5 de junio de 2009

EL PEREGRINAJE POLÍTICO DE BENEDICTO XVI A ISRAEL


Samuel Hadas

Relaciones “tortuosas y laberínticas”

El peregrinaje del Papa ha sido seguido en todo el mundo con gran expectación, sobre todo por católicos y judíos, y con gran curiosidad, por otros. La Santa Sede había insistido una y otra vez que no era intención del Papa “mezclar política y religión” y que su peregrinaje tenía como destino las comunidades católicas y los lugares santos del cristianismo: una visita religiosa. Pero las evidentes connotaciones políticas de una visita a Israel, Jordania y los territorios palestinos del tercer Papa que visita Tierra Santa en casi cinco décadas, relegaron su dimensión religiosa a un segundo plano.

Nadie ignora que la diplomacia vaticana está motivada en la misma medida por consideraciones religiosas y políticas. Reforzar la presencia de la Iglesia Católica en Tierra Santa ha sido siempre uno de los cometidos relevantes de la Iglesia Católica, sobre todo en vista de la emigración de sus fieles como resultado de la situación política en la región. Evidentemente éste ha sido uno de los objetivos que señaló Benedicto XVI para su visita, pero a sabiendas que se encontraría con las contradictorias aspiraciones nacionales de israelíes y palestinos, así como las nada fáciles relaciones de su Iglesia con judíos, musulmanes y las demás denominaciones cristianas en la región. La expectación despertada por su visita estuvo motivada evidentemente por su dimensión política.

Las singulares relaciones entre la Santa Sede y el Estado judío, definidas en su momento por el padre jesuita Michael Perko como “relaciones tortuosas y laberínticas”, adquirieron en esta visita un singular protagonismo. Conviene recordar que la actitud del Vaticano hacia el Estado de Israel desde mucho antes de su creación fue negativa y hasta hostil, en primer lugar por consideraciones de orden teológico. Para los teólogos católicos, la pérdida de la soberanía y la expulsión de los judíos de la tierra de Israel fueron consecuencia de su negativa de reconocer a Jesús como el Mesías. Ya en 1904, cuando el fundador del sionismo político, Theodor Herzl, solicitara del Papa Pío X su apoyo a la creación de un Estado judío en Palestina, éste lo rechazó contundentemente, aduciendo que al no reconocer los judíos a Jesús la iglesia no podía reconocerles el derecho a retornar a Tierra Santa. El exilio de los judíos habría sido su castigo por lo que no podía reconocer la legitimidad de su presencia soberana en Tierra Santa. Posteriormente, las consideraciones teológicas han dejado lugar a las de orden político.

Las relaciones Israel-Santa Sede deben verse en el contexto de las complejas relaciones entre el pueblo judío y la Iglesia Católica, unas relaciones “teñidas de sangre y lágrimas”, como declarara el Cardenal Joseph Ratzinger en Jerusalén en 1994. Estas relaciones cambiaron sustancialmente después de que en 1965 el Concilio Vaticano II, indudablemente uno de los actos de mayor relevancia de la Iglesia Católica en el siglo XX, decidiera, entre otras cosas, asumir nuevas actitudes respecto a su difícil relación con el pueblo judío, iniciándose así para la Iglesia un período de toma de conciencia en el que intentó superar un pasado no muy lejano de historias trágicas, resentimientos y recelos, lleno de prejuicios mutuamente alimentados durante siglos a raíz de 1a conducta de la Iglesia hacia los judíos. La declaración Nostra Aetate, aprobada en el Concilio, puso fin a la secular enseñanza de que los judíos eran culpables de deicidio, al rechazar la doctrina según la cual sobre ellos pesaba la acusación colectiva por la crucifixión de Cristo. El odio a los judíos es considerado por la Iglesia Católica incompatible con el cristianismo. Esta nueva postura se convirtió en doctrina y contribuyó notablemente a derribar acendrados prejuicios. El Concilio Vaticano II y su declaración Nostra Aetate se constituyeron así en los cimientos de un nuevo edificio teológico, construido ladrillo a ladrillo, que desde entonces modifica en forma gradual la actitud de la Iglesia católica hacia el pueblo judío y el Estado de Israel.

Pero debieron transcurrir 45 años para que la Santa Sede modificara su actitud hacia el Estado de los judíos. En 1947, en su deseo de restablecer su influencia en Tierra Santa y los Santos Lugares apoyó la internacionalización de Jerusalén, cuando las Naciones Unidas decidieron la partición del mandato británico de Palestina en dos Estados, uno judío y otro árabe. Desde el momento mismo de la creación del Estado de Israel las relaciones con la Santa Sede fueron complejas y conflictivas. Distintas fueron las razones mencionadas como causa de la negativa de la Santa Sede a establecer relaciones diplomáticas con Israel: el estatuto de Jerusalén y los Santos Lugares; la solución del problema palestino por medio de la creación de su hogar nacional; y la preocupación por las minorías católicas en los países árabes, ante el temor de represalias. La Santa Sede no quería crear antagonismos en el mundo árabe, por lo que perseveró en una postura generalmente pro-árabe. Con todo, los portavoces de la Santa Sede indicaron que no tenían reserva alguna sobre la legitimidad del Estado de Israel, reconociéndolo de forma implícita como país miembro de la comunidad internacional. Se podía asumir que la Santa Sede vería la creación del Estado judío como una oportunidad para reparar la injusticia causada por la iglesia a los judíos en el transcurso de las generaciones. Por el contrario, su actitud fue desde un principio negativa y por momentos hostil hasta el establecimiento de las relaciones diplomáticas.

“La Santa Sede y el Estado de Israel, atendiendo al carácter único y a la significación universal de Tierra Santa, conscientes de la naturaleza única de las relaciones entre la Iglesia católica y el pueblo judío, el proceso histórico de reconciliación y de comprensión, y de la amistad mutua creciente entre los católicos y los judíos...”. Con estas palabras se inicia el preámbulo del Acuerdo Fundamental entre el Estado de Israel y la Santa Sede, firmado en Jerusalén el 30 de diciembre de 1993, un acuerdo que allanó el camino hacia el establecimiento de relaciones diplomáticas plenas el 15 de junio de 1994. Evidentemente, no es éste el lenguaje convencional de la diplomacia internacional. Pero no podría ser de otra manera, por cuanto no se trataba de un acto diplomático más sino de un hecho singular, porque singulares son sus protagonistas. Estados con un significado histórico y espiritual innegables: Israel, con una identidad propia, al que está vinculado en forma vital el pueblo judío y la Santa Sede, un Estado según la jurisprudencia internacional pero con una finalidad muy específica, no identificable con la de los demás Estados, pues la Santa Sede es el gobierno de la Iglesia Católica y su acción se dedica fundamentalmente a la Iglesia.

Desde el momento en que se formalizaron las relaciones entre el Estado de Israel y el Vaticano, no han estado exentas de períodos de tensión e incluso de crisis. Cada una de las partes ha sumado errores que los medios de comunicación no dejaron de destacar en vísperas de la visita. Por ejemplo, la sonada controversia causada por la decisión del Papa de renovar la misa en latín, que contiene alusiones agraviantes para los judíos (excluidas posteriormente). Otro tema conflictivo ha sido el reciente levantamiento de la excomunión a los cuatro obispos ordenados por el arzobispo integrista Marcel Lefebvre, uno de los cuales, Richard Williamson, pocas semanas antes había declarado que el Holocausto judío no existió, que no hubo cámaras de gas y que “solo murieron 300.000 judíos”. La reacción de Israel y de las comunidades judías en el mundo obligó al Papa a renovar su “total e indiscutible solidaridad con nuestros hermanos destinatarios de la Primera Alianza” a la vez que expresó su esperanza de “que la memoria del Holocausto sea una advertencia contra el olvido y la negación”, después de aclarar que la cancelación de la excomunión de los lefebvristas no implicaba su restitución a funciones en la Iglesia. Otro tema de discordia sigue siendo la controvertida iniciativa de canonización del Papa de la Segunda Guerra Mundial, Pio XII, cuyo silencio ha sido severamente criticado por los judíos, que consideran que poco o nada hizo para condenar las persecuciones del régimen nazi. Benedicto XVI defendió en más de una oportunidad el papel de Pio XII durante la Segunda Guerra Mundial.

