21 de octubre de 2008

LA CRISIS FINANCIERA MUNDIAL: CAUSAS Y RESPUESTA POLÍTICA


Federico Steinberg

Introducción

Ya nadie cuestiona que nos encontramos ante la mayor crisis financiera internacional desde la Gran Depresión. Desde septiembre de 2008 se han producido acontecimientos sin precedentes que están reconfigurando el sistema financiero internacional y que desafían la ortodoxia económica liberal, que se mantenía prácticamente incuestionada desde los años 90 bajo el liderazgo de EEUU. Así, la crisis subprime que estalló en agosto de 2007 se ha transformado en una crisis financiera sistémica, cuyo epicentro ya no está sólo en EEUU, sino que se ha desplazado a Europa y Japón y está teniendo un fuerte impacto en el crecimiento de las economías emergentes.

La banca de inversión ha desaparecido, los gobiernos han redefinido el papel de prestamista de última instancia y se han lanzado paquetes de rescate a ambos lados del Atlántico, primero para instituciones concretas y después para el conjunto del sistema bancario. El G7 asegura que empleará todos los instrumentos a su alcance para apoyar a las instituciones financieras que lo necesiten, pero al no haber presentado un plan coordinado carece de credibilidad. El Congreso estadounidense ha dado luz verde a la segunda a su plan de rescate, el Troubled Asset Relief Program (TARP), dotado con 700.000 millones de dólares y que finalmente dedicará 250.000 millones a inyectar fondos para recapitalizar –y nacionalizar parcialmente– la banca, algo que muchos republicanos no aprueban (el resto se destinará a la compra de activos tóxicos). El Reino Unido, mostrando un inusual liderazgo, ha nacionalizado parte de su sistema bancario y asegurará los créditos interbancarios. El eurogrupo seguirá el modelo británico, aunque cada país ha habilitado cuantías diferentes para comprar acciones preferentes de los bancos descapitalizados o apoyarlos con sus problemas de financiación a corto plazo (el total de fondos disponibles para atajar la crisis en Europa asciende a más de 2,5 billones de euros).

Además, los bancos centrales han abierto nuevas vías para aumentar la liquidez. En EEUU la Fed ha comenzado a prestar directamente al sector privado a través de la compra de papel comercial sin garantías, lo que supone saltarse a los intermediarios financieros bancarios. En Europa, el BCE ha eliminado las subastas hasta enero, lo que supone que pondrá a disposición del sistema bancario toda la liquidez que sea necesaria, y el Banco de Inglaterra ha decidido asegurar las emisiones de deuda a corto y medio plazo de los bancos. En definitiva, las autoridades de los países avanzados han dejado claro que están dispuestos a facilitar toda la liquidez que sea necesaria, tanto para garantizar los depósitos y rescatar instituciones en riesgo como para que se recupere la confianza en el mercado interbancario y que el dinero vuelva a fluir hacia las empresas, nacionalizando la banca si es necesario. Lo harán incluso si eso supone tomar riesgos que podrían llevar a la propia descapitalización de sus bancos centrales. Por último, en una acción sin precedentes, el 9 de octubre los principales bancos centrales del mundo (incluido el de China) han rebajado de forma coordinada los tipos de interés en medio punto, lo que supone reconocer que sólo una respuesta global puede frenar la crisis.

A pesar de la batería de medidas adoptadas por los gobiernos y los bancos centrales –que han llegado tarde pero que demuestran que se ha aprendido de anteriores crisis– por el momento la falta de liquidez y de confianza se mantienen. Además, el contagio se ha visto facilitado por la elevada integración del sistema financiero internacional y por la sensación de falta de un liderazgo claro y de coordinación transatlántica. Un elemento que ha aumentado aún más la desconfianza es que el FMI ha revisado al alza su estimación de las pérdidas del sistema bancario mundial derivadas de la crisis hipotecaria estadounidense. Ahora las sitúa en 1,4 billones de dólares (455.000 millones más que en abril), lo que supone que hasta el momento sólo se habrían hecho públicas la mitad de las pérdidas, es decir, que todavía podrían quebrar más bancos. Además, en sus perspectivas económicas de octubre el FMI ha constatado que la contracción del crédito ya ha golpeado a la economía real, precipitando la recesión en varios países desarrollados y haciendo previsibles incrementos significativos en las tasas de desempleo durante 2009. De hecho, el Fondo pronostica que la economía mundial se desacelerará considerablemente y crecerá al 3,9% en 2008 y al 3,0% en 2009 (1,9% si se mide a tipos de cambio de mercado), su tasa más lenta desde 2002. Este menor crecimiento contribuirá a moderar significativamente la inflación (especialmente la de los alimentos, las materias primas y la energía), pero el actual contexto de crisis y la situación de “trampa de la liquidez” en la que parecen encontrarse algunas economías avanzadas indican que la deflación supone un riesgo mayor a medio plazo que la inflación.

Y es que lo que en un principio parecía sólo un problema de liquidez se estar revelando además como un problema de solvencia que requiere una fuerte recapitalización del sistema bancario en los países avanzados, que necesariamente pasa por un rescate del sector público (la pregunta, sobre todo en EEUU, es en qué medida el Estado nacionalizará la banca). También se hace imprescindible un paquete de estímulo fiscal coordinado en el que los países emergentes, sobre todo China, deberían jugar un papel. Aumentar el gasto y recapitalizar la banca no evitará la recesión, pero reducirá su duración y su impacto sobre el empleo siempre que se haga de forma coordinada (las soluciones unilaterales corren el riesgo de ser inefectivas y servir sólo para aumentar la deuda pública de los países ricos). Por último, es necesario mejorar la regulación financiera, reforzando la supervisión de los mercados de derivados de crédito y elevando los requerimientos de capital de las instituciones financieras para evitar niveles de apalancamiento y riesgo tan elevados como los actuales.

Pero todo ello exige liderazgo político, porque la historia muestra que en un momento como el actual las soluciones técnicas, por sí solas, no devuelven la confianza a los mercados. En un mundo multipolar como el actual no existe una potencia hegemónica capaz de tomar las riendas de la situación. Eso no significa que no pueda haber liderazgo, pero para bien o para mal sólo se puede aspirar a un liderazgo compartido. Por lo tanto, las instituciones nacionales de los países avanzados y de las potencias emergentes tendrán que coordinarse y además será necesario reforzar los foros de cooperación multilateral, lo que requiere aumentar su legitimidad.

Este artículo analiza las causas de la crisis, evalúa las respuestas económicas y políticas que los gobiernos han puesto en marcha y explora su impacto geopolítico.

¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

La crisis financiera mundial es el resultado la liberalización financiera de las últimas dos décadas –que no fue acompañada de una nueva regulación adecuada– y del exceso de liquidez global, generado principalmente por EEUU. Ambas alimentaron una euforia financiera que distorsionó la percepción del riesgo, llevando a un exceso de apalancamiento que, sumado al sobreendeudamiento de familias y empresas y a la escasa regulación del sector bancario no tradicional, dieron lugar a burbujas, tanto inmobiliarias como de otros activos. El estallido de la burbuja inmobiliaria en EEUU precipitó la crisis y la globalización financiera la extendió rápidamente por todo el mundo.

Pero todo ello no hubiera sido posible sin el cambio radical que el sector financiero ha experimentado en los últimos años. La banca comercial, cuyo negocio tradicional era aceptar depósitos y dar préstamos que se mantenían en sus balances, ha dejado de ser el actor principal del sistema financiero internacional. El nuevo modelo, basado en la titulización de activos, consistía en que los bancos de inversión (los nuevos intermediarios entre los bancos comerciales y los inversores) creaban derivados financieros estructurados (conocidos como Structured Investment Vehicles, SIV) que permitían que los bancos comerciales subdividieran y reagruparan sus activos, sobre todo hipotecas, y los revendieran en el mercado en forma de obligaciones cuyo respaldo último era el pago de las hipotecas (Mortgage Backed Securities, MBS), muchas veces fuera de su balance. Este modelo, conocido como “originar y distribuir” y que tuvo como principal defensor al ex presidente de la Fed Alan Greenspan, debía permitir tanto la cobertura de riesgos como su transferencia desde aquellos inversores más conservadores hacia los que tenían una menor aversión al mismo y buscaban mayor rentabilidad. Con ello, se aseguraría una asignación óptima de capital, que multiplicaría de forma espectacular el crédito y promovería el crecimiento económico a largo plazo. La libre movilidad de capitales permitió que los derivados financieros se comercializaran en todo el mundo. Hoy su valor total asciende a 390 billones de euros, casi siete veces el PIB mundial y cinco veces más que hace seis años. Los mercados financieros están plenamente globalizados.

Pero con la repetida reestructuración de activos y las múltiples ventas para transferir el riesgo llegó un momento en que se hizo imposible dilucidar el nivel de riesgo real de cada uno de los títulos. En este sentido las agencias de rating, pese a no reconocerlo, eran incapaces de cumplir su tarea. Aunque la mayoría de los derivados financieros tenían como activo subyacente el pago de las hipotecas estadounidenses, el mercado que más creció en los últimos años (hasta los 62 billones de dólares) fue el de las permutas financieras para asegurar contra el riesgo de impagos de los nuevos derivados de crédito (Credit Default Swaps, CDS), lo que permitió que nuevos actores, como las compañías de seguros, entraran en el mercado de derivados. De hecho, mientras no se produjeron impagos los CDS se convirtieron en un excelente negocio.

