1 de diciembre de 2008

LA OSCE Y LA DEMOCRATIZACIÓN DE LAS FUERZAS DE SEGURIDAD


Manuel Marión

La actual Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) sucede a la antigua Conferencia de igual nombre (CSCE) creada en 1975 para fomentar el diálogo y cooperación entre el Este y el Oeste. Los tres escenarios –dimensiones– de actuación en los que se articuló inicialmente –el político-militar, el humano y el económico– persisten hoy en día, aunque las fronteras que separan las tres dimensiones son cada vez menos visibles, entremezclándose y solapándose las actividades multidimensionales.

Dentro de las actividades de la OSCE, una de las actividades que mayor atención ha atraído en los procesos de estabilización político-social y fortalecimiento democrático ha sido la policial. La OSCE ha desplegado expertos policiales en sus oficinas de Kosovo, Serbia, Montenegro, Skopje (ARYM), Albania, Georgia, Yerevan (Armenia), Baku (Azerbaiyán), Bishkek (Kirguizistán) y Dushanbe (Tayikistán). Además de estas 10 misiones, la OSCE tiene otras nueve misiones en el sureste y este de Europa, el Cáucaso y Asia Central que, si bien no tienen específicamente un mandato en el campo policial, muchas de sus actividades están estrechamente interrelacionadas con la función policial debido a que tienen que ver con el fortalecimiento de las instituciones democráticas, derechos humanos o minorías nacionales.

En el año 2002, y para apoyar estas actividades y los procesos de reforma o asistencia policial a países en transición, la OSCE creó, en el Secretariado de Viena, un departamento llamado “Unidad de Asuntos Estratégicos de Policía”.

La formación, estructura y filosofía de empleo de la policía en países en transición a la democracia en los que participa la OSCE difieren en gran medida con respecto a la policía que conocemos en la Europa occidental. La principal diferencia obedece a que en muchos de los países en transición, la policía no parece estar al servicio del ciudadano, sino exclusivamente al servicio del gobierno. Con mayor o menor intensidad en cada país, hay una confusión intencionada entre Estado y ciudadano, que hace que la policía no organice su estructura ni su actividad en función del servicio al ciudadano, sino en el servicio a los intereses del gobierno. El resultado de muchos años de aplicar esa filosofía de actuación ha sido un distanciamiento entre policía y ciudadano, una falta de relación y, como consecuencia, de entendimiento mutuo y de cooperación: una ausencia de confianza y una actitud de indiferencia, cuando no hostilidad, entre ciudadano y policía.

No se pretende con esto criticar a los cuerpos policiales sino constatar la existencia prolongada de un estilo de actuación que les ha venido impuesto y que forma parte de un comportamiento que afecta prácticamente a todas las instituciones públicas donde el funcionario investido de autoridad –y en el caso de la policía, de la fuerza– hace uso y –muchas veces– abuso de la misma. En este marco, es normal que los ciudadanos de países en transición rechacen ese comportamiento policial heredado que se retroalimenta con la corrupción y que merma la eficacia policial. También hay que decir que las fuerzas policiales siguen padeciendo una escasez de medios pareja a la escasa atención de sus reivindicaciones profesionales y, sobre todo, carecen de mecanismos externos independientes que controlen los servicios policiales de una manera sistemática para atender y, en su caso, corregir las desviaciones, abusos o la falta de eficacia según criterios estandarizados.

La OSCE trabaja para inculcar los valores de las policías democráticas a unas organizaciones que ya disponen de principios jerárquicos y disciplinarios pero que necesitan complementarlos con unos valores perfectamente compatibles. En concreto, la OSCE se ocupa de reformar las estructuras y procedimientos policiales, poniendo énfasis en sus relaciones con la comunidad, en la responsabilidad y transparencia en sus actuaciones y, lógicamente, en el respeto a los derechos humanos.

La primera prioridad se refiere al establecimiento de un sistema de interacción entre la policía y el ciudadano. Es lo que se ha venido llamando en su término en inglés community policing, que traducido –algo superficialmente– al español sería “policía de proximidad o de barrio”, pero cuya filosofía tiene un trasfondo que implica, en algunos casos, una profunda reestructuración de la policía. Y es que el término y práctica anglosajona del community policing incluye, por una parte, una gran descentralización administrativa de la policía junto con una delegación de autoridad a los agentes de policía que patrullan las calles y, por otra parte, la participación de los ciudadanos en el proceso de planeamiento de la seguridad ciudadana mediante sus asociaciones cívicas y las organizaciones no gubernamentales. Las inquietudes ciudadanas se transmiten a los agentes de policía designados mediante reuniones regulares y los ciudadanos pueden llegar a comprender mejor por medio de estos mecanismos la labor policial y sentirse partícipes de la seguridad ciudadana.

En segundo lugar, la responsabilidad ante instancias superiores y la transparencia son dos pilares sustanciales de la policía democrática. El término accountability se refiere a que la policía debe someter sus actuaciones a la inspección de un órgano superior, independiente, que pueda poner en tela de juicio determinadas prácticas o costumbres policiales, o una actuación concreta, o medir la eficacia policial y proponer las medidas correctoras oportunas. Es el cometido de una “inspección general”. Por otra parte, la transparencia se refiere a la información y comunicación policial al público de manera sistemática sobre sus actuaciones y servicios.

La tercera característica de una policía democrática agrupa una serie de importantes cuestiones como son el respeto a los derechos humanos y las libertades públicas, lo que implica un equilibrado uso de la fuerza de la que la policía está investida. Aquí reviste especial importancia el respeto por las minorías y su integración en la policía, cuestión que es crucial en muchos países en transición (Bosnia, Georgia, Serbia, Armenia, etc.) y que también lo es ya en muchos países democráticos debido a los flujos migratorios.

Para prestar apoyo técnico a la asistencia policial, la OSCE creó la Unidad de Asuntos Estratégicos de Policía (Strategic Police Matters Unit, o SPMU). La Unidad tiene funciones institucionales y de apoyo operativo. Entre las primeras, la SPMU asesora a la Presidencia de turno y al secretario general en cuestiones de índole policial, y colabora con otras instituciones de la OSCE (ODIHR y el Alto Comisionado para las Minorías Nacionales). La SPMU da respuesta a los mandatos (contenidos en Decisiones Ministeriales y del Consejo Permanente) referidos principalmente a la lucha contra la delincuencia organizada, el tráfico de drogas y el de seres humanos. Hay que destacar que la OSCE juega un papel secundario y de apoyo a otros organismos internacionales que tienen una función más expresamente definida en la lucha contra el delito (la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito –ONUDD–, INTERPOL, Europol y otros). La OSCE se limita a recordar a los países participantes sus compromisos adquiridos en los acuerdos internacionales (por ejemplo la –así conocida– Convención de Palermo contra el crimen organizado), asesorando y organizando ejercicios para facilitar la adaptación de sus normativas nacionales a dichos acuerdos. También, y para facilitar la cooperación policial y el diálogo, la SPMU organiza numerosas reuniones y conferencias internacionales: algunas sobre asuntos políticos en Viena y otros sobre asuntos policiales sobre el territorio de los Estados miembros.

