4 de noviembre de 2008

EEUU, LAS ELECCIONES PRESIDENCIALES Y LA HERENCIA DE LA POLÍTICA EXTERIOR DE LA ADMINISTRACIÓN BUSH


David García Cantalapiedra

Ambos candidatos en la carrera presidencial en EEUU tienen una serie de prioridades diferentes en política exterior y seguridad nacional, pero no una idea de cambio a una visión alternativa y radicalmente diferente a la política actual. Aún así, la idea-fuerza que subrayan ambos candidatos y muchos expertos es la restauración de la reputación y autoridad moral de EEUU. Esto podría relacionarse con un cambio real de fondo al apartarse de algunos de los postulados básicos de la política exterior de la Administración Bush, que han significado un aumento del rechazo de la imagen de EEUU en el mundo, pero cualquiera de los candidatos en mayor o menor medida quedará condicionado por la política exterior de la Administración Bush. No tanto de los parámetros que se establecieron en sus primeros cuatro años, sino de las “correcciones” realizadas en su segundo mandato, mucho más realista y acorde en mayor medida a tesis internacionalistas. Sin embargo, se han creado unas expectativas de mejora y cambio generalizado a partir de 2009, sobre todo en caso de que ganara el senador Barak Obama, que preocupan al establishment deWashington, ya que esta situación es peligrosa por su imposibilidad material y sobre todo creando una presión adicional sobre la nueva Administración. En todo caso, la nueva Administración no estará en condiciones de acometer cambios en profundidad al menos hasta que no se produzcan la mayor parte de las confirmaciones de los puestos de la Administración que lleva a cabo el Senado y que pueden durar hasta febrero-marzo, dependiendo en que manos queda el Congreso y la presidencia.

La política exterior de EEUU y la herencia de la Administración Bush

La política exterior y, en general, la gran estrategia de EEUU hasta ahora se ha basado en tres parámetros básicos: la Guerra Global al Terror (GWOT), el establecimiento de un orden internacional estable favorable a los intereses y valores de EEUU y evitar el ascenso de una potencia hegemónica regional o global que pudiera desafiar ese orden internacional. Probablemente, excepto por la GWOT, los otros parámetros se han mantenido inamovibles desde la Administración Truman. La amenaza soviética o la incertidumbre posterior al fin de la Guerra Fría ocupaban el lugar de la GWOT. Paradójicamente, EEUU había cambiado en 1945 su aproximación global hacia el compromiso global y el multilateralismo desde el aislacionismo y el unilateralismo, que estaba enraizado en la política exterior de EEUU desde la época de los Padres Fundadores, de la teoría del Destino Manifiesto y la Doctrina Monroe. La llegada al estatus de superpotencia significó la creación de un orden internacional acorde a los valores e intereses de EEUU, en confrontación con la URSS, que obligaban a EEUU a cambiar su histórica aproximación a los asuntos internacionales. Paradójicamente, parecía que en el culmen del poder de la hiper-puissance, EEUU volvía a la situación ex ante, rescatando el unilateralismo y ciertos aspectos de aislacionismo, ilustrados en la retirada de tratados y de repliegue militar de Europa y Asia. Nada más engañoso que esta percepción.

El planteamiento inicial de la Administración Bush era más destinado a una reevaluación de la posición de EEUU como única superpotencia y una racionalización de su postura global tras 10 años del fin de la Guerra Fría, pero sin abandonar su estrategia de primacía global. Esta situación se planteaba sin los ataques del 11 de septiembre, pero se aprovechó esta ventana de oportunidad para el ajuste y la ejecución de políticas que en otras circunstancias hubiera sido complicado llevar a cabo o que hubieran llevado largo tiempo. Evidentemente, EEUU se enfrentaba a un cambio progresivo de un sistema internacional diferente al del final de la Guerra Fría, y a una serie de asimetrías globales y regionales, más los cambios internos en muchas de las zonas regionales de interés vital para el país; esto es, Europa, Oriente Medio y Asia, además de amenazas y desafíos globales inéditos. En este sentido, la Administración Bush tenía también cierta visión del mundo, cifrada en la capacidad ilimitada de transformación del sistema internacional, gracias a la acumulación de capacidades y voluntad del país y su gobierno. Esta aspiraba a la consecución de la seguridad absoluta a través de la expansión de la democracia por todos los medios al alcance del gobierno, aunque estos fueran militares.

EEUU se ha enfrentado y se enfrenta a la transformación de la Alianza con Europa, no por la crisis de Irak (esta solo los mostró de manera cruda), sino porque la naturaleza de ambos aliados había ido cambiando y su situación material también. A la vez, el proyecto de Gran Oriente Medio se enfrentaba a problemas de asimetría en los desafíos que hacían que se acabara separando soluciones para diferentes regiones, ya fuera Oriente Medio, Asia Central o el suroeste de Asia. Finalmente, el ascenso de grandes potencias como China y la India y el mantenimiento de Japón como principal aliado de EEUU, sumado al crecimiento económico de Asia, esta cambiando el centro de los intereses vitales a Asia-pacífico desde el Atlántico. Paradójicamente, esto hará que EEUU vuelva a ser una potencia enfocada fundamentalmente en Asia-Pacífico, como lo fue hasta la mitad del siglo XX. Este debate no se ha reflejado realmente en las posturas de los candidatos, sino más bien se han producido planes de gestión de crisis más que visiones estratégicas para enfrentarse al cambio dinámico del sistema internacional, y quizá el mayor cambio sería restaurar la imagen y reputación de EEUU a nivel global, utilizando lo que Joseph Nye ha llamado smart power.

