23 de junio de 2008

UNA PAZ DURADERA CIMENTADA EN LA LIBERTAD


John McCain*

Desde los albores de nuestra república, los estadounidenses hemos creído que nuestra nación fue creada con un propósito. Somos, como dijo Alexander Hamilton, "un pueblo de grandes destinos". Desde la Revolución estadounidense hasta la Guerra Fría, los estadounidenses hemos entendido nuestro deber de servir a una causa que va más allá del interés propio y de mantener la fe en los principios eternos y universales plasmados en la Declaración de Independencia. Al vencer las amenazas a la supervivencia de nuestra nación y a nuestra forma de vida, y al aprovechar las grandes oportunidades de la historia, los estadounidenses hemos cambiado el mundo.

Ahora le corresponde a esta generación restaurar y recobrar la fe del mundo en nuestra nación y en nuestros principios. El presidente Harry Truman se expresó así de Estados Unidos: "Dios nos creó y nos llevó a nuestra posición actual de poder y fuerza para servir a algún enorme propósito". En su época, este enorme propósito fue el de cimentar las estructuras de paz y prosperidad que permitieron un tránsito seguro durante la Guerra Fría. Frente a los nuevos peligros y oportunidades, nuestro próximo presidente tendrá un mandato para construir una paz global duradera sobre los cimientos de la libertad, la seguridad, la oportunidad, la prosperidad y la esperanza.

Estados Unidos necesita un presidente que pueda revitalizar el propósito y la posición de nuestro país en el mundo, derrotar a los adversarios terroristas que amenazan la libertad dentro y fuera de nuestras fronteras, y construir la paz duradera. Hay una gran cantidad de cosas por hacer. Nuestras guerras en Iraq y en Afganistán han tenido un costo muy alto, tanto en derramamiento de sangre como en pérdidas materiales, así como en otros aspectos menos tangibles. Nuestro próximo presidente necesitará unir a los países del mundo en torno a las causas comunes, como sólo Estados Unidos puede hacerlo. No habrá tiempo para ir aprendiendo en el camino. Dados los peligros actuales, nuestro país no puede darse el lujo de tener el tipo de malestar, de abandono y de falta de eficacia y vitalidad que sucedieron a la Guerra de Vietnam. El próximo presidente debe estar preparado para guiar a Estados Unidos y al mundo hacia la victoria, y para aprovechar las oportunidades que ofrecen la libertad y la prosperidad sin precedente existentes en el mundo de hoy para construir una paz que perdure durante un siglo.

Ganarle la guerra al terrorismo

El desafío de seguridad nacional más grande de nuestro tiempo es derrotar a los extremistas radicales islámicos. Iraq es el frente más importante de esta guerra, a decir de nuestro comandante en esas tierras, el general David Petraeus, y también según nuestros enemigos, incluido el liderazgo de al Qaeda.

Los últimos años de mala administración y fracaso en Iraq demuestran que Estados Unidos debe ir a la guerra sólo si cuenta con un número suficiente de tropas y con un plan de éxito realista y comprensivo. No lo hicimos así en Iraq, y tanto nuestro país como el pueblo iraquí han pagado un precio muy alto. No fue sino hasta que habían pasado cuatro años de iniciado el conflicto que Estados Unidos adoptó una estrategia contra la insurgencia, respaldada por un mayor número de tropas, que nos brinda una oportunidad realista de vencer. No podemos recuperar esos años perdidos, y ahora la única acción responsable para cualquier candidato presidencial es ver hacia el futuro y diseñar la posición estratégica en Iraq que proteja mejor los intereses nacionales de Estados Unidos.

Mientras podamos obtener la victoria en Iraq -- y creo que sí podemos -- debemos vencer. Las consecuencias del fracaso serían terribles: una derrota histórica a manos de islamistas extremistas que, después de haber derrotado a la Unión Soviética en Afganistán y a Estados Unidos en Iraq, creerán que el mundo gira a su favor y que todo es posible; un Estado fallido en el corazón del Medio Oriente que será un santuario para los terroristas; una guerra civil que podría desembocar rápidamente en un conflicto regional e incluso en un genocidio; un final determinante a la perspectiva de tener una democracia moderna en Iraq, por la cual las mayorías de ese país han votado en repetidas ocasiones; y una invitación a que Irán domine a Iraq y todavía más a la región.

Ya sea que el éxito se vea más cercano o más lejano en los próximos meses, es obvio que Iraq será un tema central en la agenda del próximo presidente de Estados Unidos. Los candidatos presidenciales demócratas han prometido retirar las tropas estadounidenses y "ponerle fin a la guerra" por decreto, sin importar las consecuencias. Tomar tales decisiones con base en los vientos políticos en Estados Unidos, más que en las condiciones reales en el terreno, significa arriesgarse al desastre. La guerra en Iraq no puede desaparecer con sólo desearlo, y creer que las consecuencias del fracaso afectarán exclusivamente a un gobierno o a un partido político es un error de cálculo de proporciones históricas. Ésta es una guerra estadounidense, y su resultado afectará a todos y cada uno de nuestros ciudadanos en los años venideros.