También Israel ha aportado lo suyo: su política en el conflicto con los palestinos ha suscitado críticas en el Vaticano: la política de concesión de visados a miembros del clero originarios de países árabes, sus restricciones a sus movimientos entre Israel y los territorios ocupados, así como las limitaciones que, por razones de seguridad, impone a los fieles residentes en los territorios ocupados, quienes no siempre pueden acceder a los Lugares Santos de Jerusalén, etc. Sobre todo, el Vaticano critica a Israel por la excesiva dilatación de las negociaciones sobre el acuerdo financiero que se refiere a cuestiones fiscales y de la propiedad de algunas instituciones católicas en el Estado de Israel, acuerdo que, según la Iglesia Católica, debe proporcionarle la seguridad jurídica y fiscal necesaria para realizar sus tareas. El ambiente positivo creado por la visita ha permitido, aseguran ambas partes, “significativos progresos en unas negociaciones” que se prolongan desde el establecimiento de relaciones diplomáticas entre la Santa Sede e Israel.

Benedicto XVI y los israelíes

El Papa llegó a Israel precedido por las polémicas causadas por algunos de sus actos. A Israel le interesaba sobremanera la imagen que dejaría la visita del Papa y, por supuesto, su contribución a la profundización del diálogo entre la Santa Sede y el Estado de Israel, mientras que la Iglesia local esperaba la consolidación de su presencia en Israel y en los territorios palestinos. Los palestinos, a su vez, esperaban un respaldo inequívoco del Papa a sus aspiraciones a un Estado propio.

Cada una de las palabras y gestos del Papa fueron examinadas con lupa en la búsqueda de mensajes y significados. En vísperas de su visita, el Patriarca Latino en Jerusalén, Fouad Twal, que había advertido previamente a sus superiores en el Vaticano sobre las dificultades que el Papa encontraría en el curso de su visita, comentó al diario israelí Haaretz: “Lo que más me preocupa son los discursos que el Papa deberá pronunciar aquí. Una palabra a los musulmanes y tendré problemas, otra a los judíos y tendré problemas”. Y problemas no le faltaron.

Apenas arribó a Israel, el Papa Benedicto XVI, en la ceremonia de recepción, condenó con duras palabras el antisemitismo, exigió que no se rebajara el horror del Holocausto y rindió un sentido homenaje a las seis millones de víctimas judías, utilizando, como ya lo hace desde hace tiempo la Iglesia, el término hebreo, Shoah.

Pero sus cálidas palabras no impidieron que el discurso que más expectativas despertara, el pronunciado en el Memorial del Holocausto Yad Vashem, en Jerusalén –en el que proclamó que “los gritos de las víctimas del Holocausto aún resuenan en nuestros corazones”– haya sido reprobado por muchos israelíes, que no ocultaron sus críticas. En su visita a Yad Vashem, la más importante de su periplo para sus anfitriones israelíes debido a las susceptibilidades que despierta entre los judíos en el mundo y en Israel el Holocausto, su alocución suscitó una polémica generalizada. Para algunos se trató del discurso de un teólogo, “académico, didáctico, abstracto” pero carente de la sensibilidad que se requiere del líder máximo de una Iglesia empeñada en el difícil diálogo con el judaísmo. El Papa habló en términos demasiado abstractos sobre la lección del Holocausto. Algunos le reprocharon, por ejemplo, la falta de sensibilidad al no recordar la responsabilidad de los nazis. Habló de muertos y no de asesinados y no expresó remordimiento por lo que hicieron sus compatriotas, comentó un analista israelí. Así como en su reciente visita a África desató un vendaval por lo que dijo, en su visita a Israel causó desencanto por lo que no dijo, editorializó el cotidiano israelí Haaretz.

Muchos esperaban por lo menos una apología de un Papa que, escribe una comentarista israelí, había sido en su juventud miembro de las Juventudes Hitlerianas y sirvió en la Wehrmacht hasta que desertó en 1944. Las críticas motivaron una inusual conferencia de prensa del portavoz de la Santa Sede, Federico Lombardi, que declaró que “nunca, nunca, nunca” el joven Joseph Ratzinger perteneció a las fanáticas Juventudes Hitlerianas (posteriormente debió retractarse porque, efectivamente, Ratzinger había pertenecido a este movimiento) y “que fue enrolado a la fuerza en la unidad de auxiliares de la defensa antiaérea”, por lo que “no tiene que justificarse ante nadie”.

Se equivocaron quienes se apresuraron a criticar al Papa. Benedicto XVI, desde el inicio de su pontificado ha reiterado los singulares lazos que unen a judíos y católicos y repudió el antisemitismo y el negacionismo del Holocausto. Indudablemente, deberán transcurrir aún décadas, sino siglos, antes de que judíos y cristianos puedan desembarazarse del peso de una historia horrenda y de acendrados prejuicios mutuos, pero la actitud del Papa hacia el pueblo judío e Israel ha sido desde el inicio de su pontificado más que positiva, pese a inevitables malentendidos. Se equivocan quienes, al ocuparse de algunas omisiones en su discurso, se apresuraron a enjuiciar al Papa atribuyéndole indiferencia ante el antisemitismo, cuando pocas horas antes, a su llegada, lo había condenado enfáticamente a la vez que señalaba que el vínculo entre el pueblo judío y los cristianos es un vínculo de gran valor histórico. Uno de los más destacados columnistas israelíes, al analizar el acontecimiento, en un artículo titulado “Exageramos”, criticó severamente a los críticos del Papa. De haber examinado sus palabras en su dimensión más profunda, los críticos habrían comprobado que estuvo enfocado en conceptos de la memoria, la memoria de las víctimas. El Papa había elegido la vía de la razón y no la del corazón.

En la ceremonia de despedida en el aeropuerto el Papa tuvo la oportunidad de referirse a las críticas cuando insistió en que el Holocausto nazi nunca debe ser olvidado o negado, pues se trata de un espantoso episodio en el que “tantos judíos fueron brutalmente exterminados por un régimen sin Dios que propagó una ideología de antisemitismo y odio”.

No faltaron expresiones de intolerancia y sobresaltos, como el protagonizado por un clérigo musulmán en el acontecimiento dedicado al diálogo interreligioso en Jerusalén, al que fueron convocados judíos, cristianos y musulmanes, e israelíes y palestinos involucrados en el diálogo. El acto finalizó abruptamente cuando el jeque palestino Taisir Tamini tomó la palabra para lanzar toda clase de exabruptos contra Israel. Cuando se le tradujeron al Papa los comentarios del clérigo, abandonó la sala contrariado, interrumpiéndose así el acto. Esta fue una situación embarazosa similar a la vivida por el Papa Juan Pablo II en su visita a Tierra Santa, en el año 2000, en otro encuentro interreligioso en Jerusalén.

El Papa, Israel y las aspiraciones nacionales de los palestinos

La corta visita de Benedicto XVI a la ciudad palestina de Belén ha sido, en opinión de los palestinos, un éxito político por su impacto entre los palestinos y en el mundo árabe en general.

Antes, ya a su llegada a Israel, había apelado a una reconciliación entre israelíes y palestinos, recordando a los políticos la necesidad de una solución justa al conflicto basada en dos Estados para los dos pueblos. Al despedirse de Israel, en presencia del presidente Shimon Peres y del primer ministro Benjamin Netanyahu, el Papa, además de insistir en la necesidad del reconocimiento universal del derecho a la existencia de Israel en paz y seguridad, recordó el derecho de los palestinos a un hogar nacional soberano e independiente, y “a vivir con dignidad y viajar libremente”. Abiertamente criticó las limitaciones que Israel impone a los palestinos en los territorios ocupados de Cisjordania, con el muro y los puestos de control que dificultan la vida de los palestinos en Cisjordania, así como el bloqueo de la franja de Gaza. “Dejad que la solución de dos Estados se convierta en una realidad y no siga siendo un sueño”, declaró.

En sus declaraciones en Belén, Benedicto XVI abordó todos los problemas que marcan la realidad palestina. Criticó sin ambages la política israelí y apoyó la creación de un Estado palestino. Para el Papa es una tragedia que aún se levanten muros. Junto al muro que Israel levantó en las inmediaciones de Belén, el Papa hizo un llamamiento para que en ambos lados del muro se resista el impulso a vengarse por pérdidas o heridas. Criticó, como era de esperar, la construcción del muro, aunque sin referirse a la razón de Israel para construirlo: la necesidad de encontrar una solución a la ola de atentados terroristas suicidas que había sacudido al país. En el campo de refugiados que visitó habló extensamente sobre la difícil situación de los palestinos.

