28 de julio de 2008

CHINA EN LA GEOPOLÍTICA MUNDIAL


Enrique Posada Cano

Antecedentes históricos

En 1949, con el artículo de Mao Zedong “Adiós Mister Stuart Mill”(1), por medio del cual el líder chino despidió al último embajador norteamericano, China rubricó lo que ya correspondía a una realidad: se abría la etapa del bloqueo occidental contra ella, que se sumaba al del mundo capitalista contra la Unión Soviética.

China sólo tendría que esperar dos años para verse inmersa en su primer conflicto de la segunda posguerra mundial con la potencia número 1: la guerra de Corea (1951-1953). Vio las fuerzas aliadas, encabezadas por el comandante de las tropas de Naciones Unidas, el General Mc Arthur, adentrarse en la frontera chino-coreana y entendió que los estadounidenses no iban por Corea sino que intentaban invadirla a ella y estrangular en su cuna a la República Popular.

China había resuelto una tarea fundamental, el establecimiento de su soberanía en Tíbet (1950), pero quedaba el tema mayor de Taiwán, territorio en el cual Chiang Kai-shek había instaurado una llamada República de China, de carácter anticomunista. La paciencia china podía lograr que Pekín esperara la entrega voluntaria de Hong Kong, en 1997, por parte de Inglaterra, así como la de Macao, en 1999, por parte de Portugal. Frente a la isla, el problema era, y lo sigue siendo hasta hoy, de tensión y confrontación permanentes.

La victoria en la guerra de Corea, que en gran parte fue una guerra chino-estadounidense en territorio coreano, tuvo para China un costo en vidas y en recursos materiales muy grande y retrasó por varios años el plan de instauración de un régimen socialista.

El primero y único viaje de Mao al exterior fue a Moscú en 1949, cuando aún estaban estacionadas en Dalian o Puerto Arturo las tropas soviéticas. Ya no tenían el pretexto, para permanecer en territorio chino, de expulsar a los invasores japoneses. No fue fácil sacarlos. Mao tuvo que extender su estadía en Moscú, tratando de vencer la resistencia de Stalin a desocupar Dalian. Eran dos visiones adversas, dos miradas diferentes sobre el modelo económico, sobre la guerra, sobre cada aspecto de las agendas interna y externa, a pesar de lo cual suscribieron un plan completo de cooperación que le permitió a China echar a andar una serie de obras de ingeniería vial y fabril.

El XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (1957), donde su Secretario General Nikita Jrushchov denunció a Stalin por un rosario de crímenes, creó una distancia irreconciliable entre los dos partidos comunistas, el soviético y el chino. Esta brecha se ampliaría hasta llegar a una ruptura parcial en 1960, cuando se abrió la polémica ideológica en torno a temas como la transición pacífica del socialismo al capitalismo, de la cual los chinos acusaron a los soviéticos, mientras que éstos motejaban a los chinos de chovinistas y pequeño-burgueses.

El bloqueo que Estados Unidos, Europa Occidental y Japón le declararon a China, se tornó hermético y asfixiante con la ruptura de las relaciones comerciales y de cooperación decretada por los soviéticos a partir de 1960. Mao estaba por fuera del poder del Estado desde 1957, cuando hubo de renunciar a la presidencia de la República Popular como consecuencia del fracaso del ‘Gran Salto Adelante’, cuya responsabilidad asumió. Liu Shaoqi, un dirigente de perfil pro-soviético, formado en las luchas obreras y urbanas, ascendió en su reemplazo a la primera magistratura de la República. Mao, dueño de una aureola de semi-dios, no se resignó a permanecer en el ostracismo político y acudió a las masas para recuperar el poder con consignas como la de la oposición a la restauración del capitalismo. Estalló entonces la revolución cultural, que Mao calculó sería de breve duración, pero que, a pesar de sus cálculos, se prolongó durante diez años. Representó un decenio de caos, como lo han llamado las generaciones posteriores. En el frente externo, que es el que en este ensayo nos interesa, fue una época de delirio revolucionario, con China como vanguardia de una pretendida liberación de los explotados y oprimidos del mundo. Se exacerbaron los conflictos con la Unión Soviética y con Inglaterra, con la primera en torno a diferendos fronterizos e ideológicos, y con la segunda, por la ocupación de Hong Kong desde la primera guerra del opio. Aquellos partidos o países que se alinearon con Moscú eran declarados anti-chinos por parte de Pekín. Tal fue el caso de Vietnam, país con el cual China mantuvo constantes fricciones por sus intentos de dominio sobre Cambodia y Laos, con el apoyo de la URRSS, hasta concluir en el desencadenamiento de una guerra en 1979. En África Negra, desde mediados de los años 60 del siglo pasado, fue también constante la disputa con los soviéticos, en Angola y Mozambique de manera particular, donde los unos y los otros hacían causa común con movimientos enfrentados entre sí dentro de la lucha por la liberación del dominio colonial portugués. En Asia Occidental, las fricciones tradicionales de China con la India sobrepasaban el tema fronterizo para ubicarse en el alineamiento de esa nación con la Unión Soviética, hecho que colocó siempre a China a favor de Pakistán en la disputa por la posesión de Cachemira. China vivió entonces un período de aislamiento como nunca antes había conocido.

Comienzo de la nueva era de reformas y apertura

Con la muerte de Mao en 1976 culmina la revolución cultural, y en 1980 se abre la nueva etapa de reformas y apertura al exterior liderada por Deng Xiaoping. China se convence de que para impulsar su nueva política se requiere un clima de orden interno y buenas relaciones con el resto del mundo. Empieza por mejorar sus vínculos con sus vecinos más próximos, la Unión Soviética en primer lugar, que se disuelve en1991. Resurgen acuerdos comerciales que dan paso a una gran era de prosperidad en los intercambios comerciales chino-rusos, a los cuales seguirán acuerdos estratégicos. Sin llegar a la revisión de fronteras con India, de todos modos procurará que en ese entorno fronterizo se viva un clima pacífico. La apertura, en todos los años de la década 80 del siglo pasado, llevará a un auge de la inversión extranjera en China. Todas las multinacionales importantes del mundo llegarán al territorio chino tras su fabuloso mercado. Merece relevarse aquí el efecto de distensión que sobre el conflicto Pekín-Taipei en el Estrecho de Taiwán (desde 1949), ejercen los crecientes intereses financieros y económicos del empresariado norteamericano en China. Taiwán se coloca como el segundo inversionista en importancia en todos los sectores de la economía china. Al mismo tiempo que aumentan los vínculos de todo tipo entre el continente y la isla, el litigio que Taipei alimenta de manera continua por su independencia respecto de Pekín se mantiene vigente, pero se va alejando la posibilidad de que Estados Unidos se arriesgue en su defensa más allá de los límites que le trazan los mencionados intereses y la necesidad de mantener cierto equilibrio en una Asia donde cada vez cuenta más el poderío político-militar de Pekín.

De nuevo el aislamiento

Un año: 1989, y una fecha, 6 de Junio, fue un momento crítico para China a su interior y en su relación con el resto del mundo como consecuencia de la represión sangrienta de un movimiento rebelde de estudiantes y desempleados, que en número de decenas de miles decidieron, de abril a junio del referido año, protagonizar una huelga de sentados en la Plaza Tian Anmen. La situación se había hecho insostenible cuando se produjo la visita del Primer Ministro ruso Mijail Gorvachov a Pekín. Lo peor era que al interior del Buró Político las opiniones frente a ese evento estaban divididas, con el Secretario General del Partido Zhao Ziyang a favor de una solución pacífica del conflicto, y el Primer Ministro Li Peng propugnando la represión. Las causas aparentes del movimiento eran una escalada inflacionista de los precios que habían deteriorado el nivel de vida del pueblo, desempleo creciente y una ola de corrupción por parte de funcionarios gubernamentales y dirigentes del Partido Comunista. Explicaciones posteriores dadas extra oficialmente por el Gobierno señalaban que tras la situación de caos, con asaltos a mano armada de insurgentes contra patrullas policiales dejando un saldo de heridos y muertos entre estos últimos, estaban las manos de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos y de las autoridades de Taiwán. Otras justificaciones hablaban de la inexperiencia de los cuerpos armados de Pekín en técnicas antimotines, que supuestamente los obligaron a utilizar armas de fuego contra las multitudes. Todavía hoy, dieciocho años después de los trágicos acontecimientos, continúan en una especia de semi-penumbra las causas de la rebelión, los supuestos actores tras bambalinas de la misma, así como el número de muertos. Lo único cierto fue el repudio que en los países occidentales produjo la represión cruenta y el nuevo aislamiento en que cayó China en momentos en que más necesitaba de un entorno externo favorable para el impulso de sus reformas y su apertura.

Pekín hubo de esperar seis años para que se produjera la primera visita post Tian Anmen de un jefe de Estado de un país de la Unión Europea: fue la del Rey de España, y tras él, la de muchos otros que descongelaron las relaciones China-Europa Occidental. De ahí en adelante, no ha ocurrido ningún episodio que haya hecho tambalear los vínculos del gigante asiático con el resto de países del mundo, excepto cuando en plena guerra de Kosovo los bombarderos de la OTAN impactaron a la Embajada china en Belgrado (Mayo de 2003), dejando como saldo varios diplomáticos de ese país muertos.

El nuevo clima de cooperación que se registra desde entonces subraya la necesidad que tiene Pekín de un clima internacional pacífico que propicie cada vez más su crecimiento económico y su desarrollo en todos los órdenes. Esto no implica, sin embargo, que China Popular silencie su opinión frente a intentos separatistas de políticos taiwaneses, los cuales suben de tono en medio de las campañas electorales, o frente a casos como la acogida que han dado algunos gobiernos tanto de Oriente como de Occidente al Dalai Lama en su peregrinaje por los cinco continentes clamando por la ‘independencia’ del Tíbet.

Japón una y otra vez

Un caso particular es el de Japón y las relaciones chino-japonesas. Éstas son contradictorias y ambivalentes, pues mientras, por un lado, Japón se ubica en el tercer lugar de las inversiones foráneas en China, y el intercambio comercial y la transferencia tecnológica se incrementan cada día que pasa, por el otro, las posiciones de ambos lados no ceden. De parte de Japón, sus dirigentes al más alto nivel no han escatimado oportunidad de rendir homenaje a los soldados caídos en la guerra de 1937 a 1945, a todas luces una guerra de agresión contra China, lo cual, del lado opuesto, es rechazado enérgicamente por China como una provocación. Lleva muchos años el Gobierno chino exigiendo a Tokio que se disculpe públicamente y pida perdón por las acciones de guerra cometidas en el citado período, las cuales, según fuentes chinas, dejaron un saldo de decenas de miles de muertos. Breves y reiteradas fórmulas que se resumen en la escueta frase de “lo sentimos”, expresadas por los últimos primeros ministros japoneses, en visitas realizadas a Pekín, nunca han satisfecho a los chinos. Y, por lo que respecta a los japoneses, una petición de perdón no concuerda con su orgullo nacional. De otro lado, su pragmatismo les dice que tal confesión daría pie a una serie de demandas multimillonarias de parte de descendientes de militares japoneses que, en el período del enfrentamiento bélico, convirtieron en esclavas sexuales a mujeres chinas, coreanas y filipinas, entre otras de distintas naciones asiáticas invadidas por aquéllos.

El Japón de hoy, políticamente hablando, ya no es el mismo de la segunda posguerra mundial. Sigue siendo, a pesar de todas las crisis económicas internas, la segunda potencia económica. Es el mejor aliado de Estados Unidos en Asia, no obstante las divergencias por patentes y déficit comerciales. Frente a América Latina, Tokio no da un paso más allá del ritmo que le permite su adhesión a la política tradicional norteamericana de “América para los americanos”. Pero difícilmente podrá esta nación superar una serie de obstáculos para colocarse en los primeros rangos e incluso para mantenerse en el puesto que hoy ocupa, pues su status quo o al menos el freno a su declive dependen fundamentalmente de su crecimiento económico, que hoy se ve detenido por los “vacíos” de sus sectores económico y financiero, los cuales se refieren, en general, al extraordinario encarecimiento de sus servicios (bancarios, aéreos, de comunicaciones, de la propiedad raíz, etc) y a las impagables deudas del sector empresarial con la banca.

