16 de marzo de 2009

¿UNA NUEVA POLÍTICA EXTERIOR EN ESTADOS UNIDOS?


Norman Birnbaum

Hacer campaña como el candidato del cambio fue bastante fácil para el presidente Barack Obama: recuerden la incondicional evocación del pasado de la nación llevada a cabo por el senador John McCain. Ahora que Obama es presidente, ese pasado se ha convertido en su presente y necesita algo más que retórica para manejarlo.

De hecho, su propio lenguaje ha despertado grandes expectativas de cambio dentro y fuera de nuestras fronteras. Así que no sólo carga con la certeza de una futura cadena de acontecimientos incontrolables a la que ningún otro presidente se ha enfrentado, sino también con sus promesas de controlarla.

Ahora disfruta de niveles muy altos de popularidad, pero las cosas pueden cambiar rápidamente en nuestra siempre volátil cultura política. Un 46 por cien del electorado votó contra él, y sus adversarios en el Congreso, los medios de comunicación y la sociedad en general se mostrarán implacables cuando, como es inevitable, detecten debilidad en el presidente y su partido. Los republicanos son en la actualidad implacables porque no detectan ninguna debilidad. Su líder nacional en la práctica es la estrella de la radio Rush Limbaugh, cuyas diatribas llenas de odio e ignorancia expresan con total fidelidad el racismo, la ansiedad clasista, la xenofobia y el resentimiento acumulado de gran parte de la población estadounidense blanca.

En la Cámara de Representantes los republicanos han votado unánimemente contra las propuestas económicas del presidente, a pesar de la dureza, cada vez mayor, de la crisis económica. No pasará mucho tiempo antes de que las creencias profundamente arraigadas sobre el papel del país en el mundo y el empuje de las lealtades e intereses existentes movilicen una decidida oposición contra su política exterior. Los argumentos de dicha oposición son en este momento notablemente más claros y más articulados que las propias posturas de Obama, que demuestran la sobriedad artesanal con la que el presidente ha empezado a construir su gobierno y el ritmo lento y metódico por el que ha optado.

Una estructura compleja

El aparato de política exterior comprende las fuerzas armadas, la CIA, la Agencia Nacional de Seguridad, el departamento de Estado y segmentos esenciales de otros departamentos gubernamentales, cada uno de ellos con una inercia constitucional considerable y controlado por profesionales experimentados que han visto entrar y salir a muchos presidentes. El Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca se encarga de coordinar este agregado, a menudo caótico, de intereses burocráticos contrapuestos, cuyos conflictos se acentúan por la ocupación de algunas partes del sistema por individuos de gran poder o grupos de presión extragubernamentales.

Con Truman y Eisenhower, hubo secretarios de Estado (Dean Acheson y después John Foster Dulles) que hicieron las veces de adjuntos y sustitutos del presidente en asuntos de política exterior. McGeorge Bundy con Kennedy y Johnson, y luego Kissinger con Nixon y Brzezinski con Carter, fueron asesores de Seguridad Nacional que devolvieron el control de los procesos de la política exterior a la Casa Blanca. A eso le ha seguido un cambio vertiginoso debido a secretarios de Estado fuertes (Shultz con Reagan y Baker con el primer Bush) con asesores de Seguridad Nacional inusualmente eficaces.

Todo el proceso se ha complicado por la intromisión de los mandos supremos de las fuerzas armadas a la hora de dirigir la política exterior. No sólo el presidente y los distintos jefes de la Junta de Jefes de Estado Mayor, sino también los comandantes regionales en el extranjero suelen ser tan influyentes a la hora de determinar su rumbo como los representantes civiles que teóricamente son sus responsables. Esto tiene una ventaja. Los católicos constituyen alrededor del 25 por cien de la población, pero están mucho más representados en el cuerpo de oficiales. Los oficiales católicos superiores son educados y reflexivos, han adquirido gracias a la doctrina de la iglesia el sentido de la proporción en el comportamiento en la política y en la guerra, y suelen ser mucho más profundos desde el punto de vista moral que muchos de sus coetáneos. También puede decirse eso de muchos oficiales superiores, independientemente de cuál sea su religión: la mayoría de ellos han entrado en combate y conocen el precio que tienen las bravuconerías, algo que muchos estadounidenses parecen no apreciar lo suficiente.

Como senador, Obama tenía una buena perspectiva desde la que podía observar a todas estas personas y todos estos procesos. Cuando era estudiante de historia de Estados Unidos, seguramente leyó suficientes biografías de presidentes como para aprender que los presidentes modernos, a partir de Franklin Roosevelt, han tenido que luchar contra el sistema y a menudo también contra sus más cercanos asesores (el caso tanto de Kennedy como de Johnson). Los lectores de las memorias de Kissinger recordarán la hostilidad de Nixon hacia el gobierno permanente. Los nombramientos más importantes del presidente son, por tanto, instructivos. Su primer paso ha sido pedirle a Robert Gates que siguiera siendo secretario de Defensa. Gates es un ex director de la CIA (era un experto en la antigua Unión Soviética) al que George W. Bush llamó a Washington para sustituir a Rumsfeld. Se le atribuye el mérito, junto a la ex secretaria de Estado Condoleezza Rice y a otros funcionarios y militares de alto nivel, de haber persuadido a Bush de que no permitiese que Israel atacase Irán. Junto al almirante Mullen, el militar de más alto rango, advirtió sobre los riesgos de apurar los límites de la capacidad militar del país y, junto al almirante, defendió públicamente los usos positivos de la diplomacia. Piensa que el departamento de Estado debería tener más fondos, una concesión implícita a los que opinan que las fuerzas armadas han usurpado funciones que no les corresponden. No está claro cuánto tiempo permanecerá en el cargo. El que se le haya mantenido en el puesto resulta ambiguo y puede que fuera ése el propósito. Es una recompensa por su moderación y un gesto hacia el gobierno permanente.

El presidente ha nombrado a dos comandantes militares jubilados para ocupar puestos que podrían haber ocupado civiles. El general James Jones, ex comandante de la Marina estadounidense y de la OTAN y ex combatiente de Vietnam, es su asesor de Seguridad Nacional. Fue al colegio en Francia y se licenció en Georgetown, la universidad jesuita. Se le considera un tecnócrata desapasionado. El almirante Dennis Blair es el director del servicio secreto nacional, el responsable de coordinar el trabajo de las diferentes agencias de espionaje. Blair fue comandante de la flota del Pacífico y no siempre se mostró puntilloso a la hora de cumplir órdenes con las que no estaba de acuerdo. El director de la CIA, a sus órdenes, será el ex congresista Leon Panetta, que también fue jefe de personal con Bill Clinton. Como abogado, aporta sensibilidad política a una organización que no siempre se ha distinguido por poseerla.

La decisión de Obama de conservar a Gates y los nombramientos de Jones y Blair reflejan la visión política del presidente, que se pone de manifiesto en su relato autobiográfico sobre su inmersión, siendo joven, en el Chicago afroamericano. Con las cosas organizadas tal como lo están, el cambio sólo puede provenir de dentro de las instituciones actuales. Por supuesto, esto también es señal de una confianza considerable en sí mismo. Obama ha declarado en muchas ocasiones que se toma sus prerrogativas constitucionales muy en serio, y especialmente en lo referente a las políticas exterior y militar. El presidente ha sido un lector voraz, y uno espera que encuentre una o dos horas al día para enterarse de lo que hay bajo el cielo y la tierra y que sus funcionarios ni siquiera se imaginan. En épocas de crisis, los tecnócratas suelen recurrir al mínimo común denominador del dogma disponible.