Este modelo generó enormes beneficios para sus participantes y contribuyó (aunque no fue la única causa) al elevado e insostenible crecimiento de la economía mundial entre 2003 y 2007. Además, el exceso de ahorro en las economías emergentes (sobre todo en China y los países exportadores de petróleo) y su escasez en EEUU incrementó los flujos de capital hacia EEUU, alimentando su déficit por cuenta corriente, y con él los desequilibrios macroeconómicos globales (en 2007 EEUU absorbió casi la mitad del ahorro mundial, el Reino Unido, España y Australia otro 20% y las reservas de los bancos centrales de los países en desarrollo superaron los 5 billones de dólares –1,9 billones en China–). Pero como la mayoría de las entradas de capital iban a parar al sector inmobiliario y no a otro tipo de inversiones más productivas, en última instancia el modelo se basaba en que los estadounidenses pudieran pagar sus hipotecas, lo que a su vez dependía de que el precio de sus viviendas siguiera subiendo, condición necesaria para que los hipotecados pudieran refinanciar su deuda contra el valor apreciado de su inmueble. Y la existencia de un mercado hipotecario subprime, en el que se otorgaban hipotecas a individuos con dudosa capacidad de pago, incrementaba los riesgos (también debe reconocerse que gracias a ese mercado muchos estadounidenses que anteriormente no tenían acceso al crédito, pudieron comprar un inmueble. Y algunos sí están pudiendo hacer frente a su hipoteca).

Aunque fuera posible prever que los precios inmobiliarios no podrían continuar subiendo indefinidamente, el elevado crecimiento de la economía mundial, la baja inflación, los bajos tipos de interés (negativos en términos reales) y la estabilidad macroeconómica (lo que se conoce como el período de “la gran moderación”) redujeron la aversión al riesgo. Ello llevó a un mayor apalancamiento, incentivó aún más la innovación financiera y las operaciones fuera de balance y dio lugar a lo que a la postre se ha revelado como una euforia irracional. Además, mientras duró el boom, no parecía existir la necesidad ni de revisar la regulación ni de modificar la política monetaria. Ninguna autoridad quería ser responsable de frenar el crecimiento. De hecho, la brusca bajada de tipos de interés de la Fed ante la recesión de 2001 (y el mantenimiento de los mismos en el 1% durante un año) fue considerada como una excelente maniobra para acortar la recesión en EEUU tras los ataques del 11–S. Sin embargo, hoy se interpreta como una política errónea que contribuyó a inflar los precios de los activos, sobre todo los inmobiliarios, impidiendo el ajuste que la economía estadounidense necesitaba para tener un crecimiento sostenible a largo plazo (también puede argumentarse, como hizo el presidente de la Fed Ben Bernanke con su hipótesis del Global Savings Glut, que China, con su elevada tasa de ahorro y su tipo de cambio intervenido y subvalorado, fue el auténtico causante de los desequilibrios externos estadounidenses). Por último, la idea de que los mercados financieros funcionan de forma eficiente y que los agentes son suficientemente racionales como para asignar de forma adecuada el riesgo (sobre todo si utilizan modelos matemáticos sofisticados) terminaban de legitimar el modelo.

Pero al final la confianza en el mercado fue excesiva porque Hyman Minsky tenía razón. Los mercados financieros son incapaces de autorregularse y tienden al desequilibrio, sobre todo tras largos períodos de crecimiento y estabilidad que incentivan los excesos y las Manías. El sistema financiero internacional es inherentemente inestable por lo que, según Minsky, no es posible escapar de crisis financieras periódicas, cuyas consecuencias serán más devastadoras cuanto mayor sea el período de crecimiento que las preceda.

Aún así, el desarrollo de la crisis no ha sido lineal y las decisiones, tanto técnicas como políticas, tomadas en el último año y medio han condicionado (y continuarán condicionando) su desarrollo, para bien o para mal. Por eso es esencial que las autoridades no repitan algunos de los errores cometidos y muestren el liderazgo suficiente para evitar un largo período de estancamiento. Algo que tanto el Reino Unido como el eurogrupo han empezado a hacer.

El estallido de la burbuja inmobiliaria en EEUU y las primeras quiebras derivadas del mercado subprime se remontan a agosto de 2007, cuando el aumento de la morosidad generó importantes pérdidas en las instituciones financieras. Desde entonces, la Fed ha recortado los tipos de interés y los bancos centrales de todo el mundo han inyectado liquidez al sistema bancario, lo que ha permitido contener la situación aunque no evitar la desaceleración ni recuperar la confianza en el mercado interbancario. En febrero y marzo de 2008, los rescates del banco comercial británico Northern Rock y del banco de inversión estadounidense Bear Stearns supusieron una primera llamada de atención sobre la gravedad de la crisis. Era la primera vez (en esta crisis) que un banco de inversión estadounidense era rescatado para evitar un colapso sistémico y que las autoridades británicas intervenían para evitar un pánico bancario.

Pero fue en septiembre de 2008, con la quiebra de Leeman Brothers, cuando la crisis alcanzó una nueva dimensión (el rescate de los dos gigantes hipotecarios estadounidenses, Fannie Mae y Freddie Mac, también puso de manifiesto que el colapso inmobiliario norteamericano era de enormes proporciones, pero ambas instituciones tenían un estatus semipúblico, por lo que era de esperar que el gobierno estadounidense utilizara fondos públicos para salvarlas). Dejar caer a Leeman Brothers ha sido, posiblemente, el mayor error que se ha cometido hasta la fecha y nunca se sabrá si el Tesoro estadounidense y la Fed no lo rescataron porque su visión pro–mercado (según la cual el Estado no debería ayudar a todas las instituciones financieras en problemas) les impidió analizar objetivamente las consecuencias de sus actos o porque no tenían información suficiente y adecuada para evaluar el impacto real de la medida. En cualquier caso, como Leeman Brothers era un actor tan relevante a nivel global su desaparición, además de generar enormes pérdidas para sus acreedores, congeló el mercado monetario estadounidense a corto plazo, un mercado de 2,5 billones de euros que las empresas de todo el mundo utilizan para financiar sus operaciones a corto plazo. El pánico global que desató la quiebra de Leeman Brothers también terminó de secar el mercado interbancario y dio lugar a una volatilidad en los mercados sin precedentes. La quiebra de una institución sistémica desataba una crisis sistémica.

El rescate y la nacionalización días después de American Internacional Group (AIG), la mayor aseguradora estadounidense, no sólo significó una redefinición del papel de prestamista de última instancia (las empresas de seguros en principios no se consideraban sistémicas, pero AIG se había introducido en el mercado de CDS), sino que introdujo todavía más incertidumbre sobre qué instituciones merecían ser rescatadas y cuales no. Ello obligó al gobierno Bush a lanzar el plan de rescate de 700.000 millones de dólares al tiempo que desaparecía la banca de inversión (Bear Stearns y Lehman Brothers ya habían quebrado, Merrill Lynch fue adquirida por Bank of America y Goldman Sachs y Morgan Stanley solicitaron la transformación en bancos comerciales, sujetos a mayor regulación y capaces de captar depósitos). Al mismo tiempo, el contagio alcanzó a Europa, con quiebras bancarias en el Reino Unido, el Benelux y Alemania, lo que aceleró acciones unilaterales que pusieron de manifiesto la falta de coordinación y la debilidad de la gobernanza económica europea.

Como explica Krugman, a quien se concedió el premio Nobel de economía en medio de la crisis, el sistema financiero está más integrado y apalancado que en cualquier momento de la historia. Por lo tanto, según iba cayendo el precio de los activos inmobiliarios y sus derivados y se iban haciendo públicas las pérdidas bancarias, las instituciones financieras se encontraban con demasiada deuda y poco capital. Entonces se veían obligados a vender parte de sus títulos (la falta de liquidez les impedía pedir nuevos préstamos a otros bancos), lo que deprimía aún más los precios y causaba nuevas pérdidas, además de dejar sin crédito al sector productivo. Este círculo vicioso de desapalancamiento y descapitalización era a la vez imparable y global. Solo una fuerte intervención pública podía frenarlo.

La respuesta a la crisis: el reto del liderazgo

Aunque esta crisis es la mayor desde el crash del 29, las dos son muy diferentes. En aquella ocasión la economía mundial experimentó deflación y las tasas de desempleo superaron el 20% en un momento en que los Estados no tenían redes de cobertura social como las que existen actualmente. Además, no había economías emergentes (entonces periféricas) capaces de aportar crecimiento y financiación al centro. Por lo tanto, aunque en los próximos años el desempleo crecerá y la inflación caerá es muy probable que la economía mundial pueda escapar de una depresión como la de los años 30. Y la razón fundamental es que se ha aprendido mucho de aquella crisis, sobre todo en el aspecto técnico. La asignatura pendiente continúa siendo la del liderazgo político.

De hecho, las autoridades no están repitiendo los dos errores más graves que se cometieron en los años 30 porque han internalizado las dos explicaciones más conocidas de la Gran Depresión, la de John Maynard Keynes en la Teoría general de 1936 y la de Milton Friedman y Anna Schwartz en Una historia monetaria de Estados Unidos, 1867–1960, publicada en 1963. Keynes explicó la Gran Depresión por la insuficiencia de demanda efectiva de la que sólo se pudo escapar mediante una política fiscal expansiva. Para Friedman y Schwartz el crash del 29 fue el resultado de una mala política monetaria de la Fed, que no inyectó suficiente liquidez en la economía a tiempo. Afortunadamente, como hemos visto arriba los bancos centrales están inyectando liquidez y los gobiernos están aumentando el gasto; es decir, Keynes, Friedman y Schwartz han sido escuchados.

Pero es la tercera explicación de la Gran Depresión, la del historiador Charles Kindleberger en El mundo en depresión, 1929–1939 (1973), de la que la comunidad internacional tiene más que aprender. Para Kindleberger, el crash bursátil se convirtió en una prolongada depresión por la falta de liderazgo de una potencia hegemónica mundial capaz de encargarse de la provisión de los bienes públicos necesarios para el mantenimiento de un orden económico liberal y abierto, incluida la provisión de un mecanismo que proporcione liquidez al sistema cuando se producen situaciones de crisis.[1] Durante la Gran Depresión el Reino Unido ya no era capaz de actuar como potencia hegemónica porque su imperio estaba en decadencia. Y EEUU, la potencia en auge, no quiso cargar con los costes de actuar como líder por razones políticas internas relacionadas con la doctrina Monroe del aislacionismo. Esta situación provocó un vacío de liderazgo que llevó a los países industrializados a poner en práctica políticas proteccionistas y devaluaciones competitivas que no hicieron más que extender y generalizar la crisis hasta el comienzo de la Segunda Guerra Mundial.

