Soeren Kern
En marzo de 2006, la Casa Blanca hizo pública una versión revisada de su Estrategia de Seguridad Nacional. Este documento actualiza la versión anterior, de septiembre de 2002, realizada un año después de los ataques terroristas en Nueva York y Washington, pero antes de la invasión de Irak. Esta doctrina, que es la más extensa sobre seguridad nacional que publica el Gobierno de los EEUU, explica la estrategia sobre la que se basa la política exterior norteamericana. Stephen Hadley, asesor de Seguridad Nacional de EEUU, y su equipo en el Consejo de Seguridad Nacional han sido los encargados de redactarlo.
La estrategia revisada identifica nueve tareas esenciales para la política exterior norteamericana. Los EEUU deben: (1) liderar las aspiraciones por la dignidad humana; (2) potenciar alianzas para vencer el terrorismo global; (3) cooperar con otros para distender los conflictos regionales; (4) impedir que enemigos con armas de destrucción masiva amenacen a los EEUU y sus aliados; (5) iniciar una nueva era de crecimiento económico global a través de mercados libres y el libre comercio; (6) ampliar el círculo de desarrollo mediante la creación de sociedades abiertas y la construcción de infraestructuras democráticas; (7) desarrollar agendas de acción conjunta con las demás instituciones de poder global; (8) transformar las instituciones de seguridad nacional norteamericanas para afrontar los desafíos y oportunidades del siglo XXI; y (9) aprovechar las oportunidades y enfrentarse a los retos de la globalización.
En su carta de presentación, el presidente de los EEUU, George W. Bush, intenta situar el informe en un contexto político más amplio, argumentando que: “América está en guerra. Esta es una estrategia de seguridad nacional para tiempos de guerra, necesaria por el gran desafío al que nos enfrentamos –el auge del terrorismo impulsado por una ideología agresiva de odio y muerte, revelada plenamente a los americanos el 11 de septiembre de 2001. Esta estrategia refleja nuestra más solemne obligación: proteger la seguridad del pueblo americano”. De hecho, la doctrina revisada, al igual que su predecesora, ofrece la visión de una modalidad específicamente americana de internacionalismo.
A continuación se ofrece un análisis de los puntos principales de la nueva estrategia.
Continuismo en la política exterior norteamericana
La característica más destacada del nuevo documento de estrategia de seguridad nacional es el continuismo ideológico y conceptual con las pautas previamente marcadas por la Administración Bush. Aquellos que intenten encontrar un cambio de dirección o la admisión de que se han cometido errores se verán defraudados: el triunfo en la guerra global contra el terrorismo seguirá siendo la prioridad principal de la política de seguridad nacional estadounidense; Oriente Medio seguirá siendo el principal foco de atención de la política exterior de los EEUU; y la prevención de amenazas emergentes será un elemento fundamental de la gran estrategia americana.
Además, la estrategia revisada está impregnada de ese idealismo neoconservador que caracterizó a Bush en su primer mandato. La idea de que la promoción de la democracia es la mejor manera de construir un mundo mejor subyace todo el documento. De hecho, la libertad se presenta como la única solución duradera para problemas que abarcan desde la eliminación del terrorismo al control de la proliferación. La doctrina revisada también se centra en las políticas que la Casa Blanca ha manifestado desde la reelección de Bush en noviembre de 2004. Aboga por una mayor libertad de comercio en el mercado global y advierte en contra del aislacionismo, dos temas recurrentes en los discursos de Bush desde que inició su segundo mandato.
Esta doctrina revisada es ciertamente bastante más conciliadora en cuanto al tono, y es de agradecer su enfoque más pragmático que la versión anterior. En el texto de presentación, por ejemplo, Bush dice que el poderío norteamericano “no se basa solamente en la fuerza de las armas. Se fundamenta en unas sólidas alianzas, amistades e instituciones internacionales”. De hecho, el documento revisado explica en mucho mayor detalle que la versión de 2002 el papel esencial de la diplomacia internacional en la resolución de problemas urgentes.
Sin embargo, a pesar de cambios perceptibles de estilo, la estrategia revisada no presenta cambios fundamentales en cuanto a la política se refiere. Algunos de los puntos más memorables del documento de 2002, tales como el compromiso de mantener una fuerza militar lo suficientemente fuerte como para disuadir a adversarios que deseen “exceder o igualar el poder de los EEUU”, simplemente se han redactado de nuevo: “Mantendremos una fuerza militar sin igual”. Además, el documento revisado defiende incondicionalmente la decisión de la Casa Blanca de invadir Irak en 2003, para pasar a denunciar a Irán como la mayor amenaza futura a los EEUU.
Según Hadley, el documento de 2006 –que, con 49 páginas, es dos veces más largo que la versión de 2002– no intenta formular una nueva estrategia, pero sí “quiere tener en cuenta todo lo que se ha conseguido hasta el momento y mostrar los nuevos retos a los que nos enfrentamos”. Por otro lado, mientras que la doctrina anterior se basaba en el mantenimiento y potenciación del poderío militar, económico y militar de los EEUU, la estrategia revisada apuesta por una “estrategia activa de libertad” a largo plazo para derrotar al terrorismo. (Este documento revisado está también en línea con el Informe Cuatrienal de Defensa, difundido por el Pentágono en febrero de 2006 y en el que se presenta una estrategia a largo plazo para transformar las fuerzas armadas norteamericanas).
