28 de enero de 2009

ASPECTOS OPERACIONALES DE LA LUCHA CONTRA LA PIRATERÍA EN SOMALIA


Fernando del Pozo

Come, friends, who plough the sea,
Truce to navigation;
Take another station;
Let’s vary piracy
With a little burglary!
The Pirates of Penzance, Gilbert & Sullivan
.

Aunque la piratería como actividad lucrativa es tan antigua como el comercio marítimo, al que parasita, no siempre ha seguido un mismo modelo, y ni siquiera en un momento histórico determinado se ha practicado de una manera uniforme. La esencia de la “profesión” ciertamente ha permanecido, y está adecuadamente recogida, entre otros sitios, en la definición que proporciona el Convenio de la Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (UNCLOS).[1]

Es interesante observar que, según esta definición, el mismo acto que, cometido en alta mar es constitutivo de piratería, si se lleva a cabo dentro del mar territorial (a menos de 12 millas de la costa, simplificando la definición y obviando las numerosas excepciones) o en aguas interiores, se convierte en un mero “robo a mano armada en la mar”, no sólo perdiendo la inmerecida aura poética que la palabra pirata ha adquirido con el tiempo, sino sobre todo poniendo el acto fuera del alcance de la obligación de todas las naciones (Artículos 100 y 105 de la UNCLOS)[2] [3]de reprimir la piratería por medio de buques de guerra (Art. 107).[4] Esto es así porque la UNCLOS parte de la premisa de que las naciones ribereñas disponen de los medios para imponer la ley en las aguas de su jurisdicción, sin necesidad de la ayuda de otras potencias marítimas, premisa que hoy falla con demasiada frecuencia.

Pero hay más factores, independientemente de la definición formal, que abogan por tratar de manera unitaria la piratería y el robo a mano armada en la mar. Una característica de la piratería que ha permanecido constante en todas sus modalidades y a lo largo de los tiempos es la dependencia de unas bases en tierra firme como requisito indispensable para sostener la actividad con la continuidad en tiempo y espacio que la haga rentable, lo que a su vez lo liga a zonas donde la autoridad del estado no puede ejercerse, en tiempos antiguos porque tal autoridad simplemente no existía (recordemos la historia que nos cuenta Plutarco del secuestro de Julio César por los piratas de la Cilicia, la costa entonces sin ley del sur de la Anatolia), modernamente porque la costa en cuestión es disputada o, más comúnmente, pertenece a un Estado fallido –lo que por cierto ha dado lugar a la feliz invención del término “mares fallidos” para denominar aquellas zonas marítimas (mar territorial, zona contigua, zona económica exclusiva, plataforma continental) donde la autoridad que debería imponer la ley y el orden no lo hace por ser zona disputada, o más frecuentemente porque el Estado que debería ejercerla es él mismo un Estado fallido–. Todas estas razones nos permiten usar los términos “pirata” y “piratería” sin muchos miramientos para la formalidad de si ocurren a uno u otro lado de la línea de las 12 millas, formalidad que sin embargo es preciso mantener en las órdenes de operaciones y otros documentos que puedan ser citados en disputas legales, pues aunque la autoridad del estado fallido ribereño no exista en la práctica, sí lo hace en teoría, y las acciones de los demás Estados legales deben ser legalmente sostenibles y coherentes.

La modalidad de piratería más frecuente en épocas anteriores al advenimiento de la navegación de vapor, que fue la tecnología que permitió empezar a extender la ley y el orden a todos los mares y océanos, era la de apropiarse de la carga y, si era aprovechable a los fines piráticos, del buque mismo, pero la tripulación y pasajeros eran meramente sacrificados como incómodos testigos e inútiles bocas a alimentar, a no ser que un activo mercado de esclavos permitiese convertirlos también en dinero contante. El secuestro y petición de rescate también ocurrían –no podemos olvidar los casos más famosos, el ya citado de Julio César y los 50 talentos en que él mismo cifró su rescate (los piratas pedían sólo unos humillantes 20), o el de Miguel de Cervantes, convertido en esclavo y sujeto al precio de 500 escudos de oro– pero eran relativamente menos frecuentes por las dificultades de establecer la comunicación y efectuar el cobro con los medios de la época.

La nueva piratería: aprovechando las ventajas de la globalización

En la actualidad se siguen registrando ataques con violencia. Un ejemplo de esta modalidad se registró en diciembre del 2001, en el delta del Amazonas, cuando un grupo de piratas abordó el yate del reputado navegante australiano Sir Peter Blake, ganador dos veces de la Copa América, al que mataron de un tiro para llevarse solamente los relojes y el dinero que sus compañeros llevaban encima. Sin embargo, la variante más en boga de ésta técnica es la que se ha practicado durante años y que se sigue practicando en el Estrecho de Malaca. Consiste en asaltar un barco con gran violencia, a veces causando víctimas en la tripulación o pasaje, pero sólo si es preciso en aras de la rapidez y eficacia, no buscándolas deliberadamente, coger todo lo que haya de valor, preferentemente dinero que los buques mercantes suelen llevar para sus necesidades en una caja fuerte, y escapar sin dañar gravemente buque ni carga, todo ello favorecido por el escaso número de tripulantes que llevan los buques automatizados de hoy. Este es el motivo por el cual la flota mercante mundial ha seguido usando asiduamente el Estrecho de Malaca, el chokepoint más navegado del mundo, sin más reacción que llevar rollos de alambre de espino en el coronamiento de popa para dificultar el acceso de los piratas, o las navieras más ricas un alambre electrificado, ni más efecto perjudicial general que un incremento en las primas de los seguros imposible de evaluar, pues es un dato que las aseguradoras guardan celosamente.

Lo que está ocurriendo hoy en día en las aguas fallidas de Somalia es algo nunca hasta ahora intentado porque ha sido posible gracias a la tecnología moderna. Se trata del secuestro puro y simple, sin más violencia que la imprescindible para establecer la autoridad del jefe de los piratas, de buque, carga y tripulación para pedir rescate por el conjunto, pagadero bien in situ por enviados de la compañía o gobierno afectados llegados rápidamente en avión, o, más frecuentemente ahora que han perfeccionado sus técnicas, por medio de agentes operando en paraísos fiscales o países que permiten a sus bancos tener cuentas opacas, como Suiza. Que este nuevo modus operandi, basado en el teléfono de satélite y el ordenador portátil, es eficaz lo demuestra lo floreciente del “negocio” que, se dice, permite ver en cualquier momento un número considerable de barcos de diferentes tonelajes y banderas (14 con un total de unos trescientos rehenes un día cualquiera, el 26 de diciembre pasado por ejemplo, según el Piracy Reporting Center en Kuala Lumpur, Malasia), fondeados en diversas ensenadas es espera de la llegada del e-mail que confirme que el rescate ha sido pagado por el armador o consignatario y que por tanto puede seguir su viaje, sin más secuelas que el aburrimiento de las tripulaciones ociosas (aunque esto parece ser está siendo remediado por bares y otros negocios más o menos ilícitos que están floreciendo en tierra, ilicitud más bien irrelevante dadas las circunstancias), un retraso en el siguiente puerto y alguna merma en las ganancias de ese particular flete, porque los piratas, educados en tradición del zoco árabe, saben cuánto pueden pedir sin hacer la transacción imposible por cara ni matar la gallina de los huevos de oro.