Aunque forjar y consolidar un liderazgo político fuerte en momentos de crisis es especialmente difícil, la economía mundial no tiene otra salida porque ante el pánico las soluciones técnicas no son suficientes para devolver la confianza a los mercados. El problema es que el mundo es multipolar y no existe una potencia hegemónica. Y además, el impacto de la crisis es asimétrico y está acelerando la reconfiguración del equilibrio de poder a nivel mundial en favor de las potencias emergentes, muchas de las cuales ven en la crisis tanto riesgos como una gran oportunidad para cambiar las reglas de juego del mercado global en su favor. Por ello el liderazgo sólo puede ser compartido y debe basarse en la cooperación internacional.

Afortunadamente, lo que en un principio fueron rescates ad hoc de instituciones financieras concretas y acciones unilaterales descoordinados se han ido convirtiendo en planes más amplios y con cierto nivel de coordinación, sobre todo en el eurogrupo. Además, el primer ministro británico Gordon Brown, el único presidente del G7 con conocimientos significativos de economía, se ha erigido en el líder político e intelectual tanto de los planes públicos de rescate como de la reforma del sistema financiero internacional.

Así, el pragmatismo parece haber vencido a la ideología, la negociación ha funcionado y se han terminado aprobando planes coherentes en casi todos los países avanzados, planes que coinciden tanto en la necesidad de recapitalizar el sistema bancario nacionalizando parcialmente la banca como en asegurar los créditos interbancarios. En este sentido es particularmente importante tanto la aprobación del plan estadounidense –que sólo fue aceptado por el Congreso tras la introducción de importantes enmiendas– como las clarificaciones posteriores del Tesoro, que finalmente aceptará nacionalizar temporalmente parte de la banca (los detalles técnicos sobre el sistema de subasta para adquirir los activos tóxicos del sistema bancario todavía no han sido aclarados). Todo ello tendrá un importante impacto en las cuentas públicas que, dependiendo de cómo respondan los mercados, verán incrementar su déficit y su nivel de deuda pública sobre el PIB en mayor o menor medida. Pero en cualquier caso, por el momento, el desembolso público para hacer frente a las pérdidas se estiman en el entorno del 5% del PIB combinado de EEUU y la UE, una cifra mucho menor, en proporción al PIB, que en anteriores crisis.

En definitiva, hacia mediados de octubre el emergente liderazgo europeo y las acciones concertadas habían permitido recuperar cierto nivel de confianza. Pero el capital seguía huyendo hacia activos seguros, el mercado interbancario seguía teniendo problemas y las causas estructurales de la crisis no habían sido resueltas. Además, el impacto del colapso financiera sobre la economía real será muy significativo durante 2009 por lo que el liderazgo compartido tendrá que continuar. El reto consiste en que incluya a las potencias emergentes en la inminente reforma de la gobernanza económica global. De hecho, además de jugar un papel importante en la modificación de los sistemas de regulación y supervisión financiera, las potencias emergentes serán la fuente principal de demanda si las economías avanzadas entran en recesión. Pero la decisión de aumentar el gasto es política y en el caso de China está ligada a la de reevaluar el tipo de cambio.

Conclusiones


La crisis financiera internacional, causada por el exceso de liquidez y la inadecuada regulación de un sistema financiero internacional muy integrado, ha colocado a la economía mundial al borde de la recesión. Además, las acciones unilaterales que los distintos gobiernos adoptaron en un principio pusieron de manifiesto la dificultad de la coordinación en un mundo económico multipolar y sin un liderazgo claro. Afortunadamente, se han aprobado paquetes de rescate y, bajo liderazgo británico, parece haberse forjado un consenso sobre la necesidad de recapitalizar el sistema bancario y asegurar los depósitos y los préstamos interbancarios. Ello no evitará la recesión, pero podría servir para que no sea profunda y duradera. En ese sentido, las lecciones de anteriores crisis han permitido a las autoridades reaccionar con cierta celeridad. Aún así, persisten importantes retos sobre cómo establecer un liderazgo compartido para dotar de mejores reglas a la globalización financiera.

Esta crisis tendrá consecuencias geopolíticas importantes, que todavía son difíciles de anticipar. Primero, la crisis significará un punto de inflexión en la globalización económica y pondrá fin al período de liberalización iniciado en los años 80 de la mano de Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Aunque la crisis no supondrá la debacle del capitalismo, el Estado recuperará legitimidad y poder en relación al mercado y el modelo liberal anglosajón perderá parte de su atractivo e influencia, especialmente en favor de los modelos de inspiración europea con mayor regulación e intervención pública. Segundo, la crisis acelerará el declive relativo de EEUU y el auge de las potencias emergentes en la economía mundial (que con sus fondos soberanos adquirirán multitud de activos en los países ricos), lo que posiblemente anticipará y hará más radical la reforma de las instituciones de gobernanza global. En este sentido sería importante integrar rápidamente a las potencias emergentes en las deliberaciones sobre las reformas de los organismos económicos internacionales con el fin de que sean partes activas del proceso y lo consideren legítimo. Para ello las economías de la OCDE deberían reconocer que necesitan contar con las potencias emergentes en el diseño de nuevas reglas globales. Pero al mismo tiempo, como es previsible que la crisis reduzca los precios de la energía y de las materias primas, algunas de las economías emergentes más antagónicas con occidente, como Rusia, Venezuela o Irán, podrían perder influencia.

Por último, la crisis supone una oportunidad para la UE en general y para el euro como moneda de reserva mundial en particular. Primero, porque es de esperar que la nueva arquitectura financiera internacional que emerja tras la crisis sea más similar a la de Europa continental que a la anglosajona, lo que supondrá una oportunidad para que la Unión adquiera un mayor liderazgo global si es capaz de hablar con una sola voz en el mundo. Segundo, porque esta crisis supone una oportunidad para que el euro continúe ganándole terreno al dólar como moneda de reserva internacional, lo que requiere que la estructura político–institucional de la eurozona sea lo suficientemente sólida. En definitiva, la crisis supone una oportunidad para la UE si ésta es capaz de utilizar la actual y difícil coyuntura para fortalecerse y mejorar su gobernanza económica interna.

EL VOTO HISPANO EN LA PRECAMPAÑA ELECTORAL NORTEAMERICANA 2007-2008


Juan Romero de Terreros

El mundo de las comunidades hispanas en Norteamérica es un complejo planeta en el que no solo conviven personas originarias de una veintena de países con marcadas diferencias étnicas, políticas, culturales, económicas y sociales, sino que además se encuentra condicionado por el respectivo momento histórico en que cada una de esas comunidades llegó a EEUU y por las razones que motivaron su inmigración. Hay comunidades que se remontan a la presencia española y mexicana en Norteamérica y hay otras que acaban de llegar, muchas veces de modo clandestino, en los últimos meses. Los hay que vinieron por razones políticas (mexicanos en los años 20 y 30, cubanos después de la revolución castrista y centroamericanos tras el largo conflicto de su región) y otros que vinieron por motivos económicos en busca de trabajo y una mejor educación para sus hijos. Dentro del mismo país de origen, como es el caso de Cuba, conviven razas diversas y distintos niveles económicos y motivaciones políticas. Todos estos factores inciden en este complejo mundo que, además, está fuertemente condicionado por la evolución de su integración económica, social y política.

Los datos más recientes del censo señalan que en julio de 2007 existían 45,5 millones de hispanos registrados en EEUU, lo que significó un aumento de 1,4 millones respecto a 2006. El estado donde la población latina experimentó un mayor crecimiento fue Carolina del Sur, con un aumento del 8,7%, seguido de Tennessee (8,1%), Carolina del Norte (7,8%), Georgia (7,1%), Alabama, Mississippi y Kentucky (7%), Arkansas (6,8%) y Luisiana (6,5%). No se cuentan los 3,5 millones de puertorriqueños de la isla boricua, ni la decena de indocumentados no censados. La cifra real de hispanos en EEUU debe rondar los 60 millones de personas en estos momentos. Aunque con un crecimiento menor, California continúa siendo el estado donde viven más hispanos, unos 13,2 millones de personas, seguido de Tejas con una población de 8,6 millones de latinos. Para mediados de siglo se da por descontado que el 30% de la población norteamericana será de origen latino.

La relevancia electoral de los hispanos

En las últimas décadas, la tendencia de la participación electoral de las comunidades hispanas ha ido creciendo. En 1980 votaron 2,5 millones de latinos; en 1996, 4,9 millones; en el año 2000, 5,9 millones; y en 2004, 7,8 millones de votantes, año en el que más de 10 millones de hispanos se habían registrado como electores. En las elecciones de 2008 van a poder votar teóricamente unos 18 millones de latinos, aunque probablemente lo hagan unos 10 millones.

El crecimiento demográfico latino no se ha traducido en un aumento equivalente de su participación electoral. Esta desconexión se explica por varios factores. Únicamente suelen votar en EEUU las personas de mayor nivel social y económico, los de más alto nivel intelectual y profesional, y las personas de edad media, categorías en las que los hispanos están infrarrepresentados. Además, la proporción de hispanos no ciudadanos norteamericanos es de las más altas entre todas las comunidades de origen externo. Asimismo, la alta concentración de hispanos en estados grandes y poderosos hace que los partidos tradicionales no hagan especiales esfuerzos de captación de su voto, porque la alta proporción de hispanos que no votan en esos estados hizo poco rentable ese esfuerzo hasta ahora.

Hasta las últimas elecciones presidenciales y las pasadas legislativas, estos eran los argumentos que se daban para explicar que el voto hispano no se correspondiera con la importancia demográfica latina en el país. La oficina del censo informó en el año 2005 que en las elecciones presidenciales de 2004 solo votó el 47% de los hispanos electores, comparado con el 60% de los afroamericanos y el 67% de los blancos no hispanos. Está claro que esta situación ha sufrido un cambio radical en los últimos cuatro años y que lo que era una constante histórica en el electorado hispano, su alta abstención electoral, puede cambiar radicalmente en las próximas elecciones, porque las comunidades hispanas han evolucionado rapidísimamente en ese mismo período de tiempo.