No es probable que su secretaria de Estado, Hillary Clinton, vaya a permitir que la burocracia homogeneice sus puntos de vista. El nombramiento de Clinton ha llevado a muchos a comentar que es inevitable que surja un conflicto con el presidente. Eso está lejos de ser cierto, ya que Clinton sabe que los presidentes eliminan invariablemente a los miembros del gabinete que son conflictivos. Tras ocho años en activo en la Casa Blanca como primera dama, ha pasado ocho en el Senado representando a Nueva York y como miembro del Comité de Servicios Armados. Como senadora por Nueva York, se mostró leal al grupo de presión de Israel: durante la campaña presidencial, declaró que si Irán atacaba Israel, sería “arrasado”. Para tener éxito como secretaria de Estado, Clinton tendrá que dejar de lado el oportunismo que la llevó a apoyar el ataque a Irak, a sumarse al lema de que Israel no puede hacer nada malo y a exagerar la amenaza iraní, que es en gran medida ficticia. Su enorme ambición requiere que contemple su legado con una mayor perspectiva. Inició su carrera política como líder estudiantil en los movimientos de protesta de finales de los años sesenta. Su indiferencia ante quienes han protestado en estos últimos años le costó el nombramiento como candidata presidencial (junto a su fe absurda en los asesores y empresas de sondeos que le cobraron sumas desorbitadas de dinero a cambio de consejos erróneos). El nombramiento la carga con una enorme responsabilidad, pero también supone una liberación de gran parte de su pasado reciente. La enérgica, inteligente y bien informada dama no se verá influida por éste. Ésa parece ser la visión no sólo del presidente sino también de los diplomáticos que han recibido de buen ánimo su llegada al departamento de Estado.

Hay otros personajes en el cuadro. El vicepresidente Joseph Biden fue presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado y no va a olvidarse de su propia experiencia ni de sus opiniones. Sin embargo, a los vicepresidentes a veces se les oye y se les ve, pero no necesariamente se les escucha. Su sucesor como presidente del comité, John Kerry, no es ni retraído ni está a punto de jubilarse. Tal vez ahora admita lo que trató de mantener en secreto cuando era candidato presidencial: que habla francés. Empezó en la política como ex combatiente de Vietnam que se oponía a la guerra, y ahora puede verse libre para volver a identificarse con su pasado antiimperialista, del que renegó durante su incompetente campaña.

Susan Rice, la embajadora ante las Naciones Unidas, es, como Obama, de la generación siguiente y no vivió los conflictos de los años sesenta. Es una afroamericana para quien el propio África ha sido un asunto de interés durante mucho tiempo, y podemos esperar un aumento considerable de la inversión política estadounidense en ese continente. Gregory Craig, una figura importante dentro del grupo de política exterior de Obama durante la campaña, es ahora el Letrado de la Casa Blanca, el abogado del presidente. Los asuntos como la constitucionalidad del poder presidencial son responsabilidad suya. Fue asesor del senador Kennedy y jefe de planificación política del departamento de Estado. Al igual que Clinton y Kerry, desplegó una gran actividad en la década de los sesenta. Como presidente de los estudiantes de Harvard, inició un movimiento contra los ex catedráticos de Harvard Bundy y MacNamara. En caso de que hubiese alguna vacante, Craig está bien situado para ocuparla.

El inicio del cambio

Obama ha tenido un comienzo sorprendente, y se ha centrado en establecer una ruptura con la administración Bush (que también empezaba a repudiar sin mucho entusiasmo algunas de sus propias políticas fallidas). A estas alturas, la ruptura es simbólica más que otra cosa. Guantánamo va a cerrarse, pero aún hay que dar con una reinterpretación precisa de la situación legal de los prisioneros. Esa reinterpretación tiene profundas repercusiones para la nación, ya que los abogados de Bush invalidaron la jurisprudencia constitucional estadounidense al exigir poderes dictatoriales para el presidente. Algunos han llegado a la conclusión de que Obama ha puesto realmente fin a la “guerra contra el terrorismo” al negarse a convertir su continuación o renovación en uno de sus objetivos explícitos. Es posible, pero también está bordeando otro abismo al proponer que se intensifique la guerra en Afganistán, aunque sus intenciones estén llenas de ambigüedad.

Ha hablado al mundo musulmán en un tono positivo. Al nombrar al ex senador Mitchell enviado especial para Oriente Próximo, le ha dicho de forma implícita al grupo de presión de Israel que su dominio absoluto sobre nuestra política se ha terminado. Mitchell es hijo de madre libanesa cristiana. En su anterior misión en Oriente Próximo, ofendió a un número considerable de seguidores de Israel al dar muestras claras de lo que ellos consideraban un grado imperdonable de ecuanimidad. Recuerden el discurso inaugural de Obama: “Porque sabemos que nuestro legado como mosaico de culturas es un punto fuerte, no una debilidad. Somos una nación de cristianos y musulmanes, de judíos e hindúes, y de no creyentes. Estamos moldeados por todas las lenguas y culturas, sacadas de todos los rincones de esta tierra; y como hemos probado la amarga bazofia de la guerra civil y de la segregación, y salimos de ese tenebroso capítulo más fuertes y unidos, no podemos evitar creer que los viejos odios pasarán algún día; que las líneas tribales pronto se disolverán; que a medida que el mundo se vuelve más pequeño, nuestra humanidad común se dejará ver; y que EE UU debe desempeñar su papel como guía en una nueva era de paz”. Las palabras, con sus reminiscencias del inmortal segundo discurso inaugural de Lincoln, asignan al multiculturalismo estadounidense un papel distinto de la figura judeocristiana de “nación redentora”, de instrumento elegido por dios. Las imágenes de Obama permiten una cierta dosis de moderación: igual que nosotros tenemos nuestro papel, otros tienen el suyo.

A las restricciones políticas impuestas por la valoración crítica por parte de la opinión pública de la serie de desastres de los años de Bush, se añaden las limitaciones económicas que trae consigo el fracaso de nuestro modelo de capitalismo. Puede que el electorado piense de un modo parecido al de Europa occidental, pero nosotros no tenemos un modelo de Estado de bienestar como el de Europa occidental. Los datos de los estudios de investigación muestran que la mayoría, y a veces una gran mayoría, está a favor de que el Estado tenga una gran función redistributiva en la educación, el apoyo a las familias, la atención sanitaria y las infraestructuras sociales. Estas actitudes han sido menospreciadas o ignoradas por el sistema político; las necesidades mayoritarias de la ciudadanía no influyen directamente en los programas políticos de los partidos.

En asuntos exteriores, entran en juego otros procesos. Los eslóganes cargados de afecto y los asuntos de debate público con contenido ideológico evitan que nuestra élite de política exterior tenga que rendir cuentas por su usurpación de unos poderes que la ciudadanía normalmente se abstiene de reclamar como propios. Queda por ver si Obama empleará sus considerables dotes pedagógicas no sólo para instruir a la opinión pública sobre el mundo en que vivimos, sino también para movilizarla contra aquéllos que ya han empezado a criticar su interpretación del mundo.

El presidente deberá presentar en breve un presupuesto federal. Nada hace pensar que aprovechará la oportunidad para proponer reducciones importantes en el gasto en armamento. El Centro para la Información sobre Defensa, instituto de investigación integrado principalmente por oficiales retirados, cree que los servicios armados adquieren de forma regular armamento defectuoso a un coste excesivo, armas que no guardan una relación discernible con las misiones de las fuerzas armadas. Recuerdo lo que un almirante jubilado me decía hace décadas sobre la fantasía de Reagan, el proyecto Guerra de las Galaxias: “Las armas, en el caso improbable de que llegaran a construirse, no defenderían el cielo que tenemos sobre nosotros, pero en todos los distritos del Congreso, los contratistas estarían a salvo en la Tierra”.

Gran parte de la influencia política de las fuerzas armadas, y por tanto de la militarización de buena parte de nuestra cultura política, se basa en su función de locomotora de la economía nacional. Será imposible llevar a cabo un cambio fundamental en política exterior a menos que un presidente reclame el control de esa gran porción del presupuesto federal que se ha vuelto inmune a la modificación (aproximadamente, el seis por cien del PIB).

Los frentes exteriores

¿Qué hará Obama respecto a Oriente Próximo? El ataque de Israel contra Gaza ha provocado una reacción más negativa de lo habitual en EE UU, con los medios de comunicación describiendo el sufrimiento de los palestinos de una forma que habría sido impensable hace unos años. Si la “guerra contra el terrorismo” va a ser sustituida por un esfuerzo por reconciliarse con los mundos árabe y musulmán, EE UU tendrá que replantearse su alianza con Israel. La respuesta por parte de Israel y sus defensores en EE UU (que no son únicamente judíos, ya que el grupo de presión de Israel en sentido amplio abarca a los fundamentalistas protestantes y a los que defienden la unilateralidad en política exterior) ya está clara: hacer hincapié en la amenaza de Irán, que se supone hace imprescindible la alianza con Israel. Se da una circunstancia que podría venirle bien a Obama, y es el aumento del escepticismo entre muchos judíos estadounidenses respecto a la conveniencia de animar a Israel a marchar hacia una nueva Masada. Sin embargo, muchos siguen estando dispuestos a movilizarse en contra de un cambio en la política estadounidense.