Pero estas nuevas técnicas llevan consigo algunos aspectos que conforman factores de debilidad para los emprendedores piratas. Para empezar, comparten con los posibles defensores de las víctimas y con las víctimas mismas la conveniencia de mantener la integridad de buque, carga, tripulación y pasaje, pues de otro modo su negocio pronto haría aguas, y no hay nada más destructor de la propia estrategia que tener objetivos compartidos con el enemigo. En segundo lugar, la acción pirática se prolonga en el tiempo –piénsese por comparación en las técnicas malayas de robar y salir corriendo, o en las actividades de guerra de los corsarios de superficie o submarinos en las guerras del siglo pasado, cuyo único interés era hundir el tráfico mercante enemigo en el mínimo tiempo y con la mínima exposición compatible con la acción deseada– lo que proporciona al defensor muchas más oportunidades para contrarrestar la acción depredadora. Por ejemplo, los famosos barcos “Q” que el Reino Unido sobre todo, pero también Alemania y EEUU, pusieron en servicio en la Primera y Segunda Guerras Mundiales, llevaban a cabo una arriesgada misión aparentando ser inocentes mercantes, fáciles víctimas del torpedo de submarino enemigo, para reaccionar después hundiéndolo con fuego de su hasta el momento oculta artillería. El hipotético traslado de ese concepto a la guerra antipiratería daría lugar a acciones eficaces sin apenas riesgo, ya que los piratas, si no aprecian peligro, suben a bordo de la víctima haciéndose vulnerables a una reacción, sin haber producido daños previamente. Desgraciadamente, tal hipótesis no parece muy viable, porque sólo la supervivencia nacional puesta en juego por una guerra total parece ser capaz de hacer que las autoridades de una nación occidental abracen lo que perciben como una conducta impropia de un caballero. Finalmente, la dependencia de comunicaciones inalámbricas más o menos sofisticadas los hace también susceptibles de análisis y otras contramedidas electrónicas.

Las pérdidas por piratería en el Estrecho de Malaca han sido evaluadas entre el 0,001% y el 0,002% del tráfico en ese estrecho. Con estas cifras, seguramente trasladables a otros escenarios como el Cuerno de África, no cabe esperar que las navieras tomen acción o influyan en los gobiernos para que lo hagan, pues les resulta más rentable contender con esas pequeñas pérdidas que iniciar una campaña política para obtener acción gubernamental, que además los profesionales de la mar perciben correctamente como difícil de instrumentar. Pero a veces la opinión pública, sorprendida por algo que desconocía, sobre todo si es presentado de forma suficientemente dramática, fuerza la acción del Gobierno, y eso es lo que ha pasado con la coincidencia en poco tiempo, y los bien distintos desenlaces, del yate francés Le Ponant, el pesquero español Playa de Baquio y el petrolero saudí Sirius Star. El Gobierno español y los demás de la UE se han visto obligados a ponerse en movimiento y lanzar la operación Atalanta, que el 12 de diciembre pasado relevó a la operación Allied Provider de la OTAN, y que se une a las previas de otras naciones ribereñas del Índico, como la India e Irán, y a las que posteriormente se ha unido una fuerza china, en su primer despliegue en fuerza fuera de sus zonas marítimas, y parece que próximamente los EEUU con la formación de la Task Force 151.

Dos organizaciones, dos operaciones

La operación Atalanta, al igual que la Allied Provider, tiene como objetivo prioritario la protección de los buques del Programa Mundial de Alimentos (WFP) que con una frecuencia aproximada de uno cada dos meses llevan alimentos básicos desde Dar-es-Salaam y Mombasa hasta Mogadiscio, en la propia Somalia, y el Yemen. Esto, combinado con la forma y enormes dimensiones de la costa somalí (más de 1.500 millas náuticas, casi tantas como desde Gibraltar a Suez) genera un problema de difícil solución: los buques del WFP barajan la desolada costa este de Somalia, mientras que la gran mayoría de los asaltos de piratas ocurren frente a (y están basados en) la costa norte, que flanquea el concurrido Golfo de Adén, paso obligado para el tráfico entre el Mediterráneo y el Índico. Con inferior prioridad, pero sin que la dedicación padezca por ello dado que el tráfico del WFP es escaso y predecible, deberá proteger otro tráfico vulnerable (al que pertenecen, entre otros, los tres incidentes mencionados, de recreo, pesquero y de transporte de crudo) y tomar las acciones pertinentes para reprimir la práctica de la piratería. Pero esto último desgraciadamente viene condicionado a que los posibles arrestados puedan ser adecuadamente juzgados, algo que no parece sea muy viable conseguir en el plazo de tiempo de la operación.

Porque, y esto es la gravísima debilidad de la operación Atalanta, la UE le ha concedido un año de duración, en abierta ruptura con la lógica normal de cualquier operación militar, cuya duración debe venir determinada por el objetivo a conseguir, lo que en jerga militar internacional se llama el desirable end state o simplemente end state. Una definición adecuada del end state de esta operación podría ser “cuando la incidencia de ataques de piratas en la zona haya descendido por debajo de p al mes, y se haya mantenido en ese nivel durante m meses”, u otro cualquiera similar cuya única condición inexcusable es que proporcione una medida objetiva del éxito. Esto es particularmente importante en un caso como el que nos ocupa, pues los piratas, sabedores por fuentes de dominio público de que la UE terminará la operación en un año, y que se ha prohibido a sí misma intervenir en tierra, no tienen más que concederse un bien ganado año sabático y recomenzar su sacrificada pero lucrativa actividad el 13 de diciembre próximo.[5]

Inevitablemente, habrá problemas de coordinación, con tantos actores en juego. No parece probable que haya interferencias, dada la índole de las operaciones y el hecho de que esté llevada a cabo por oficiales navales, acostumbrados a operar en ambiente internacional, pero una duplicación, si no multiplicación, de esfuerzos será inevitable. Felizmente, el potencial de descoordinación más doloroso, el que tan frecuentemente sucede entre la UE y la OTAN, ha sido de momento evitado pues la operación Atalanta sucede a –pero no coincide con– la operación Allied Provider. Pero conviene conocer los entresijos del por qué de ambas operaciones.

Cuando las alarmas internacionales sonaron el verano pasado con los casos mencionados, lo hicieron en naciones a la vez miembros de la UE y aliados en la OTAN. Esta última recibe mucha crítica –y autocrítica– por lo premioso de sus decisiones, un tributo a pagar en aras del necesario consenso, precio cada vez más caro cuanto más va creciendo y más heterogénea es su composición. Pero, a pesar de ello, la OTAN es todavía de una rapidez y resolución ejemplar comparada con la similarmente numerosa y parecidamente dispar UE, en no pequeña medida debido a la formidable y experimentada organización de mando, que lleva a cabo el planeamiento previo a la decisión del Consejo, y la ejecución posterior, con una diligencia y eficacia hijas de los muchos años de experiencia. Por ello, las mismas naciones que en el edificio Justus Lipsius de la plaza Schuman empezaban a contemplar cómo acometer en la UE el problema de la piratería en el Cuerno de África, en la Avenida Leopoldo III simplemente encargaron a las autoridades militares de la OTAN que propusiera una solución a corto plazo y opciones de más largo recorrido. La solución a corto plazo se materializó prontamente con el envío de una de las fuerzas navales permanentes de la OTAN, la Standing NATO Maritime Group 2, que empezó a operar mientras la UE seguía discutiendo y continuó hasta ser relevada por la operación Atalanta, con similar si no idéntica definición de la misión y otros parámetros operativos.

Las opciones a largo plazo son más problemáticas. Es posible que las naciones aliadas no acepten tampoco en la OTAN opciones que incluyan una intervención en tierra, por lo que la opción escogida no sería sino más de lo mismo, pero esto aún dejaría abiertas varias posibilidades, entre otras la de si se tratará de una operación que dé continuidad a la de la UE y su end date, o se superpondrá con Atalanta si la UE decide finalmente continuar más allá del 12 de diciembre del 2009. Esta última posibilidad invoca el espectro de las objeciones turcas a cualquier coordinación OTAN-UE que no esté regida por los acuerdos conocidos como “Berlin+” que, sin embargo, no podrían aplicarse a este caso, ya que una de las condiciones para su aplicación es que la OTAN como tal no esté implicada militarmente en la operación para la que la UE requiere su asistencia.[6] Mientras uno de los miembros de la UE, Chipre, cuya entrada en la UE fue sometida a condiciones que, según Turquía, nunca fueron cumplidas, siga sin ser aliado, o al menos, signatario de la Asociación para la Paz (PfP) y sus acuerdos de seguridad –lo que Turquía no permitirá que suceda–, Turquía se aferrará a la letra del párrafo citado y otros textos relacionados para impedir la coordinación OTAN-UE.