Funcionalmente, la Unidad está formada actualmente por 12 miembros, siete de ellos policías de varios países de la OSCE, y sus funciones se centran en el estudio de las peticiones de asistencia mediante la realización de misiones de evaluación sobre los servicios y organización policial en los países miembros que lo solicitan. Su gestión incluye la selección de recursos humanos –policías y expertos en el campo policial–, la preparación de proyectos y programas, la captación de fondos para la financiación de los mismos y el seguimiento de las misiones, pero no incluyen la ejecución de los proyectos porque cada misión de la OSCE funciona de forma independiente y los jefes de las Misiones de la OSCE dependen directamente del Consejo Permanente, rindiendo cuentas solo al embajador representante del país que ostenta la presidencia de la OSCE en esos momentos.

Otras funciones de la SPMU menos visibles pero muy necesarias en los países donde actúa es la elaboración de material didáctico, como el “Libro Guía de la Policía Democrática” y el “Manual de Buenas Prácticas sobre las relaciones Policía-Comunidad y sobre la Formación Básica Policial”. También, se ocupa de apoyar los expertos de policía desplegados por la OSCE mediante el almacenamiento y difusión de material policial en la librería digital conocida por POLIS (Policing on Line Information System, o www.polis.osce.org), donde cualquier policía y experto de policía de la OSCE puede obtener información sobre sistemas de entrenamiento y cursos de especialización en distintos campos policiales. Este sitio web, mantenido por la SPMU, contiene además una base de datos de expertos policiales para ser llamados a misiones OSCE, así como un calendario de actividades e información sobre cuerpos de policía de los países miembros. A las anteriores se van añadiendo nuevas funciones, particularmente la organización de conferencias y seminarios on-line, y el establecimiento de portales específicos sobre delincuencia organizada y lucha contra la explotación sexual del menor en Internet y, últimamente, la valoración de las lecciones aprendidas en los proyectos de asistencia policial en el sureste europeo.

La asistencia técnica de la OSCE a países en transición

Los mandatos de asistencia policial de la OSCE varían según el acuerdo de entendimiento alcanzado con el país anfitrión.[1] La OSCE tiene una gran experiencia en procesos de asistencia y reforma policial en los Balcanes.[2] En las misiones OSCE de Croacia (ya finalizada en lo referente a la policía), Kosovo, Serbia, Skopje, Montenegro o Albania, la actividad en el terreno policial ha sido –y es– no sólo una de las principales, sino quizá la más sobresaliente. Menos intensa pero creciente, es de destacar la asistencia técnica policial que se presta en regiones más alejadas de España, como el Cáucaso (Armenia, Georgia y Azerbaiyán) o Asia Central (principalmente Kirguizistán, pero también de forma esporádica en otros países de la región como Uzbekistán, Tayikistán, Kazakistán y Turkmenistán). En el momento de escribir este artículo, la OSCE está debatiendo las modalidades de su asistencia a Afganistán, dado que siendo un país no miembro de la organización (es miembro “asociado”), existen serias divergencias de opiniones entre los países miembros, que no han sido todavía conciliadas en el Consejo Permanente. La asistencia técnica policial, particularmente en el terreno de la formación antinarcóticos, se baraja como una de las posibilidades.

La asistencia se presta dando asesoramiento a los Ministerios del Interior y a los órganos superiores de la policía y, también, a unidades operativas y centros de formación. En el fondo de la asistencia técnica policial de la OSCE siempre subyacen los principios de una policía democrática descritos anteriormente (relaciones con el ciudadano, respeto a los derechos humanos, responsabilidad y transparencia). Basados en estos pilares, se asiste en campos muy diversos de la función policial, desde el asesoramiento en la organización, despliegue y servicio, a la formación policial básica y especializada, pasando por cursillos en materias consideradas de interés primordial para la capacitación policial. Entre éstas se pueden citar todas aquellas actividades formativas en materia de investigación, análisis criminal, escenario del crimen –recogida de pruebas– y policía científica. También se imparten cursillos de policía de tráfico y se estudian las herramientas de lucha contra el crimen organizado transnacional, incluyendo la facilitación de contactos con los cuerpos de policía de países vecinos, con el fin de sentar bases para mejorar la cooperación policial internacional.

Pero siendo la OSCE lo que es, una organización política para el diálogo y la cooperación tendente a la prevención de conflictos, el énfasis de pone muy a menudo en el entendimiento entre las mayorías y las minorías nacionales, de forma que el policía es formado en el respeto a las diversas comunidades donde va a trabajar. A su vez, siempre se trata de que sean cuerpos de policía multiétnicos, aunque de todos es sabido que esto es una carrera de resistencia, dados los obstáculos que hay que superar. Este ha sido y sigue siendo uno de los principales caballos de batalla en muchas de las misiones OSCE.

En este sentido, todos conocemos el panorama que asoló a los Balcanes en los años 90. Menos conocida pero igualmente problemática es la situación en el Cáucaso (particularmente en la región de Osetia del Sur, en el norte de Georgia, escenario de recientes combates) o en la zona de Transdnistria, en el este de Moldavia, entre otras zonas donde existen conflictos más o menos durmientes, relacionados con diferentes nacionalidades conviviendo en el mismo territorio. En algunas de estas zonas, declaradas unilateralmente independientes, se han desarrollado instituciones pseudogubernamentales, incluyendo algunas de policía. La OSCE, independientemente de la valoración política de estos hechos y en su función de prevención de conflictos, siempre ha intentado que las policías existentes respeten los derechos humanos y se desarrollen en el marco de los tres pilares citados. Incluso se han hecho intentos de facilitar la cooperación policial para evitar que la delincuencia organizada transnacional se aproveche de los vacíos existentes para traficar ilícitamente en estas zonas. Del mismo modo, otros programas de la OSCE complementan la asistencia policial con reformas en los sectores judiciales, penitenciarios o fiscales entre otros, de forma que los programas adopten un enfoque más integral.

En cuanto a recursos humanos y financieros se refiere, la OSCE cuenta con mecanismos para captar fondos y personal de los Estados miembros. El sistema de financiación de las actividades que se desarrollan en las misiones OSCE está dotado de cierta flexibilidad. Como regla general, existe un presupuesto anual “unificado”, que se aprueba por consenso en el Consejo Permanente. Cada misión de la OSCE recibe una determinada cantidad de fondos para la realización de las actividades propuestas. Sin embargo, en algunas misiones el grueso de los fondos para la realización de sus actividades no procede del presupuesto unificado, sino otros fondos denominados extrapresupuestarios. Estos fondos son donados por cualquier país interesado en un proyecto o programa concreto y no están sujetos al mismo control político que se lleva a cabo con los fondos del presupuesto unificado. Por ejemplo, España viene realizando aportaciones extrapresupuestarias para apoyar la lucha contra el terrorismo, una actividad que se coordina desde la Unidad Antiterrorista (Anti-Terrorism Unit, ATU) no desde la Unidad de Asuntos Estratégicos de Policía.