Hay un precedente para esta clase de operación. Cuando Nixon y Kissinger, tras la derrota de Vietnam y la reconciliación de EE UU con China, intentaron alcanzar un acuerdo sobre el control de armas y otros pactos con la URSS para estabilizar su relación, se encontraron con la oposición radical de la primera generación de neoconservadores. Éstos sostenían que no se podía confiar en la URSS, la cual mentía respecto a su programa armamentístico y, en cualquier caso, el proyecto de una coexistencia limitada suponía la continuación de la debilidad estadounidense que se había puesto de manifiesto al abandonar Vietnam. De vez en cuando, se referían al asunto que agitaba a la comunidad judía: instar a la URSS a que permitiese la emigración de judíos a gran escala. En el transcurso de esta campaña, los europeos occidentales, y especialmente la República Federal de Alemania, fueron acusados de laxitud moral por los padres de aquéllos que, una generación después, iban a pedir su participación en la guerra de Irak.

Es difícil predecir cómo se desarrollará en EE UU el debate sobre Irán que tendrá lugar durante los próximos meses. Por una parte, Teherán no es un interlocutor sencillo. Es cierto que muchos a los que se considera realistas en lo que se refiere a política exterior sostienen que la amenaza de Irán se ha exagerado muchísimo. Obama ha declarado que la adquisición de armas nucleares por parte del régimen iraní es “inaceptable” y no ha querido excluir la posibilidad de una acción militar, lo cual no es exactamente una promesa de atacar Irán en caso de que éste se las ingeniase para fabricar armas nucleares.

Desvincular el asunto iraní de la ocupación de Palestina por parte de Israel sería un paso hacia la secularización de lo que podría llegar a ser otro de esos debates teológicos que preceden a nuestras cruzadas más autodestructivas. En lo que respecta a la ocupación, al nombrar a Mitchell enviado especial, Obama ha ido más lejos que ningún otro presidente estadounidense al cuestionar el papel del país como mediador y abandonar la naturaleza incuestionable de la alianza con Israel. Si sigue por ese camino, despertará la furia de buena parte del sector de la política exterior estadounidense. Si se ve obligado a ceder ante la intransigencia israelí, tendrá que renunciar a la reconciliación con el mundo musulmán.

Mientras tanto, siguen presentes los problemas específicos de Irak y los de la conexión Afganistán-Pakistán, que son aún más complejos. En Irak, el éxito relativo de las elecciones provinciales a principios de febrero debería facilitar una reducción adicional de la presencia militar estadounidense. Sin embargo, no hay pruebas de que Obama tenga intención de abandonar la idea de un protectorado estadounidense, presentado a lo mejor como una alianza. Eso presupone una presencia duradera entre los iraquíes, con la aceptación del acuerdo por todas las partes, lo que a su vez requeriría la aceptación iraní, la cual no va a ser fácil de obtener. Richard Holbrooke ha sido nombrado enviado especial para Afganistán, India y Pakistán, con una misión todavía menos clara que la atribuida a Mitchell en su nombramiento. El general Petraeus, el comandante estadounidense para la zona, es un político consumado y no es probable que inste a un presidente a emprender una acción que conlleve una alta probabilidad de fracaso. Su gran éxito en Irak, a fin de cuentas, ha consistido en sustituir una buena parte de la guerra contra algunos suníes por sobornos, a la vez que organizaba el asesinato sistemático de otros. No está claro que esa misma combinación pueda servir para algo en Afganistán, excepto para posponer durante un periodo de tiempo muy limitado nuestra inevitable salida.

En cuanto a Pakistán, la principal preocupación de Holbrooke es evitar una guerra con India. La misión de estabilizar la zona de la frontera noroccidental le parecerá irreal a un diplomático que, cuando era un joven funcionario del cuerpo diplomático, trabajó en el delta del Mekong. Además, es lo bastante inteligente como para llegar a la conclusión de que los Balcanes tienen poco o nada que enseñar al suroeste de Asia. De modo que, tras la reflexión, la tarea de Holbrooke consistirá en establecer un asentamiento regional que pueda contar con la adhesión de China, Rusia… e Irán. El consentimiento de los europeos occidentales a todo lo que EE UU haga sobre el terreno puede darse por hecho, puesto que sus ciudadanos no les permitirán gastar vidas y dinero para apoyar ilusiones que Washington está abandonando.

Respecto a Latinoamérica, el presidente se ha permitido a sí mismo cierta crítica ritual hacia Chávez y no ha respondido al desafío de Lula: sabremos que algo ha cambiado cuando se levante el embargo a Cuba. Pero no hay indicios de ningún avance inminente en esa dirección.

¿Qué hay de las relaciones de EE UU con China y Rusia? Puede que por razones familiares, puede que porque China es tan grande y resistente a la presión, Bush se las arregló para mantener una conexión abierta con la gran potencia del otro lado del Pacífico. Las disputas económicas durante la presidencia de Bush, principalmente la exigencia de Washington de que Pekín revalorizase su moneda, se están transformando rápidamente a medida que ambos países tratan de lidiar con sus graves problemas económicos. El rumbo que probablemente seguirá Obama será la consolidación del proceso, ya muy avanzado, de introducir a China en el sistema de las relaciones internacionales. Ante la objeción de que ahora no hay un sistema normal, la respuesta es que ése es un problema que EE UU comparte con todo el grupo de países representados, de entrada, en el G-20.

El legado de la guerra fría sigue pesando sobre las relaciones entre EE UU y Rusia (y, en todo caso, es más importante para Rusia que para EE UU por razones geopolíticas y de orgullo nacional). Es difícil imaginar a Obama y a sus asesores provocando a Rusia de la misma manera que la última administración estadounidense. Por un lado, Rusia es necesaria si la idea es que el proyecto de reconciliación con el mundo musulmán tenga éxito, aunque sólo sea para proporcionar garantía de estabilidad en otros frentes. Por otro, el acercamiento entre EE UU y Europa occidental que ha quedado patente por la respuesta europea a la elección de Obama peligraría si se continuase con políticas como la de buscar la incorporación de Ucrania a la OTAN o el emplazamiento de misiles tanto en la reticente República Checa como en la exagerada y absurdamente ansiosa Polonia.

Las relaciones con China y Rusia sacan a relucir el asunto de la función y el peso de los derechos humanos y cívicos en las políticas del nuevo gobierno. Por el momento (no sé si el muy docto presidente ha leído alguna vez a Max Weber, pero sospecho que sí), EE UU se centrará en lo que ese pensador denominaba “profecía ejemplar”. La elección de un presidente afroamericano habla por sí misma; hay que hacer frente a la gran cantidad de problemas internos de igualdad y de acceso a las posibilidades prácticas de la ciudadanía que han ido acumulándose; la hipocresía de los años de Bush sirve de advertencia sobre el precio de la prepotencia. El gobierno de Obama ha nombrado para ocupar los puestos legales principales a un grupo de personas extraordinariamente reflexivas y capaces, muchas de las cuales han defendido en el pasado actitudes estadounidenses positivas hacia la Corte Penal Internacional. Sin embargo, se arriesga a ver impugnada su negativa a obligar a rendir cuentas a los miembros de la administración de Bush que hayan violado la Constitución. El presidente del Comité Judicial de la Cámara de Representantes, el dirigente demócrata John Conyers, se mantiene firme en su decisión de investigar y, si es posible, procesar a representantes gubernamentales recién nombrados debido a algunas de sus decisiones. Dadas las circunstancias, un improvisado lema que diga algo así como “los derechos humanos empiezan en casa” puede resultarle muy útil a la Casa Blanca de Obama.

Participar en el nuevo orden

Evidentemente, el nuevo gobierno tendrá que unirse a otros en un intento sistemático durante los próximos años por reconstruir la arquitectura del sistema internacional. La composición actual tanto del G-8 como del Consejo de Seguridad de la ONU no tiene sentido. El G-8 puede ampliarse sin causar mucho trastorno hasta llegar a ser como el G-20, pero un cambio en la estructura del Consejo de Seguridad resulta imposible por el momento. A la larga, tendrá que modificarse para que la ONU en su conjunto no se vea perjudicada. Serán necesarios cambios en el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, y en la labor descoordinada de instituciones como la FAO, la OIT, la UNCTAD, la OMS y la OMC, si queremos que la nueva economía mundial pueda enfrentarse adecuadamente a las crisis. El gobierno de Obama está mejor equipado para unirse a este proyecto, e incluso para desempeñar una función principal en él, que la mayoría de sus predecesores.

