22 de septiembre de 2008

OSETIA DEL SUR: LA CÚSPIDE DEL DESENCUENTRO ENTRE EEUU Y RUSIA


Alberto Priego

Tras ocho años de Administración republicana y en el contexto de una situación internacional muy convulsa, la posición de EEUU es mucho más débil que la que dejó el presidente Clinton. El deterioro de las relaciones con sus aliados europeos y la falta de soluciones en Irak y Afganistán han hecho pensar a Rusia que podía reafirmar su posición internacional atacando a Georgia. La república transcaucásica, que mantiene una enemistad histórica con Rusia, representa la esencia de la política exterior de EEUU, de esa política exterior que ha tenido como banderas de progreso los conceptos de Spread of Democracy y Greater Middle East y que ha perseguido la integración de sus aliados en las estructuras Euro–Atlánticas. Sin embargo, Rusia ha cometido un error de cálculo ya que no sólo ha encontrado la esperada oposición de EEUU sino de la inmensa mayoría de la comunidad internacional incluyendo algunos teóricos aliados de Moscú.

Relaciones entre Georgia y Rusia

Las relaciones entre Rusia y Georgia siempre han sido confusas, difíciles y no carentes de contradicciones. En 1783 Catalina la Grande y Erakle II firmaron el tratado de Gueorguievsk por el que Georgia quedaba dentro del área de influencia rusa, aunque no fue hasta Alejandro I cuando quedó totalmente integrada en el Imperio Zarista. Desde entonces las relaciones entre Moscú y Tblisi han sido convulsas, pasando por varias crisis (1956, 1974, 1981 y 1989). En todas y cada una de ellas Rusia utilizó a las repúblicas autónomas de Abjasia y Osetia del Sur para desestabilizar a Georgia, algo que sigue ocurriendo hoy, 17 años después de alcanzar la independencia.

Poco tiempo después de la caída de la URSS, Georgia vivió una cruel guerra con Abjasia que, al igual que Osetia del Sur, proclamó su independencia. La Federación Rusa ayudó a los separatistas con armas, dinero y mercenarios, entre los que se puede destacar al terrorista checheno Shamil Bassayev. El caos imperante en Georgia terminó con la destitución de Zviad Gamsajurdia a favor de Eduard Shevardnadze que firmó su entrada en la CEI a cambio de un apoyo ruso que nunca llegó. El que fuera responsable de exteriores de la URSS se mantuvo en el poder hasta la Revolución de la Rosa (2004). Tras ella, el nuevo presidente, Mijail Saakashvili, adoptó una postura pro–occidental con dos objetivos: integrarse en las estructuras Euro–Atlánticas (OTAN y UE) y acabar de una vez por todas con los problemas secesionistas en Abjasia, Osetia del Sur y Adzharia. Como ejemplo del cambio que supuso Saakashvili cabe mencionar la adopción de medidas tan novedosas como el cambio de bandera, que ahora incluye, además de una central, cuatro cruces de San Jorge en cuatro cuadrantes representando a los cuatros territorios (Mingrelia, Adzharia, Osetia del sur y Abjasia) de Georgia. Así, no es extraño que la llegada de Saakashvili supusiera un empeoramiento de las relaciones con Rusia.

Antecedentes de la crisis

Desde el pasado 18 de febrero en que Kosovo fue reconocido como Estado, las relaciones entre las regiones secesionistas y el gobierno de Tblisi no han hecho más que empeorar. Además de las desavenencias entre las partes enfrentadas, el Kremlin ha contribuido enormemente a avivar el fuego con declaraciones y acciones que alentaban a la independencia de Osetia del Sur, Abjasia, Nagorno–Karabaj y Transdnistria.

En los meses previos a la crisis de agosto se produjeron hechos que contribuyeron enormemente a elevar la tensión. El 20 de abril un avión de reconocimiento georgiano fue derribado en Abjasia. En un primer momento el gobierno georgiano negó la noticia aunque al día siguiente otro caza fue abatido, esa vez por un MIG29 ruso. El caza ruso había salido de Gudauta, una de las bases militares que Rusia se vio obligada a abandonar en 2006. Este incidente provocó, entre otras muchas cosas, que Georgia abandonara el sistema de defensa aérea de la CEI. Poco después, el 18 de mayo un grupo de soldados rusos, supuestamente borrachos, se adentraron en la localidad georgiana de Zugdidi sembrando el pánico e hiriendo incluso a una mujer a la que atropellaron con un coche.

Durante el mes de julio, el Ejército Federal realizó unos importantes ejercicios en la frontera con Georgia que pusieron en guardia al gobierno de Saakashvili. A esto hay que añadir que el 4 de agosto las tropas rusas estuvieran ya apostadas en la única vía de comunicación entre Georgia y Rusia: el túnel de Roki. Estos antecedentes, junto con la declaración de independencia de Kosovo, provocaron que Georgia decidiera lanzar una ofensiva sobre Osetia del Sur con el fin de romper el statu quo imperante en la zona desde 1994. Georgia trataba con ello de dar un golpe de efecto que evitara la independencia de Osetia del Sur y Abjasia.

La crisis de agosto

En efecto, el pasado jueves 7 de agosto el ejército georgiano lanzó una ofensiva sorpresa con el fin de tomar el control de Osetia del Sur. La reacción el 58º Ejército ruso no se hizo esperar[1] y en cuatro días se hizo con el control de Georgia. Aunque la reacción rusa en un primer momento se centró en Tsjinvali, pronto alcanzó otros puntos estratégicos de Georgia como el puerto de Poti, Gori y los alrededores de Tblisi, todos ellos de gran valor estratégico

Los bombardeos rusos fueron constantes y Human Rights Watch (HRW) acusó al ejército federal de utilizar bombas de racimo. Por su parte, los rebeldes abjasianos aprovecharon la ocasión para lanzar un ataque contra las fuerzas georgianas establecidas en el desfiladero de Kodori. Se trataba de abrir el camino a las fuerzas rusas que llegarían a Abjasia el día 11 de agosto. Rusia había bloqueado a Georgia en menos de cuatro días por tierra, mar y aire. Las reacciones internacionales no se hicieron esperar, destacando sobremanera las de la Presidencia francesa de la UE y la de EEUU. La secretaria de Estado Condolezza Rice, en gestó de apoyo al pueblo georgiano, visitó Tblisi el 15 de agosto para advertir a Moscú que “ni estamos en 1968 ni esto es Checoslovaquia”. Por su parte, el presidente ruso Medvedev recibió en el Kremlin el 13 de agosto a los líderes separatistas como gesto previo al reconocimiento internacional que llegaría 13 días después. Más allá de los gestos y la retórica el apoyo de Washington a Georgia ha sido muy firme, tal y como muestran el envío de aviones de ayuda humanitaria y las condenas a Rusia.

Asimismo, la Presidencia de turno de la UE ha desarrollado un formidable papel de mediación entre Rusia y Georgia y, fruto de ello, fue el alto el fuego del 16 de agosto. Aunque el acuerdo implicaba una retirada de los combatientes a las posiciones previas a la crisis, los rusos tardaron varios días en cumplir su compromiso. Hasta el día 22 de agosto las fuerzas rusas no comenzaron a realizar un verdadero repliegue y, en su camino de vuelta a casa, dejaron alguna sorpresa como la explosión de un tren en las cercanías de Gori que dejó la vía inutilizada. Lo mismo ocurrió en Poti, donde las tropas rusas destruyeron las instalaciones y hundieron varios buques georgianos.