La posición de los candidatos y la dinámica de los acontecimientos

El senador Obama, al que se le presupondría una mayor tendencia al cambio, parece que va a seguir de una inspiración realista y en algunos temas continuista de la Administración Bush, en muchos casos debido a su progresiva evolución desde posturas muchos más radicales y en algunos casos poco realistas, a posiciones más en la línea de la defensa de los intereses nacionales vitales de EEUU: véase, por ejemplo, el caso de Israel y su discurso ante el American-Israeli Public Affairs Committee (AIPAC) en junio de 2008 al final de las primarias de su partido, donde defiende la seguridad de Israel y el reconocimiento de Jerusalén como su capital indivisible. Esto tampoco es extraño ya que la propia Administración Bush mantuvo muchas líneas de política exterior desarrolladas durante la era Clinton, aunque en algunos casos sí que se produjeron cambios claros y evidentes. Incluso McCain se ha alejado en lo posible de los errores de la Administración Bush y ha criticado a su propio partido. Ha intentado mantener posiciones propias de su reputación de maverick (aunque republicano, rebelde e independiente), pero continuará las políticas en Irak y Afganistán, cuyos cambios había promovido y apoyado, mantendrá la GWOT en su versión Long War y probablemente acometerá, como también ha prometido el candidato demócrata, un revisión del presupuesto de defensa, reduciendo programas que considera un gasto innecesario, aumentando el tamaño de los Marines y el Ejército tal como reclama el Pentágono. Esto puede ser difícil a pesar de los problemas de falta de tropas que ha tenido EEUU en los últimos años, debido a las restricciones presupuestarias a corto plazo a las que se podría enfrentará el Pentágono por la crisis financiera y la recesión. Si se lleva a cabo la ejecución de todo el Global Posture Review, EEUU podrá disponer de más fuerzas en caso de crisis, tras las retiradas previstas de Asia –unas 20.000 tropas– y Europa –unos 50.000 efectivos (aunque de momento parece haberse parado esta reducción de presencia)– más la mayor parte de sus armas nucleares tácticas aún presentes en Europa, y la sustitución por otros medios más efectivos, tal como se ha ido produciendo en Asia, concretamente en Japón, Corea del Sur y la isla de Guam. Además, si se produce una progresiva reducción de la presencia de tropas en Irak según se produce la mejora de la situación del país, esto permitiría disponer de fuerzas suficientes para cualquier contingencia.

El senador Barak Obama ha centrado la mayor parte de su discurso, desde 2007, en el error de la invasión de Irak y el fracaso del control del país, y que esto ha apartado a EEUU de su verdadero objetivo que era la Guerra contra el Terror y el Gran Oriente Medio. Desde ese punto de vista, apoyaba las recomendaciones del Iraq Study Group sobre la retirada completa en abril de 2008 y no respaldaba la “oleada” propuesta por el general Petraeus, criticando el gasto de 10.000 millones de dólares mensuales. Así, ha seguido defendiendo el plan de retirada en 16 meses. El senador Obama no ha considerado Irak como el frente principal de la GWOT, incluso aunque la propia al-Qaeda lo ha considerado así, sino que es Afganistán-Pakistán el frente más importante. Efectivamente, la progresiva estabilización de Irak y la perdida de su capacidad operativa, a pesar del mantenimiento de los atentados, ha creado un reconocimiento tácito de su derrota al comenzar un mayor enfoque en las operaciones en Afganistán-Pakistán, sobre todo tras la muerte de al-Zarkawi, los acuerdos de EEUU con las tribus de la provincia de Anbar y los resultados de la oleada en el gran Bagdad. Realmente, aunque el argumento general de crítica sobre los errores en Irak puede ser valido, su retórica sobre Afganistán es tardía ya que esa evolución hacia este enfoque ya se estaba produciendo.

Obama ha utilizado como respaldo la opinión de Henry Kissinger sobre Irak e Irán. Sin embargo, el antiguo secretario de Estado ha defendido que el establecimiento de un plazo tope para la retirada sería un gran error: esto animaría a pasar a la clandestinidad a grupos ahora derrotados en cuanto las tropas de EEUU se hubieran retirado y al-Qaeda podría planificar la reanudación a gran escala de sus operaciones. A la vez darán a Irán la posibilidad de potenciar a sus seguidores chiíes. Esta retirada militar arruinaría un plan para toda la zona del que formaría parte este repliegue, que se produciría cuando la negociación diplomática lo considerara en las medidas de una solución comprehensiva para Oriente Medio.

No obstante, el problema principal no ha sido considerar Afganistán el frente principal o no, sino el relativo fracaso de la aproximación y la estrategia que se ha llevado a cabo. Aunque se derrotó relativamente rápido a los talibán y se inició un proceso político de forma rápida y activa, esto no solucionó la mayor parte de los problemas del país. El senador por Illinois, sin embargo, no establece como prioridad Afganistán en su artículo en la revista Foreign Affairs de julio de 2007. Lo establece como el quinto punto dentro de la sección dedicada a la GWOT y sólo en un breve párrafo, aunque ha ido progresivamente incorporando este tema como aspecto prioritario en su esquema de política exterior, utilizándolo como argumento de crítica a la Administración Bush y, por ende, al senador McCain, según la situación allí ha ido empeorando. Desde este punto de vista ha sido uno de sus temas-fuerza en el debate del día 26 de septiembre.

Cuando la OTAN toma el mando de ISAF, se enfocó la operación como una operación de estabilización, con un número insuficiente de medios tanto militares como civiles, y una deficiente participación de algunos aliados europeos en el país. La negativa de utilizar una estrategia de contrainsurgencia en todo el país por parte de la OTAN, mientras que la coalición que llevaba a cabo Enduring Freedom se enfrentaba así contra los restos de los talibán y al-Qaeda, ha sido en gran medida la causa de los problemas en Afganistán (junto con los problemas políticos internos), no tanto su abandono en función de Irak, aunque objetivamente se apartaron grandes recursos para esta operación. La otra ha sido la acción de Pakistán, que es una de las mayores críticas de Obama a la Administración Bush por el respaldo incondicional a Mussaraf y la falta de presión sobre él para que acabara verdaderamente con el apoyo a los talibán, por ejemplo retirando la ayuda financiera a Pakistán. El senador por Illinois opina que si Pakistán no es capaz de acabar con el apoyo a al-Qaeda y los talibán, EEUU debería de hacerlo, incluyendo un aumento de tropas y operaciones transfronterizas si es necesario. El problema de fondo, sin embargo, es que, como un Jano de dos caras, el régimen del general Musarraf debía de luchar contra las fuerzas terroristas mientras parte del ejército, el ISI (servicios secretos militares paquistaníes) y parte de los partidos que le apoyaban políticamente, ayudaban, financiaban o respaldaban a los talibán y a al-Qaeda. Esto le llevará a un acuerdo con las tribus del Waziristan que, de facto, fue el reconocimiento del fracaso de su política contraterrorista. Desde ese momento era clara y urgente la aplicación de una estrategia contrainsurgencia en todo Afganistán porque esta paz permitió a los talibán organizarse y crecer en varias regiones de Afganistán, y peligrosamente avanzar en la “talibanización” de Pakistán.