Es por esto que apoyo la continuidad de nuestros esfuerzos para ganar en Iraq. Es también por eso que me opongo a una estrategia de retiro anticipado de tropas para la cual no existe un plan alternativo que permita enfrentar las consecuencias de su inevitable fracaso y los enormes problemas que todo esto conllevaría.

Lo que suceda en Iraq también afectará a Afganistán. Ha habido avances en Afganistán: más de dos millones de refugiados han retornado, el bienestar de los ciudadanos afganos ha mejorado significativamente y se llevaron a cabo unas elecciones históricas en 2004. Sin embargo, el reciente resurgimiento de los talibanes amenaza con devolver a Afganistán al papel que desempeñó, antes del 11-S, como santuario para los terroristas con alcance global. Nuestro nuevo compromiso con Afganistán deberá incluir más fuerzas armadas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), suspender las restricciones debilitantes sobre cuándo y cómo estas fuerzas armadas pueden combatir, expandir la capacitación y el equipamiento del Ejército Nacional Afgano mediante una asociación de largo plazo con la OTAN para que sea más profesional y multiétnico, y desplegar más entrenadores policíacos extranjeros. También deberá enfrentar las deficiencias políticas actuales en lo referente a la reforma judicial, la reconstrucción, la gobernabilidad y los esfuerzos para combatir la corrupción.

El éxito en Afganistán es clave para detener a al Qaeda, pero el éxito en el vecino Pakistán es también vital. Debemos continuar trabajando con el presidente Pervez Musharraf para desmantelar las células y los campamentos que los talibanes y al Qaeda mantienen en su país. Estos grupos todavía tienen santuarios en Pakistán, y la "talibanización" de la sociedad pakistaní sigue avanzando. Estados Unidos debe ayudar a Pakistán a resistir el avance de las fuerzas extremistas, estableciendo un compromiso de largo plazo con ese país. Este compromiso significaría aumentar la capacidad de Pakistán para actuar en contra de los refugios de la insurgencia, hacer que los niños vayan a las escuelas y abandonen las madrazas extremistas, y apoyar a los pakistaníes moderados.

Nuestros esfuerzos para combatir el terrorismo no pueden limitarse a grupos no estatales que operan en refugios seguros. Irán, el principal patrocinador del terrorismo en el mundo, continúa en su búsqueda mortal de armas nucleares y de los medios para utilizarlas. Protegido por un arsenal nuclear, Irán estaría más que pronto y dispuesto a patrocinar ataques terroristas en contra de cualquier enemigo percibido, incluidos Estados Unidos e Israel, o incluso a proporcionar materiales nucleares a una de sus redes terroristas aliadas. El próximo presidente deberá enfrentar esta amenaza de manera directa; tales esfuerzos deberán comenzar por imponer sanciones políticas y económicas más severas. Si la Organización de las Naciones Unidas (ONU) no está dispuesta a actuar, Estados Unidos deberá liderar a un grupo de países afines a él para imponer sanciones multilaterales eficaces, tales como restricciones a las exportaciones de gasolina refinada, fuera del marco de la ONU. Estados Unidos y sus aliados deben también privatizar el esfuerzo de las sanciones apoyando una campaña de desinversión, con el fin de aislar y deslegitimar al régimen de Teherán, a cuyas políticas ya se oponen muchos ciudadanos iraníes. Además, las acciones militares, aunque no son la opción preferible, deben permanecer sobre la mesa: Teherán debe entender que no ganará en un enfrentamiento con el mundo.

Mientras tanto, debido al incremento en las amenazas hacia Israel -- por parte de Irán, Hezbolá, Hamás y otros -- , el próximo presidente de Estados Unidos debe continuar con el apoyo de siempre hacia ese país, ofreciendo incluso el equipo militar y la tecnología necesarios, y asegurándose de que Israel mantenga su ventaja militar cualitativa. La siempre esquiva búsqueda de la paz entre Israel y los palestinos debe seguir siendo una prioridad. Sin embargo, la meta debe ser lograr una paz genuina, por lo que se debe aislar a Hamás, aun si Estados Unidos intensifica su compromiso de encontrar un acuerdo de paz duradero.