Sin embargo, la principal sorpresa de esta crisis estaba aún por llegar: el reconocimiento ruso de la independencia de Osetia del Sur y Abjasia. El 20 de agosto la Duma dijo que estaba preparada para reconocer la independencia de los dos enclaves, algo que se hizo efectivo el 26 de agosto. Por su parte, Francia ha acusado a Rusia de estar fuera de la legalidad internacional, EEUU lo ha calificado de hecho lamentable y el secretario general de la OTAN, Jaap de Hoop Scheffer, ha acusado a Rusia de violar varias resoluciones del Consejo de Seguridad.

Consecuencias de la crisis para la relaciones entre Rusia y Occidente

Las relaciones entre Occidente y la Federación Rusa se han visto gravemente afectadas, aunque la crisis de Osetia no es más que otro episodio de un largo desencuentro. En noviembre pasado, en una trama de espías propia de John Le Carré, Rusia intervino en Georgia de forma sibilina con el objetivo de desbancar a Saakashvili. El pasado mes de abril, durante la cumbre de Bucarest de la OTAN,[2] Rusia ejerció una fuerte presión para que Georgia y Ucrania no fueran invitadas a ser miembros de la Alianza. Una vez que Moscú se aseguró de que Tblisi no tenía el paraguas de la OTAN, el futuro de Georgia y Ucrania era mucho más incierto.

Sin embargo, la ofensiva rusa no iba solamente contra Georgia, sino también contra la política de EEUU en la zona. Desde que en 2004 la Casa Blanca respaldara a Saakashvili y a su “Revolución de la Rosa”,[3] Georgia se convirtió en la punta de lanza de la ambiciosa política de Spread of Democracy y del Greater Middle East. El Pentágono preparó unas nuevas brigadas militares (Stryker Brigade Combat Team[4]), más flexibles y fácilmente desplegables que, curiosamente, se adaptaban perfectamente a las bases militares de Georgia. Por ello, era fundamental la salida de las tropas rusas que llevaban acuarteladas en Georgia desde su independencia. Para el despliegue de estas nuevas brigadas era necesario un puerto de gran profundidad como el de Poti y para los aviones C–17 unas bases aéreas con pistas de gran longitud (7.500 pies) como las que existen en Senaki y Miruelli (cerca de Tblisi). Es interesante recordar que durante esta crisis Senaki, Miruelli y Poti han sido objetivo de los bombardeos de las fuerzas federales. Desde estas bases, objetivos como Irak, Afganistán e Irán son más fácilmente alcanzables para EEUU. Este hecho demuestra que la intervención rusa no iba sólo contra Georgia sino contra una política norteamericana que estaba desmantelando una hegemonía rusa de siglos.

Por otra parte, no hay que perder de vista las elecciones presidenciales de EEUU en las que tanto el candidato demócrata Barack Obama como el republicano John McCain han mantenido posturas de gran dureza con Rusia, lo que hace entrever que la política hacia la zona no va a cambiar sea quien sea presidente. Sin embargo, el ex–presidente Putin ha acusado al presidente Bush de preparar una guerra para que el candidato republicano pueda ganar las elecciones. Se trata de una nueva muestra del deseo ruso por la confrontación con Occidente.

Asimismo, la OTAN también se ha visto afectada por la crisis de Osetia, aunque en un sentido positivo ya que, tras el desencuentro de Bucarest, la Alianza Atlántica ha recuperado el consenso. Aunque algunos Estados sean partidarios de que Georgia y Ucrania entren en la OTAN y otros no tanto, todos han firmado una declaración muy dura contra la actuación de Rusia. La reunión extraordinaria del Consejo del Atlántico Norte sirvió para mandar un mensaje muy claro a Rusia: la OTAN apoya a Georgia y reafirma su independencia, su soberanía y su integridad territorial. Además de esta declaración, se acordó establecer una comisión OTAN–Georgia como la que ya existe con Ucrania. Sin lugar a dudas esto supone un espaldarazo a Tblisi.

Aunque puede parecer que con este ataque Rusia ha alejado a Georgia del seno de la OTAN, lo que también está claro es que algunos miembros de la Alianza como el Reino Unido y EEUU han reforzado su decisión de contar en el futuro con Georgia no ya como socio, sino como miembro de la Alianza, tal y como demuestran las declaraciones en Ucrania del secretario del Foreign Office, David Miliband, reiterando que la integración de Georgia sigue sobre la mesa.

En lo que se refiere a la supuesta disputa naval en el Mar Negro entre la OTAN y Rusia, hay que decir que ésta es inexistente. Rusia había acusado a la Alianza de enviar barcos (grupo SNMG1) para evitar la ocupación del puerto de Poti. La acusación es absolutamente falsa ya que se trata de unos ejercicios rutinarios planeados un año atrás y notificados en junio pasado, tal y como requiere la Convención de Montreal. Por lo tanto, el Kremlin trata de nuevo de crear tensión con la Alianza.

Otro de los elementos que han enervado a Moscú ha sido la firma entre Washington y Varsovia de un acuerdo para el establecimiento de un escudo antimisiles en Polonia que se complementa con el rubricado en julio con la República Checa. Aunque se ha afirmado que no se trata de una defensa contra Rusia y sí contra grupos terroristas y/o Estados irresponsables, Moscú ha utilizado la firma de estos acuerdos para arremeter contra EEUU y sus aliados. Llama la atención que el acuerdo con Polonia se firmara en plena crisis de Georgia y que tan sólo unos días después Rusia probara un desarrollo del misil RS 12 Topol, capaz de alcanzar los 6.000 km. Moscú trata de desafiar una vez más a Occidente con el lanzamiento de este misil capaz de superar los límites del escudo.

Como dato positivo de la crisis, se puede afirmar que la Alianza Atlántica parece recuperar un consenso que se había perdido con la intervención en Irak, y que como se ha dicho más arriba parecía muy lejos en la Cumbre de Bucarest, algo que también se puede hacer extensivo a las relaciones entre la OTAN y la UE. Sin embargo, no se puede decir lo mismo de las relaciones Moscú–Washington, que se han visto deterioradas gravemente. EEUU llegó incluso a proponer la expulsión de Rusia del G8, algo que el resto de socios no están dispuestos a llevar a cabo. Asimismo, EEUU parece dispuesto a dar marcha atrás con el acuerdo sobre cooperación nuclear civil con Rusia, que iba a reportar a Moscú grandes beneficios. Se trata de una maniobra de castigo a la actitud desafiante de Rusia que, desde luego, va más allá de la crisis de Georgia.