Evidentemente, la crisis económica mundial va a influir en la puesta en marcha de los proyectos de política exterior de Obama. Por muy interconectada que esté la economía mundial, la crisis está haciendo que muchos estadounidenses dejen de prestar atención al mundo exterior para centrarse en sus comunidades, familias y en ellos mismos: en su supervivencia económica. El plan de recuperación económica del gobierno, a estas alturas de su recorrido por el Congreso, incluye una enorme inversión social y algunos aumentos en la provisión estatal de servicios educativos y sanitarios. Eso podría, a largo plazo, reducir las diferencias entre EE UU y Europa occidental, con algunas consecuencias interesantes para las relaciones entre unas sociedades divididas durante al menos cuatro décadas por sus ideas contrapuestas sobre la ciudadanía. Ése es un asunto para el futuro.

De momento, sea cual sea el valor de los pagarés del Tesoro, los analistas más honestos reconocen que, en lo que se refiere a la economía, EE UU se ha declarado en bancarrota ideológica. Eso debería silenciar, aunque no lo hará, a aquéllos que se aferran, a pesar de las recientes demostraciones, a la idea de un liderazgo único de EE UU en el mundo. El atractivo moral de Obama y la calidad redentora de su discurso no bastan para restaurar lo que la historia ha cambiado para siempre.

A pesar de la crisis, se pueden esperar muchas cosas de Obama, en lo que se refiere a una nueva forma de plantearse el entendimiento y la resolución de conflictos entre naciones; a una indispensable contribución estadounidense a la tarea universal de conservar el medio ambiente y reparar, si es posible, los daños que la humanidad le ha infligido; y a otros experimentos de colaboración transfronteriza por encima de las diferencias culturales e ideológicas. La mayor contribución que puede hacer a sus conciudadanos (y por consiguiente a los ciudadanos del resto del mundo) sería convencerles de que impregnarse de una nueva humildad es condición necesaria para una nueva época de progreso. El resultado sigue estando totalmente abierto.

Sin embargo, es posible que el presidente quiera tener una conversación con el almirante Blair, el nuevo director del espionaje nacional. En su comparecencia de confirmación ante el Comité de Inteligencia del Senado, fue muy concreto respecto a una de las funciones de nuestros organismos de espionaje. “Aunque hay aliados tradicionales de EE UU que no están de acuerdo con las políticas estadounidenses en asuntos y países concretos, los círculos del espionaje también pueden ayudar a los políticos a identificar a muchos dirigentes de gobiernos y líderes particulares influyentes (en Europa, Asia y el resto del mundo) que comparten las ambiciones estadounidenses respecto al futuro y están dispuestos a trabajar codo con codo por el bien común”. ¿Es una nómina estadounidense en todo el mundo el instrumento más eficaz de nuestra política?

LA PIRATERÍA EN SOMALIA: UNA AMENAZA PARA LA SEGURIDAD INTERNA Y EXTERNA


Laura Hammond

El secuestro el 15 de noviembre de 2008 del Sirius Star –un petrolero con capacidad para transportar dos millones de barriles de crudo y que navegaba casi lleno– por parte de piratas somalíes en la costa del este de África ha dado un alto perfil internacional a una cuestión que llevaba largo tiempo ocurriendo aunque no recibiera mucha atención. Sin embargo, la comunidad internacional, en su esfuerzo por poner fin a la piratería somalí, se enfrenta a un desafío que no responde únicamente a la necesidad de reforzar la seguridad en alta mar, sino también a tratar los factores que hacen que la piratería sea tanto deseable como posible en el contexto político actual de Somalia. Una respuesta que ponga un excesivo acento en la seguridad podría exacerbar en lugar de aliviar la situación.

Aunque la piratería ha estado activa en la costa de Somalia durante más de 10 años, la reciente escalada de las actividades, que han culminado en la captura del petrolero, es significativa por varias razones.

En primer lugar, es evidente que los piratas han aumentado significativamente sus capacidades, en términos del número de personas implicadas en esta actividad y de su nivel de preparación. Este mayor número de personas involucradas y que obtienen un beneficio del negocio de la piratería incluye no solo a quienes siguen y abordan a estos buques, sino también a quienes financian las operaciones, a los que suministran alimentos y recursos esenciales a los secuestradores y sus rehenes mientras se producen las negociaciones, así como a los propios negociadores. Los beneficios se distribuyen entre líderes regionales, jeques y jefes de clan y entre los empresarios que satisfacen las necesidades y caprichos de estos nuevos ricos.

Los piratas de hoy utilizan equipos GPS y teléfonos vía satélite, están mejor armados que nunca (utilizan armas propulsadas por cohetes y que se disparan desde el hombro) y tienen acceso a barcos más rápidos y maniobrables. Según un informe realizado por Roger Middleton del think-tank británico Chatham House, estos adelantos les permiten localizar, alcanzar y abordar los barcos que son su objetivo en tan solo 15 minutos, de ese modo eluden ser detectados hasta después de haber tomado sus rehenes.

En segundo lugar, han incrementado su capacidad para interceptar barcos. El Sirius Star fue capturado a 450 millas náuticas al sudeste del puerto keniano de Mombasa, lejos de los “corredores de la piratería” habituales situados en torno a la entrada del Mar Rojo/Golfo de Adén, y a lo largo de la costa nordeste de la región somalí de Puntlandia. Según el ejército norteamericano, esto indica que la piratería afecta a un área de 2,5 millones de millas cuadradas. Patrullar eficazmente una zona tan extensa se considera logísticamente imposible.

En tercer lugar, con la captura en septiembre de 2008 del MV Faina, un barco ucraniano cargado con 33 tanques y munición, y el posterior secuestro de un superpetrolero, los piratas han elevado la puja. Aunque no pueden utilizar o vender fácilmente el cargamento que han capturado, pueden exigir rescates mucho más elevados debido a su valor estratégico y comercial.

En cuarto lugar, los continuos ataques contra petroleros pueden llevar a un alza de los precios del crudo a nivel mundial. Los armadores podrían tener que contratar los servicios de empresas de seguridad privadas para proteger sus barcos. Podrían verse obligados a elegir rutas más largas (incluso rodeando el Cabo de Buena Esperanza) para evitar ser objeto de ataques, y todos ellos deberán pagar importantes rescates así como primas de seguro más elevadas. Hay informes que indican que en el último año algunas aseguradoras han multiplicado por 10 sus tarifas a las compañías marítimas que trabajan por la zona. En el caso del Sirius Star, el rescate inicial establecido fue de 25 millones de dólares. El rescate fijado en un principio para el Faina fue de 20 millones de dólares, pero al parecer ha bajado desde entonces. Hay expertos que predicen que el precio que se acordará finalmente para cada uno de esos barcos rondará entre los cinco y los 10 millones de dólares. Los rescates más comunes suelen estar entre los 500.000 dólares y el millón de dólares. Ante el incremento de riesgos y costes, se dice que al menos una compañía mercantil noruega ha cambiado la ruta habitual de sus barcos para que naveguen bordeando el Cabo en lugar de arriesgarse a atravesar el Mar Rojo.

Por último, los 30 millones de dólares que según una estimación conservadora se han pagado en total en el año 2008 están claramente ayudando a alimentar el conflicto en Somalia. Los ingresos no solo llegan al Gobierno Federal de Transición (cuyo presidente, Abdillahi Yusuf, es oriundo de Puntlandia), sino también a los movimientos islamistas insurgentes. La piratería amenaza con desestabilizar aún más si cabe una zona crónicamente inestable del mundo.

Cómo se produce la piratería

Los piratas necesitan apoyo financiero de inversores para obtener barcos, equipos de navegación y de comunicaciones, y armas. También necesitan apoyo económico para mantenerse a ellos mismos y a sus rehenes durante los a menudo largos procesos de negociación. Algunos inversores proceden al parecer de Somalia, y de la diáspora somalí que vive en los Estados del Golfo, Nairobi, el Reino Unido y Canadá. El reciente aumento en la capacidad de los piratas ha suscitado la sospecha de que también estén recibiendo apoyos financieros de otros colaboradores no somalíes.