Los problemas históricos de China frente a Japón son una cosa, y otra, muy distinta, la competencia entre los dos por el liderazgo en Asia. Recordemos, a este propósito, los papeles jugados por sendas naciones en la crisis asiática de 1997: fue China la que salió a revitalizar o salvar la bolsa de Hong Kong mediante una inyección financiera multimillonaria en cabeza de empresas del continente que enlistó en ese centro bursátil, mientras que Japón se hallaba incapacitado para dar una respuesta a la crisis debido a las propias dificultades en que se encontraba como consecuencia de la revaluación del yen y la estanflación. Este fue un campanazo para el Japón, a quien se le reveló de pronto una China nueva, pujante y retadora de su papel hegemónico en Asia.

La alianza Japón-Estados Unidos, configurada sobre las cenizas del imperio nipón a partir de su derrota en la segunda guerra mundial, como la cabeza de playa en el Pacífico contra la sombra de una alianza entre los dos colosos del comunismo en el Lejano Oriente: China y la Unión Soviética, ha sufrido los cambios inminentes de medio siglo y todas las circunstancias políticas por las que el mundo ha pasado en este tramo de historia. Se disolvió la Unión Soviética, desapareció el mundo comunista, y la correlación de fuerzas a nivel global cambió a favor de unos Estados Unidos fortalecidos como primera potencia sin rival en el mundo. Japón continuó durante todos estos años acogiéndose al paraguas atómico de Estados Unidos, fiel además al artículo noveno de su constitución que le prohíbe desarrollar armas ofensivas y enviar tropas fuera de sus fronteras. Sin embargo, las antiguas bases militares permanecen allí, y los principios consagrados en su constitución van cediendo frente a las circunstancias políticas y a los compromisos bélicos de su aliado mayor y patrocinador: los Estados Unidos. A raíz de la intervención en Irak, la realpolitik y el pragmatismo nipones llevaron a éste a pasar por encima de sus preceptos constitucionales para sumarse a las fuerzas armadas intervencionistas. Todo esto, a pesar de esa otra faceta de su realpolitik que lo obliga a ser cauto con el Islam y con el mundo árabe petrolero, que es la fuente insustituible de sus recursos energéticos.

La larga enfermedad japonesa, derivada de la revaluación del yen, fenómeno que se ha extendido a lo largo de casi tres décadas, llevó al Japón a un proceso ininterrumpido de relocalización de sus industrias, las cuales ha venido trasladando en parte al sudeste asiático, a Corea, Taiwán y China, buscando librarse de su pérdida de productividad y competitividad. Esto lo arrastra, a su vez, a una secuencia completa de transferencias tecnológicas que toman la forma de ‘vuelo de garzas’, según expresión de un reconocido japonólogo.

Son pocos los países que en el mundo se han favorecido tanto como Japón de la política de reformas y apertura al exterior de China. A su vez, esta última ha sacado grandes ventajas de su nueva relación con Japón. El primero se volcó hacia China con todo su potencial tecnológico y financiero, buscando un nuevo e inmenso mercado para sus patentes industriales y tecnológicas, incluso para sus productos de consumo, en tanto que China necesitaba de ese coloso fabril, tan cercano físicamente a ella. Japón llegó a la escena de la inversión en China con todas sus baterías, armado no sólo de know how sino también de capital financiero. Se conformó de este modo un matrimonio de conveniencia chino-nipón, que sobre los rescoldos de un pasado traumático, construye un presente de alianzas en lo económico, lo financiero y lo comercial. Fuerzas ultra-conservadoras y derechistas niponas continuarán de manera indefinida alimentando el rearme japonés y el chovinismo de gran potencia, pretensión que encontrará cada vez la vigorosa oposición de China. Japón continuará bregando por obtener un puesto en el Consejo de Seguridad de la ONU, ambición que comparte con la otra gran derrotada de la segunda guerra mundial: Alemania. China se opone por todos los medios a esa pretensión.

La confrontación en el Tercer Mundo

Otro escenario de la confrontación es el tercer mundo. Una ley física según la cual todo vacío en el agua es llenado de manera instantánea por una masa líquida de reemplazo, tiene su réplica en lo político. De la verdad de este aserto da cuenta la forma como China viene copando los espacios que ni Estados Unidos ni la Unión Europea son capaces de llenar en el momento presente en África y América Latina. Veamos el caso de África. Dueña como ninguna otra potencia de un apetito voraz de hidrocarburos, minerales y productos agrícolas, China aumenta su presencia en África, donde estuvo presente desde los tiempos de la revolución maoísta, cuando los chinos incursionaron con programas de cooperación en diversos países del continente negro, particularmente en obras de infraestructura vial y en importantes campos de desarrollo tecnológico.


Dos cosas se le reprochan a Pekín en estas nuevas incursiones suyas en los vastos y subdesarrollados escenarios de Africa y Latinoamérica: una, que ha convertido a estos territorios en proveedores de ‘commodities’ con poco valor agregado; y dos, que su realpolitik la conduce a cerrar los ojos frente a violaciones de los derechos humanos tan espantosas como las perpetradas por regímenes como el islamista de Sudán contra minorías cristianas y multiétnicas (léase Darfur).

En cuanto al temido ‘saqueo’ de materias primas, energéticos y alimentos por parte de China en los países en desarrollo, la respuesta es contundente: si estos últimos países son incapaces de agregar valor a sus ‘commodities’ transformándolos en productos industriales, la alternativa que afrontan es quedarse con ellos en sus subsuelos y desaprovechar la oportunidad que China les brinda de mejorar sus balanzas comerciales. Más bien, el mundo en desarrollo debería prepararse, siguiendo el ejemplo de Brasil con la soya, para enfrentar el desafío de una demanda multimillonaria de alimentos como la que suponen 1.315 millones de chinos con un estándar de vida en ascenso. Los déficit alimentarios de China en los próximos diez y veinte años, que seguirán el mismo compás de sus déficit energéticos, serán enormes, realidad a la cual tienen que despertar no solamente las potencias dueñas de una agricultura altamente comercial, sino también las naciones en desarrollo. ¿Se están preparando para ello? En vez de quejarse, deberían los latinoamericanos, dentro de sus planes decenales de desarrollo, contemplar capítulos aparte donde enfrenten, con respuestas adecuadas, los desafíos en alimentos, energéticos, etc. que ya les están planteando una serie de naciones emergentes del Asia Oriental. Tratar de que esta venta de ‘commodities’ no sea una reproducción facsimilar del saqueo histórico del que fueron víctimas por parte de Inglaterra y Estados Unidos, es una tarea a realizar por los países latinoamericanos donde deben jugar un rol importante las inversiones directas de China, Japón, Corea, India, Rusia y el Sudeste asiático. Debe responder, además, a una política que genere transferencia de tecnologías avanzadas y empleo para los nacionales.

En cuanto al tema de China frente a los derechos humanos en otros países, venimos presenciando cómo aquello de principios llamados inamovibles tales como la no injerencia de un Estado en los asuntos de los demás Estados tiende a dejar de ser inmodificable y se va adaptando, de acuerdo con las circunstancias cambiantes, a los rumbos de la política mundial.

El Partido Comunista de China tampoco es, como podría suponerse, una fuerza por completo homogénea y monolítica. Existen tendencias a su interior, y las mismas alas o facciones que bregan dentro de sus filas por una democratización interna propenden también por una política exterior más ajustada a los vientos pro derechos humanos que soplan a nivel internacional.

No esperemos de China un alineamiento con los Estados Unidos de América en un frente como el de la guerra contra el terrorismo en los términos impuestos por la gran potencia. Es evidente que China se opone, al igual que el resto de los países civilizados del mundo, al terrorismo. No sólo porque es una nación con un esplendoroso pasado cultural, sino también porque en sus mismas guerras internas supo hacer honor al buen trato a los prisioneros de guerra, por ejemplo. China no apoya, como ocurrió en el pasado, a movimientos llamados maoístas, y sus relaciones políticas son con todos los partidos de aquellas naciones con las que mantienen relaciones diplomáticas, independientemente de su identidad ideológica o política.


Por otra parte, China tiene que cuidarse de sus fronteras hacia adentro, pues allí mismo, en la provincia de Xinjiang, habitan unos diez millones de musulmanes, pertenecientes a la etnia wigur, cuyos nexos con los islamistas afganos son fuertes, como lo son también sus pretensiones de constituirse en un Estado independiente.

China requiere, para su desarrollo, como pocos países, un clima de paz, y de ahí su compromiso de apoyo a la lucha anti-terrorista. Sin embargo, estas coincidencias con los gobiernos de Estados Unidos y de Occidente en general no la convierten en una aliada estratégica para la cual se borren posturas divergentes frente a temas como la guerra de Irak o la aplicación de sanciones a Irán y Corea del Norte por sus políticas de enriquecimiento del uranio. China tiene una visión diferente de la de Estados Unidos al respecto, porque su misma política frente a la energía nuclear y su uso pacífico difiere de la de aquéllos. Ella suscribió, junto a un importante número de países, el tratado de no proliferación de armas nucleares, pero se reserva el derecho de su uso para fines no ofensivos. Siempre ha sostenido una política anti-monopolista de la posesión de armas convencionales y no convencionales, nunca ha entendido por qué unas naciones se arrogan el derecho de tener toda clase de armas y a otras se les veda tal derecho. Nunca podrá esperarse de China que apruebe en la ONU o en otros organismos internacionales sanciones contra determinado país por sostener como un derecho el desarrollo de la energía nuclear, pero en circunstancias de crisis que han tenido al borde del conflicto bélico a Estados Unidos con Irán y Corea del Norte, su posición es tratar de mantenerlo dentro de la órbita del arreglo pacífico, recurriendo al diálogo.

Con Deng Xiaoping e incluso con Jiang Zemin, China manejó un bajo perfil en sus relaciones con el exterior. Pero, a partir del ascenso al poder de Hu Jintao, gracias a los éxitos cada vez más relevantes en lo económico, muchos sectores de la política y la academia empezaron a reclamar un papel más activo de China en los asuntos internacionales. Problemas tan candentes como el del conflicto de Estados Unidos y Japón con Corea del Norte reclamaban de China un rol cada vez más activo. A su vez, Washington siempre entendió que una solución a su enfrentamiento con Pyongyang pasaba por Pekín. Se configuró entonces la llamada ‘diplomacia a seis bandas’ con China como eje de la misma. El gigante asiático ha retornado a su papel protagónico en la arena internacional.

Las otrora tensas relaciones de China con la Unión Soviética debido a problemas fronterizos e ideológicos, se han tornado constructivas y fructíferas. La una necesita de la otra; son vecinos fronterizos. Rusia fue, antes de su desmembramiento, la segunda potencia mundial en muchos aspectos, en tanto que China se presenta como la más probable candidata a sustituirla en ese predominante lugar. De unos años para acá, gracias a sus poderosas reservas petroleras, a la inversión extranjera y a la corrección de algunos derroteros erróneos en su camino de adaptación a la economía de libre mercado, Rusia ha vuelto a colocarse en un sitio preeminente, hasta el punto de que los más recientes discursos de Putin recuerdan los tiempos de la guerra fría. A Moscú le ha irritado la implantación de un escudo anti-mísiles en Polonia por parte de la OTAN, el cual, a pesar de todos los pretextos de Bush, siente que va dirigido contra el resurgimiento de su poderío. Mientras Washington trata de alinear en torno a sus políticas a importantes antiguos satélites de la Unión Soviética en Europa Oriental como Polonia, la República Checa y Ucrania, Moscú conquista cada vez como fieles aliados a antiguos territorios de su jurisdicción: Kazajstán, Tayikistán, Uzbekistán y Kirguizistán. Esta es la misma área petrolífera que a China la interesa. Por eso, en el pasado mes de agosto los 6 miembros de la OCS (Organización de Cooperación de Shanghai) tuvieron la osadía de realizar maniobras militares conjuntas, evento en el cual los Estados Unidos quisieron pero no pudieron estar presentes como observadores porque aquélla les negó el acceso. A Estados Unidos y a Europa en general les inquieta este nuevo club centro-asiático cuya población total se acerca a los 3.000 millones de habitantes y cuyos PIB sumados representan unos 3, 7 billones de dólares (2).