La selección de los expertos de policía que participan en misiones OSCE se realiza mediante una convocatoria pública anunciada en Internet. Aunque existen algunos puestos de trabajo contratados, la mayoría de los expertos son cedidos por los países participantes por un período de tiempo que oscila entre los seis meses y los siete años como máximo. Para períodos más cortos se suele utilizar la base de datos de expertos de policía existente en POLIS (www.polis.osce.org) o bien se recurre directamente a contactos directos con servicios de policía con la especialidad que se necesita. Un grave obstáculo que se encuentran las misiones de la OSCE es el corto período de tiempo que los expertos internacionales permanecen en sus puestos. Normalmente, muchos de los países ceden sus expertos sólo por un año. Esto, unido a los cortos períodos de contrato que la OSCE tiene establecidos (la OSCE se autodenomina non career organisation), hace que la rotación del personal tenga unas cotas muy altas, con el negativo resultado en la eficacia a medio y largo plazo.

Conclusiones

La SPMU de la OSCE se encuentra en una posición al mismo nivel que otras organizaciones e instituciones internacionales que trabajan en el campo de la cooperación policial. No es una unidad operativa como Interpol y, en cierta medida, Europol. No tiene las capacidades de despliegue policial que tiene la UE. Sin embargo, tiene buenas posibilidades de influir en las políticas de seguridad ciudadana de los países participantes y de generar cambios estructurales que coadyuven al desarrollo a largo plazo o que mejoren la seguridad humana a corto plazo.

En el título de esta Unidad figura la palabra “estrategia”. Esa es y debe continuar siendo el foco de sus actividades: la SPMU debe seguir diseminando los principios de una policía democrática y al servicio del ciudadano, principios que deberían ser de aplicación obligatoria en todas las instituciones policiales; en segundo lugar, la SPMU debe reforzar su posición estratégica en la lucha contra el delito.

Aprovechando que la OSCE engloba 56 países miembros y 11 asociados de prácticamente todo el hemisferio norte, la estrategia policial consiste en socializar a los países en las prácticas y principios democráticos de la actuación policial. Su presencia en Viena les obliga a rendir cuentas de los estándares policiales alcanzados y a colaborar en la homologación de esos estándares en los países menos avanzados mediante programas de actuación. La herramienta policial de asistencia a las reformas está disponible y se ha probado suficientemente sobre el terreno, por lo que sólo queda que los representantes de los Estados miembros se decidan a emplearlas.

El contrapunto viene dado por la propia naturaleza de la OSCE, muy sujeta a la coyuntura política, lo que añade cierta dificultad para definir, a largo plazo, una estrategia de actuación que permita a la SPMU aportar a la OSCE una ventaja comparativa respecto a otras organizaciones internacionales. Sin un compromiso estable y decidido de los Estados miembros respecto del mandato y funciones de la OSCE en el terreno de la seguridad pública, será difícil que sus programas policiales puedan competir con otros organizados por INTERPOL, Europol, Naciones Unidas o la propia UE, que tienen más recursos financieros y humanos, más años de experiencia y, sobre todo, un mandato explícito y concreto. Sin un mandato político claro, la Unidad de Asuntos Estratégicos de Policía de la OSCE tendrá que prodigarse en intervenciones a corto y medio plazo, tal y como ha venido haciendo hasta ahora, acumulando las buenas prácticas que se describen en este artículo.

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[1] http://www.osce.org/documents/spmu/2007/07/33230_en.pdf.

[2] http://www.osce.org/publications/fry/2004/01/18262_550_en.pdf.

EL INGRESO DE GEORGIA EN LA OTAN: UNA DECISIÓN BAJO LA SOMBRA DE LA GUERRA FRÍA EN EL CÁUCASO


Federico Yaniz Velasco

El 7 de agosto de 2009, tropas georgianas atacaron Tskinvali, la capital de Osetia del Sur, iniciándose así una crisis cuyas consecuencias políticas son todavía difíciles de valorar pero cuyas consecuencias humanas comienzan a conocerse: unos 250 muertos, 1.500 heridos y 100.000 desplazados georgianos; 1.500 bajas entre las milicias surosetias y 20.000 refugiados en Rusia y Osetia del Norte; a los que hay que añadir unas decenas de soldados rusos muertos o heridos en los ataques georgianos sobre una base rusa y las fuerzas de pacificación allí estacionadas o en las posteriores operaciones.

Rusia solicitó una reunión del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas el día 8 de agosto pero, tras un acalorado intercambio de acusaciones entre Rusia y Georgia, no se llegó a ningún acuerdo. El Consejo de Seguridad se volvió a reunir a primeras horas del día 9 y otras dos veces el día 10 sin conseguir una declaración de alto el fuego. El día 10 de agosto, cuando las tropas rusas contaban ya con 10.000 efectivos en Osetia del Sur y avanzaban sobre territorio georgiano, los países europeos y EEUU condenaron con rotundidad la intervención rusa, pidieron la vuelta a la situación del día 6 de agosto y exigieron a Rusia que aceptase el alto el fuego propuesto por Bernard Kouchner, ministro de Asuntos Exteriores de Francia, que ejerce la Presidencia semestral de la UE. El alto el fuego contemplaba el cese inmediato de las hostilidades, la integridad territorial de Georgia y el retorno a la situación militar previa al ataque del día 7. Los rusos pusieron fin a las operaciones militares, salvo en defensa propia, el día 11 de agosto y el presidente francés, Nicolas Sarkozy, viajó a Moscú el día 12 con la propuesta europea de alto el fuego que ya habían aceptado los georgianos y consiguió que el presidente Medvédev lo aceptara, reservándose el derecho a responder a cualquier agresión. Los acontecimientos de agosto crearon un ambiente de confrontación verbal entre la OTAN y Rusia como no se había conocido en muchos años: mientras el presidente Medvédev decía el 19 de agosto que “no conseguirán empujarnos al aislamiento, al levantamiento de un nuevo Telón de Acero”, la secretaria de Estado de EEUU, Condoleezza Rice, recriminaba a Rusia un comportamiento “cada vez peor, cada vez más autoritario”.