No obstante, no faltaron críticas por parte de quienes esperaban un apoyo más contundente a las aspiraciones de los palestinos y a las críticas de los islamistas. Algunos líderes islámicos habían llamado con anterioridad a boicotear la visita. La organización extremista islámica palestina Yihad Islámica consideró la visita “un desprecio al sufrimiento del pueblo palestino”. En síntesis, una visita eminentemente política.

Conclusión

Una visita para los libros de historia

El Papa ha cruzado en su visita a Israel y en territorio palestino campos sembrados de minas, saliendo indemne. Aunque no exenta de problemas, ha sido una visita positiva. No faltaron los decepcionados, pero muchas de las críticas que se le hicieron han sido injustificadas y en algunos casos han distorsionado la realidad. Lo atestiguan los supervivientes del Holocausto, así como los rabinos que toman parte en el diálogo judio-católico, que salieron en su defensa. “La visita”, comentó el presidente Peres, “ha sido más una visita para los libros de historia que para la prensa de hoy”. El Papa llegó a Israel en una visita de buena voluntad.

La actitud del Papa hacia el pueblo judío e Israel, aún con anterioridad a su nombramiento para su alta misión, ha sido positiva, pese a algunas de sus problemáticas decisiones. Siendo Cardenal formó parte de la comisión de la Santa Sede que recomendó al Papa Juan Pablo II establecer relaciones diplomáticas con Israel. Ha renovado la expresión de su total solidaridad “con nuestros hermanos de la Primera Alianza” y auguró que la memoria del Holocausto induciría a la humanidad a reflexionar sobre el poder del mal. Su condena del negacionismo habrá llegado seguramente a los oídos del presidente iraní Ahmadineyad, que un día sí y otro también proclama que Israel debe ser borrado del mapa y que el Holocausto no existió. De ahí que, pese a las controversias suscitadas por algunas de sus decisiones en el pasado, el Papa ha sido un huésped bienvenido en Israel.

En las relaciones entre el Estado de Israel y la Santa Sede han surgido no pocos problemas, algunos de los cuales no han encontrado aún soluciones adecuadas. Evidentemente, ambas partes han sumado errores a lo largo de los 15 años transcurridos desde el establecimiento de las relaciones diplomáticas, pero se espera que la atmósfera creada por la visita contribuya a su solución.

La visita de Benedicto XVI ha sido histórica y contribuirá a profundizar el diálogo entre judíos y católicos y entre el Estado de Israel y la Santa Sede. El Papa sigue por el camino trazado por su predecesor Juan Pablo II, que puso a la Iglesia Católica frente a sus responsabilidades históricas con los judíos.

¿Contribuirá, además, la simbólica visita del Papa a la paz en Oriente Medio? ¿Servirán sus llamamientos a la paz en una parte del mundo donde la religión es parte del problema pero no de su solución? Los líderes religiosos que transmiten el verdadero mensaje de sus religiones, que es un mensaje de paz, han dejado un vacío que es ocupado por fanáticos extremistas que manipulan los sentimientos religiosos de los fieles. Quizá la influencia espiritual de un Papa sin divisiones armadas aliente a los verdaderos líderes religiosos a seguir su ejemplo e implicarse a conciencia en la búsqueda de soluciones pacíficas a los problemas que aquejan a esta región, problemas que minan cada vez más su estabilidad y acercan el peligro de nuevos estallidos.

PARA QUE AL-QAEDA SEA DERROTADA, ¿HAY QUE NEGOCIAR CON LOS TALIBÁN O IMPONERSE A ELLOS?


Fernando Reinares

Al-Qaeda es una estructura terrorista que desde mediada la década de los 90 ha dependido de los talibán para persistir y desarrollar sus actividades en numerosos países del mundo. Entre 1996 y 2001, Osama bin Laden y los suyos, quienes mediado el primero de esos años se vieron obligados a abandonar la base que habían establecido en Sudán, encontraron un nuevo santuario en Afganistán, al amparo de los talibán. Estos se hicieron con el poder en dicho país tras una prolongada guerra contra las tropas soviéticas durante los años 80 y el posterior enfrentamiento entre quienes con anterioridad habían combatido en un mismo bando a los invasores con el respaldo económico de, sobre todo, Arabia Saudí y EEUU. Enfrentamiento este último para el cual aquellos fundamentalistas religiosos se beneficiaron del apoyo que les proporcionó la inteligencia paquistaní, en detrimento de otros contendientes de distinta orientación ideológica y en principio mejor disposición hacia el mundo occidental, como la heterogénea Alianza del Norte. Esta, por otra parte, fue abandonada a su suerte también por las autoridades norteamericanas, decididamente implicadas en los avatares afganos hasta que con la retirada del Ejército Rojo optaron por desentenderse de su suerte y de la de su población.

Sin embargo, tras los atentados del 11 de septiembre en Nueva York y Washington, ideados y planificados por al-Qaeda desde su asentamiento en Afganistán, EEUU intervino militarmente en dicho país, con gran respaldo de la comunidad internacional, en el otoño de 2001. Ya lo había hecho tres años antes, poco después de los atentados que esa misma estructura terrorista perpetró junto a las embajadas norteamericanas de Nairobi y Dar es Salaam, pero entonces fue una represalia limitada. Ahora se trataba de derrocar a los talibán en el poder y destruir la extensa infraestructura de al-Qaeda en el territorio sobre el cual gobernaban, al igual que la de otros grupos y organizaciones afines a la misma, objetivo que inicialmente consiguieron. Pero, pese a perder las facilidades de que hasta entonces venía disponiendo, incluyendo sus campos de adoctrinamiento y entrenamiento, al igual que a buena parte de sus miembros y a algunos de sus dirigentes, al-Qaeda consiguió reubicarse al otro lado de la frontera oriental de la jurisdicción afgana, en las denominadas zonas tribales de Pakistán. Desde el año 2002, ya notablemente reconstituida y muy activa tanto en iniciativas de propaganda como operativas, pervive, en el Norte de Waziristán y algunas demarcaciones aledañas, debido esta vez a la protección otorgada por los talibán paquistaníes. Estos y los talibán afganos se encuentran estrechamente vinculados entre sí no sólo por una misma ideología sino también por su común adscripción a la etnia pastún. Unos y otros consideran al mulá Omar como su emir –a quien, por cierto, el propio Osama bin Laden juró fidelidad a finales de los 90–, mientras que Ayman al Zawahiri, verdadero estratega del actual terrorismo global, se ha referido como guía espiritual para todos los implicados en el mismo.

Ante el avance de los talibán

En los últimos cinco o seis años, tanto el retorno de los talibán en Afganistán como su paulatino avance en Pakistán no han hecho sino favorecer a al-Qaeda y a una serie de entidades afines localizadas en el mismo entorno, al ampliarse su propio espacio mientras lo hacía el correspondiente al domino ejercido por sus anfitriones. En Afganistán, tres al menos serían las principales razones que explican ese resurgimiento de los talibán. En primer lugar, el hecho de que éstos nunca fueron derrotados por completo, sino que huyeron hacia lugares remotos del país donde se recompusieron lo suficiente para finalmente adoptar nuevas tácticas insurgentes en general y terroristas en particular, como las que han desarrollado en los últimos años, aprovechándose de que los escasos medios humanos y materiales de que dispusieron el Gobierno de Karzai y la coalición que lo respaldaba no eran suficientes para perseguirlos y garantizar la seguridad de un país por reconstruir material e institucionalmente. En segundo lugar, que las autoridades de EEUU desplazaran su atención de Afganistán a Irak hizo que las condiciones de seguridad en el primero de estos dos países se deterioraran aún más y que la asistencia proporcionada para su reconstrucción socioeconómica resultase muy insuficiente.