Aunque una ley de 1986 exige la revisión anual de la estrategia de seguridad nacional, según la Casa Blanca no había sido necesaria una actualización hasta el momento porque la esencia de la doctrina no había cambiado. Hadley argumenta: “No creo que se trate de un cambio de estrategia. Más bien se trata de saber el estado en que se encuentra esta estrategia, teniendo en cuenta el tiempo transcurrido y los acontecimientos que se han dado hasta hoy.”
En cualquier caso, los dos pilares fundamentales de esta actualización, es decir, la promoción de los derechos humanos, la libertad y la democracia, y la cooperación con los amigos y aliados de los EEUU, han sido las principales características de la política exterior norteamericana durante muchas décadas. Así, Bush recalca la continuidad de esta visión: “El camino que hemos escogido es consecuente con la gran tradición de la política exterior norteamericana. Como las políticas de Harry Truman y de Ronald Reagan, nuestro enfoque es idealista en cuanto a nuestros objetivos nacionales pero realista en cuanto a la forma de alcanzarlos”.
Centrados en promover la democracia
La promoción de la libertad y la democracia en el exterior se ha convertido en el motivo central de la presidencia de Bush, así como el fundamento de su política exterior. En este contexto, la revisión de la estrategia de seguridad subraya que la paz y la estabilidad mundial se fundamentan en la existencia de naciones libres. De hecho, las palabras iniciales de esta estrategia revisada se han tomado textualmente del discurso inaugural del segundo mandato del presidente Bush en enero de 2005: “La política de los EEUU está basada en la búsqueda y el apoyo de los movimientos e instituciones democráticos en cada nación y cultura, con el objetivo final de acabar con la tiranía en nuestro mundo”.
La estrategia repite afirmaciones como que la democracia y la libertad son las únicas soluciones perdurables a problemas que abarcan desde la distensión en los conflictos regionales hasta el asegurar el crecimiento económico global. Al mismo tiempo, el documento infunde una dosis de realismo reconociendo que “las elecciones por sí solas no son suficientes” y que para un país también es necesario construir unas instituciones democráticas. La estrategia también reconoce que la democracia, por sí sola, no puede garantizar la estabilidad, especialmente sin una clase media sólida y una economía fuerte que la sustente.
Esta estrategia obliga a la Administración Bush a: denunciar los abusos de los derechos humanos; mantener reuniones de alto nivel en la Casa Blanca con los líderes reformistas de naciones oprimidas; servirse de la ayuda exterior para apoyar procesos electorales y la sociedad civil; y aplicar sanciones a gobiernos opresores. La doctrina presta también especial atención a la intolerancia religiosa, el sometimiento de las mujeres y el tráfico de seres humanas.
Sin embargo, en la práctica, los EEUU gastan aún más en contrarrestar el terrorismo, en la no proliferación y en la cooperación en cuestiones de defensa, que en la promoción de la democracia. Además, la mayor parte de los casi 20.000 millones de dólares asignados a la ayuda exterior norteamericana en 2006 son destinados a países estratégicamente importantes para los EEUU, en algunos casos, a pesar de su carácter no democrático. Por otra parte, aunque los EEUU han asignado 1.700 millones de dólares para apoyar a grupos de oposición, muchos países, incluidos China, Rusia y Egipto, han tomado fuertes medidas contra éstos y encarcelado a prominentes líderes de la oposición.
Derecho inherente a la autodefensa
La versión revisada de la estrategia de seguridad nacional confirma el derecho norteamericano a utilizar la fuerza preventiva con el fin de eliminar las amenazas emergentes que impliquen el uso de armas de destrucción masiva. Según el documento, “hay pocas amenazas tan graves como un ataque terrorista con armas de destrucción masiva. Con el fin de prevenir o impedir tales actos hostiles por parte de nuestros adversarios, los EEUU actuarán, si es necesario, de forma preventiva ejerciendo nuestro derecho inherente a la autodefensa” ya que “no podemos esperar con los brazos cruzados a que ocurra algo grave”. El informe también dice que aunque al-Qaeda ha “perdido significativamente fuerza” desde la guerra de Afganistán, su dispersión plantea nuevos retos que requieren que los EEUU sepan defenderse de un enemigo menos centralizado.
La Administración Bush postuló por primera vez su doctrina del ataque preventivo en 2002. Dicha doctrina supuso el mayor replanteamiento de la estrategia norteamericana de los últimos 50 años al dejar atrás lo que habían sido décadas de política exterior durante la Guerra Fría, marcadas por la disuasión y la contención. La nueva doctrina implicó una postura más pro-activa de eliminación de las “amenazas asimétricas” provenientes de organizaciones terroristas y de países inestables armados con armas de destrucción masiva antes de que pudieran atacar a los EEUU. La estrategia de 2002 afirmaba que los EEUU debían reservarse el derecho a tomar “acciones preventivas para defenderse, incluso en el caso de que se desconozca la hora y el lugar en que se cometerá el ataque enemigo”.
En lo que es un importante cambio de estilo, el documento enfatiza que la acción militar es la última opción, y que la diplomacia y los esfuerzos colectivos son las vías preferentes para anular las amenazas. Sin embargo, la estrategia defiende el planteamiento de la Administración Bush para entrar en guerra contra Irak. De hecho, observa que una de las principales lecciones aprendidas tras fracasar en el intento de encontrar armas de destrucción masiva, es que países como Irán deberían actuar con cautela: “la estrategia fanfarrona, denegatoria y de engaño de Saddam Hussein es un juego peligroso que los dictadores juegan a su cuenta y riesgo”.