El senador McCain, relacionaba Irak y Afganistán como partes de la GWOT en el primer punto de su artículo en Foreign Affairs de noviembre de 2007, y recomendaba la oleada en Irak y el aumento de tropas en Afganistán, incluyendo a las de la OTAN y abogando por la retirada de sus restricciones operativas establecidas por algunos aliados europeos. En este sentido, la GWOT es el problema prioritario en su política de seguridad. El senador McCain apoya una nueva oleada en Afganistán, siguiendo los planes del nuevo jefe del Mando Central (USCENTCOM), el general Petraeus, anterior jefe de las fuerzas norteamericanas en Irak, con un incremento de fuerzas establecido desde la primavera de 2008. Pero opina que no se tiene que reducir el apoyo a Pakistán, ya que sería repetir los errores de 1989, cuando al producirse la retirada soviética, EEUU abandono todas sus responsabilidades en la zona. En este sentido, las negociaciones con los talibán podrían proporcionar el mismo efecto que las negociaciones con las tribus suníes en Irak.

En el caso iraní, el senador Obama pide un endurecimiento de las sanciones, consiguiendo el apoyo de China y Rusia, manteniendo también su compromiso con la seguridad de Israel. Apoya mantener negociaciones directas sin condiciones para solucionar el tema nuclear e Irak. La obtención de armamento nuclear por parte de Irán es una amenaza existencial para la seguridad internacional y de EEUU según el senador McCain. Mantiene una posición más dura con el régimen iraní, y aboga por sanciones mucho más duras y evitar la legitimización del régimen a través de negociaciones directas al más alto nivel. Las sanciones económicas deberían establecerse a través del acuerdo con los aliados, y si no se pueden establecer a través del Consejo de Seguridad de la ONU, establecerlas multilateralmente fuera de ese marco, para evitar los vetos de Rusia y China. Esta posición es difícil de llevar a cabo, ya que Rusia y China son, entre otros, Estados con relaciones económicas importantes con Irán. Además, Irán ha intentado progresivamente diversificar sus relaciones económicas en Asia, América Latina y en el propio Golfo Pérsico. Sin embargo, unas sanciones duras por parte de la UE (sobre todo de socios comerciales importantes como Alemania), el endurecimiento de la Iran and Libya Sanctions Act de 1996 en algunos aspectos, y la falta de capital y medios tecnológicos para renovar la industria petrolera, más la mala gestión económica del presidente iraní Mahmoud Ahmadinejad, pondría en serios apuros al régimen. De hecho, las negociaciones que se han mantenido en Ginebra y los contactos mantenidos entre EEUU e Irán por Irak, y la presencia de William Burns en las conversaciones entre la UE e Irán acerca del programa nuclear, incluyendo las ofertas de Condoleezza Rice de negociación, parecían relajar la situación. Pero los sucesivos informes de la IAEA, las negativas y posturas ambiguas iraníes no han ayudado a la percepción de que Irán quiere conseguir armamento nuclear, que le permitiría consolidar su posición en la zona y negociar el fin del régimen de sanciones. Incluso aunque el presidente Bush descartó una operación israelí de bombardeo de las instalaciones nucleares iraníes en primavera, esto no ha significado un cambio de postura iraní, aunque se esta produciendo una lucha importante dentro del régimen iraní que ha obligado al líder supremo Ali Jamenei a intervenir.

En este sentido, el tema de las armas de destrucción masiva (WMD) y el régimen de no proliferación ha sido ignorado en el debate como tal, y sólo se ha discutido en relación a Irán. Probablemente es, junto con el cambio climático, el desafío más importante a largo plazo de la seguridad internacional. El senador Obama le ha dado una gran prioridad, incluso por encima de la GWOT. La búsqueda de la reducción de los arsenales nucleares y de armamento químico y biológico es un objetivo clave dentro de su plan de política exterior. En este sentido, buscaría la aprobación del Tratado de Prohibición Total de Pruebas Nucleares por parte del Senado de EEUU y apoyaría un banco de combustible nuclear controlado por la IAEA. Quizá para Obama la mayor amenaza es la posibilidad de un maletín nuclear introducido en EEUU, no tanto un misil llegando al espacio aéreo norteamericano. Por el contrario, el senador McCain pone en duda la efectividad del régimen de no-proliferación ya que lo considera basado en unos parámetros anticuados: el derecho a la tecnología nuclear por parte de Estados sin armas nucleares debería ser revisado; debería de establecerse la suspensión de cualquier asistencia nuclear a los Estados que la IAEA no pueda garantizar que se mantienen en el total cumplimiento de las salvaguardias, sin necesidad de que se tenga que llegar a un acuerdo por unanimidad en primer término; además, se debería aumentar el presupuesto de la agencia para sus misiones de control y salvaguardia. Eso también le hace mantener su apoyo al sistema de defensa antimisiles desarrollado por la Administración Bush. Además, este tema no es baladí, ya que el desarrollo de los acontecimientos en Corea del Norte e Irán, e incluso Rusia, pueden hacer aconsejable su mantenimiento. En general, el reconocimiento de la superioridad tecnológico-militar de EEUU lleva a la búsqueda de mecanismos asimétricos como las WMD, como medios de disuasión o de compensación de percibidas y reales inferioridades estratégicas y militares. Desde este punto de vista tenemos la instrumentación, reconocida en su doctrina militar, por parte de Rusia, de sus armas nucleares tácticas como no sólo mecanismos disuasorios, sino su posible uso como armas efectivas de combate incluso en situaciones no nucleares.

Conclusiones

La visión estratégica global de EEUU no parece que vaya a abandonar sus tres parámetros básicos: la GWOT, el establecimiento de un orden internacional estable favorable a los intereses y valores de EEUU, y evitar el ascenso de una potencia hegemónica regional o global que pudiera desafiar ese orden internacional. La GWOT, en su versión Long War, puede que incluso cambie de nombre, pero es difícil que sea abandonada, luego asistiremos a un cambio relativo y a la continuidad de la política exterior de EEUU con algunos parámetros invariables desde la Administración Truman.