A las declaraciones de condena de la invasión siguieron las condenas por el reconocimiento ruso de la independencia de Abjasia y Osetia del Sur el 26 de agosto y las acusaciones por la permanencia de fuerzas rusas en territorio georgiano incumpliendo el acuerdo suscrito con la UE. Las tropas rusas se retiraron de forma escalonada del territorio ocupado excepto unas zonas de seguridad guarnecidas por las “fuerzas de paz” rusas alrededor de los límites de Abjasia y Osetia del Sur. Pero cuando el presidente Medvédev anunció el día 10 de octubre que sus tropas se habían retirado de las zonas de seguridad antes de la fecha prevista, el Gobierno georgiano y el ministro francés Kouchner sólo confirmaron una retirada parcial. Posteriormente, fuentes rusas confirmaron que la localidad de Aljagori y las gargantas de Kodori no volverían a manos georgianas y anunciaron el envío de 7.000 efectivos adicionales, la mitad para desplegarse en Osetia del Sur y la otra mitad en Abjasia.

Frente a las quejas y recriminaciones occidentales, Rusia reiteró la lista de agravios que venía denunciando antes de la cumbre de Bucarest por la ampliación de la OTAN, el despliegue de misiles y radares estadounidenses en Polonia y la República Checa y la injerencia en su entorno inmediato del Cáucaso y añadió algunas amenazas adicionales sobre la posibilidad de desplegar misiles rusos en Kaliningrado o de retirarlos (opción cero) si se producía una moratoria en el despliegue del escudo antimisiles norteamericano. Por su parte, el Gobierno georgiano se aprovechó de la escalada verbal entre Rusia y los aliados para hacer olvidar su responsabilidad en el inicio del conflicto y ha llevado a cabo una campaña mediática y diplomática muy agresiva para conseguir que su derrota militar se convirtiera en una victoria diplomática sobre las tesis rusas.

La OTAN ante la crisis en Georgia

A diferencia de la UE, que reaccionó con gran rapidez ante la crisis, la OTAN reaccionó unos días más tarde apoyando al presidente Saakashvili. Tras la declaración inicial del secretario general de la OTAN pidiendo el cese inmediato de las hostilidades y reafirmando su apoyo a la integridad territorial de Georgia, se celebró una reunión OTAN-Georgia en Bruselas el día 12 de agosto en la que surgió la propuesta de crear una comisión bilateral permanente. En la reunión extraordinaria del Consejo Atlántico del 19 de agosto de 2008, los ministros de Asuntos Exteriores abordaron la situación en Georgia y sus implicaciones para la estabilidad y seguridad euro-atlánticas. Los reunidos fueron informados por el presidente en ejercicio de la OSCE, el finlandés Stubb, y por el de la UE, el francés Kouchner, de los esfuerzos realizados por ambas organizaciones. El Consejo del Atlántico Norte (CAN) se felicitó por el acuerdo de alto el fuego firmado por Rusia y Georgia pero resaltó la urgencia de una rápida y completa implementación del acuerdo. Los ministros reafirmaron su apoyo a la soberanía, independencia e integridad territorial de Georgia y acordaron una serie de ayudas para la población civil afectada por el conflicto. Los aliados decidieron apoyar el reestablecimiento del tráfico aéreo civil y acordaron otras medidas para ayudar al gobierno de Georgia.

Otra decisión muy importante del CAN fue la de aprobar la creación de una Comisión OTAN-Georgia para supervisar el estado de las relaciones bilaterales y la implementación de las decisiones tomadas en Bucarest sobre esas relaciones. El CAN requirió también a Rusia para que retirase a sus tropas inmediatamente del área y el secretario general, Jaap de Hoop Scheffer, en rueda de prensa posterior al Consejo señaló que las reuniones del Consejo OTAN-Rusia serían pospuestas hasta que Rusia se adhiriese al alto el fuego porque las relaciones OTAN-Rusia no podían continuar como si no hubiese ocurrido nada y hasta que Rusia no se comprometiese a seguir los principios sobre los que se acordó esa relación. Tanto la declaración del secretario general del 19 de agosto como la respuesta del embajador adjunto de Rusia en la OTAN del 27 del mismo mes dejaron las relaciones bilaterales en estado de congelación.

El 26 de agosto, el secretario general rechazó en un comunicado la decisión rusa de reconocer la independencia de Osetia del Sur y Abjasia, considerándola una violación directa de diversas resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU. En el plano militar, la OTAN desplegó los buques de su Grupo Marítimo Permanente I de la OTAN (SNMG I) por el Mar Negro entre el 21 de agosto y el 10 de septiembre de 2008, de acuerdo con los planes previstos anteriormente al conflicto y que incluían la visita a puertos rumanos y búlgaros. Pese a ser una visita programada, Rusia acusó a la OTAN de acumular fuerzas navales en la parte occidental del mar Negro.

La visita del Consejo del Atlántico Norte a Georgia los días 15 y 16 de septiembre es una prueba de la atención que la OTAN ha prestado a la crisis. El secretario general y los representantes permanentes de los Estados miembros mantuvieron un intercambio de puntos de vista con el presidente Saakashvili sobre las reformas en marcha en el marco de la asociación del país con la OTAN y sobre la situación tras el conflicto de agosto. Los visitantes tuvieron la oportunidad de reunirse con miembros del parlamento y altos funcionarios de la administración georgiana así como con representantes de la sociedad civil. El secretario general mantuvo también una entrevista bilateral con el presidente Saakashvili esa misma tarde. Sin embargo, la primera reunión de la Comisión OTAN-Georgia fue el acto central del día. En esa ocasión y en el marco del Diálogo Intensificado del país caucásico con la OTAN, se produjo un animado intercambio de impresiones sobre las reformas en marcha y sobre las aspiraciones de Georgia de pasar a ser miembro de la Alianza.

Los representantes aliados, por su parte, reiteraron su apoyo a la integridad territorial y a las aspiraciones euro-atlánticas de Georgia. El martes 16, los miembros del CAN visitaron la ciudad de Gori para obtener información de primera mano sobre el impacto del conflicto y los retos que tiene que afrontar Georgia para reconstruir algunas infraestructuras. Tras visitar las instalaciones de la 1ª Brigada de Infantería donde pudieron apreciar diversos daños, se trasladaron a un campo de la Alta Comisión de las Naciones Unidas para Refugiados (ACNUR) que acoge unos 2.000 desplazados por los combates.

Durante la posterior reunión informal de los ministros de Defensa aliados celebrada en Londres los días 18 y 19 de septiembre, se evacuaron consultas sobre los recientes acontecimientos en el área euro-atlántica que afectan intereses vitales de seguridad de los Estados miembros. Los días 9 y 10 de octubre los ministros de Defensa mantuvieron otro encuentro informal en Budapest en la que se reunió la Comisión OTAN-Georgia en la que se estudió la posible ayuda aliada a la recuperación de Georgia. Los ministros aliados discutieron también con su colega georgiano la coordinación de la cooperación en seguridad y defensa, en la reforma del sector de la seguridad y en la gestión del espacio aéreo. Los ministros de la Alianza reiteraron su apoyo a la integridad territorial de Georgia y su compromiso de seguir supervisando el proceso establecido en la Cumbre de Bucarest con vista a las aspiraciones euro-atlánticas de Georgia.