Como consecuencia de ello, las expectativas de mejora en sus condiciones de vida que albergaba gran parte de población se vieron frustradas sobremanera, lo que a su vez propició el cultivo de opio, del cual dependen económicamente millones de afganos ahora también resentidos por la política internacional hacia lo que constituye para ellos una fuente de ingresos sin alternativa viable, situación ésta de la cual acabarán sacando también partido los talibán. En tercer lugar, el retorno de los talibán afganos se ha visto favorecido por el refugio y la ayuda que han recibido de sus homólogos paquistaníes. El caso es que en 2002 se registraron poco más de 20 atentados en Afganistán, de los cuales ninguno fue suicida. Cinco años después, en 2007, fueron casi 2.700 y de ellos aproximadamente 160 suicidas. Y la actividad terrorista se incrementó aún más a lo largo del pasado año. Aunque los principales bastiones de los talibán se encuentran al sur y al este del país, lo cierto es que su presencia se ha hecho permanente en unas dos terceras partes del territorio y desarrollan una intensa actividad insurgente en más de la mitad del mismo. Sin embargo, la mayoría de las víctimas de los actos de terrorismo que ejecutan son civiles desarmados que pertenecen a la población autóctona.

Los talibán paquistaníes, por su parte, han crecido mucho en número durante ese mismo período de tiempo y han extendido su influencia dentro de las llamadas Áreas Tribales Administradas Federalmente y otras demarcaciones de la denominada Provincia Fronteriza del Noroeste, desafiando a una autoridad estatal ya de limitada presencia efectiva en buena parte de esos territorios, en los que existe un régimen jurídico especial. En diciembre de 2007, alrededor de una treintena de grupos armados de aquella condición extremista constituyeron Therik-e-Taliban Pakistan (TTP o Movimiento Talibán de Pakistán), una coalición con presencia en la mayor parte de los distritos, agencias y regiones de la aludida provincia, aunque su implantación no sea uniforme en ellos. A dicha nueva organización se atribuye, entre otros atentados perpetrados por su propia cuenta o en colaboración con al-Qaeda u otras organizaciones terroristas próximas, el que en diciembre de 2007 puso fin a la vida de Benazir Butto, el que ocasionó la muerte de 69 personas en la localidad de Wah en el verano de 2008 y el igualmente episodio suicida contra el Hotel Marriott de Islamabad en septiembre de ese mismo año con el resultado de 53 muertos. TTP ha pasado de desarrollar una notoria campaña de atentados suicidas a enfrentarse, con un considerable número de militantes armados, al Ejército paquistaní. No en vano se estima que dispone de unos 30.000 activistas propios. El TTP ambiciona imponer en todo el país, mediante el uso de la fuerza, un orden sociopolítico basado en su concepción rigorista del credo islámico y contribuir a que sus correligionarios de Afganistán logren tanto a la expulsión de las tropas extranjeras desplegadas en este país como al restablecimiento de un régimen talibán en el mismo.

Pues bien, desde hace ya algún tiempo vienen escuchándose voces y leyéndose escritos, de responsables políticos o comentaristas de la prensa, cuando no incluso de mandos militares occidentales, con mayor o menor relevancia en relación con estos asuntos, quienes sugieren si no insisten en que para reconducir la situación en Afganistán, contener su agravamiento en Pakistán y aislar a al-Qaeda es preciso negociar con los talibán. Cuando se habla de negociar con talibán afganos no cabe sino pensar en hacerlo con líderes, miembros prominentes o agregados significativos del denominado Movimiento Islámico de los Talibán; del mismo modo que hablar de negociar con talibán paquistaníes supondría hacerlo con dirigentes, integrantes destacados o colectivos adscritos a alguno de los grupos que componen Therik-e-Taliban Pakistan, o de quienes forman el consejo que rige esta misma coalición de islamistas radicales. Señalar otro tipo de interlocutores, como pastunes afganos o paquistaníes no alineados con los talibán e incluso pertenecientes a tribus que rivalizan con la dominante entre ellos, resulta equívoco, es irrelevante si lo que se busca es promover el disentimiento entre los extremistas y alude a otras importantes facetas de un programa contrainsurgente pensadas no para dividir a los insurgentes sino para ganar aquiescencia entre la población local o favorecer que abandonen las armas aquellos insurgentes que hubieran sido movilizados bajo coacción o a cambio de dinero, lo que no requiere tanto un proceso de negociación como la provisión de incentivos selectivos de carácter no político para abandonar las armas. Eso sí, quienes insisten en negociar con los talibán no suelen dejar suficientemente claro qué es exactamente lo que hay que negociar y dan por descontada una más que cuestionable distinción entre talibán buenos y malos, acomodadizos e irreconciliables.

¿Lecciones de las que aprender?

Ocurre, sin embargo, que en los últimos cinco años se han dado ya varios procesos de negociación con talibán de los que cabe extraer algunas lecciones. Destacan, en concreto, tres importantes negociaciones mantenidas entre el Gobierno de Pakistán y talibán de ese mismo país, que se tradujeron en acuerdos de alcance territorial que debían hacerse efectivos en determinados ámbitos de sus zonas tribales. Al primero de ellos, el conocido como acuerdo verbal de Shakai, se llegó en abril de 2004. Los interlocutores de las autoridades de Islamabad fueron entonces el líder talibán Nek Mohammed y los notables o ancianos de la tribu de los Ahmadzai Wazir, que habita en Waziristán del Sur. En febrero de 2005 se alcanzaron los acuerdos de Sararogha, con la intención de ser aplicados en otro espacio distinto pero dentro de aquella misma agencia, negociados en esa ocasión con el dirigente talibán Baitulá Mehsud y los notables o ancianos de su misma tribu, es decir la de los Mehsud. Año y medio más tarde, en septiembre de 2006, fue suscrito un nuevo acuerdo, pero esta vez en Waziristán del Norte, con otro destacado jefe talibán, en concreto Hafiz Gul Bahadur y los notables o ancianos de la tribu de los Uthmazni Wazir.

Con esos tres acuerdos las autoridades paquistaníes pretendían ante todo acorralar a los seguidores de Osama bin Laden. Estuvieron precedidos por operaciones militares en las respectivas zonas a que luego afectaron, ordenadas por el entonces presidente del país, Pervez Musharraf, para combatir tanto a al-Qaeda como a sus grupos afiliados integrados por miembros de origen igualmente foráneo, que entre finales de 2001 e inicios de 2002, huyendo de Afganistán, se establecieron en las mismas. Acogidos por algunas de las principales tribus que habitan esos territorios, desde ellos pasaron a desarrollar sus actividades terroristas dentro y fuera de Pakistán. En dichos acuerdos se incluían estipulaciones que habilitaban a los talibán para establecer de hecho su propia administración en las demarcaciones de que se tratara, impedían que el uso de armas según las tradiciones locales quedase prohibido y fijaban los términos para un repliegue del Ejército paquistaní. A cambio, se disponía que los extranjeros presentes en esas agencias salieran de las mismas y que ni las fuerzas de seguridad ni las instalaciones o los funcionarios gubernamentales serían objeto de ataques por parte de los talibán, como tampoco se producirían infiltraciones de estos militantes paquistaníes para desarrollar actividades armadas al otro lado de la frontera, en Afganistán.

Pero, ¿cuál fue el resultado de esos acuerdos? La realidad de las cosas es que los talibán paquistaníes ni cesaron en sus actividades violentas en las zonas tribales ni dejaron de extender su dominio, haciendo caso omiso de lo acordado, en las agencias de Waziristán del Norte y Waziristán del Sur, aprovechando las circunstancias derivadas de las negociaciones como oportunidad para ampliar su influencia a otros ámbitos de la Provincia Fronteriza del Noroeste e imponer así su dominio sobre nuevos sectores de la población. Numerosos notables o ancianos tribales de orientación progubernamental fueron impunemente asesinados por los talibán para facilitar su programa coactivo de control social sobre determinadas zonas tribales. Se estima que más de 200 de esos notables o ancianos tribales, figuras de autoridad en sus respectivas colectividades, perecieron a manos de los extremistas sólo entre 2004 y 2007. Además, continuaron e incluso se incrementaron las infiltraciones en Afganistán para combatir a las tropas de EEUU y de otras naciones de la coalición internacional destacadas en dicho país. Por mencionar sólo algunas de las consecuencias que tuvieron los mencionados acuerdos negociados entre las autoridades paquistaníes y talibán autóctonos. En conjunto, pues, bien puede afirmarse que no sirvieron sino para que los talibán paquistaníes se fortaleciesen y consiguieran ampliar el escenario de sus actividades insurgentes en Pakistán.