Para realizar sus operaciones los piratas viajan en pequeñas lanchas rápidas, que suelen lanzarse desde cargueros nodriza o barcos de pesca, con lo que pueden adentrarse más en alta mar. Una vez localizado su objetivo, persiguen al buque –muchas veces viajando tras su estela para evitar ser descubiertos– hasta arrimarse a un costado. Acto seguido abordan el barco utilizando cabos y ganchos: los cargueros con más carga son más fáciles de abordar porque el peso les hace hundirse más en el agua y viajar con mayor lentitud. Una vez en el barco, normalmente los piratas se enfrentan con escasa resistencia, ya que las tripulaciones no suelen ir armadas.

La piratería que se lleva a cabo en otros lugares del mundo –en el estrecho de Malaca en el Pacífico, por ejemplo– se suele realizar con la intención de robar el barco abordado; el principal objetivo de la piratería somalí es conseguir un rescate. Poco después de tomar el control del barco, se ponen en contacto con el propietario del mismo y comienzan el proceso de negociación. Este proceso puede durar semanas o meses y generalmente implica una bajada gradual del rescate. Durante el tiempo en que las negociaciones se van desarrollando, a los propios piratas les interesa mantener a la tripulación viva y lo más sana posible. Hasta ahora no ha habido indicios de abusos graves de rehenes por parte de los piratas; la única muerte conocida, la del capitán del MV Faina, se debió al parecer a una insuficiencia cardiaca.

Los barcos capturados suelen ser llevados a una zona al nordeste de la costa de Somalia cerca de la ciudad de Eyl. Lo que antes era un tranquilo pueblo pesquero ha sido transformado por la presencia de los piratas y sus barcos rehenes. Nuevos chalets surgen por doquier, al igual que restaurantes al gusto de los paladares extranjeros de los rehenes. Abundan los vehículos Toyota Landcruiser y las bodas fastuosas con piratas son, según dicen, cada vez más comunes y deseadas. Se cree que en las aguas de la costa de Eyl hay unos 20 barcos secuestrados, con un total de más de 220 rehenes.

A pesar de las sumas importantes de dinero que piden como rescate, los piratas han comprobado que la mayoría de los propietarios de los buques acceden eventualmente a pagar. Según Middleton, “las compañías navieras, y a veces los gobiernos, están dispuestos a pagar estas sumas porque son relativamente pequeñas en comparación con el valor del barco y, por supuesto, con el valor de la vida de los miembros de la tripulación”. Los rescates se pagan al contado y se envían al buque rehén en un barco “de reparto”. Una vez entregado el dinero, estos barcos abandonan los buques rehenes mientras los piratas cuentan y se reparten el dinero. Luego los piratas dejan el barco, dejando en libertad a la tripulación, el cargamento y la propia nave.

¿Crimen organizado o protección de las aguas somalíes?

En una entrevista con el New York Times desde el Faina, un portavoz de los piratas, Sugule Ali, indicó: “No nos consideramos bandidos del mar… pensamos que los bandidos del mar son quienes pescan de forma ilegal en nuestros mares, vierten desechos en nuestras aguas y transportan armas por ellas. Nosotros no hacemos más que patrullar nuestros mares. Considérennos como unos guardacostas”.

Si bien es cierto que la pesca ilegal es un problema en las costas somalíes –donde las aguas son particularmente ricas en atunes y tiburones– y hay informes que confirman que se arrojan desechos en estas aguas costeras, la mayor parte de los analistas rechazan la idea de que estos sean los motivos principales de los piratas. En declaraciones a la agencia de noticias Associated Press, el representante especial de la ONU para Somalia afirmó: “Creo que los somalíes tienen razón en quejarse de la pesca ilegal, en protestar porque se viertan desechos en sus aguas, pero ningún individuo tiene derecho a ejercer de policía en la costa de Somalia”. El veterano analista de Somalia Ken Menkhaus fue más allá al asegurar a un periodista de Policy Innovations del Carnegie Council: “Es absurdo. Los Señores de la Guerra que gobiernan en tierra están colocando a estos individuos en barcos y enviándoles para que hagan pagar un permiso a los navegantes. No es más que un negocio mafioso”.

Las respuestas hasta el momento son insuficientes

La mayoría de las respuestas que se ha dado hasta ahora han sido intervenciones basadas en la seguridad. Decidir qué medidas de seguridad adoptar para responder a la piratería es complicado debido a las restricciones legales, a la reticencia por parte de los propietarios de barcos de llevar armas a bordo y a la renuencia de la mayoría de los países que han enviado buques de guerra a patrullar la región de pasar a la acción cuando un barco ha sido secuestrado. Más significativo todavía es que la incapacidad de abordar el asunto con eficacia está vinculada a la ausencia de un Estado eficaz en Somalia.

Aunque la Resolución 1838 del Consejo de Seguridad de la ONU, aprobada en 2007, autorizaba el uso de la “fuerza necesaria” para detener la piratería en aguas internacionales, no está claro qué grado de fuerza estaría permitido y bajo qué circunstancias se justificaría. La Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (1982) garantiza a los barcos militares que navegan fuera de las aguas jurisdiccionales de un Estado el derecho a capturar un barco pirata, pero solo después de abordarlo e inspeccionarlo; una acción de este tipo en el contexto de la piratería somalí se considera impracticable. El ejército danés detuvo recientemente a 10 piratas somalíes pero tuvo que dejarlos en libertad en tierra al no estar claras las condiciones que rodeaban la detención.

Algunos países, con Rusia a la cabeza, han propuesto atacar la base pirata de Eyl. Otros países son reacios a dar su consentimiento a esta medida sin una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, resolución que no parece que vaya a producirse en breve.

Las patrullas que operan en estos momentos en el Golfo de Adén, incluida una pequeña flota bajo el mando de la OTAN, así como otras patrullas de países como la India y Malasia, aseguran que sus esfuerzos para prevenir la piratería están dando resultados pese a lo que parecen indicar los últimos secuestros. La zona tiene un importante tráfico marítimo: 21.000 buques pasan por el Golfo de Adén cada año. También afirman que se desbaratan muchos más ataques de los que culminan con éxito.

Los esfuerzos de patrullaje se centran en dos objetivos: interceptar a los piratas antes de que lleguen a atacar barcos y mantener la seguridad de una ruta marítima para la entrega de ayuda alimentaria tan necesaria para el pueblo somalí. Se estima que Somalia necesita ayuda alimentaria urgente para 3,2 millones de personas –víctimas de la guerra, la sequía y las recientes inundaciones–. Los participantes en estas patrullas, que han sido enviados bajo un imperativo de ayuda humanitaria, consideran que implicarse en tratar de liberar barcos secuestrados sería ir más allá de su mandato y de su capacidad.

Pese a todo, han aumentado los compromisos para enviar patrullas a la zona. Los miembros de la UE negocian en estos momentos el envío de una flota bajo mandato de la UE, que llevará el nombre de Atalanta y estará dirigida por el navío de la Armada Real Británica HMS Northumberland. Se prevé que el acuerdo se formalice en breve. La flota podría estar compuesta por naves de 10 países, entre ellos Alemania y Rusia, y estará sometida a normas explícitas sobre en qué casos se puede utilizar la fuerza contra los piratas.

Los presuntos piratas que son capturados no pueden ser enviados automáticamente a Somalia y entregados a las autoridades del Gobierno Federal de Transición, ya que no existen garantías de que los prisioneros no sean sometidos a torturas y de que reciban un juicio justo y completo. Hasta ahora, los piratas capturados en el mar por el Reino Unido han sido entregados a las autoridades de Kenia. Francia llevó a cabo un espectacular rescate de un yate francés. Seis piratas fueron detenidos en aquella operación y enviados a Francia para ser sometidos a juicio. Las autoridades de Somalilandia, el territorio autodeclarado independiente en el noroeste del país, han detenido también a varios piratas que se encuentran en la actualidad en la prisión de Mandera.

Puntlandia es una región de Somalia con una administración semiautónoma aunque muy débil. Sus mandatarios han expresados verbalmente su voluntad de intentar detener la piratería, pero carecen de la capacidad de actuar con eficacia. Además, como es muy probable que al menos algunos miembros individuales de la administración de Puntlandia se estén beneficiando del negocio de la piratería a través de pagos clandestinos, no parece que haya mucho incentivo para poner estas promesas realmente en acción.