Además de EEUU y la OTAN, Rusia también ha lanzado un órdago a la UE que, ante la gravedad de la crisis, ha convocado un Consejo Europeo Extraordinario para septiembre. Por un lado, Rusia tiene un conflicto abierto con la Europa del Este debido al veto lituano (abril de 2008) al acuerdo de cooperación Rusia–UE. Por el otro, Moscú nunca ha visto con buenos ojos los oleoductos que evitan el territorio ruso, es decir, el Bakú–Supsa y, sobre todo, el macro–proyecto Bakú–Tblisi–Ceyhan/Bakú–Erzurum. Estos proyectos, algunos de los cuales estaban financiados por la UE (TRACECA) tenían como principal objetivo sacar el petróleo de Asia Central al Mediterráneo evitando las rutas rusas. Así, una desestabilización de Georgia podría suponer una apuesta por otros proyectos, como Nabucco, que representa una alternativa al gasoducto Bakú–Erzurum, o el oleoducto entre Irán y Armenia, recientemente comprado por Gazprom, que supondría una alternativa al Bakú–Tblisi–Ceyhan.

Siguiendo con este punto acerca de cómo la energía se revela como un elemento más de diplomacia del Kremlin, la pregunta es cómo va a afectar la crisis de Georgia a los acuerdos energéticos entre Rusia y los países de la UE o, lo que es lo mismo, volverá Moscú a cortar el flujo de gas a los países del Báltico o del Este de Europa? Sin embargo, no se puede olvidar que Rusia basa su economía en los hidrocarburos (el 60% del PIB en el gas y el 20% en el petróleo) y que un conflicto con sus principales clientes podría afectar de forma muy negativa a su economía en unos momentos muy complicados.

Por lo demás, hay que decir que la invasión rusa de Georgia ha terminado de liquidar al ya maltrecho tratado FACE, ya que el equilibrio de fuerzas entre un parte y la otra queda totalmente anulado. Además, parece que Rusia va a instalar bases tanto en Osetia del Sur como Abjasia, concretamente en la frontera entre Ucrania y Georgia. Se trata pues de una maniobra para advertir al resto de países de la CEI de que cualquier acercamiento a Occidente puede acabar con consecuencias no deseadas. El aviso tiene dos claros destinatarios, Ucrania y Azerbaiyán, que junto con Georgia han sido las ex repúblicas con unos postulados más pro–occidentales, tal como demuestra su pertenencia al GUUAM/GUAM. En consecuencia, es también un ataque a la política de EEUU hacia la región que, desde hace años, ha apostado por la democratización (“Revolución Naranja” y “Revolución de la Rosa”) y por la integración de Ucrania y Georgia y, en menor medida de Azerbaiyán, en las estructuras Euro–Atlánticas.

De modo análogo, otro de los foros que se han visto afectados por la crisis de Georgia ha sido la Organización de Cooperación de Shangai, en el contexto de la cumbre de la organización celebrada en Dushanbe. Moscú pensaba que iba a encontrar el respaldo que no ha logrado en otros foros. Sin embargo, los mandatarios euroasiáticos le han dado un apoyo relativo, ya que lo que Rusia quería iba contra el propio espíritu de la organización, que tiene como uno de sus puntos fundamentales la lucha contra el separatismo.

Conclusión


La crisis de Georgia ha generado un profundo deterioro de la imagen de Rusia. Los esfuerzos llevados a cabo durante los últimos años para lograr un entendimiento con la OTAN han quedado pulverizados, la UE se está replanteando sus relaciones con Rusia y Moscú ha salvado una condena del Consejo de Seguridad solamente por su derecho de veto. Incluso una organización como la OCS, donde Rusia pensaba que tenía las cosas controladas, le ha dado la espalda y ni siquiera un cambio de color en la Administración norteamericana podrá reconstruir las relaciones Moscú–Washington.

En síntesis, Rusia pretende volver a las zonas de influencia que marcaron la Guerra Fría. Se debe aprender de la historia y no volver a cometer errores pasados. En 1945 Occidente abandonó a su suerte a buena parte de Europa; es conveniente no cometer de nuevo el mismo error.

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[1] Fue bajo el mando del general Shamanov, el responsable de la Segunda Guerra de Chechenia.

[2] Véase Alberto Priego, “NATO Cooperation Towards the South Caucasus”, Caucasian Review of International Affairs, invierno 2008, http://www.cria–online.org/Journal/2/NATO%20cooperation%20towards%20Southern%20Caucasus%20by%20Alberto%20Priego_done.pdf.

[3] Véase Alberto Priego, “Georgia: Otra Revolución de terciopelo?”, UNISCI Discussion Papers, nº 5, enero de 2005, http://www.ucm.es/info/unisci/revistas/Alberto4.pdf.

[4] Véase Alberto Priego, “The Emergence of the Southern Caucasus as the Cornerstone in the Greater Middle East”, REEI, enero de 2007, http://www.reei.org/reei%2013/A.Priego(reei13).pdf.

EL LIBRO BLANCO FRANCÉS SOBRE LA DEFENSA Y LA SEGURIDAD NACIONAL: HACIA UNAS FUERZAS ARMADAS MÁS FUERTES Y EFICACES


Bruno Tertrais

El día 23 de agosto de 2007, el presidente Sarkozy puso la redacción del borrador del Libro Blanco en manos de una Comisión integrada por 35 miembros. Dio instrucciones de plantear un enfoque “sin tabús” a la hora de adaptar el sistema de seguridad francés a las amenazas y los riesgos del siglo XXI, con el mantenimiento del presupuesto para defensa en aproximadamente el 2% del Producto Interior Bruto (PIB). La mitad de los miembros de la Comisión estaba constituida por funcionarios superiores de la Administración, y la otra mitad de sus integrantes eran representantes de la “sociedad civil”, entre los que había expertos en seguridad, profesores universitarios especializados en diferentes campos y otras personalidades no expertas que podían aportar una nueva perspectiva al debate sobre la seguridad. El hecho más remarcable reside en que en dicha Comisión estaban también presentes cuatro miembros parlamentarios pertenecientes no sólo al partido mayoritario, sino también a la oposición –una ruptura con la práctica tradicional francesa, en cuya virtud el poder legislativo se mantiene al margen en la toma de decisiones en materia de defensa–. La amplitud y el alcance del trabajo de la Comisión se debió, en gran parte, a la personalidad de su presidente, Jean–Claude Mallet, funcionario estatal superior sin afiliación política y eficaz, con una dilatada experiencia en el ámbito de la burocracia en materia de defensa y seguridad. Mallet ya fue el redactor principal del anterior Libro Blanco (1993–1994) y dirigió un equipo de 20 personas exclusivamente dedicadas al trabajo de la Comisión.

Cuando la Comisión comenzó a trabajar se manejaban, en sentido general, dos posibles ideas de lo que sería el Libro Blanco. Según una de ellas, se trataría de un documento político breve que declararía los principios fundamentales en los que debía basarse la organización, las estructuras y los procedimientos en materia de seguridad nacional. Según la otra, el documento sería mucho más extenso y profundo y en él se sugerirían cambios concretos y detallados. Esta segunda escuela de pensamiento fue la que prevaleció.

Aunque la Comisión era independiente, tenía que asegurarse de que las autoridades políticas francesas adoptarían e implantarían sus propuestas, algo que consiguió recurriendo a un proceso interactivo: se celebraron varias reuniones entre la Comisión y el Elíseo, y en cada punto del proceso se pidió al presidente que aportara directrices o que escogiera entre las distintas opciones. Así, se logró que en última instancia el propio presidente asumiera el contenido del Libro Blanco como propio.