Por encima de todas las coincidencias entre Pekín y Moscú, que los ha conducido a firmar estrechos acuerdos de defensa conjunta, hay una que sobresale: su oposición al poder hegemónico de los Estados Unidos.

China busca la configuración de un mundo multipolar, y para ello alienta el fortalecimiento de todas aquellas esferas de influencia que puedan hacerle contrapeso a Estados Unidos, en particular la Unión Europea, y en segundo lugar, el nuevo grupo de naciones que emergen como potencias de segundo orden, a saber, Rusia, India, Brasil. El MERCOSUR es un bloque de una importancia económica y geopolítica nada despreciable para China, pero siempre considerando a Brasil como eje y motor del mismo. Venezuela, por su inmensa riqueza petrolera y su distanciamiento respecto del gobierno norteamericano, representa para China un socio de cierta relevancia, aunque no comparte el tono estridente de su oposición a Estados Unidos.

China se seguirá moviendo en el panorama mundial valida de su tradicional estilo diplomático de no ocasionar fricciones innecesarias ni meterse en líos ajenos que no le competen, pero ejercerá su influencia y su poder de veto en organismos como el Consejo de Seguridad de la ONU cuando determinadas intenciones o determinaciones de este ente amenacen con afectar sus intereses nacionales. Estará siempre atenta a las pretensiones de los gobiernos de turno de Taiwán de regresar a ocupar un asiento en Naciones Unidas y vigilará las acciones de Taipei por recuperar el espacio perdido de las relaciones diplomáticas con más de 160 países que en la actualidad mantiene Pekín (a Taipei sólo le quedan nexos diplomáticos con una veintena de países en el mundo). Taiwán y su reintegración a la soberanía china es una política de Estado fundamental para el gobierno de Pekín, que buscará esa reintegración de manera pacífica, siendo esto lo que más le conviene a él y al clima de armonía de que goza con el resto de naciones del mundo, y sin embargo, una reintegración no pacífica también está contemplada en su agenda. Que en el futuro se de una u otra vía para la solución de dicho conflicto dependerá de varios factores: uno, la forma como se desarrolle dentro del propio Taiwán, por parte de las distintas facciones partidistas, la relación con el continente, en la medida en que crezcan las fuerzas favorables al retorno de la Isla a la bandera de cinco estrellas. O que, por el contrario, crezca la opinión favorable a una declaratoria definitiva de independencia de Taiwán, y dos, la forma como se comporten los futuros gobiernos de Estados Unidos frente al referido tema, alentando o desalentando las ansias independentistas de las fuerzas políticas taiwanesas pro-independencia de la isla.

Los años y décadas venideros se desarrollarán de modo fluctuante para China, para las relaciones chino-estadounidenses y para las del gigante asiático con el resto del mundo. No podrá haber rupturas tajantes ni definitivas en un mundo globalizado e interdependiente como el que vivimos, donde una medida económica que se tome en Estados Unidos repercute de manera inmediata en China, en Europa, América Latina y el Sudeste asiático. A su vez, estornuda la bolsa de valores de Shanghai y se produce de inmediato una réplica en Wall Street y, como una bola de nieve, en la de Sao Paulo y otras más. Las presiones de Washington y de éste a través del Fondo
Monetario Internacional para que Pekín revalúe su moneda frente al dólar, es algo que va creando una atmósfera enrarecida en el contexto de sus relaciones con el gobierno chino. Washington no puede olvidar un sólo momento que el total de los bonos del tesoro de Estados Unidos en manos de China representa cerca de 900.000 millones de dólares (3).

Una administración estadounidense en manos del Partido Demócrata, como la que se vislumbra en el horizonte, supondrá un camino más zigzagueante en las relaciones con China. Ésta siempre se ha entendido mejor con los republicanos de Estados Unidos, y esto quedara corroborado por un futuro gobierno demócrata, en cuyo talante priman rasgos nada favorables a esa relación como es el proteccionismo, derivado de sus nexos con las poderosas fuerzas sindicales norteamericanas. Sin embargo, la tensión no podrá llegar a límites conflictivos que pongan en riesgo la estabilidad de la economía mundial. Y junto con ésta, la estabilidad de la política a nivel global. La una y la otra hablan al unísono.

Notas

(1) Mao Zedong, Obras Escogidas, tomo I, Ediciones en Lenguas Extranjeras, Pekín, 1969

(2) “La Organización de Cooperación de Shanghai y la crisis capitalista”, Carlos Antón, Le Monde Diplomatique, 18 de Septiembre de 2007

(3) Ibid.

¿VENCERÁ LA NUEVA DOCTRINA DE CONTRAINSURGENCIA NORTEAMERICANA A AL-QAEDA?


Sebestyén L. v . Gorka*

“Hacer la guerra contra insurgentes es sucio y lento, como comer sopa con un cuchillo”
T.E. Lawrence

Introducción

En la primavera de 2006 más de un centenar de estrategas y altos mandos militares, muchos de los cuales cumplían en ese momento servicio en Afganistán e Irak –o lo harían pronto–, se reunieron en una base de operaciones especiales en Florida para analizar cómo iba la guerra hasta el momento. Durante la reunión, que duró cuatro días, se presentaron una gran variedad de ponencias en las cuales se planteó desde el uso de modelos matemáticos avanzados para trazar la red de al-Qaeda a la cuestión de recuperar tácticas de la Guerra Fría para hacer frente al nuevo enemigo; así como animadas sesiones de preguntas y respuestas.[1] Este autor fue invitado a dirigirse a los presentes en la reunión en la última jornada del simposio. Aunque esto es siempre arriesgado, dada la posibilidad de que otros participantes se te adelanten, me dio la oportunidad de observar y escuchar las ideas más avanzadas en estrategia actual, así como de obtener información desde los frentes de combate, antes de realizar mi aportación.[2] Lo que más me llamó la atención y que acabaría, además, por convertirse en la preocupación central de todo lo que allí se dijo, fue la constatación de que, a pesar de llevar ya casi cinco años de conflicto global, quienes están involucrados en el combate en sí y en la elaboración del pensamiento militar sobre la mejor manera de derrotar a al-Qaeda seguían debatiendo la naturaleza del enemigo. ¿Es al-Qaeda una organización? se preguntaban. ¿Es una red? ¿Qué es una red? ¿Es una ideología supranacional o un objetivo físicamente localizable? ¿Tiene un centro de gravedad? Los reunidos allí no habían decidido todavía las respuestas a estas preguntas. No obstante, mientras nosotros estábamos en Florida, grupos en Washington y a lo largo y ancho del imperio del Pentágono trabajaban en desarrollar y pulir sus propias respuestas a estas cuestiones.

El asunto central de la reunión era la “insurgencia global”[3] y si este concepto se ajusta a la Guerra Global contra el Terrorismo (GWOT, por sus siglas en inglés). Mientras los congregados en Florida calibraban el supuesto de que una doctrina previamente existente pudiera aplicarse al conflicto global, otros académicos-militares destilaban las lecciones de la contrainsurgencia del siglo XX (COIN, por sus siglas en inglés) en preparación del nuevo super manual sobre contrainsurgencia del Pentágono. Al mismo tiempo que profesionales y teóricos no estábamos seguros de contra qué luchábamos, otros habían decidido por nosotros que EEUU está combatiendo una insurgencia y que la contrainsurgencia debe ser la herramienta a utilizar.[4] Pero, ¿cómo había pasado EEUU de la idea de una lucha contra el terrorismo religioso a la insurgencia y qué había ocurrido con la idea de que el conflicto era una guerra global? Cada uno de estos términos: guerra, insurgencia y terrorismo deberían describir fenómenos diferenciados, pero no hemos explicado adecuadamente cuál es la diferencia entre ellos, o cómo se ha transformado al-Qaeda de cada una de estas manifestaciones en la siguiente (si es que lo ha hecho). A algunos de nosotros no nos convenció de inmediato la idea de que la insurgencia fuese el modelo correcto para el tipo de enemigo al que nos enfrentamos, al menos fuera de los escenarios de operaciones bélicas de Afganistán e Irak. Lo que sigue a continuación es un debate sobre los méritos y las deficiencias de la nueva teoría de la contrainsurgencia, así como una valoración del concepto de que el enemigo al que nos enfrentamos está implicado en una insurgencia global.

Déjà vu doctrinal

Pocos días antes de Navidad, el día en que el Pentágono se despidió de Donald Rumsfeld, el Departamento de Defensa lanzó por fin su nuevo manual de campo sobre contrainsurgencia. En el primer mes después de su publicación, FM 3-24: Counterinsurgency, se bajó más de 1,5 millones de veces desde las páginas web del ejército y del cuerpo de marines. El manual fue comentado en sitios web salafistas e incluso se encontró posteriormente en campamentos talibán en Pakistán.[5] Este documento no confidencial se ha convertido desde su publicación en uno de los pilares de la política norteamericana en lo que se denominó la GWOT, pero que desde la Revisión Cuadrienal de Defensa se ha rebautizado como The Long War,[6] la “Guerra Larga”.

En los dos años que ha llevado escribir el manual y desde su comienzo han proliferado los artículos especializados[7] de estrategas e historiadores, así como comentarios en los blogs de la red[8] realizados por quienes están realmente combatiendo en Irak y Afganistán. En estos artículos se debaten los meritos del manual y las distintas teorías y estudios existentes sobre la contrainsurgencia. El gobierno de EEUU creó incluso un sitio web dedicado a documentar y discutir la cuestión de la contrainsurgencia.[9] A pesar de este saludable debate en torno a la efectividad de la renovada doctrina respecto a los intereses de la seguridad de EEUU en el entorno estratégico posterior al 11 de septiembre, siguen en pie ciertas preguntas fundamentales, cuestiones que van más allá de cualquier documento individual o colección de tácticas relacionadas. Estas cuestiones son las siguientes:

¿Cómo se relaciona la insurgencia y la contrainsurgencia con la actividad estratégica más amplia de librar una guerra?; ¿La “Guerra Larga” es solo otra variante de la contrainsurgencia?; En este caso, ¿se está aplicando a nivel global la doctrina de la contrainsurgencia?; ¿Hasta qué punto es aplicable la teoría clásica de la contrainsurgencia a la lucha contra terroristas de base religiosa dispersos por todo el planeta?; ¿Podrían otros conflictos, menos estudiados, iluminar la naturaleza de la confrontación actual?

Este estudio examinará en primer lugar el concepto de insurgencia global. En segundo lugar, trataremos el canon existente de la teoría de la contrainsurgencia y los estudios que hay al respecto. Ofreceremos una nueva categorización sobre cómo varía la contrainsurgencia y lo diferentes que son Irak y Afganistán de la mayoría de las campañas bélicas anteriores que se estudian normalmente. Nuestra conclusión estará cimentada en una importante ampliación de los estudios que podemos examinar bajo el enunciado de guerra atípica o insurgencia. Después observaremos la conexión entre la práctica de la contrainsurgencia y el ámbito más extenso de la política y las prácticas de guerra. Terminaremos con un debate sobre hasta qué punto puede entenderse la “Guerra Larga” como una forma de contrainsurgencia y si al-Qaeda es realmente una organización insurgente.

¿Cuál es la amenaza?

