17 de abril de 2009

EL RESURGIMIENTO MILITAR DE RUSIA


Alejandro MacKinlay

Las Fuerzas Armadas de la Federación Rusa consiguieron una victoria estratégica en el conflicto de Georgia de agosto de 2008 que devolvió a Rusia su credibilidad como potencia hegemónica en la región 20 años después de que desapareciera la antigua Unión Soviética. A pesar de que desde un punto de vista occidental las Fuerzas Armadas rusas demostraron tener graves carencias como, por ejemplo, en la coordinación ínter armas, comunicaciones y reconocimiento y utilizaron material antiguo y poco sofisticado, el conflicto de Georgia demostró que el Kremlin podía influir en su periferia empleando una capacidad militar significativa. La combinación de la capacidad militar y de la voluntad política de usarla ha cambiado completamente la percepción internacional de Rusia entre las naciones occidentales, que ahora prestan más atención a los intereses de Moscú en su zona de influencia.

Rusia heredó en 1991 unas enormes Fuerzas Armadas del Ejército Rojo, constituidas por más de 4.000.000 de hombres y organizadas para llevara a cabo una guerra global con EEUU y la OTAN. Dotadas principalmente de militares de reemplazo con una formación baja y una estructura enormemente centralizada, sus cadenas de mando dejaban muy poca oportunidad a la iniciativa y liderazgo de los mandos intermedios. Esta situación empeoró a partir de entonces, cuando se invirtió la pirámide jerárquica debido a la salida masiva de tropas no rusas y a la permanencia en activo de una gran mayoría de oficiales rusos. La falta de recursos o de voluntad para mantener esa inmensa e ineficaz maquinaria militar debido a la gravísima crisis social y económica de los años 90 condujo a la desmoralización generalizada en las Fuerzas Armadas y a su pérdida de credibilidad. Todo ello dejó a las Fuerzas y a la industria militar rusa en un estado de postración al que contribuyeron las medidas del entonces presidente Yeltsin para evitar que las Fuerzas Armadas pudieran participar con éxito en otro nuevo golpe de Estado. La incapacidad de generar una respuesta militar creíble a las acciones de la OTAN en Kosovo en 1999, la conducción de la guerra de Chechenia y el desastre del submarino Kursk (K-141) en el verano de 2000 son, entre otras, unas muestras del deterioro progresivo del instrumento militar de ese período.

La presidencia de Putin

Desde que llegó al poder en 2000, el nuevo presidente, Vladimir Putin, tomó nota de las lecciones aprendidas en esas experiencias negativas, especialmente de la del hundimiento del Kursk, y adoptó medidas para revertir la tendencia. En los últimos años han mejorado manifiestamente la eficacia operativa y el nivel de alistamiento de las Fuerzas Armadas, han aumentado los despliegues navales y aéreos y han demostrado su capacidad operativa en Georgia, aunque todavía no han alcanzado los estándares occidentales de eficacia, sobre todo en el campo convencional. Las Fuerzas Armadas rusas se han reducido y reorganizado considerablemente gracias al incremento de la inversión procedente de las exportaciones de gas, petróleo y materias primas, por lo que su modernización se verá afectada por la actual crisis económica global y los bajos precios de la energía.

En 2001 se nombró al primer civil al frente de la cartera de Defensa, Sergei Ivanov, quien en 2007 fue sucedido por el actual ministro Anatoly Serdyukov. Ambos han intentado modernizar la administración militar rusa, proverbialmente ineficiente y corrupta, recuperando para el Ministerio el control de áreas como personal, adquisiciones, infraestructura y finanzas, tradicionalmente controlados por el Estado Mayor General. A partir de la Ley de Defensa Nacional de 2004, la estructura del Ministerio de Defensa se reformó para incrementar el control del poder político sobre la defensa y el Estado Mayor General se transformó en un órgano de asesor y de planeamiento. Actualmente los jefes de los servicios dependen directamente del ministro, que ahora ejerce el mando operativo sobre las Fuerzas Armadas, como también sobre los comandantes de los distritos militares que constituyen la principal estructura administrativa y operativa en las Fuerzas Armadas rusas.

Las actuales Fuerzas Armadas rusas están constituidas por tres servicios principales: el Ejército, la Marina y la Fuerza Aérea. Junto a ellos existen otras organizaciones militares que dependen directamente del ministro de Defensa y del jefe del Estado Mayor General, como las Fuerzas de Misiles Estratégicos y las Fuerzas Militares del Espacio. En total suman 1.027.000 efectivos en servicio activo según datos del IISS.[1] Se distribuyen en seis distritos militares desde los que se apoyan, controlan y ejercen el mando en el nivel estratégico de las unidades militares desplegadas en sus áreas: Lejano Este, Leningrado (mantiene esa denominación), Moscú, Cáucaso Norte, Siberia-Transbaikal y Volga-Urales. Además, en Chechenia existe un mando independiente de las Fuerzas Federales, en la región de Kaliningrado despliega el 11º Ejercito de Armas Combinadas de Guardias, en Tayikistán despliega un grupo de fuerzas militares y de guardias de fronteras y existen guarniciones militares rusas fuera de sus fronteras como en Moldavia y Kirguizistán. Asimismo, el Ministerio del Interior dispone de un total de 449.000 tropas, disponiendo algunas unidades de significativa capacidad de combate como las que despliegan en Chechenia integradas con las unidades del Ministerio de Defensa en el Mando de Fuerzas Federales.

El Ejercito ruso dispone actualmente de unos 395.000 efectivos repartidos irregularmente por todo el territorio, con un claro desequilibrio hacia el oeste, desplegando en la Rusia europea 269.000 miembros, el 68% de la fuerza, mientras que en el Lejano Este dispone solamente de 75.000 que, en teoría, deberían asegurar la frontera con China. La Marina rusa continúa operando los mismos buques de la época soviética con diseños anticuados y de inferior calidad a los buques occidentales: 41 buques principales de superficie y 69 submarinos, muchos de ellos en reserva, o en estado de operatividad reducida, organizados en cuatro flotas –Norte, Pacífico, Mar Negro y Báltico–, más una flotilla en el Caspio. A pesar de ello, la Marina rusa pudo realizar en 2008 un total de 10 patrullas con submarinos nucleares balísticos, desplegar en las aguas mediterráneas y caribeñas y apoyar las operaciones en Georgia, lo que muestra un incremento de la operatividad.