Mientras se producía el primer debate sobre política exterior y seguridad nacional, y no se nombraba a China prácticamente, la República Popular China realizaba su primer paseo espacial. Sin embargo, los candidatos han ofrecido una serie de soluciones más en la línea de la gestión de crisis que de nueva visión estratégica, ya que la prioridad ahora se enfoca en la crisis financiera y la posible recesión, y la opinión pública esta preocupada a corto y medio plazo con este problema. Pero a largo plazo, la política exterior mantiene grandes desafíos como el cambio climático y la no proliferación, que, además, en algunos casos, se agudizarán precisamente por el frenazo en el crecimiento y los problemas financieros a nivel global. Habrá que fijarse en las consecuencias geopolíticas y en la seguridad internacional del impacto de la crisis. En palabras de Henry Kissinger: “ninguna generación anterior se ha tenido que enfrentar a diferentes revoluciones simultaneas en distintas partes del mundo. La búsqueda de una solución única es quimérica”. Sin embargo, gran parte de la opinión pública mundial espera que el próximo presidente de EEUU tenga esa solución. Me temo que nos podemos enfrentar a un terrible desengaño.

EL COMERCIO Y LAS ELECCIONES PRESIDENCIALES NORTEAMERICANAS


Daniel Griswold

Posición de John McCain con respecto al comercio

John McCain ha hecho gala de su apoyo al libre comercio durante su campaña electoral, y su trayectoria en el Senado lo demuestra. Según el sitio web del Cato Institute, www.freetrade.org, McCain ha votado a favor de reducir las barreras comerciales en el 88% de los 40 proyectos de ley principales que se han presentado ante el Senado en los últimos 15 años. Antes de dejar EEUU en un viaje a Latinoamérica en julio, McCain dijo, “Renunciar a mi defensa del libre comercio sería traicionar la confianza. Yo creo que el activo más valioso que tengo con el pueblo norteamericano es que confían en mí”.

McCain votó a favor y sigue apoyando el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN, o NAFTA en inglés) con Canadá y México. Votó a favor del TLC, el acuerdo de libre comercio que EEUU firmó en 2005 con cinco países de Centroamérica y con la República Dominicana. Votó a favor de normalizar las relaciones comerciales con China al tiempo que se oponía a los aranceles punitivos contra China por motivo de su moneda. Votó en contra de la enmienda Byrd, que reparte impuestos anti dumping a las empresas norteamericanas solicitantes y que ha sido denunciado con éxito por la UE ante la OMC. Se opuso a los proyectos de ley proteccionistas y cargados de subvenciones de 2002 y 2008, y está en contra asimismo de los subvenciones al etanol que distorsionan el comercio. Apoya además los acuerdos de libre comercio propuestos con Colombia y Corea del Sur.

Aunque reconoce que el comercio perjudica a algunos trabajadores norteamericanos, McCain sostiene que el libre comercio impulsa el crecimiento y la innovación para beneficio de una mayoría de norteamericanos. Es uno de los pocos políticos que defienden las ventajas para el consumidor de la competencia en la importación, así como los evidentes beneficios que obtienen los productores al aumentar sus exportaciones.

En un artículo publicado en el Wall Street Journal justo antes de las primarias del Super Martes en febrero, el asesor jefe de economía de McCain, y ex director de presupuestos del Congreso, Douglas Holtz-Eakin, resumió así la postura del candidato respecto al comercio:

“El señor McCain afianzará el liderazgo de EEUU en el comercio global. Es esencial que los trabajadores norteamericanos tengan acceso al 95% de los clientes del mundo que se encuentran fuera de nuestras fronteras. EEUU debería comprometerse en esfuerzos multilaterales, regionales y bilaterales para reducir las barreras al comercio, nivelar el campo de juego mundial y conseguir una aplicación efectiva de las normativas comerciales mundiales. Abrir nuevos mercados para el comercio de bienes y servicios es un aspecto indispensable de la libertad económica, para empresarios y trabajadores, y un camino probado para alcanzar una mayor prosperidad.

“Como estudiante de historia, el señor McCain está en contra de quienes predican la falsa virtud del aislacionismo económico –aquellos que instan a EEUU a esconder la cabeza bajo la arena–. El mundo cometió el grave error de levantar muros contra el comercio hace 75 años, lo cual contribuyó a la Gran Depresión. Desde entonces, EEUU ha liderado la lucha para reducir las barreras comerciales. Ha cosechado los beneficios de un crecimiento sostenido en los niveles de vida, un formidable despliegue en innovación y avances técnicos, una explosión en la variedad, la calidad y en la reducción de los precios de los bienes de consumo, un incremento de la propiedad de la vivienda, y el ascenso a la posición de la mayor economía del mundo”.

La única cuestión comercial a la que McCain se opone es a reducir las barreras con Cuba. Al igual que el presidente Bush y la mayoría de los republicanos, apoya el prolongado embargo comercial de EEUU frente a la isla caribeña de gobierno comunista. McCain ha votado sistemáticamente a favor de mantener el embargo y de la prohibición de viajar a la isla.

Posición de Barack Obama con respecto al comercio

Barack Obama ha mantenido un punto de vista mucho más escéptico respecto al comercio. Desde su acceso al senado en 2005, Obama ha votado a favor del libre comercio solo en cuatro de 11 votaciones importantes relacionadas con las barreras comerciales, es decir el 36% de las ocasiones. A diferencia de McCain, votó en contra del TLC y a favor de un escaneo total de los contenedores importados antes de 2012, la enmienda Byrd para distribuir los ingresos procedentes de los impuestos anti dumping, y la enmienda Schumer-Graham que hubiera impuesto aranceles del 27,5% sobre los artículos chinos a menos que China revaluara su moneda, el renminbi. Votó a favor del proyecto de ley sobre el medio rural 2008 y está en contra de los acuerdos con Colombia y Corea del Sur.

Obama ha sido un crítico implacable del TLCAN con Canadá y México, el mismo acuerdo al que el presidente Bill Clinton diera carácter de ley 1993. En un debate con la senadora por Nueva Cork, Hillary Clinton, antes de las primarias de Ohio en marzo, Obama dijo que, de alcanzar la presidencia, exigiría a Canadá y México que revisaran el tratado para incluir normas mínimas en materia laboral y medioambiental. Si los dos vecinos más próximos a EEUU se negaran a satisfacer esta exigencia, Obama se comprometía a utilizar “la amenaza de una cláusula de excepción” para persuadirles.

