influir y ganar la opinión pública internacional. Los grupos radicales obtienen más adeptos y respaldo popular en la medida en que la imagen de Occidente sea más negativa. Con esa fuerza bloquean también la posible reacción de gobiernos islámicos más moderados.

Esta es una de las principales dificultades que tiene planteada la diplomacia pública americana en la actualidad: su imagen exterior es negativa y este hecho no sólo dificulta el desarrollo de su política exterior, sino que constituye un riesgo de primer orden para su seguridad nacional.

El último estudio publicado en junio de 2006 por el Pew Research Center sobre la actitud global hacia EEUU afirma que ésta ha empeorado incluso entre aliados tan cercanos como Japón. Esa reacción se está produciendo en todo el mundo, pero especialmente en Oriente Medio y en Europa.

Cuando el estudio pregunta sobre los peligros para la paz mundial, incluso los británicos responden que consideran más peligrosa la presencia de EEUU en Irak que las amenazas de Irán o Corea del Norte. En España, el 56% de la población afirma que la presencia de las tropas americanas en Irak es el principal peligro para la estabilidad en Oriente Medio, y solamente el 38% considera que lo es el actual Gobierno iraní.

Es evidente que el respaldo expresado de forma unánime a la Administración de Bush tras los atentados del 2001 se ha trocado en abierta condena. El cambio comienza a percibirse tras el discurso sobre el Estado de la Nación pronunciado por el Presidente Bush en enero de 2002, momento en que hace pública su nueva política de seguridad tras los atentados del 11 de septiembre: la “guerra contra el terrorismo”. Sin embargo, esa oposición internacional no se expresa de forma contundente hasta las polémicas sesiones en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas sobre la intervención en Irak. Después, la guerra en sí, la inestabilidad del país en los años posteriores, los abusos de Abu Graib, la dudosa legitimidad de Guantánamo, la existencia de las cárceles secretas en Europa o su abierto respaldo a Israel han consolidado una visión negativa de EEUU y han resucitado los viejos prejuicios que caracterizan al antiamericanismo de siempre.

Esa oposición se manifiesta ante decisiones concretas, pero está también alimentada por prejuicios culturales e históricos, que permanecen latentes hasta que surge una situación crítica.

En el caso de Europa, de forma general, se puede afirmar que el antiamericanismo está relacionado con la pérdida del liderazgo internacional y con el deseo de compartir un cierto protagonismo. Por otra parte, según afirma Kagan, la devastación de las dos guerras mundiales y la división del continente durante la Guerra Fría han provocado que Europa tenga una percepción diferente de lo que constituye una amenaza para la paz y explica también que prefiera aplicar instrumentos políticos para resolver los conflictos en lugar de acudir al uso de la fuerza. En relación con los valores culturales, hay que admitir que la diferencia es mínima. Europa comparte la mayor parte de los valores característicos de la cultura americana y defiende los mismos principios y libertades. Sin embargo, el antiamericanismo se manifiesta en el rechazo de prácticas que se consideran incompatibles con un régimen de libertad, como la pena de muerte, la libertad del comercio de armas, la debilidad de la agenda social en los asuntos públicos o la libre competencia en el mercado internacional. En los últimos años, a la relación anterior se añade la presencia de valores religiosos en la argumentación política y en los discursos públicos. Este “antiamericanismo” prevalece en la izquierda laicista europea y se torna más radical cuando la Administración americana es republicana.

En relación con Oriente Medio, la influencia cultural americana pone en riesgo su propio sistema de valores. Como los propios líderes religiosos han denunciado en múltiples ocasiones, los contenidos de los productos de entretenimiento atentan contra sus valores y difunden ideas paganas que dañan y ofenden sus creencias religiosas. El dominio cultural americano y sus modos de vida, modernos y secularistas, amenazan sus tradiciones más arraigadas. Sin embargo, el choque cultural no lo explica todo. Para los sectores más liberales del mundo islámico, la falta de entendimiento básico entre Occidente y el islam sólo es cultural en el caso de Occidente, que rechaza esas sociedades por considerarlas poco instruidas. Los prejuicios del mundo islámico hacia EEUU son principalmente políticos y se deben al apoyo que los americanos prestan a Israel.

A pesar de este estado de opinión, la Administración republicana confía en que América todavía puede ser vista como el país de las oportunidades, donde la diversidad y tolerancia son los pilares que sustentan la sociedad. Y esa es la imagen que pretende difundir con las estrategias de la diplomacia cultural.

Diplomacia pública y diplomacia cultural

La diplomacia cultural es el intercambio de ideas, información, arte y otros aspectos de la cultura entre las naciones y sus ciudadanos para fomentar una comprensión mutua. Se fundamenta en el convencimiento de que son las manifestaciones culturales las que mejor representan una nación. Esta actividad se encuadra dentro de las acciones diplomáticas a largo plazo, porque el éxito depende de la capacidad de escuchar a otros, del reconocimiento del valor de otras culturas, de mostrar un deseo sincero de aprender y de aplicar programas que realmente faciliten la comunicación equitativa en ambas direcciones.