Como pusieron claramente de manifiesto los profesionales reunidos en Florida, a pesar de que han transcurrido seis años desde los acontecimientos del 11 de septiembre, sigue habiendo desacuerdo sobre contra quién o contra qué estamos luchando. Según el principal ideólogo neoconservador, Charles Krauthammer, cuyos escritos han tenido una enorme influencia en la política norteamericana desde los atentados del 11 de septiembre, la amenaza a la que nos enfrentamos es una amenaza “existencial”.[10] Al día siguiente de los ataques sobre el World Trade Center y el Pentágono, Krauthammer escribió:

“Ya no tenemos que buscar un nombre para la era post Guerra Fría. A partir de ahora será conocida como la era del terrorismo. El terrorismo organizado ha demostrado lo que puede hacer: llevar a cabo la mayor masacre de un solo golpe en la historia de los Estados Unidos, colapsar la mayor potencia del mundo y hacer que sus dirigentes se escondan en refugios subterráneos. Todo ello sin tan siquiera recurrir a armas químicas, biológicas o nucleares de destrucción masiva”.[11]

Sin embargo, en su respuesta oficial, después de quedar demostrado que el grupo que se encontraba detrás del ataque era de hecho al-Qaeda, la Casa Blanca no declaró la guerra sólo a al-Qaeda sino al terrorismo en general. El presidente Bush fue muy claro: “Nuestra guerra contra el terror comienza con al-Qaeda, pero no termina ahí”.[12] Dirigiéndose a una sesión conjunta del Congreso solo nueve días después de los atentados, añadió: “No terminará hasta que todos los grupos terroristas de alcance mundial hayan sido localizados, detenidos y derrotados”.[13] Así es como se acuñó la expresión Guerra Global contra el Terrorismo (Global War on Terrorism, GWOT). Sin embargo, la Administración norteamericana no ha sido consecuente en su uso de esta expresión. El presidente, por ejemplo, se ha referido a nuestro enemigo como yihadismo militante e islamofascismo, no sólo como al-Qaeda o terrorismo.[14] No obstante, con la invasión de Irak en 2003 y el consiguiente estallido de la violencia sectaria, hemos contemplado el desarrollo del concepto de al-Qaeda visto como una rebelión o insurgencia. No sólo eso sino que, teniendo en cuenta que la organización es capaz de llevar a cabo ataques en todo el mundo, ya sea en Londres, Madrid, Amman o Bali, la idea de que representa una insurgencia mundial ha comenzado a cuajar.[15] Incluso la enciclopedia online Wikipedia tiene una entrada con 12 apartados referida al concepto de Insurgencia Islámica Global. La entrada comienza con una referencia a la obra de David Kilcullen en la que se afirma:

“La Insurgencia Global Islámica es una hipótesis que argumenta que varios grupos no estatales islamistas se dedican a hacer política utilizando métodos terroristas y operaciones informativas, estando interconectados por medio de vínculos sociales informales con acceso a modernas tecnologías de la información y con el respaldo de algunos Estados, ciertas organizaciones benéficas islámicas y/o individuos de gran poder económico; se describe mejor como una rebelión a escala mundial, contra el orden establecido”.[16]

A juicio de los autores y editores de esta entrada, dentro de la insurgencia islámica global hay dos fuerzas impulsoras. Por un lado existe la insurgencia islámica de tipo chií “con base y apoyo de Irán” y la insurgencia islámica de tipo wahabí o sunní, esta última “liderada simbólicamente y a veces controlada directamente por la organización terrorista al-Qaeda”. Dado que la entrada no se refiere en absoluto a la historia de la contrainsurgencia o de su doctrina, tampoco encara la cuestión obvia que se desprende de esta definición de la insurgencia islámica global: si la insurgencia es, según la definición clásica, el uso de la violencia por un actor más pequeño que un Estado contra un gobierno dado y contra el statu quo, ¿cómo podemos entender el primer tipo de insurgencia global (chií) de forma diferente si en realidad está dirigida por el Estado-nación de Irán? La cuestión es aún más relevante si tenemos en cuenta el hecho de que el segundo tipo de insurgencia global wahabí está también, o al menos lo ha sido en el pasado, subvencionada y promovida por elementos pertenecientes a la elite dirigente de Arabia Saudí. En otras palabras: Si un Estado promueve la violencia contra otro Estado, ¿esta actividad se considera insurgencia? ¿Tiene sentido utilizar conceptos de contrainsurgencia cuando no solo es un Estado-nación el objetivo, sino que también lo es el instigador y quien apoya la violencia desde su origen?

Pero pasemos del ámbito de Internet a fuentes más autorizadas. En 2007 la RAND Corporation, el primer centro de investigación moderno del mundo dedicado a temas de seguridad, lanzó una nueva serie de estudios sobre contrainsurgencia. Se han publicado ya cuatro estudios de esta serie. Uno de los trabajos trata, como se podía prever, de las lecciones aprendidas en campañas previas, otro de la cuestión poco analizada de la subversión dentro de la insurgencia y un tercero de las proto-insurgencias y del apoyo estatal a la insurgencia. El más relevante para nuestros intereses es el primer trabajo de la serie, titulado: Heads We Win – The Cognitive Side of Counterinsurgency (COIN), dado que presenta la amenaza actual como una insurgencia global y postula una contrainsurgencia igualmente global como respuesta.[17]

De acuerdo con el informe –patrocinado por la Combating Terrorism Technology Task Force, creada solo ocho días después de los ataques del 9/11– somos testigos del “surgimiento y la persistencia de un nuevo tipo de insurgencia que combina objetivos utópicos, una intensa motivación, conexiones y movilidad globales, extrema violencia, y adaptación constante”. Para añadir: “el ejemplo más importante de esto (la insurgencia global) es la yihad islamista-suní-salafista,[18] cuyo objetivo es derrocar lo que sus adeptos ven como un orden de Estado-nación corrupto en su mundo musulmán, concebido por Occidente para dominar al islam”. El autor emplea también el término “insurgencias híbridas (globales-locales)” para describir la combinación de un grupo terrorista de alcance planetario con una conexión –al menos ideológica– con insurgencias de carácter local.

Al evaluar la respuesta al desafío que representa esta nueva insurgencia mundial, el informe RAND es tajante:

“La respuesta de Estados Unidos a este modelo de insurgencia ha puesto el acento (1) en nuevas capas burocráticas. Por ejemplo, el Departamento de Seguridad Interna y la Oficina del Director de los Servicios Secretos Nacionales, que no parecen haber mejorado ni el análisis ni la toma de decisiones; (2) aumentado la inversión en plataformas militares, que son de escasa utilidad contra una insurgencia difusa y escurridiza; y (3) el uso de la fuerza, que podría validar el argumento yihadista, produciendo más yihadistas e inspirando a nuevos mártires. Lo que ha faltado es un intento sistemático de identificar y encontrar cuáles son las necesidades en la toma de decisiones de forma crítica, analítica, planificada y operativa para la contrainsurgencia, haciendo uso de los revolucionarios avances de las redes de información. Por lo tanto, la contrainsurgencia norteamericana ha sido tan torpe como la nueva insurgencia ha sido astuta”. (Negrita añadida).

Viniendo como lo hace de la RAND Corporation, el principal centro de investigación y desarrollo financiado por el gobierno federal y asociado con las fuerzas armadas norteamericanas y el Departamento de Defensa, esta es una valoración muy negativa, sobre todo si se tiene en cuenta que se publicó en el sexto año de la “Guerra Larga”. Sin embargo, al estar escrita por un analista civil, el informe está expuesto a la crítica de aquellos que creen que la experiencia en el terreno es esencial para comprender la insurgencia y la contrainsurgencia.[19] En este sentido, vale la pena examinar con más detenimiento los textos de cuatro autores que han servido en la contrainsurgencia bien en operaciones sobre el terreno, o bien han formado parte de la revisión gubernamental de doctrina de la contrainsurgencia.

Contrainsurgencia de vanguardia

“La contrainsurgencia es un bestia extraña y complicada”
(Cohen et al., “Principles, Imperatives and Paradoxes of Counterinsurgency”)

En mayo de 2006, Eliot Cohen, catedrático del SAIS y actualmente asesor del secretario de Estado norteamericano, escribió un artículo acerca de los principios y las prácticas de la contrainsurgencia en colaboración con tres oficiales de las fuerzas armadas de EEUU, en activo o retirados. Uno de los coautores del artículo, John Nagl, participaba por entonces activamente en la redacción del nuevo Manual de Campo de EEUU para la Contrainsurgencia.[20]. Aunque el ejército norteamericano es muy aplicado a la hora de recopilar historias oficiales de las campañas de EEUU, para que se publiquen después de ocurrido el hecho, es mucho menos habitual que los oficiales del frente escriban artículos sobre la campaña junto con asesores en activo y responsables de la toma de decisiones. Por todo ello, el texto merece un estudio atento.

El artículo comienza con la premisa de que aunque todas las insurgencias se diferencian unas de otras en sus causas fundamentales, entornos y culturas distintas, todas las contrainsurgencias con éxito comparten principios comunes. “Todas las insurgencias utilizan variaciones de esquemas y doctrinas clásicos y, en general, muestran elementos revolucionarios definidos”. Tras subrayar lo difícil que puede ser la contrainsurgencia pese a principios esenciales que están presentes en todas las campañas victoriosas, los autores proceden a enumerar su versión de estos (siete) principios orientadores:

1) Unidad de esfuerzo
2) Primacía política
3) Comprensión del entorno
4) Operaciones guiadas por la inteligencia
5) Aislamiento de los insurgentes
6) Seguridad bajo el imperio de la ley
7) Compromiso a largo plazo

A continuación los autores ofrecen una lista más breve de lo que denominan imperativos contemporáneos que debe añadirse a la lista de principios dada la situación actual. Estos imperativos incluyen:

1) La adaptabilidad.
2) La gestión de las expectativas.
3) La atribución de poderes incluso a los que se encuentran en los niveles más bajos de la contrainsurgencia.

Por desgracia, aunque el artículo logra su propósito de recuperar verdades claves de la contrainsurgencia situándolas en el contexto del nuevo desafío al que nos enfrentamos en Irak y Afganistán, todo el debate se desarrolla de forma que recuerda a aquel en el que había un enorme elefante en la habitación pero nadie quería reconocer semejante hecho. Aunque el artículo apunta varias supuestas paradojas concernientes a la doctrina de la contrainsurgencia a nivel interno,[21] ignora las paradojas más significativas que surgen cuando se comparan principios de la contrainsurgencia relativos a un escenario de Estado-nación con principios doctrinales que no pueden aplicarse con claridad en un contexto global contra una insurgencia global. Por mencionar solo unas pocas de esas fugaces visiones del paquidermo, en la primera página del artículo los autores señalan: “El primer objetivo de cualquier contrainsurgencia es establecer este gobierno [legítimo]... A menos que el gobierno logre legitimidad, los esfuerzos de la contrainsurgencia no pueden dar resultado”. Ambas observaciones son claramente parte del canon clásico de la doctrina de la contrainsurgencia y creemos que son válidas para cualquier actividad de contrainsurgencia que pueda llevar a cabo EEUU y sus aliados en Irak y Afganistán. Pero si ésta es la esencia de la contrainsurgencia ¿cómo se puede aplicar este principio a la insurgencia global? ¿Puede una doctrina de contrainsurgencia global basarse en el mismo objetivo fundamental? Si señalamos simplemente que no existe un gobierno global, sino 193 Estados-nación independientes en el mundo, ¿cómo se explica el “objetivo fundamental” de establecer un gobierno legítimo en el contexto de una estrategia contrainsurgente global? Sin duda EEUU no puede ofrecer legitimidad, ya que el gobierno norteamericano sólo puede ser legítimo como administración de sus propios ciudadanos. Por consiguiente, ¿cómo se aplica la cuestión de la legitimidad a la insurgencia global? ¿Podemos por tanto echar por la borda este objetivo fundamental de la contrainsurgencia clásica o pasamos al modelo afgano/iraquí en cada caso y esperamos que los gobiernos establecidos por medio de la intervención militar externa se legitimen con el tiempo? Si ignoramos o eliminamos este objetivo fundamental de la contrainsurgencia clásica en el contexto global, qué lo sustituirá? ¿Cómo se interpreta en una campaña global la legitimidad o la privación de asilo? Un autor ha sugerido un objetivo diferente y examinaremos los meritos de su propuesta. Pero, antes, analicemos con más detenimiento la cuestión de la contrainsurgencia moderna.

Contrainsurgencia clásica

A medida que se redescubría lentamente la teoría de la contrainsurgencia después de las invasiones norteamericanas de Afganistán e Irak, se dijo que existían muchos estudios y textos doctrinales excelentes que podían iluminar y guiar nuestra lucha actual pero que la política o las modas nos llevaban a ignorar u olvidar esos estudios.[22] Por ejemplo, hablando el mismo día de la publicación oficial del FM 3-24, uno de sus editores colaboradores, el coronel John Nagl, afirmó que fue la reacción política negativa a Vietnam lo que hizo que las fuerzas armadas norteamericanas olvidasen y se distanciasen voluntariamente de todo lo que habían aprendido en Indochina sobre la guerra no convencional durante los años 60 y 70.[23]Por lo tanto, hemos visto el regreso masivo de oficiales en servicio y estrategas al estudio de los textos clásicos sobre insurgencias, destacando Callwell en “pequeñas guerras”, Frank E. Kitson sobre Irlanda del Norte, Roger Trinquier y David Galula acerca de la experiencia francesa, además del original “War of the Flea” de Robert Taber y, por supuesto, la obra de T.E. Lawrence (de Arabia),[24]en un esfuerzo por reaprender lo que alguna vez supimos.