Derrotar a los terroristas que ya amenazan a Estados Unidos es de vital importancia, pero es igualmente importante impedir que una nueva generación de ellos se una a la causa. Como presidente, emplearé todas las herramientas económicas, diplomáticas, políticas, legales e ideológicas que estén a nuestro alcance con el fin de ayudar a los musulmanes moderados -- mujeres que luchan por sus derechos, líderes obreros, abogados, periodistas, maestros, imanes tolerantes y muchos otros -- , quienes están resistiendo frente a las campañas extremistas bien financiadas que están destrozando a las sociedades musulmanas. Mi gobierno, con sus socios, ayudará a los Estados musulmanes amistosos a colocar los cimientos de sociedades abiertas y tolerantes. Asimismo, alimentaremos una cultura de esperanza y de oportunidades económicas estableciendo un área de libre comercio desde Marruecos hasta Afganistán, abierta a todos aquellos que no patrocinen el terrorismo.

La defensa de la patria

En 1947, el gobierno de Truman dio inicio a una reestructuración masiva de la política exterior, de la defensa y de los servicios de inteligencia del país para afrontar los retos de la Guerra Fría. Hoy, debemos hacer lo mismo para hacer frente a los retos del siglo XXI. Nuestras fuerzas armadas están seriamente desgastadas y tienen pocos recursos. Como presidente, aumentaré el tamaño del Ejército estadounidense, así como el del Cuerpo de Infantería de Marina, de un nivel planeado de aproximadamente 750 000 a 900 000 soldados. Aumentar el reclutamiento requerirá más recursos y tomará tiempo, pero debe hacerse tan pronto como sea posible.

Amén de más personal, nuestras fuerzas armadas necesitan equipo adicional con el fin de recuperarse de las pérdidas recientes y modernizarse. Podemos compensar parcialmente esta inversión adicional recortando los gastos innecesarios. Sin embargo, también podemos darnos el lujo de gastar más en la defensa nacional, que actualmente consume menos de cuatro centavos por cada dólar que genera nuestra economía -- mucho menos de lo que gastamos durante la Guerra Fría -- . Debemos, asimismo, acelerar la transformación de nuestras fuerzas armadas, todavía configuradas para combatir enemigos que ya no existen.

Estados Unidos no sólo necesita más tropas, sino más soldados con las aptitudes necesarias para ayudar a los gobiernos amigos y a sus fuerzas de seguridad para que puedan combatir enemigos comunes. Crearé un Cuerpo Consultivo del Ejército con 20 000 soldados para que trabaje en conjunto con los ejércitos extranjeros; también incrementaré la cantidad de personal militar estadounidense disponible para participar en las operaciones de las Fuerzas Especiales, actividades de asuntos civiles, policía militar e inteligencia militar. También necesitamos una fuerza policíaca no militar que se pueda desplazar para capacitar a fuerzas extranjeras, y ayude a mantener la ley y el orden en lugares que se vean amenazados por el colapso del Estado.

En estos tiempos, entender las culturas extranjeras no es un lujo, sino una necesidad estratégica. Como presidente, lanzaré un programa intensivo en las escuelas civiles y militares para preparar a más expertos en lenguas críticas, como árabe, chino, farsi y pashto. Los estudiantes que asistan a nuestras academias militares tendrán, como requisito, que estudiar en el extranjero. Expandiré el programa de Funcionarios Militares en el Extranjero y crearé una nueva especialidad en interrogatorios estratégicos, con el fin de formar a más interrogadores que puedan obtener información clave de detenidos, mediante técnicas psicológicas avanzadas, en lugar de utilizar tácticas abusivas prohibidas por las Convenciones de Ginebra.

Estableceré una nueva agencia similar a la desaparecida Oficina de Servicios Estratégicos (OSE). Una OSE moderna podría reunir a especialistas en guerras no convencionales, en asuntos civiles y en guerras psicológicas, así como a operadores encubiertos y a expertos en antropología, publicidad y otras disciplinas relacionadas, dentro y fuera del gobierno. Similar a la OSE original, esta organización sería pequeña, ágil y operativa. Combatiría la subversión terrorista en todo el mundo y en el ciberespacio. Podría asumir los riesgos que nuestras burocracias apenas consideran hoy en día, como el envío de agentes que se infiltren sin protección diplomática en Estados y organizaciones terroristas, y desempeñaría un papel vital en los esfuerzos de primera línea para reconstruir Estados fallidos.

A medida que incrementemos nuestra capacidad militar, debemos también aumentar nuestra capacidad civil. Como presidente, revitalizaré y expandiré nuestras capacidades de reconstrucción posconflicto, para que cualquier campaña militar se complemente con un "envío masivo" de personal civil que pondría los cimientos políticos y económicos de la paz. Para coordinar mejor nuestras diferentes operaciones militares y civiles, le pediré al Congreso que haga un seguimiento civil de la Ley Goldwater-Nichols de 1986, la cual fomentó una cultura de operaciones conjuntas dentro de los servicios militares. La nueva ley crearía un marco para que servidores públicos y fuerzas militares se capaciten y trabajen conjuntamente para facilitar la cooperación en la reconstrucción posconflicto.