No debe confundirse con otras acciones de la diplomacia pública que tienen una orientación mucho más pragmática y buscan obtener resultados evaluables e inmediatos. La diplomacia cultural entiende la comunicación como un ritual más que como la “transmisión de información”: procura la construcción de relaciones estables y duraderas más que recurrir a la persuasión sobre asuntos puntuales. En relación con el antiamericanismo, la diplomacia cultural se dirigiría a neutralizar los prejuicios de carácter cultural o histórico, prescindiendo del clima de opinión que generan las políticas específicas.

En este sentido, la diplomacia cultural plantea dos retos a la Administración americana actual: tener la paciencia de no forzar su ritmo y no dejar por ello de invertir los fondos y recursos humanos necesarios para garantizar su eficacia. Los análisis políticos elaborados para asesorar al Departamento de Estado aconsejan respetar esa naturaleza.

El informe del Advisory Group on Public Diplomacy for the Arab & Muslim World de 2003 confirmaba una inquietud que, de una u otra forma, estaba presente en la Administración americana desde el año 2002. “We have failed to listen and failed to persuade”: “no hemos sabido escuchar y no hemos sabido persuadir”. “No hemos dedicado el tiempo necesario para entender a la audiencia”, continúa explicando, “y no nos hemos preocupado por ayudarles a entendernos”.

Esta conclusión resume la idea que provoca el cambio en la orientación de la diplomacia pública americana. De acuerdo con su tradición política, la Administración republicana entiende que la opinión pública no debe modificar la esencia de la política: sólo puede asesorar sobre la mejor forma de transmitirla. La diplomacia, por tanto, debe dirigir su esfuerzo a procurar un cambio de imagen a través de una comunicación más efectiva de los intereses y valores del pueblo americano (Advisory Commission on Public Diplomacy, 2004).

Desde el año 2002 hasta la actualidad se han seguido diversos proyectos en el desarrollo de la diplomacia. La estrategia actual se denomina transformational diplomacy y ha sido diseñada por la actual secretaria de Estado, Condoleezza Rice, y llevada a la práctica por la subsecretaria de Diplomacia Pública, Karen Hughes. La propuesta de Rice pretende una transformación profunda de las actitudes hacia los principios políticos que defiende EEUU. Equilibra esa intención, que podría parecer excesivamente pretenciosa, con un deseo de mayor colaboración con los ciudadanos de cada país: se trata de “trabajar con otros socios alrededor del mundo para construir y mantener Estados democráticos bien gobernados que respondan a las necesidades de su gente y actúen con responsabilidad en el marco internacional” (18/I/2006).

La colaboración específica de la diplomacia cultural en ese proyecto, según considera el Comité Asesor en Diplomacia Cultural (ACCD), incluiría los siguientes aspectos:

1. Crear un clima de confianza, favoreciendo que las poblaciones extranjeras concedan, al menos, el “beneficio de la duda” a las políticas americanas.

2. Mostrar los valores característicos de la cultura americana y el interés por los valores de otras culturas, para contrarrestar la visión de cultura superficial, violenta y laicista.

3. Convencer de la coincidencia en valores e intereses y crear plataformas de acción conjunta, que impulsen una agenda positiva de cooperación.

4. Establecer ámbitos de acción común en terrenos neutros, como son todos los que facilita la cultura.

5. Desarrollar en el cuerpo diplomático americano una sensibilidad ante los asuntos culturales, y capacidad para hablar diferentes lenguas y atraer a diferentes públicos.

La diplomacia cultural de EEUU

El objetivo es cambiar la imagen superficial con que se identifica la cultura americana y suavizar la agresividad con que penetra en algunos ambientes. Las propuestas son variadas y requieren otras medidas complementarias que presuponen la reforma de la diplomacia pública en su conjunto.

1. La primera propuesta es que la acción cultural contemple los dos sentidos (“two way flow”): es decir, que se ponga el mismo interés en exportar la cultura americana que en conocer las manifestaciones culturales de otros países. La dificultad principal procede del choque de intereses con la política de seguridad. Las autoridades de inmigración han impuesto una estricta política de visados que impide que ese intercambio se desarrolle con fluidez, especialmente con países que implican un riesgo, como son los de Oriente Medio. Para los objetivos de la diplomacia cultural, son precisamente esas naciones las que tienen un interés prioritario.

2. Es necesario mejorar la formación del cuerpo diplomático, destacando aspectos como: el conocimiento sólido del área cultural en que trabajan, el desarrollo de actitudes de apertura y acercamiento hacia los ciudadanos extranjeros, el seguimiento de la evolución de la opinión pública y el dominio de los nuevos medios para dialogar con sus audiencias.