Con estos mimbres, pues, se está construyendo un cesto que no podrá contener mucha agua, porque de momento le falta un componente indispensable –además del ya mencionado y fácilmente remediable de proporcionar un end state en términos mensurables– que es la acción en tierra. La piratería es un fenómeno terrestre que tiene una dimensión marítima, no un fenómeno exclusivamente marítimo, como, a juzgar por las operaciones Atalanta, Allied Provider y otras, las naciones se empeñan en considerarlo. La piratería sólo puede ser suprimida con la acción policial en tierra, apoyada por la contención que proporciona una vigorosa patrulla naval.[7] Felizmente, con la operación Atalanta ya en marcha, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas acordó el 16 de diciembre pasado (UNSCR 1851) autorizar las operaciones en tierra a instancias de varias naciones (Bélgica, Francia, Grecia, Liberia y Corea del Sur). El lenguaje utilizado,[8] lamentablemente, carece de la claridad deseable, ya que el término ashore, de indiscutible y claro significado que figuraba en el borrador tuvo que ser reemplazado por “appropriate in Somalia” (comillas incluidas) ante la oposición de Indonesia al primero. El resultado no solamente ofende a la lógica, sino a la gramática, pero los titulares de prensa no han dejado duda de la interpretación universalmente dada a la Resolución. Es de desear que la UE, y la OTAN a su debido tiempo, tomen nota de la autorización y la conviertan en adecuado texto de la misión en la Orden de Operaciones.

Otro importante párrafo de la UNSCR 1851 proporciona una solución potencial al problema de poner a los piratas a disposición de la ley, problema aludido más arriba, y que tiene dos fuentes, la práctica inexistencia en Somalia de una infraestructura legal –jueces, policías– para contender con los piratas arrestados, y el hecho de que los oficiales navales no son agentes de la ley, por lo que sus arrestos podrían ser legalmente cuestionables. Para ello la UNSCR 1851 invita a las naciones dispuestas a hacerse cargo de los piratas apresados a enviar agentes de la ley como shipraiders a bordo de los buques de guerra comprometidos en la operación. La ejecución de esta medida (que por otro lado no debería precisar de la sanción del UNSC, ya que depende exclusivamente de la voluntad de las naciones de coordinarse para llevarlo a cabo) es muy sencilla y deberá ponerse en vigor prontamente.

Conclusión

Los auspicios de la lucha contra la piratería en el Cuerno de África son buenos, pero sólo el transcurso de los próximos meses nos podrá decir si las perspectivas a largo plazo son igualmente beneficiosas o se habrá tratado de un mero paréntesis. No debemos tampoco olvidar que la piratería es un problema global, y que las causas que la propician en Somalia existen en iguales o parecidos términos en otras partes del globo. La experiencia adquirida en esta operación probablemente habrá de aplicarse en el futuro en otro lugar vulnerable.

Notas:

[1] “Artículo 101. Constituye piratería cualquiera de los actos siguientes:

a) Todo acto ilegal de violencia o de detención o todo acto de depredación cometidos con un propósito personal por la tripulación o los pasajeros de un buque privado o de una aeronave privada y dirigidos:
i) Contra un buque o una aeronave en la alta mar o contra personas o bienes a bordo de ellos;
ii) Contra un buque o una aeronave, personas o bienes que se encuentren en un lugar no sometido a la jurisdicción de ningún Estado; [...]”.

[2] “Artículo 100. Todos los Estados cooperarán en toda la medida de lo posible en la represión de la piratería en la alta mar o en cualquier otro lugar que no se halle bajo la jurisdicción de ningún Estado.”

“Artículo 105. Todo Estado puede apresar, en la alta mar o en cualquier lugar no sometido a la jurisdicción de ningún Estado, un buque o aeronave pirata o un buque o aeronave capturado como consecuencia de actos de piratería que esté en poder de piratas, y detener a las personas e incautarse de los bienes que se encuentren a bordo. Los tribunales del Estado que haya efectuado el apresamiento podrán decidir las penas que deban imponerse y las medidas que deban tomarse respecto de los buques, las aeronaves o los bienes [...]”.

[3] Curiosamente, a pesar de ser España signatario de la UNCLOS, la piratería no aparece mencionada como delito en nuestro Código Penal, con lo que las disposiciones del Artículo 105 citado referente a los tribunales del Estado no pueden actualmente ser aplicadas.

[4] “Artículo 107. Sólo los buques de guerra o las aeronaves militares, u otros buques o aeronaves que lleven signos claros y sean identificables como buques o aeronaves al servicio de un gobierno y estén autorizados a tal fin, podrán llevar a cabo apresamientos por causa de piratería”.

[5] Las primeras indicaciones en estas pocas semanas desde el comienzo de la operación son de un positivo descenso en el número de incidentes, pero como se ha expuesto más arriba esto puede ser ilusorio.

[6] “We are now in a position to give the EU ready access to the collective assets and capabilities of the Alliance for operations in which the Alliance as a whole is not engaged militarily. To that end, we have today taken the following decisions: NATO-EU strategic cooperation and the implementation of Berlin Plus arrangements will be confined to NATO members and those non-NATO EU members that have subscribed to the Partnership for Peace (PfP) Framework Document, thus becoming a party to the PfP, and that have concluded bilateral security agreements with NATO” (Carta del secretario general de la OTAN al alto representante para CFSP de la UE de 13 de diciembre de 2002).

[7] Martin N. Murphy, “Contemporary Piracy and Maritime Terrorism”, Adelphi Paper 388, p. 40.

[8] “[...] could undertake all necessary measures ‘appropriate in Somalia’, to interdict those using Somali territory to plan, facilitate or undertake such acts”.

LA ESTRATEGIA EUROPEA DE SEGURIDAD, CINCO AÑOS DESPUÉS


Félix Arteaga

La UE aprobó su Estrategia Europea de Seguridad (EES) en diciembre de 2003[1] siguiendo la estela de la Estrategia estadounidense de Seguridad Nacional de 2002 y anticipándose en el tiempo a las estrategias de seguridad nacional que han ido adoptado algunos de sus Estados miembros como Holanda, el Reino Unido o Francia en los últimos años.[2] Aunque por su denominación parecen documentos similares, la EES se diferencia de las anteriores en muchos aspectos esenciales. En primer lugar, porque la UE es un actor multilateral, no único como los Estados, y le resulta muy difícil establecer estrategias y políticas comunes, dada la dispersión de intereses e instrumentos entre Comisión, Consejo y Estados miembros. En segundo lugar, la seguridad nacional es una competencia exclusiva de los Estados miembros, tal y como reconoce el art. 4.2 del Tratado de Lisboa, y son los gobiernos quienes rinden cuentas ante los ciudadanos y sus parlamentos nacionales. Por el contrario, la UE sólo dispone del ejercicio de la competencia que le deleguen sus Estados miembros y no responden de sus actos de seguridad ni ante el Parlamento Europeo ni ante los ciudadanos europeos. Finalmente, cualquier actor que aspire a ser global debe enmarcar su estrategia de seguridad en una estrategia de acción exterior, lo que se conoce como grand strategy, donde se recogen los grandes principios, valores y patrones de comportamiento en su actuación internacional. Esto no ocurre en la UE y se da la paradoja de que estando la Política Europea de Seguridad y Defensa (PESD) subordinada a la Política Exterior y de Seguridad Común (PESC), la PESC no cuenta una estrategia de orientación y la PESD sí, una anomalía que sólo se explica porque la UE es un actor en formación.