Esta amenaza plantea todo tipo de problemas con respecto a la credibilidad de EEUU. Perpetúa además un engaño cruel según el cual unos pequeños ajustes en un acuerdo de hace 15 años pueden llevar al renacimiento económico de ciudades industriales en declive como Youngstown, en Ohio. Al parecer, un asesor de Obama aseguró al Gobierno canadiense que la declaración de Obama “reflejaba más una maniobra política que un proyecto político”, así que está por ver hasta qué punto forzará Obama la renegociación del tratado en caso de convertirse en presidente.

La trayectoria y la retórica de Obama no han estado siempre en contra de la liberalización comercial. Junto a McCain, apoyó los de libre comercio con Omán y Perú, y a diferencia de su oponente que está más en la línea dura, Obama desea en realidad suavizar el fracasado embargo comercial y de viajes a Cuba en vigor desde hace 48 años.

En su libro The Audacity of Hope, que fueéxito de ventas en 2006,Obama reconoce que la expansión comercial puede beneficiar a la nación en su conjunto:

“No hay duda de que la globalización ha aportado importantes beneficios a los consumidores norteamericanos. Ha bajado los precios de artículos antes considerados de lujo, como televisiones de gran pantalla y melocotones en invierno, y ha aumentado el poder adquisitivo de los norteamericanos de rentas bajas. Ha ayudado a mantener la inflación bajo control, incrementado los rendimientos de millones de norteamericanos que invierten hoy en día en bolsa, suministrado nuevos mercados para los bienes y servicios estadounidenses, y ha permitido a países como China y la India reducir la pobreza de forma espectacular, lo cual a largo plazo contribuye a conseguir un mundo más estable”.

Sobre el TLC con Centroamérica y la República Dominicana, Obama reconoce que, “visto de forma aislada, el acuerdo plantea una pequeña amenaza para los trabajadores norteamericanos… Hubo algunos problemas con el acuerdo pero, en general, el TLC fue probablemente positivo de forma global para la economía de EEUU”. Y sin embargo, justificó su voto en contra de ese acuerdo como “la única forma de hacer constar una protesta contra lo que considero falta de atención de la Casa Blanca hacia los perdedores del comercio”.

La única votación importante en la que Obama no coincidió con Hillary Clinton fue la enmienda de 2005 que hubiese impedido a los negociadores estadounidenses en la OMC acordar algún tipo de restricción a las actuales leyes anti dumping norteamericanas. Clinton votó a favor de esta enmienda, Obama en contra. Podría ser un rayo de esperanza sobre hasta donde está dispuesto a llegar el senador Obama para aplacar a las circunscripciones más tradicionales de su partido en materia de comercio.

El impacto del comercio en las elecciones estadounidenses

A primera vista, las políticas comerciales pueden parecer favorables a Obama. La mayor parte de los norteamericanos dicen a los encuestadores que están preocupados por el impacto del comercio en los puestos de trabajo y en la industria. Gran parte del enojo en las regiones industriales en declive se dirige contra los acuerdos comerciales como el TLCAN, a pesar de que el empleo en general, la producción industrial y las rentas familiares medias se han incrementado significativamente desde la aprobación del tratado.

Las reservas sobre el comercio, aunque muy generalizadas, no han sido decisivas en las elecciones presidenciales. Los norteamericanos esperan que sus presidentes sean más hombres de Estado que típicos miembros del Congreso con miras más estrechas. El presidente debe buscar el bien de la nación en su conjunto, lo cual incluye establecer relaciones en el extranjero mediante la expansión comercial y de las inversiones. La retórica proteccionista que puede suscitar aplausos ante una multitud partidaria, a menudo no tiene ningún eco en la campaña electoral general.

Las campañas presidenciales del pasado están llenas de ejemplos de candidatos que intentaron utilizar la carta del comercio sin éxito: en 2004, John Kerry señaló con el dedo a “ejecutivos traidores” que estaban externalizando puestos de trabajo para mandarlos al extranjero. En 1992, H. Ross Perot advirtió sobre un “alarmante sonido de fuga” de los trabajos e inversiones que huirían en estampida a México si el TCLAN se convertía en ley. En 1988, Michael Dukakis criticó a los inversores extranjeros que estaban haciéndose con el poder de la economía del país, y en 1984, Walter Mondale predijo que los jóvenes norteamericanos pronto se dedicarían a barrer alrededor de ordenadores japoneses y a vender hamburguesas el resto de sus vidas. Que yo sepa, ninguno de ellos llegó a ser presidente.

Incluso en la temporada política de 2008, las voces más populistas de ambos partidos no consiguieron adhesiones. En el bando republicano, el mensaje de los que querían cerrar la puerta a la inmigración no cuajó. Y en el bando demócrata, el candidato más opuesto al libre comercio, el ex senador por Carolina del Norte y ex-candidato a la vicepresidencia John Edwards, no llegó a tener importancia y abandonó la campaña en sus inicios.

El impacto de las elecciones norteamericanas en el comercio

Sea quien sea el ganador en noviembre, el liderazgo norteamericano en la economía global probablemente disminuya. Incluso si gana el senador McCain, se enfrentará posiblemente a un Congreso de mayoría demócrata que no estará muy dispuesto a aprobar medidas radicales para la liberalización del comercio. No hay buenos presagios para quienes apoyamos la reducción de barreras al comercio y a la inversión. El Congreso acaba de aprobar un proyecto de ley bastante proteccionista en materia agrícola, rechazando el veto del presidente Bush. Este proyecto de ley pone en ridículo nuestros llamamientos para que otros países, incluidos los de la UE, reduzcan sus propias barreras comerciales y subvenciones a la agricultura. Proporciona miles de millones de dólares al año en subsidios y protección comercial para un pequeño número de granjeros cuyos ingresos medios y patrimonio está bastante por encima de los de una familia normal no rural.

A principios de esta primavera, el mismo Congreso reescribió las reglas que rigen la competencia para promocionar el comercio, a fin de aparcar por el momento el Acuerdo de Libre Comercio EEUU-Colombia. Fue una bofetada en todo el rostro de uno de nuestros mejores amigos en Latinoamérica, un gobierno que está plantando cara a su bravucón vecino, Hugo Chávez. Cediendo a la presión de los sindicatos, los líderes del Congreso impidieron incluso que el acuerdo fuese sometido a votación. Era la primera vez desde los años 70 que el Congreso cambiaba las reglas básicas del llamado fast track authority, concepto bajo el cual el congreso vota sí o no a un acuerdo de libre comercio negociado por el ejecutivo, pero no puede proponer enmiendas. Desde el momento en que el Congreso aprobó esta competencia por primera vez en 1974, los presidentes tanto demócratas como republicanos la han utilizado para aprobar las rondas de negociaciones GATT de Tokio y Uruguay, así como acuerdos comerciales con 14 países, incluidos Israel, Canadá, México, Jordania, Australia, la República Dominicana y cinco países de Centroamérica.