3. Otra propuesta concreta es ayudar con la experiencia y con el soporte económico a preservar otras culturas. Ha calado la crítica por la pasividad con que las tropas americanas reaccionaron ante el pillaje del Museo Nacional y la Biblioteca Nacional de Bagdad y acaba de crearse la figura del Ambassador’s Fund for Cultural Preservation que es una ayuda que gestiona cada embajada para conservar el patrimonio cultural de las naciones que lo soliciten.

4. En cuanto a la difusión de la cultura americana, no parece haber mucha novedad en las propuestas con respecto a las acciones que ya se desarrollaban durante la Guerra Fría. Además de continuar con la enseñanza del inglés, se proponen reabrir librerías y centros culturales (“American corners”), impulsar programas de intercambio cultural y elevar el presupuesto destinado a actividades culturales de las embajadas. Estos centros culturales aspiran a convertirse en lugares en los que se desarrolle una investigación independiente, un intercambio libre de ideas y encuentros entre gente relevante del país.

5. También se ha involucrado al sector privado en este proceso de reflexión, especialmente procedentes de la industria cinematográfica. De ellos surgía la idea de hacer una presentación más realista de los valores de la sociedad estadounidense que incluya sus éxitos, pero también sus dificultades o fracasos. El guionista y productor John Romano, por ejemplo, proponía evitar la exportación de series como Baywatch (“Los vigilantes de la playa”) y exportar en cambio producciones como The Practice, donde se ponen de manifiesto los errores y las dudas de la cultura americana en el ejercicio de la abogacía y en la interpretación de la ley.

6. Se contemplan también otras acciones especialmente controvertidas: aquellas actividades dirigidas a conseguir un cambio de mentalidad utilizando fuerzas políticas y sociales autóctonas. Se trata de las acciones encaminadas a apoyar las voces más moderadas de la sociedad, que habitualmente se encuentran en ONG de cierta entidad y prestigio o en los terceros partidos políticos. En este sentido, la diplomacia cultural debería actuar sólo en la medida en que los principios que difundan puedan considerarse como propios de la “cultura política”: libertad de expresión, igualdad, participación y solidaridad.

7. Por último, se propone utilizar como cauces de difusión a medios de comunicación, como Al-Hurra o Radio SAWA.

El debate interno y las críticas

La primera materia de debate es la finalidad de la diplomacia pública actual. Según demuestran los datos de las encuestas, no se trata tanto de mejorar la imagen de EEUU como de modificar sus políticas. En el fondo, la cuestión que se plantea es la relación entre el poder blando y el poder duro: ¿cuál es la finalidad de cada uno de ellos?, ¿hasta qué punto puede el primero aderezar los efectos del segundo?

En segundo lugar, se denuncia la falta de credibilidad. Los detractores de la actual orientación diplomática denuncian la incoherencia entre ideas y política que la actual Administración presenta. Cuanto más se insista en los principios que hipotéticamente la sustentan las acciones más se deteriorará la imagen porque se pondrá en evidencia la contradicción.

Una tercera crítica se plantea dentro del propio Gobierno. Los diplomáticos más tradicionales no comparten el interés por este tipo de acciones y consideran que tienen un efecto marginal en la política exterior: la diplomacia tiene que ver con contactos a alto nivel de tipo político o económico, no con actividades culturales. En este caso, la cuestión de fondo es la eficacia del poder blando cuando pretende sustituir al ejercicio de poder más impositivo.

En relación también con la eficacia, se cuestiona la posibilidad de que la comunicación intercultural pueda modificar las percepciones sociales: ¿hasta qué punto un concierto de jazz puede conseguir la aceptación del intervencionismo militar? Por otra parte, la experiencia que está recogiendo Karen Hughes en sus viajes es que es compatible defender los ideales democráticos con los americanos y condenar sus políticas.

Parece también muy insuficiente la definición de “cultura americana”. La mayoría de los informes se limitan a citar los nombres de músicos, actores o literatos relevantes, reduciendo la tradición cultural al ámbito del entretenimiento.

Por último, están siendo muy debatidos los canales de difusión de esos valores culturales: se sugiere optar por vías alternativas al cine o al entretenimiento y una evolución con respecto a los empleados en la Guerra Fría.

Algunas lecciones para la diplomacia cultural española

La diplomacia cultural española tiene su propia experiencia, desarrollada principalmente a través de las actividades del Instituto Cervantes. La última acción con un impacto significativo ha sido la celebración precisamente del quinto centenario de la publicación de Don Quijote, que ha llevado al ilustre personaje de Cervantes por todo el planeta. Sin embargo, el nuevo contexto internacional va a requerir revisar y adaptar esas estrategias: algunas, como la reciente apertura de una sede del Instituto en China, demuestran que hay capacidad de reacción para tener presencia en los nuevos mercados.