Estas diferencias de fondo, unidas a un largo inventario de diferencias de forma, han llevado a numerosos expertos a cuestionar que la EES de 2003 sea una verdadera estrategia de seguridad. Entre otros de prestigio, François Heisbourg (2004, pp. 27-39) porque la decisión del uso de la fuerza depende de los Estados miembros; Lawrence Freedman (2004, p. 14) por las diferencias de cultura estratégica entre ellos[3] y Mary Kaldor y Andrew Salmon (2006, p. 19-20) porque no explica cómo y por qué se usará la fuerza militar).[4] Aunque no sea una estrategia en sentido estricto, la EES tiene algunos elementos de estrategia muy interesantes para explicar el comportamiento de la UE en materia de seguridad. La EES describe lo que el secretario general y alto representante para la PESC, Javier Solana, ha definido como “una especie de filosofía general de la acción de la UE en el mundo”, una visión donde se describen los riesgos a los que hacer frente: terrorismo, proliferación de armas de destrucción masiva, conflictos regionales, Estados fallidos y crimen organizado y el modo genérico en que la UE debe afrontarlos. La EES rompió con la tradición de potencia civil que tuvo la UE en sus comienzos pero refleja la preferencia de la UE por los instrumentos blandos de seguridad (soft security), una preferencia crónica que desequilibra sus instrumentos militares respecto a los no militares. También refleja la apuesta por el multilateralismo como instrumento de acción, tanto por vocación, ya que la UE siempre ha apostado por un orden internacional basado en los acuerdos y el derecho, como por realismo, ya que la UE no puede afrontar por sí sola muchos de los riesgos a los que se enfrenta. Finalmente, la EES identifica unos principios de acción para la actuación internacional en materia de seguridad: ser más activos, capaces, coherentes y cooperativos que se traducen en actuar cuanto antes, con más recursos, mejor gestión y con nuestros aliados o socios.

La aplicación de la Estrategia Europea de Seguridad según el Informe aprobado en el Consejo Europeo de diciembre de 2008

Las estrategias de seguridad nacionales se revisan de forma periódica, sistemática y obligatoria para ver si precisan o no una actualización. Por el contrario, la EES no estableció ningún mecanismo al respecto y la decisión de actualizarla vino de la mano –unilateral y sin consulta previa– de la Presidencia francesa del Consejo de la UE. Las circunstancias sobrevenidas a las que se ha enfrentado la Presidencia francesa y las dificultades inherentes a un proceso ya de por sí complicado, deberían haber aconsejado su postergación para un momento más oportuno, pero la Secretaría General presentó en el último momento un “Informe sobre la aplicación de la Estrategia Europea de Seguridad: ofrecer seguridad en un mundo en evolución” al que ni el Comité de Política y Seguridad ni el Coreper ni el Consejo Europeo encontraron reparos.

Resulta difícil identificar la naturaleza del Informe porque no se trata de una actualización de la anterior como se esperaba, ni de una evaluación crítica de los resultados de la EES tras cinco años ni de una declaración formal en la que se propongan nuevas líneas de acción al respecto. Por el contrario, la estructura y contenidos del Informe recuerdan el formato de las declaraciones y discursos institucionales sobre el estado de la PESD, donde se prodigan lugares comunes y buenos deseos sin mayor voluntad de transcendencia. Lo característico de las estrategias cuando se revisan o promulgan es su relevancia formal y solemne pero, al no promulgarse una nueva Estrategia, se entiende que la EES de 2003 sigue en vigor, salvo que se quiera sentar el precedente de que cualquier informe aprobado sirve para actualizarla. Como el Informe tampoco revela nada sobre su finalidad, su lógica o sus consecuencias para la EES, parece que su propósito real no es otro que el de engrosar el balance de la Presidencia aunque sea a costa de sumir a la PESD en un limbo estratégico.

En todo caso, merece la pena una aproximación al contenido del Informe sobre la aplicación de la EES porque confirma la trayectoria de la PESD: una sucesión de avances en casi todas las dimensiones de la seguridad europea acompañada de cambios en el contexto estratégico internacional que mantienen el desfase entre lo logrado y lo necesario. Al igual que la EES, el Informe empieza enumerando una serie de riesgos comunes ampliando la lista de 2003 con nuevos riesgos para la seguridad de los sistemas de información (cyber), la seguridad energética y el cambio climático; mientras que suprime los conflictos regionales y los Estados fallidos como riesgos individualizados. Y también al igual que la EES, el Informe no señala cómo se piensa afrontar esos riesgos en concreto.

Simultáneamente al señalamiento de la proliferación de las armas de destrucción masiva como un riesgo en la EES, la UE aprobó una Estrategia contra la Proliferación de Armas de Destrucción Masiva en 2003 fundamentada principalmente en el apoyo a los acuerdos y marcos multilaterales de no proliferación, desarme y control de armamento. Aplicado al caso iraní durante estos cinco años, la estrategia ha generado iniciativas normativas, como las apoyadas por la UE en todos los foros internacionales; diplomáticas, como las lideradas por Francia, Alemania y el Reino Unido con las autoridades de Teherán; y el respaldo a las sanciones del Consejo de Seguridad. El Informe constata el saldo positivo de la actividad europea junto con el saldo negativo de sus resultados que, traducido en resultados prácticos significa que la UE no ha podido influenciar a Irán para que reconsidere su carrera hacia la proliferación nuclear a pesar de haber empleado todos sus instrumentos de presión.

A pesar de esta constatación, y de que la proliferación sigue siendo la amenaza más grave, el Informe no recomienda adoptar medidas alternativas de contraproliferación que protejan a la población civil o a las fuerzas de esas armas y sus vectores de lanzamiento (misiles). Tal y como quedó demostrado durante el debate sobre la instalación de misiles y radares interceptores en Polonia y la República Checa durante 2007, la UE no dispone de una estrategia de contraproliferación propia y los Estados miembros deberán buscar esa protección dentro de los programas de la OTAN (sí se alude al desarrollo de la protección civil europea para mitigar los efectos de atentados terroristas cuando se empleen esos medios).

El Informe agrupa el terrorismo y la delincuencia organizada, dos riesgos que la EES había diferenciado y aparecen ahora juntos sin ninguna justificación. Podría tener una explicación funcional debido a que la lucha contra ambos fenómenos tiene instrumentos similares pero si la lógica es funcional, los “ciberdelitos” no deberían figurar como un riesgo independiente porque las redes de información se protegen como infraestructuras críticas tanto para acciones delictivas como para acciones terroristas. Subjetivamente, parece que se rebaja el nivel de prioridad del terrorismo y se le sitúa al mismo nivel de preocupación que la delincuencia organizada. El terrorismo parece que ya no preocupa como preocupaba en 2003 ni parece asociado ya al “extremismo religioso violento” como se hacía entonces. El Informe sólo añade algunas de las medidas adoptadas, como la Estrategia de Lucha contra el Terrorismo y la Estrategia sobre la Dimensión Exterior de la Justicia y Asuntos de Interior, ambas de 2005, con una descripción muy aséptica que no hace justicia a las iniciativas europeas para complementar la responsabilidad de los Estados miembros en las funciones de prevención, protección, persecución y reacción frente a las acciones terroristas, ni pone de relieve las materias pendientes.