Tras leer los textos clásicos y las nuevas interpretaciones actuales, es relativamente fácil recopilar una serie de recomendaciones clásicas sobre lo que se debe hacer y lo que no se debe hacer en la contrainsurgencia. Un sumario representativo de la sabiduría acumulada desde T. E. Lawrence a Vietnam y más allá, sería más o menos como:

1. “Unidad de esfuerzo” – empleo integrado de contramedidas políticas, militares, económicas, sociales y psicológicas
2. Ganarse “el corazón y la mente” de la población
3. Lograr mayor credibilidad que los insurgentes. El principal objetivo es la legitimidad.
4. Privar a los insurgentes de sus santuarios
5. Primacía de la policía
6. Primar la inteligencia
7. Utilizar la fuerza de forma selectiva y discriminada
8. Evitar las reacciones exageradas ante la violencia de los insurgentes
9. Separar a los insurgentes de las bases que les apoyan
10. Emplear tácticas de “limpieza y mantenimiento”, de “mancha de aceite”, para conseguir de forma paulatina áreas limpias de insurgentes
11. Garantizar las fronteras del país anfitrión
12. Proteger las infraestructuras clave

A pesar de haber podido recoger y sintetizar lo mejor del pensamiento sobre la contrainsurgencia del siglo XX, siguen llamando mi atención dos hechos sorprendentes. En primer lugar, por alguna razón no muy clara, la lista de insurgencias que examinan los medios militares y académicos es increíblemente limitada e ignora injustificadamente muchos casos de guerra no convencional. En la mayoría de los casos, estos conflictos han sido catalogados como guerras civiles o revoluciones y no como insurgencias. En segundo lugar, a pesar de todos los textos canónicos y estudios individuales y comparativos, nadie ha intentado una categorización de hechos de contrainsurgencia que distinga entre las condiciones originales al comienzo del conflicto y los objetivos del gobierno en ese caso. Sólo comparando dos ejemplos –la experiencia y la misión declarada del Reino Unido en Irlanda del Norte y la experiencia norteamericana en Vietnam– se demuestra la enorme variedad de casos de contrainsurgencia y la necesidad de clasificarlos con claridad sobre la base de al menos estas dos variables (objetivos contemplados y condiciones iniciales).

Juntos, estos dos factores –la limitación de los análisis de contrainsurgencia a apenas un puñado de casos del siglo XX y el error de examinarlos sin separar antes los casos basados en objetivos gubernamentales y el punto de partida político, económico y militar– han distorsionado gravemente lo que podríamos aprender de los ejemplos previos de guerras irregulares y las lecciones que se podrían deducir para el presente.

Insurgencia versus guerra civil, versus revolución

Podemos asegurar, sin miedo a exagerar, que la teoría de la contrainsurgencia moderna se ha construido básicamente sobre unos pocos libros escritos por profesionales que a su vez se basaron en la experiencia obtenida en un pequeño grupo de conflictos del siglo XX. Los autores han sido mencionados anteriormente: Lawrence, Callwell, Kitson, Trinquier, Galula y otros. Igualmente, el ámbito de los estudios monográficos sobre países realizados por autores y analistas menos famosos[25] se reduce a un escaso número de países o regiones, a saber: Vietnam (incluyendo la Indochina francesa), Argelia, Irlanda del Norte, Colombia, Filipinas y Malasia. Algunos autores más intrépidos debatieron sobre Mozambique, Zimbabwe, Angola, El Salvador, Yemen, Omán o Afganistán bajo el dominio soviético. Tan sólo los más arriesgados se atrevieron a viajar tan lejos como Cachemira o Chipre para ver qué podíamos aprender allí. Pero llegado a ese punto se diría que nos hubiésemos puesto anteojeras. Parece como si el estudio moderno de la contrainsurgencia se hubiese agotado tras examinar 15 conflictos en un siglo que ha presenciado decenas de guerras y conflictos menores, internos y entre Estados.[26]

Igual de perjudicial para la formación de una doctrina contrainsurgente moderna es el hecho de que casi todos los ejemplos más conocidos de contrainsurgencia se limiten a casos en los que un gobierno colonial o post imperial luchaba en el territorio de sus (ex) colonias dependientes. Parece difícil de justificar que limitemos nuestra comprensión de la insurgencia a casos históricamente tan particulares en una era poscolonial y post Guerra Fría. En la inmensa mayoría de los casos citados normalmente el insurgente buscaba la autodeterminación u objetivos políticamente parecidos –por oposición a religiosos–. Ninguno de los insurgentes analizados en los cánones de los estudios de contrainsurgencia clásicos tenía una motivación religiosa y el objetivo de iniciar una revolución global.

Un autor, desde el 11 de septiembre, ha intentado ampliar el alcance del análisis. El Doctor Kalev Sepp, un ex oficial de las fuerzas especiales y profesor del Naval Postgraduate School en Monterrey, California, escribió un breve artículo en 2005 para la revista Military Review titulado “Best Practices in Counterinsurgency”.[27] No se trata de un artículo pionero, dado que en él se reiteran algunos de los consejos de contrainsurgencia escasamente polémicos que otros han aprendido previamente.[28] No obstante, Sepp señala que hay docenas de conflictos que podríamos observar con el fin de aprender más sobre cómo derrotar a la insurgencia moderna. Por desgracia, más allá de incluir una larga lista de conflictos al final de su artículo, el autor no desarrolla este importante punto ni deja que ese amplio campo de casos potenciales de estudio reviertan en sus conclusiones o recomendaciones más allá de lo que ya ha sido dicho por otros en numerosas ocasiones.[29]

Pero ¿y si desarrolláramos esta idea para ampliar realmente el alcance del análisis de la contrainsurgencia incluyendo todos los ejemplos de guerra irregular que han ocurrido en el siglo XX? Para ser intelectualmente rigurosa tal lista debe incluir todos los casos –internos o internacionales– donde uno o ambos bandos utilizaron la guerra no convencional, sin olvidar las guerras civiles y revoluciones. Esta lista incluiría conflictos que los estrategas de la lucha contra la insurgencia, tanto previos como posteriores al 11 de septiembre, rara vez abordan, tales como la Guerra de los Boers, la Revolución Húngara de 1956, los esfuerzos de partisanos y de la resistencia en Europa durante la Segunda Guerra Mundial e incluso el conflicto checheno-ruso todavía en curso. Tal lista incluye casi 50 conflictos en lugar de sólo 15, y amplía enormemente el campo de datos que pueden examinar estrategas y teóricos de la contrainsurgencia.[30]

No hay razones científicas que expliquen por qué el estudio de estos otros conflictos se ha dejado en manos de los historiadores militares mientras era prácticamente ignorado por quienes desean encontrar respuestas doctrinales sobre cómo derrotar al último enemigo irregular contra el que luchamos. Esto es especialmente cierto una vez que nos damos cuenta de que, al ampliar los conflictos objeto de estudio, incluimos casos que están mucho más cerca de los desafíos a los que ahora nos enfrentamos. En primer lugar, incluimos más casos en los que el enemigo tenía una motivación religiosa (además de política), como es el caso de Bin Laden y sus aliados salafistas. En segundo lugar, ahora tenemos ejemplos parecidos a Irak y Afganistán donde el objetivo de la contrainsurgencia no era volver al statu quo anterior, sino alterar de forma drástica la realidad política, orquestar el cambio total de un Estado desde la dictadura a la democracia. [31]

¿Es al-Qaeda una amenaza global?

Si algo nos enseñó el siglo XX es que las ideologías pueden representar una amenaza global para el modo de vida occidental. Fuera el fascismo o el comunismo, las naciones occidentales libres pasaron la mayor parte del siglo luchando contra una amenaza global fundada en una ideología universalista y excluyente: en la primera mitad del siglo, el nacional-socialismo del tipo encarnado por Hitler y Mussolini, y después de la Segunda Guerra Mundial, el socialismo de Stalin. ¿Puede compararse realmente al-Qaeda a tan poderosos enemigos?

Conclusión

Si aceptamos que las campañas en Irak y Afganistán sigue estando lejos de su fin y que en el futuro habrá nuevos casos en los que las fuerzas gubernamentales combatan a los insurgentes y en los que el objetivo de la contrainsurgencia sea transformar radicalmente la realidad política del país, tendremos que reconocer que tales campañas están mucho más cerca del modelo de la revolución patrocinada por un gobierno que de la represión colonial o las acciones policiales del siglo XX.

Aunque creamos que la doctrina de la contrainsurgencia es la respuesta en este momento, debemos reconocer que el canon de contrainsurgencia existente es muy limitado y su lista de casos de estudio debe aumentarse para incluir otros conflictos rara vez mencionados bajo el epígrafe de contrainsurgencia. Por otro lado, la analogía que pretende asociar a al-Qaeda con otros ismos como el Fascismo o el Comunismo tiene sus limitaciones. Por supuesto, las similitudes son muchas, pero las diferencias se encuentran en áreas cruciales para nuestra comprensión de la naturaleza fundamental del conflicto. Dicho de otro modo, el manual FM 3-24 es un buen comienzo, pero estamos lejos de contar con una doctrina capaz de solucionarlo todo.

* Sebestyén. L. v. Gorka es director y fundador del Institute for Transitional Democracy and International Security (ITDIS), Budapest, Hungría, y profesor adjunto en el Programa de Estudios de Terrorismo y Seguridad del George C. Marshall Center, Garmisch-Partenkirchen, Alemania.

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[1] Joint Special Operations University, (JSOU), First Annual Symposium:Countering Global Insurgency, 2-5/V/2006, Hurlburt Field, Florida.

[2] Sebestyén Gorka: “Al Qaeda and von Clausewitz – Rediscovering the Arto f War”, estudio presentado en el Joint Special Operations University, First Annual Symposium: Countering Golbal Insurgency, 5/V/2006, disponible en www.itdis.org. Todas las citas de Internet utilizadas en este estudio eran correctas en noviembre de 2007.

[3] Se puede decir que el tema central del evento y la inspiración que sustenta gran parte del trabajo realizado en Estados Unidos sobre contrainsurgencia en los últimos años se deben en buena medida a los esfuerzos del académico-soldado David Kilcullen. Un alto mando de los servicios de inteligencia australianos con amplia experiencia en la lucha contra la insurgencia, y doctorado en la materia, Kilcullen fue descubierto por la Administración Bush por sus artículos sobre la cuestión de la teoría de la insurgencia y sus aplicaciones después del 11 de septiembre. Desde entonces ha trabajado en comisión como principal estratega en la Oficina del Coordinador para Contraterrorismo en el Departamento de Estado norteamericano y más tarde como asesor de alto nivel en materia de contrainsurgencia del comandante en jefe de las Fuerzas Multinacionales en Irak, David Petraeus.


El ejército norteamericano y sus aliados están en deuda con el trabajo del coronel Kilcullen que pone en tela de juicio las políticas y prácticas previamente existentes. El autor de este artículo desea expresar también su agradecimiento al coronel Kilcullen por haber dedicado parte de su tiempo a investigar ciertos aspectos de la era post-once de septiembre personalmente. Véase Killcullen (2005), Kilcullen (2006), Kilcullen (2006-7) y Kilcullen (2007). El coronel Kilcullen ha planteado ideas para recuperar conceptos de la Guerra Fría y utilizarlas en la “Guerra Larga” en un estudio titulado “Subversion and Counter-Subversion in the campaign against terrorism in Europe” (inédito).

[4] Para más detalles véase Gorka (2007a).

[5] Según una entrada en el sitio web Small Wars Journal, del 8/V/2007, escrito por el coronel John Nagl, editor colaborador de FM 3-24, http://www.smallwarsjournal.com/blog/2007/05/-fm-324-the-new/. El FM 3-24 se puede conseguir a través de US Army Combined Arms Center, http://usacac.army.mil/cac/repository/materials/coin-fm3-24.pdf.