Las Fuerzas Aéreas rusas también han afrontado una notable transformación, integrando en su seno tanto a la aviación de apoyo a tierra del Ejército como a las fuerzas de defensa antiaérea, que antes eran armas separadas. Al igual que los demás servicios, ha sufrido numerosas penurias en material y personal que les ha obligado a aplazar los programas de modernización de material, al mantenimiento deficiente de su flota de aviones y centros de alerta y a una grave carencia de personal, aspectos que tienen un significativo impacto en la operatividad. La Fuerza Aérea dispone de 160.000 hombres y 2.152 aeronaves en un estado de operatividad bastante variable y, prácticamente, los mismos tipos de los últimos años de la Guerra Fría. Mientras, ha conseguido mejorar el nivel de alistamiento y adiestramiento de sus unidades; así, un piloto de combate, que en 2003 en general volaba una media de 30 horas anuales, ahora en algunas unidades como la 37ª Fuerza Aérea Estratégica, o las de aviación táctica de apoyo, ha aumentado su tiempo de vuelo hasta unas 80 horas al año. Sin embargo, los pilotos de caza y bombardeo siguen volando menos de 40 horas al año.[2]

El Kremlin tiene por delante el enorme reto de transformar lo que queda de la estructura y de la organización militar soviética en contra de la propia inercia de la institución militar. Así, la mayor transformación que requieren las Fuerzas Armadas rusas es un cambio de mentalidad que las haga evolucionar desde la visión que tienen de ellas mismas como el principal instrumento para la proyección a escala mundial del estatus de gran potencia de Rusia. La reforma de las Fuerzas Armadas ha sido una prioridad para el gobierno del presidente Putin y de su sucesor, Dmitri Medvédev, y para ello han realizado un enorme esfuerzo presupuestario, pasando de 214.000 millones de rublos en 2000 (8.137 millones de dólares) a 956.000 millones (36.350 millones de dólares) en 2008. Asimismo, y aunque su participación en el PIB ruso ha permanecido en una cifra casi constante en torno al 2,63%, hay que tener en cuenta que el PIB ruso ha crecido últimamente a un ritmo medio de más del 6% anual, con lo que se han doblado los recursos en términos reales.[3]

Las Fuerzas Armadas están actualmente compuestas por un número inmenso de oficiales, más de 300.000 (un 30% del total), que se pretende reducir a la mitad para 2012. Ello hace necesario reforzar la autoridad de los cuadros intermedios, transformando la rígida cadena de mando vertical en diferentes cadenas más flexibles que potencien la iniciativa y el liderazgo en las pequeñas unidades y la creación de un cuerpo de suboficiales, hasta ahora inexistente. Ligado a lo anterior está el paso de una fuerza de reemplazo a un modelo mixto, en el qué coexistan reclutas y soldados profesionales, como los previstos para 2012 en ciertas unidades especiales como las fuerzas nucleares, aerotransportadas, infantería de marina, infantería motorizada y las unidades de operaciones especiales. La reforma militar también deberá resolver otros graves problemas, como la brutalidad del trato a los reclutas, las más que deficientes condiciones de vida de la tropa y el alcoholismo ampliamente extendido en el ámbito militar. Tampoco se puede olvidar que todo el proceso de profesionalización dependerá de la disponibilidad presupuestaría y, fundamentalmente, de la capacidad de las Fuerzas Armadas para atraer y reclutar a la juventud rusa, un segmento de población decreciente debido a la caída demográfica de los últimos años.

La geopolítica de Rusia y la proyección de las Fuerzas Armadas

La geografía, o mejor, la indefensión geográfica de Rusia, condicionan desde hace siglos el pensamiento geopolítico ruso en un modo difícil de entender para los occidentales. Actualmente la estrategia rusa, como en su tiempo la de la Unión Soviética, refleja la constante histórica de la necesidad de un enorme ejército para asegurar unas extensas e indefensibles fronteras, siempre dispuesto a ocupar los espacios vacíos hasta el siguiente accidente geográfico útil como posición defensiva, el Cáucaso, los Cárpatos, el río Amur o las montañas Tien Shan. Por otra parte, la percepción de que las Fuerzas Armadas rusas en su estado actual son incapaces de defender el país frente a una invasión, una hipótesis siempre presente en el pensamiento ruso, ha llevado a confiar cada vez más en el uso de las armas nucleares con lo que se ha desarrollado una nueva –y peligrosa– doctrina de empleo.

Las Fuerzas Armadas también son para el Kremlin un instrumento esencial a la hora de realizar sus ambiciones internacionales, particularmente con respecto a los países de su periferia, como ha sido el caso de Georgia. Así, la nueva política exterior rusa establecida por el presidente Medvédev en agosto de 2008[4] deja bien claro que las Fuerzas Armadas tienen un importante papel que desempeñar en la consecución de los objetivos exteriores de Moscú, tanto defendiendo a los ciudadanos e intereses de Rusia allí donde se hallen como preservando una “esfera de influencia” en naciones donde Rusia tiene especiales intereses. Sin embargo, tanto la carencia actual de unas Fuerzas Armadas eficaces y numerosas, como la crisis social y de población que atenaza a Rusia dejan a Moscú sólo, por ahora, con la posibilidad de utilizar su fuerza militar de forma limitada y únicamente en su periferia.

La necesidad de asegurar en primer lugar la defensa del territorio y las actuales limitadas capacidades de proyección de las Fuerzas Armadas rusas hacen difícil concebir la posibilidad de que, por el momento, el Kremlin pueda involucrarse en operaciones expedicionarias lejos de sus fronteras. Mientras Rusia no cuente con unas fuerzas navales oceánicas capaces de proyectarse por los mares del globo, como lo fueron las soviéticas, y carezca de una estructura de apoyo logístico capaz de sostener despliegues terrestres y aéreos lejos de sus fronteras, la posibilidad de emplear las Fuerzas Armadas como herramienta de las ambiciones internacionales de Rusia como potencia global continuará siendo dudosa. Sin embargo, y como demostró el conflicto con Georgia, Rusia cuenta con capacidad para proyectar sus fuerzas militares, particularmente terrestres, a través de líneas de comunicación interiores hacia su “esfera de influencia”, lo que otorga al Kremlin una gran capacidad de influencia regional.