Otra oportunidad que España debe aprovechar es el interés por aprender nuestro idioma –de los mayores en número de hablantes–, compartiendo su enseñanza con otros países latinoamericanos pero sin perder el protagonismo que nos corresponde. Es importante también considerar que el español empieza a ser necesario para las relaciones comerciales y que la demanda para aprenderlo procede de públicos con capacidad de decisión económica.

Aunque EEUU tenga su propia problemática y tradición, España comparte el interés por fortalecer el intercambio cultural con los países árabes, en este caso del Magreb. Hay iniciativas de carácter académico o de cooperación, pero también espacio para otras muchas y la experiencia americana –especialmente los fracasos– pueden ser muy instructivos en este ámbito.

Por último, es interesante el esfuerzo por definir el contenido de esa diplomacia cultural: qué es lo que caracteriza nuestra nación, qué es lo común por encima de la variedad. El Estado seguirá dirigiendo la acción exterior durante tiempo, por mucho que los gobiernos autonómicos vayan adquiriendo más protagonismo. La identidad descrita en el proyecto “Marca España”, aunque no dejó de ser un intento interesante, es muy mejorable.

Conclusiones

Cualquier iniciativa que fomente el intercambio cultural es positiva. EEUU, como cualquier otra nación, tiene derecho a darse a conocer y a explicar los valores y principios que motivan su acción internacional. Su carácter de potencia internacional le exige, en cierta medida, un especial esfuerzo de transparencia.

Sin embargo, las medidas propuestas carecerán de eficacia si no están respaldadas por hechos que demuestren la autenticidad de sus propósitos: por ejemplo, si ese deseo de escuchar y de procurar un diálogo equitativo no contempla la modificación de sus políticas. La persuasión es probablemente inoperante sin la credibilidad. El poder blando debe comenzar por persuadir a quien decide en el poder duro.

EL VOTO HISPANO EN LA PRECAMPAÑA ELECTORAL NORTEAMERICANA 2007-2008


Juan Romero de Terreros

El mundo de las comunidades hispanas en Norteamérica es un complejo planeta en el que no solo conviven personas originarias de una veintena de países con marcadas diferencias étnicas, políticas, culturales, económicas y sociales, sino que además se encuentra condicionado por el respectivo momento histórico en que cada una de esas comunidades llegó a EEUU y por las razones que motivaron su inmigración. Hay comunidades que se remontan a la presencia española y mexicana en Norteamérica y hay otras que acaban de llegar, muchas veces de modo clandestino, en los últimos meses. Los hay que vinieron por razones políticas (mexicanos en los años 20 y 30, cubanos después de la revolución castrista y centroamericanos tras el largo conflicto de su región) y otros que vinieron por motivos económicos en busca de trabajo y una mejor educación para sus hijos. Dentro del mismo país de origen, como es el caso de Cuba, conviven razas diversas y distintos niveles económicos y motivaciones políticas. Todos estos factores inciden en este complejo mundo que, además, está fuertemente condicionado por la evolución de su integración económica, social y política.

Los datos más recientes del censo señalan que en julio de 2007 existían 45,5 millones de hispanos registrados en EEUU, lo que significó un aumento de 1,4 millones respecto a 2006. El estado donde la población latina experimentó un mayor crecimiento fue Carolina del Sur, con un aumento del 8,7%, seguido de Tennessee (8,1%), Carolina del Norte (7,8%), Georgia (7,1%), Alabama, Mississippi y Kentucky (7%), Arkansas (6,8%) y Luisiana (6,5%). No se cuentan los 3,5 millones de puertorriqueños de la isla boricua, ni la decena de indocumentados no censados. La cifra real de hispanos en EEUU debe rondar los 60 millones de personas en estos momentos. Aunque con un crecimiento menor, California continúa siendo el estado donde viven más hispanos, unos 13,2 millones de personas, seguido de Tejas con una población de 8,6 millones de latinos. Para mediados de siglo se da por descontado que el 30% de la población norteamericana será de origen latino.

La relevancia electoral de los hispanos

En las últimas décadas, la tendencia de la participación electoral de las comunidades hispanas ha ido creciendo. En 1980 votaron 2,5 millones de latinos; en 1996, 4,9 millones; en el año 2000, 5,9 millones; y en 2004, 7,8 millones de votantes, año en el que más de 10 millones de hispanos se habían registrado como electores. En las elecciones de 2008 van a poder votar teóricamente unos 18 millones de latinos, aunque probablemente lo hagan unos 10 millones.

El crecimiento demográfico latino no se ha traducido en un aumento equivalente de su participación electoral. Esta desconexión se explica por varios factores. Únicamente suelen votar en EEUU las personas de mayor nivel social y económico, los de más alto nivel intelectual y profesional, y las personas de edad media, categorías en las que los hispanos están infrarrepresentados. Además, la proporción de hispanos no ciudadanos norteamericanos es de las más altas entre todas las comunidades de origen externo. Asimismo, la alta concentración de hispanos en estados grandes y poderosos hace que los partidos tradicionales no hagan especiales esfuerzos de captación de su voto, porque la alta proporción de hispanos que no votan en esos estados hizo poco rentable ese esfuerzo hasta ahora.