[6] El QDR utiliza el nuevo término profusamente: “El Departamento de Defensa llevó a cabo en la Revisión Cuadrienal de Defensa (QDR) en el cuarto año de una larga guerra, una guerra de naturaleza irregular” (énfasis añadido). De hecho, el primer capítulo del QDR se titula “Fighting the Long War”. Véase The Quadrennial Defense Review en http://www.defenselink.mil/qdr/report/Report20060203.pdf.

[7] Véase nuestra bibliografía para acceder a algunos artículos escritos recientemente, así como a otros textos clásicos más antiguos. El año pasado, sólo el ejército norteamericano recopiló 200 páginas sobre contrainsurgencia de 20 autores selectos, entre ellos el general David H. Petraeus, actual jefe de las Fuerzas Armadas en Irak. Véase Military Review, edición especial – Counterinsurgency Reader, oct. 2006, Combined Arms Centre, Fort Leavenworth, Kansas. La RAND Corporation, que ha trabajado profusamente en las teorías de Contrainsurgencia durante la época de Vietnam, ha vuelto a publicar sus informes no clasificados en soporte electrónico y ha resucitado el tema con nuevos estudios. Véase “Counterinsurgency: A Symposium, April 16-20, 1962”, Stephen T. Hosmer y Sibylle O. Crane (eds.), RAND, Santa Monica, publicado de nuevo en 2006, y Austin Long: On “Other War”: Lessons from five decades of RAND Counterinsurgency Research, RAND, Santa Monica, 2006, ambos disponibles en http://www.rand.org y, por último, para examinar las realidades operativas en un auténtico escenario de contrainsurgencia véase S. Gorka, Interview with Brig. General Buster Howes, Commander JCEB, ISAF, Afganistán, JANES Intelligence Review, 4/V/2007.

[8] Véanse, por ejemplo, las numerosas entradas en sitios como http://counterterrorismblog.org/, http://abumuqawama.blogspot.com/, http://www.blackfive.net, http://mountainrunner.us/ y http://iraqwarnews.net.

[9] http://www.usgcoin.org/index.cfm. Aunque el sitio contiene una importante declaración de objetivos: “La Iniciativa de Contrainsurgencia Inter-agencias (ICI) trata de informar y ayudar a forjar políticas gubernamentales y programas del gobierno de Estados Unidos incorporando la teoría y la historia de las respuestas a los movimientos organizados que utilizan la subversión o a la violencia, en vez de procesos políticos establecidos, con el objetivo de minar o derrocar al gobierno. El objetivo de la iniciativa es utilizar elementos apropiados de diplomacia, defensa, y desarrollo para paliar dichas amenazas”, ya en otoño de 2007, el contenido es bastante superficial y ya anticuado. Aunque incluye algunos trabajos esenciales de personas como David Kilcullen y Eliot Cohen (publicados en otros sitios), esta página web parece haber perdido fuelle o haber sido olvidada por sus coordinadores gubernamentales.

[10] C. Krauthammer, “This is Not a Crime, This is War”, Washington Post, 12/IX/2001, http://www.jewishworldreview.com/cols/krauthammer091201.asp, y también el discurso de Krauthammer, “Democratic Realism”, pronunciado en el American Enterprise Institute, en febrero de 2004.

[11] Krauthammer, “this is Not a Crime, This is War”, ibid.

[12] Citado por Tim Weiner en “Legacy of Ashes – The History of the CIA”, Doubleday, Nueva York, 2007.

[13] http://www.whitehouse.gov/news/releases/2001/09/20010920-8.html.

[14] President Discusses War on Terror at National Endowment for Democracy, http://www.whitehouse.gov/news/releases/2005/10/20051006-3.html.

[15] Véase los artículos de David Kilcullen enumerados en la nota 4. También, la entrada de Wikipedia “Global Islamic Insurgency”, http://en.wikipedia.org/wiki/Global_Islamic_Insurgency, E. Cohen, C. Crane, J. Horvath y J. Nagl, “Principles, Imperatives and Paradoxes of Counterinsurgency”, Military Review, marzo–abril 2006 y D.C. Gompert: “Heads we Win – the cognitive side of counterinsurgency”, RAND Counterinsurgency Study Paper 1, RAND, NDRI, Santa Monica, 2007.

[16] http://en.wikipedia.org/wiki/Global_Islamic_Insurgency.

[17] Véase la nota 17.

[18] No es una frase fácil de decir, Yihad Islamista-Suní-Salafista no es un nombre simple y evocador como eran el Imperio del mal o el Tercer Reich. Por otro lado está el importante asunto de utilizar una palabra que de otro modo es positiva como yihad (lucha interior o dentro de uno mismo, o bien Guerra Santa) para describir las acciones de nuestro enemigo, con todo lo que ello implica (para un examen detallado de por qué no deberíamos utilizar expresiones árabes como Guerra Santa para describir las despreciables acciones de los terroristas véase la obra de Jim Guirard en www.truespeak.org).

[19] Un debate eterno, la cuestión de si únicamente un soldado puede entender de guerra y estrategia, o si un civil puede llegar a tener una comprensión profunda de estos asuntos, que no quedará zanjado en este trabajo (como ejemplo de lo personal y sentido que este asunto puede llegar a ser, incluso entre líderes reconocidos en este campo, véase la virulenta crítica del coronel D. Kilcullen al académico civil Edward Luttwak y el reciente artículo de este último sobre contrainsurgencia, “Dead End: Counterinsurgency warfare as military malpractice”, Harpers, febrero de 2007, en http://smallwarsjournal.com/blog/2007/04/edward-luttwaks-counterinsurge-1/. A efectos de una total transparencia, quiero aclarar que el autor de este artículo no es un militar en ejercicio. Aunque tengo una modesta experiencia de la vida militar, como miembro reservista del ejercito británico, no suscribo la idea de que solo el tiempo en que uno ha llevado uniforme cualifica o permite escribir sobre asuntos de estrategia. La experiencia militar no garantiza la claridad de entendimiento en material estratégica o tan siquiera doctrinal. Por poner un ejemplo, quizá la principal autoridad viviente en estrategia militar en estos momentos sea el académico civil Colin Gray de la Universidad de Reading (véase la bibliografía). Igualmente, se pueden identificar numerosos oficiales de alto rango a quienes se considera de poca autoridad en asuntos de estrategia. Véase, por ejemplo, la detallada descripción del general Tommie Franks por Thomas E. Ricks en so obra sobre la campaña bélica de Irak Fiasco – The American Military Adventure in Iraq, Penguin, Nueva York, 2006 (por ejemplo, Ricks considera que Franks está: “inmiscuyéndose en asuntos tácticos y no aborda cuestiones de estrategia fundamentales”).

[20] E. Cohen, teniente coronel C. Crane (retirado), teniente coronel J. Horvath, teniente coronel J. Nagl, “Principles, Imperatives and Paradoxes of Counterinsurgency”, Military Review, marzo-abril de 2006.

[21] Algunos ejemplos: “cuanto más protejas a tus fuerzas, menos seguro estarás”, “cuanta más fuerza utilices, menos efectivo serás”, “el éxito táctico no garantiza nada” y “las mejores armas para la contrainsurgencia no disparan balas”. En un artículo recientemente publicado en el Armed Forces Journal bajo el título “Eating Soup with a Spoon”, el teniente coronel Gian P. Gentile lleva todavía más lejos el argumento de las paradojas engañosas, con una crítica que considera que el último manual de campo sobre contrainsurgencia se basa en argumentos contrarios a la intuición que niegan la eterna y cruel realidad de cualquier conflicto, sea convencional o no. Haciéndose eco de la filosofía de Carl von Clausewitz según la cual aunque el carácter de la Guerra varíe, su naturaleza es inmutable, el coronel Gentile afirma: “Deberíamos dejar de, en sentido metafórico, intentar comer sopa con un cuchillo en Irak y volver a lo normal, o sea intentar comerla con una cuchara. La guerra no es limpia y precisa; es cruda, violenta y sucia porque, en esencia, supone luchar y la lucha causa dolor y muerte... El trágico defecto del nuevo manual de contrainsurgencia del ejército es que la lucha, esencia de la guerra, no se encuentra entre en sus páginas”. El artículo complete puede encontrarse en http://www.armedforcesjournal.com/2007/09/2786780.

[22] Por citar a Cohen y otros: “Después de Vietnam, el ejercito de Estados Unidos reaccionó a la amenaza de las guerras irregulares con un ‘nunca más’. El estudio de la contraguerrilla y las operaciones de contrainsurgencias se eliminó de los programas de estudio de varias academias militares ,y la experiencia arduamente conseguida por una generación de oficiales fue deliberadamente ignorada”. Cohen, Crane, Horvath y Nagl, op. cit.

[23] “Army Unveils Counter-Insurgency Manual”, entrevista con el coronel Nagl, National Public Radio, 15/XII/2006, http://www.npr.org/templates/story/story.php?storyId=6630779. Muchos autores, sobre todo los que sirvieron en Vietnam, han mantenido que las fuerzas armadas norteamericanas estaban ya adquiriendo la maestría en la guerra no convencional y herramientas especializadas contra la insurgencia (como los programas CORDS y Phoenix) cuando por motivos políticos Washington decidió retirarse de Vietnam (véanse varios de los artículos del CAC Counterinsurgency Reader, ibid.).

[24] Véase la bibliografía.

[25] En el contraterrorismo actual hay una clara disyuntiva entre las obras clásicas estudiadas y los estudios específicos disponibles sobre cada país. Aunque puede que un determinado autor haya centrado su obra en un conflicto específico, la mayoría de lectores y comentaristas tienen una mayor familiaridad con el volumen así escrito que con el propio país o conflicto en cuestión. La mejor demostración de esta distorsionada manera de entender las “lecciones aprendidas” de la contrainsurgencia es el (mal) uso que se ha hecho de los escritos de T.E. Lawrence. Son muchos los que citan hasta la saciedad a Lawrence de Arabia y los principios de su obra Seven Pillars of Wisdom, pero la mayoría de los que lo hacen parecen tener poca o ninguna comprensión de los acontecimientos que subyacen las enseñanzas extraídas por el autor y los importantes detalles y contexto de la rebelión árabe contra los turcos otomanos.

[26] Incluso si añadimos los trabajos fundamentales escritos desde el lado de la insurgencia, tales como los de Guevara, Mao o Marighella, el estudio de esos textos rara vez coincide con un entendimiento comparable de los conflictos que los generaron. A pesar del crédito dado a los estudios de estos autores “enemigos”, entre los estudios que este autor ha visto publicados desde el 11 de septiembre no se ha escrito ninguno sobre las lecciones de Cuba/Bolivia, China o Brasil, por ejemplo, por quedarnos con estos tres autores insurgentes.

[27] Military Review, mayo-junio de 2005, pp. 8-12.

[28] Sepp repite ciertos clichés. Por ejemplo “Ganarse los corazones y las mentes debe ser el objetivo de los esfuerzos del gobierno”. E incluye un listado de tácticas efectivas de contrainsurgencia frente a tácticas no efectivas, tales como privar a los insurgentes de sus santuarios (efectiva), centrar los esfuerzos de las fuerzas especiales en bombardeos (no efectiva).

[29] La lista en sí no es completa, dado que incluye algunas guerras civiles del siglo pasado (como la griega) pero deja fuera todas las demás, y cita casos de terrorismo, tales como la banda Baader-Meinhof y la Weather Underground, que pocos estudiosos considerarían relevante para la contrainsurgencia.

[30] Véase el ApéndiceI de la lista provisional modificada y ampliada a partir de la publicada por KalevSepp en su artículo “Best Practices in Counterinsurgency” para la revista Military Review, mayo-junio de 2005.

[31] De hecho, no hay ninguna razón en particular por la que debamos limitar nuestra lista ampliada de guerras irregulares al siglo XX (más allá del interés por casos en los que las armas y las comunicaciones modernas sean relevantes). Por tanto, podríamos ampliar el análisis para incluir ejemplos antiguos de guerras irregulares e insurgencia, ya sean las legiones romanas contra los godos, las fuerzas imperiales británicas contra los miembros del culto Tug en el subcontinente indio, o incluso la Guerra de la Independencia norteamericana, por poner sólo unos cuantos ejemplos potenciales. Sin embargo, ello sobrepasaría el alcance del presente estudio.