Desde septiembre de 2007 hasta junio de 2008 la Comisión se estuvo reuniendo una vez a la semana en sesiones que duraban, como mínimo, tres horas, y en otras sesiones de menor duración según fuera necesario, así como en “seminarios” de intercambio de ideas que duraban toda la jornada. Comenzó su trabajo analizando el sistema y escuchando testimonios y experiencias personales. Entre los participantes del ámbito militar, las voces que oyó la Comisión procedían de todo tipo de militares, desde soldados rasos hasta generales de cinco estrellas. Esta primera parte del proceso constituía una novedad para Francia, país en el que las decisiones políticas y, en particular, en este ámbito, se toman a menudo en la más alta confidencialidad. Se efectuaron no menos de 52 audiencias, a las que hay que añadir otras reuniones más informales de menor duración. Se elaboró una página web en la que se sometían a debate público algunos de los principales asuntos y que recibió más de 250.000 visitas.

La siguiente fase se organizó en grupos de trabajo integrados por personal de los organismos pertinentes, incluidos diversos ministerios y servicios de inteligencia.

Ya en diciembre de 2007, el Elíseo anunció dos decisiones. Una consistía en unir dos instituciones a nivel presidencial, a saber, el Consejo de Defensa y el más reciente Consejo de Seguridad Nacional, en un único organismo –una idea que ya les había estado rondando durante varios meses, pero que la Comisión aprobó sin reservas–. Y la otra decisión, que se derivó directamente del trabajo de la Comisión, consistía en aprobar una nueva escala jerárquica en los papeles y las misiones de defensa: (1) conocimiento y anticipación; (2) prevención; (3) disuasión nuclear; (4) protección; y (5) intervención. Esta jerarquía sustituía a la anterior “disuasión, prevención, proyección, protección”, premisas que habían constituido los principios organizativos de la doctrina de defensa francesa desde 1996.

La cuestión de la posición jerárquica y el papel de la disuasión nuclear, que absorbe alrededor del 20% del presupuesto francés para equipamiento de defensa, se abordó bastante antes. La Comisión decidió que debía prevalecer la continuidad, con pequeños ajustes en el dispositivo doctrinal y militar. El presidente Sarkozy pronunció un importante discurso sobre la disuasión nuclear el día 21 de marzo de 2008. Cuando los grupos de trabajo hubieron finalizado sus primeros informes, comenzaron dos procesos paralelos. Por un lado, la Comisión inició el análisis de dichos informes. Y, por otro, se estudiaron “escenarios” o situaciones de crisis que el sistema de seguridad francés debía ser capaz de afrontar, con el fin de enumerar las capacidades específicas requeridas e identificar los puntos débiles.

A principios de primavera, se hizo patente la grave disparidad de capacidades y presupuestos. Hubo acalorados debates que enfrentaron a la Dirección del Presupuesto –encargada de mantener la coherencia entre el gasto público estatal y el balance (en la medida de lo posible) de los ingresos y los gastos del Estado– con el Estado Mayor Conjunto del Ministerio de Defensa –cuya misión consiste en elaborar el borrador de las normas del programa militar, o planes a cinco años de abastecimiento en defensa–. Es cierto que el compromiso presidencial de mantener el presupuesto de defensa en “alrededor del 2% del PIB” dejaba un amplio margen de maniobra –especialmente si se tiene en cuenta que hay muchas maneras de interpretar lo que es realmente un presupuesto–.[2] Además, como colofón, había una sólida opinión mayoritaria que aseveraba que el presupuesto de defensa debía quedar al margen de los recortes globales en el presupuesto nacional, especialmente debido a la reducción del número global de efectivos en materia de defensa. Los recortes efectuados reflejaban tanto el trabajo de la Comisión como un proceso paralelo denominado Revue Générale des Politiques Publiques (RGPP) o Revisión General de las Políticas Públicas, que afectaba a todos los ministerios estatales, con el cometido de racionalizar los gastos del Estado. Existió una interacción entre ambos procesos, que eran, por así decirlo, “independientes, pero no separables”.

El resultado del proceso: un nuevo Libro Blanco sobre defensa y seguridad para Francia

El Libro Blanco se publicó el día 13 de junio de 2008 –un volumen de 336 páginas, con un documento adjunto que contenía el texto de todas las audiencias dirigidas por la Comisión (http://www.defense.gouv.fr/livre_blanc)–. Comienza con un nuevo análisis del contexto estratégico actual y previsible. Reconoce que dicho contexto ha experimentado cambios positivos desde 1994, como el del aumento de la proporción de democracias en el mundo y la tendencia descendente en el número de conflictos armados importantes. No obstante, prevé una situación más compleja, en la que los riesgos y las amenazas presentan una mayor diversidad y en la que las distinciones entre la seguridad interna y externa, así como entre las catástrofes intencionadas y no intencionadas, podrían aparecer cada vez más confusas (por ejemplo, hacer frente a una importante crisis sanitaria requiere a menudo el mismo tipo de recursos, tanto si se deriva de una pandemia mundial como si resulta de un atentado bioterrorista). Asimismo, el Libro reconoce que podrían desatarse importantes conflictos armados en Oriente Medio o en Asia durante el período de tiempo que toma el Libro Blanco como horizonte. Y lo que es más importante, exige que la posibilidad de que se produzcan “sorpresas estratégicas” sea considerada como un rasgo clave del contexto internacional. Reconoce que el yihadismo y los efectos de su proliferación continuarán afectando a la seguridad de Europa.

Para el año 2025, el Libro Blanco prevé aún un mundo ampliamente dominado por EEUU, pero en el que el poder asiático habrá aumentado en importancia y en el que los conflictos regionales podrían desatarse sin previo aviso y podrían resultar difíciles de controlar. Considera que la seguridad mundial, y, por tanto, la seguridad europea, podría verse gravemente afectada por determinados cambios y, posiblemente, conflictos, en aquella parte del mundo. No obstante, la política de prevención e intervención concede prioridad a la franja situada entre el Atlántico Occidental y el Sur de Asia (“desde Dakar hasta Peshawar”) –dado que la mayoría de los retos inmediatos en materia de seguridad para Francia podrían originarse en aquella parte del mundo–.

Tal y como ya se ha dicho, el Libro Blanco concede prioridad al “conocimiento y la anticipación”, extrayendo la conclusión, lógicamente, de que un mundo más imprevisible requiere una mayor inversión en los servicios de inteligencia. En principio, un nuevo Consejo Nacional de Inteligencia (Conseil National du Renseignement), dirigido por el propio presidente, garantizará una mejor coordinación entre los diferentes servicios. También se ha creado el nuevo cargo de coordinador nacional de Inteligencia (Coordonnateur National du Renseignement). El presupuesto dedicado a la inteligencia espacial se doblará.

La estrategia de “prevención” recae, en buena parte, sobre la presencia de las fuerzas de seguridad francesas fuera del área metropolitana. Dichas fuerzas de seguridad van a sufrir una profunda reestructuración. En los departamentos y territorios de ultramar, se va a sustituir a determinadas fuerzas militares por efectivos de la Gendarmerie y de la policía, con la notable excepción de la Guayana Francesa, dada su importancia estratégica como principal plataforma europea de lanzamiento espacial. La presencia permanente de Francia en países con los que París tiene contratos en materia de defensa va a dar un giro, en línea con la nueva política de Sarkozy tendente a modificar todos los compromisos de seguridad relativos a África. Sólo permanecerán en África dos bases permanentes, una en cada costa, y se va a establecer otra en los Emiratos Árabes Unidos.