Militares contra los talibán

No era previsible que ulteriores procesos de negociación con los talibán llevaran por derroteros diferentes, ni con el nuevo gobierno de coalición que se formó en Pakistán en marzo de 2008, ni una vez que Asif Ali Zardari se hizo con la presidencia del país. En la primavera de 2008 fracasaron igualmente las negociaciones mantenidas con algunos líderes talibán, incluyendo a Baitulá Meshud, quienes insistían en que se les permitiera aplicar su versión rigorista de la ley islámica en las zonas donde se asientan sus respectivas tribus, sin que eso fuese a modificar la cobertura que otorgaban a organizaciones terroristas foráneas ni su participación en actividades de violencia en Afganistán. Pese a todo lo cual, en febrero de 2009, las autoridades de la Provincia Fronteriza del Noroeste firmaron un acuerdo con Sufi Mohamed, líder del ilegal Tehrik-e-Nifaz-a-Shariat-e-Mohammadi (TNSM), grupo integrado a su vez en Therik-e-Taliban Pakistan, para regular la introducción de la ley islámica y el funcionamiento de los tribunales religiosos encargados de aplicarla en toda una porción de dicha provincia conocida como División Malakand, entre cuyos siete distritos se encuentran los del valle de Swat y de Buner, así como en el distrito de Kohistan, perteneciente a la División Hazara. El acuerdo, que contó con la aprobación del primer ministro paquistaní e incluso de la Asamblea Nacional, fue posteriormente rubricado por el presidente Asaf Ali Zardari. Las autoridades parecían confiar en que sirviera para restaurar el mandato gubernativo y el orden público en ámbitos particularmente conflictivos de una provincia donde, como indicador de la violencia que en ella se registra, en 2008 ocurrieron 32 de los 59 atentados suicidas contabilizados en el conjunto de Pakistán. Y, según datos proporcionados por el Ministerio del Interior de dicho país, hasta 692 incidentes terroristas entre enero de ese año y marzo de 2009.

Pero los talibán, en lugar de ello, se apresuraron una vez más a extraer aún mayores rendimientos de la situación. Empezando por desafiar a las autoridades, a cuyo comportamiento cabe atribuir que las expectativas de aquellos fuesen elevadas y crecientes, haciéndose fuertes en Swat, donde los islamistas radicales venían desde hace más de una década tratando de reemplazar la jurisprudencia secular, en vigor desde 1969. En la práctica, dicho valle se encontraba desde 2007 bajo el control del TNSM y estos talibán, incorporados luego al TTP, habían conseguido hacer que imperase un código religioso de cariz rigorista en el distrito e incluso dificultar sobremanera la educación de las niñas, tras atacar con bombas cerca de 200 colegios. Inocularon el miedo entre la población local, por ejemplo mediante brutales prácticas punitivas apelando a la ley islámica, para que acatara las directrices impuestas por los extremistas, inhibiendo tanto una respuesta policial en ese distrito como la acción política de los partidos activos en el conjunto de la provincia, muchos de cuyos miembros fueron también asesinados. Poco antes de que se firmara el acuerdo de febrero de 2009, Sufi Mohammed, el líder del TNSM, había declarado que el islam “no permite democracia ni elecciones”. El 15 de abril, es decir dos días después de que el presidente Zardari ratificara dicha acuerdo, Muslim Khan, portavoz de los talibán en Swat, declaró a la prensa lo siguiente: “Cuando conseguimos nuestros objetivos en un lugar, hay otros lugares en que necesitamos luchar por lo mismo”. Los talibán paquistaníes habían empezado a penetrar desde dicho valle en el distrito de Buner.

La respuesta militar al último y más grave desafío talibán no se produjo hasta finales de abril, cuando los extremistas armados llegaron a sólo un centenar de kilómetros de Islamabad. Incluso parece que fue decidida en última instancia ante la enorme presión ejercida por EEUU. Los mismos mandatarios y las mismas instituciones que respaldaron el acuerdo suscrito en febrero entre el Gobierno de la Provincia Fronteriza del Noroeste y los talibán del TNSM iban a respaldar, en mayo, una intervención militar a gran escala contra los talibán dentro de esa demarcación territorial. Aun suponiendo que las autoridades civiles y militares de Pakistán hayan decidido a llevar las operaciones hasta el final y siendo las capacidades del Ejército muy superiores a las de los talibán, no es menos cierto que se trata de unas fuerzas armadas mejor adaptadas para una conflagración regular con tropas indias que para afrontar una insurgencia interna y que está por ver si todos sus componentes se mantienen leales, dado que aproximadamente una quinta parte de los soldados son de origen pastún. El influjo de la opinión pública sobre las élites políticas y otros estamentos de la vida pública paquistaní es ahora un factor determinante y parece que por fin los paquistaníes son conscientes del peligro que suponen los talibán, incluso para la subsistencia misma de Pakistán como el Estado nacional que es actualmente, una parte más que significativa de cuyo territorio permanece bajo control de esos fundamentalistas armados.

En cualquier caso, la relativamente tardía decisión de intervenir militarmente contra los talibán no ha impedido que acarree muy graves consecuencias para los habitantes de las zonas afectadas, con entre 2.000.000 y 2.500.000 desplazados necesitados de ayuda urgente. Es fundamental que sean las autoridades paquistaníes quienes hagan posible que regresen pronto a sus hogares, les proporcionen asistencia y canalicen los recursos internacionales con ese propósito, en lugar de que lo hagan organizaciones fundamentalistas e incluso extremistas que puedan aprovecharse de las circunstancias para favorecer procesos de radicalización y reclutamiento entre los pastunes damnificados. Si se mantiene la opción de combatir a los talibán más allá de la recuperación del valle de Swat, hasta imponerse a ellos en toda la provincia y en el conjunto de las zonas tribales mismas, ello requerirá además una campaña contrainsurgente prolongada y multifacética. Mientras tanto, es muy probable que los talibán traten de reducir la presión sobre ellos en esas áreas recurriendo a atentados terroristas en zonas urbanas de Pakistán, como puso de manifiesto el letal atentado perpetrado en Lahore el 27 de mayo, en el que perdieron la vida cerca de 30 personas y cuya autoría fue asumida por TTP.

Conclusiones

La experiencia paquistaní pone de manifiesto que negociar con los talibán ha sido contraproducente. Tras sucesivos acuerdos con esos extremistas, la situación no ha hecho sino empeorar progresivamente durante los últimos cinco años. En ese período, los talibán paquistaníes se han fortalecido y organizado mejor, ejerciendo su dominio sobre agregados de población cada vez mayores dentro de las zonas tribales y una creciente influencia fuera de las mismas. Los procesos de negociación no los han apaciguado, más bien al contrario. Una y otra vez, los talibán se han servido de ellos como oportunidades para avanzar en pos de sus objetivos. Con la formación de Therik-e-Taliban Pakistan se han convertido en un grave desafío para la estabilidad política y la cohesión social de un país dotado de armas nucleares, donde en la actualidad se encuentra al-Qaeda y que es epicentro del terrorismo global. Así, los riesgos y amenazas asociados con este terrorismo global se solapan, en el caso paquistaní, con los riesgos y amenazas del terrorismo nuclear. Aunque sea preciso matizar que un eventual control por parte de los talibán del arsenal paquistaní resulta poco verosímil, al estar separados, precisamente para obstaculizar el acceso de intrusos, los silos donde se almacenan las armas nucleares y los mecanismos de activación. Ahora bien, el acceso de esos extremistas a elementos radioactivos que incorporar a potentes artefactos explosivos es una posibilidad mucho menos improbable.