Existen factores propios de las comunidades hispanas que contribuirán a acelerar el incremento de la participación de los hispanos en los procesos electorales. Entre ellos pueden destacarse: el aumento de la edad de los hispanos; la mejora de sus niveles de empleo-renta y nivel educativo; la continuidad del crecimiento constante de nacimientos en esas comunidades; y el aumento paulatino de los naturalizados, especialmente en los últimos tres años. Las proyecciones más optimistas prevén unos 14 millones de hispanos inscritos y 10 millones de votantes efectivos en 2009.

Preferencias políticas

En las elecciones presidenciales, el voto latino ha sido tradicional y mayoritariamente en apoyo a los candidatos del Partido Demócrata. En 1988, Dukakis obtuvo el 65% del voto hispano, mientras que George Bush conseguía el 34%. En su primera presidencia, Clinton mantuvo el mismo nivel de voto hispano favorable al Partido Demócrata, mientras que el presidente saliente solo obtenía el 23% y perdía las elecciones. En el segundo mandato de Clinton, un 70% de hispanos apoyó su reelección, mientras que Dole tuvo el apoyo latino más bajo de la historia: el 22%. Algo cambió en las siguientes elecciones presidenciales, en las que Gore obtuvo el 62% del apoyo electoral hispano, mientras que George W. Bush superaba con un 35% de votos latinos el porcentaje que había obtenido su padre en 1988. En las siguientes elecciones, Kerry obtuvo el peor resultado en la historia del apoyo latino a los Demócratas, consiguiendo tan solo el 56% de los votos hispanos, mientras que George W. Bush obtuvo el récord de apoyo hispano a un candidato Republicano, con el 44% de sus sufragios. En las dos últimas elecciones, puede decirse que fue el voto hispano el que marcó la diferencia y permitió el triunfo del candidato a la presidencia del Partido Republicano, especialmente en 2004.

Conviene, sin embargo, señalar ciertos matices. El apoyo hispano a los partidos varía según las generaciones. Los hispanos de primera generación, más desligados de los debates políticos nacionales, generalmente apoyan en un porcentaje muy alto, casi del 32%, a candidatos independientes. La segunda y, sobre todo, la tercera generación de hispanos se identifican más claramente con los partidos y reducen su apoyo a los candidatos independientes hasta solo el 24,4% de sus votos.

En segundo lugar, la radicación geográfica de los electores hispanos también tiene relevancia para explicar sus preferencias electorales. Los latinos de Nueva York, California e Illinois suelen votar claramente a candidatos Demócratas. Los de Florida y Tejas suelen votar en una proporción muy alta a candidatos Republicanos. Un alto número de latinos indecisos en Illinois, Nuevo México, Colorado y Arizona suelen bascular su preferencia electoral entre uno y otro partido, o simplemente no votan.

El origen de cada comunidad hispana también predice en gran medida su voto. Generalmente, los puertorriqueños y mexicanos votan Demócrata, los cubanos votan Republicano y los puertorriqueños encabezan, junto con los mexicanos, la lista de los que respaldan a los candidatos independientes.

El voto hispano está, además, condicionado por lo que se ha denominado “alta ambivalencia ideológica”. Suelen los latinos apoyar a los Republicanos en temas éticos como la oración en las escuelas, el orden público, el régimen jurídico familiar, el rechazo al aborto, los derechos de los homosexuales, etc. Son, en cambio, partidarios del Partido Demócrata en cuestiones como la pena de muerte, la educación, la sanidad, la creación de empleo, la protección a la infancia y la asistencia a los inmigrantes indocumentados.

A pesar de estos matices, hay una serie de cuestiones en las que todos los hispanos están de acuerdo, cualquiera que sea su origen y ubicación geográfica, como, en muy destacado lugar, el derecho a la educación, y, más alejados, el empleo, la situación económica, las relaciones interraciales y la lucha contra la discriminación.

Otro rasgo característico del voto hispano tal como se ha manifestado hasta la fecha es su alta volatilidad, como prueba el caso de las elecciones de 2000 y 2004, en las que el incremento del apoyo al candidato Republicano entre el electorado latino, atraído seguramente por su promesa de ocuparse del tema migratorio y su vinculación familiar con estados de alta presencia hispana como Tejas y Florida, marcó la diferencia y permitió el triunfo de George W. Bush.

La actitud electoral hispana en la presente precampaña presidencial

A partir del año 2005, se ha producido una recuperación del interés de este electorado por el Partido Demócrata, siguiendo en esto la tendencia general del país. Se registra en estos años, por causa de las víctimas hispanas de la guerra de Irak, un mayor interés por la política exterior. Hay que señalar, además, que la crisis económica ha incidido sobre todo en los trabajadores latinos, que son el sector social donde el paro ha aumentado en mayor grado, con el inevitable empeoramiento financiero de estas comunidades para asumir sus deudas, en particular sus hipotecas. A ello se añade la paralización de la reforma migratoria federal por el poder legislativo, lo que ha dado como resultado una política migratoria casi inexistente si no es para reforzar su lado represivo. En el nivel estatal, ha aumentado el grado de acoso policial contra quienes cruzan la frontera sin permiso de las autoridades, y han proliferado en los estados fronterizos del suroeste bandas armadas como los Minutemen, los American Freedom Riders y los You Don’t Speak for Me, que han hecho de los inmigrantes hispanos el principal objetivo de sus acciones.

Según un estudio-encuesta de Paul Taylor y Richard Fry para el Pew Hispanic Center (PHC) publicado a finales de 2007, el 57% de los posibles votantes registrados hispanos se identifica como Demócrata, mientras que el 23% se declara partidario del Partido Republicano. Existe, por lo tanto, ahora mismo una diferencia de 34 puntos favorable al Partido Demócrata. En julio de 2006, la diferencia era del 21% mientras que habría que remontarse a 1999 para encontrar una diferencia similar a la actual.

Por lo que se refiere a las próximas elecciones presidenciales, se parte por lo tanto de una clara preferencia de los hispanos por el candidato del Partido Demócrata. Los votos hispanos, con todas las peculiaridades ya señaladas, son extraordinariamente importantes en una serie de estados donde su sufragio, de hecho cambiante y menos compacto que el de los afroamericanos, puede o no apoyar al candidato presidencial del Partido Demócrata.

En las elecciones de 2004, por ejemplo, el presidente Bush obtuvo el apoyo latino en cuatro estados clave: Nuevo México, con un electorado en el que los hispanos representaban el 37%; Florida, con el 14% de hispanos entre sus electores; y Nevada y Colorado, con el 12% cada uno. Estos cuatro estados van a seguir siendo claves en las elecciones de noviembre de 2008, donde el anterior apoyo al candidato Republicano puede oscilar y convertirse en apoyo al candidato Demócrata. Según el estudio del PHC, los hispanos favorecen la candidatura Demócrata por las siguientes consideraciones:

El 44% de votantes latinos considera que el Partido Demócrata es el que más se preocupa por las comunidades hispanas; el 8%, en cambio, considera que quien más se ocupa de los latinos es el Partido Republicano; pero un 45% considera que ni a uno ni a otro Partido le importan esas comunidades.

El 41% de los votantes hispanos consideran que son los Demócratas los que mejor pueden afrontar el problema de la inmigración de los indocumentados. Para el 14%, sin embargo, son los Republicanos los que mejor pueden hacerlo, mientras que un 26% considera que ni uno ni otro partido va a resolverlo. El 12% confiesa no saber cuál de ambas formaciones podría hacerlo.

Los temas que realmente importan a los latinos siguen siendo los ya mencionados, y por este orden: educación, salud, situación económica y criminalidad, e inmigración. Este último solía ser un problema en mayor grado para los millones de inmigrantes indocumentados que para aquellos que ya habían obtenido la naturalización, pero ahora se ha convertido en una de las prioridades para todas las comunidades hispanas, especialmente sus miembros más jóvenes. El 79% de los hispanos le otorgan gran importancia.

El 41% de los latinos considera que las políticas de la Administración Bush han sido perjudiciales para ellos, mientras que el 16% considera que han sido positivas y un 33% dice que la política de Bush no ha tenido especial incidencia sobre los hispanos.

El estudio también recoge la gran preferencia de los electores hispanos por la candidatura de Hillary Clinton, que contó con el 59% del electorado latino a su favor, frente al 15% de hispanos que apoyaban a Barack Obama a finales de 2007. Por lo que se refiere al candidato Republicano, aún no decidido en la fecha del estudio del PHC, McCain contaba tan solo con el 10% del apoyo hispano, mientras que el ex alcalde de Nueva York, Rudy Giuliani, obtenía el 35% de las preferencias latinas y el antiguo senador por Tennessee, Fred Thompson, conseguía el 13%.

Las próximas elecciones estarán fuertemente condicionadas por el número de hispanos que efectivamente se registren para votar –en principio podrían hacerlo 18,2 millones de hispanos– y por el modo en que los dos candidatos ya designados por ambos partidos superen los escasos porcentajes iniciales de apoyo latino que tenían al comienzo de la precampaña. Los estados clave, bien por la alta densidad de población hispana, bien porque en ellos puede cambiar fácilmente el voto latino de un partido a otro, son los siguientes: Nuevo México, Tejas, Arizona, Florida, Colorado, Nevada, California, Nueva York, Nueva Jersey, Connecticut e Illinois. En todos ellos el porcentaje de votantes hispanos superó el 6% en las elecciones de 2004 y George W. Bush ganó en los siete primeros.

Las primarias del Partido Demócrata

La precampaña arrancó, como se ha visto, con clara ventaja para el Partido Demócrata que se reflejó, además, en una participación de sus partidarios que superaba a la de los Republicanos. Este mayor interés por la alternativa política se tradujo también en los fondos obtenidos por los candidatos del Partido Demócrata, que por primera vez recaudaban más del doble que los del Partido Republicano.