La “disuasión”, que debe entenderse aquí como “disuasión nuclear”, continúa siendo el pilar fundamental de la estrategia de seguridad francesa, especialmente a la luz de la creciente capacidad nuclear y balística de Asia y de Oriente Medio. Los planes de modernización no se vieron afectados por el Libro Blanco. El número de bombarderos franceses se redujo en un tercio, algo que pudo hacerse gracias a la modernización de sus sistemas armamentísticos (el misil de tierra–aire de medio alcance mejorado –Air–Sol Moyenne Portée Amélioré– y el avión de combate Rafale), que entrarán en servicio a partir de 2009. París reconoce cada vez más que sus intereses “vitales” son indistinguibles de los de sus socios europeos.

La premisa de la “protección” recogida en la nueva estrategia exige una “capacidad de recuperación” del Estado y de la sociedad frente a los ataques contra la seguridad, a través de la mejora de los instrumentos de gestión de crisis y de la reforma de estructuras y procedimientos, especialmente en el ámbito local. Se va a destinar un total de 10.000 efectivos militares a la protección del territorio nacional y sus puntos de acceso. Se decidió apoyar la creación de un sistema de alarma temprana que permitiera la detección del lanzamiento de misiles y sus trayectorias, y que se hallará totalmente terminado para el año 2020. También va a reforzarse la capacidad en el campo de la guerra cibernética y de biodefensa. Y, lo que es más importante, la Ordenanza de 1959, que durante los últimos 40 años ha sido el texto clave que marcaba las normas y procedimientos para la protección del territorio francés, va a ser sustituida por nuevos textos que reconocerán un concepto global de “seguridad nacional” en el que estarán incluidas la defensa, parte de la política de seguridad interior y otras políticas públicas (como la diplomacia) que contribuyen a tal objetivo.

La “intervención” se encuentra actualmente en el último rango jerárquico de las funciones y misiones en materia de defensa, pero las decisiones del Libro Blanco aumentarán efectivamente la capacidad de Francia para canalizar las fuerzas a través de una mejor organización, equipación y movilidad. Se consideró que la mayoría de las operaciones de Francia en el futuro tendrán lugar en un contexto multinacional. Asimismo, se consideró que, en los próximos 15 años, el riesgo de que se desate un conflicto importante en Europa es muy reducido. Por esta razón, se decidió que el principal objetivo de proyección consistía en desplegar a 30.000 efectivos capaces de intervenir durante seis meses, y para un período máximo de un año, junto con 70 aviones de combate con capacidad para realizar 100 salidas diarias. En caso de formarse en su integridad, el contingente del ejército integrado por 30.000 soldados sería algo más grande que una división de soldados del tipo de las de la OTAN y contaría con tropas de combate y de apoyo en una proporción del 50% (el Ejército no puede desplegar actualmente más de unos 26.000 soldados fuera del área metropolitana francesa sin que ello afecte gravemente a su funcionamiento normal). Las fuerzas armadas deben contar, en paralelo, con 5.000 soldados y 10 aviones de combate para contingencias menores, pero de emergencia, como por ejemplo para la evacuación de ciudadanos franceses, la defensa de un país aliado o represalias tras un acto de agresión. A esto se le añaden los 10.000 efectivos del Ejército necesarios para una posible contingencia en territorio nacional. La Marina tiene que poder alinear un grupo de combate aeronaval en caso de encontrarse disponible, y mantendrá seis submarinos nucleares de ataque, así como 18 fragatas de primer orden y cuatro buques anfibios de mando y buques de proyección (en lugar de los dos actuales) equipados con 10 helicópteros. La decisión sobre la construcción de otro portaaviones –que habría “absorbido” gran parte del presupuesto de inversión de la Marina– ha quedado pospuesta hasta el año 2011. Como consecuencia, Francia sólo puede operar con un grupo de combate aeronaval durante el 65% del tiempo de media. No obstante, tal y como se ha dicho, esto deberá valorarse teniendo en cuenta que la mayoría de las operaciones tienen lugar actualmente con la participación de los aliados europeos o de la OTAN. La movilidad estratégica y táctica tiene que mejorarse. En cuanto a la implicación de las fuerzas armadas en el exterior, se aprobaron determinados criterios políticos, y el Parlamento tendrá que aprobar cualquier operación cuya duración supere los cuatro meses, excepto en el caso de que se verificaran circunstancias extraordinarias.

La reorganización del personal militar de defensa viene a ser una adopción del lema de la reforma británica de 1998: Front Line First. La reducción de 54.000 efectivos militares y civiles del Ministerio de Defensa y el aumento de la contratación externa desembocarán en una inversión del ratio “servicio interno/servicio externo”, que pasará del 60/40 al 40/60. Cerca de dos tercios de estos recortes se deben a las decisiones derivadas de la Revisión General de las Políticas Públicas (RGPP), mientras que el otro tercio se debe a las decisiones recogidas en el Libro Blanco. De los 54.000 efectivos, 46.500 pertenecen a las fuerzas armadas y 7.500 (civiles y militares) trabajan para el Ministerio de Defensa. El proceso durará unos ocho años y se culminará en gran parte recurriendo a la medida de no sustituir al personal que se jubile o cuyos contratos expiren. Paralelamente, el número de instalaciones militares va a quedar drásticamente mermado y, a través de un plan de consolidación masiva, las 300 instalaciones de este tipo pasarán a ser unas 80, para así alcanzar los objetivos de la RGPP. El Ejército del Aire perderá el 25% de su personal, el de Tierra el 17%, y la Marina el 11% de sus efectivos. Los aviones de combate operativos del Ejército del Aire pasarán de 360 a 270. De estos 270 aviones, unos 160 están reservados para operaciones fuera del territorio nacional. El total de efectivos en servicio del Ejército se encuentra establecido en 88.000 soldados. Entre otras decisiones relativas a la reorganización del sistema militar se encuentra la de agrupar todos los aviones de combate (Ejército del Aire y Marina) en una única flota de 300 aviones operada por el Ejército del Aire. Estas decisiones no siempre han sido bien acogidas por las fuerzas armadas, pero no hay duda de que aceptarán el cambio, dado que éste implica mejorar la equipación de las fuerzas armadas. Los verdaderos retos internos se plantearán en las regiones y ciudades afectadas por el cierre de bases militares.

El presupuesto de defensa para 2008 es de 36.800 millones de euros. Se mantendrá estable en valores absolutos desde 2009 hasta 2012 y, a partir de entonces, se aumentará en un 1% anual en valores absolutos. Según el “compromiso institucional” adoptado por el Gobierno, el ahorro conseguido a través de la reducción de personal y de la reorganización del sistema se “devolverá” al presupuesto de defensa. Así, la partida presupuestaria anual disponible para la modernización del ejército aumentará casi un 20%: desde los 15.500 millones de euros de media en los últimos años hasta los 18.000 millones de euros de media durante el período comprendido entre los años 2009 y 2020.