Más allá, su capacidad de influencia depende del arma nuclear. La capacidad estratégica nuclear tiene la prioridad más alta en la política de defensa de la Federación Rusa porque proporciona a Rusia su reconocimiento como potencia internacional y refuerza su capacidad de interlocución frente a EEUU y otras potencias nucleares. Aunque la situación actual de sus Fuerzas Estratégicas Nucleares no tiene comparación con la de tiempos anteriores ni mantiene la paridad nuclear con las fuerzas estadounidenses, Rusia dispone aún de una capacidad terrorífica (a enero de 2009 disponía de 678 plataformas de lanzamiento, capaces de lanzar 3.081 cabezas nucleares). Sin embargo, Moscú se enfrenta a la obsolescencia de sus misiles y cabezas nucleares porque los modelos más modernos entraron en servicio a principios de los años 90 y se diseñaron para unos ciclos de vida de 10 a 15 años. Actualmente, las fuerzas estratégicas tienen en marcha varios programas para la racionalización y modernización de su inventario de misiles balísticos, tales como el Topol-M (SS-27), que entró en servicio en 2006, utiliza un lanzador móvil y dispone de una sola cabeza nuclear y de los que actualmente existen 65 misiles desplegados. También se encuentra en pruebas desde 2003 el misil Bulava (SS-NX-30), que dotará a la nueva clase de submarinos SSBN Borey y contará con seis cabezas nucleares.

Otra función importante de las fuerzas nucleares soviéticas es la de recurrir a ellas cuando las fuerzas convencionales no puedan defender las fronteras e intereses vitales de seguridad, lo que convierte a las armas nucleares en una opción muy valiosa para la defensa territorial de Rusia.[5] La estrategia rusa sigue considerando posible una invasión de su territorio por los adversarios militares occidentales, por lo que continúa preparando su defensa con simulacros de lanzamientos de armas nucleares como en los ejercicios anuales “Zapad”. Esta función de defensa territorial ha llevado al Kremlin a desarrollar una nueva doctrina de uso de estas armas,[6] frente a una supuesta invasión de su territorio por una fuerza convencional enemiga, que curiosamente sostiene cierto paralelismo con la “respuesta nuclear flexible” con la que la OTAN pretendía contrarrestar la abrumadora superioridad convencional soviética en los años 60. Esta doctrina de primer uso, que los rusos llaman de “desescalada”, requiere igualmente la disponibilidad de una fuerza nuclear de ataque de largo alcance y capacidad masiva, para disuadir al contrario de una respuesta nuclear sobre territorio ruso, y resulta peligrosa porque rebaja el umbral de empleo de las armas nucleares. El establecimiento de esta doctrina ha llevado a Rusia poner en marcha el desarrollo de armas nucleares de baja potencia,[7] que pueden ser instaladas en las ojivas de los misiles balísticos y de crucero de largo alcance y que permitirían a Moscú extender la aplicación de la doctrina de “desescalada” a operaciones en el exterior, introduciendo el concepto de empleo del arma nuclear incluso en crisis regionales.

Conclusiones

La campaña de Osetia del Sur contra Georgia, en el verano de 2008, demostró la capacidad de las Fuerzas Armadas rusas para actuar en su periferia inmediata y, lo que es más importante aún, la determinación del Kremlin de utilizar su poder militar como instrumento de su política internacional. Sin embargo, las Fuerzas Armadas rusas todavía tienen un largo camino para transformarse en una maquinaria militar moderna y eficaz, según el modelo occidental. El proceso no está exento de enormes dificultades y tiene que empezar por un cambio de mentalidad que deje atrás el viejo molde de pensamiento soviético por el que sólo las fuerzas armadas aseguran el prestigio y poder de Rusia como gran potencia internacional.

El presidente Medvédev, en su discurso al Consejo Principal del Ministerio de Defensa de Rusia del 17 de marzo de 2009, anunció el comienzo de un programa para el rearme de las Fuerzas Armadas de la Federación Rusa y lo justificó en la posibilidad de conflicto con EEUU y la OTAN debido a su expansión hacia las fronteras rusas y en su presunta intención de apropiarse de los recursos naturales y energéticos de las naciones de su periferia. El programa de rearme del presidente Medvedev no es sino el resultado de la puesta en marcha de una línea de acción política de alcance que pretende recuperar el estatus de gran potencia para Rusia y reafirmar su posición internacional por medio de la disponibilidad de unas Fuerzas Armadas de primer orden.

Sin embargo, la obtención de un poder militar de potencia mundial no es algo que se pueda improvisar de un día para otro y, más allá de explotar y consolidar la ventaja estratégica obtenida con el conflicto de Georgia, manteniendo una postura de firmeza, el programa de rearme se enfrenta a serias dificultades. Entre otras, la actual crisis económica, la caída demográfica de la población rusa, la carencia de infraestructuras y unas Fuerzas Armadas con graves limitaciones de material y personal, suponen retos importantísimos para la transformación de las Fuerzas Armadas de la Federación Rusa en una maquinaria eficaz.

Por otra parte, el pensamiento militar ruso establece las necesidades de la defensa territorial de Rusia como la prioridad, algo que muy posiblemente seguirá considerando la nueva Estrategia de Seguridad de Rusia, tanto tiempo esperada y cuya elaboración inminente se anticipó por el presidente Medvédev en el mismo discurso. La defensa territorial obligará a Moscú a mantener un enorme despliegue militar a lo largo de todo su inmenso territorio, a desarrollar nuevas infraestructuras de transporte, o a disponer de unas fuerzas de alta movilidad, todo ello demasiado costoso para obtenerlo en un plazo razonable. Precisamente, la carencia de unas fuerzas convencionales eficaces a las que se pueda confiar la defensa de Rusia, convierte a la opción de las armas nucleares en una alternativa atrayente y quizá, por el momento, en la única viable conforme al pensamiento estratégico militar ruso actual.

En los próximos años, y en gran medida dependiendo de la evolución de la situación económica de Rusia, veremos avanzar unos programas de reforma de las Fuerzas Armadas que intentarán mejorar su eficacia y capacidades convencionales y simultáneamente un gran esfuerzo en la modernización del arsenal nuclear, no sólo con objeto de asegurar su estatus de gran potencia y mantener la paridad nuclear con EEUU, sino también para asegurar la defensa territorial de Rusia, y esto es algo que resulta realmente peligroso por basarse en una doctrina que considera el uso del arma nuclear como una opción de respuesta ante un posible conflicto convencional.

Notas:

[1] The Military Balance 2009, The International Institute for Strategic Studies, Londres, pp. 207-216.