En las primarias del Partido Demócrata, Hillary Clinton iniciaba su andadura con 15 puntos de ventaja sobre Barack Obama que se traducía, no obstante, en un reparto casi idéntico de los delegados Demócratas para ambos candidatos. La ventaja inicial de Clinton se explicaba por ser más conocida por el público y porque contaba con un equipo de campaña más profesional y una experiencia de tres décadas en el complejo mundo político norteamericano. El senador Obama, por su parte, se ha presentado como un candidato más joven que su contrincante y desvinculado de las lacras políticas de los dos últimos presidentes. Abanderaba el cambio político real y la superación de décadas marcadas por “la vieja política” que ha llevado a EEUU a la situación en la que se encuentra.

Respecto del electorado hispano, era muy clara la ventaja de partida de la senadora por Nueva York, hasta el punto de triplicar el apoyo de los hispanos frente a su rival. La larga precampaña que terminó a finales de mayo fue reduciendo esta ventaja a favor de Barack Obama, que ya en una encuesta del Gallup Poll Daily mostraba, a partir del 1 de mayo, cómo la ventaja de Obama sobre Clinton iba creciendo desde un 4% en la primera semana del citado mes al 16% en la tercera semana. Por lo que se refiere a los electores hispanos, la caída de la senadora por Nueva York también era evidente, ya que Obama contaba en la tercera semana de mayo con el 55% de la intención del voto latino frente al 44% de la intención de votos obtenida por la senadora Clinton. El crecimiento del apoyo a Obama fue especialmente importante entre los jóvenes quienes, tras 20 semanas de precampaña, inclinaron las preferencias Demócratas hacia el senador por Illinois.

Sin embargo, tanto la senadora Clinton como el senador Obama han mantenido puntos débiles en su programa por lo que al electorado hispano se refiere. La senadora por Nueva York, aparte de apoyar expresamente la guerra de Irak –algo que no favorecen precisamente los hispanos–, también votó por la construcción del muro fronterizo entre EEUU y México, cuestión que irrita especialmente a los latinos votantes en los estados del suroeste. Por su parte, el senador Obama, prácticamente desconocido para el electorado latino, carecía de un mínimo conocimiento de lo que las comunidades hispanas significan en este país, nunca ha viajado a América Latina ni apoya el Tratado de Libre Comercio que están negociando EEUU y Colombia. Llegó a decir que suspendería o renegociaría el Tratado Comercial firmado en 1994 entre EEUU y México. Sus preferencias por flexibilizar el trato político con el régimen cubano tampoco van a ayudarle para obtener el voto cubano en EEUU.

Ambos candidatos Demócratas tienen, por lo tanto, mucho que hacer para atraerse el voto del importante grupo electoral hispano. Las largas disputas de la precampaña no han ayudado precisamente a aclarar las dudas de un electorado, como es el hispano, indeciso y cambiante en alto grado respecto de sus decisiones políticas. La incidencia del factor racial en la precampaña, algo que no se había producido hasta la fecha, también ha hecho incrementar las dudas de los hispanos respecto del apoyo a la candidatura de Obama. No debe olvidarse que afroamericanos e hispanos son comunidades minoritarias que en este país compiten muy seriamente y no se complementan en absoluto.

Los resultados de la precampaña presidencial, por lo que al electorado hispano se refiere, reflejan con toda evidencia la clara victoria de la senadora Clinton sobre el senador Obama. La senadora por Nueva York consiguió en su estado el 73% de los votos hispanos, mientras que su oponente solo consiguió el 27% de los mismos. En el estado de Nueva Jersey, Clinton se hacía con el 70% del apoyo electoral hispano, mientras que Obama no pasaba del 30%. En California, otro de los estados de claro dominio electoral Demócrata en elecciones presidenciales, hasta la fecha, el 69% de los latinos apoyaba a Clinton, mientras que únicamente el 30% de ellos respaldó a Obama. En Florida, donde se votó aunque no se contabilizaron nada más que la mitad de los delegados por incumplir el estado las normas electorales de la precampaña, Hillary Clinton obtuvo el 61% de los votos hispanos, mientras que Barack Obama pudo llegar al 35% del respaldo electoral latino. Obama sí derrotó con claridad a Clinton en Illinois, su propio estado.

El electorado latino ante las próximas elecciones presidenciales

El triunfo del senador Obama en las primarias del Partido Demócrata va a plantear serias dudas al electorado latino, que hubiera preferido a la senadora Clinton como candidata. Además, el Partido Demócrata carece de una estrategia claramente definida para atraerse al electorado hispano, hasta el punto de que el presidente del Caucus Hispano del Congreso, Joe Vaca, hizo unas declaraciones el pasado 25 de mayo llamando muy seriamente la atención del Partido y sus representantes en el Congreso. La razón última de esas declaraciones radica en la actitud de los parlamentarios Demócratas respecto de la inmigración. Representantes del ala más conservadora de los Demócratas, como Heath Shuler de Carolina del Norte, han llegado a proponer que se intensifique la represión policial en la frontera del suroeste y se establezcan sanciones todavía más duras para los hispanos que trabajen sin documentación, así como que se castigue a sus empleadores. La propuesta de Shuler ha contado con el apoyo de Demócratas moderados que tampoco favorecen la adopción de una legislación integral sobre el tema migratorio que el presidente Bush prometió hace más de seis años y que los congresistas hasta ahora han eludido.

El senador Obama dijo en su precampaña que antes de un año desde su toma de posesión efectuaría una propuesta de legislación en ese sentido que, si persisten las dudas de los propios representantes Demócratas junto a las ya proclamadas de los Republicanos, difícilmente saldría adelante. Y esto es bien conocido de los votantes hispanos, que ante la situación crítica de la economía norteamericana han colocado el tema migratorio entre sus principales preocupaciones. Algunos representantes Demócratas del Congreso han señalado que para neutralizar el buen efecto que McCain tiene entre el electorado latino por su actitud en la cuestión migratoria y por su aureola de héroe militar, el Partido Demócrata necesita urgentemente aprobar algún tipo de medida sobre la inmigración que no sea solo la de la dura aplicación de las leyes represivas que ahora existen. En caso contrario, es más que probable que los electores hispanos no se movilicen para respaldar al candidato Obama, que tiene su más seguro apoyo entre los votantes hispanos jóvenes, precisamente quienes están más afectados por la ausencia de una legislación inmigratoria integral. Si los latinos comprueban que el Partido Demócrata no se diferencia en esta cuestión del Partido Republicano, votarán al senador McCain, que ha obtenido buenos resultados en estados clave en la precampaña electoral y ante el que no tienen reticencias raciales, o se quedarán en sus casas sin votar. Esta actitud tendría repercusiones indudables en Tejas, Arizona, Nuevo México, Nevada y Colorado, donde la diferencia de intención de voto entre los candidatos Demócrata y Republicano es reducida.

Conclusiones

En resumen, todo depende de una alta participación de electores hispanos, especialmente jóvenes, para que el candidato Demócrata atraiga la clara ventaja del voto latino que Hillary Clinton consiguió en la precampaña presidencial.

El electorado joven, entre los 18 y 30 años, supone el 30% del voto hispano total, un tercio más que el de los votantes blancos no hispanos en todos EEUU. Los esfuerzos de Obama deben dirigirse precisamente a ese segmento del electorado para superar con clara ventaja a su rival McCain en una serie de estados nuevamente clave como Florida, Nuevo México, Colorado y Nevada, donde el voto latino es imprescindible para determinar quién es el ganador en cada uno de ellos. Según el experto en opinión hispana Sergio Bendixen, el candidato Demócrata necesitaría que el 55% de los latinos de Florida le apoyaran y que el 65% del voto hispano en Colorado, Nevada y Nuevo México le respaldara para conseguir el triunfo definitivo.

McCain tendría muchas posibilidades de conseguir el triunfo en los estados de Nueva Jersey, California y Pennsylvania, donde el margen de victoria del senador por Illinois debería superar aún más los porcentajes anteriormente citados. Por ahora, las últimas encuestas de Gallup Poll Daily y un reciente estudio del New Democrat Network aseguran que Obama en estos momentos cuenta con un 62% de apoyo entre los hispanos a nivel nacional, frente al 29% que obtiene McCain en el mismo electorado. De mantenerse estos porcentajes, es indudable que Obama se alzaría con el triunfo el próximo mes de noviembre pero, como dice todo el mundo, quedan cinco meses de una campaña electoral que se anuncia de la mayor dureza y en la que el Partido Republicano apoyará hasta el final a su candidato.

QUÉ PIDE EL MUNDO AL NUEVO PRESIDENTE DE EE UU


Foreign Policy

El planeta está pendiente de lo que ocurra en Estados Unidos en noviembre porque, gane quien gane, se producirá un cambio gigantesco en la Casa Blanca que tendrá consecuencias globales. En vista de que sólo los estadounidenses están convocados a las elecciones presidenciales, FP edición española ha preguntado a nueve intelectuales qué espera el resto del mundo del vencedor y a quién votaría, si pudiera.

Unión Europea

José María Ridao

La UE espera dos cosas del ganador de noviembre: que deje de verla como un proyecto contrario a los intereses de EE UU y que restablezca el orden internacional.

Los dos mandatos del presidente Bush han provocado una profunda transformación de la realidad internacional, tanto en su dimensión política como estrictamente militar. Amparándose en un concepto equívoco como la guerra contra el terrorismo, abrió el camino para que prácticas propias de los regímenes autoritarios se instalasen en los Estados democráticos, poniendo en cuestión, entre otras cosas, la legitimidad y la eficacia de sus iniciativas diplomáticas contra los sistemas dictatoriales y ofreciendo un triunfo gratuito a sus oposiciones radicales y violentas. La estrategia se completó, además, con un desprecio de la legalidad y las instituciones internacionales surgidas tras la Segunda Guerra Mundial, lo que hizo que las relaciones entre Estados empezaran a dirimirse, cada vez más, en los términos del poder absoluto, no sometido a ninguna regla.