En la EES, y tras la enumeración de riesgos, se explicitaban tres objetivos estratégicos –hacer frente a las amenazas, crear seguridad en los países vecinos y un orden internacional basados en un multilateralismo eficaz– y a continuación se describían las implicaciones estratégicas para Europa: ser más activos, más coherentes, aumentar nuestras capacidades y cooperar con otros. En el Informe ya no se emplea el término de objetivos ni de implicaciones estratégicas, lo que recalca la discontinuidad respecto a la EES y, en su lugar, se describe cómo la UE contribuye a la estabilización internacional y al mundo en cambio. De esta forma se cambia el enfoque normativo de la EES –qué tenía que hacer la UE para ser un actor global– por otro descriptivo –que hace la UE como tal, más propio de una memoria contable que de una guía de orientación–.

A partir de aquí, el documento entra en una enumeración de actuaciones realizadas y por realizar en relación con ciertos problemas de seguridad. La enumeración es bastante fría y genérica en bastantes de sus apartados y da la sensación de que el éxito de la UE se mide más por la actividades emprendidas que por su resultado real. Por ejemplo, si de verdad los battlegroups han sido un avance, habría que explicar por qué no se han empleado hasta ahora. Del mismo modo, cuando se afirma que la UE sigue desempeñando un papel importante en Bosnia-Herzegovina, no se sabe si las cosas van bien y que pronto se pondrá fin a la operación militar Althea y a la tutela europea o, por el contrario, que la emancipación va para largo. También se menciona que la misión policial en Kosovo se encuentra en fase de despliegue y que la de Afganistán se está ampliando pero no se mencionan los retrasos acumulados ni las razones para ello.

El Informe tiene motivos para ser complaciente porque las políticas europeas de ampliación y de vecindad han producido resultados muy positivos en el ámbito de la prevención de conflictos, desde el Mediterráneo hasta el Cáucaso pasando por Oriente Medio, y en el normativo, apoyando todos los esfuerzos normativos multilaterales para prevenir y solucionar los problemas de seguridad que puedan afectar a la periferia europea. Sin embargo, para ser una Europa más eficaz y capaz dentro de un mundo en cambio no basta con acumular misiones sino que es necesario asegurar resultados. Y su nivel de influencia en escenarios de conflictos como Oriente Medio, Líbano o Afganistán no está a la altura de su contribución diplomática, económica o militar. Para un actor como la UE que pretende ser global, sorprende que de China sólo se mencione que se han ampliado las relaciones. De Rusia se dice algo más, pero se atribuye el deterioro de las relaciones al conflicto de Georgia, sin mencionar la división interna a propósito de esas relaciones, ni ofrecer orientaciones para superar las controversias a propósito de la energía o del distanciamiento ruso respecto a los valores como los derechos humanos, la democracia y el Estado de derecho que el Informe califica de “comunes” cuando la realidad apunta a lo contrario.

El Informe en el contexto de la Presidencia francesa de 2008

El desarrollo de las políticas de seguridad y defensa de la UE dependen de la iniciativa de pocos Estados miembros y, sobre todo, de Francia que sigue al mando de la locomotora desde la cumbre franco-británica de St. Malo en 1998. Por eso se habían depositado muchas esperanzas en que su Presidencia aprovecharía el impulso de la aprobación del tratado de Lisboa y la llegada de un presidente con voluntad de liderazgo europeo y capaz de acometer la normalización de las relaciones con la OTAN. Además, Francia disponía de un buen programa y acababa de definir su proyecto para Europa en su propio Libro Blanco sobre la seguridad nacional y la defensa.[5] Sin embargo, la aplicación del programa se comenzó a torcer con el bloqueo del referéndum irlandés al Tratado de Lisboa, se complicó con el enfrentamiento entre Rusia y Georgia de agosto y no pudo arreglarse al final del semestre debido a la generalización de la crisis financiera. Estas circunstancias sobrevenidas han restado posibilidades al programa de seguridad y defensa de la Presidencia, pero no son las únicas dificultades a las que se enfrentaba porque el desarrollo de la PESD está lastrado por problemas estructurales.

En primer lugar, las relaciones entre la OTAN y la UE presentan problemas políticos y militares de calado. No acaban de resolverse problemas estructurales como el encaje de Francia en la OTAN, las malas relaciones greco-turcas, las luchas por los cuarteles generales, la actualización de los acuerdos Berlín Plus y otros que mantienen “congeladas” las relaciones entre ambas organizaciones. A estos hay que unirle las diferencias coyunturales derivadas de las operaciones de ISAF en Afganistán por la renuencia de muchos Estados europeos a participar en las operaciones contra la insurgencia o a aumentar sus tropas mientras que, por su parte, EEUU dificultan la coordinación de las dos operaciones en marcha –Libertad Duradera e ISAF– y la subordinación de las operaciones militares a un control más político como se acordó en la estrategia político-militar aprobada para Afganistán en la cumbre de Bucarest de abril de 2008.

En segundo lugar se encuentra la desigualdad del reparto del esfuerzo de seguridad y defensa entre los Estados miembros. Aunque la EES reconocía la necesidad de contribuir para obtener capacidades militares que se pudieran aplicar en las operaciones de gestión militar de crisis que realiza la UE, todavía no se han establecido mecanismos que permitan redistribuir equilibradamente el esfuerzo militar. Aunque en cifras globales los 27 miembros de la UE presupuestan el 20% del gasto mundial anual de defensa (207 billones de euros), su estudio revela que la mayoría de esos fondos se pierde en gastos de personal (unos 2 millones) en lugar de hacerlo en inversión y tecnología para facilitar la proyección de las fuerzas europeas (unos 60.000). También revela que sólo unos pocos de los 27 realizan un esfuerzo para sostener la capacidad militar de la UE, mientras que el resto son neutrales, carecen de capacidad militar o, simplemente, son consumidores de seguridad. En este contexto de contribuciones desiguales, escasas e ineficientes resulta muy difícil sacar adelante estrategias colectivas, por lo que de haber entrado en vigor el Tratado de Lisboa, la Presidencia francesa habría impulsado las cooperaciones reforzadas o las cooperaciones estructuradas permanentes para dar cuerpo a la autonomía estratégica europea.

Otro problema más complejo para la UE es el de afrontar los nuevos cambios conceptuales en el ámbito de la seguridad. Si los Estados más avanzados tienen problemas para asimilar los nuevos conceptos en materia de seguridad como la integración entre la seguridad interior y exterior (continuum), la gestión integral de las crisis (comprehensive approach) o la coordinación entre agencias (whole-of-government) entre otros, para la UE será todavía más difícil porque no dispone de los recursos de aquellos. Así, ni la EES ni el Informe saben cómo conectarse con el Espacio Europeo de Libertad, Seguridad y Justicia, por el lado policial, judicial y aduanero de la UE y con la autodefensa colectiva de la OTAN por otro, y en ambos textos prodigan las alusiones a lo interior y lo exterior.

Para compensar la escasa aportación del Informe, el Consejo Europeo ha tratado de dar un impulso de última hora con una Declaración en la que se apuntan buenos propósitos de gasto, capacidades y un nivel de ambición que cuantifica y califica las misiones que deberá ser capaz de acometer simultáneamente la UE. El impulso hubiera sido creíble de no contar con una tradición previa de apelaciones genéricas a mayores esfuerzos presupuestarios, a generar economías de escala en materia industrial y tecnológica y a mejorar las relaciones con la OTAN que se han incumplido reiteradamente en el pasado. Por ejemplo, se fijan unos niveles de ambición, es decir, lo que la UE aspira a ser capaz de hacer en materia de operaciones, sin precisar calendarios ni contribuciones, dejando el cumplimiento del Objetivo General de Fuerzas de 2010 en las manos de quienes no fueron capaces de cumplir el Objetivo General de 2003. La Declaración refleja una sensación de déjà vu y falta de credibilidad que explica el escaso eco que han tenido el Informe y la Declaración en los medios de comunicación especializados tras su aprobación.