El Libro Blanco reconoce también que la integración plena en todas las instituciones militares de la OTAN guardaría coherencia con la realidad de los compromisos franceses desde principios de los años 90, así como con el hecho de que hoy en día existe, dada la sucesiva ampliación de ambas instituciones, un nivel muy elevado de “congruencia” en la pertenencia tanto a la UE como a la OTAN (21 países son actualmente miembros de ambas instituciones). La Comisión estableció ambiciosos objetivos para la UE, entre los que se encuentra el de disponer de una fuerza de intervención global de 60.000 soldados. La pertenencia plena a la OTAN hace pensar en un regreso de Francia a todos los organismos militares, salvo al Grupo de Planificación Nuclear, al que este país ha decidido ya que no se adherirá. Pero esto no conllevará la materialización de ningún ahorro, incluso puede que cueste dinero, ya que tendrían que enviarse más funcionarios militares a diversas instituciones de la OTAN.

Conclusiones

Las decisiones del Libro Blanco de 2008 deberán reflejarse en el plan de defensa de los próximos cinco años, que cubrirá el período comprendido entre 2009 y 2014, y deberán presentarse ante el Parlamento francés a finales de 2008. Ésta será la primera prueba del deseo real del Elíseo de implantar las recomendaciones del Libro. El Libro Blanco se actualizará, en principio, cada cuatro o cinco años, coincidiendo con las sucesivas legislaturas presidenciales. Por lo tanto, puede que, después de todo, Francia tome el camino de la “reforma” y no el de la “revolución”.

LA BASE Y FUERZA NAVAL DE SEVASTOPOL Y LOS CONFLICTOS DEL CÁUCASO


Fernando del Pozo

Sevastopol es una de las contadas bases navales de nombre legendario por su extraordinaria capacidad, lo protegido de su puerto y por los acontecimientos históricos que tuvieron lugar allí en la guerra de Crimea: la carga de la caballería ligera de Lord Cardigan en Balaklava por las torpezas de los Lords Raglan y Lucan, las enfermeras de Florence Nightingale, los primeros empleos en combate del fusil de ánima rayada, del telégrafo eléctrico y de la mina naval, todo tuvo lugar en el sitio de Sevastopol de aquella guerra, un sitio que tuvo una segunda edición por el Mariscal von Manstein en la II Guerra Mundial que añadió también su porción de leyenda. Junto con las otras bases principales rusas, en Kronstadt, Severomorsk y Vladivostok, Sevastopol comparte el sempiterno problema ruso del difícil acceso en todo tiempo a aguas libres, aspiración ésta que ha originado históricamente más de una aventura imperialista, aunque el caso de Sevastopol es el peor (si exceptuamos el obvio de la flotilla del Mar Caspio, basada en Astrakan) porque en vez de hielos invernales tiene el más formidable obstáculo del control turco de los estrechos del Bósforo y los Dardanelos, apoyado por las disposiciones legales del Convenio de Montreux, del que Rusia es parte firmante pero escasamente favorecida.

Desde 1992, Sevastopol ha pasado además a engrosar la lista de bases navales en territorio extranjero, algo relativamente usual durante los siglos XIX y XX por conveniencia colonial, pero que en nuestros días ha quedado prácticamente reducido a la media docena o algo más (según se ponga el umbral entre base naval importante y mera presencia) que posee EEUU, de las que Yokosuka en Japón es el ejemplo mayor y más notorio. Naturalmente, el origen legal de la situación extraterritorial de Sevastopol es completamente diferente, la partición de la antigua Unión Soviética, y aunque también sujeto a contrato, este caso fue forzado por las circunstancias y sujeto a disputas desde su firma en 1997 hasta hoy.

La distribución demográfica de una ciudad cuya función principal es servir a un arsenal es raramente reflejo del país o región que la rodea, y Sevastopol es prueba de ello, con un considerable exceso de rusos sobre el no pequeño porcentaje en el resto de la península (75% de rusos étnicos y 90% de rusófonos, frente al 55% y 70% estimados, respectivamente, para Crimea). Ello tiene consecuencias prácticas, así como en los sentimientos propietarios que Rusia todavía hoy mantiene respecto a esta ciudad y base, afecto que se añade al, seguramente más débil pero no desdeñable, que siente por toda la Crimea, tanto por razones demográficas como por los lazos emocionales que ha creado una ya larga presencia histórica. Porque el origen de los problemas de propiedad ruso–ucranianos está en el todavía relativamente reciente decreto del 19 de febrero de 1954 del Presidium del Soviet Supremo –aún no bajo la presidencia de Jruschov pero ya bajo su creciente influencia– que transfirió fríamente la administración de la península de la República Socialista Soviética de Rusia a Ucrania. Esta decisión –que por lo autocrática nada tuvo que envidiar a los ukases del zar– nada explicada por el Presidium (como toda explicación el decreto daba la increíble de que era un gesto de amistad para conmemorar el tercer centenario de la unión de Rusia y Ucrania)–, nada entendida en Occidente y poco localmente, era la segunda fase de una operación, de la que la primera fue la masiva deportación de los tártaros y otros grupos menores 10 años antes, diseñada para acabar con los sentimientos independentistas y pro–turcos de los habitantes de Crimea. Las técnicas de desplazamientos étnicos forzados y de redibujar las fronteras, en las que se alcanzó gran maestría durante la II Guerra Mundial, estaban aún en boga, y en todo caso quién iba a pensar entonces que los caminos de Ucrania y Rusia acabarían por divergir.

Los desencuentros sobre Sevastopol tras la independencia de Ucrania

Pero divergieron, y ello comenzó en 1992, cuando, poco después de que Ucrania declarara su independencia apoyada por una aplastante mayoría, que sorprendentemente incluía Crimea en el lado favorable, Rusia trató primero de sustraerla a la nueva nación, aduciendo lo artificioso de su integración en la República Socialista Soviética de Ucrania, argumento que como hemos visto no dejaba de tener cierta lógica. Cuando esta pretensión se mostró inviable por la numantina resistencia del Gobierno y sobre todo de la Rada (Parlamento) ucranianos, redujeron la reclamación a Sevastopol y su distrito circundante, apoyándola en su casi consustancialidad con la Flota del Mar Negro, que Rusia pretendía conservar como único heredero de la URSS y cabeza visible de la nueva CIS. Esto fue también disputado por Ucrania, que entre otros argumentos adujo que el 97% de los oficiales de la Flota había jurado fidelidad a Ucrania. Alguna razón no les debía de faltar, porque algunas dotaciones dieron también su opinión con el izado de la bandera ucraniana en el patrullero SKR–112 y su dramática huida a Odessa perseguido y abordado por unidades rusas, y pocos días después con la toma de posesión del nuevo buque de mando y control Slavutych. Las agrias discusiones duraron cinco años, incluyendo intervenciones diplomáticas pero un tanto parciales de EEUU, declaraciones unánimes de la Duma de irrenunciable soberanía sobre Sevastopol, un período de mando compartido, muchas declaraciones hostiles desde el campanario y varias ocasiones en que a punto estuvieron de llegar a las manos seriamente, sin contar el caso del SKR–112 y el llamado “incidente de Odessa” que implicaron un número limitado de fuerzas, y como telón de fondo de todo ello las propias tensiones étnicas de Crimea, ahora complicadas con el retorno masivo de los tártaros expulsados por Stalin en 1944.