La innecesaria aventura de la guerra de Irak, a la que ahora se unen los errores en el planteamiento y el desarrollo de la de Afganistán, ha acabado afectando, ya en el plano militar, a la disuasión convencional sobre la que, en último extremo, se ha apoyado el mundo unipolar surgido tras el colapso de la Unión Soviética. Con Estados Unidos empantanado en conflictos que no ha perdido pero que tampoco ha ganado, el recurso a la fuerza ha perdido credibilidad y, por consiguiente, ha ampliado el margen de actuación de países como Irán y, también, de las oposiciones radicales en Pakistán y buena parte de las dictaduras árabes. Esa pérdida de la capacidad de disuasión convencional es una de las causas por las que la proliferación nuclear resulta más difícil de contener hoy que cuando Bush accedió a la Casa Blanca.

Salir de los conflictos que han arruinado la disuasión convencional es la única vía para abordar el principal problema actual: la proliferación nuclear

Como europeos, cabría esperar del nuevo presidente de Estados Unidos que su política internacional se dirigiera a restablecer el orden internacional gravemente deteriorado. Por una parte, reforzando el sistema multilateral que Bush despreció, aun a sabiendas de que el eventual nuevo equilibrio que pudiera alcanzarse sería más desfavorable a Washington que el que Bush encontró al inicio de su presidencia. Por otra, fijando una estrategia clara para salir de los conflictos que han arruinado la disuasión convencional. Sólo arrojando ese lastre se podría abordar con mayores garantías el que, seguramente, será el principal problema de los tiempos inmediatos: la descontrolada proliferación nuclear. Por último, cabría esperar una reconsideración de las relaciones con la UE, tratándola como un aliado y no como un proyecto perjudicial para los intereses norteamericanos.

José María Ridao es escritor y diplomático. Su último libro es Elogio de la imperfección (Galaxia Gutenberg, Madrid, 2006).

América Latina

Edmundo Paz Soldán

Sin duda, si pudieran, los latinoamericanos votarían a Obama, abierto a reformar las leyes de inmigración y las relaciones con Cuba.

Si los latinoamericanos pudieran votar en las elecciones de noviembre, su opción más clara debería ser, sin duda, Barack Obama. El candidato demócrata ha dado este año, en mayo, el discurso más ambicioso y concreto sobre una nueva política de Estados Unidos hacia la región. En ese discurso, Obama se ha mostrado dispuesto a una reforma de las leyes de inmigración que permita que muchos ilegales se conviertan en ciudadanos; en cuanto a la política con Cuba, al mostrarse abierto al diálogo, a cierta apertura que no castigue a los ciudadanos cubanos ni a sus familiares en EE UU, ha sido capaz de romper con una ortodoxia de casi medio siglo que apresa a los políticos estadounidenses como una camisa de fuerza, impidiéndoles soluciones creativas al problema; su política de libre comercio es algo confusa, pues el Partido Demócrata se ha vuelto más proteccionista y Obama no quiere perder el voto de las bases que, durante las primarias, se mostraron receptivas al discurso populista de Hillary Clinton. Con todo, lo importante es que demuestra un claro interés en América Latina, un deseo de no descuidar a un continente que se halla cada vez más distanciado de Estados Unidos.

En cuanto a John McCain, sus instintos guerreros lo llevarán a continuar con la obsesión de Bush en Irak. Si bien es uno de los pocos republicanos con una mirada humanitaria hacia el tema de la inmigración y está convencido de la necesidad de una reforma, el rechazo recalcitrante de su partido a este asunto lo ha obligado a endurecer su posición. De la misma manera, cuando habla de América Latina, lo hace con un rígido discurso en el que la seguridad de EE UU es prioritaria y la sutileza diplomática pasa a segundo plano: debe continuarse con el apoyo a Uribe en Colombia, no debe negociarse con Cuba, se debe ser más severo con Chávez y Morales.

Ésta ha sido una década perdida para las relaciones entre Washington y América Latina. Hay razones para pensar que las cosas cambiarán para mejor con una nueva Administración: son varios los temas urgentes en la agenda que no pueden seguir siendo postergados. Igual, hay que aceptarlo: para Estados Unidos hoy, embarcado en dos guerras sin fin cercano en el horizonte, América Latina no tiene la importancia estratégica que alguna vez tuvo.

Edmundo Paz Soldán es escritor boliviano y profesor de Literatura Latinoamericana en la Universidad de Cornell (Ithaca, Nueva York).

Rusia

Dmitri Trenin

El Kremlin opina que Obama sería mejor para EEUU, pero no tiene tan claro que sea un hombre de Estado consciente de lo que está en juego en el nuevo enfrentamiento con Moscú.

En los últimos meses, cuando se les preguntaba sobre sus preferencias en relación con el resultado de las elecciones presidenciales estadounidenses de este año, los principales dirigentes rusos decían siempre que estaban preparados para trabajar con cualquiera de los dos candidatos que resultara elegido. Sí, John McCain tenía una imagen mucho más dura que la de Barack Obama, que parecía ofrecer una nueva perspectiva sobre las políticas internacionales de Estados Unidos, pero había menos posibilidades de que los demócratas del Congreso sospecharan de un acuerdo con Rusia firmado por un gobierno republicano que a la inversa. En otras palabras, el Kremlin estaba de acuerdo en que Obama sería mejor para Estados Unidos, pero se declaraba agnóstico respecto a qué candidato sería mejor para Rusia.

La incursión de Georgia en Osetia del Sur y la abrumadora reacción de Rusia han alterado de forma trascendental la relación entre Moscú y la Casa Blanca. Hablar de una nueva guerra fría es una descripción poco apropiada; nos encontramos ante un enfrentamiento de un tercer tipo, más parecido en ciertos aspectos a la relación actual entre Washington y Teherán que a la antigua súper-rivalidad entre soviéticos y estadounidenses. Es una nueva situación, llena de conflictos y guerras locales en el perímetro de las fronteras rusas, pero también de mercados de valores, viajes internacionales e Internet. En estas circunstancias, Rusia tal vez tenga que escoger entre enfrentarse a un nuevo Kennedy o a un nuevo Reagan.

Como John F. Kennedy, Barack Obama promete un cambio para hacer que Estados Unidos sea más eficaz. En Rusia recuerdan a Kennedy como un gobernante responsable que alejó la perspectiva del conflicto y lanzó el proceso del control de armas en la guerra fría. Ahora bien, antes se había acercado al abismo nuclear más que nadie. Zbigniew Brzezinski, el máximo asesor de Obama en política exterior, es famoso por su decidido apoyo a que la OTAN se amplíe para aceptar a Ucrania y por su apasionada defensa de la independencia de Chechenia. Asimismo, en una ocasión, sugirió que Rusia se reorganizara como una confederación abierta.

John McCain, como Ronald Reagan en su primer mandato, se ha dedicado sin problemas a criticar al Kremlin. Pero en Moscú la gente recuerda que Reagan, caminando de la mano de Mijaíl Gorbachov por la Plaza Roja, desechó públicamente su propio concepto del imperio del mal y se mostró partidario de la disuasión y el control armamentístico. Los partidarios rusos de McCain consideran que su discurso sobre esta cuestión fue sorprendentemente constructivo. Eso no quiere decir, desde luego, que prefieran que gane McCain. Quiere decir que, sea quien sea el 44º presidente de Estados Unidos, tendrá que afrontar la realidad de una relación esencialmente de confrontación con una superpotencia nuclear y deberá probar que es un hombre de Estado consciente de lo que está en juego.

Dmitri Trenin es subdirector del Centro Carnegie de Moscú.

Irak y Afganistán

Barnett Rubin

La próxima Administración debe buscar una solución política con los insurgentes afganos y con los tres grupos iraquíes.

La diplomacia estadounidense ha estado paralizada por la retórica de la guerra contra el terrorismo, una lucha contra el mal en la que otros actores están “con nosotros o con los terroristas”. Semejante retórica impide un pensamiento estratégico sensato, porque equipara a los adversarios con un enemigo terrorista homogéneo. Sólo una iniciativa política y diplomática que distinga a los oponentes políticos de EE UU –incluidos los violentos– de terroristas de dimensión mundial como Al Qaeda podrá reducir la amenaza a la que se enfrentan Afganistán, Pakistán e Irak y dar seguridad al resto de la comunidad internacional. Ese plan tendría dos elementos en cada escenario de guerra. En Asia Central, buscaría una solución política con el mayor número posible de movimientos insurgentes afganos y paquistaníes, ofreciendo la inclusión política, la integración de las agencias [pastunes] de las Áreas Tribales de Pakistán –gobernadas de forma indirecta– en las instituciones políticas y administrativas del país, y el fin de las operaciones hostiles de las tropas internacionales a cambio de la cooperación contra Al Qaeda. En Irak, establecería como máxima prioridad la firma de un acuerdo entre los tres principales grupos: suníes, chiíes y kurdos.

Pero estos esfuerzos sólo tienen posibilidades de triunfar si se llevan a cabo en conjunción con serias iniciativas diplomáticas y de desarrollo que aborden la amplia variedad de cuestiones regionales y mundiales relacionadas con estas crisis, que ayudan a estimular, intensificar y prolongar los conflictos de Afganistán y Pakistán.