¿Qué se puede hacer?

Está claro que ninguna solución que se limite a las medidas de seguridad va a conseguir detener con éxito la piratería en el Golfo de Adén. La capacidad de los piratas para llevar a cabo sus capturas está directamente relacionada con la ausencia de un Estado efectivo en Somalia. Es este aspecto el que debe ser abordado si se quiere reducir o eliminar con éxito la piratería.

Somalia está en guerra desde hace dos décadas, y no tiene un gobierno con auténtica autoridad desde 1991. Los sucesivos esfuerzos de la comunidad internacional para apoyar un proceso de paz y la formación de un nuevo gobierno han sido frustrados por políticas que tratan de imponer agendas occidentales –políticas, antiterroristas y económicas– en un país donde no tienen sentido. Desde diciembre de 2006, cuando el Gobierno Federal de Transición respaldado por Etiopía expulsó a la Unión de Tribunales Islámicos de Mogadiscio y de gran parte de las regiones de Somalia central y del sur, ha habido una escalada de violencia. Según el secretario general de la ONU, 870.000 personas han sido desplazadas desde marzo de 2007. Muchos de estos desplazados no se habían visto obligados a abandonar sus hogares en los 17 años de violencia que han precedido las últimas campañas. Somalia es, junto con Afganistán y Sudán, uno de los países del mundo más peligrosos para los cooperantes humanitarios, por lo que la mayoría de las organizaciones internacionales han abandonado sus operaciones por completo o las llevan a cabo a través de su personal somalí. Estos empleados somalíes corren el riesgo de ser asesinados puesto que se han convertido en objetivo de los piratas.

El Gobierno Federal de Transición, cuyo presidente es Abdillahi Yusuf, oriundo de Puntlandia, es muy impopular entre la mayor parte de los somalíes, como también lo es la comunidad internacional que lo apoya, así como el gobierno etíope que le suministra ayuda militar. El movimiento islamista al-Shabaab, relacionado con varios grupos asociados a la Unión de Tribunales Islámicos, que controla amplias áreas de Somalia del sur y central, menos la capital, Mogadiscio, puede que no sea mucho más popular. Pero la gente lo considera más fuerte en muchos aspectos, y les gusta el hecho de que insista en la retirada de Etiopía del territorio somalí.

La situación de la seguridad en Puntlandia es algo mejor que en las zonas del sur y el centro del país –las estructuras administrativas disfrutan de algo más de legitimidad–. Pero la administración de Puntlandia no dispone de los recursos financieros necesarios para convertirse en un gobierno que pueda hacer frente a los piratas. El presupuesto de Puntlandia es de apenas 20 millones de dólares, menos de la mitad de lo que los piratas pueden recabar este año. No tiene una fuerza policial efectiva, por no hablar de guardacostas o armada. Sus cárceles están saturadas y su sistema judicial para juzgar a los presuntos piratas es rudimentario.

En ausencia de fondos procedentes de otras fuentes, no sería de extrañar que los analistas tuvieran razón cuando aseguran que una parte de los rescates recaudados termina en los bolsillos de funcionarios de la administración, y que estos pagos compran o al menos apoyan a autoridades que están dispuestas a hacer la vista gorda ante el problema. Mediante pagos similares a al-Shabaab los piratas consiguen que también estos miren hacia otro lado.

La lucha eficaz contra la piratería requiere que la comunidad internacional amplíe sus ideas sobre las causas y las implicaciones de la piratería y colabore con las autoridades nacionales y de Puntlandia sobre el terreno. Apoyar las acciones legítimas encaminadas a la formación de un Estado en el actual contexto somalí implica enormes dificultades. En cambio, ignorar las dinámicas en el territorio, favoreciendo en su lugar una estrategia enfocada a la seguridad no solo hará fracasar la lucha contra la lacra de la piratería sino que exacerbará el conflicto dentro de la propia Somalia. Muchos somalíes verían esta estrategia como una prueba de que la comunidad internacional no está interesada en resolver los problemas internos de Somalia sino más bien en proteger sus propios intereses. Ya sienten que la política hacia Somalia está demasiado dirigida por preocupaciones antiterroristas y por el deseo de imponer una democracia de corte occidental en un país donde este modelo encaja difícilmente.

Si no se establece un enfoque diversificado para hacer frente a la piratería, existe el riesgo real de que la situación empeore. Cuanto más arriesgada sea la piratería, mayores serán probablemente los rescates exigidos. El impago de las sumas reclamadas o las amenazas serias de atacar a los piratas pueden resultar en actos de violencia contra los rehenes, algo que no se ha visto todavía. Además, un barco hundido en el estrecho paso que lleva al Mar Rojo puede interrumpir gravemente el comercio internacional y un posible vertido de un cargamento de petróleo o de sustancias químicas puede causar un desastre medioambiental en las aguas de la región.

Conclusión

Si existe alguna perspectiva de paz en el futuro de Somalia, estriba en la posibilidad de un gobierno de coalición que incluya voces tanto del Gobierno Federal de Transición como de los islamistas, quienes actualmente se oponen al mismo. Es necesario ampliar el diálogo sobre el futuro de Somalia y, en el corto plazo, valorar lo que puede hacerse a través de la diplomacia y el apoyo al desarrollo para detener la piratería, incluyendo a partes interesadas que hasta ahora no han estado presentes en la mesa de negociación. Un acuerdo de paz firmado el pasado verano en Yibuti entre el Gobierno Federal de Transición y la Alianza para la Re-Liberación de Somalia (ARS) trata de hacer posible este foro. Pero hay que hacer un mayor esfuerzo para traer a la mesa de negociación –tanto a nivel central como local, en particular en Puntlandia– a quienes siguen oponiéndose al proceso de paz. Esto puede realizarse al mismo tiempo que se toman medidas de seguridad, pero las patrullas y la policía de alta mar no deberían sustituir al apoyo firme encaminado a encontrar un acuerdo sostenible a los problemas políticos de Somalia.

¿QUÉ DICEN LOS LÍDERES DE AL-QAEDA SOBRE LA OPERACIÓN MILITAR ISRAELÍ EN GAZA?


Fernando Reinares

Al margen de los debates en curso sobre la operación militar israelí en Gaza y sus implicaciones, o precisamente en consonancia con ellos, son en sí mismas de interés las reacciones que esa ofensiva ha suscitado en los dirigentes de al-Qaeda. No en vano, esta última constituye el núcleo central y la referencia insoslayable para cuantos actores forman la actual urdimbre del terrorismo global. Además, los pronunciamientos emanados de aquella estructura terrorista proporcionan siempre indicaciones acerca de los fines últimos que persigue y de la estrategia con que aspira alcanzarlos. Por otra parte, el caso de Palestina aparece de manera habitual en su propaganda, junto a otros como Afganistán, Irak, Chechenia, Cachemira y Somalia, por ejemplo. Pues bien, desde que se iniciara la intervención de Israel el pasado 27 de diciembre hasta la retirada de sus tropas coincidiendo con la toma de posesión de Barack Obama como presidente de EEUU, se han pronunciado al respecto tanto Osama bin Laden como su lugarteniente y verdadero estratega de la denominada yihad global, es decir, Ayman al Zawahiri. También se ha pronunciado en dos ocasiones el líder de al-Qaeda en el Magreb Islámico, Abu Musab Abdelwadoud, lo que adquiere especial relevancia si adoptamos una perspectiva europea en general y española en particular.

Osama bin Laden hizo público el 14 de enero su comunicado “Llamada a la yihad para detener el asalto a Gaza”, mediante una grabación oral en lengua árabe realizada y difundida por As Sahab, algo así como la productora con que al-Qaeda cuenta para elaborar y transmitir propaganda audiovisual. Esta misma preparó y emitió ocho días después, el 21 de enero, una alocución de Ayman al Zawahiri, asimismo en lengua árabe, presentada como “La masacre de Gaza y el asedio de los traidores”. Abu Musab Abdelwadoud, por su parte, se hizo notar el día 2 con una proclama, siempre en el mismo idioma, “Sobre los últimos acontecimientos de Gaza” y el día 15 con otra “Sobre Gaza entre el martirio de los judíos y los cruzados y los apoyos de los apóstatas”, insertadas en sendos sitios de Internet conocidos por sus contenidos de signo yihadista. Pero, ¿qué tienen en común esos mensajes? ¿Qué dicen en torno a la ofensiva israelí y sus consecuencias? ¿Cuáles son los propósitos con que han sido difundidos?