Ampliaciones con sentido

Las iniciativas de cooperación de la OTAN han sido uno de los mayores éxitos de la Alianza tras el fin de la Guerra Fría. La Asociación para la Paz (Partnership for Peace, APP) creada en la Cumbre de Bruselas en 1992 fue una mano tendida hacia los países que querían mantener una relación reglada con la Alianza Atlántica. Muchos de los socios pretendían convertirse en miembros y otros simplemente tener la oportunidad de participar en las actividades abiertas a ellos. La República Checa, Hungría y Polonia fueron los primeros socios de la Asociación que pasaron a ser miembros por decisión tomada en Madrid el año 1997. El año 2004, Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania y Rumania se unieron a la OTAN. Por último, Albania y Croacia fueron invitadas en Bucarest a iniciar las conversaciones para unirse a la Alianza. Contando con estos dos países los miembros serán 28 y los socios 22 con la incorporación de Malta.

¿Cuántos candidatos más serán invitados a unirse a la OTAN en el futuro? El punto 18 de la Declaración de la Cumbre de Bucarest afirma que el proceso de ampliación en marcha ha sido un éxito histórico en el progreso de la estabilidad y la cooperación para aproximarnos al objetivo común de una Europa completa y libre, por lo que las puertas de la OTAN permanecerán abiertas a las democracias europeas dispuestas y capaces de asumir las responsabilidades y obligaciones inherentes a la pertenencia a la Organización, de acuerdo con el artículo 10 del Tratado de Washington. Por último se reitera en ese punto que las decisiones sobre la ampliación sólo pueden ser tomadas por la OTAN. Algunos analistas han considerado la ampliación como un proceso artificial que tiene como objetivo preservar la existencia de la Alianza. La mayoría de los países del centro y este de Europa tienen una percepción muy distinta. Para esos países, con un pasado de sangrientas guerras entre vecinos y muchos años de alejamiento político de Europa Occidental, convertirse en miembros de la OTAN ha sido un objetivo nacional logrado gracias a los diferentes planes y programas de la Asociación, especialmente el Plan de Acción para el Ingreso (Membership Action Plan, MAP).

Georgia se unió al Consejo de Cooperación del Atlántico Norte el año 1992 y el año 1994 a la APP. El año 2002 manifestó su aspiración de convertirse en miembro de la Alianza. Georgia fue el primer país en acordar un Plan Individual de Asociación con la Alianza en el año 2003. Al año siguiente, Georgia y la OTAN firmaron un acuerdo que permitía el tránsito de tropas y suministros de los aliados hacia Afganistán. La OTAN ofreció a Georgia en el año 2006 participar en un Diálogo Intensificado. En el año 2007 Georgia acogió el ejercicio aéreo OTAN/APP Cooperative Archer. Georgia ha usado ampliamente los instrumentos de planeamiento de la APP, ha participado en numerosos ejercicios y ha contribuido con tropas en las operaciones lideradas por la Alianza (850 efectivos en la operación Iraki Freedom y 150 en la operación Joint Enterprise durante 2007, un número muy elevado para unos 11.000 efectivos totales).

Una apuesta muy alta

La próxima reunión de diciembre de los ministros de Asuntos Exteriores aliados ha adquirido una relevancia muy especial. En efecto, los ministros tienen que dar cumplimiento al mandato recibido de los jefes de Estado y Gobierno reunidos en Bucarest el pasado mes de abril de hacer una primera evaluación de los esfuerzos realizados por Ucrania y Georgia y decidir sobre sus peticiones de unirse al MAP. Ser llamado a participar en el MAP no asegura el ingreso en la OTAN ni la fecha de ese ingreso, pero se considera una señal evidente de un acercamiento formal cuyo fin natural es ser miembro de la Alianza.

Mientras la OTAN insiste en que las decisiones sobre la ampliación sólo pueden ser tomadas libremente por sus miembros, existen circunstancias que condicionan esa decisión de diciembre. En primer lugar, las peculiaridades de la región en que se encuentra Georgia y que ya condicionaron la decisión de Bucarest. En segundo lugar, la decisión ha de tomarse a los pocos meses de un conflicto que no ha resuelto ningún problema y que ha abierto nuevas heridas con el reconocimiento por Rusia de la independencia de Osetia del Sur y Abjasia. El recuerdo de Kosovo es un tercer elemento de confusión. Aunque el caso de la provincia serbia y el de las repúblicas secesionistas de Georgia son distintos por muchas razones, en ambos casos se ha conculcado la legalidad internacional y algunos países, como Rusia, han empleado argumentos contradictorios para defender posturas fuera de esa legalidad. En cuarto lugar, cualquier decisión que se tome afectará a las relaciones OTAN-Rusia que han ido creciendo a lo largo de los años y han favorecido la estabilidad en Europa, por lo que su paralización afecta al progreso en esas relaciones aunque persistan los contactos informales a niveles subalternos y continúe la cooperación logística rusa con ISAF en Afganistán (tránsito por territorio ruso de cargas no militares de la Alianza y el uso de aviones de transporte estratégico Antonov An-124).

Los ministros aliados, autorizados en una medida poco habitual a decidir sobre las peticiones de acceso al MAP de Georgia y Ucrania, deberán hacerlo a principios de diciembre en una primera evaluación del progreso de ambos países. El abanico de posibles decisiones que los ministros podrían tomar es teóricamente muy amplio, pero algunas de esas opciones y de sus consecuencias serían:

Evaluar positivamente el esfuerzo realizado por ambos países e invitar a Georgia y a Ucrania para iniciar el MAP. Dada la falta de un apoyo suficiente de la opinión pública al estrechamiento de las relaciones con la Alianza, sería necesaria una fuerte campaña de concienciación para superar las reticencias de la población ucraniana. Sin embargo, la casi seguridad de que no se celebraran elecciones anticipadas es un factor positivo.

Evaluar positivamente el esfuerzo de ambos países pero invitar sólo a Georgia alegando cuestiones técnicas. En este caso otras naciones transcaucásicas reiterarían sus peticiones de participar inmediatamente en el MAP con el objetivo de convertirse en futuros miembros. El presidente ucraniano y los partidos que apoyan la integración en la OTAN quedarían políticamente desprestigiados y su posición política pro-occidental sería muy difícil.

Evaluar positivamente el esfuerzo de ambos países pero invitar sólo a Georgia a iniciar el MAP con la condición de arreglar previamente con Rusia sus contenciosos bilaterales. Esta opción debería ir acompañada de un llamamiento solemne a Rusia para que reconsiderase su posición respecto a la independencia de Osetia del Sur y Abjasia y de una indicación a Georgia para que aceptase una autonomía muy amplia a esos territorios. La nueva situación debería ser garantizada por una fuerza de pacificación de la ONU, de la UE o mixta OTAN-Rusia. Para Ucrania la situación sería la misma que en el caso anterior.