Tanto la Comisión Baker-Hamilton como el senador Barack Obama han pedido un refuerzo diplomático regional en el que todos los vecinos de Irak colaboren en la estabilización en la zona. Esa estrategia es igual de necesaria, si no más, en Asia Central. Afganistán lleva 30 años en guerra –un periodo más largo que el que va desde el comienzo de la Primera Guerra Mundial al desembarco del día D en Normandía, durante la Segunda Guerra Mundial– y ahora este conflicto está extendiéndose a Pakistán y otros países. La guerra y el terrorismo pueden seguir adelante y propagarse, incluso a otros continentes –como en el 11-S o el 11-M–, o provocar el desmoronamiento de un Estado con armas nucleares. Sin embargo, hasta ahora, no existe más marco internacional para afrontar el problema que las operaciones actuales en Afganistán, mal financiadas y mal coordinadas. El próximo Gobierno de Estados Unidos debería lanzar una campaña autorizada por el Consejo de Seguridad de la ONU para acabar con la dinámica cada vez más destructiva del Gran Juego en la región. En Afganistán están representados en estos momentos los conflictos entre India y Pakistán, Estados Unidos e Irán, suníes y chiíes, Rusia y la OTAN y muchos otros. Washington debe aprovechar la oportunidad de sustituir este Gran Juego por un nuevo pacto general para la región.

Barnett Rubin es director del Centro sobre Cooperación Internacional de la Universidad de Nueva York (Estados Unidos), y dirige el Programa de Reconstrucción de Afganistán del mismo centro.

Israel

A.B. Yehoshua

Si el próximo presidente de EEUU quiere ayudar a Israel, debe presionar para que se desmantelen las colonias judías en los territorios ocupados en la guerra de 1967.

Quisiera hablar en nombre de ese Israel que busca la paz y que quiere poner fin de verdad al conflicto con sus países vecinos. En mi opinión, ese Israel puede y debe no sólo esperar sino exigir algo muy sencillo al nuevo presidente que en enero de 2009 resida en la Casa Blanca: actuar con rotundidad valiéndose de todos sus medios para llevar a cabo la política que tradicionalmente ha defendido Estados Unidos en relación con el conflicto en Oriente Medio. Hasta ahora, los presidentes estadounidenses la han avalado e incluso se han comprometido a aplicarla, pero en la práctica han mostrado una debilidad preocupante a la hora de materializarla, y en ocasiones han obrado en contradicción con su propio discurso.

Los puntos fundamentales de esa política están claramente establecidos en la resolución 242 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, que fue aprobada por unanimidad hace ya más de 41 años, tras el fin de la guerra de los Seis Días. Esta resolución fue promovida por Estados Unidos y en ella se aunaban de forma clara criterios morales con otros basados en la racionalidad política.


La resolución 242 establece los siguientes puntos:

1. El reconocimiento de que la guerra de los Seis Días, también llamada del 67, fue un conflicto en legítima defensa por parte de Israel. Por tanto, la retirada de los territorios ocupados por el Ejército israelí en aquel enfrentamiento se hará solamente a cambio de un acuerdo de paz con los palestinos y con los países que iniciaron la guerra: Jordania, Egipto y Siria.

2. Los territorios de los que se retire Israel: [la península del] Sinaí, Cisjordania, Gaza y los Altos del Golán han de ser desmilitarizados para que, en el futuro, no supongan un lugar desde el cual se podría volver a atacar Israel.

3. Israel no tiene ningún derecho a anexionarse los territorios ocupados en esa guerra ni a establecer en ellos asentamientos de colonos.

4. Jerusalén mantendrá el mismo estatus que tenía antes de la guerra, con una parte israelí y otra palestina. Sin embargo, los judíos tendrán derecho a acceder libremente a sus lugares sagrados en la ciudad vieja, que se quedaría bajo el control de los palestinos o de los jordanos.

Éstos son los principios que establecía la resolución del Consejo de Seguridad, que los árabes rechazaron por completo y que Israel aceptó con ciertas reservas. Pero estos principios siguen constituyendo los únicos fundamentos morales posibles sobre los que establecer un acuerdo de paz entre Israel y los árabes.

EE UU ha sido un apoyo firme para Israel cada vez que se ha querido imponer al Estado hebreo una retirada de los territorios sin la contrapartida de un acuerdo de paz. En cambio, Washington no hizo nada para impedir que Israel sembrase de colonias y poblaciones los Altos del Golán, el Sinaí y, sobre todo, Cisjordania y la franja de Gaza. Estos asentamientos estaban destinados a bloquear una futura retirada de los territorios ocupados en 1967. Y Estados Unidos tampoco hizo nada para impedir que Israel unificase las dos partes de Jerusalén y convirtiese a la ciudad unificada en la capital del Estado.

Es cierto que la Casa Blanca ha proclamado siempre que las colonias judías son un obstáculo para la paz y nunca ha reconocido la anexión de Jerusalén Este y, por ello, su embajada está en Tel Aviv y no en Jerusalén. Sin embargo, a pesar de lo mucho que depende Israel de Estados Unidos y pese a la enorme ayuda militar y diplomática que ha recibido y recibe Israel de esta gran potencia mundial, Washington no ha ejercido una presión real y firme sobre Israel con el objetivo de impedirle realizar acciones unilaterales que, a fin de cuentas, no hacen sino frustrar cualquier posibilidad de alcanzar la paz de acuerdo con lo aprobado en la resolución 242 del Consejo de Seguridad.

Si el próximo inquilino de la Casa Blanca quiere ayudar de verdad a Israel a alcanzar la paz, deberá presionar para detener la construcción y ampliación de asentamientos y para que se desmantelen las pequeñas colonias. Y de esta forma apoyaría al Gobierno israelí, que teme dar el paso de una nueva evacuación de colonos. Estados Unidos tiene que ejercer una presión verdadera y enérgica sobre el Ejecutivo israelí para que inicie un nuevo desmantelamiento de colonias, ayudando así a cualquier Gobierno pacifista a preparar a la opinión pública para aceptar una evacuación de asentamientos dentro del marco de un acuerdo de paz; además, este paso supondría una clara señal para los palestinos, que verían que la paz es posible y que la visión de dos países independientes, Israel y Palestina, no es una mera frase hueca.

Abraham B. Yehoshua es escritor israelí. Su última novela se publicará en inglés en noviembre: Friendly Fire (Harcourt, Nueva York, 2008).

Mundo árabe

Nawal al Saadawi

El nuevo inquilino de la Casa Blanca debe abandonar su doble vara de medir los conflictos de Oriente Medio y renunciar al petróleo de la región.

Los árabes (si es que puedo hablar en su nombre) no quieren nada del próximo presidente de Estados Unidos, salvo que les deje en paz y renuncie al sueño de apropiarse del petróleo árabe en provecho del complejo militar nuclear americano-israelí. No me hago ilusiones respecto al nuevo inquilino de la Casa Blanca, ya sea Obama o McCain, demócrata o republicano: son producto del mismo sistema esclavista posmoderno (o sistema religioso racista patriarcal capitalista).

Creo que nadie va a liberarnos si no nos liberamos nosotros mismos. Tenemos que deshacernos de nuestros regímenes (dictadores) árabes que nos oprimen y trabajan junto a los poderes neocoloniales exteriores para explotarnos. Creo en nuestra propia fuerza para emanciparnos de forma colectiva y organizada, y también en nuestro poder de liberación individual, a partir del propio ser. Tengo que emanciparme como mujer, como escritora, como ser humano, y no esperar que algún poder divino o humano me libere. Y el próximo presidente de EE UU debería empezar por liberarse a sí mismo antes de poder libertar a los demás. El candidato vencedor, ya sea Obama o McCain, debería quitar de su mente el velo de mentiras y engaños del juego político mundial. Tendría que darse cuenta de que será presidente tras jugar a eso que llaman elecciones libres. Al igual que [en el caso del] libre mercado, se trata de la libertad de los poderosos para dominar a los menos poderosos.

Durante la campaña presidencial, Obama ha estado renunciando a sus principios para ganar fondos y votos (votos cristianos, judíos y capitalistas). En uno de sus discursos, dijo que la seguridad de Israel es la seguridad de EE UU y que está preparado para usar su poderío militar en defensa de Israel. ¿Y qué hay de la seguridad de los palestinos que han perdido su tierra, sus hogares y sus familias? Nada, salvo palabras falsas y vacías sobre el denominado proceso de paz.

Barack Obama es menos racista, menos patriarcal, menos capitalista y menos militarista que McCain. Se opuso al conflicto de Irak, pero puede recurrir a la guerra si beneficia a EE UU e Israel

Obama es menos racista, menos patriarcal, menos capitalista, menos sexista y menos militarista que McCain. Se opuso a la guerra de Irak por motivos relacionados con los intereses de Washington. Pero puede recurrir fácilmente a la guerra si es en beneficio de EE UU e Israel. El próximo presidente no debería entrometerse en la vida de los otros pueblos mientras mantenga su identidad y su mentalidad americana, judeocristiana y colonial. Le pediría que liberase su mente de la dependencia del petróleo árabe, que se conforme con su propio crudo o busque otras formas de conseguir energía que no consistan en matar gente en nuestra región. El oro negro es lo que llevó a Israel a invadir Palestina por la fuerza, y lo que hace que la sangre siga corriendo en Irak, Palestina, Darfur, Irán, Afganistán y otros lugares.

Le pediría al próximo inquilino de la Casa Blanca que deje el petróleo iraquí para los iraquíes, que no les imponga la Ley del Petróleo, que otorga a Estados Unidos el monopolio sobre este recurso durante 30 años. Le preguntaría: ¿por qué EE UU sigue teniendo armas nucleares mientras impide a otros tenerlas? ¿Por qué Israel sí las tiene? Obligasteis a todos los países de nuestra región –incluyendo a Egipto– a abandonar sus programas nucleares, incluso por motivos sanitarios. Es hora de acabar con este doble rasero… Y le diría que parase de hablar de democracia, derechos humanos, desarrollo, civilización, derechos de la mujer, espiritualidad, moralidad, Dios y valores cristianos…, que dejase de utilizar estos eslóganes para encubrir las guerras económicas y militares [de EE UU]. Hemos descubierto este juego. Sea creativo, intente otro.

Nawal al Saadawi es psiquiatra, escritora y feminista egipcia. Fue candidata independiente a la presidencia de su país, y acaba de publicar en inglés la obra de teatro God Resigns at the Summit Meeting (Saqi, Londres, 2008), prohibida en Egipto.