Hasta las últimas elecciones presidenciales y las pasadas legislativas, estos eran los argumentos que se daban para explicar que el voto hispano no se correspondiera con la importancia demográfica latina en el país. La oficina del censo informó en el año 2005 que en las elecciones presidenciales de 2004 solo votó el 47% de los hispanos electores, comparado con el 60% de los afroamericanos y el 67% de los blancos no hispanos. Está claro que esta situación ha sufrido un cambio radical en los últimos cuatro años y que lo que era una constante histórica en el electorado hispano, su alta abstención electoral, puede cambiar radicalmente en las próximas elecciones, porque las comunidades hispanas han evolucionado rapidísimamente en ese mismo período de tiempo.

Existen factores propios de las comunidades hispanas que contribuirán a acelerar el incremento de la participación de los hispanos en los procesos electorales. Entre ellos pueden destacarse: el aumento de la edad de los hispanos; la mejora de sus niveles de empleo-renta y nivel educativo; la continuidad del crecimiento constante de nacimientos en esas comunidades; y el aumento paulatino de los naturalizados, especialmente en los últimos tres años. Las proyecciones más optimistas prevén unos 14 millones de hispanos inscritos y 10 millones de votantes efectivos en 2009.

Preferencias políticas

En las elecciones presidenciales, el voto latino ha sido tradicional y mayoritariamente en apoyo a los candidatos del Partido Demócrata. En 1988, Dukakis obtuvo el 65% del voto hispano, mientras que George Bush conseguía el 34%. En su primera presidencia, Clinton mantuvo el mismo nivel de voto hispano favorable al Partido Demócrata, mientras que el presidente saliente solo obtenía el 23% y perdía las elecciones. En el segundo mandato de Clinton, un 70% de hispanos apoyó su reelección, mientras que Dole tuvo el apoyo latino más bajo de la historia: el 22%. Algo cambió en las siguientes elecciones presidenciales, en las que Gore obtuvo el 62% del apoyo electoral hispano, mientras que George W. Bush superaba con un 35% de votos latinos el porcentaje que había obtenido su padre en 1988. En las siguientes elecciones, Kerry obtuvo el peor resultado en la historia del apoyo latino a los Demócratas, consiguiendo tan solo el 56% de los votos hispanos, mientras que George W. Bush obtuvo el récord de apoyo hispano a un candidato Republicano, con el 44% de sus sufragios. En las dos últimas elecciones, puede decirse que fue el voto hispano el que marcó la diferencia y permitió el triunfo del candidato a la presidencia del Partido Republicano, especialmente en 2004.

Conviene, sin embargo, señalar ciertos matices. El apoyo hispano a los partidos varía según las generaciones. Los hispanos de primera generación, más desligados de los debates políticos nacionales, generalmente apoyan en un porcentaje muy alto, casi del 32%, a candidatos independientes. La segunda y, sobre todo, la tercera generación de hispanos se identifican más claramente con los partidos y reducen su apoyo a los candidatos independientes hasta solo el 24,4% de sus votos.

En segundo lugar, la radicación geográfica de los electores hispanos también tiene relevancia para explicar sus preferencias electorales. Los latinos de Nueva York, California e Illinois suelen votar claramente a candidatos Demócratas. Los de Florida y Tejas suelen votar en una proporción muy alta a candidatos Republicanos. Un alto número de latinos indecisos en Illinois, Nuevo México, Colorado y Arizona suelen bascular su preferencia electoral entre uno y otro partido, o simplemente no votan.

El origen de cada comunidad hispana también predice en gran medida su voto. Generalmente, los puertorriqueños y mexicanos votan Demócrata, los cubanos votan Republicano y los puertorriqueños encabezan, junto con los mexicanos, la lista de los que respaldan a los candidatos independientes.

El voto hispano está, además, condicionado por lo que se ha denominado “alta ambivalencia ideológica”. Suelen los latinos apoyar a los Republicanos en temas éticos como la oración en las escuelas, el orden público, el régimen jurídico familiar, el rechazo al aborto, los derechos de los homosexuales, etc. Son, en cambio, partidarios del Partido Demócrata en cuestiones como la pena de muerte, la educación, la sanidad, la creación de empleo, la protección a la infancia y la asistencia a los inmigrantes indocumentados.

A pesar de estos matices, hay una serie de cuestiones en las que todos los hispanos están de acuerdo, cualquiera que sea su origen y ubicación geográfica, como, en muy destacado lugar, el derecho a la educación, y, más alejados, el empleo, la situación económica, las relaciones interraciales y la lucha contra la discriminación.