Pero el fenómeno talibán tiene una dimensión transnacional y el caso paquistaní invita a valorar muy cuidadosamente cualquier propuesta de negociación con talibán en Afganistán. Tampoco en este último país se perciben a sí mismos como perdedores, lo que desaconsejaría por razones de índole técnica plantearse negociar con ellos dadas las actuales condiciones, ni han acreditado al día de hoy voluntad de acuerdo alguno, otro de los requisitos esenciales para algún tipo de tratativa. En Afganistán, negociar con los islamistas radicales es algo que debería estar claramente incluido en la lista de las cosas que no hay que hacer por ser, además de inapropiadas desde una perspectiva normativa, objetivamente impracticables a la luz de la experiencia acumulada. Recuérdese, como ilustración de lo dicho, algo sucedido en una provincia afgana noroccidental que terminó por agravar la cada vez más deteriorada situación de seguridad en la misma, donde se encuentra destacado un contingente de soldados españoles correspondiente a ISAF (International Security Assistance Force o Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad). Una suerte de plan ideado por el Gobierno de Kabul para pactar con supuestos líderes talibán moderados condujo a la excarcelación, a inicios de octubre de 2008, menos de siete meses después de su captura, del líder insurgente Gholam Dasteguir, originario de Baghdis. A cambio, éste se comprometió por escrito a favorecer los trabajos de reconstrucción financiados por España en esa provincia afgana. Pero, en lugar de ello, lo que hizo fue dedicarse a reorganizar bajo un mando unificado a los diferentes grupos armados talibán que actuaban en la zona y a relanzar sus actividades violentas, afectando con ello tanto a las tropas foráneas como a la propia población autóctona.

A todo lo cual hay que añadir que lo que ocurre en Pakistán y en Afganistán tiene además implicaciones de alcance no sólo regional sino también global, dados los sólidos ligámenes que tanto dirigentes de los talibán afganos como de los paquistaníes mantienen con otros de al-Qaeda o de sus entidades afiliadas asimismo establecidas en las zonas tribales. Mientras los talibán sigan concediéndoles protección, será mucho más fácil que estos actores del terrorismo internacional persistan y sean fuente de peligros no sólo para el sur de Asia sino también para otras regiones del mundo como Europa occidental. Está por ver la medida en que el desarrollo de la agenda interna de los talibán paquistaníes y sus consecuencias incide en las relaciones que mantienen con sus homólogos afganos, muy interesados en mantener las distintas posiciones de que disfrutan desde Balochistán hasta la Provincia Fronteriza del Noroeste.

Si el actual estado de cosas no se modifica de un modo más que sensible, la experiencia acumulada hasta el momento permite concluir que para derrotar a al-Qaeda y minimizar el potencial de violencia directa o indirectamente relacionada con la misma habrá que imponerse a los talibán y evitar que continúen reproduciendo una subcultura de terrorismo en las zonas bajo su control o donde ejercen influencia. Así pues, es preciso redefinir cuantitativa y cualitativamente la respuesta militar a los talibán en Afganistán y Pakistán, al igual que las dimensiones civiles de esa respuesta, en el cuadro de una estrategia contraterrorista integrada que atraiga el favor de la población autóctona en lugar de alienarla, pues favorecer la oposición a los talibán entre los propios pastunes es hoy por hoy imperativo. En uno y otro país por separado, lo que incumbe tanto a sus respectivos gobiernos como a otros que colaboren con ellos, así como –en los términos de una acción colectiva más amplia– dentro del escenario conjunto de conflicto armado generalizado e intensa actividad terrorista que conforman ambas jurisdicciones estatales juntas.

DESPUÉS DE LA CUMBRE DE ESTRASBURGO-KEHL


Fernando del Pozo

Con más de 7.300 palabras y 62 párrafos numerados, la Declaración de la Cumbre de la OTAN celebrada en Estrasburgo (Francia) y Kehl (Alemania) el pasado 4 de abril, ha establecido un récord de facundia en un tipo de documento que originariamente solía ser sobrio, como debe corresponder a los elevados conceptos en él contenidos. Pero hay que admitir que la tendencia ya estaba establecida, y desde la Cumbre de Praga en el año 2002, con una Declaración de menos de la mitad de la actual, la longitud no había hecho más que crecer a través de las cumbres de Estambul, Riga y Bucarest. Trataremos de analizar si tal prodigio de elocuencia se corresponde con la amplitud y profundidad del contenido, o si por el contrario es un simple tributo a la necesidad de complacer al creciente número de naciones. Por otro lado, la habitual cohorte de documentos, comunicados y otras declaraciones que habitualmente acompañan a la Declaración central, ha sido esta vez bastante contenida, siendo solo de interés la Declaración sobre Afganistán y sobre todo el –en este caso excesivamente escueto– Documento sobre la Seguridad de la Alianza.

Todas las Cumbres suelen tener un asunto de fondo –menos aparentemente la de Riga en 2006, que pasó sin pena ni gloria–, bien sea la preocupación o crisis del momento, la acumulación de factores que obligan a una reconsideración de la situación al más alto nivel, o, como en este caso, una combinación de los anteriores más la merecida celebración de un aniversario, el de los 60 años, notable hazaña de longevidad para una organización internacional, en los que ha sobrevivido, más difícil que a su fracaso, a su propio éxito. Pero no parece hayan sido las razones de fondo, sino la puesta en escena lo que ha proporcionado esta vez un nuevo y brillante récord en el nivel de cobertura por los medios. Ciertamente la cuasi-coincidencia con otras celebraciones a nivel de jefes de Estado y de Gobierno con similares asistencias y parecidos asuntos, como la Conferencia de donantes de Afganistán en La Haya, la de la UE con EEUU en Praga, la de los G-20 en Londres y otras varias, y la rutilante presencia del presidente de EEUU en su primera visita como tal a Europa, han proyectado más luz de lo usual, aunque sea en parte reflejada, a la Cumbre de la OTAN que es nuestro objeto de análisis. En contrapartida, los resultados han recibido escasa atención.

Esta última circunstancia, la primera asistencia del presidente Obama tan poco tiempo después del señalado cambio de administración en EEUU, ha dado pie al comentario de que esta Cumbre ha sido la de la reconciliación entre los dos lados del Atlántico, tras una relación que se suponía muy deteriorada en estos últimos años. Bienvenidas sean, sin duda, todas las interpretaciones que, como esta, contienen elementos positivos para el futuro, pero ni las discrepancias anteriores eran un abismo de incomprensión, pues el consenso siempre se preservó, ni el presunto buen tono actual, aún por recibir la primera prueba de fuego, parece haber resuelto todavía el principal problema que padece la Alianza, a saber, la resistencia de gran parte de las naciones europeas a proporcionar fuerzas en Afganistán, así como para la Fuerza de Respuesta de la OTAN (NATO Response Force) que, sobre todo la primera, se hacían pasar a la opinión pública como consecuencia o resultado del desacuerdo europeo con la estrategia norteamericana en la lucha contra el talibán.

La elección del nuevo secretario general

Un asunto no menor de la Cumbre ha sido la elección de un nuevo secretario general, el que hará el número 12, ya que el actual ha completado cinco años y medio en el cargo a causa de la prórroga acordada por las naciones precisamente para preparar esta Cumbre. El diplomático y político holandés Jaap de Hoop Scheffer, que ha dado continuas muestras de extraordinaria energía y sobresalientes dotes diplomáticas, ha resultado así merecidamente uno de los más duraderos de la Alianza. Así pues, a las habituales tareas de la cumbre se añadió la de elegir un sucesor, para lo que no existe –a diferencia de otros puestos en el Cuartel General de la OTAN, para los que está instituido un elaborado sistema de votación– otro procedimiento que la discusión y el consenso. Esta vez la discusión fue dura y el consenso difícil de alcanzar, por la oposición de una nación, a pesar de la retirada de todos los candidatos menos uno, el primer ministro danés, Anders Fogh Rasmussen,[1] lo que parecía dejar el camino despejado para su elección.

Con ella como herramienta, el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, se las arregló para elevar la altura del muro que algunas naciones europeas ponen a los deseos turcos de entrar en la UE invocando inoportunamente el hecho religioso, al alegar la pasividad del primer ministro Rasmussen en la famosa crisis de las caricaturas de Mahoma (2005/2006) como razón para no unirse al consenso. Pero a pesar de los sagrados principios puestos en juego, Erdogan demostró una flexibilidad de vendedor del Gran Bazar aceptando el consenso general a cambo de la creación de dos puestos adicionales para funcionarios turcos, ambos de tercer nivel, uno en la Private Office (Gabinete) presumiblemente para controlar los posibles extravíos anti-islámicos del nuevo SecGen, y otro para ocuparse de asuntos de la relación de la OTAN con los países musulmanes.[2] Es cierto que Turquía nunca ha estado muy bien representada en el círculo inmediato del secretario general, pero no lo es menos que su íntima enemistad con Grecia y el consiguiente riesgo de elevar las rencillas al nivel del que habitualmente tiene que hacer el papel de honest broker no lo hace fácil (idéntica razón por la que Grecia tampoco figura en tal círculo; ya veremos a partir de ahora cuando insista en recuperar el equilibrio perdido; tal vez aparezca otro nuevo DASG para asuntos del mundo ortodoxo). En definitiva, un magro, sectario y espinoso botín para una actuación que habrá hecho a Mustafá Kemal, que instituyó la estricta separación entre religión y Estado antes que muchas naciones europeas occidentales y que puso a la moderna Turquía firmemente –hasta ahora– en el camino de Europa, removerse en su tumba de Anitkabir.