También debemos revitalizar nuestra diplomacia pública. En 1998, el gobierno de Clinton y el Congreso acordaron erróneamente abolir la Agencia de Información de Estados Unidos y trasladaron sus funciones de diplomacia pública al Departamento de Estado. Esto equivalió a un desarme unilateral en la guerra de las ideas. Trabajaré con el Congreso para crear una nueva agencia independiente con el único propósito de hacer llegar el mensaje de Estados Unidos al mundo entero, un elemento crucial en el combate al extremismo islámico, así como en la restauración de la imagen positiva de nuestro país en el extranjero.

La unión de las democracias del mundo

Nuestras organizaciones y asociaciones deben ser tan internacionales como los desafíos que enfrentamos. Hoy, los soldados estadounidenses están presentes en Afganistán junto con soldados británicos, canadienses, neerlandeses, alemanes, italianos, lituanos, polacos, españoles y turcos de la OTAN. También están combatiendo junto con soldados de Australia, Japón, Nueva Zelandia, Filipinas y Corea del Sur, todos aliados democráticos o socios cercanos de Estados Unidos. Pero estas tropas no forman parte de una estructura común. No trabajan juntos de manera sistemática ni se reúnen periódicamente para desarrollar estrategias diplomáticas y económicas con el fin de hacer frente a los retos comunes.

La OTAN ha comenzado a cerrar esta brecha promoviendo asociaciones entre la alianza y las grandes democracias en Asia y en el resto del mundo. Debemos ir más allá, vinculando a los países democráticos en una organización común: una Liga de las Democracias de alcance mundial. Sería muy diferente al fracasado intento de Woodrow Wilson de crear la Sociedad de Naciones con una membresía universal. Más bien, sería algo similar a lo que Theodore Roosevelt imaginó: Estados afines que trabajan juntos por la paz y la libertad. El organismo podría actuar cuando la ONU fracase en sus esfuerzos por aliviar el sufrimiento humano en lugares como Darfur, combatir el VIH/SIDA en el África subsahariana, modelar mejores políticas para enfrentar las crisis ambientales, ofrecer acceso libre a los mercados a aquellos que promuevan la libertad política y económica, y tomar otras medidas inasequibles para los sistemas de organización existentes, sean regionales o universales.

Esta Liga de las Democracias no sustituiría a la ONU o a cualquier otro organismo internacional, sino que los complementaría mediante el aprovechamiento de las ventajas políticas y morales que ofrece la acción democrática unida. Al tomar medidas como ejercer una presión concertada sobre los tiranos en Birmania (rebautizada como Myanmar por su gobierno militar en 1989) o como el de Zimbabue, unirse para imponer sanciones a Irán y ofrecer apoyo a las frágiles democracias de Serbia y Ucrania, la Liga de las Democracias estaría verdaderamente al servicio de la libertad. Si soy elegido presidente, durante mi primer año en el poder, convocaré a una reunión cumbre de las democracias de todo el mundo para conocer los puntos de vista de mis contrapartes y explorar los pasos necesarios para hacer realidad esta visión, tal y como Estados Unidos lideró la creación de la OTAN hace seis décadas.

La revitalización de la alianza trasatlántica

Estados Unidos no ganó por sí solo la Guerra Fría; fue la alianza trasatlántica quien lo hizo, en concierto con sus socios alrededor del mundo. Los lazos que compartimos con Europa en términos de historia, valores e intereses son únicos. Desafortunadamente, esos lazos se han debilitado. Como presidente, una de mis prioridades de política exterior será la de revitalizar la relación trasatlántica.

Los estadounidenses debemos dar la bienvenida al surgimiento de una Unión Europea fuerte y segura. El futuro de la relación trasatlántica radica en enfrentar los retos del siglo XXI en todo el mundo: desarrollar una política energética común, crear un mercado común trasatlántico que vincule más nuestras economías e institucionalizar nuestra cooperación en asuntos tales como el cambio climático, la ayuda oficial al desarrollo y la promoción de la democracia.

Hace una década y media, el pueblo ruso removió del poder a la tiranía comunista y parecía decidido a construir una democracia y un mercado libre para unirse a Occidente. Hoy, somos testigos de la reducción de las libertades políticas en Rusia, de un liderazgo dominado por una camarilla de ex funcionarios de inteligencia, de sus esfuerzos por intimidar a sus vecinos democráticos, como Georgia, y de sus intentos por manipular la dependencia de Europa del petróleo y el gas rusos. En Occidente necesitamos encontrar una nueva forma para lidiar con esta Rusia revanchista. Debemos comenzar asegurándonos de que el G-8, el grupo de países más industrializados, vuelva a ser un club de democracias de mercado líderes: debe incluir a Brasil y a la India, pero excluir a Rusia. En vez de tolerar el chantaje nuclear de Rusia o los ataques cibernéticos, los países de Occidente deben dejar en claro que la solidaridad de la OTAN, desde el Báltico hasta el Mar Negro, es indivisible y que las puertas de esta organización siguen abiertas a todas las democracias comprometidas con la defensa de la libertad. También debemos incrementar nuestros programas de apoyo a la libertad y el Estado de derecho en Rusia, así como hacer hincapié en que la posibilidad de establecer una alianza genuina sigue abierta para Moscú, si es que así lo desea, pero esta asociación conllevaría el compromiso de ser un actor responsable, tanto nacional como internacionalmente.