Conclusiones

El resultado más probable de las elecciones será un impasse legislativo sobre el comercio. Lograremos, por defecto, el “tiempo muerto” que proponía Hillary Clinton. Sin nuevos acuerdos, el “cumplimiento” de los mismos se convertirá en el objetivo prioritario de la política comercial de EEUU. Aumentará la presión para que “endurezcamos” nuestra posición con los socios comerciales denunciando más casos ante la OMC, más acciones de salvaguarda y más casos especiales contra China. El proyecto de ley agrícola de 2008 probablemente ya haya socavado cualquier iniciativa nueva que pueda presentar EEUU en la Ronda de Doha. Un compromiso fuerte del Congreso de defender cada punto de las leyes anti dumping norteamericanas complicará los esfuerzos para alcanzar un acuerdo final.

El consuelo que nos queda a los defensores de la liberalización comercial es que es poco probable que veamos una vuelta drástica al proteccionismo. El sistema federal norteamericano se diseñó para evitar cambios políticos radicales. Los sistemas de control y de contrapeso que incorpora nuestro sistema atajarán probablemente el peor tipo de legislación comercial. En primer lugar, cualquier proyecto de ley comercial deberá pasar por el Senado, históricamente más inclinado a favor del libre comercio, donde tendrá que lograr el apoyo de 60 votos sobre 100 para cerrar el debate.

En segundo lugar, los presidentes tienden a aprender una vez que toman posesión del cargo que la protección comercial conlleva un alto precio para la nación en su conjunto. En 1992, Bill Clinton se presentó a las elecciones con un programa generalmente pro comercio, pero también amenazó con ponerse duro con los “carniceros de Pekín” prometiendo condicionar las relaciones comerciales normales a la cuestión de los derechos humanos. Pero una vez en el cargo, tuvo que considerar el posible daño económico y para la política exterior que se ocasionaría al país en su conjunto si se impusieran aranceles punitivos a los artículos chinos. Clinton abandonó de forma rápida y sabia esta condición previa.

Pese a ese sistema de controles norteamericano, el resultado de las elecciones presidenciales de este otoño tendrá un impacto apreciable e incluso radical en la dirección de la política comercial de EEUU. Basándonos en sus trayectorias respectivas, un presidente McCain seguramente apueste más por nuevas iniciativas para liberalizar el comercio que un presidente Obama. Y si se diera el caso de que una legislación destinada a crear barreras comerciales llegase a la mesa del próximo presidente, es prácticamente seguro que un presidente McCain lo vetaría, mientras que sería mucho más probable que un presidente Obama convirtiera en ley este proyecto legislativo.

LA MONTAÑA RUSA DE LAS ELECCIONES NORTEAMERICANAS DE 2008


Matthew Continetti

“El presidente Bush”, escribió el corresponsal del New York Times en la Casa Blanca Peter Baker en agosto, “evita hablar de un legado”. Aun así, hay un legado concreto de Bush que no puede discutirse. Ni Bush ni su vicepresidente Richard Cheney se presentan a las elecciones presidenciales este año –Bush no puede presentarse a un tercer mandato y Cheney optó por no presentarse–. Y esto ha contribuido directamente a hacer de las elecciones presidenciales norteamericanas de 2008 las más abiertas e interesantes desde hace décadas. Es la primera vez desde 1952 que ni el presidente ni el vicepresidente en ejercicio se presentan a otro mandato. Es la primera vez en la historia moderna que los candidatos presidenciales de ambos partidos son senadores. Es solo la segunda vez en las últimas ocho elecciones presidenciales que no se presenta un Bush como candidato republicano a la presidencia o la vicepresidencia. Y los favoritos consolidados de ambos partidos en 2007 –Hillary Clinton en el bando demócrata, Rudolph Giuliani en el republicano– perdieron, respectivamente, frente a un recién llegado (Barack Obama) y un apóstata (John McCain).

Las elecciones de 2008 se han caracterizado por incumplir las expectativas. Hace un año, mientras la guerra en Irak iba mal, la seguridad nacional era la cuestión dominante en la campaña. Esto ya no es así. La situación en Irak es hoy por hoy relativamente estable y el sector financiero estadounidense es un caos. Hace un año, el célebre analista político Michael Barone vaticinaba una época de “política abierta”, en la cual “no hay alianzas permanentes, en la que surgen nuevos líderes con nuevas estrategias y tácticas, en la que los votantes, en lugar de formarse en dos ejércitos coherentes y cohesionados, deambulan de un lado a otro, uniéndose primero a un bando y luego a otro”. Hoy en día, las encuestas nacionales y los mapas de estados indecisos muestran una reñida contienda no muy distinta de las campañas presidenciales de 2000 y 2004. Durante el pasado año y medio, Barack Obama ha desplegado un mensaje de “cambio” para catapultarse de senador novato a favorito a las presidenciales norteamericanas. En la actualidad, en una descarada maniobra –se podría calificar de audaz–, el candidato presidencial republicano John McCain de Arizona ha adoptado el mensaje del “cambio” y se presenta con un programa de reforma y oposición al statu quo. Ha sido un año de de grandes sorpresas, cuando un partido en su punto más bajo de popularidad (el Republicano) nombraba a un candidato que a nadie le gustaba particularmente (McCain) para presentar un programa que nadie podría haber imaginado (“¿No te gusta la dirección que lleva el país? ¡Vota por el partido que lo ha gobernado durante los últimos ocho años!”). Es más, McCain podría incluso ganar. Esto sólo puede ocurrir en Norteamérica.