Conclusiones

La Presidencia francesa ha puesto de relieve que el desarrollo de la seguridad europea se enfrenta a obstáculos estructurales y coyunturales de entidad. La Estrategia Europea de Seguridad ha servido de referencia –más que de guía– para afrontarlos desde 2003 y ha contribuido a crear una cultura europea de seguridad. Su modificación debería haber sido el resultado de un estudio detallado de su evolución y resultados decididos colectivamente pero la Presidencia francesa no pudo sustraerse a la tentación unilateral –facilitada por la discrecionalidad de las rotaciones presidenciales– de escoger momento y modo de revisión para anotarse el tanto. No obstante, sea por circunstancias sobrevenidas o por dificultades estructurales, el programa no se ha cumplido como se esperaba y la tarea queda pendiente para las próximas Presidencias, incluida la española de 2010.

Puestos a sacar lecciones, la PESD no progresará con informes de circunstancias y declaraciones voluntaristas, sino que se construirá a partir de las capacidades y medios concretos con que se las dote. Las estrategias articulan objetivos e instrumentos y el fallo de unos u otros conlleva el fracaso de la estrategia, y tanto la gestión para ser integral como el multilateralismo para ser eficaz precisan instrumentos variados y objetivos claros. Para ser un actor global, la UE debe contar con todos los instrumentos necesarios y si los Estados miembros no pueden, quieren o piensan aportarlos, entonces sobran declaraciones, informes y estrategias. Mientras no varíen las circunstancias que han aguado la Presidencia francesa en materia de seguridad y defensa europeas, las siguientes Presidencias harían bien en apostar por lo seguro.

La Presidencia francesa, la Secretaría General y el Comité de Política y Seguridad de la UE no han hecho bien sus deberes en 2008 y la actualización de la Estrategia Europea de Seguridad de 2003 sigue pendiente en su forma y en su fondo. En su forma, porque un Informe sobre la aplicación de una Estrategia no tiene rango suficiente para actualizar el documento original, y en su fondo porque el contenido del Informe no proporciona la orientación necesaria para guiar las políticas de exterior, seguridad y defensa de la UE. Esperemos que todos se apliquen la próxima vez para sacar a la UE del “limbo” estratégico en el que la han dejado y elaborar una actualización de verdad cuanto antes. Quienes confiamos en el potencial de la Estrategia Europea de Seguridad para construir la PESD se lo agradeceremos.

Notas:

[1] La EES se aprobó el 12 de diciembre de 2003 y su texto en español se encuentra disponible http://www.consilium.europa.eu/uedocs/cmsUpload/031208ESSIIES.pdfS.

[2] Félix Arteaga (2008), “Hoja de ruta para una Estrategia de Seguridad Nacional española”, ARI nº 112, Real Instituto Elcano.

[3] François Heisbourg (2004), “The European Security Strategy is not a Security Strategy”, y Lawrence Freedman (2004), “Can the EU Develop an Effective Military Doctrine”, en Everts, Steven et al., A European Way of War, Centre for European Reform, Londres.

[4] Kaldor Mary y Salmon Andrew (2006), “Military Force and European Strategy”, Survival, vol. 48, nº 1, primavera.

[5] Félix Arteaga (2008), “El concepto de la seguridad nacional en el Libro Blanco de la Defensa y la Seguridad Nacional de Francia”, ARI nº 133, Real Instituto Elcano.

LA INVASIÓN DE GAZA: IMPLICACIONES MÁS ALLÁ DE LOS CÁLCULOS POLÍTICOS


Haizam Amirah Fernández

Los ataques a gran escala iniciados por Israel contra la franja de Gaza el 27 de diciembre de 2008 son una consecuencia de los cálculos políticos de las partes enfrentadas, así como de potencias internacionales y países vecinos, en ausencia de una perspectiva real de paz. La historia se repite, como se pueden repetir los errores de cálculo del pasado.

El ataque israelí contra Gaza se inició porque, de una forma u otra, interesaba que ocurriera a casi todos los estrategas de los bandos enfrentados y de las potencias y vecinos con capacidad de influir en ellos. No obstante, la dimensión del ataque está alterando algunos cálculos hechos inicialmente. Las poblaciones civiles, una vez más, han sido arrastradas al enfrentamiento en condiciones de miseria y desesperanza (la palestina) y de inseguridad y militarismo desbocado (la israelí). El momento elegido responde al oportunismo político de los dirigentes israelíes que se presentan a las elecciones legislativas del 10 de febrero, y que han aprovechado la etapa de transición en EEUU antes de la llegada a la Casa Blanca del nuevo presidente, Barack Obama, el 20 de enero. Sin embargo, el desmedido uso de la fuerza por parte de Israel y la enorme destrucción de vidas y bienes difícilmente aproximarán la paz, y sus consecuencias destructivas pueden seguir desestabilizando Oriente Medio durante mucho tiempo.

Israel desea darle una lección contundente a Hamás desde hace tiempo, y al revés. Una diferencia importante es que Hamás no contribuyó a la creación de Israel, pero sí a la inversa. Muchos vecinos y potencias internacionales, cada uno a partir de sus propios cálculos, han dado su apoyo activo o tácito al intento israelí de anular a Hamás iniciado hace años. Los regímenes árabes no quieren que un gobierno islamista elegido democráticamente sirva de ejemplo para sus propios islamistas. Ningún éxito de Hamás podía ser tolerado, ni en el campo de batalla ni como gestor de asuntos públicos. EEUU, al igual que Israel, prefiere seguir negociando con los líderes de Fatah, más dóciles, a pesar de que muchos palestinos desaprueben su gestión. Europa no tiene una única voz, pero aquellas que se llegan a oír comulgan con esa visión. Los más optimistas creen que, desalojando a Hamás del poder en Gaza, los territorios palestinos volverán a ser controlados por Fatah, lo que permitirá un acuerdo final basado en la fórmula de dos Estados con el próximo Gobierno israelí. Según ese razonamiento, Hamás habría sido una anomalía –aunque democráticamente elegida– de tres años, que acabaría por disiparse porque la población palestina le daría la espalda por haber atraído tanta destrucción, aunque fuera a manos del ejército israelí. Por su parte, los máximos líderes de la Autoridad Palestina, encabezada por Fatah, han querido creer –más en los primeros momentos– que la situación les beneficia porque Israel dice que combate a Hamás para fortalecerlos a ellos y ayudar así a los palestinos.

Hamás, por su parte, consideró que la falta de perspectivas para acabar con el bloqueo férreo ejercido por Israel contra Gaza y su población, así como para salir del aislamiento internacional al que está sometida desde su victoria en las elecciones legislativas palestinas de enero de 2006 requerían romper el statu quo. Al provocar una reacción de Israel, Hamás buscaba atraer la atención del resto del mundo hacia la situación en Gaza, dando por hecho que el precio que pagarían los palestinos sería muy alto. Lo que más simpatías le reporta a Hamás en el entorno árabe y musulmán es su condición de “resistencia nacionalista” a la ocupación y al asedio que Israel ejerce sobre la población palestina. El cálculo era simple, a falta de incentivos en el sentido contrario: cuanto más pudiera demostrar ese carácter de resistencia, más legitimidad y apoyos acabaría recibiendo.

El problema es que el statu quo regional se podría romper precisamente a causa de la invasión israelí de Gaza a sangre y fuego. En los cálculos políticos de los dirigentes israelíes no parecen haber pesado mucho los efectos desestabilizadores que su política de “ojos por diente” está teniendo en su entorno geopolítico. Es más, se han lanzado a una invasión en la que no pueden obtener una victoria militar, como no la hubo en la guerra con Hezbolá en verano de 2006, puesto que, en la lógica de la resistencia, una no derrota ya es una victoria.