Irán

Ramin Jahanbegloo

El cambio que promete Obama atrae a muchos en Irán. Creen que podría poner fin a décadas de tensión con EE UU. Pero los halcones de ambos lados se lo pondrán difícil.

Desde la revolución iraní en 1978, las relaciones entre Teherán y Washington han sido siempre tensas y, en ocasiones, intensamente hostiles. Con la posible excepción de una breve distensión con el Gobierno del presidente Jatamí a finales de los 90, la Administración estadounidense no ha sido nunca capaz de establecer relaciones diplomáticas normales con el régimen islámico revolucionario de Teherán. A lo largo de la crisis de los rehenes de 1979-1980, durante la guerra entre Irak e Irán en los 80 y, ahora, ante el dilema del enriquecimiento nuclear, Estados Unidos ha tratado a Irán como un Estado deshonesto dirigido por un Gobierno fundamentalista. El régimen de los ayatolás apoya a las milicias que actúan en Irak y sus dirigentes amenazan a Israel y niegan el Holocausto.

Ahora, la pregunta del millón es: ¿podrá Obama cambiar la política de Washington respecto a Irán? ¿Y qué piensan los iraníes de él como presidente? Obama cree que Estados Unidos no ha agotado sus opciones no militares para afrontar la amenaza iraní. Quizá por eso, unos pocos meses antes de las elecciones presidenciales estadounidenses, muchos iraníes opinaban que la victoria de Obama sería el mejor resultado para la política de EE UU respecto a su país. Su candidatura ha suscitado entre los iraníes mucho interés, pero también pesimismo.

Algunos creen que, debido a sus antepasados africanos y sus lazos familiares con la religión musulmana, e incluso a su segundo nombre, Husein (el nieto del profeta Mahoma y una figura venerada en el islam chií), Obama hará todo lo posible para que Washington ponga fin a 30 años de tensiones con Teherán. Para este grupo, la traducción de su nombre al farsi sería Oo ba ma (Él está con nosotros). Por el contrario, los pesimistas recuerdan lo que sucedió en los 70, cuando Jimmy Carter venció en las elecciones y presionó para que hubiera en Irán libertad de expresión, lo que desembocó en una revolución islámica. Estos iraníes, contrarios al régimen, prefieren claramente la victoria de McCain. En cuanto a los responsables del Gobierno, desde luego son partidarios de que gane McCain, porque creen que, si continúa el enfrentamiento con Estados Unidos, les será más fácil conservar su popularidad como antiamericanos y antiimperialistas en el Oriente Medio musulmán. Ahora bien, el lema principal de Obama es el cambio, y cambio es lo que piden muchos iraníes.

Pero la pregunta evidente que se me ocurre es: si Obama resulta elegido presidente y acepta negociar con Irán, ¿cómo reaccionará el régimen iraní? ¿Y hasta qué punto podrá hacer frente a los sectores de Washington que ya están en guerra contra la República Islámica de Irán? Obama tendrá que enfrentarse a adversarios difíciles tanto en Irán como en su propio país. Hay muchas incertidumbres y es difícil ver indicios de que una presidencia de Obama pueda mejorar las relaciones con Irán de manera sustancial.

Ramin Jahanbegloo es filósofo iraní y profesor de Ciencia Política en la Universidad de Toronto (Canadá) e investigador en el Centro de Ética de la misma institución.

China e India

Parag Khanna

Los dos gigantes de Asia exigen el reconocimiento definitivo de su nuevo estatus mundial y, en especial, de su influencia en Afganistán.

China e India –no existe ‘Chindia’– quieren cosas muy distintas del próximo presidente de Estados Unidos, pero sus intereses se cruzan y se oponen en muchos asuntos y lugares. La condición de superpotencia de China ha quedado ratificada por su triunfante actuación olímpica, pero su inclusión en la élite diplomática [el derecho a sentarse en la misma mesa] con Estados Unidos y las potencias europeas no está todavía del todo clara. La integración en la Agencia Internacional de la Energía sería un buen principio, porque podría ayudar a controlar la competencia por los recursos desatada entre los gigantes sedientos de energía. China –como su aliado al otro extremo de la Ruta de la Seda, Irán– quiere también tener un papel más formal en la solución para Afganistán, que reconozca su necesidad a largo plazo de enviar mercancías a Occidente y trasladar recursos energéticos a Oriente a través de la turbulenta región central.

India, en cambio, quiere que Estados Unidos ratifique su histórica y renovada relación estratégica con Afganistán, sobre todo en la medida en que ayuda a contener las ambiciones de Pakistán respecto a este último país, que siempre se han contrapuesto a su supuesta alianza con EE UU. Y lo que es más importante, India quiere que Washington garantice que el acuerdo sobre la energía nuclear para usos civiles que se negocia desde hace mucho tiempo se complete, con el fin de que la tácita coalición estratégica entre Estados Unidos e India para limitar el ascenso de China pueda avanzar.

A medida que las economías india y china siguen creciendo, ambos países desean no sólo tener la influencia diplomática necesaria para bloquear acuerdos comerciales mundiales –como se ha visto con el fin de la ronda Doha de la OMC–, sino también fijar las condiciones. No más liberalizaciones unilaterales que protejan a los campesinos estadounidenses (y europeos) mediante subsidios agrarios permanentes, no más manipulación de los derechos de propiedad intelectual para patentar antiguas técnicas médicas orientales, y no más pactos secretos que pretendan abrir brechas en la alianza, cada vez más poderosa, de los países en vías de desarrollo en defensa de sus intereses.

China encarna más que nadie la exigencia de los países orientales de que Estados Unidos los valore en sus propios términos. Los chinos quieren que Washington abandone sus afirmaciones de que la democracia occidental es un modelo superior de crecimiento y estabilidad, cuando la propia China –y otros muchos países de Asia y Oriente Medio– están demostrando lo contrario. Por otra parte, los indios quieren que se valore su democracia y creen que esa cualidad hace que los países occidentales tengan más vínculos con ellos que con la vecina y más poderosa China. La cuestión es saber si la Casa Blanca puede escoger una política exterior que sea neutral entre ambos y, en ese caso, qué amistad valorará más.

Dadas las declaraciones duras pero huecas de los republicanos sobre política exterior, una presidencia de Obama tendría muchas más probabilidades de conseguir mantener el equilibrio y satisfacer a los dos gigantes asiáticos. Pero lo que él y el pueblo estadounidense necesitan saber por encima de todo es que, en el mercado geopolítico del siglo xxi, si China e India no consiguen lo que quieren de Estados Unidos, no hay duda de que lo conseguirán en algún otro lado.

Parag Khanna es investigador titular en la New America Foundation y autor de The Second World: Empires and Influence in the New Global Order (Random House, 2008), que será publicado en España por Paidós en 2009.

África

Ayaan Hirsi Ali

El nuevo inquilino de la Casa Blanca debe alejarse de los gobiernos corruptos y tiránicos del continente y educar a las masas sobre las ventajas de un gobierno democrático.

La segunda mitad de la pregunta es fácil de responder. Los africanos, si pudieran, votarían por Obama. Hijo de un keniano y criado por una madre separada, la figura de Obama se ha vendido como la de un héroe africano que ha trabajado mucho para llegar hasta donde está hoy. Es un padre y esposo devoto y un maravilloso modelo para los niños negros de todo el mundo, en especial de África.

África no es monolítica. Como en todos los demás continentes, la gente tiene intereses distintos. Algunos de sus habitantes quieren que el próximo presidente anime a los estadounidenses a invertir en su continente. Otros son partidarios de [que les otorguen] más ayuda. Ambos candidatos se han comprometido a erradicar la malaria y el sida en África; un gesto generoso y honorable que salvará las vidas de millones de sus pobladores. Pero lo que los africanos necesitan verdaderamente del nuevo inquilino de la Casa Blanca es que Estados Unidos se distancie, en el terreno diplomático y en el económico, de los gobiernos africanos corruptos que violan los derechos humanos y roban los recursos naturales de sus países para su uso personal. A los jóvenes del continente les interesará saber cómo funciona la democracia estadounidense y aprender de ella. Su Constitución y su sistema de equilibrio de poderes es un modelo que a los africanos les gustaría copiar, si supieran en qué consiste.

A los jóvenes del continente les interesará saber cómo funciona la democracia estadounidense. Su Constitución y su equilibrio de poderes es un modelo que les gustaría copiar, si supieran en qué consiste

Las ideas sobre la forma de gobernar que existen hoy en África son, en su mayor parte, perniciosas. Después de décadas de mal gobierno por parte de hombres acostumbrados a hacerse con el poder por la fuerza, muchos africanos han preferido buscar refugio en el viejo y conocido sistema tribal. Algunos, carentes de educación, creen en supersticiones como que un baile puede atraer la lluvia o que acostarse con una virgen puede curar el sida. Muchos otros han sucumbido a la teología islámica radical transmitida por los agentes wahabíes procedentes de Arabia Saudí. Aunque en África están presentes muchas ONG occidentales, sobre todo estadounidenses, que ofrecen su ayuda de todas las formas posibles, no se ha puesto en marcha ningún programa sistemático para educar a las masas sobre las ventajas de tener un modelo democrático que funcione como es debido. Un modelo como el de EE UU que trascienda la raza, el color, el sexo y la clase, y que tenga como puntos de partida la libertad y la igualdad para todos. No digo que los estadounidenses lo hayan conseguido del todo; tampoco digo que sea fácil transplantar ese sistema a la compleja realidad política de África. Sí sé que hay millones de africanos que admiran a Estados Unidos, un país en el que un joven negro cuyas raíces se encuentran en Kenia puede ser designado candidato a la presidencia por un gran partido político exclusivamente en función de sus méritos. Muchos africanos confían más en EE UU, que no tiene historia colonial, que en los antiguos colonizadores europeos y los modelos de gobierno que dejaron en herencia.

Ayaan Hirsi Ali, ex parlamentaria holandesa de origen somalí, es investigadora en el American Enterprise Institute (Washington, EEUU).