Bush ha marcado la campaña de 2008 de varias formas. Quizá la más importante sea su impopularidad. El presidente Bush tiene los niveles de desaprobación más altos desde que la empresa Gallup comenzó la medición de estos índices. Sus niveles de aprobación son insignificantes. Estos pésimos datos, unidos a la cifra record de norteamericanos que piensan que su país va por “mal camino”, han proporcionado a los demócratas un fácil lema de campaña: “Cambio” frente a “más de lo mismo”. La opinión general en Washington desde hace tiempo ha sido que los demócratas tendrían que meter la pata hasta el fondo para perder las elecciones de 2008. Esta es una razón por la que Barack Obama se ha mantenido relativamente pasivo. Su temperamento tranquilo le lleva a hacer llamamientos no partidistas. Cuando habla en sus anuncios de campaña recientes no menciona a Bush o a McCain, a republicanos o tan siquiera a demócratas. No lo necesita. Lo único que tiene que hacer Obama es presentarse como una alternativa seria al dúo republicano. Entretanto, mientras que Obama evita criticar directamente a su contrincante, las campañas publicitarias en las que no aparece sostienen que McCain representa el tercer mandato de Bush.

Es un argumento difícil de defender. McCain tiene un largo historial de ruptura con su propio partido para buscar el consenso con los demócratas. Votó en contra de las reducciones de impuestos de Bush en 2001 y 2003. Defendió la campaña por la reforma de las leyes electorales con el senador demócrata liberal Russell Feingold de Wisconsin. Persiguió al republicano corrupto Jack Abramoff, destacado miembro de un grupo de presión. Desbarató un contrato por el cual Boeing iba a construir aviones cisterna porque pensó que era un robo a los contribuyentes. Rompió con el presidente Bush sobre el cambio climático y sobre las técnicas de interrogatorio que se utilizan contra los presos sospechosos de terrorismo. Aboga por una reforma liberal de la inmigración que rechazan la mayoría de los conservadores. McCain no es en absoluto el típico republicano, razón por la que esta carrera es tan reñida. Un republicano típico perdería estrepitosamente en las condiciones políticas actuales.

A pesar de todo, Obama ha tenido bastante éxito al vincular a McCain con el programa económico y la política exterior de Bush. Es más, McCain le ha puesto fácil a Obama el poder hacerlo. Por un lado, McCain cambió su postura respecto a los recortes de impuestos de Bush, comprometiéndose a renovarlos y ampliarlos en caso de ser elegido presidente. Se ganó con ello la confianza de los conservadores económicos. Pero ello tuvo un alto coste en su credibilidad, y permitió que Obama le retratase como un paladín de los ricos que, como probablemente habrán notado, no son exactamente populares estos días.

En política exterior, ha sido bueno para el país –pero quizá malo para McCain– que tras cuatro años de titubeos en Irak, el presidente Bush haya adoptado el aumento de tropas (surge) y el cambio de estrategia por el que McCain había abogado desde 2003. El aumento de las tropas ha sido un éxito increíble, al reducir la violencia en gran medida y permitir que se tomen los primeros pasos hacia la reconciliación política. Pero este éxito ha debilitado también la gran baza de McCain: la seguridad nacional. Al mismo tiempo que Irak se retiraba de las primeras páginas de los periódicos, se retiraba igualmente de la mente de los votantes. Se convirtió en una cuestión secundaria.

Como ha ocurrido siempre en las elecciones presidenciales tras el colapso de la Unión Soviética, la economía se impuso sobre la seguridad nacional. Las elecciones de 2002, 2004 y 2006 no parecen haber marcado el comienzo de una era en la que la principal preocupación de los votantes sea la política exterior. Parecen haber sido, al contrario, una aberración. Puesto que Irak se encuentra en camino hacia la estabilidad y la paz relativa, los votantes están mirando hacia dentro. No les gusta lo que ven. Y por lo tanto están dispuestos a apoyar a un candidato relativamente inexperto cuyo programa económico contrasta claramente con la política de los últimos ocho años.

La crisis financiera que se está produciendo en Wall Street ha dado una ventaja considerable a Obama. De hecho, la carrera estaba muy igualada en las semanas anteriores a la nacionalización de AIG, la mayor aseguradora del mundo, por parte del secretario del Tesoro Hank Paulson. Esto ya no es así. En el momento en que escribo, Obama ha vuelto a ponerse en cabeza y es poco probable que pierda esta posición aventajada mientras la economía del país esté en peligro y los políticos en Washington sean incapaces de acordar, y mucho menos, de poner en práctica, una respuesta eficaz.

La naturaleza de esa ventaja desmonta, sin embargo, uno de los mitos que rodean estas elecciones. El mito es que los comicios de 2008 son “los más importante de nuestra vida” (los políticos dicen esto en cada elección, por supuesto) y que realinearán la política norteamericana en una dirección liberal al introducir un enorme nuevo grupo de votantes en el proceso electoral. La campaña de Obama, una de las maquinarias más eficaces de la historia reciente, ha hecho todo lo posible para inscribir nuevos votantes entre los tres grupos de los que Obama obtiene más apoyos: los afroamericanos, los que se autoidentifican como liberales y los votantes menores de 30 años. Los dirigentes de la campaña de Obama piensan que estos nuevos votantes serás suficientes para dar la victoria a Obama. Según este argumento, el apoyo a Obama no necesita ser forzosamente muy amplio para que gane las elecciones; si el apoyo es lo bastante fuerte entre estos tres grupos clave, ganará. Todo lo demás sería la guinda en el pastel.

El problema de esta teoría es que ya se ha intentado antes… sin éxito. La coalición de Obama se parece sobremanera a la coalición que reunió George McGovern en las elecciones presidenciales de 1972 –una coalición con la que obtuvo los votos electorales de su estado natal, de la capital, Washington DC, y de aproximadamente el 38% de los votos populares–. No hace falta decir que Obama no quiere ser McGovern II. Se puede argumentar, como lo hacen John Judis y Ruy Teixeira en su libro The Emerging Democratic Majority, que los grupos que constituyeron la coalición de McGovern han crecido a tal punto en estos años que los demócratas pueden ganar con solo estos votos. Podría ser. Otro estudio más reciente del grupo centrista Democratic Leadership Council (DLC) alega que los votantes blancos sin título universitario –también conocidos como “la clase trabajadora blanca”– han decidido sistemáticamente los resultados de las elecciones más recientes. Este estudio del DLC sostiene que estos votantes suelen votar a los republicanos y el que Obama pueda o no atraer parte de ese apoyo determinará si los demócratas obtienen un triunfo holgado o una derrota por márgenes estrechos. Sin embargo, son estos mismos votantes quienes se han mostrado reticentes a apoyar a Obama. Por ello Obama nunca ha superado el 50% del apoyo en el Gallup Daily Tracking Poll, un sondeo que se realiza a diario. Es por ello que Norteamérica sigue siendo, incluso después de la tumultuosa presidencia de Bush, una nación repartida a partes iguales.