Momento elegido y motivos de la invasión

El momento elegido para lanzar la operación militar israelí por aire, tierra y mar contra Gaza responde al oportunismo político de los dirigentes israelíes que se presentan a las elecciones legislativas del próximo 10 de febrero. Todos compiten por presentarse ante su opinión pública como los que acabarán con el “terrorismo palestino” y recuperarán para Israel su hegemonía y capacidad de disuasión, cuestionada tras la guerra con Hezbolá en verano de 2006. La decisión tomada por el primer ministro israelí Ehud Olmert, debilitado por sus errores estratégicos y por acusaciones de corrupción, tenía como uno de sus objetivos mejorar las opciones electorales de los partidos que forman su coalición de gobierno. Mientras las encuestas parecían favorecer la victoria del archi-halcón Benjamín Netanyahu, una “operación de castigo” contra Hamás traería réditos políticos para sus artífices, al menos a corto plazo. Las encuestas tras las primeras semanas de ataques lo han venido a confirmar, aunque ese apoyo puede cambiar si no llegan los resultados prometidos pronto. Por un lado, la candidata del partido Kadima y actual ministra de Asuntos Exteriores, Tzipi Livni, quería demostrar que tiene agallas para declarar una guerra, con el fin de quitarle votos a los partidos más inclinados por las soluciones bélicas, especialmente el Likud de Netanyahu, cuyas posibilidades de ascenso son altas. Por su parte, Ehud Barak, líder del Partido Laborista y actual ministro de Defensa, pretende con la guerra evitar un descalabro del laborismo como pronosticaban algunas encuestas.

Además del apoyo masivo del electorado israelí, los dirigentes israelíes buscaban el respaldo incondicional del presidente estadounidense saliente, George W. Bush, aprovechando que EEUU pasa por un momento de semi parálisis mientras se produce la transición de poder con la llegada a la Casa Blanca del nuevo presidente, Barack Obama, el 20 de enero. A pesar de que no haya ningún indicio para creer que Obama vaya a llevar a cabo una política rupturista en Oriente Medio, los dirigentes israelíes han optado por anticiparse a su llegada y plantearle una situación de hechos consumados en la que se reduzca su margen de maniobra. Aun así, podría ocurrir que, debido a la gravedad de la situación provocada con la invasión de Gaza, Obama acabe por dedicar mucha más atención al conflicto de Oriente Medio de la que le gustaría a Israel. La desvinculación de la Administración de George W. Bush –cuyas posiciones han sido las más favorables a las políticas de Israel de la historia de EEUU– de cualquier intento creíble y coherente para alcanzar la paz en Oriente Medio ha dejado un vacío cuyos efectos desestabilizadores se están dejando notar en toda la región. Algunos países, como Irán, Arabia Saudí y Turquía, tratan de llenar ese vacío para garantizar sus intereses estratégicos. Mientras el resto de potencias, incluidas las europeas, muestran una falta de capacidad de reacción política ante los acontecimientos graves que sacuden la región, los movimientos revisionistas como Hezbolá y Hamás adquieren un papel más prominente y canalizan parte de la desesperanza de las poblaciones.

Consecuencias de la invasión

Si la preocupación real de Israel hubiese sido la caída de cohetes palestinos en poblaciones israelíes vecinas (preocupación comprensible por otro lado), ¿acaso no se podría haber limitado a cortar el flujo de armas a través de los túneles que conectan Gaza con el Sinaí? No parece imposible controlar poco más de 10 kilómetros de frontera, ni parece que exista una incapacidad técnica para semejante colaboración israelo-egipcia. ¿No habría habido otra forma de afrontar los retos que plantea Hamás y su escasa capacidad de hacer daño real a Israel sin necesidad de masacrar centenares de vidas humanas, de generar miseria y causar tanta destrucción en Gaza? Sin duda, se podría haber intentado levantar el bloqueo impuesto por Israel contra la franja y su población, como parte de un acuerdo más amplio que garantizara la seguridad humana de los civiles a ambos lados. Si la voluntad de Israel y otros países era desacreditar a Hamás ante la población, ¿no habría sido más efectivo permitir que la Autoridad Palestina diera un ejemplo de autogestión y buen gobierno en Cisjordania, en lugar de torpedearla, ejemplo que fuera visto por los palestinos como el modelo que todos desearían tener?

A lo largo de la historia de los conflictos israelo-árabes, la violencia ha sido el mejor caldo de cultivo para los extremismos. La indignación por la invasión de Gaza y por las tibias reacciones internacionales está afectando al conjunto de las sociedades árabes, y no sólo a los sectores religiosos, como demuestran las numerosas manifestaciones y expresiones de rechazo a las que también se suman autoridades cristianas locales. Puede que el malestar generalizado quede una vez más en unas cuantas manifestaciones contra Israel y EEUU, pero también puede que se esté produciendo un cambio de fondo y que ese malestar se vuelva contra los regímenes árabes que son vistos como cómplices de Israel. Concretamente, el régimen de Egipto –el país árabe más poblado– está siendo objeto de incesantes acusaciones por parte de muchos de sus ciudadanos y en otros países porque lo considera un cómplice necesario en la agresión contra Gaza, y también por dificultar la llegada de ayuda humanitaria a la población de Gaza que sufre las consecuencias del ataque israelí. En ese sentido, resulta inaudito que se estén produciendo manifestaciones en distintas capitales árabes –y en otras partes del mundo– ante las embajadas de Egipto, país que no goza precisamente de una paz social y buenas relaciones entre el régimen y la sociedad. De iniciarse una dinámica desestabilizadora en países árabes aliados de las potencias occidentales, y si esta llega a cuajar aunque sea de forma parcial, entonces habrá un problema grave más que añadir a los que la comunidad internacional ha sido incapaz de resolver o que ha permitido aparecer por su pasividad.

Con sus acciones desmedidas, Israel está sometiendo a los regímenes árabes “moderados” a una creciente presión interna, por lo que podrían verse forzados a endurecer sus posturas para garantizar su supervivencia, primero de cara a su población, pero tal vez también con respecto a Israel. De hecho, Turquía, país socio de Israel en numerosos proyectos y mediador entre Israel y Siria, ha responsabilizado al Estado hebreo de haber llegado a esta situación. Por su parte, el rey Abdalá II de Jordania incluso ha llegado a alertar sobre una conjura contra el pueblo palestino,[1] partiendo de que la situación actual puede tener efectos desestabilizadores para su país y perjudicar sus intereses nacionales. No hay que infravalorar el efecto que las imágenes de extrema dureza que aparecen en las televisiones árabes vía satélite –e incluso en medios de comunicación occidentales y por vía electrónica– tienen sobre las opiniones públicas, así como las acusaciones de organizaciones internacionales de que Israel está cometiendo crímenes de guerra. Cada día que pasa sin que nadie imponga un final al sufrimiento que vive la población de Gaza y devuelva una esperanza de paz justa es un paso más en la distancia emocional que separa a personas que proceden de regiones, culturas y religiones distintas.

Las posiciones acríticas por parte de las grandes potencias ante los recientes ataques de Israel no le hace ningún favor a largo plazo, pues sin negociar y aceptar concesiones no conseguirá la coexistencia pacífica con sus vecinos, ni tampoco da esperanzas a quienes hoy no las tienen. En ausencia de cualquier esfuerzo estadounidense de pacificación, la UE ha lanzado varias iniciativas, con aparente escasa coordinación, para favorecer una tregua entre Israel y Hamás. Sin embargo, y pesar de las numerosas visitas de delegaciones oficiales, no ha habido resultados rápidos, ni se ha parado el sufrimiento que padece la población de Gaza. Una consecuencia de esas posiciones es la creciente derechización de la sociedad israelí y de sus dirigentes, que se aferran a posiciones maximalistas (tener a la vez los territorios, la seguridad y el reconocimiento de los vecinos). En esa línea va el sorprendente argumento empleado por el escritor israelí Abraham B. Yehoshúa, según el cual “la capacidad de sufrimiento de los palestinos es mucho mayor y eso les hace más fuertes. Por eso nuestra respuesta tiene que ser mucho mayor […] Cerramos los pasos fronterizos, cortamos la electricidad y eso no les hizo pensar en parar los disparos”.[2]Esa lógica de deshumanizar al conjunto de la población palestina –que, llevada a un extremo, justificaría prácticas terribles como el actual uso de fósforo blanco, que abrasa a los tejidos vivos, en zonas pobladas, lo que recuerda a momentos atroces del siglo XX– no hace más que reforzar la actitud de resistencia entre los palestinos, lo que, a su vez, hará perdurar la sensación de inseguridad de los israelíes.