EL ESTATUTO JURÍDICO DE LA OSCE: PERCEPCIONES OPUESTAS DE WASHINGTON Y MOSCÚ


Antonio R. Rubio Plo

Las expectativas de que en el XV Consejo Ministerial de la OSCE, celebrado en Madrid los días 29 y 30 de noviembre de 2007, se diese luz verde a un borrador de una Carta o Estatuto fundacional de la Organización, para ser adoptado, autentificado y abierto a la firma en el Consejo de Helsinki de 2008, no se han visto cumplidas. En muchos sentidos se ha repetido la dinámica de Consejos anteriores desde la última Cumbre de Jefes de Estado y Gobierno, celebrada en Estambul en 1999: un intenso debate político y pocos resultados concretos. Pero tampoco podía esperarse demasiado que en el foro de la OSCE se alcanzaran acuerdos que en otros foros de mayor alcance o en negociaciones bilaterales no se han logrado. Más allá de las citas electorales en Rusia y EEUU para 2008, la realidad es que la reafirmación de Rusia como gran potencia, no incompatible con un fondo de soft power aunque la forma pueda ser ruda, incide notablemente sobre una idea de la seguridad basada en la cooperación, como es la propuesta por la OSCE.

Decisiones de alcance menor y un proyecto de Carta de la OSCE que no se adoptó

Uno de los aspectos más llamativos de los resultados del Consejo de Madrid ha sido la imposibilidad de un consenso para adoptar una Declaración Ministerial de carácter general: no se ha conseguido algo similar desde el Consejo de Oporto (2002), pero también debemos resaltar que es significativo que entre los textos aprobados en la capital española no aparezca, como en citas anteriores, una Declaración del Presidente en ejercicio, en este caso el ministro español de Exteriores, en la que se pase revista a los asuntos tratados en la reunión y se expongan los puntos de vista de los Estados participantes. Este tipo de Declaración, que en los últimos años llevaba como título el de “Percepción del Presidente” para recalcar que no es una posición asumida por la totalidad de los Estados participantes, solía contener en algunos de sus párrafos la expresión “la mayoría de los ministros”, muy significativa acerca de la carencia de consenso. Ni siquiera hemos tenido esto en Madrid, pues la Percepción del Presidente en ejercicio ha versado sobre un tema específico: las normas y principios básicos de la OSCE en el marco de la reforma y gestión del “sector de la seguridad”.

Las decisiones políticas alcanzadas en Madrid han sido de naturaleza menor: el acuerdo sobre las presidenciales anuales de 2009 a 2011, que incluye finalmente la candidatura de Kazajistán; la Declaración sobre Medioambiente y Seguridad; y la Decisión sobre la colaboración de la OSCE en Afganistán. Estas decisiones no pueden ocultar una sensación de fracaso por mucho que se pueda insistir en que esto sirve para dar un mayor relieve geopolítico a la Organización y que sea más visible en Asia Central, un espacio geográfico en el que empiezan a proliferar los marcos internacionales, dados los intereses de actores como Irán, la India, China y Rusia. Lo cierto es que en el Consejo de Madrid han jugado un papel crucial en la falta de consenso para emitir declaraciones y aprobar decisiones, las discrepancias entre Moscú y Washington sobre asuntos tan diversos como el abandono por los rusos del Tratado sobre Fuerzas Armadas Convencionales en Europa, o la diferente percepción acerca de la Oficina de Instituciones Democráticas y Derechos humanos (OIDDH) en su papel de supervisión de elecciones o de fomento de la sociedad civil en las nuevas democracias. Por lo demás, entre las decisiones no adoptadas en Madrid se encuentra un proyecto de Carta o Estatuto de la OSCE, aunque el presidente en ejercicio solicitara a los Estados participantes que el texto elaborado por un Grupo de Trabajo ad hoc fuera incluido como anexo en la Declaración leída por el propio ministro en la sesión de clausura del Consejo de Madrid, aunque lo lógico hubiera sido un anexo de una Declaración específica que el Consejo no adoptó.

El citado Grupo de Trabajo fue establecido en la Decisión 16/06 del Consejo Ministerial de Bruselas (5 de diciembre de 2006), si bien en ella se especificaba que el Grupo era pericial y de carácter informal, supeditado al Consejo Permanente de la OSCE. El Grupo, por conducto del Consejo Permanente, sería el encargado de presentar para su aprobación al Consejo Ministerial un texto de proyecto de convenio sobre la personalidad jurídica internacional, la capacidad jurídica, y los privilegios e inmunidades de la OSCE. No obstante, el texto de la Decisión adoptada en Bruselas no ocultaba una cierta cautela ante la posibilidad de que el borrador de Carta se aprobara en el Consejo de Madrid: “a ser posible en 2007”. Pero no ha sido posible y tampoco ha habido lugar para una solución parcial que abriera el camino para el reconocimiento de los privilegios e inmunidades de la OSCE: una declaración interpretativa de Rusia, conforme al Reglamento de la Organización y referida a la Decisión 16/06, señalaba taxativamente que una convención sobre privilegios e inmunidades sólo podría entrar en vigor siempre y cuando al mismo tiempo se aprobara una Carta o Estatuto de la OSCE. Lo volvió a recordar el ministro de Exteriores ruso, Sergei Lavrov, en su extensa intervención ante el Consejo reunido en Madrid: lo prioritario es el Estatuto que fije los objetivos, estructuras y mecanismos de la organización. Sin él carecería de sentido otro tipo de convención complementaria. De esto se infiere que los rusos pretenden dar un mayor realce a la OSCE, sobre todo como una organización indispensable para el diálogo político y de seguridad en el espacio euroasiático. No quieren reformas parciales sobre privilegios e inmunidades que distraigan la atención sobre lo esencial: la OSCE debe aspirar a ser una organización plena. También podría decirse que quieren volver a los orígenes de la CSCE: un foro de diálogo y cooperación entre Estados soberanos. El problema es que durante la posguerra fría la OSCE pretendió configurarse como mucho más que todo eso: una comunidad de Estados democráticos con valores comunes, por medio de unos compromisos políticamente vinculantes que constituyen el acervo de la Organización. Existen, por tanto, percepciones opuestas sobre la naturaleza y objetivos de la OSCE, como tendremos ocasión de analizar.

Por qué la OSCE es una organización de facto y no de iure

El rasgo esencial que definió a la Conferencia sobre la Seguridad y Cooperación en Europa (CSCE) fue la de un proceso multilateral de negociaciones que reunía a la inmensa mayoría de los Estados europeos, junto con EEUU y Canadá, en un contexto al margen de las alianzas militares. En la Cumbre de Helsinki (30 de julio-1 de agosto de 1975) la CSCE se ajustaba al modelo de Conferencia política de Altos representantes estatales en cuya categoría se agrupan los jefes de Estado y de Gobierno y los ministros de Asuntos Exteriores, y cuyo objetivo es llegar a un Acuerdo o incluso a la firma de un tratado. Sin embargo, de aquella histórica Cumbre no salió una convención o un tratado multilateral, pero el encuentro tampoco quedó en una simple reunión de consultas políticas. Es más: la categoría de los representantes estatales –jefes de Estado o de Gobierno– presentes en la clausura de la Reunión de Helsinki está en consonancia con el principal objetivo de la Conferencia que es el de “fomentar mejores relaciones entre los Estados participantes y asegurar condiciones tales que permitan a sus pueblos vivir en paz, libres de todo cuanto pueda amenazar a su seguridad o atentar contra ella” (regla 13 de las Recomendaciones Finales de las Consultas de Helsinki). Para no quedarse en una mera declaración de intenciones, esta afirmación implicaba forzosamente la apertura de un proceso de continuidad. Esta voluntad de continuidad estaba ya presente en la Regla 53 de las citadas Recomendaciones, y debería enmarcarse “sobre la base de los progresos realizados en la Conferencia”.

En los años posteriores seguirían otras conferencias convocadas a intervalos irregulares y sin disponer de un secretariado permanente. Por tanto, la CSCE no se constituyó en organización internacional: no existió un acto jurídico creador que adoptara la forma de un tratado multilateral negociado en el marco de una conferencia intergubernamental. En este sentido, el Acta Final de Helsinki, que puso en marcha el proceso de la CSCE en 1975, no tiene carácter jurídico. No era un tratado multilateral negociado al término de una conferencia intergubernamental, pues el Acta Final señala expresamente que no cabe registrar dicho documento en virtud del artículo 102 de la Carta de las Naciones Unidas, como sería el caso si el citado documento fuera un tratado o acuerdo internacional. En consecuencia, los Estados participantes consideraban que era un texto de naturaleza política. Con todo, la denominación de Acta no respondía a lo que en la práctica habitual de las relaciones internacionales se venía entendiendo por tal: el documento o conjunto de documentos que servían para autentificar los trabajos de una Conferencia internacional. Por el contrario, el texto del Acta Final concluía con la firma de 35 jefes de Estado y de Gobierno o de sus más altos representantes: “En fe de lo cual, los abajo firmantes, Altos Representantes de los Estados participantes, conscientes del alto significado político que otorgan a los resultados de la Conferencia y declarando que están determinados a obrar conforme a las disposiciones que figuran en los textos arriba citados, firman al pie de la presente Acta Final”. En consecuencia, esta redacción demuestra la especial relevancia otorgada por los Estados participantes al Acta de Helsinki, adoptada mediante el procedimiento del consenso.

Finalizada la guerra fría, la Carta de París para una nueva Europa (1990) y los sucesivos documentos de la CSCE/OSCE han sido el punto de partida para la creación y el fortalecimiento de todo un conjunto de estructuras e instituciones. La OSCE ha mantenido su tradicional papel de marco de consultas políticas y negociaciones, pero, por otro lado, los Estados participantes apreciaron en la Cumbre de París la exigencia de “una nueva calidad de diálogo político y cooperación” (Carta de París, Nuevas estructuras e instituciones del Proceso de la CSCE). Pero tampoco la Carta de París fue el instrumento de creación de una nueva organización internacional, es decir, un ente dotado de voluntad propia y separado de los Estados que lo integran. Esto se puede corroborar, por ejemplo, en el párrafo 2 de la Declaración de la Cumbre de Helsinki (1992), que se refiere a la Carta de París en los siguientes términos: “La Carta de París... definió una base democrática común, estableció instituciones para la cooperación y consignó unas directrices para el logro de una Comunidad de Estados libres y democráticos desde Vancouver hasta Vladivostok”. No surge por tanto, ninguna organización internacional, sino que estamos ante una serie de acciones concertadas de Estados pertenecientes a un vasto ámbito geográfico y que pretenden identificarse con los valores del Estado de Derecho y la democracia liberal a modo de garantía primaria para su seguridad común.

Por lo demás, en la citada Declaración de la Cumbre de Helsinki (párrafo 25) se señalaba lo siguiente: “Al reafirmar los compromisos para con la Carta de las Naciones Unidas, suscritos por nuestros Estados, damos por entendido que la CSCE es un acuerdo regional en el sentido del Capítulo VIII de la Carta de las Naciones Unidas. En cuanto tal, constituye un eslabón entre la seguridad europea y la mundial. Los derechos y las responsabilidades del Consejo de Seguridad no sufrirán menoscabo alguno. La CSCE colaborará estrechamente con las Naciones Unidas especialmente en la prevención y arreglo de conflictos”. De aquí surgiría al año siguiente un marco para la cooperación y la coordinación entre la Secretaría de las Naciones Unidas y la CSCE. Pero su consideración de acuerdo regional no hacía de la CSCE una organización internacional per se, aunque le servía para dotarse de una cierta legitimidad de actuación en el espacio paneuropeo como instrumento fundamental, primero en cuestiones de alerta temprana, prevención de conflictos, gestión de crisis y, más tarde, de rehabilitación posterior al conflicto. Todas éstas son funciones propias de una organización internacional dotada de estructuras institucionales permanentes. Pese a todo, conviene resaltar que si bien la OSCE cuente con una cierta estructura institucional, las características de la misma apuntan a que los Estados participantes priman ante todo las funciones políticas. A título de significativo ejemplo, tenemos el caso del presidente en ejercicio, cargo que recae sobre el ministro de Asuntos Exteriores del país que ostenta cada año la Presidencia. Dado su carácter de órgano ejecutivo y coordinador de los asuntos corrientes de la OSCE y de las consultas al respecto (Decisiones de Helsinki I, 12), el presidente en ejercicio es la institución fundamental de la OSCE, y no el secretario general, tal y como sucede en la mayoría de las organizaciones internacionales.