Otro rasgo característico del voto hispano tal como se ha manifestado hasta la fecha es su alta volatilidad, como prueba el caso de las elecciones de 2000 y 2004, en las que el incremento del apoyo al candidato Republicano entre el electorado latino, atraído seguramente por su promesa de ocuparse del tema migratorio y su vinculación familiar con estados de alta presencia hispana como Tejas y Florida, marcó la diferencia y permitió el triunfo de George W. Bush.

La actitud electoral hispana en la presente precampaña presidencial

A partir del año 2005, se ha producido una recuperación del interés de este electorado por el Partido Demócrata, siguiendo en esto la tendencia general del país. Se registra en estos años, por causa de las víctimas hispanas de la guerra de Irak, un mayor interés por la política exterior. Hay que señalar, además, que la crisis económica ha incidido sobre todo en los trabajadores latinos, que son el sector social donde el paro ha aumentado en mayor grado, con el inevitable empeoramiento financiero de estas comunidades para asumir sus deudas, en particular sus hipotecas. A ello se añade la paralización de la reforma migratoria federal por el poder legislativo, lo que ha dado como resultado una política migratoria casi inexistente si no es para reforzar su lado represivo. En el nivel estatal, ha aumentado el grado de acoso policial contra quienes cruzan la frontera sin permiso de las autoridades, y han proliferado en los estados fronterizos del suroeste bandas armadas como los Minutemen, los American Freedom Riders y los You Don’t Speak for Me, que han hecho de los inmigrantes hispanos el principal objetivo de sus acciones.

Según un estudio-encuesta de Paul Taylor y Richard Fry para el Pew Hispanic Center (PHC) publicado a finales de 2007, el 57% de los posibles votantes registrados hispanos se identifica como Demócrata, mientras que el 23% se declara partidario del Partido Republicano. Existe, por lo tanto, ahora mismo una diferencia de 34 puntos favorable al Partido Demócrata. En julio de 2006, la diferencia era del 21% mientras que habría que remontarse a 1999 para encontrar una diferencia similar a la actual.

Por lo que se refiere a las próximas elecciones presidenciales, se parte por lo tanto de una clara preferencia de los hispanos por el candidato del Partido Demócrata. Los votos hispanos, con todas las peculiaridades ya señaladas, son extraordinariamente importantes en una serie de estados donde su sufragio, de hecho cambiante y menos compacto que el de los afroamericanos, puede o no apoyar al candidato presidencial del Partido Demócrata.

En las elecciones de 2004, por ejemplo, el presidente Bush obtuvo el apoyo latino en cuatro estados clave: Nuevo México, con un electorado en el que los hispanos representaban el 37%; Florida, con el 14% de hispanos entre sus electores; y Nevada y Colorado, con el 12% cada uno. Estos cuatro estados van a seguir siendo claves en las elecciones de noviembre de 2008, donde el anterior apoyo al candidato Republicano puede oscilar y convertirse en apoyo al candidato Demócrata. Según el estudio del PHC, los hispanos favorecen la candidatura Demócrata por las siguientes consideraciones:

El 44% de votantes latinos considera que el Partido Demócrata es el que más se preocupa por las comunidades hispanas; el 8%, en cambio, considera que quien más se ocupa de los latinos es el Partido Republicano; pero un 45% considera que ni a uno ni a otro Partido le importan esas comunidades.


El 41% de los votantes hispanos consideran que son los Demócratas los que mejor pueden afrontar el problema de la inmigración de los indocumentados. Para el 14%, sin embargo, son los Republicanos los que mejor pueden hacerlo, mientras que un 26% considera que ni uno ni otro partido va a resolverlo. El 12% confiesa no saber cuál de ambas formaciones podría hacerlo.
Los temas que realmente importan a los latinos siguen siendo los ya mencionados, y por este orden: educación, salud, situación económica y criminalidad, e inmigración. Este último solía ser un problema en mayor grado para los millones de inmigrantes indocumentados que para aquellos que ya habían obtenido la naturalización, pero ahora se ha convertido en una de las prioridades para todas las comunidades hispanas, especialmente sus miembros más jóvenes. El 79% de los hispanos le otorgan gran importancia.

El 41% de los latinos considera que las políticas de la Administración Bush han sido perjudiciales para ellos, mientras que el 16% considera que han sido positivas y un 33% dice que la política de Bush no ha tenido especial incidencia sobre los hispanos.

El estudio también recoge la gran preferencia de los electores hispanos por la candidatura de Hillary Clinton, que contó con el 59% del electorado latino a su favor, frente al 15% de hispanos que apoyaban a Barack Obama a finales de 2007. Por lo que se refiere al candidato Republicano, aún no decidido en la fecha del estudio del PHC, McCain contaba tan solo con el 10% del apoyo hispano, mientras que el ex alcalde de Nueva York, Rudy Giuliani, obtenía el 35% de las preferencias latinas y el antiguo senador por Tennessee, Fred Thompson, conseguía el 13%.