Terroristas de hoy, ¿negociadores de mañana?

Con el fin de justificar sus ataques a gran escala contra Gaza, los líderes israelíes arguyen que la suya es una guerra contra el terrorismo. Ya se sabe que la ocupación lleva al débil a emplear métodos que el fuerte cataloga de terroristas, y que éstos son utilizados por el ocupante como justificación para ejercer una represión aun mayor contra el que se resiste. Así se cierra el círculo vicioso del que es muy difícil escapar, sobre todo cuando la asimetría de fuerzas es aplastante. No hay nada nuevo en eso, y la historia está llena de ejemplos. La Organización para la Liberación de Palestina (OLP) ya fue tildada de terrorista por Israel y otros, hasta que resultó útil negociar con sus líderes. Mientras la OLP se replanteaba sus posturas maximalistas y declaraba que ya no quería destruir al Estado de Israel, éste favorecía la creación del Movimiento de la Resistencia Islámica (cuyo acrónimo en árabe es Hamás, que significa “entusiasmo” o “fervor”) con el fin de que sirviera como contrapeso al liderazgo ejercido por Yasir Arafat. Tras la muerte de éste, y en ausencia de los dividendos de la paz que se le había prometido a los palestinos, estos optaron por castigar a Fatah y votar por la mejor organizada y percibida como menos corrupta Hamás, cuya participación en las elecciones fue permitida y alentada por las grandes potencias.

Israel trata de convencer al mundo de que Hamás es el principal escollo para alcanzar la paz en Oriente Medio, por lo que ha de ser anulado como fuerza política, aunque con el paso del tiempo pueda volver a ser útil recurrir a ella si hay un cambio de estrategia. Seguramente, la adscripción religiosa de Hamás es lo que más antipatías le genera entre los líderes árabes y occidentales. Para los primeros, porque el islam político es el mayor desafío a sus regímenes autoritarios. Para los segundos, porque podría convertirse en una fuerza revisionista que alterara los equilibrios de fuerza y el statu quo en todo Oriente Medio. Las justificaciones más extremas llegan a equiparar a Hamás con al-Qaeda, a pesar de que sus objetivos son muy diferentes. De hecho, el número dos de al-Qaeda, Ayman al-Zawahiri, criticó duramente a Hamás por anunciar que estaría dispuesto a firmar la paz con Israel y establecer un Estado palestino dentro de las fronteras de 1967.[3]Esta posición ha sido repetida en más de una ocasión por líderes de Hamás.[4]

Al tachar a Hamás de terrorista (los palestinos que sobreviven bajo los bombardeos israelíes, noche y día, también dicen sentirse aterrorizados), Israel se ha blindado de cualquier condena efectiva de los dirigentes de las grandes potencias. A pesar de que durante la tahdea (período de calma) de seis meses las bajas palestinas se contaron por decenas, la reanudación del lanzamiento de cohetes –de mayor capacidad aterradora que letal– por parte de Hamás fue la excusa que Israel necesitaba para lanzar su largamente planificada operación Plomo Fundido sobre la hiperpoblada y empobrecida franja de Gaza, pero también fue la trampa en la que cayó. Los dirigentes israelíes podrán debilitar a Hamás y aumentar la sensación de seguridad de sus ciudadanos a corto plazo, pero es inevitable que esa situación sea temporal. En ausencia de una victoria militar definitiva, Israel se vería abocado, de alguna manera, a negociar con uno de sus enemigos más acérrimos, como ya lo hiciera con otros anteriormente. Si la historia se repite –y nada asegura que no vaya a ser así– con el tiempo es probable que Israel se siente a negociar con Hamás o con otros grupos palestinos a los que ahora considera terroristas. En ese momento cabrá preguntarse para qué habrá servido tanto sufrimiento y destrucción en Gaza, que ha dejado decenas de miles de familiares directos y amigos de los más de 1.000 muertos y 5.000 heridos que los ataques israelíes han producido hasta el momento.

Conclusiones

Israel sigue creyendo en las soluciones militares para resolver sus dilemas de seguridad, como demuestra que haya vuelto a invadir la franja de Gaza que desalojó formalmente en 2005, pero cuya población ha mantenido asediada desde entonces. Durante 60 años, Israel no ha cesado de emplear la fuerza, de una forma u otra, contra la población palestina. Sus defensores han argumentado siempre que la utilización del poder militar está justificada pues se trata de una lucha contra el “terrorismo palestino”. Sus detractores consideran que esa violencia carece de legitimidad mientras Israel no ponga fin a su ocupación y colonización de los territorios palestinos. Más allá de estas posiciones enfrentadas, hay que preguntarse si el empleo de la fuerza bruta ha alcanzado sus objetivos en todo ese tiempo. La respuesta es un contundente no. La política de “castigos colectivos”, “represalias masivas” y “operaciones quirúrgicas” han sido incapaces de proporcionar a los ciudadanos israelíes la seguridad que reclaman, ni de garantizar a Israel su aceptación como un país normal en su entorno geoestratégico. La actual invasión de Gaza así lo demuestra. Es más, los daños que Israel ha podido causar a las distintas facciones palestinas siempre han sido temporales. Por más que haya motivos para criticar a Hamás y algunas de sus decisiones, el uso que Israel hace de la fuerza no le da legitimidad moral, sino todo lo contrario, lo que hace que la imagen internacional del país se siga deteriorando y aumente la tensión con los países vecinos.

Desde hace décadas, las partes enfrentadas en el conflicto de Oriente Medio se dan lecciones unas a otras, pero no aprenden de sus propios fallos. Los palestinos no han sido capaces de emplear estrategias más eficaces para ganarse el apoyo internacional, como podría ser la desobediencia civil contra la ocupación israelí. No sólo eso, sino que además han perdido muchas simpatías debido a la división interna y al estado próximo a la guerra civil entre sus principales facciones políticas y armadas.

Una vez que se alcance el alto el fuego en Gaza y el presidente Obama llegue al poder, la comunidad internacional no debería permitirse el lujo de seguir tan desvinculada de un proceso de paz creíble en Oriente Medio. La Iniciativa de Paz Árabe, por la que todos los países miembros de la Liga de los Estados Árabes ofrecieron en la cumbre celebrada en Beirut en 2002 el pleno reconocimiento de Israel a cambio de una retirada también plena de los territorios ocupados, debería servir como base para ofrecer a la región y a sus habitantes un futuro mejor que el que le espera por el camino actual.

Notas:

[1] “Malek al-urdun yuhadher min mu’amara did al-sha‘b al-falastini”, AlJazeera.net, 6/I/2009.

[2] “‘En Líbano nos dimos cuenta de que no somos tan fuertes’”, El País, 4/I/2009.

[3] Karim Hauser, “Hamas vs. al-Qaeda: duelo verbal”, BBC Mundo, 12/III/2007.

[4] Amira Haas, “Haniyeh: Hamas willing to accept Palestinian state with 1967 borders”, Haaretz, 9/XI/2008.