Irán es el desafío más importante
Como clara señal de que la política preventiva de EEUU está ideada para enviar un mensaje directo a Teherán, solamente dos páginas más adelante el documento revisado afirma que la amenaza nuclear iraní es el mayor desafío al que se tendrán que enfrentar los EEUU un futuro próximo. “Quizá no nos enfrentemos a ningún desafío mayor proveniente de un solo país”, comenta el informe. “Continuaremos tomando todas las medidas necesarias para proteger nuestra seguridad nacional y económica contra las consecuencias adversas de su mala conducta”, reza el documento. (De hecho, solo dos horas después de que se presentara la estrategia de seguridad nacional el 16 de marzo, Irán expresó públicamente su deseo de iniciar conversaciones directas con los EEUU sobre Irak.)
En cualquier caso, muchos analistas ven esto como un esfuerzo de la Casa Blanca por empezar a fijar los cimientos políticos y preparar al pueblo americano para una acción militar preventiva contra Irán. El documento cita los actuales esfuerzos diplomáticos del Reino Unido, Francia, Alemania y Rusia para distender la crisis con Irán, y previene de las consecuencias de un posible fracaso: “este esfuerzo diplomático deberá tener éxito si lo que desea es evitar un enfrentamiento”.
El documento revisado emplea un lenguaje excepcionalmente duro para denunciar a Teherán como “un aliado del terror” y “enemigo de la libertad”. En contraste, Irán fue mencionado solamente una vez en la estrategia de seguridad nacional de 2002, y entonces como víctima de los ataques iraquíes con armas químicas durante los años 80. Al mismo tiempo, el documento intenta tender la mano al pueblo iraní. Según el nuevo texto, “nuestra estrategia se basa en bloquear las amenazas del régimen, mientras hacemos extensible nuestro compromiso de ayuda al pueblo oprimido por ese régimen”.
Multilateralismo pero con aquellos con posiciones similares a los EEUU
El documento revisado insta a cooperar con “otros centros importantes de poder global”, una categoría notablemente amorfa que incluye a la OTAN, la Organización Mundial del Comercio y a países como la India. De hecho, la estrategia aboga por el multilateralismo en los asuntos exteriores, pero probablemente no de la manera que muchos europeos lo preferirían. En su carta de presentación, Bush comenta que “son esenciales los esfuerzos multinacionales efectivos” para resolver muchos problemas globales, tales como las pandemias, el terrorismo, el tráfico de seres humanos y los desastres naturales. “La historia ha demostrado que solamente cuando nosotros hacemos nuestra parte, los demás hacen lo que les corresponde. América debe seguir proporcionando el liderazgo”, escribe Bush.
Sin duda, “efectivo” es el término fundamental empleado por Bush. A pesar de que en el documento a menudo se emplean frases como “fortaleciendo alianzas”, “cooperando con otros”, y “desarrollando agendas de acción conjunta”, la Casa Blanca no tiene ninguna intención de limitarse a operar sólo con instituciones multilaterales ya existentes, en las que la acción puede quedar bloqueada por otros que a menudo se muestran hostiles a los EEUU.
De hecho, lo más seguro es que la Casa Blanca continuará con la práctica ya establecida de formar las llamadas coalitions of the willing (“coaliciones con aquellos con posiciones similares a los EEUU”) para problemas concretos. Esto se debe a que cree que estas estructuras ad hoc pueden ser más efectivas que instrumentos multilaterales formales como las Naciones Unidas. En este contexto, el documento revisado expone un amplio abanico de iniciativas de este tipo: la Iniciativa de Proliferación de Seguridad, que tiene el apoyo de más de 70 países; la iniciativa contra el SIDA en África; la Asociación Asia-Pacífico para un Desarrollo y un Medio Ambiente Limpios con Australia, China, Japón y Corea del Sur; y la Iniciativa de Operaciones de Paz Global, que se dedica a formar a efectivos de mantenimiento de paz para África.
Una estrategia específica para cada país
Analizada por regiones, la estrategia de seguridad revisada enfatiza la necesidad de: la democracia y la estabilidad económica en el hemisferio occidental; el buen gobierno y la paz en África; una mayor participación democrática en Oriente Medio; la continuada transformación de la OTAN y de la Unión Europea; y el respeto a los derechos humanos en China y Rusia.
Pero el documento se centra mucho más en países específicos que la versión anterior. La nueva estrategia afirma que el objetivo principal de la política exterior norteamericana es acabar con la tiranía en el mundo, caracterizada como una combinación de brutalidad, corrupción, inestabilidad y pobreza, y el sufrimiento bajo dirigentes y sistemas despóticos. El documento pasa a citar a los gobiernos de Bielorrusia, Birmania, Cuba, Irán, Corea del Norte, Siria y Zimbabwe como “sistemas despóticos”.
El documento cita a Siria como uno de los “aliados del terror” y “enemigos de la libertad”, y apela al mundo a “exigirles a estos regímenes que rindan cuentas”. También tilda al mandatario cubano Fidel Castro de “dictador opresivo” y al venezolano Hugo Chávez de “demagogo inflado por el dinero del petróleo” que “busca desestabilizar” Latinoamérica (Venezuela también aparece en el Informe Cuadrienal de Defensa realizado por el Pentágono en febrero de 2006. Este dato es importante ya que raramente un documento de estas características menciona a países por sus propios nombres).
A pesar de que la estrategia afirma que “el genocidio no debe tolerarse”, el Gobierno del Sudán, curiosamente, no aparece en la lista de regímenes abusivos. Además, el documento elogia, de manera poco convincente, “los pasos preliminares de Arabia Saudí para ofrecer a sus ciudadanos la oportunidad de tener más influencia en su gobierno”.