En términos más generales, Estados Unidos necesita revivir la solidaridad democrática que unió a Occidente durante la Guerra Fría. No podemos construir una paz duradera basada en la libertad nosotros solos. Debemos tener la disposición de escuchar a nuestros aliados democráticos. Ser una gran potencia no significa que podamos hacer lo que queramos cuando queramos, ni debemos asumir que tenemos toda la sabiduría, el conocimiento y los recursos necesarios para salir adelante. Cuando creamos que la acción internacional es necesaria -- sea militar, económica o diplomática -- debemos trabajar para persuadir a nuestros amigos y aliados de que tenemos la razón. Y también debemos estar dispuestos a que ellos nos convenzan también. Para ser un buen líder, Estados Unidos debe ser un buen aliado.

La formación del siglo Asia-Pacífico

En el mundo actual, el poder se está trasladando al Oriente. La región Asia-Pacífico va en ascenso. Si aprovechamos las oportunidades actuales en un mundo en transformación, este siglo puede ser seguro y tanto estadounidense como asiático, además de próspero y libre.

En las décadas recientes, Asia ha avanzado a pasos agigantados. Sus logros económicos son muy conocidos; lo que no es tan conocido es que más gente vive bajo regímenes democráticos en Asia que en cualquier otra región del mundo. El ex primer ministro de Japón habló de un "arco de libertad y prosperidad" que se extiende por toda Asia. El primer ministro de la India ha llamado a la democracia liberal "el orden natural de la organización política y social en el mundo de hoy". Los países asiáticos se están uniendo cada día más, firmando acuerdos de comercio y seguridad entre ellos y con otros Estados.

El régimen totalitario de Corea del Norte y su sociedad empobrecida se oponen a estas tendencias. Actualmente, no queda claro si Corea del Norte está verdaderamente comprometida con una desnuclearización verificable y con el inventariado de todos sus materiales e instalaciones nucleares, dos pasos que son necesarios antes de que pueda alcanzarse cualquier tipo de acuerdo diplomático duradero. Las conversaciones futuras tendrán que tomar en cuenta los programas de misiles balísticos de Corea del Norte, el secuestro de ciudadanos japoneses y el apoyo que brinda al terrorismo y a la proliferación.

La clave para enfrentarse a estos y otros desafíos en una Asia cambiante es aumentar la cooperación con nuestros aliados. La pieza clave para hacer realidad el potencial de la región es que Estados Unidos mantenga su compromiso. Le doy la bienvenida al liderazgo internacional de Japón y a su surgimiento como potencia global, celebro su admirable "diplomacia basada en los valores" y apoyo su solicitud para participar como miembro permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU. Como presidente, prestaré cuidadosa atención a nuestra cada vez más sólida alianza con Australia, cuyas tropas están peleando hombro con hombro con las nuestras en Afganistán e Iraq. Buscaré reconstruir nuestra desgastada relación con Corea del Sur, poniendo énfasis en la cooperación económica y de seguridad, y consolidaré nuestra cada vez más cercana relación con la India.

En el Sureste Asiático, buscaré una asociación más estrecha con Indonesia y continuaré expandiendo la cooperación en materia de defensa con Malasia, Filipinas, Singapur y Vietnam, a la vez que trabajaré con socios regionales que estén dispuestos a promover la democracia; a derrotar las amenazas del terrorismo, del crimen y del narcotráfico; y a terminar con los deplorables abusos a los derechos humanos en Birmania. Estados Unidos debe participar más activamente en los organismos regionales asiáticos, incluidos aquellos liderados por miembros de la Asociación de Naciones del Sureste Asiático. Como presidente, buscaré institucionalizar la nueva sociedad cuatripartita de seguridad entre las principales democracias de la región Asia-Pacífico: Australia, Estados Unidos, India y Japón.

Lidiar con una China en ascenso será un desafío central para el próximo presidente estadounidense. La reciente prosperidad en China ha sacado a más gente de la pobreza más rápido que en cualquier otra época de la historia de la humanidad. El nuevo poder de China implica responsabilidades. Genera expectativas legítimas de que China, en el ámbito internacional, se comportará como un socio económico responsable mediante el desarrollo de un código de conducta transparente para sus empresas, garantizando la seguridad de sus exportaciones, adoptando una estrategia de mercado para la valuación de su moneda, buscando la instrumentación de políticas ambientales sustentables y abandonando su actuación en solitario cuando se trata de las reservas energéticas mundiales.