Las discusiones llegaron formalmente a término con el Tratado de Paz y Amistad (sic) firmado en 1997. En él se atribuía a Rusia la mayor parte de la Flota del Mar Negro, junto con la propiedad del nombre. Ucrania conservaba una porción no desdeñable, pero cuantitativamente muy inferior: el Tratado especificaba que el 81,7% sería para Rusia, pero ese porcentaje –presumiblemente basado en el tonelaje– era operacionalmente ilógico porque no se puede distribuir porcentualmente un conjunto heterogéneo de portaaviones, cruceros, destructores, fragatas, submarinos o buques de asalto anfibio. Ucrania obtuvo dinero en efectivo (más bien condonación de deuda) por la diferencia entre esa porción y el 50%, así como por el armamento nuclear al que renunciaba (nunca lo reclamó, pero Rusia trató de usar su existencia y lo secreto de su composición en apoyo de sus tesis). También conservó la propiedad de Sevastopol, con la obligación de alquilarlo a Rusia por un período de 20 años prorrogable (lo que Ucrania ha declarado posteriormente que no tiene intención de hacer) a cambio de un alquiler de unos 100 millones de dólares anuales revisables, tal y como acaba Ucrania de anunciar que hará a partir del 1 de enero de 2009, lo que augura tensiones adicionales en años venideros. Como resultado, de la Flota rusa del Mar Negro atracan en Sevastopol un crucero de la clase Slava (en occidente sería clasificado como destructor), tres destructores (fragatas), dos fragatas, siete buques anfibios, dos submarinos y un número considerable de unidades menores, entre dragaminas, patrulleros y otros, hasta un total de aproximadamente 50.

Las fuerzas navales ucranianas son, evidentemente, de igual tecnología y similar vejez. La composición por tipo y clase de unidades es también parecida (a escala reducida) a la rusa en el Mar Negro, aunque con el extraño añadido de un buque de mando y control, el Slavutych antes mencionado, un tanto incongruente en una marina de sólo un crucero (destructor) clase Slava (en construcción), una fragata, seis corbetas (en realidad poco más que patrulleros), tres buques de asalto anfibio, un submarino y unidades menores hasta un total de 27 (Libro Blanco de la Defensa de Ucrania 2007). La cifra actual de buque rusos y ucranianos representa una considerable reducción sobre la existente a la firma del Tratado, habiendo dado de baja un gran número por obsolescencia, sin que haya habido en los últimos 10 años nuevas construcciones en cantidad o calidad significativa, ni desde luego más evolucionadas.

Pero si el reparto de los buques terminó con los problemas por ese lado, el de la base no ha hecho sino inaugurar otra serie de disputas. El arreglo es malo para Rusia, pero ésta no tiene prácticamente alternativa. Cualquier puerto en la costa rusa del Mar de Azov, como Taganrog, queda descartado, porque la división de aguas en el Kerch es tal que la entrada o salida del Mar de Azov debe hacerse por aguas ucranianas (aunque Rusia está alargando artificialmente la barra existente con objeto de forzar un nuevo trazado de la línea equidistante). Novorossisk, la opción menos mala, actualmente base de fuerzas sutiles, tiene mucha menos capacidad, y aunque aparentemente protegida en todos los cuadrantes menos el SE, es víctima del bora, un viento catabático que desciende de las montañas al norte a más de 100 nudos y que cuando se entabla produce verdaderas catástrofes. Sujumi, Batumi y Poti, muy inferiores, quedaron además fuera del alcance de Rusia, dentro de la nueva Georgia (pero el primero en Abjazia, cuya independencia de Georgia acaba de reconocer Rusia). Finalmente, no poco debió pesar en el ánimo de la marina rusa la consideración de que una base naval, por buenos que sean su bahía, muelles y arsenal, vale lo que vale su hinterland industrial, y la influencia en el tejido industrial de la zona de dos siglos de base naval no se sustituye fácilmente.

Escenarios posibles para la próxima década

En estas condiciones, las opciones para Rusia en 2017 son muy limitadas: (1) renunciar a una presencia naval importante en el Mar Negro, o lo que es lo mismo, a una presencia militar y política importante en la zona del Cáucaso; (2) persuadir a Ucrania de extender el contrato; o (3) construir una alternativa antes de esa fecha.

La opinión rusa respecto a la primera opción quedó ilustrada el 5 de agosto pasado, al inaugurar una nueva estrategia de imposición hegemónica en el Cáucaso. La fuerza naval es un factor indispensable para cualquier acción militar, especialmente teniendo en cuenta las dificultades que presenta la cadena montañosa (evitada en las acciones de agosto pasado por la toma preventiva del túnel Roki, algo con lo que no es razonable contar siempre) que hace preciso contar con la acción anfibia. No parece, pues, que Rusia esté dispuesta a renunciar al uso de la fuerza en apoyo de su política, al menos en el Cáucaso. En cuanto a la segunda opción, no es posible evitar la impresión de que la acción militar en Georgia, además de demostrar que Rusia considera el Cáucaso como zona de influencia exclusiva, fue también un mensaje nada sutil al otro país ribereño del Mar Negro ex–soviético, en otras palabras es la manera rusa de persuadir a Ucrania de que no se debe enfrentar con Rusia, su mejor amigo y peor enemigo. De hecho, parece que Ucrania ha tomado nota y aunque en un primer momento trató de ejercer sus derechos soberanos de limitar el uso de Sevastopol por la Flota rusa en apoyo de los ataque a Georgia, lo que hubiera sido consistente con los usos habituales respecto a bases militares extranjeras, al parecer los buques rusos han seguido utilizándola con normalidad sin que Ucrania haya tomado ninguna acción práctica. Pero ello y la protesta indignada por las pretensiones ucranianas, afirmando que para preparar la base alternativa hace falta más tiempo que el remanente hasta 2017, han sido prudentemente combinadas con un trabajo firme de preparación, que según algunos observadores permitirá trasladar la menguante Flota del Mar Negro a Novorossisk mucho antes del plazo fijado, combinando así la “persuasión” con las medidas prácticas. Mientras tanto, en espera de la gran decisión final sobre el uso de la base, hay continuas escaramuzas legales por la posesión de faros y otras señales marítimas en las inmediaciones de Sevastopol.

Las ambiciones rusas para la fuerza naval basada en Sevastopol nunca estuvieron limitadas a la dominación del Mar Negro. La salida libre al Mediterráneo fue siempre un objetivo, y lo sigue siendo, pero el Convenio de Montreux es al tiempo una grave dificultad y un factor crucial en el diseño y composición de la fuerza. La geografía hace a Turquía dueño indiscutible de la llave de la puerta, pues no es posible forzar uno de los dos estrechos sin que Turquía tenga tiempo de hacer el otro infranqueable y el Convenio así lo ratifica, haciendo a Turquía único intérprete de sus disposiciones, lo que lleva a cabo con considerable rigor hasta, incluso, el ocasional perjuicio de sus aliados de la OTAN.

El Convenio –en una necesaria simplificación de un texto largo, complejo y teñido de los conceptos navales vigentes en 1936– limita el tránsito de los estrechos de fuerzas navales de naciones no ribereñas a un máximo de 15.000 Tm acumuladas de una sola vez, y el total desplegado en el Mar Negro a un tiempo a 30.000 Tm, en todo caso sin superar los 21 días de estancia (sin contar las visitas a puertos turcos en los estrechos, como Estambul o ?annakkale). El tránsito debe comenzarse de día, y submarinos y portaaviones no están autorizados en absoluto.