[2] Jane’s World Air Forces, Russia – Air Force, Jane’s Information Group, Londres, 5/II/2009.

[3] World Bank, Russian Economic Report No.17, noviembre de 2008, http://web.worldbank.org/.

[4] Entrevista concedida por el presidente Medvédev al Canal Uno de televisión rusa, NTV, 31/VIII/2008.

[5] Expresado en estos términos por el general Yury Baluyevsky, jefe del Estado Mayor General, en una conferencia en la Academia de Ciencias Militares de Moscú, el 19 de enero de 2008.

[6] Steven J. Cimbala, ‘Russia’s Strategic Nuclear Deterrent: Realistic or Uncertain?’, Comparative Strategy, nº 26:3, 2007, pp. 185-203.

[7] Mark Schneider, ‘The Nuclear Forces and Doctrine of the Russian Federation’, Comparative Strategy, nº 27:5, pp. 397-425.

LA ALIANZA ATLÁNTICA EN SU 60 CUMPLEAÑOS


Florentino Portero

Los mandatarios de los Estados miembros de la Alianza se reunirán en Estrasburgo y Kehl para celebrar los 60 años de esta formidable organización. Nunca en su ya larga historia la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) ha demostrado tener tanta capacidad organizativa, pero nunca antes ha estado tan cerca de perder su identidad.

La Alianza se creó en 1949, en los momentos más agobiantes de la Guerra Fría. El intento de mantener en pié el acuerdo entre los tres grandes –EEUU, la Unión Soviética y el Reino Unido– tras el final de la Segunda Guerra Mundial resultó imposible a la vista de los intereses irreconciliables de las partes. Stalin imponía en los Estados ocupados por el Ejército Rojo dictaduras comunistas mientras el discurso prebélico aumentaba de tono. Europa había quedado arrasada por la guerra, su economía necesitaba de ingentes recursos para reanimarse y los retos en el terreno social eran extraordinarios. EEUU deseaba desentenderse de los asuntos europeos, pero las demandas de ayuda y el miedo a que la grave situación económico-social favoreciera la emergencia del radicalismo político llevó a la definición de una estrategia para facilitar la recuperación económica y el fortalecimiento de las instituciones democráticas. Tanto el Plan Marshall como la Alianza Atlántica no fueron más que elementos de una estrategia de mayor alcance que, décadas después, podemos afirmar que fue un éxito. Sin EEUU es impensable la Europa que hoy conocemos.

Toda alianza es un sistema de mutuas recriminaciones. Así ha sido siempre y no parece que en el futuro vaya a cambiar. La vida cotidiana en la OTAN ha sido una sucesión de debates donde los intereses de las partes no han dejado de colisionar. En unos casos la tensión se ha centrado en aspectos estratégicos, como el papel de las fuerzas convencionales en el dispositivo de disuasión. Por extraño que pueda parecer a los europeos de nuestros días, los gobiernos del Viejo Continente exigían que ante un ataque soviético la respuesta de la Alianza fuera el empleo del arma nuclear. No es que fueran gente de espíritu beligerante, sencillamente rechazaban la posibilidad de victoria si derrotar a las fuerzas del Pacto de Varsovia implicaba convertir en campo de batalla Alemania, Francia, etc. En otros casos el origen de la disputa estaba en la economía. Los debates sobre el reparto de la carga (burden sharing) consumieron horas y horas de trabajo y generaron mutuas recriminaciones. Más recientemente se ha abierto, y sigue sin cerrarse, un nuevo frente: el de las capacidades. Como resultado de que los Estados miembros empleen de forma desigual sus recursos en defensa, los medios disponibles por sus Fuerzas Armadas han ido dejando de ser interoperables. El resultado es que la OTAN no tiene una “fuerza”, sino una suma de “fuerzas” incapaces de trabajar conjuntamente. El problema no sólo no está en vías de solución, sino que continúa agravándose.

La OTAN está en crisis porque ha perdido su elemento de cohesión. Se creó como una alianza militar que tenía como objetivo defender la integridad y las instituciones democráticas de los Estados miembros frente a la amenaza militar que representaba la Unión Soviética. Tras el derribo del Muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética, la OTAN ha sido incapaz de dotarse de una nueva estrategia que de sentido a su actividad. Todos están de acuerdo en que es un instrumento demasiado útil y eficaz como para permitir su disolución. Los Estados que no forman parte desean incorporarse lo antes posible porque, a pesar de los problemas que sufre, es mejor estar dentro que permanecer fuera. La OTAN ya no es una alianza militar en sentido estricto porque los Estados miembros no comparten una misma percepción sobre cuáles son las amenazas y cuáles las estrategias a seguir.

Las divergencias actuales

La sola lectura de los documentos de estrategia de los Estados miembros pone bien a las claras las extraordinarias diferencias entre unos y otros. Por ello, la Alianza ha sido incapaz de acordar un nuevo Concepto Estratégico, término con el que se denomina al documento oficial de estrategia de la OTAN, desde 1999, pero también porque mantienen diferencias enormes sobre alguno de los temas capitales.

Mientras unos consideran que el terrorismo yihadista es una amenaza, para otros es sólo una cuestión de orden público y seguridad interior. Tampoco hay acuerdo sobre el fenómeno islamista en sí ni sobre las estrategias a seguir para “trasformar” los Estados musulmanes de tal manera que queden esterilizadas las fuentes de las que se nutre el radicalismo. Es evidente que existen abismos intelectuales entre el propósito de democratizar Oriente Medio promovido por EEUU y la “Alianza de Civilizaciones” promovida por España.

Mientras unos piensan que ya no tiene sentido mantener un marco geográfico que estaba determinado por las circunstancias de la Guerra Fría y que debería trasformarse en una institución global que diera cobijo a todas las democracias dispuestas a actuar conjuntamente frente a las amenazas comunes, otros consideran que debe continuar limitada a sus actuales coordenadas. Éste es un tema que viene de lejos porque ya en 1999 una parte de los Estados miembros se negó a aceptar la idea de que se pudiera actuar “fuera de área”. Posteriormente, y a la vista de la evolución de los acontecimientos, se aceptó pero con carácter excepcional. No era un nuevo principio sino una opción que debería aprobarse caso por caso. Hoy la OTAN se juega su propia existencia en Afganistán, donde combate junto con naciones de otras latitudes en un claro ejemplo de acción global.