Las próximas elecciones estarán fuertemente condicionadas por el número de hispanos que efectivamente se registren para votar –en principio podrían hacerlo 18,2 millones de hispanos– y por el modo en que los dos candidatos ya designados por ambos partidos superen los escasos porcentajes iniciales de apoyo latino que tenían al comienzo de la precampaña. Los estados clave, bien por la alta densidad de población hispana, bien porque en ellos puede cambiar fácilmente el voto latino de un partido a otro, son los siguientes: Nuevo México, Tejas, Arizona, Florida, Colorado, Nevada, California, Nueva York, Nueva Jersey, Connecticut e Illinois. En todos ellos el porcentaje de votantes hispanos superó el 6% en las elecciones de 2004 y George W. Bush ganó en los siete primeros.

Las primarias del Partido Demócrata

La precampaña arrancó, como se ha visto, con clara ventaja para el Partido Demócrata que se reflejó, además, en una participación de sus partidarios que superaba a la de los Republicanos. Este mayor interés por la alternativa política se tradujo también en los fondos obtenidos por los candidatos del Partido Demócrata, que por primera vez recaudaban más del doble que los del Partido Republicano.

En las primarias del Partido Demócrata, Hillary Clinton iniciaba su andadura con 15 puntos de ventaja sobre Barack Obama que se traducía, no obstante, en un reparto casi idéntico de los delegados Demócratas para ambos candidatos. La ventaja inicial de Clinton se explicaba por ser más conocida por el público y porque contaba con un equipo de campaña más profesional y una experiencia de tres décadas en el complejo mundo político norteamericano. El senador Obama, por su parte, se ha presentado como un candidato más joven que su contrincante y desvinculado de las lacras políticas de los dos últimos presidentes. Abanderaba el cambio político real y la superación de décadas marcadas por “la vieja política” que ha llevado a EEUU a la situación en la que se encuentra.

Respecto del electorado hispano, era muy clara la ventaja de partida de la senadora por Nueva York, hasta el punto de triplicar el apoyo de los hispanos frente a su rival. La larga precampaña que terminó a finales de mayo fue reduciendo esta ventaja a favor de Barack Obama, que ya en una encuesta del Gallup Poll Daily mostraba, a partir del 1 de mayo, cómo la ventaja de Obama sobre Clinton iba creciendo desde un 4% en la primera semana del citado mes al 16% en la tercera semana. Por lo que se refiere a los electores hispanos, la caída de la senadora por Nueva York también era evidente, ya que Obama contaba en la tercera semana de mayo con el 55% de la intención del voto latino frente al 44% de la intención de votos obtenida por la senadora Clinton. El crecimiento del apoyo a Obama fue especialmente importante entre los jóvenes quienes, tras 20 semanas de precampaña, inclinaron las preferencias Demócratas hacia el senador por Illinois.

Sin embargo, tanto la senadora Clinton como el senador Obama han mantenido puntos débiles en su programa por lo que al electorado hispano se refiere. La senadora por Nueva York, aparte de apoyar expresamente la guerra de Irak –algo que no favorecen precisamente los hispanos–, también votó por la construcción del muro fronterizo entre EEUU y México, cuestión que irrita especialmente a los latinos votantes en los estados del suroeste. Por su parte, el senador Obama, prácticamente desconocido para el electorado latino, carecía de un mínimo conocimiento de lo que las comunidades hispanas significan en este país, nunca ha viajado a América Latina ni apoya el Tratado de Libre Comercio que están negociando EEUU y Colombia. Llegó a decir que suspendería o renegociaría el Tratado Comercial firmado en 1994 entre EEUU y México. Sus preferencias por flexibilizar el trato político con el régimen cubano tampoco van a ayudarle para obtener el voto cubano en EEUU.

Ambos candidatos Demócratas tienen, por lo tanto, mucho que hacer para atraerse el voto del importante grupo electoral hispano. Las largas disputas de la precampaña no han ayudado precisamente a aclarar las dudas de un electorado, como es el hispano, indeciso y cambiante en alto grado respecto de sus decisiones políticas. La incidencia del factor racial en la precampaña, algo que no se había producido hasta la fecha, también ha hecho incrementar las dudas de los hispanos respecto del apoyo a la candidatura de Obama. No debe olvidarse que afroamericanos e hispanos son comunidades minoritarias que en este país compiten muy seriamente y no se complementan en absoluto.

Los resultados de la precampaña presidencial, por lo que al electorado hispano se refiere, reflejan con toda evidencia la clara victoria de la senadora Clinton sobre el senador Obama. La senadora por Nueva York consiguió en su estado el 73% de los votos hispanos, mientras que su oponente solo consiguió el 27% de los mismos. En el estado de Nueva Jersey, Clinton se hacía con el 70% del apoyo electoral hispano, mientras que Obama no pasaba del 30%. En California, otro de los estados de claro dominio electoral Demócrata en elecciones presidenciales, hasta la fecha, el 69% de los latinos apoyaba a Clinton, mientras que únicamente el 30% de ellos respaldó a Obama. En Florida, donde se votó aunque no se contabilizaron nada más que la mitad de los delegados por incumplir el estado las normas electorales de la precampaña, Hillary Clinton obtuvo el 61% de los votos hispanos, mientras que Barack Obama pudo llegar al 35% del respaldo electoral latino. Obama sí derrotó con claridad a Clinton en Illinois, su propio estado.