Evaluar positivamente el esfuerzo de ambos países e invitar a Georgia y a Ucrania a iniciar el MAP. Simultáneamente y tras una adecuada preparación diplomática ofrecer a Rusia una nueva fórmula de relación muy estrecha con la Alianza que podría dar lugar a su posible integración en la OTAN tras un período de transición de duración semejante al MAP de Ucrania y Georgia.

Felicitar a Ucrania y a Georgia por los esfuerzos en la dirección correcta para ser invitados y exhortarles a seguir trabajando para que puedan ser llamados a iniciar el MAP en la próxima Cumbre del 60 aniversario el año próximo. Esta alternativa parece la preferida por algunos analistas pues, aunque defraudaría a Georgia y a Ucrania, daría unos meses para clarificar la situación en el Cáucaso y para que la nueva Administración norteamericana defina sus líneas de acción en política internacional. Por otra parte, en los meses que faltan hasta la Cumbre podrían despejarse las dudas existentes sobre unas posibles elecciones anticipadas en Ucrania y podría conocerse si la oposición política en Georgia consigue forzar al presidente Saakashvili a convocar elecciones anticipadas tras la desastrosa guerra de agosto con Rusia.

Conclusiones

A medida que el tiempo transcurre hacia el Consejo Atlántico de diciembre se van enfriando los sentimientos desatados por el conflicto y disminuyendo la agresividad de las declaraciones. La llegada de una Administración demócrata a la Casa Blanca y la atención dedicada a la crisis económica mundial parecen amortiguar los efectos de la decisión a tomar sobre la ampliación del MAP. No obstante, la apuesta es muy alta pues la decisión que se tome repercutirá en la estabilidad del Cáucaso, Oriente Próximo y Europa. Por un lado, la decisión pondrá a prueba el futuro de la relación OTAN-Rusia, una relación que se ha desarrollado con vigor durante los pasados 11 años y de la que se han beneficiado todas las partes. También pondrá a prueba la capacidad de la OTAN para proporcionar seguridad en una de las zonas más inestables del planeta si amplia su garantía de seguridad a Georgia como miembro de pleno derecho.

Del mismo modo, los aliados deben calcular el efecto de su decisión dentro de un contexto complejo con amenazas terroristas, con una crítica situación económica mundial unida a la escasez de energía y al deterioro del entorno natural donde cualquier fricción internacional puede poner en marcha un proceso incontrolado de interacciones.

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[1] La presión rusa en aquel momento consiguió evitar la entrada en el MAP pero no consiguió que se rechazara la candidatura porque como recoge el punto 23 de la Declaración de Bucarest: “NATO welcomes Ukraine’s and Georgia’s Euro Atlantic aspirations for membership in NATO. We agree today that these countries will become members of NATO”. Para los antecedentes y consecuencias de la decisión de Bucarest, véase F. del Pozo, “El Conflicto de Georgia y la OTAN”, ARI nº 97/2008, Real Instituto Elcano).

LA CRISIS CREDITICIA: CAUSAS, RESPUESTA PÚBLICA Y MÁS ALLÁ


Henrik Lumholdt

La política monetaria de EEUU en 2000-2006: de la gestión de la crisis a la normalización y vuelta a empezar

Tras el estallido inicial de la burbuja tecnológica en 2000, el reconocimiento por la Reserva Federal de que la economía estadounidense podría estar dirigiéndose a una recesión al entrar en 2001 llegó demasiado tarde para algunos observadores. Haber elegido el momento perfecto quizá habría sido pedir demasiado a los bancos centrales, prácticamente creados institucionalmente para ser reactivos, más que proactivos. Sin embargo, cuando finalmente se administró la medicina monetaria en 2001-2004, las dosis radicales administradas dieron lugar a un debate mucho mejor fundamentado: ¿realmente era necesario dejar los tipos de interés reales en un territorio generalmente negativo durante más de tres años (2001-2005) para compensar la debilidad del mercado de valores y el desapalancamiento corporativo de ese período? Varios economistas del sector privado y académico manifestaron su preocupación por el endeudamiento resultante de los hogares.[1]

Empezó a decirse que la política monetaria, afortunadamente en un período de recuperación económica desde 2004, debía normalizarse ya y la Reserva Federal inició una serie de subidas de tipos que llevaron al tipo de referencia interbancario de la Fed (Fed Funds Target Rate) del 1% a mediados de 2004 al 5,25% a mediados de 2006. Sin embargo, la economía no era precisamente “normal” en todos los sentidos, ya que se estaba registrando un nivel de endeudamiento sin precedentes en los hogares y algo parecido a una burbuja inmobiliaria. En un principio, la normalización de la política pareció estar funcionando bien. Sin embargo, al entrar en 2006, cuando los tipos de las hipotecas de interés variable comenzaron a reajustarse y los impagos aumentaron considerablemente, empezó a quedar de manifiesto que algunos hogares estaban teniendo graves dificultades para soportar la mayor carga del servicio de la deuda, aun cuando el aumento de los tipos de interés pudiera parecer razonable desde el punto de vista del crecimiento y la inflación.[2]

El mercado de hipotecas basura (subprime) fue el más afectado. En un principio se dijo que se trataba de un fenómeno aislado que no se extendería a otros mercados de crédito. Pero cada vez empezó a ser más evidente su amplio uso como instrumento subyacente de productos estructurados, a medida que los hedge funds, las empresas de seguros y los bancos empezaron, cada vez más, a notificar pérdidas derivadas de esta fuente. Para mediados de 2007, cuando el volumen del mercado interbancario cayó a mínimos, los bancos centrales reaccionaron con inyecciones de grandes cantidades de liquidez en el sistema bancario y, en el caso de la Reserva Federal, con un cambio total de la política de tipos de interés, que llevó al tipo de referencia interbancario de la Fed del 5,25% al 2% en abril de 2008.

Sin embargo, para entonces, el instrumento de la política monetaria, que tan satisfactoriamente había conseguido contrarrestar la implosión de la burbuja tecnológica de los años anteriores, resultaba de repente mucho menos eficaz. Para los críticos, las excesivas dosis administradas en el pasado habían inmunizado al paciente contra la medicina. En términos económicos, se avecinaba una restricción del crédito, puesto que los bancos empezaron a mostrarse reticentes a conceder créditos al sector privado, restringiendo su cantidad y elevando su precio.