Todos temen los efectos de la proliferación nuclear, pero a la hora de aplicar políticas concretas para contener esta hemorragia las diferencias son enormes. Sólo la protección que Rusia y China han brindado a Irán en el Consejo de Seguridad ha podido ocultar desavenencias de fondo en el seno de la Alianza. Tampoco ha habido acuerdo sobre la forma de protegerse de un Irán nuclear. Si para algunos la incapacidad atlántica de detener la nuclearización de Irán aconseja el despliegue de “escudos”, para otros la amenaza no lo justifica.

Tampoco el acuerdo sobre lo preocupante de la nueva política rusa –exigencia de reconocimiento de un área de influencia, secesión violenta de partes del territorio de soberanía georgiano, veto al ingreso de Ucrania y Georgia en la Alianza, rechazo al despliegue de la defensa contra misiles, chantaje energético– ha llevado a un acuerdo práctico. Unos aceptan las exigencias rusas y otros no.

En Afganistán la OTAN ha entrado en combate. Nadie duda de la legalidad y legitimidad de la presencia allí, pero unos se niegan a ir, otros van pero rechazan entrar en combate salvo en legítima defensa y algunos se juegan la vida todos los días luchando contra los talibán. En un solo teatro se desarrollan dos operaciones distintas, con miembros de la Alianza en una, en otra o en las dos. Si para una parte la amenaza son los talibán para otra el problema radica en la forma en que se les combate.

Hoy la Alianza es una excelente agencia de servicios de seguridad, pero carece de una estrategia común. No es una cuestión de europeos contra norteamericanos, sino de una profunda crisis intraeuropea. EEUU no confía en poder reflotar el viejo buque, pero no tiene nada que perder planteando abiertamente sus iniciativas y escuchando al resto. Son pragmáticos y es evidente que más vale tener esta OTAN que no tenerla. Obama llega con el halo de representar a la América buena, a la querida y admirada por Europa, frente a la prepotencia, dogmatismo y militarismo de su predecesor. Desde esa envidiable posición cabe esperar que plantee con crudeza la situación en Afganistán y Pakistán y que presente sus ideas, que sonarán a ya conocidas, para afrontar la situación. Hablará de incremento de tropas, de poner fin a los caveats nacionales que limitan el margen de acción de los contingentes nacionales, de la necesidad de combatir y dañar seriamente a las milicias talibán hasta el punto de facilitar, como ocurrió en Irak, que muchos jefes locales acepten abandonar y entrar en el sistema político establecido. Obama no es antiamericano y no ha caído en el discurso de que los problemas que hoy sufre Afganistán son la consecuencia de la presencia norteamericana. En todo caso, son el resultado de la insuficiente presencia norteamericana y de la inacción de las fuerzas desplegadas por la OTAN. Defiende, como lo hizo su predecesor, la necesidad de una solución integrada, donde lo político y lo militar actúan en paralelo. Se ha afirmado desde círculos militares que no es posible una victoria militar, pero eso no quiere decir que no sea necesaria una acción contundente y efectiva contra el enemigo. Es más, una abre el camino a la otra, como vimos previamente en Irak tras la aplicación de una nueva estrategia, Surge, por parte del general Petraeus.

Los cambios que llegan

Contra Bush todo era más fácil. Lo que van a escuchar los aliados de Obama no será muy diferente a lo que hubieran oído de labios de Bush, pero el actual presidente viene legitimado por una brillante e ilusionante campaña electoral y por haber sido encumbrado por lo medios europeos como el mejor símbolo de la mejor América. No es posible todavía desechar sus propuestas, tienen que considerarlas y dar una respuesta por mucho que la decisión esté tomada de antemano. EEUU no va a modificar sensiblemente su estrategia por los comentarios que se hagan en la Cumbre. En Afganistán hay una guerra y la OTAN no ha asumido la responsabilidad que le hubiera correspondido de haber querido. El mando de las operaciones corresponde a EEUU y será este país quien tome las decisiones fundamentales sobre el rumbo de las operaciones, tanto de Libertad Duradera como de ISAF. La OTAN realiza en Afganistán una labor subordinada pero, aún así, no es una misión asumida por el conjunto de los Estados miembros. Todos aprobaron la misión, pero cada uno es libre de ir y responsabilizarse de unos cometidos u otros. El teatro de operaciones ha cambiado. Las fuerzas talibán y los narcotraficantes han expandido sus áreas de acción. También la OTAN ha pasado de actuar en zonas tranquilas a otras de alta tensión, pero eso no ha llevado a que todos los Estados revisen los objetivos de sus misiones, quedando algunas anacrónicas e, incluso, contraproducentes. Se trata de hacer la guerra a la carta, un fenómeno más propio del mundo literario que del militar.

Cuando Donald Rumsfeld, en plena crisis de Irak, habló de coalitions of the willing, alianzas de voluntad o, en mejor castellano, alianzas a la carta, fue duramente criticado por la clase política y los medios de comunicación europeos, que veían en sus palabras la alternativa a la Alianza Atlántica vigente desde 1949. Sin embargo, han sido esos mismos europeos los que han dado forma a esa alianza a la carta, actuando según cada uno considera pertinente ante una crisis asumida por todos como un problema común. El hecho se hace aún más evidente si consideramos que en Afganistán están también presentes contingentes militares de Estados que no son miembros de la OTAN. Ante una crisis en la que se ha invocado el art. 5º para la defensa colectiva la respuesta ha sido desigual, dando un ejemplo de insolidaridad e incoherencia estratégica.

El concepto planteado por Rumsfeld –la misión determina la coalición y no al revés– ha calado profundamente y, consciente o inconscientemente, es el modelo con el que se trabaja de forma cotidiana. El presidente Obama presentará sus planes, escuchará diferentes opiniones, algunos gobiernos se sumarán a sus propuestas y pasarán a estudiar cómo cooperar. A ellos se añadirán otros Estados que no forman parte de la OTAN pero que comparten su evaluación de la situación e interés en poner fin a la amenaza talibán y en estabilizar el país. Nadie espera que la OTAN se plantee asumir el mando operativo conjunto de las fuerzas en presencia ni que todos los miembros estén presentes con responsabilidades semejantes. La OTAN dejó tiempo atrás de ser una alianza militar clásica para ser un club diplomático dotado de una formidable agencia de seguridad.