Es posible, sin duda, que Obama obtenga el voto de la clase trabajadora blanca y con ello la presidencia en una victoria arrolladora. El peligroso estado del sistema financiero norteamericano y la vacilante respuesta de John McCain ante la crisis bancaria hace que esto sea posible y quizá, si la economía empeora más todavía, incluso probable. Y si esto ocurriera, las elecciones serían realmente transformadoras –un reajuste hacia el centro-izquierda–. Pero no sería así porque la coalición de McGovern haya triunfado. Sería porque la clase trabajadora blanca habría vuelto en masa al Partido Demócrata, reconstruyendo la coalición del New Deal de Franklin Delano Roosevelt.

El tiempo lo dirá. Mientras tanto, podemos considerar otro gran vuelco de esta campaña en constante transformación. John McCain ganó puntos este verano porque encontró una causa y un mensaje. La causa fueron las exploraciones petroleras en el mar; McCain, en un esfuerzo por abordar los altos precios de la gasolina, quería suspender la prohibición de extraer petróleo en las zonas costas. El mensaje era que Obama es una celebridad fatua al que no puede confiársele el gobierno de la nación. Ahora tanto la causa como el mensaje de McCain han desaparecido. La causa se desvaneció porque los miembros demócratas del Congreso, conscientes de que estaban siendo golpeados con los precios de la energía, permitieron que la prohibición expirase el 1 de octubre. El mensaje desapareció porque McCain eligió a la gobernadora de Alaska Sarah Palin como candidata a la vicepresidencia.

McCain eligió a Palin, de cuarenta y tantos años, en el segundo año de su primer mandato como gobernadora, porque quería agitar la carrera, y porque su primera opción, el senador por Connecticut Joseph Lieberman, un demócrata independiente que estaba a favor del aborto, habría provocado probablemente una escisión en el Partido Republicano y por lo tanto una derrota. Palin, una conservadora en materia social, activó inmediatamente las bases del partido opuestas al aborto. Su electrizante intervención ante la Convención Nacional Republicana fue el discurso ante una convención con mayor audiencia en la historia de EEUU. Atrajo a miles de espectadores a los mítines de campaña. Pero sus críticos plantearon serias dudas sobre su experiencia, juicio y capacidad a la hora de asumir la presidencia del país en caso de incapacidad de McCain. Durante algún tiempo, McCain y Palin pudieron esquivar estas críticas eficazmente.

Pero el manto protector con el que la campaña de McCain aisló a Palin fue contraproducente. Ocultarla a la prensa hizo que cada entrevista que daba fuera más importante que la anterior; y sus desiguales (por ser benévolos) actuaciones en estas entrevistas pronto pusieron nerviosos incluso a sus más ardientes seguidores. Obama, aunque su experiencia en la escena nacional no es mucho mayor que la de Palin, aparece como bien informado, inteligente y más presidenciable. Ya no es la celebridad fatua, todo estilo pero sin sustancia. Esa es Palin.

El surgimiento de Palin reafirma la importancia de los conservadores religiosos en la coalición republicana. Su activismo pro-vida y su asociación con grupos religiosos evangélicos en la vida norteamericana parece ser la línea divisoria entre sus seguidores y sus opositores. Los admiradores de Palin ven en esta madre de cinco hijos una auténtica representante de los valores conservadores de la clase media estadounidense –trabajadora, religiosa practicante, con familia numerosa–. Sus opositores ven a Palin como una mojigata estrecha de miras que quiere exportar sus usos y costumbres pueblerinos al resto del país. En realidad, Palin es mucho más de lo que cualquiera de estas dos caricaturas sugiere. Es una política de talento que ascendió desde la alcaldía de un suburbio de Anchorage al puesto de gobernadora de Alaska desbancando al establishment de su propio partido y enfrentándose a las empresas petroleras que tienden a considerar Alaska como su feudo personal. Es en cierta medida el gobernador más popular de EEUU. Hace falta una gran habilidad política y mucha astucia para conseguir estas cosas siendo tan joven.

¿Por qué persiste la caricatura, entonces? Porque la elección de Palin por parte de McCain hizo algo más que subvertir el mensaje con el que había estado compitiendo frente a Obama. Inyectó además conflicto cultural en lo que hasta entonces había sido una campaña relativamente serena y tranquila. Los debates más encendidos en la política estadounidense no se dan entre pobres y ricos, sino entre los ricos que quieren restablecer las llamadas costumbres tradicionales en el ámbito público, y los otros ricos que quieren proteger la decisión del Tribunal Supremo de 1973 Roe versus Wade que legalizó el aborto en todos los trimestres del embarazo, así como los derechos judicialmente sancionados de las minorías étnicas, sexuales y religiosas. Aunque se opone a Roe, McCain –a diferencia de George W. Bush– nunca se ha mostrado abiertamente como un conservador sociocultural y tiende a mantener su religión para sí mismo. De ahí que, antes de la llegada de Palin, la campaña se librara sobre la seguridad nacional y la política económica –asuntos que, pese a ser importantes, no suscitan las mismas pasiones que el aborto, la investigación sobre células madre, los matrimonios entre personas del mismo sexo, la religiosidad en la esfera pública y otras cuestiones semejantes–. La elección de Palin por parte de McCain garantizó que esas cuestiones saltaran a la primera plana, y trajeran con ellas todo la virulencia que ha teñido la política norteamericana en los últimos ocho años.

Conclusión

Decir esto no significa sugerir que McCain haya inflamado a propósito las controversias culturales. Todas las cuestiones deben ser debatidas en profundidad, y ambos bandos son culpables de excesos retóricos. Pero decimos que, en un año electoral dominado por la idea de “cambio”, EEUU ha cambiado menos de lo que algunos podrían pensar: sus elites siguen estando divididas por diferencias sobre asuntos sociales capitales; su economía es una vez más la principal preocupación de los votantes; sus elecciones siguen siendo decididas por votantes de la clase trabajadora blanca que en las últimas dos décadas ha estado bastante desligada de ambos partidos políticos; y todavía tiene el don político de hacer surgir a personajes fascinantes y maravillosos en tiempos de crisis –el primer candidato afroamericano a la presidencia de su historia, un ex héroe de guerra que se ha hecho una carrera rebelándose contra su partido–. ¡Qué país! Y qué campaña.