“Campaña sionista-cristiana contra el islam y los musulmanes”

En primer lugar, los líderes de al-Qaeda han utilizado sus respectivos comunicados sobre la operación militar israelí en Gaza para trasladar, tanto a la sociedad palestina como al conjunto de los musulmanes, un discurso que enmarca lo acontecido en el contexto de la idea de yihad global que aquellos propugnan desde hace aproximadamente dos décadas. Osama bin Laden, en el aludido mensaje del 14 de enero, lo expresa con estas palabras: “quisiera decir a nuestra gente en Palestina que Alá incremente vuestras recompensas, acepte vuestras muertes como mártires y acelere la recuperación de los heridos. ¡O mis hermanos en Palestina! Habéis sufrido terriblemente, como vuestros ancestros a lo largo de los pasados nueve siglos. Los musulmanes están unidos en la compasión por vosotros después de lo que han visto y oído, y nosotros también os compadecemos porque compartimos vuestra misma realidad. Los sentimientos de los muyahidines por lo que estáis atravesando son enormes. Los muyahidines, como vosotros, también están siendo bombardeados por los mismos aviones, y pierden sus más queridos familiares del mismo modo que vosotros […]. Os apoyamos y no os vamos a abandonar, si Alá quiere. Compartimos el mismo destino en la lucha”.

En esta misma línea de argumentación envolvente, que interpreta el conflicto entre israelíes y palestinos al cual se inscriben los acontecimientos de Gaza en términos que se acomodan a la visión de un antagonismo mundial entre infieles –en particular judíos y cristianos– y creyentes –es decir, musulmanes–, había insistido Ayman al Zawhiri en su propio comunicado, aparecido ocho días antes. En concreto, dirigiéndose a quienes identifica como “nuestros hermanos musulmanes en Gaza y el resto de la usurpada Palestina”, afirmaba lo siguiente: “os aseguro que no descansaremos, con la ayuda de Alá, hasta que venguemos cada pérdida, persona herida, viuda y huérfano en Palestina, y en el resto de las tierras del Islam, con la ayuda de Alá y su fuerza […]. Anhelamos el día en que estemos junto a vosotros para liberar Jerusalén e izar el estandarte del islam y de la yihad sobre sus barrios”. A lo que poco después añadía este razonamiento: “Mis hermanos musulmanes y muyahidines en Gaza y el resto de Palestina, lo que afrontáis hoy no es una ocupación de asentamientos, limitada a cierta área o a cierta región, sino un eslabón en la cadena de la campaña sionista-cristiana contra el islam y los musulmanes”.

Semejantes manifestaciones, tanto de Osama bin Laden como de Ayman al Zawahiri, están en consonancia con los objetivos y hasta con la propia denominación del Frente Islámico Mundial para la Yihad contra Judíos y Cruzados, iniciativa de la estructura terrorista liderada por ambos y que, junto a algunos otros grupos armados de orientación islamista alineados con la misma, se estableció en febrero de 1998. Ahora bien, en el contexto específico de la ofensiva militar israelí en Gaza, es probable que los dirigentes de al-Qaeda traten, con su discurso, de extraer beneficios del impacto recibido por Hamás –organización por cierto ignorada en los distintos comunicados, aunque en el pasado haya sido vehementemente criticada por los líderes de al-Qaeda debido a su participación en procesos electorales y los objetivos nacionalistas que abandera–, al constatarse las limitaciones de las brigadas que constituyen su brazo armado y hacerse manifiestas las discrepancias entre sus máximos responsables, al igual que de la eventual repercusión de lo sucedido en al-Fatah. Es menester recordar que durante los últimos años han aparecido algunos grupos yihadistas, tanto en los propios territorios palestinos, concretamente en Gaza, como en campos de refugiados existentes fuera de ellos, caso del Líbano, abiertamente alineados con al-Qaeda y dispuestos a desafiar el predominio por el cual compiten Hamás y al-Fatah. Según un sondeo llevado a cabo por el Pew Research Center en 2007, seis de cada 10 habitantes adultos de los territorios palestinos confiaban en Osama bin Laden. En ningún país con población mayoritariamente musulmana se alcanzaron registros tan elevados.

“Evidencia que prueba que podéis derrotar a vuestros enemigos”

En segundo lugar, los dirigentes de al-Qaeda se sirven de los acontecimientos de Gaza para, a través de los comunicados que han difundido, justificar el repertorio de terrorismo que es inherente a su idea de yihad global como la única forma de actuación posible y estimular las motivaciones individuales para implicarse de uno u otro modo en su práctica. Así, en la grabación que reproduce la voz de Osama bin Laden puede oírse esto: “sólo hay un camino recto para liberar la mezquita de Al Aqsa y Palestina, el de la yihad en la causa de Alá […]. Haciéndola y combatiendo es como se puede confrontar el poder de los infieles. Digo a mi nación islámica: estando satisfechos meramente con considerar responsables a los gobernantes y a los clérigos, pero absteniéndose entonces de actuar, no se os absuelve de responsabilidad a vosotros. Esa es otra manera de evadir vuestro deber. En el sagrado Corán, el mandato de Alá está claro: la participación en la yihad en su causa, por medio de las posesiones o de uno mismo, ha de continuar hasta que se convierta en un deber colectivo”. Osama bin Laden parece referirse aquí a la distinción que en la doctrina islámica existe entre la yihad como obligación individual o deber colectivo, que a su vez implica otra entre yihad defensiva y ofensiva.

Insistiendo en el imperativo religioso de contribuir individualmente a la yihad, entendido este concepto en su acepción decididamente belicosa, Osama bin Laden apela a motivaciones para el terrorismo basadas en criterios de racionalidad normativa. Pero su discurso no se queda ahí y en el mismo mensaje al que me estoy refiriendo complementa esos argumentos con una apelación, asimismo de cariz racional, a la eficacia de dicha violencia: “Aquí os presento evidencia que prueba que podéis derrotar a vuestros enemigos con sólo una parte de vuestras capacidades. La primera es la devastadora derrota de la Unión Soviética en Afganistán, con la guía de Alá, gracias a los esfuerzos de nuestra gente, y sin la intervención de ninguno de los ejércitos de nuestros gobiernos”. La segunda consistiría, por su parte, en que, después de los atentados del 11 de septiembre, “hoy Estados Unidos se tambalea bajo los ataques de los muyahidines y sus consecuencias. Se agota humana, política y financieramente […]. ¡O mi nación islámica! La yihad llevada a cabo por tus hijos contra la alianza Sionista-Cruzada es una de las razones fundamentales, después de la gracia de Alá, de todas esas consecuencias destructivas para nuestros enemigos, que resultan claras y obvias tras siete años de guerra”.

Pero a la yihad como imperativo religioso y al atractivo de su pretendida eficacia añaden los líderes de al-Qaeda, en los comunicados que han emitido tras iniciarse los ataques israelíes en Gaza, contenidos destinados a remover emociones negativas que, como el odio o la rabia, pueden asimismo contribuir a la movilización de determinados sectores de la sociedad palestina y de otros ámbitos del mundo islámico, en favor de al-Qaeda o de sus grupos y entidades afines. Así, por ejemplo, Abu Musab Abdelwadoud clama en el primero de sus comunicados: “millones de musulmanes, si este crimen no es motivo de alar las armas, ¿cuándo ejerceréis la yihad? Ulemas, si no aprovecháis esta oportunidad para dictar fatuas sobre la yihad, ¿cuándo las dictaréis?”. Y, en el segundo, el líder de al-Qaeda en el Magreb Islámico se refiere a “los continuos crímenes de bombardeos y genocidio contra nuestra gente en Gaza”. Estos contenidos, con todo, no son los que requieren una elaboración más enfática por parte de Osama bin Laden y Ayman al Zawahiri cuando se trata de lo ocurrido en la mencionada franja del territorio palestino, pues emanan de realidades tan inmediatas como los bombardeos de las Fuerzas Armadas israelíes o coinciden en ese punto con la habitual propaganda de Hamás o el adoctrinamiento a que este movimiento islamista somete a sus niños y jóvenes. Eso sí, combinados con otros que incentivan las motivaciones para implicarse en actividades terroristas basadas en criterios de racionalidad y encuadrado todo ello en la idea de yihad global, al-Qaeda busca continuar atrayendo para sí nuevos adeptos en el seno de la población palestina.