La evolución de los acontecimientos recientes puede hacernos pensar que la conversión de la OTAN en una alianza a la carta es el resultado de la falta de solidaridad e interés europeo tras la disolución de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría. Sin embargo, eso no es del todo cierto. La OTAN fue creada como una alianza a la carta en contra de la voluntad de los europeos. La tradición del Viejo Continente era la de alianzas fundadas en el principio de mutua defensa. En el caso de que uno de los firmantes fuera atacado los restantes estarían obligados a intervenir con todos los medios disponibles. El antiguo Tratado de Bruselas, luego de la Unión Europea Occidental, es el ejemplo más reciente y todavía formalmente vigente de esta forma de entender lo que es una alianza. Cuando los europeos propusieron este modelo a EEUU se encontraron con que el Senado, depositario de una tradición centenaria de aislacionismo, lo rechazó, planteando como alternativa otro modelo previamente ensayado en América Latina. El art. 5º del Tratado de Washington recoge un vago compromiso por el que todos se sienten atacados cuando un signatario sufre una agresión, pero cada Estado decide cómo reaccionar en un abanico de posibilidades que va desde la plena incorporación al esfuerzo bélico hasta una mera declaración de condena. La OTAN nació, por exigencia norteamericana, como una alianza a la carta para un espacio geográfico determinado.

Los europeos nunca aceptaron ese vago compromiso y trataron de corregir esa limitación jurídica por la vía de los hechos. Para asegurarse ese vínculo animaron el despliegue de unidades militares norteamericanas en primera línea, como garantía de que cualquier avance soviético implicara de inmediato una agresión contra EEUU. En la misma línea se apoyó el despliegue de misiles con cabeza nuclear en posiciones avanzadas. La OTAN fue algo más que una alianza a la carta porque los europeos se empeñaron en ello ante la amenaza soviética. Cuando se derribó el Muro de Berlín y se disolvieron tanto el Pacto de Varsovia como la Unión Soviética, desapareció la razón por la que los europeos habían defendido ese plus de solidaridad y la OTAN volvió a ser lo que el Tratado recoge, una alianza a la carta en torno a unos valores comunes.

En su 60 aniversario la agenda de estos últimos años sigue en pié: el problema de las capacidades que afecta a la interoperabilidad, la necesidad de dotarse de un sistema de toma de decisión efectivo en una organización ya tan numerosa, la ampliación hacia el este o hacia una organización global, el futuro de las relaciones con Rusia y el problema de la dependencia energética, redefinir qué quiere decir el art. 5º en un mundo con problemas como la ciberseguridad y el terrorismo, acordar cuáles son las amenazas de nuestro tiempo y cómo combatirlas, la guerra de Afganistán, el despliegue de un escudo antimisiles, el reto de la no proliferación nuclear... es decir, todo aquello que daba sentido a una OTAN con un plus de solidaridad. Pero al haberse perdido ese plus la agenda tiene un inevitable tono retórico, nadie se cree que vaya a haber avances significativos en estos temas a menos que se produzca una situación de emergencia.

Conclusiones

La agenda aliada a partir del 60 aniversario

Hay tres hechos que pueden tener efectos interesantes en el medio plazo y que muy posiblemente se plantearán en la próxima Cumbre de abril en Estrasburgo y Kehl.

En primer lugar, la revisión en curso de la estrategia norteamericana en Afganistán y las propuestas que en ese sentido haga el presidente Obama pueden provocar tal grado de divergencia que EEUU decida prescindir de esta Organización en el teatro afgano. Sería un paso muy importante en el entierro de la imagen de esa OTAN más característica de la Guerra Fría. Por el contrario, si un núcleo suficiente de Estados europeos decide sumarse a los esfuerzos norteamericanos en el marco de la operación liderada por la OTAN, la ilusión por la pervivencia de ese modelo de organización podría mantenerse.

En segundo lugar, si en la Cumbre se aprueba el inicio de la redacción de un nuevo Concepto Estratégico se abre la expectativa de un acuerdo sobre aspectos fundamentales. A estas alturas, el argumento de que más vale no abrir la caja de los truenos ha perdido sentido, porque la imagen que se ha consolidado es la de una OTAN dividida y carente de rumbo. Una abierta y franca reflexión estratégica ya sólo puede tener efectos positivos, sea cual sea el resultado final.

Tercero, el pleno reingreso de Francia en la Organización puede dar paso a un interesante proceso de europeización de la Alianza. Los límites de la Unión son evidentes. El creciente desinterés de EEUU en la Alianza y la vuelta de Francia puede dar paso a un proceso de reflexión sobre cómo implementar la defensa europea en el marco de un acuerdo atlántico tan necesario como útil. La OTAN puede ofrecer mucho a la Unión en una fase primera de desarrollo de las políticas exterior, de seguridad y defensa comunes. No hay ninguna incompatibilidad, son proyectos complementarios. Su relación no responde a un juego de suma cero. Para que la Unión se desarrolle no es necesario que la OTAN se encoja. Sólo el liderazgo franco-británico puede ayudar a que Europa avance en este terreno tanto en la Alianza como en la Unión.

Estamos viviendo una nueva época y viejas instituciones como la Alianza Atlántica no han sabido todavía encontrar su sitio. Su extraordinaria utilidad le augura un futuro seguro, pero no como un sistema de seguridad colectivo. Ese plus fue algo excepcional característico de la Guerra Fría que difícilmente podrá repetirse. El futuro vendrá determinado por el hecho político más relevante: la crisis europea. Los Estados del Viejo Continente tienen visiones distintas sobre el papel que deben jugar en política internacional. Las diferencias entre unos Estados y otros y entre sectores de la opinión pública impiden, hoy por hoy, la definición de una estrategia común, lo que afecta por igual tanto a la Alianza Atlántica como a la UE.

2009: EL AÑO DECISIVO PARA CROACIA


Nataša Mihajlovic

Tras la gran ampliación de la UE en 2004 y la entrada de Rumanía y Bulgaria en 2007, el tema de las nuevas adhesiones no está muy presente en el orden del día de los países europeos. Primero, porque la UE todavía no ha conseguido asimilar las dos últimas adhesiones y, segundo, porque los dirigentes europeos quieren que el nuevo Tratado de Lisboa entre en vigor antes de que se produzcan nuevas ampliaciones. La misión primordial del nuevo Tratado es mejorar el funcionamiento de las instituciones de la Unión, dado que las disposiciones de los antiguos tratados no satisfacen las necesidades de una UE con 27 miembros.