Prácticas bancarias y productos estructurados

La política monetaria no fue lo único que impulsó el boom crediticio. A medida que los precios de las viviendas empezaron a aumentar de forma general, se convirtió en una práctica habitual de los hogares “extraer” parte o la totalidad de las plusvalías por medio de créditos hipotecarios, promovidos por el sector financiero. Las nuevas plusvalías generadas en los precios de mercado de las viviendas llevaron a algunos comentaristas a cuestionar el valor informativo de la tasa de ahorro. Afirmaban que era lógico que los hogares de EEUU se sintieran menos inclinados a ahorrar a partir de los ingresos corrientes, dado que, básicamente, sus casas les estaban haciendo el trabajo. Además, afirmaban que, en realidad, los niveles de deuda seguían siendo bajos en comparación con el valor de las viviendas. [3]

Además de facilitar la disponibilidad de crédito, puede decirse que las prácticas bancarias contribuyeron a la demanda de préstamos de forma muy directa, ofreciendo hipotecas de duración extremadamente larga, sin amortización o con una amortización muy escasa y analizando muy superficialmente la solvencia de los prestatarios. El crecimiento de los mercados de hipotecas subprime y Alt-A se convirtió en el común denominador de unas políticas crediticias excesivamente expansivas de las instituciones financieras, impulsadas además por la ingeniería financiera.[4]

Más allá de las complejidades técnicas, las CDO (obligaciones de deuda colaterizada), SPV (vehículos especiales) y SIV (vehículos de inversión estructurada) tienen al menos tres características sobresalientes. [5] En primer lugar, han permitido un nivel de apalancamiento superior al normal entre los inversores de todo tipo. En segundo lugar, su complejidad ha convertido la evaluación del riesgo, y especialmente del riesgo sistémico global, en una tarea insuperable. Y en tercer lugar, la forma extrabursátil y bilateral en que se vendieron supuso que un alto porcentaje de ellos nunca tuvo que superar la prueba de recibir un precio en un mercado abierto. Este último factor ha contribuido considerablemente a las dificultades experimentadas al tratar de desapalancar los balances de los bancos que se enfrentan a problemas de liquidez y ha hecho doblemente difícil la labor de los bancos centrales. A continuación se analizan algunas de las consecuencias para futuras regulaciones.

El rescate del sistema

Las crisis tienen una forma sorprendente de instruir a los profanos en cuestiones y conceptos técnicos que de otra forma resultarían tremendamente oscuros. Y las crisis financieras no son la excepción. Por muy positivo que ese conocimiento suela ser ex ante, ex post los encargados de formular las políticas tuvieron que esforzarse al máximo por evitar problemas de riesgo moral, un excesivo apalancamiento del sistema bancario, un uso inadecuado de las titulizaciones y unos incentivos distorsionados de los ejecutivos de los bancos, mientras se aprobaban medidas para contener una crisis crediticia galopante que amenazaba a la economía de forma muy inmediata. Un buen ejemplo es la aprobación por parte el Congreso estadounidense del plan de rescate (Troubled Asset Relief Program, TARP) del secretario del Tesoro estadounidense, Henry Paulson, lamentablemente retrasado por el politiqueo bipartidista vivido como consecuencia de la proximidad de las elecciones de noviembre. Como es bien conocido, el TARP autoriza al Tesoro estadounidense a comprar a los bancos hasta 700.000 millones de dólares de sus “activos tóxicos”, contribuyendo así a su proceso de desapalancamiento, mejorando la transparencia de sus balances y reforzando su capacidad para atraer nuevo capital.

Se han expresado múltiples preocupaciones con respecto a la viabilidad y justicia de este plan. En primer lugar, la complejidad y heterogeneidad de los instrumentos que habrían de venderse suscitó dudas sobre la velocidad con que podría aplicarse. En segundo lugar, una preocupación esencial es el precio que se pagará por los activos. Por un lado, un precio cercano al valor de mercado no brindaría ninguna capitalización y por tanto podría hacer que el plan resultara insuficiente. Por otro lado, un precio superior a éste equivaldría a subvencionar a los bancos (y los banqueros), lo que plantea una situación aparentemente sin salida. El actual presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, formuló la útil sugerencia de que un precio intermedio entre los precios “de venta a la desesperada” disponibles para los bancos en el mercado y el precio que se obtendría si los activos se mantuvieran en balance hasta su vencimiento podría realmente ayudar a los bancos y, al mismo tiempo, suponer un coste limitado para los contribuyentes.[6]

Aun así, muchos comentaristas consideran necesaria una capitalización directa de los bancos o, en otras palabras, una nacionalización parcial, para garantizar que la sociedad se beneficie del potencial alcista cuando en el futuro resuciten las instituciones financieras.

Una mayor reflexión sobre este tema apuntaría a que lo que realmente importa es que semejantes planes sean suficientemente potentes y “definitivos”. Ciertamente, la mera adquisición de activos por parte del Tesoro no da al Estado acceso al futuro potencial alcista, pero es que además supone un compromiso más limitado de dinero público, puesto que dada la naturaleza sistémica del problema, inyectar capital a partes del sistema bancario quizá no baste, a menos que se garanticen al mismo tiempo los pasivos de los bancos, haciendo el compromiso público más amplio. Al final, lógicamente, ha prevalecido el pragmatismo. Siguiendo el ejemplo británico, en la actualidad la mayoría de los países están garantizando de forma general tanto los depósitos bancarios como la refinanciación de los bancos y ofreciendo formas de inyectar capital directamente en el sistema bancario. Puede decirse que las crisis sistémicas justifican respuestas sistémicas de las autoridades.

A pesar de las grandes sumas de dinero manejadas, el coste fiscal de estas medidas de contención más completas podría perfectamente resultar muy inferior al derivado de aplicar medidas parciales que posteriormente podrían resultar insuficientes. Un primer indicio de que las medidas están dando fruto sería un retorno a la normalidad del mercado interbancario, seguido, más adelante, por un retorno a prácticas crediticias menos restrictivas por parte de los bancos, una vez finalizado el proceso de desapalancamiento. Entre tanto se apreciarán inevitablemente los efectos macroeconómicos de la crisis.[7]

Cuestiones regulatorias

En un estudio previo de la Corporación Federal de Garantía de Depósitos (Federal Deposit Insurance Corporation o FDIC) se debaten los diversos factores, interconectados y cada vez más relevantes, que influyeron en la crisis de las sociedades de ahorro y préstamo de la década de 1980. Aunque claramente la crisis se vio precedida por un exceso de préstamos por parte de las instituciones financieras, no está tan claro, sin embargo, si en última instancia la causa fue la regulación previa o la desregulación posterior (FDIC, 1997). Los economistas de tinte liberal han afirmado que las quiebras bancarias no deberían ser más ingestionables que las habituales quiebras de las empresas, a pesar del temido riesgo sistémico.[8] Que esa opinión consiga prevalecer dependerá en última instancia de la calidad de la regulación y la posterior supervisión bancaria. En este contexto, merece la pena reconsiderar algunos de los conceptos manejados.

¿Supone un fallo de mercado el hecho de que los bancos no puedan encontrar compradores para los productos estructurados complejos? Se podría decir que la crisis no ha estado motivada por la existencia de mercados, ni por los excesos producidos por los mercados, sino por la ausencia de mercados donde éstos hubieran podido desempeñar un papel fundamental. Los mercados son “instituciones sociales” que no siempre surgen de forma espontánea. Para que existan mercados y funcionen bien son fundamentales los esfuerzos por estandarizar los productos y dotarlos de transparencia, formular normas de participación, aplicar dichas normas y que las transacciones se repitan. La consecuencia parecería ser que las innovaciones financieras no son, en modo alguno, perjudiciales de por sí, pero sí que deben demostrar ser comercializables y negociables en los mercados primarios y secundarios, en mayor medida, y emplearse, sólo en menor medida, de forma extrabursátil.