El contenido de la Declaración

La Declaración efectivamente apenas deja ningún asunto de interés de las naciones aliadas sin mencionar, aunque muchos de ellos sólo de manera superficial. La reintegración de Francia a la estructura de mando es recibida con una sobria mención de poco más de una línea.[3] A Kosovo le dedica un largo párrafo describiendo los esfuerzos de las fuerzas allí desplegadas, los deseos de que se establezca el imperio de la ley, la disolución del preocupante Kosovo Protection Corps, la protección de las minorías étnicas, la Resolución 1244 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, y una miríada de detalles, todo ello redactado de tan milagrosa manera que las palabras “independencia” o “unilateral” simplemente no aparecen, ni tampoco el más leve indicio del profundo desacuerdo entre unos pocos aliados, España entre ellos, y la mayoría que han aceptado –algunos incluso impulsado– la indecorosa e ilegal secesión de los albano-kosovares al amparo de las mismas fuerzas que fueron allí con el bien distinto fin de imponer la ley, la convivencia y la democracia.

A Rusia dedica una considerable extensión, combinando hábilmente la severidad al calificar sus acciones en Georgia promoviendo, amparando y protegiendo la secesión de Abjazia y Sur-Osetia; la amistad al expresar optimistas deseos de colaboración, principalmente en el seno del NATO-Russia Council; la diplomacia al ofrecer colaboración en el desarrollo de sistemas de defensa anti-misiles, sin abdicar de expandir el proyecto Active Layered Theatre Ballistic Missile Defence para incluir defensa territorial, todo ello pasando de puntillas por el grave problema presentado en este aspecto por el programa norteamericano de instalar radares y silos de un sistema ABM en la República Checa y Polonia.

Respecto al problema arriba aludido del escaso entusiasmo de los aliados para insuflar fuerzas en la desnutrida, casi anémica ya, NATO Response Force, fuerza no solo de intervención, sino declarado mecanismo de transformación de todas las fuerzas aliadas, los jefes de Estado y de Gobierno se limitan a expresar el deseo de que el problema lo arreglen los ministros de Defensa en la próxima reunión. Sin instrucciones adicionales ni intento alguno de resolver el subyacente problema filosófico de si la NRF se debe emplear con naturalidad en cualquier ocasión, por ejemplo como reserva en operaciones en curso, como Afganistán (use it or lose it, dicen los americanos), o debe reservarse para más altas ocasiones, como propugna Francia, no parece que los píos deseos de sus excelencias vayan a ser resueltos por sus subordinados.

Tampoco aportan gran novedad las obligadas referencias a la incorporación de Albania y Croacia, a la importancia del Tratado de Fuerzas Convencionales en Europa (CFE) y la suspensión de su cumplimiento por parte de Rusia –un lamento más de la Declaración de las acciones de Putin–, a la reiteración de la promesa en la Cumbre anterior a Ucrania y Georgia de que algún día serán aliados, a los deseos de que Macedonia llegue a un arreglo sobre su nombre con Grecia, al Tratado de no Proliferación y su violación por la República Popular de Corea (no hay mención de Irán), y las fervorosas peticiones a Azerbayán, Armenia, Moldavia y Georgia de que arreglen sus asuntos pacíficamente con respeto a la integridad territorial de todos (metafísicamente imposible de obtener simultáneamente en el caso de los dos primeros). Más novedosa es, en cambio, la mención al High North, donde las ambiciones rusas de explotación del fondo marino y las posibilidades de que el calentamiento global pueda abrir nuevas vías de navegación han puesto de moda esta región. Sin embargo, su mención es sólo acompañada de agradecimiento a Islandia por organizar un seminario en Reikiavik, sin explorar el significado de estos hechos desde el punto de vista de la seguridad de la Alianza.

No podía tampoco dejar de mencionar en diversos contextos a la UE, de los que cabe resaltar como más significativo un largo párrafo, de redacción un tanto confusa como consecuencia de las difíciles tareas de explicar que ya no hay objeción a que la UE desarrolle sus propias capacidades, y de pedirle a Turquía, sin mencionarla, que deje de obstruir las relaciones entre ambas organizaciones, insertando para suavizarlo una inmerecida alabanza a la “significativa contribución de las aliados no-UE a esos esfuerzos” (de refuerzo mutuo, se entiende). En este sentido también se menciona la operación de la OTAN anti-piratería Allied Protector y la de la UE Atalanta, aunque sorprendentemente manifiesta que son de naturaleza complementaria (junto con la TF 151 norteamericana). Pero si es cierto que son complementarias, y además contribuyen a ellas básicamente las mismas naciones con idéntica doctrina y parecida misión (nuestra nación tiene barcos en dos de las tres fuerzas mencionadas), un observador ecuánime no puede por menos que preguntarse por qué no están bajo un mando común, con misiones asignadas iguales o realmente complementarias (ahora más bien se solapan) e idénticas reglas de enfrentamiento, las cruciales ROE.

Por fin, un nuevo Concepto Estratégico

De mucha mayor importancia ha sido sin duda el lanzamiento de un nuevo proceso para actualizar el Concepto Estratégico de la OTAN, anunciado en la Declaración pero consagrado en un documento independiente, la Declaración sobre la Seguridad de la Alianza. Muy escueta y de escaso valor por sí misma –excepto como acta notarial del mandato– esta Declaración se debía haber aprobado en la Cumbre anterior, y el Concepto Estratégico en esta, si no hubiera sido por el cambio de Administración norteamericana ocurrido entre las dos, que impidió el acuerdo del anterior presidente. Lo esperado y claro de la decisión, sin embargo, deja dudas sin despejar respecto al modo de llevarlo a cabo. Aunque la Declaración habla de un “amplio grupo de cualificados expertos” que deberán llevar a cabo la tarea, el hecho de que el Consejo Atlántico deberá seguir de cerca el proceso produce preocupación por la misma razón por la que un excesivo número de cocineros estropea el caldo, según reza el dicho inglés.

Precisamente, una de las razones del éxito del fundamental Harmel Report de 1968 –que estableció la combinación de disuasión y distensión como base de la estrategia aliada– es que su elaboración se encomendó a un reducido grupo de seis expertos que elaboraron coordinadamente las diversas partes y en menos de un año, sin intervención de las naciones, presentaron un texto de apenas dos páginas y media que cambió el curso de la OTAN y, se puede decir sin hipérbole, del mundo. No es fácil imaginar un texto de similar concisión e importancia emergiendo ahora de un proceso en que cada semana los embajadores de 28 naciones tienen la oportunidad de comentar, criticar e introducir sus particulares preocupaciones. Además de que, para alimentar adecuadamente el apetito informativo de las delegaciones nacionales y procesar sus comentarios críticos, será imprescindible la implicación de lleno del Secretariado Internacional, introduciendo así un foro de discusión adicional, en el que los diplomáticos y funcionarios sirviendo en el Cuartel General de la OTAN tendrán la oportunidad, que no dejarán pasar, de introducir sus propias opiniones, no necesariamente coincidentes con las de la nación de cada uno.