“Nuestra ira islámica debería convertirse en acciones eficaces”

En tercer lugar, los dirigentes de al-Qaeda han reaccionado a los acontecimientos de Gaza con pronunciamientos en los que señalan a quienes consideran culpables de lo sucedido e incitan a la comisión de atentados contra los mismos. Para Ayman al Zawahiri, tal y como alega en su mensaje del pasado 6 de enero, dirigiéndose a la población palestina afectada, “esos ataques son el regalo que os hace Obama, antes de asumir su cargo, y el traidor Hosni Mubarak es el principal socio en vuestro asedio y asesinato. Mientras los aviones israelíes sueltan sus bombas desde el aire, él cierra las fronteras con sus fuerzas, para completar el plan de matar a los musulmanes en Gaza”. También acusaba al conjunto de gobiernos de países con poblaciones mayoritariamente musulmanas: “son los que han entregado a Palestina y reconocido a Israel”; critica en particular a los mandatarios de Arabia Saudí, Yemen e Irak. En el comunicado de Abu Musab Abdelwadoud aparecido el 2 de enero se habla de lo ocurrido en aquella franja de Palestina como de una masacre que no hubiese sido posible sin “la Administración americana y su representante Bush”, ni tampoco sin “los regímenes árabes encabezados por el Estado de Mubarak, la familia de los Saud y la autoridad de Abbas, coautores de los judíos y de los cristianos para recuperar el poder en Gaza”. En el que el lider de al-Qaeda en el Magreb Islámico hizo público el 15 de aquel mismo mes, arremete asimismo contra las autoridades de Argelia y Mauritania, y termina por hablar de una “alianza satánica compuesta por judíos, cristianos y renegados”.

Osama bin Laden, en su alocución difundida el 14 de enero, sostenía que “es un deber hacer un llamamiento a la yihad y movilizar a los jóvenes en unidades yihadíes combatientes en la causa de Alá contra la alianza de sionistas y cruzados y sus agentes en la región, y no desperdiciar la energía de la juventud en manifestaciones callejeras sin que porte armas”. Ayman al Zawahiri hablaba igualmente de este modo: “digo a las masas enfurecidas de musulmanes que protestan en todo el mundo islámico que esas manifestaciones no van a ser suficientes para confrontar sus bombas, que nuestra ira islámica debería convertirse en acciones eficaces que agiten las esquinas de la alianza Sionista-Cristiana, con la ayuda de Alá y su poderío. ¡O musulmanes donde quiera que sea, luchad contra la campaña sionista-cristiana, y golpead sus intereses donde quiera que los halléis!”. Un requerimiento a la acción terrorista que traslada expresamente a los “leones del islam” en el Magreb, la Península Arábiga, Iraq y el resto de Oriente Medio, mencionando además Chechenia, Somalia y la zona en que se encuentran Afganistán, Pakistán y Uzbekistán.

Ese mensaje de Osama bin Laden concluye solicitando de nuevo, a “los leones del islam en cualquier parte” esta vez, “golpear los intereses de los enemigos del islam, es decir los cristianos y los judíos, donde podáis y por los medios que podáis”. Abu Musab Abdelwadoud, por su parte, había subrayado esto en su primer comunicado: “gente de la yihad, musulmanes, los judíos están ante vosotros, atacadles en cualquier parte y levantaos a apoyar a vuestros hermanos en Gaza, su Estado está condenado a desaparecer”. En el aparecido el 15 de enero, en un llamamiento a lo que considera “nuestra gente en el Magreb”, dice: “extended vuestras manos a vuestros hermanos los muyahidines y cerrad de golpe los intereses judíos y cruzados en vuestros países. Sin compasión ni indulgencia. Batid los blancos con precisión. Proporcionad información a vuestros hermanos. Haced planes con seguridad. Recurrid al secreto y al silencio.” El emir de la organización de al-Qaeda en el Magreb Islámico había calificado a Naciones Unidas como “guardiana de la ley de la selva y protectora del terrorismo estatal”. En un sentido muy similar, Osama bin Laden habla de que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas “extiende el terror entre los pueblos oprimidos en países pequeños como Palestina, Iraq, Afganistán, Somalia, Cachemira y Chechenia”.

Conclusiones

Osama bin Laden y Ayman al Zawahiri, líderes de al-Qaeda, al igual que Abu Musab Abdelwadoud, máximo dirigente de al-Qaeda en el Magreb Islámico, están utilizando la ofensiva israelí en Gaza y sus consecuencias para difundir mensajes en los que, en primer lugar, se afirme el carácter mundial de la contienda entre musulmanes e infieles en que aducen hallarse inmersos y en el marco de la cual sitúan esos acontecimientos. A este respecto, se apartan de las aspiraciones nacionalistas de Hamás o de al-Fatah, no reconociendo otras que las atribuibles a la “nación islámica” o umma en su conjunto. En segundo lugar, se sirven de esos mensajes para legitimar la yihad de índole terrorista que promueven y favorecer su propia estrategia para movilizar recursos materiales y humanos, tanto entre la población palestina como en el conjunto del mundo islámico, incentivando motivaciones racionales y emotivas para la participación individual en actividades relacionadas con dicha violencia. En tercer lugar, los mensajes emitidos se utilizan para incitar a la comisión de atentados contra blancos seleccionados por su adscripción no sólo al mundo occidental sino también a determinados regímenes árabes como los existentes en Egipto, Arabia Saudí, Yemen y Argelia, cuyos gobernantes son tenidos por al-Qaeda como unos renegados. Incluso incitan al ataque contra instalaciones y personal de Naciones Unidas.

En el pasado, al-Qaeda y su urdimbre de terrorismo global ha atentado contra numerosos blancos judíos, como ocurriera en la sinagoga de la isla tunecina de Yerba en 2002 o en Mombasa en noviembre de ese mismo año; del mismo modo que al-Qaeda en el Magreb Islámico lo hizo en 2007 en Nuakchot; igual que los terroristas que intervinieron en los atentados de Bombay en noviembre de 2008 incluyeron también un centro judío entre sus blancos; como los terroristas del 11-M en España, que habían localizado posibles blancos judíos en nuestro país contra los que asimismo atentar. Pero sería un error pensar que las amenazas vertidas por al-Qaeda respecto a los acontecimientos de Gaza se limitan a ciudadanos e intereses judíos. Afectan al mundo occidental en general y a los musulmanes que, de acuerdo con el ideario takfir que subyace al terrorismo yihadista, definan como apóstatas. Es decir, Osama bin Laden, Ayman al Zawahiri y en este caso también Abu Musab Abdelwadoud se sirven de lo ocurrido en esa estrecha franja del territorio palestino para reiterar, de acuerdo con su visión dicotómica de una humanidad básicamente escindida en dos fuerzas antagónicas e irreconciliables, su hostilidad al conjunto de quienes consideran sus enemigos.

En buena medida, los mensajes hechos públicos al hilo de los acontecimientos de Gaza se suman a otros muchos con los que al-Qaeda y el resto de los componentes integrados en la actual urdimbre del terrorismo global tratan además de ocultar, ante su población de referencia y la opinión pública mundial, el hecho de que la gran mayoría de las víctimas de sus atentados son musulmanes en países con poblaciones mayoritariamente musulmanas, en cuyas demarcaciones pugnan por imponer coactivamente un dominio yihadista, como ocurre desde Afganistán y Pakistán hasta Argelia pasando por Irak. Estrechamente relacionado con ello, reiteran una narrativa cuyo potencial para conseguir que al-Qaeda, sus extensiones regionales, o los grupos y organizaciones asociadas con la misma, mantengan o incrementen sus apoyos, dentro del mundo islámico o entre comunidades musulmanas fuera del mismo, no debe infravalorarse. Como no debe infravalorarse la posibilidad de que lo sucedido en Gaza, los mensajes emitidos por los líderes de al-Qaeda y quizá algún atentado contra blancos judíos produzcan en ciertos segmentos de las sociedades occidentales un aumento de las actitudes ambivalentes hacia el terrorismo yihadista que termine por condicionar las políticas nacionales y las estrategias de cooperación internacional frente a los riesgos y amenazas que plantea dicho fenómeno.