Según el texto, Irán y Corea del Norte suponen una amenaza potencial para la paz y la seguridad en sus respectivas regiones. Pero el documento también critica duramente a China y Rusia, dos países clave en las negociaciones internacionales dirigidas a restringir el programa nuclear iraní. La relación de los EEUU con China y Rusia es compleja; ambos países son para los EEUU un desafío y una oportunidad únicos. En este contexto, Washington ha intentado persuadir a Pekín y a Moscú de que es necesaria una mayor transparencia.
El documento es particularmente duro con China: “al ir convirtiéndose en una potencia global, China debe actuar como una parte interesada responsable que cumple con sus obligaciones y colabora con los EEUU y otros países para hacer progresar el sistema internacional responsable de su éxito”. Aunque es cierto que la Casa Blanca aplaude el éxito económico chino, argumenta que su transición de economía de planificación estatal a mercado libre está incompleta. “Sin embargo, los líderes chinos deben darse cuenta de que no pueden seguir por este camino pacífico mientras sigan manteniendo maneras de ancestrales de pensar y actuar que agravan los problemas en la región y en el mundo”.
En reconocimiento de estos desafíos completamente nuevos, la estrategia afirma que los líderes chinos “están actuando como si quisiesen, de alguna manera, ‘bloquear’ las fuentes de energía de todo el mundo o intentar dirigir los mercados en lugar de abrirlos –como si pudieran practicar un mercantilismo prestado de otra época–”. Y, en referencia a las actividades llevadas a cabo por China en países como Sudán, reprende a Pekín por “apoyar a países ricos en recursos naturales sin considerar el desgobierno de estos regímenes en el interior o el exterior”. Estas advertencias no aparecían en la primera versión de la estrategia, y en la sesión informativa posterior a la publicación de la nueva versión, Hadley comentó que la advertencia es un intento de lograr que los líderes chinos recapaciten sobre “su constelación de intereses en sentido más amplio”.
El documento revisada también se muestra escéptico con respecto a Rusia. De hecho, como reflejo de la creciente tensión entre Washington y Moscú, la estrategia de seguridad nacional parece francamente pesimista sobre Rusia: “lamentablemente, las tendencias recientes apuntan hacia una disminución del compromiso con las libertades e instituciones democráticas. El fortalecimiento de nuestras relaciones dependerá de la política, externa e interna, que adopte Rusia”.
Los desafíos de la globalización
La estrategia revisada reconoce las oportunidades y retos que presenta la globalización, un tema que se mencionaba solo indirectamente en la versión de 2002. El texto afirma que los EEEUU tienen como objetivo afrontar los retos de la sanidad pública, como las epidemias de gripe y el SIDA. El comercio ilícito de drogas y de seres humanos, la destrucción del medio ambiente y los desastres naturales como el tsunami, requieren también una atención muy especial.
Aunque las organizaciones internacionales existentes juegan un cierto papel, la estrategia revisada sugiere que hay situaciones específicas que se solucionan mejor a través de coalitions of the willing. También vincula la globalización con la libertad al afirmar las democracias efectivas están mejor preparadas para afrontar los desafíos globales que los Estados mal gobernados.
Neoconservadurismo + realismo = neorrealismo
Las encuestas de opinión indican que la mayoría de los norteamericanos son muy críticos con la actual política exterior de la Administración Bush. Según la encuesta Confidence in US Foreign Policy del 30 de marzo (elaborada por Public Agenda, una organización sin ánimo de lucro con sede en Nueva York), sólo el 36% de los encuestados creen que su país puede ayudar a difundir la democracia –uno de los principales objetivos de la Administración Bush en Irak y en todo Oriente Medio–. Únicamente el 22% cree que los EEUU pueden hacer “mucho” para crear la democracia en Irak. El objetivo de difundir la democracia fue el que recibió el menor apoyo en comparación con otras prioridades, y sólo un 20% dijo que era “muy importante”. Por el contrario, el 71% de los encuestados dijo que era “muy importante” ayudar a los países que habían sufrido desastres naturales, como el tsunami del Océano Índico.
Sin embargo, las dudas sobre la guerra en Irak se extienden aún más allá de la opinión pública norteamericana. Dentro del Partido Republicano, la invasión también ha enfrentado a los neoconservadores, que veían la guerra como un catalizador del cambio democrático en Oriente Medio, con los realistas tradicionales, que argumentan que los árabes no están culturalmente preparados para la democracia. Los neoconservadores (a veces llamados también idealistas) quieren una política exterior que promueva los ideales americanos de autogobierno y respeto por los derechos humanos en países con regímenes despóticos. Argumentan que la difusión de la democracia es siempre un interés norteamericano y no temen utilizar la fuerza militar, unilateralmente si es necesario, para conseguir este fin. En contraste, los realistas desean una política externa gobernada por ideas claras y muy bien definidas de lo que constituyen los intereses nacionales de los EEUU. También son notoriamente cautos en lo que respecta a las intervenciones militares. En cualquier caso, tanto idealistas como realistas creen que el principal objetivo de la política exterior norteamericana es reforzar la seguridad de los EEUU.