China también podría reforzar su afirmación de que está "emergiendo pacíficamente" siendo más transparente en lo que respecta a su significativa acumulación de poder militar. Cuando China construye nuevos submarinos, añade cientos de nuevos aviones de combate, moderniza su arsenal de misiles balísticos estratégicos y hace pruebas con armas antisatélite, Estados Unidos debe cuestionar legítimamente la intención de tales actos provocadores. Cuando China amenaza al Taiwán democrático con un arsenal masivo de misiles y una retórica parecida a la de la guerra, Estados Unidos debe tomar nota de ello. Como China goza de estrechas relaciones económicas y diplomáticas con Estados parias como Birmania, Sudán y Zimbabue, es inevitable que surjan las tensiones. Cuando China proponga foros regionales y acuerdos económicos diseñados para excluir a Estados Unidos de Asia, Estados Unidos reaccionará.

China y Estados Unidos no están destinados a ser adversarios. Tenemos numerosos intereses que se superponen. Las relaciones sino-estadounidenses pueden beneficiar a ambos países y, por ende, a la región Asia-Pacífico y al mundo. Pero hasta que China avance hacia la liberalización política, nuestra relación estará basada en intereses compartidos periódicamente en vez de sobre los principios fundamentales de los valores comunes.

Estados Unidos debe establecer las normas para la liberalización comercial en Asia. Completar los acuerdos de libre comercio con Malasia y Tailandia, hacer realidad todo el potencial de nuestro nuevo acuerdo comercial con Corea del Sur e institucionalizar las asociaciones económicas con India e Indonesia para que se sumen a los acuerdos existentes con Australia y Singapur son todas medidas que deben crear el escenario para llevar a cabo un esfuerzo ambicioso en todo el Pacífico y liberalizar el comercio. Tal liberalización comercial beneficiaría tanto a los estadounidenses como a los asiáticos.

La construcción de un hemisferio de paz y prosperidad

John F. Kennedy describió a los pueblos de América Latina como nuestros "firmes y viejos amigos, unidos por la historia y la experiencia, y por nuestra determinación para promover los valores de la civilización americana". Los países de América Latina son nuestros socios naturales, pero la desatención de Estados Unidos ha dañado nuestras relaciones. Debemos fortalecer las relaciones de Estados Unidos con México para controlar la inmigración ilegal y derrotar a los cárteles de la droga, y también con Brasil, un socio cuyo liderazgo en la fuerza de mantenimiento de la paz de la ONU en Haití es un modelo para promover la seguridad regional. Mi gobierno daría a éstos y a otros grandes Estados democráticos latinoamericanos una voz fuerte en la Liga de las Democracias, una voz que se les niega en el Consejo de Seguridad de la ONU.

También debemos trabajar juntos para combatir la propaganda de demagogos que amenazan la seguridad y la prosperidad de las Américas. Hugo Chávez se ha encargado del desmantelamiento de la democracia venezolana al minar al Poder Legislativo, al Poder Judicial, a los medios, a los sindicatos libres y a las empresas privadas. Su régimen está adquiriendo equipo militar de última generación. Y, asimismo, está tratando de construir un eje global antiestadounidense. Mi gobierno trabajará para marginar tales influencias nefarias. También se preparará de inmediato para la transición democrática en Cuba, por medio del desarrollo de un plan con socios regionales y europeos para una Cuba post Castro; así, estaremos listos, cuando llegue el momento, para iniciar un cambio rápido en ese país que ha sufrido durante tanto tiempo. Debemos aprovechar la aprobación del Tratado de Libre Comercio con Centroamérica para ratificar los acuerdos comerciales pendientes con Colombia, Panamá y Perú y avanzar en el proceso de negociación del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA).

Ayudar al renacimiento africano

Los problemas de África -- pobreza, corrupción, enfermedad e inestabilidad -- son muy conocidos. Se ha discutido menos la promesa que representan varios países en ese continente. Mi gobierno buscará involucrarse en un nivel político, económico y de seguridad con los gobiernos amigos en toda África. Muchos países africanos no alcanzarán su verdadero potencial sin ayuda externa para combatir problemas arraigados, como el VIH/SIDA, que afectan a los africanos de una manera desmedida. Estableceré la meta de erradicar la malaria del continente, el asesino número uno de los niños africanos menores de cinco años. Además de salvar millones de vidas en las regiones más pobres del mundo, tal campaña contribuiría muchísimo para mejorar la imagen de Estados Unidos en el mundo. Éstos y otros esfuerzos, incluidos el aumento al comercio y a la inversión, ayudarían a los africanos a detonar un renacimiento que permitiría a los pueblos del continente alcanzar su potencial.