Todo esto será difícilmente conciliable en un documento que tendrá que contender con cuestiones fundamentales, que afectarán a la esencia de la Alianza: (1) cómo encontrar un equilibrio entre los requerimientos del Artículo 5 del Tratado de Washington, intocables para muchos aliados, sobre todo aquellos que están bajo la alargada sombra de la Rusia de Putin, y la necesidad de acometer operaciones fuera de él, la mayoría de las que hoy nos tienen ocupados; (2) cuál es el significado de la palabra “solidaridad” en el ambiente estratégico de hoy, cuando las acciones hostiles toman las formas de ciber-ataques, de cortes del flujo de energía, o de manipulaciones del mercado financiero, que no son susceptibles de respuesta militar pero requieren acción colectiva; (3) cómo contender con la crisis económica, que hace a los Gobiernos recortar los gastos de defensa –es el candidato fácil frente a la opinión pública– justo cuando Occidente es más vulnerable a los nuevos riesgos y amenazas; en fin, (4) un importante número de cuestiones cuyas respuestas no se pueden encontrar en el Tratado ni en el actual Concepto Estratégico, que data de 1999. Una tarea de tal magnitud que ya hay quien piensa que el año y medio concedido hasta la próxima Cumbre en Portugal será muy escaso.

La reforma

La Declaración menciona también, y muchos lo ponen un tanto artificialmente en el contexto del proyecto de Concepto Estratégico, la reforma del Cuartel General, reforma organizativa se entiende (aunque podría indirectamente afectar a la construcción del nuevo edificio al otro lado del Boulevard Leopold III). El anterior intento de reforma, liderado por el actual secretario general y encomendado a un diplomático independiente, naufragó en una excesiva ambición, que incluía entre otros el proyecto de fundir el Secretariado Internacional y el Estado Mayor Internacional. Es notorio que en algunos círculos cuando se oye la voz “reforma” el primer pensamiento y deseo van a la absorción del comparativamente pequeño (400) pero eficiente Estado Mayor militar por el mucho mayor (1.300) Secretariado, de organización no muy coherente y continuamente cambiante. Pero el atractivo de la aparente mayor coordinación así obtenida quedaría más que superado por el catastrófico inconveniente de que, con el pez chico devorado por el grande, el Comité Militar se vería privado de la herramienta que le permite ofrecer al Consejo Atlántico una independiente opinión profesional pero en la que todas las naciones pueden ver reflejadas sus opiniones y preocupaciones. Sin ello, la opinión militar de SACEUR, que a su gorra OTAN superpone su más sólida identidad nacional como Combatant Commander del mando norteamericano de Europa, llegaría al Consejo más pura, con más peso, más rápida, menos diluida… y mucho más norteamericana.[4] Esperemos que tal desatino no se consume.

Afortunadamente, hay otros campos donde los deseos de mayor agilidad y eficacia pueden encontrar su reflejo en la reforma, como capacitar a las comisiones subordinadas del Consejo y del Comité Militar para abandonar el principio del consenso en beneficio de una votación mayoritaria, algo tabú por muy buenas razones en el escalón final de decisión, pero técnicamente posible en los trabajos previos; o la reducción del número de comités (más de 40) y grupos de trabajo (probablemente cientos).

Otro proyecto de reforma propuesto informalmente por algunas naciones ha sido el establecimiento de un Cuartel General especializado en operaciones humanitarias. Esperemos que tal invento no llegue a fruición, pues aunque las fuerzas armadas, con su capacidad para operar en medio de la mayor catástrofe posible que es la guerra, pueden proporcionar y proporcionan una crucial ayuda en las catástrofes mal llamadas “humanitarias”, naturales o provocadas, el especializarlas para ello sería en perjuicio de su misión central, su core business en la gráfica expresión inglesa, que es ni más ni menos que disuadir al enemigo de acometer aventuras dañinas, ante el riesgo de recibir daños mayores, y derrotarlo si la disuasión no hace efecto.

La cuestión afgana en la Cumbre

Finalmente, es preciso comentar la Declaración de la Cumbre sobre Afganistán. Se trata de un documento corto –tal vez la Conferencia Internacional sobre Afganistán celebrada en los Países Bajos sólo unos días antes le haya quitado el viento a las velas– y de una corrección política tan estricta que el nombre de Pakistán apenas aparece de pasada,[5] lo que puede resultar sorprendente para el que haya leído el reciente libro de Ahmed Rashid Descent into Chaos, en el que argumenta persuasivamente que el problema de Afganistán es en realidad Pakistán, sus fobias y sus eficaces Servicios Secretos, ideológicamente colonizados por los talibán. Uno recibe la impresión de que seguir con la política seguida hasta ahora, patrocinada por EEUU, de tratar a Pakistán como si fuera una nación normal, en vez del Estado fallido que ya es, y lo que es peor con el arma nuclear en grave riesgo de caer en manos de esos extremistas a los que tan contenidamente alude la Declaración, es caminar decididamente hacia el caos que Rashid anuncia.

En definitiva, la Declaración sobre Afganistán no pasa de ser una lista de buenas intenciones, sin que tan siquiera se note una mayor presión a las naciones para que contribuyan con más generosidad a una guerra en la que la OTAN se juega mucho, pero todo Occidente se juega mucho más (una considerable cantidad de naciones occidentales no aliadas lo han comprendido así, contribuyendo a la ISAF), su papel en el mundo sin duda, pero tal vez el riesgo de un intercambio nuclear. Lamentablemente, sabiendo que EEUU ha aumentado recientemente de manera notable su contingente en Afganistán, y que esperaba que las naciones europeas hicieran lo propio, esa falta de petición explícita puede significar que EEUU ha perdido la esperanza de que Europa vaya nunca a ser un aliado fiel y cooperador.

Conclusión

En fin, una Cumbre cuya importancia venía dada por factores más bien anecdóticos, como el cumpleaños de la Alianza y la inauguración del presidente de EEUU, pero que ha adquirido su verdadero valor por la largamente esperada decisión de lanzar el Concepto Estratégico y con ello la promesa de revisar algunos aspectos fundamentales de la Alianza que los acontecimientos de estos últimos 10 años pueden haber dejado necesitados de ello, y por la reincorporación de Francia a la estructura militar (el ingreso de dos nuevos aliados ya no es últimamente noticia; sucede a un ritmo regular). En otras cuestiones más cotidianas pero muy importantes, como la NATO Response Force o Afganistán, los resultados han dejado un sentimiento de desilusión, al no apreciarse cambios importantes en el panorama.

Finalmente, debemos agradecer a Jaap de Hoop Scheffer su excelente contribución a la sexagenaria Alianza, así como desear a Anders Fogh un mandato con pocos conflictos (desear ninguno sería ilusorio), y que en los próximos cuatro años, los suyos, veamos el problema de Afganistán resuelto.

Notas:

[1] Para ser elegido secretario general, el candidato debe haber sido previamente miembro del Consejo Atlántico. Todos hasta ahora habían cumplido la condición, habiendo sido ministros de Asuntos Exteriores o Defensa; tan solo Paul-Henri Spaak había sido primer ministro, pero ello había ocurrido antes de la fundación de la OTAN. Esperemos que los largos años de Anders Fogh con la alta responsabilidad de primer ministro no le hagan caer en la tentación de olvidar que es el servidor del Consejo Atlántico, no su presidente.

[2] Parece que los puestos son Deputy Director of the Private Office (subdirector del Gabinete del SecGen), y Deputy Assistant Secretary General en la División Political Affairs and Security Policy. La aparición del calificativo deputy en ambos al parecer ha desorientado a algunos medios que han publicado que uno de los puestos obtenidos era nada menos que el de Deputy Secretary General. Aunque nada es todavía oficial, ni mucho menos público, según los conocedores de esas intimidades no hay tal conmoción, y ese puesto sigue firmemente en manos italianas, como casi siempre ha ocurrido.

[3] La reintegración es más simbólica que real: Francia ya se encontraba desde 1997 en el Comité Militar, y mantenía oficiales en los mandos con responsabilidad sobre fuerzas expedicionarias (CJTF y NRF), es decir, gran parte de los existentes; por otro lado sigue sin participar en el Grupo de Planes Nucleares (NPG). En la práctica, por tanto, la decisión se traducirá en un importante aumento de personal militar en los cuarteles generales, y la participación en el Comité de Planes de Defensa (DPC), usado hasta ahora a veces como mecanismo para evitar ciertas objeciones francesas.

[4] De ahí la nota de salvaguarda en la Declaración: “… duly safeguarding the role of the Military Committee…”. Si no existiera tal peligro no sería necesaria la nota.

[5] “We recognize that extremists in Pakistan especially in Western areas and insurgency in Afghanistan undermine security and stability […] we have ageed to [...] encourage and support the strengthening of Afghan and Pakistani government cooperation; and build a broader political and practical relationship between NATO and Pakistan”.