Pero también ha habido una ruptura dentro del bando neoconservador. Uno de los más acérrimos defensores de la guerra de Irak, el teórico neoconservador Francis Fukuyama, ha cambiado de parecer y ahora opina que la invasión no fue una buena idea. En su libro America at the Crossroads, Fukuyama presenta una virulenta crítica al afán neoconservador de apoyar la guerra, comentando que la Administración Bush “infravaloró enormemente el coste y la dificultad de reconstruir un país como Irak y de guiarlo hacia una transición democrática”. También acusa a los neoconservadores por no haber tenido en cuenta uno de sus propios principios básicos: “la ingeniería social demasiado ambiciosa a menudo lleva a consecuencias inesperadas y, frecuentemente, acaba volviéndose contra sus propios fines”. No obstante, en cierta manera Fukuyama contradice su propia argumentación al no reconocer que él mismo proclamaba su apoyo a la invasión de Irak ya desde tiempos de la Administración Clinton.
En cualquier caso, muchos de los estrategas neoconservadores que idearon la respuesta norteamericana al 11-S ya no están en la Casa Blanca, y su influencia directa en la formulación de la política exterior de los EEUU ya no es la que era. Al mismo tiempo, los llamados “neorrealistas” han pasado a llenar el vacío. Los neorrealistas, liderados por la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, comparten la idea neoconservadora de que la difusión de la democracia es importante, pero también están a favor de la idea realista de trabajar conjuntamente con los aliados de EEUU para alcanzar los objetivos norteamericanos en el exterior. En términos prácticos, esto implica que el segundo mandato de la Administración Bush se centrará, probablemente, en una política exterior algo más “multilateral” que la que llevó a cabo en su primer mandato, aunque, como dice muy claramente la nueva versión del documento de estrategia, no menos “muscular”.
En la medida en que el debate sobre Irak es un debate sobre el conjunto de la forma y contenido de la política norteamericana en Oriente Medio, la Administración Bush se ha comprometido a mantener el rumbo. En su discurso sobre el Estado de la Nación en enero de 2006, Bush proclamó de manera relativamente ambiciosa que el objetivo de su administración es derrotar al islamismo radical. De forma similar, en su discurso de enero de 2006 (conocido como The Long War), el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, afirmó que Occidente debe afrontar cuanto antes la amenaza que representa el islamismo radical. “Empujados por una ideología militante que celebra el asesinato y el suicidio, sin territorio que defender, con poco que perder, o bien ellos logran cambiar nuestro sistema de vida, o nosotros logramos cambiar el suyo”.
La mayoría de los europeos y americanos estarían de acuerdo en que la libertad es un objetivo por el que merece la pena esforzarse en todo el mundo. Pero, ¿puede la nueva estrategia de seguridad nacional funcionar en la práctica? ¿Será su agenda democrática un éxito o un fracaso? A todas estas preguntas, el texto revisado ofrece una respuesta indecisa: “lograr este objetivo es la tarea de generaciones”. Lo que está más allá de toda duda es que los neoconservadores han tenido un efecto permanente sobre la política exterior norteamericana y que perdurará durante muchas décadas.
Conclusión
La revisión de la estrategia de seguridad nacional dice que el objetivo principal de la política exterior de los EEUU es promover la democracia. El documento pone de manifiesto que la Casa Blanca desea un acercamiento con los críticos del estilo “en solitario” del primer mandato de la Administración Bush, y hace hincapié en la necesidad de mantener alianzas sólidas y de preferir la diplomacia al uso de la fuerza militar. Al mismo tiempo, mantiene el uso del ataque preventivo como parte central de la estrategia de los EEUU. Además, defiende la decisión de invadir Irak en 2003 y señala a Irán como el principal desafío futuro al que se enfrentan los EEUU. Aunque el documento revisado es más conciliador y pragmático que el anterior, es también notable por su continuismo ideológico. En este contexto, intenta combinar el idealismo de los neoconservadores con el pragmatismo de los realistas. Así, el neorrealismo es el nuevo paradigma filosófico para el resto del mandato de Bush. Queda por ver cómo se desarrollará en la práctica. Pero el “idealismo muscular” (muscular idealism) es, sin duda, el nuevo realismo americano.
En marzo de 2006, la Casa Blanca hizo pública una versión revisada de su Estrategia de Seguridad Nacional. Este documento actualiza la versión anterior, de septiembre de 2002, realizada un año después de los ataques terroristas en Nueva York y Washington, pero antes de la invasión de Irak. Esta doctrina, que es la más extensa sobre seguridad nacional que publica el Gobierno de los EEUU, explica la estrategia sobre la que se basa la política exterior norteamericana. Stephen Hadley, asesor de Seguridad Nacional de EEUU, y su equipo en el Consejo de Seguridad Nacional han sido los encargados de redactarlo.
La estrategia revisada identifica nueve tareas esenciales para la política exterior norteamericana. Los EEUU deben: (1) liderar las aspiraciones por la dignidad humana; (2) potenciar alianzas para vencer el terrorismo global; (3) cooperar con otros para distender los conflictos regionales; (4) impedir que enemigos con armas de destrucción masiva amenacen a los EEUU y sus aliados; (5) iniciar una nueva era de crecimiento económico global a través de mercados libres y el libre comercio; (6) ampliar el círculo de desarrollo mediante la creación de sociedades abiertas y la construcción de infraestructuras democráticas; (7) desarrollar agendas de acción conjunta con las demás instituciones de poder global; (8) transformar las instituciones de seguridad nacional norteamericanas para afrontar los desafíos y oportunidades del siglo XXI; y (9) aprovechar las oportunidades y enfrentarse a los retos de la globalización.