África continúa ofreciendo el argumento más convincente en lo que respecta a la intervención humanitaria. En lo referente a la región de Darfur, en Sudán, me temo que Estados Unidos está repitiendo de nuevo los errores que cometió en Bosnia y en Ruanda. En Bosnia, actuamos tarde pero, finalmente, salvamos incontables vidas. En Ruanda, nos mantuvimos al margen, fuimos testigos de las matanzas y después prometimos que no actuaríamos de esa forma de nuevo. El genocidio de Darfur exige el liderazgo estadounidense. Mi gobierno considerará el uso de todos los elementos del poder estadounidense para detener los actos intolerables de destrucción humana que se han desarrollado ahí.

Prevenir la proliferación nuclear

El régimen de no proliferación nuclear no funciona por una razón evidente: la suposición errónea detrás del Tratado sobre la No Proliferación de Armas Nucleares (TNP) de que la tecnología nuclear puede diseminarse sin que a esto le siga el desarrollo futuro de armas nucleares. El próximo presidente de Estados Unidos debe convocar una cumbre con las potencias líderes del mundo -- ninguna de las cuales está interesada en ver un mundo repleto de Estados con armas nucleares -- que incluya tres temas en la agenda. En primer lugar, se debe revisar la noción de que los Estados que no cuentan con armas nucleares tienen el derecho a acceder a la tecnología nuclear. En segundo lugar, se debe invertir la carga de la prueba para los supuestos violadores del TNP. En lugar de pedir a la Junta de Gobernadores de la Organización Internacional de Energía Atómica (OIEA) que llegue a un acuerdo unánime para poder actuar, como sucede actualmente, deberá haber una suspensión automática de asistencia nuclear para aquellos Estados que la organización no pueda garantizar estén en pleno cumplimiento de los acuerdos de salvaguardia. Finalmente, el presupuesto anual de 130 millones de dólares para la OIEA deberá incrementarse sustancialmente para que la organización pueda cumplir satisfactoriamente con sus labores de monitoreo y salvaguardia.

Asegurar el abasto de energía y el cuidado del medio ambiente

La dependencia de Estados Unidos del petróleo extranjero constituye una vulnerabilidad estratégica crucial. Estados Unidos es responsable del 25% de la demanda global de petróleo, pero posee únicamente el 3% de las reservas mundiales probadas. La mayoría de las reservas conocidas del mundo se encuentra en el Golfo Pérsico, en manos de dictadores o de compañías petroleras nacionalizadas. Los terroristas conocen nuestra vulnerabilidad: si hubiera tenido éxito la tentativa de ataque suicida en una refinería saudita, en febrero de 2006, el precio mundial del barril de petróleo se habría elevado por encima de los 150 dólares. La transferencia de la riqueza estadounidense al Medio Oriente, mediante compras continuas de petróleo, ayuda a sostener las condiciones bajo las cuales se desarrolla el extremismo, y la quema del petróleo y otros combustibles fósiles acelera el calentamiento global, un peligro cada vez mayor para nuestro planeta.

Mi estrategia energética nacional equivale a una declaración de independencia de nuestra subordinación a los jeques petroleros y de nuestra vulnerabilidad a sus políticas problemáticas. Esta estrategia incluirá el empleo de tecnología para ser más eficientes en la extracción y el consumo de energía, el cumplimiento de la conservación, la creación de incentivos de mercado para fomentar el desarrollo de fuentes alternativas de energía y vehículos híbridos, y la expansión de las fuentes de energía renovable. También aumentaré considerablemente el uso de la energía nuclear, un recurso energético con una emisión nula de contaminantes. Con los incentivos apropiados, nuestros innovadores, científicos, empresarios y trabajadores tienen la capacidad para guiar al mundo para que alcance la seguridad energética. Considerando lo que está en riesgo, deberán hacerlo.

He propuesto un plan bipartidista en el Senado estadounidense para enfrentar el problema del cambio climático y garantizar un futuro sostenible para la humanidad. Mi orientación, basada en el mercado, establecerá límites razonables para las emisiones de dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero, ofrecerá a las industrias créditos de emisiones intercambiables y creará otros incentivos para el despliegue de nuevas y mejores fuentes de energía y tecnologías. Ya es tiempo de que Estados Unidos guíe al mundo en la protección del medio ambiente para las generaciones futuras.