Mientras tanto, los nuevos candidatos siguen negociando, cada uno a su ritmo. Aunque la mayoría de la población europea, cuando se hace mención a futuras ampliaciones, piensa en Turquía, el próximo país miembro de la UE será Croacia. Además, después del último Consejo Europeo de diciembre de 2008 parece que la adhesión de Croacia y la solución de la entrada en vigor del Tratado de Lisboa se resolverán a la vez.

En este Consejo Europeo se acordaron ciertas cesiones a Irlanda para que se aceptara una nueva consulta popular antes del próximo mes de noviembre, cuando termina el mandato de la actual Comisión. Dado que la gran mayoría de los países ya ha ratificado el Tratado de Lisboa, para evitar la necesidad de repetir la ratificación del nuevo texto modificado se decidió incluir los cambios del Tratado, en forma de anexo, al tratado de adhesión de Croacia, que también tendrá que ser aprobado por todos los Estados miembros.

Croacia inició las negociaciones con la UE el 3 de octubre de 2005, a la vez que Turquía. Al principio el proceso de negociación de los dos países fue en paralelo. La primera fase, el análisis del acervo de cada país y la evaluación del grado de armonización con el acervo comunitario, concluyó en octubre de 2006 y las negociaciones para los primeros capítulos comenzaron al mismo tiempo para los dos países. Desde el principio, era obvio que este sistema no le convenía a Croacia dado que las negociaciones con Turquía iban más despacio. Por fin, la Presidencia finlandesa, a finales de 2006, consiguió separar las negociaciones de los dos países, lo que benefició a Croacia al acelerarse todo el proceso.

Hay que mencionar que Croacia y Turquía son los primeros países que empezaron las negociaciones según el nuevo sistema. Después de la experiencia con la mayor ampliación de la UE, cuando entraron 10 nuevos países y cuando Rumanía y Bulgaria se apartaron para la siguiente oleada porque no cumplieron a tiempo todas los requisitos, la UE modificó el sistema de negociación para los nuevos países candidatos. La novedad consiste en que después de la evaluación de la legislación de cada país candidato se establecen unos puntos de referencia iniciales y de cierre que el país candidato tiene que cumplir para poder abrir o cerrar el capítulo en cuestión. Al principio, este sistema requiere una mejor preparación de las negociaciones pero en consecuencia, una vez cumplidos todos los puntos de referencia, facilita y agiliza la apertura y el cierre de los capítulos.

El último informe de la Comisión

En la Comunicación de la Comisión de 5 de noviembre de 2008, y en el informe anual adjunto sobre el progreso de Croacia durante el año 2008, se afirma el avance de Croacia en el cumplimiento de los compromisos asumidos. No obstante, Croacia deberá esforzarse más por cumplir todos los requisitos estipulados en los puntos de referencia de los capítulos en el proceso de negociación.

La Comisión también propone al Consejo trazar una hoja de ruta para la finalización del proceso de negociaciones en el año 2009, lo que supondría la entrada de Croacia en la UE en 2010-2011. Esta propuesta no ha sido aprobada por el Consejo, aunque esto no impide a Croacia terminar las negociaciones antes del final de este año. Asimismo, la Comisión se compromete a presentar durante el año 2009 la Comunicación sobre el conjunto de medidas financieras para el acceso de Croacia.

Además, en su comunicación y en el Informe adjunto, la Comisión invita a Croacia a seguir con las reformas emprendidas en el sector de la justicia y administración pública, en la lucha contra la corrupción y el crimen organizado, en la promoción de los derechos de las minorías –incluyendo el retorno de los refugiados–, en el procesamiento de los criminales de guerra y en la plena colaboración con el Tribunal Internacional Penal para la Ex Yugoslavia (TIPY).

El principal problema que afronta Croacia en este momento es la lucha contra la corrupción y el crimen organizado, una legado oscuro de la última guerra. Tras dos sangrientos asesinatos en el centro de Zagreb, de un conocido editor y periodista y de la hija de un conocido abogado, el gobierno se vio obligado a reaccionar con rapidez. Los primeros pasos fueron la sustitución de dos ministros, del Interior y de Justicia, junto con el jefe de policía, y la creación de juzgados antimafia que de forma rápida procesarán a los acusados de crímenes graves.

Aunque parece que la muerte de la joven Ivana Hodak se trataba de una venganza personal, las investigaciones del caso de Ivo Pukanic ponen de manifiesto algo que ya se sabía desde hace tiempo: que las mafias en los Balcanes están bien organizadas y que además mantienen una estrecha colaboración. Es un problema que Croacia no podrá afrontar sola, sino necesariamente en colaboración con los demás países de la región.

El tema de la corrupción quizá sea menos visible, pero representa un gran problema de la sociedad croata. Los esfuerzos realizados para combatir esta lacra social se han quedado muchas veces a medio camino. Esperemos que los últimos cambios en los ministerios clave y la puesta en marcha de juzgados rápidos produzcan resultados, dado que el marco legislativo necesario ya está aprobado por el Parlamento.

En relación a la colaboración con el Tribunal Internacional Penal para la Ex Yugoslavia (TIPY), éste aún reclama documentos relacionados con el caso del general Gotovina. El gobierno croata se defiende alegando que sigue buscando la documentación en cuestión y que cuando disponga de ella la entregará al Tribunal. Los neerlandeses son los que están especialmente atentos a la buena colaboración de todos los países de la región con el TIPY y están dispuestos a bloquear las negociaciones en caso de falta de cooperación, como hicieron con Serbia recientemente.

En lo que concierne a la economía, el punto débil es el sector de la construcción naval, dado que los cinco astilleros croatas necesitan grandes subvenciones estatales para sobrevivir, algo contrario a los principios de mercado de la UE. Por ello, Croacia está obligada a vender sus astilleros y recuperar el importe de las subvenciones concedidas. Este es el mismo sistema que la Comisión está aplicando a los astilleros polacos, y ha provocado manifestaciones de los trabajadores del sector naval croata. La publicación del concurso de venta de los astilleros es un punto de referencia inicial para poder abrir las negociaciones del capítulo de Política de Competencia.