Para los países ribereños, hoy Bulgaria, Georgia, Rumanía, Rusia y Ucrania, las disposiciones de tránsito están considerablemente aliviadas: el tonelaje agregado no está taxativamente limitado, y los submarinos pueden entrar, si fueron construidos fuera, o salir para reparaciones, lo que en la práctica los libera de trabas. Pero los portaaviones tienen la misma limitación que los de los no ribereños, y aquí está una de las principales piedras en el zapato ruso. Desde que empezaron a diseñar y construir genuinos portaaviones, clase Kiev en 1975, los denominaron “cruceros pesados con aviación embarcada” para circunvenir la letra del Convenio. A ello daba también cierta credibilidad el hecho, consistente con la doctrina naval soviética, de que las dos clases de portaaviones hasta ahora, Kiev y Almirante Kuznetsov, y contrariamente a la práctica occidental, llevan un armamento importante de diversas clases de misiles. De hecho, a pesar de las obligadas protestas de los EEUU, no tuvieron problema en salir del Mar Negro, habiendo sido ambas clases construidos en los astilleros de Nikolaiev, hoy Ucrania. Sí las tuvo el Varyag, segundo de la serie Kuznetsov, al que es preciso referirse a pesar de que no se completó su construcción por dos razones: porque fue la “pieza” (no unidad operativa) más importante que correspondió a Ucrania en el reparto de la Flota, y porque fue posteriormente vendido como casco inerte a la República Popular China que está actualmente completándolo para convertirlo en el primer portaaviones de su marina. [1]

No hay hoy en día, por lo tanto, portaaviones de ninguna nación operando en el Mar Negro, aunque Rusia mantiene la posibilidad teórica de enviar de nuevo el Kuznetsov a su lugar de origen, lo que es tan improbable como que Turquía facilite el paso de de refuerzos rusos de otras flotas a la del Mar Negro. Ni los buques principales de combate que Rusia tiene, aunque aparentes, son de gran valor objetivo ni menos para el tipo de conflicto que amenaza en esa zona. Son todos de tecnología anticuada, incluido el ya mencionado e impresionante –de aspecto– Moskva de la clase Slava . Para ser precisos, la tecnología ya era anticuada cuando se entregaron, la mayor parte en la década de los 70, y adolecen de escaso nivel de integración de datos a nivel buque y nulo a nivel colectivo, con radares primitivos y no más misiles que los visibles en cubierta. Además, su diseño correspondía a un concepto soviético operativo de dominio negativo del mar, absolutamente irrelevante hoy, aunque el limitado teatro del Mar Negro no presentaba los problemas de aprovisionamiento en la mar que limitan la permanencia de sus buques en zona de operaciones.

Más coherente con las necesidades actuales es la flotilla de buques anfibios, y desde luego han sido puestos en buen uso en la campaña de Georgia de estos días pasados, con el Moskva y presumiblemente algún destructor o fragata dando protección, principalmente frente a fuerzas sutiles georgianas (aunque los detalles aún no han trascendido, parece que un patrullero clase La Combattante II, de nombre Dioskuria, fue averiado por barcos rusos, y posteriormente apresado y hundido de manera deliberada; el otro patrullero en lista, el Tbilisi, fue incendiado en puerto). Por otro lado, la capacidad de EEUU o la OTAN de proyectar poder en el Cáucaso es muy limitada, en tiempo y en magnitud. Sin portaaviones ni submarinos, teniendo que salir a los 21 días con Turquía vigilando cronómetro en mano, no es viable ejercer la presencia naval que sería necesaria para apoyar los deseos de Georgia y Ucrania de formar parte de la Europa occidental que admiran.

Conclusiones

La presión de Rusia sobre las naciones de su near abroad no ha hecho más que empezar, y los instrumentos que usa para ello son múltiples: manipulación de la opinión pública sobre todo de los residentes rusos y rusófonos, estimulando sentimientos independentistas donde conviene; medidas de presión económica como el embargo del vino y el agua mineral georgianas o el cierre del grifo del gas a Ucrania; medidas (escasamente) diplomáticas, como el reconocimiento explícito de la independencia de regiones separatistas, como Abjazia y Osetia del Sur (pero no de Chechenia o Ingushetia, ambas dentro de Rusia y con parecidos o superiores merecimientos); o directamente medidas militares, como el ataque a Georgia. Para estas últimas –y para proyectar poder en apoyo de las demás– la Flota del Mar Negro es una herramienta regional indispensable aunque la vetustez de sus unidades la hagan poco útil para fines más oceánicos. Esta herramienta necesita una base, y desafortunadamente para Rusia la continuidad de uso de la actual no está asegurada. Aunque al parecer están dando los pasos para sustituirla, el resultado nunca será tan satisfactorio como el servicio que presta Sevastopol y su hinterland industrial, por lo que cabe esperar en el próximo futuro presiones crecientes sobre Ucrania, que tomarán diversas formas, para forzar por lo menos una extensión de su alquiler y una contención en el precio. No hay duda de que la acción sobre Georgia ha sido, además de sus propios fines, un aviso a Ucrania en este sentido, que Ucrania ha acusado “replegando velas” y admitiendo el retorno de los buques rusos de Georgia.

Rusia no sólo ha recurrido a la proyección regional mediante su fuerza naval en el Mar Negro, sino que acaba de enviar una fuerza naval, presumiblemente procedente de Severomorsk y centrada en el crucero Pyotr Veliky, para realizar ejercicios en aguas venezolanas con unidades de esa marina, además del despliegue con permanencia no especificada de aviones de patrulla marítima, seguramente el Ilyushin 38 May. Desde el fin de la amistad cubana no se habían visto despliegues tan ambiciosos, probablemente en el límite de su capacidad operacional, pero capaces de enseñar la bandera rusa que ondea con crecientes ambiciones de proyectar su poder mediante su fuerza naval.

Hemos visto que a esta nueva Rusia segura de sí misma que está surgiendo al amparo de una economía boyante no le tiembla el pulso a la hora de utilizar el más radical de los instrumentos a su disposición. Parece que Putin (o Medvedev, que tanto monta, monta tanto) ha adoptado el lema oderint dum metuant ([no importa] que nos odien, con tal de que nos teman) diversamente atribuido a Tiberio y a Calígula, dos preclaros ejemplos de gobernantes sabios y preocupados por el bienestar de los ciudadanos.

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[1] La venta y transporte de Ucrania a China del Varyag fue una odisea que duró desde 1998 hasta 2002 y que parece un cúmulo de desastres y despropósitos. Fue vendido para ser convertido en hotel–casino flotante en Hong–Kong –algo difícil de creer– declaración de intención que no persuadió a Turquía, que tardó 16 meses en dar autorización para cruzar los estrechos aduciendo problemas de seguridad, y sólo lo hizo ante la promesa china de promover el turismo en Turquía. Egipto no permitió el cruce de Suez, por lo que tuvo que ser remolcado alrededor de África y a lo largo del Índico, sufriendo temporales y roturas de remolque. Finalmente, y no muy sorprendentemente, poco a poco la marina china lo ha ido rehabilitando y completando, y actualmente se espera que entre en servicio pronto con el nombre de Shi–Lang, significativamente el nombre de un almirante chino que conquistó Taiwán.