En su carta de presentación, el presidente de los EEUU, George W. Bush, intenta situar el informe en un contexto político más amplio, argumentando que: “América está en guerra. Esta es una estrategia de seguridad nacional para tiempos de guerra, necesaria por el gran desafío al que nos enfrentamos –el auge del terrorismo impulsado por una ideología agresiva de odio y muerte, revelada plenamente a los americanos el 11 de septiembre de 2001. Esta estrategia refleja nuestra más solemne obligación: proteger la seguridad del pueblo americano”. De hecho, la doctrina revisada, al igual que su predecesora, ofrece la visión de una modalidad específicamente americana de internacionalismo.
A continuación se ofrece un análisis de los puntos principales de la nueva estrategia.
Continuismo en la política exterior norteamericana
La característica más destacada del nuevo documento de estrategia de seguridad nacional es el continuismo ideológico y conceptual con las pautas previamente marcadas por la Administración Bush. Aquellos que intenten encontrar un cambio de dirección o la admisión de que se han cometido errores se verán defraudados: el triunfo en la guerra global contra el terrorismo seguirá siendo la prioridad principal de la política de seguridad nacional estadounidense; Oriente Medio seguirá siendo el principal foco de atención de la política exterior de los EEUU; y la prevención de amenazas emergentes será un elemento fundamental de la gran estrategia americana.
Además, la estrategia revisada está impregnada de ese idealismo neoconservador que caracterizó a Bush en su primer mandato. La idea de que la promoción de la democracia es la mejor manera de construir un mundo mejor subyace todo el documento. De hecho, la libertad se presenta como la única solución duradera para problemas que abarcan desde la eliminación del terrorismo al control de la proliferación. La doctrina revisada también se centra en las políticas que la Casa Blanca ha manifestado desde la reelección de Bush en noviembre de 2004. Aboga por una mayor libertad de comercio en el mercado global y advierte en contra del aislacionismo, dos temas recurrentes en los discursos de Bush desde que inició su segundo mandato.
Esta doctrina revisada es ciertamente bastante más conciliadora en cuanto al tono, y es de agradecer su enfoque más pragmático que la versión anterior. En el texto de presentación, por ejemplo, Bush dice que el poderío norteamericano “no se basa solamente en la fuerza de las armas. Se fundamenta en unas sólidas alianzas, amistades e instituciones internacionales”. De hecho, el documento revisado explica en mucho mayor detalle que la versión de 2002 el papel esencial de la diplomacia internacional en la resolución de problemas urgentes.
Sin embargo, a pesar de cambios perceptibles de estilo, la estrategia revisada no presenta cambios fundamentales en cuanto a la política se refiere. Algunos de los puntos más memorables del documento de 2002, tales como el compromiso de mantener una fuerza militar lo suficientemente fuerte como para disuadir a adversarios que deseen “exceder o igualar el poder de los EEUU”, simplemente se han redactado de nuevo: “Mantendremos una fuerza militar sin igual”. Además, el documento revisado defiende incondicionalmente la decisión de la Casa Blanca de invadir Irak en 2003, para pasar a denunciar a Irán como la mayor amenaza futura a los EEUU.
Según Hadley, el documento de 2006 –que, con 49 páginas, es dos veces más largo que la versión de 2002– no intenta formular una nueva estrategia, pero sí “quiere tener en cuenta todo lo que se ha conseguido hasta el momento y mostrar los nuevos retos a los que nos enfrentamos”. Por otro lado, mientras que la doctrina anterior se basaba en el mantenimiento y potenciación del poderío militar, económico y militar de los EEUU, la estrategia revisada apuesta por una “estrategia activa de libertad” a largo plazo para derrotar al terrorismo. (Este documento revisado está también en línea con el Informe Cuatrienal de Defensa, difundido por el Pentágono en febrero de 2006 y en el que se presenta una estrategia a largo plazo para transformar las fuerzas armadas norteamericanas).
Aunque una ley de 1986 exige la revisión anual de la estrategia de seguridad nacional, según la Casa Blanca no había sido necesaria una actualización hasta el momento porque la esencia de la doctrina no había cambiado. Hadley argumenta: “No creo que se trate de un cambio de estrategia. Más bien se trata de saber el estado en que se encuentra esta estrategia, teniendo en cuenta el tiempo transcurrido y los acontecimientos que se han dado hasta hoy.”
En cualquier caso, los dos pilares fundamentales de esta actualización, es decir, la promoción de los derechos humanos, la libertad y la democracia, y la cooperación con los amigos y aliados de los EEUU, han sido las principales características de la política exterior norteamericana durante muchas décadas. Así, Bush recalca la continuidad de esta visión: “El camino que hemos escogido es consecuente con la gran tradición de la política exterior norteamericana. Como las políticas de Harry Truman y de Ronald Reagan, nuestro enfoque es idealista en cuanto a nuestros objetivos nacionales pero realista en cuanto a la forma de alcanzarlos”.
Centrados en promover la democracia
La promoción de la libertad y la democracia en el exterior se ha convertido en el motivo central de la presidencia de Bush, así como el fundamento de su política exterior. En este contexto, la revisión de la estrategia de seguridad subraya que la paz y la estabilidad mundial se fundamentan en la existencia de naciones libres. De hecho, las palabras iniciales de esta estrategia revisada se han tomado textualmente del discurso inaugural del segundo mandato del presidente Bush en enero de 2005: “La política de los EEUU está basada en la búsqueda y el apoyo de los movimientos e instituciones democráticos en cada nación y cultura, con el objetivo final de acabar con la tiranía en nuestro mundo”.