Prepararse para liderar

Como presidente, haré del liderazgo económico estadounidense en el mundo globalizado del siglo XXI la pieza central de su compromiso con los temas internacionales. Hoy, desde Singapur hasta Sudáfrica, más gente que nunca ha abrazado nuestro modelo liberal capitalista de libertad económica y nuestra cultura de oportunidades. Algunos estadounidenses ven a la globalización y al crecimiento de gigantes económicos, como China y la India, como una amenaza. Debemos reformar nuestros programas de capacitación laboral y de educación para ayudar más eficazmente a que los trabajadores estadounidenses desplazados encuentren nuevos empleos que aprovechen el comercio y la innovación. Pero debemos seguir promoviendo el libre comercio, pues es vital para la prosperidad estadounidense. Los estadounidenses prosperarán en un mundo de libertad económica, porque nuestros productos y servicios siguen siendo los mejores y porque nuestro país saca fortaleza de los elementos que conforman la nueva economía global, las cuales van desde el ingreso de inversión extranjera hasta las nuevas empresas creadas por inmigrantes altamente calificados. Los estadounidenses pueden confiar en que un mundo de libertad política y económica sostendrá nuestro liderazgo global, promoviendo nuestros valores y aumentando nuestra prosperidad. Para unirnos con amigos y aliados en una prosperidad común, como presidente promoveré tenazmente la liberalización del comercio global en la Organización Mundial del Comercio (OMC) y expandiré los tratados de libre comercio de Estados Unidos con países amigos en cada uno de los continentes.

El liderazgo estadounidense ha ayudado a construir un mundo más seguro, más próspero y más libre que nunca. Nuestra inigualable forma de liderazgo -- la antítesis del imperio -- nos da credibilidad moral, algo que es más poderoso que cualquier demostración de fuerza. Somos ricos en gente y en recursos, pero aún más ricos en ideales y en visión, así como en los medios para alcanzarlos. Sin embargo, gran parte del mundo actual ha llegado a desafiar nuestras acciones y a dudar de nuestras intenciones. Las encuestas indican que Estados Unidos es más impopular ahora que en cualquier otro momento de la historia y que se le ve cada vez más como un país que busca únicamente su propio interés. La gente que tiene estos puntos de vista está equivocada. Somos una nación especial, lo más cercano a "una ciudad reluciente asentada en una colina" que haya existido jamás. Pero es nuestra obligación restaurar nuestra posición como líder mundial, reestablecer nuestra credibilidad moral y reconstruir aquellas relaciones dañadas que alguna vez llevaron tanto bien a muchos lugares.

Como presidente, buscaré tener el círculo de aliados más amplio posible mediante la Liga de las Democracias, la OTAN, la ONU y la Organización de los Estados Americanos (OEA). Durante el despliegue de misiles nucleares de mediano alcance en tiempos de Ronald Reagan, y en la Guerra del Golfo con el presidente George H. W. Bush, a Estados Unidos se le unieron grandes coaliciones, a pesar de la considerable oposición a las políticas estadounidenses reinante entre las opiniones públicas extranjeras. Estas alianzas se dieron porque Estados Unidos había cultivado de manera cuidadosa sus relaciones y compartía valores con sus amigos en el extranjero. El trabajo multilateral puede ser una experiencia frustrante, pero enfrentar los problemas con aliados funciona mucho mejor que encararlos solos.

Hace casi dos siglos, James Madison declaró que "la gran lucha de la época" se dio "entre la libertad y el despotismo". Muchos pensaron que esta lucha terminó con la Guerra Fría, pero no fue así. Ha tomado nuevas formas, tales como terroristas islámicos, que utilizan nuestros avances tecnológicos para sus planes asesinos, y autócratas resurgentes, que son una reminiscencia del siglo XIX. Los terroristas internacionales, capaces de provocar la destrucción masiva, son un nuevo fenómeno. Sin embargo, lo que buscan y lo que defienden es tan antiguo como el tiempo mismo. Son parte de una lucha mundial política, económica y filosófica entre el futuro y el pasado, el progreso y la reacción, la libertad y el despotismo. Nuestra seguridad, nuestra prosperidad y nuestro estilo de vida democrático dependen del resultado de esa lucha.

Thomas Jefferson argumentaba que Estados Unidos era "la república solitaria del mundo, el único monumento de los derechos humanos y el único depositario del fuego sagrado de la libertad y el autogobierno, desde donde deberá encenderse en otras regiones de la Tierra, si otras regiones de la Tierra alguna vez se vuelven susceptibles a su influencia benigna". Desde entonces, hace dos siglos, cuando Estados Unidos era la "república solitaria del mundo", más gente que nunca antes ha quedado bajo la "influencia benigna" de la libertad. La protección y la promoción del ideal democrático, dentro y fuera del país, será la fuente más confiable de seguridad y de paz para el siglo que tenemos por delante. El próximo presidente de Estados Unidos debe estar listo para liderar, listo para mostrar a Estados Unidos y al mundo que los mejores días de este país están por llegar y listo para establecer una paz duradera basada en la libertad, que pueda salvaguardar la seguridad estadounidense por el resto del siglo XXI. Yo estoy listo.

* Senador de los Estados Unidos y candidato presidencial por el Partido Republicano.