En la Cumbre de Budapest (1994) se aprobó el cambio de nombre de CSCE a OSCE (Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa), un cambio que se hizo efectivo a partir del 1 de enero de 1995 (Decisiones de Budapest I, 1). Sin embargo, las citadas Decisiones (I, 29) precisan que dicho cambio “no altera el carácter de nuestros compromisos de la CSCE ni la condición jurídica de la CSCE y sus instituciones”. En consecuencia, la OSCE no posee personalidad jurídica internacional y su transformación en “organización” responde claramente a razones de oportunidad política. Quedará siempre el debate para los especialistas sobre si hay que tener en cuenta el criterio de la formalidad o de la efectividad para apreciar lo que es una organización internacional, y en el mejor de los casos podremos considerar que la OSCE es una organización sui generis. Lo es en el sentido de que se produjo un cambio de denominación, de Conferencia a Organización, decidido por los Estados participantes. También es sui generis porque en su seno existen una serie de estructuras e instituciones, que son propias de una organización internacional, aunque no se hayan dado, sin embargo, los pasos necesarios para transformar a la OSCE en una organización de iure. No obstante, de la utilización permanente en los documentos del término “Estados participantes”, en vez de “Estados miembros” como suele ser habitual en las organizaciones internacionales, se podría deducir la intención de estar al margen de lo estrictamente jurídico, pero tampoco esto es incompatible con la existencia en la OSCE, al igual que sucede en las organizaciones de iure, de dos categorías de Estados: los ordinarios o Estados participantes, y aquellos que tienen una presencia restringida que son los socios mediterráneos y asiáticos para la cooperación.

Señalaremos también que al no ser una organización stricto iure, la OSCE no está en posesión de la capacidad de celebrar tratados, aunque las Decisiones de la Cumbre de Budapest (I, 27) le atribuyeron un papel en materia de tratados internacionales, ya que “como marco general para la seguridad, la CSCE estará dispuesta a actuar como depositaria de los arreglos y acuerdos bilaterales y multilaterales negociados libremente y de supervisar su aplicación, si así lo solicitan las partes”. Como es sabido, la función de depositario la desempeñan, además de los Estados, las organizaciones internacionales. En este sentido la OSCE ha sido depositaria en 1995 del instrumento de evaluación de seguimiento del Pacto de Estabilidad en Europa, nacido de una iniciativa de la UE y que estaba dirigido a nueve países de la Europa central, oriental y báltica, futuros candidatos a la adhesión. Con posterioridad, tras la finalización del conflicto de Kosovo (1999), se colocó bajo los auspicios de la OSCE el Pacto para la Estabilidad para la Europa sudoriental, un esfuerzo colectivo de la UE, los países del G8, los países de la región y destacadas organizaciones internacionales para hacer frente de una manera coordinada a cuestiones relacionadas con la democracia y los derechos humanos, la reconstrucción económica y el desarrollo, y la seguridad.

Por lo demás, uno de los propósitos de la OSCE ha sido dotarse de una personalidad jurídica de derecho interno, algo que arranca del proceso de institucionalización iniciado por la Carta de París, en cuyo documento suplementario se señalaba que los países anfitriones se comprometen a permitir a las instituciones a operar plenamente y contraer obligaciones contractuales y financieras, así como a otorgarles el apropiado estatuto diplomático. Posteriormente, en las Decisiones del Consejo Ministerial de Roma (1993) se adoptaron recomendaciones relativas a la capacidad jurídica y a los privilegios e inmunidades de las instituciones de la CSCE. Al considerar que en la mayoría de los Estados participantes el órgano competente para dictar normas sobre la capacidad jurídica de las instituciones de la OSCE y sus privilegios e inmunidades es el órgano legislativo, el Consejo Ministerial optó por la solución flexible de recurrir a los correspondientes órganos legislativos de cada Estado para otorgar capacidad legal, privilegios e inmunidades en vez de acogerse al habitual procedimiento del tratado. Sin embargo, pocos Estados participantes lo han hecho hasta el momento. Esto puede conllevar, por ejemplo, algunos riesgos de cara a la situación del personal de las Misiones de la OSCE sobre el terreno en países balcánicos, de Europa Oriental y Asia Central. Tal y como se recordaba en el Informe redactado por un Panel de Personas Eminentes encargado de fortalecer la eficiencia de la OSCE (CIO./GAL/100/05, 27/VI/2005), la falta de un estatus claro para el personal de las Misiones estacionado en áreas de crisis les deja sin la protección que les otorgaría poseer un reconocimiento diplomático. Por otra parte y para salvar las reticencias de algunos Estados participantes, en el citado Informe se señalaba que la existencia de una Convención sobre capacidad legal, privilegios e inmunidades no cambiaría la naturaleza de los compromisos de la OSCE: éstos seguirían siendo políticamente vinculantes.

Posiciones opuestas de norteamericanos y rusos sobre la OSCE y la democracia

El distinto enfoque de rusos y norteamericanos sobre los objetivos de la OSCE se refleja necesariamente en su postura sobre la necesidad de otorgar un estatuto jurídico a la Organización. Para Washington la OSCE tiene que ser un instrumento de democratización del espacio euroasiático. A este respecto, Gary D. Robbins, responsable de asuntos europeos y de seguridad en el Departamento de Estado, en su discurso al Consejo Permanente (Viena, 8 de noviembre de 2007), recordaba que la presidencia de la OSCE no es tan importante como las actividades realizadas por la Organización, y que una Carta de la OSCE no le ayudará a hacer de un modo mejor sus tareas. Además, recalcó, entre otros aspectos, que el verdadero mérito de los Estados participantes estará “en apoyar los valores de los derechos humanos, de las libertades democráticas y del imperio de la ley a través de toda la región de la OSCE”. Así pues, la dimensión humana de la seguridad ocupa un lugar primordial en el enfoque de Washington y lógicamente se busca realzar la autonomía de acción de la Oficina de Instituciones Democráticas y de Derechos Humanos (OIDDH). Por el contrario, Moscú propone una mayor supervisión de las actividades de esta institución por los Estados participantes: sus informes deberían remitirse al Consejo Permanente y no al presidente en ejercicio.

En la percepción norteamericana, o más concretamente occidental, la OIDDH no sólo cumple el papel de supervisar elecciones democráticas sino que también debe servir para un reforzamiento de la sociedad civil, considerada como el fermento de la democracia. Pero la sociedad civil no podrá desarrollarse con plenitud sin la existencia de una cultura democrática en la que los individuos tomen conciencia de que deben desempeñar un papel en la toma de decisiones por los poderes públicos en las cuestiones que les afecten. Según la percepción occidental, este déficit de cultura democrática revestiría especial gravedad en los Estados participantes que en su día formaron parte de la Unión Soviética. Estos Estados pueden alegar –y lo hacen con frecuencia– que no existe un modelo universal de sistemas democráticos sino que la democracia debe tener en cuenta las especificidades locales. Estas alegaciones suelen recibir la misma respuesta que hace años diera Audrey F. Glover, ex directora de la OIDDH, en el sentido de que los rasgos específicos de una democracia no pueden ni deben estar en desacuerdo con los compromisos de la OSCE y otros compromisos internacionales. En cualquier caso, el desacuerdo está servido por algo que va a la raíz de la democracia: ¿es ésta una mera forma de gobierno o una forma o sistema de vida, en la que se respetan los valores de la persona humana?

Pese a todo, en los últimos años es frecuente que algunos políticos e intelectuales rusos utilicen el calificativo de “soberana” para acompañar a la democracia. Tal es el caso de Vladislav Surtov, uno de los asesores del Kremlin. La “democracia soberana” va asociada a independencia económica, capacidad militar e identidad cultural. En consecuencia, una democracia de ese tipo se mostrará celosa respecto a los valores occidentales: en su visión sólo son instrumentos para ejercer esferas de influencia en territorios que durante siglos estuvieron vinculados de facto o de iure a Rusia. No deja de ser curioso que el analista Ivan Krastev asocie el discurso oficial de la “democracia soberana” a algunas fuentes del pensamiento conservador occidental como François Guizot, el legitimista de la monarquía burguesa pero no democrática de Luis Felipe de Orleáns, o Carl Schmitt, el jurista nacionalista alemán representante de una tradición europea antiliberal. En realidad, y en lo referente a aspectos formales, la teoría de la “democracia soberana” nos recuerda al nacionalismo gaullista, en la que la Historia juega una función esencial: se asume toda la historia francesa desde la monarquía medieval y absolutista hasta las diversas repúblicas. Tampoco en Rusia la memoria histórica es particularmente selectiva: interesa el todo histórico-cultural desde los zares a Putin pasando por la época soviética. Se diría que interesa más la identidad que la representación. En consecuencia, para este tipo de mentalidad resulta extraño concebir el espacio paneuropeo de la OSCE como una “comunidad moral” en la que se presta servicio, en particular con la OIDDH, a los miembros más necesitados contra las amenazas a la democracia sean éstas externas o internas, aunque esto último será lo más habitual. Esto atentaría contra el principio de la soberanía estatal, el primero de los contenidos en el Decálogo del Acta Final de Helsinki.

De esta diferente concepción de la democracia se desprende la idea que Rusia tiene de la OSCE como organización: tendría que ser la organización paneuropea clave en materia de seguridad, mas no podrá serlo si no cambia su estatus jurídico, si no posee una Carta básica que determine sus objetivos, estructuras, mecanismos y funcionamiento. Pero esta OSCE convertida en organización de pleno derecho y burocratizada es vista con desconfianza con Washington. Los norteamericanos opinan que perdería flexibilidad y los instrumentos de la Dimensión Humana de la seguridad como la OIDDH y las Misiones sobre el terreno no tendrían buena parte de su autonomía y eficacia. En suma, se rebajaría la categoría de la Dimensión Humana, pero tampoco esto significaría que se realzaran la Dimensión Político-Militar y la Dimensión Económica de la OSCE, que Moscú ha considerado marginadas. La OTAN en el primer aspecto, y la UE en los dos a la vez, se perfilan desde hace tiempo con su proceso de expansión como los principales exponentes de los aspectos políticos, militares y económicos de la seguridad en el espacio paneuropeo. La propia Rusia lo está reconociendo por medio del Consejo OTAN-Rusia o de su Acuerdo de Asociación con la UE. Si la CSCE no llegó a convertirse en una organización integradora de los antiguos bloques militares tras la guerra fría, dada la posición de superioridad de los aliados atlánticos, menos todavía la actual OSCE puede aspirar a ser una organización de envergadura aunque adoptara una determinada veste jurídica. La vulnerabilidad de la OSCE no reside en su falta de reconocimiento jurídico, pues las reformas estructurales nunca podrán suplir la falta de voluntad política de los Estados participantes.

Conclusión

De cara al Consejo Ministerial de Helsinki (diciembre de 2008) las posibilidades de aprobar una Carta de la OSCE siguen siendo reducidas, no por el documento en sí que podría adoptar el carácter de políticamente vinculante, sino por las concepciones opuestas de rusos y norteamericanos acerca de la naturaleza de la propia Organización. Adoptar o no una Carta no aumentará el peso específico de la OSCE, pues su perfil de instrumento de difusión y consolidación de la democracia y el Estado de Derecho, a modo de contribución a la seguridad global, se ve cuestionada por Rusia y sus aliados euroasiáticos, en plena afirmación de su soberanía estatal y que dicen tener su visión específica de la democracia. Pero difícilmente conseguirá Moscú hacer de la Organización un foro principal de diálogo y cooperación, tanto por la competencia de otros foros más cualificados como por el hecho de que EEUU, y en general los países occidentales, no separarán los asuntos de seguridad político-militar de los relacionados con la democracia y los derechos humanos.