La estrategia repite afirmaciones como que la democracia y la libertad son las únicas soluciones perdurables a problemas que abarcan desde la distensión en los conflictos regionales hasta el asegurar el crecimiento económico global. Al mismo tiempo, el documento infunde una dosis de realismo reconociendo que “las elecciones por sí solas no son suficientes” y que para un país también es necesario construir unas instituciones democráticas. La estrategia también reconoce que la democracia, por sí sola, no puede garantizar la estabilidad, especialmente sin una clase media sólida y una economía fuerte que la sustente.
Esta estrategia obliga a la Administración Bush a: denunciar los abusos de los derechos humanos; mantener reuniones de alto nivel en la Casa Blanca con los líderes reformistas de naciones oprimidas; servirse de la ayuda exterior para apoyar procesos electorales y la sociedad civil; y aplicar sanciones a gobiernos opresores. La doctrina presta también especial atención a la intolerancia religiosa, el sometimiento de las mujeres y el tráfico de seres humanas.
Sin embargo, en la práctica, los EEUU gastan aún más en contrarrestar el terrorismo, en la no proliferación y en la cooperación en cuestiones de defensa, que en la promoción de la democracia. Además, la mayor parte de los casi 20.000 millones de dólares asignados a la ayuda exterior norteamericana en 2006 son destinados a países estratégicamente importantes para los EEUU, en algunos casos, a pesar de su carácter no democrático. Por otra parte, aunque los EEUU han asignado 1.700 millones de dólares para apoyar a grupos de oposición, muchos países, incluidos China, Rusia y Egipto, han tomado fuertes medidas contra éstos y encarcelado a prominentes líderes de la oposición.
Derecho inherente a la autodefensa
La versión revisada de la estrategia de seguridad nacional confirma el derecho norteamericano a utilizar la fuerza preventiva con el fin de eliminar las amenazas emergentes que impliquen el uso de armas de destrucción masiva. Según el documento, “hay pocas amenazas tan graves como un ataque terrorista con armas de destrucción masiva. Con el fin de prevenir o impedir tales actos hostiles por parte de nuestros adversarios, los EEUU actuarán, si es necesario, de forma preventiva ejerciendo nuestro derecho inherente a la autodefensa” ya que “no podemos esperar con los brazos cruzados a que ocurra algo grave”. El informe también dice que aunque al-Qaeda ha “perdido significativamente fuerza” desde la guerra de Afganistán, su dispersión plantea nuevos retos que requieren que los EEUU sepan defenderse de un enemigo menos centralizado.
La Administración Bush postuló por primera vez su doctrina del ataque preventivo en 2002. Dicha doctrina supuso el mayor replanteamiento de la estrategia norteamericana de los últimos 50 años al dejar atrás lo que habían sido décadas de política exterior durante la Guerra Fría, marcadas por la disuasión y la contención. La nueva doctrina implicó una postura más pro-activa de eliminación de las “amenazas asimétricas” provenientes de organizaciones terroristas y de países inestables armados con armas de destrucción masiva antes de que pudieran atacar a los EEUU. La estrategia de 2002 afirmaba que los EEUU debían reservarse el derecho a tomar “acciones preventivas para defenderse, incluso en el caso de que se desconozca la hora y el lugar en que se cometerá el ataque enemigo”.
En lo que es un importante cambio de estilo, el documento enfatiza que la acción militar es la última opción, y que la diplomacia y los esfuerzos colectivos son las vías preferentes para anular las amenazas. Sin embargo, la estrategia defiende el planteamiento de la Administración Bush para entrar en guerra contra Irak. De hecho, observa que una de las principales lecciones aprendidas tras fracasar en el intento de encontrar armas de destrucción masiva, es que países como Irán deberían actuar con cautela: “la estrategia fanfarrona, denegatoria y de engaño de Saddam Hussein es un juego peligroso que los dictadores juegan a su cuenta y riesgo”.
Irán es el desafío más importante
Como clara señal de que la política preventiva de EEUU está ideada para enviar un mensaje directo a Teherán, solamente dos páginas más adelante el documento revisado afirma que la amenaza nuclear iraní es el mayor desafío al que se tendrán que enfrentar los EEUU un futuro próximo. “Quizá no nos enfrentemos a ningún desafío mayor proveniente de un solo país”, comenta el informe. “Continuaremos tomando todas las medidas necesarias para proteger nuestra seguridad nacional y económica contra las consecuencias adversas de su mala conducta”, reza el documento. (De hecho, solo dos horas después de que se presentara la estrategia de seguridad nacional el 16 de marzo, Irán expresó públicamente su deseo de iniciar conversaciones directas con los EEUU sobre Irak.)
En cualquier caso, muchos analistas ven esto como un esfuerzo de la Casa Blanca por empezar a fijar los cimientos políticos y preparar al pueblo americano para una acción militar preventiva contra Irán. El documento cita los actuales esfuerzos diplomáticos del Reino Unido, Francia, Alemania y Rusia para distender la crisis con Irán, y previene de las consecuencias de un posible fracaso: “este esfuerzo diplomático deberá tener éxito si lo que desea es evitar un enfrentamiento”.
El documento revisado emplea un lenguaje excepcionalmente duro para denunciar a Teherán como “un aliado del terror” y “enemigo de la libertad”. En contraste, Irán fue mencionado solamente una vez en la estrategia de seguridad nacional de 2002, y entonces como víctima de los ataques iraquíes con armas químicas durante los años 80. Al mismo tiempo, el documento intenta tender la mano al pueblo iraní. Según el nuevo texto, “nuestra estrategia se basa en bloquear las amenazas del régimen, mientras hacemos extensible nuestro compromiso de ayuda al pueblo oprimido por ese régimen”.