El electorado latino ante las próximas elecciones presidenciales

El triunfo del senador Obama en las primarias del Partido Demócrata va a plantear serias dudas al electorado latino, que hubiera preferido a la senadora Clinton como candidata. Además, el Partido Demócrata carece de una estrategia claramente definida para atraerse al electorado hispano, hasta el punto de que el presidente del Caucus Hispano del Congreso, Joe Vaca, hizo unas declaraciones el pasado 25 de mayo llamando muy seriamente la atención del Partido y sus representantes en el Congreso. La razón última de esas declaraciones radica en la actitud de los parlamentarios Demócratas respecto de la inmigración. Representantes del ala más conservadora de los Demócratas, como Heath Shuler de Carolina del Norte, han llegado a proponer que se intensifique la represión policial en la frontera del suroeste y se establezcan sanciones todavía más duras para los hispanos que trabajen sin documentación, así como que se castigue a sus empleadores. La propuesta de Shuler ha contado con el apoyo de Demócratas moderados que tampoco favorecen la adopción de una legislación integral sobre el tema migratorio que el presidente Bush prometió hace más de seis años y que los congresistas hasta ahora han eludido.

El senador Obama dijo en su precampaña que antes de un año desde su toma de posesión efectuaría una propuesta de legislación en ese sentido que, si persisten las dudas de los propios representantes Demócratas junto a las ya proclamadas de los Republicanos, difícilmente saldría adelante. Y esto es bien conocido de los votantes hispanos, que ante la situación crítica de la economía norteamericana han colocado el tema migratorio entre sus principales preocupaciones. Algunos representantes Demócratas del Congreso han señalado que para neutralizar el buen efecto que McCain tiene entre el electorado latino por su actitud en la cuestión migratoria y por su aureola de héroe militar, el Partido Demócrata necesita urgentemente aprobar algún tipo de medida sobre la inmigración que no sea solo la de la dura aplicación de las leyes represivas que ahora existen. En caso contrario, es más que probable que los electores hispanos no se movilicen para respaldar al candidato Obama, que tiene su más seguro apoyo entre los votantes hispanos jóvenes, precisamente quienes están más afectados por la ausencia de una legislación inmigratoria integral. Si los latinos comprueban que el Partido Demócrata no se diferencia en esta cuestión del Partido Republicano, votarán al senador McCain, que ha obtenido buenos resultados en estados clave en la precampaña electoral y ante el que no tienen reticencias raciales, o se quedarán en sus casas sin votar. Esta actitud tendría repercusiones indudables en Tejas, Arizona, Nuevo México, Nevada y Colorado, donde la diferencia de intención de voto entre los candidatos Demócrata y Republicano es reducida.

Conclusiones

En resumen, todo depende de una alta participación de electores hispanos, especialmente jóvenes, para que el candidato Demócrata atraiga la clara ventaja del voto latino que Hillary Clinton consiguió en la precampaña presidencial.

El electorado joven, entre los 18 y 30 años, supone el 30% del voto hispano total, un tercio más que el de los votantes blancos no hispanos en todos EEUU. Los esfuerzos de Obama deben dirigirse precisamente a ese segmento del electorado para superar con clara ventaja a su rival McCain en una serie de estados nuevamente clave como Florida, Nuevo México, Colorado y Nevada, donde el voto latino es imprescindible para determinar quién es el ganador en cada uno de ellos. Según el experto en opinión hispana Sergio Bendixen, el candidato Demócrata necesitaría que el 55% de los latinos de Florida le apoyaran y que el 65% del voto hispano en Colorado, Nevada y Nuevo México le respaldara para conseguir el triunfo definitivo.

McCain tendría muchas posibilidades de conseguir el triunfo en los estados de Nueva Jersey, California y Pennsylvania, donde el margen de victoria del senador por Illinois debería superar aún más los porcentajes anteriormente citados. Por ahora, las últimas encuestas de Gallup Poll Daily y un reciente estudio del New Democrat Network aseguran que Obama en estos momentos cuenta con un 62% de apoyo entre los hispanos a nivel nacional, frente al 29% que obtiene McCain en el mismo electorado. De mantenerse estos porcentajes, es indudable que Obama se alzaría con el triunfo el próximo mes de noviembre pero, como dice todo el mundo, quedan cinco meses de una campaña electoral que se anuncia de la mayor dureza y en la que el Partido Republicano apoyará hasta el final a su candidato.