Con la regulación debería intentarse promover el surgimiento de esos mercados, brindando un marco institucional adecuado para que existan, de forma muy similar a lo observado en los mercados de opciones y futuros o en instrumentos como los swaps. Podría decirse que con esos esfuerzos se conseguiría también simplificar el diseño de normas contables adecuadas. Es más probable que una contabilidad basada en el ajuste al mercado (marking-to-market) brinde valoraciones útiles si existe un mercado.

Otra cuestión es la estructura de incentivos de las propias empresas financieras. Algunas instituciones parecen efectivamente “demasiado grandes como para dejarlas caer”, como parecería sugerir el rescate de entidades como Fannie Mae, Freddie Mac y AIG. Pero por muy atractiva que pudiera resultar una estructura bancaria más atomizada desde el punto de vista de la competencia, de poco serviría si no se consiguen reducir los riesgos sistémicos. Un buen ejemplo es la experiencia vivida en EEUU en la década de 1980, con quiebras de bancos de cuatro cifras.

En última instancia, nada puede sustituir a una estructura de incentivos adecuada a nivel institucional individual y a la supervisión de los riesgos sistémicos a nivel global. Con respecto a lo primero, debería considerarse detenidamente si las empresas patrocinadas por el Estado (Government Sponsored Enterprises o GSE), como las agencias y las entidades similares del sistema financiero que gozan de una garantía estatal implícita constituyen una estructura viable en una economía moderna. Quizá la lección más importante que podría extraerse de la crisis de las sociedades de ahorro y préstamo es que las entidades que se encuentran en una situación intermedia entre la propiedad completamente estatal, con el control que ello implica, y la propiedad exclusivamente privada, con la ausencia de responsabilidad pública que ello (normalmente) implica, representan lo peor de ambos mundos. Si bien el riesgo moral es una mala hierba presente en la mayor parte de los jardines financieros, parece crecer con más fuerza en unos que en otros.

Conclusiones

En este documento se ha apuntado con un dedo acusador a la política monetaria de los EEUU, los excesivos préstamos, la titulización sin mercados y la deficiente regulación. Sin duda, esta lista podría ampliarse considerablemente y se podrían modificar o reforzar los argumentos. Aunque la actual crisis crediticia presenta invariablemente algunas peculiaridades únicas, no deja de provocar una sensación de déjà vu. Hay que evitar cualquier intento de considerar la actual crisis un caso especial, resaltando sus particularidades. Más bien, deberíamos intentar extraer principios generales de esta experiencia y las experiencias previas. De lo contrario, corremos el riesgo de tener que volver a vivir otra vez lo mismo.

Bibliografía

Bernanke, Ben (2008), “Economic Outlook”, declaración ante el Comité Económico Conjunto del Congreso de EEUU, septiembre, y “observaciones”, no incluidas en el discurso preparado.

Buiter, William (2008), “The Greenspan Fed: A Tragedy of Errors”, Financial Times, 8/IV/.

Federal Deposit Insurance Corporation, FDIC (1997), “History of the Eighties – Lessons for the Future: An Examination of the Banking Crises of the 1980s and Early 1990s”.

Kaufman, George G. (1996), ‘Bank Failures, Systemic Risk, and Bank Regulation’, Cato Journal, primavera/verano, pp. 17-45.

Kaufman, George G., y Steven Seelig (2002), “Post-Resolution Treatment of Depositors at Failed Banks”, Economic Perspectives, Banco Federal de Chicago, segundo trimester de 2002, pp. 27-41.

Laderman, Elizabeth (2001), “Subprime Mortgage Lending and the Capital Markets”, Banco de la Reserva Federal de San Francisco, nº 2001-38, 28/XII/.

Mizen, Paul (2008), “The Credit Crunch of 2007-2008: A Discussion of the Background, Market Reactions, and Policy Responses”, Federal Reserve Bank of St. Louis Review, septiembre/octubre.

Taylor, John B. (2007), “Housing and Monetary Policy”, presentación realizada en el Panel de Política del Simposio sobre vivienda, financiación de viviendas y política monetaria patrocinado por el Federal Reserve Bank of Kansas City en Jackson Hole, Wyoming, septiembre de 2007.

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[1] En www.voxeu.org figura una amplia lista de contribuciones a este debate. Taylor (2007) documenta cómo, de haberse aplicado en esos años una política monetaria más rigurosamente dirigida por una función de respuesta como su propia “Regla de Taylor”, la burbuja inmobiliaria, y por tanto también el endeudamiento de los hogares, habrían sido menos significativos. Buiter (2008) nos ofrece una fuerte crítica de la política de la Reserva Federal en un sentido más amplio.

[2] Algunos comentaristas restan importancia a la laxitud de la política monetaria. Mizen (2008) sostiene que “los tipos a corto plazo en otros lugares, sobre todo en la zona euro y el Reino Unido, no eran tan bajos como en EEUU, y sin embargo allí también creció el crédito”. Sin duda, hay otros factores aparte de los tipos de interés que influyen en la demanda de crédito. Pero aunque unos tipos de interés reales negativos no sean condición necesaria para que se produzca un boom crediticio, puede decirse que a menudo sí son condición suficiente.

[3] El propio presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, pareció respaldar ese argumento, añadiendo que los mercados de la vivienda son menos proclives a presentar burbujas debido a la falta de liquidez de los activos inmobiliarios (véase http://www.federalreserve.gov/newsevents/speech/2001speech.htm y años posteriores). Aquí parece estar cometiéndose un error de generalización. Para poder verdaderamente extraer valor de la propiedad, es de suponer que uno tiene que vender el activo, más que sencillamente apalancarlo todavía más. Pero aunque esto funcionara a nivel individual, es poco probable que todo el sector de la vivienda pudiera aumentar su riqueza de forma simultánea con esta práctica. Por tanto, medir el apalancamiento como la relación deuda/patrimonio resulta, como poco, cuestionable a nivel macroeconómico.

[4] Laderman (2001) discute los orígenes y la evolución del mercado subprime y documenta su rápido crecimiento.

[5] Mizen (2008) ofrece un debate de calidad y actualizado sobre esas innovaciones y la evolución de las prácticas bancarias en este ámbito.

[6] Véase Bernanke (2008).

[7] Varias instituciones públicas y privadas predicen ya una recesión tanto en EEUU como en Europa. Pero aun cuando esto no logre evitarse con los planes de rescate, está claro que, de no haberse producido una respuesta pública, podría haber sucedido algo más funesto y bastante incuantificable.

[8] Véase, por ejemplo, Kaufman (1996) y Kaufman y Seelig (2002).