El bloqueo esloveno

En este momento, Croacia tiene abiertos 22 capítulos y cerrados siete. En principio estaba previsto que todos los capítulos, menos uno, se abriesen en 2008, y que todos se cerrasen durante 2009. No obstante, en la última conferencia intergubernamental bilateral entre la UE y Croacia, del 19 de diciembre, según la opinión de la Comisión y de 26 países miembros, Croacia estaba en disposición de abrir nueve capítulos y cerrar cinco. Sin embargo, Eslovenia vetó la apretura de ocho capítulos y el cierre de dos.
El porqué del veto esloveno tiene su origen en unas cuestiones territoriales aún abiertas sobre la frontera terrestre y marítima entre los dos países. Eslovenia acusa a Croacia de que en la documentación entregada a la Comisión durante el proceso de negociación, que incluye cartografía, está prediciendo una frontera que todavía no está definida. La Presidencia francesa intentó resolver el conflicto preparando una declaración conjunta en la que las dos partes expresaran que la documentación del proceso de negociación bajo ningún concepto prejuzgaría la frontera.

Pero el gobierno esloveno rechazó esta iniciativa y pidió que Croacia declarase nulas todas las leyes desde el 25 de junio de 1991 (fecha de secesión de la antigua Yugoslavia de los dos países) que tuviesen alguna relación con los territorios objeto de desacuerdo territorial, y que se obligase a no usar ninguno de los documentos presentados en el proceso de negociación con la UE en el futuro arbitraje sobre la frontera. Como es comprensible, Croacia rechazó esta condición radical por parte de Eslovenia considerándola un chantaje.

En lo que concierne a la disputa entre Eslovenia y Croacia sobre la frontera terrestre y marítima, lo que más importa a Eslovenia es precisamente la frontera marítima, la bahía de Savudrija (nombre croata) o bahía de Piran (nombre esloveno). Croacia considera que debería dividirse la bahía por la mitad, algo establecido también por el Derecho Internacional, mientras que Eslovenia reclama toda la bahía y su salida al mar abierto. El problema es que aun cuando los eslovenos se quedasen con toda la bahía, tendrían que pasar por aguas croatas o italianas para llegar a mar abierto. Los eslovenos consideran que esto es inaceptable y que Eslovenia debe tener salida directa desde sus aguas territoriales a aguas internacionales.

El último intento de resolver esta contienda territorial fue la reunión de los primeros ministros en Bled en agosto del 2007, en la que se llegó a un acuerdo marco de llevar el caso ante el Tribunal Internacional de la Haya. Asimismo, se formó una comisión mixta cuyo objetivo era ajustar las posiciones de los dos países dentro del marco legal de dicho tribunal, que presentó sus conclusiones el pasado mes de enero. No obstante, Eslovenia quiere evitar una solución jurídica y apuesta por la solución política del problema.

Hay que mencionar que Croacia tiene un problema similar con Montenegro en la bahía de Kotor, pero en este caso los dos países están de acuerdo en resolver la disputa ante un órgano internacional de justicia y están trabajando en una comisión mixta preparando la documentación necesaria. Mientras tanto, las dos partes se han comprometido a congelar el asunto.

La UE considera la disputa entre Croacia y Eslovenia como un problema bilateral y desea apartarlo de las negociaciones de adhesión. El problema es que los eslovenos, según su primer ministro Borut Pahor, lo consideran una cuestión europea, puesto que, según él, Eslovenia forma parte de la UE, que es un todo, y no puede estar Eslovenia por un lado y la UE por otro. Además, Eslovenia ya avisó a la UE y a la Presidencia checa que no aceptaría presiones para retirar su veto a Croacia, amenazando con organizar un referéndum sobre la entrada de Croacia en la UE.

Tras el fracaso de la iniciativa francesa, la última propuesta del comisario para la Ampliación Olli Rehn es formar un consejo de sabios, presidida por Martti Ahtisaari, para resolver el problema. La propuesta no está bien definida y aún no se sabe si la función de este consejo sería conseguir que los dos países optaran por un órgano jurídico internacional (la Corte Internacional de Justicia de La Haya o el Tribunal Internacional del Derecho del Mar en Hamburgo) o que el propio consejo arbitre el caso. El peligro de la segunda opción es que una vez más en los Balcanes se intentaría encontrar una solución obviando el Derecho Internacional en un tipo de problema que otros países resuelven ante la Corte Internacional de Justicia (como lo han hecho recientemente en una disputa similar Ucrania y Rumanía).

Hay que mencionar que Dinamarca y Polonia tampoco tienen una frontera marítima definida, pero Dinamarca no ha bloqueado a Polonia cuando ésta negociaba su adhesión a la UE. Asimismo, sería interesante ver que pasaría si Islandia finalmente decidiera entrar en la UE junto con Croacia. Islandia mantiene una disputa marítima con el Reino Unido, Irlanda y Dinamarca (las Islas Feroe) por la cuenca de Hatton Rockall. ¿Vetarán estos países a Islandia?

Desde el punto de vista de los políticos eslovenos, la posición de Eslovenia de bloquear a Croacia para lograr una mejor posición negociadora en las cuestiones abiertas que tienen estos dos Estados puede estar justificada. La pregunta es si este tipo de comportamiento es conforme con el espíritu y las bases de la UE, que Eslovenia asegura defender. Si Eslovenia sigue insistiendo en que la disputa territorial se resuelva antes de la adhesión de Croacia, esto supondría un aplazamiento de cinco o seis años de dicha adhesión. Por ello, los demás países de la Unión deberían presionar a Eslovenia y a Croacia para que resuelvan todas las cuestiones abiertas fuera del proceso de negociación. Además, hay que insistir en una solución basada en el Derecho Internacional.

Por otro lado, Eslovenia ratificó por fin el Protocolo de Adhesión de Albania y Croacia a la OTAN en una sesión parlamentaria extraordinaria. El primer intento de ratificarlo fracasó debido a unas desavenencias entre los partidos que forman la coalición gubernamental, algo que le valió a Eslovenia duras críticas por parte de todos los socios de la Alianza. El deseo expreso de todos los países miembros de la OTAN, incluida la nueva Administración Obama, es que Albania y Croacia participen en la Cumbre de abril como socios de pleno derecho.

Conclusiones

Aparte del trabajo que le espera a Croacia para lograr cumplir todas las obligaciones resultado del proceso de negociación, el gobierno deberá encontrar la forma de resolver su disputa con Eslovenia. Aunque lo primero no será fácil, es posible que Croacia cumpla todas las condiciones para poder terminar el proceso de negociación antes de finales de este año. No obstante, todo dependerá de la solución de la disputa con Eslovenia. Los dos países tendrán que involucrarse más para resolver esta cuestión con la ayuda y el apoyo de la UE.