Multilateralismo pero con aquellos con posiciones similares a los EEUU
El documento revisado insta a cooperar con “otros centros importantes de poder global”, una categoría notablemente amorfa que incluye a la OTAN, la Organización Mundial del Comercio y a países como la India. De hecho, la estrategia aboga por el multilateralismo en los asuntos exteriores, pero probablemente no de la manera que muchos europeos lo preferirían. En su carta de presentación, Bush comenta que “son esenciales los esfuerzos multinacionales efectivos” para resolver muchos problemas globales, tales como las pandemias, el terrorismo, el tráfico de seres humanos y los desastres naturales. “La historia ha demostrado que solamente cuando nosotros hacemos nuestra parte, los demás hacen lo que les corresponde. América debe seguir proporcionando el liderazgo”, escribe Bush.
Sin duda, “efectivo” es el término fundamental empleado por Bush. A pesar de que en el documento a menudo se emplean frases como “fortaleciendo alianzas”, “cooperando con otros”, y “desarrollando agendas de acción conjunta”, la Casa Blanca no tiene ninguna intención de limitarse a operar sólo con instituciones multilaterales ya existentes, en las que la acción puede quedar bloqueada por otros que a menudo se muestran hostiles a los EEUU.
De hecho, lo más seguro es que la Casa Blanca continuará con la práctica ya establecida de formar las llamadas coalitions of the willing (“coaliciones con aquellos con posiciones similares a los EEUU”) para problemas concretos. Esto se debe a que cree que estas estructuras ad hoc pueden ser más efectivas que instrumentos multilaterales formales como las Naciones Unidas. En este contexto, el documento revisado expone un amplio abanico de iniciativas de este tipo: la Iniciativa de Proliferación de Seguridad, que tiene el apoyo de más de 70 países; la iniciativa contra el SIDA en África; la Asociación Asia-Pacífico para un Desarrollo y un Medio Ambiente Limpios con Australia, China, Japón y Corea del Sur; y la Iniciativa de Operaciones de Paz Global, que se dedica a formar a efectivos de mantenimiento de paz para África.
Una estrategia específica para cada país
Analizada por regiones, la estrategia de seguridad revisada enfatiza la necesidad de: la democracia y la estabilidad económica en el hemisferio occidental; el buen gobierno y la paz en África; una mayor participación democrática en Oriente Medio; la continuada transformación de la OTAN y de la Unión Europea; y el respeto a los derechos humanos en China y Rusia.
Pero el documento se centra mucho más en países específicos que la versión anterior. La nueva estrategia afirma que el objetivo principal de la política exterior norteamericana es acabar con la tiranía en el mundo, caracterizada como una combinación de brutalidad, corrupción, inestabilidad y pobreza, y el sufrimiento bajo dirigentes y sistemas despóticos. El documento pasa a citar a los gobiernos de Bielorrusia, Birmania, Cuba, Irán, Corea del Norte, Siria y Zimbabwe como “sistemas despóticos”.
El documento cita a Siria como uno de los “aliados del terror” y “enemigos de la libertad”, y apela al mundo a “exigirles a estos regímenes que rindan cuentas”. También tilda al mandatario cubano Fidel Castro de “dictador opresivo” y al venezolano Hugo Chávez de “demagogo inflado por el dinero del petróleo” que “busca desestabilizar” Latinoamérica (Venezuela también aparece en el Informe Cuadrienal de Defensa realizado por el Pentágono en febrero de 2006. Este dato es importante ya que raramente un documento de estas características menciona a países por sus propios nombres).
A pesar de que la estrategia afirma que “el genocidio no debe tolerarse”, el Gobierno del Sudán, curiosamente, no aparece en la lista de regímenes abusivos. Además, el documento elogia, de manera poco convincente, “los pasos preliminares de Arabia Saudí para ofrecer a sus ciudadanos la oportunidad de tener más influencia en su gobierno”.
Según el texto, Irán y Corea del Norte suponen una amenaza potencial para la paz y la seguridad en sus respectivas regiones. Pero el documento también critica duramente a China y Rusia, dos países clave en las negociaciones internacionales dirigidas a restringir el programa nuclear iraní. La relación de los EEUU con China y Rusia es compleja; ambos países son para los EEUU un desafío y una oportunidad únicos. En este contexto, Washington ha intentado persuadir a Pekín y a Moscú de que es necesaria una mayor transparencia.
El documento es particularmente duro con China: “al ir convirtiéndose en una potencia global, China debe actuar como una parte interesada responsable que cumple con sus obligaciones y colabora con los EEUU y otros países para hacer progresar el sistema internacional responsable de su éxito”. Aunque es cierto que la Casa Blanca aplaude el éxito económico chino, argumenta que su transición de economía de planificación estatal a mercado libre está incompleta. “Sin embargo, los líderes chinos deben darse cuenta de que no pueden seguir por este camino pacífico mientras sigan manteniendo maneras de ancestrales de pensar y actuar que agravan los problemas en la región y en el mundo”.
En reconocimiento de estos desafíos completamente nuevos, la estrategia afirma que los líderes chinos “están actuando como si quisiesen, de alguna manera, ‘bloquear’ las fuentes de energía de todo el mundo o intentar dirigir los mercados en lugar de abrirlos –como si pudieran practicar un mercantilismo prestado de otra época–”. Y, en referencia a las actividades llevadas a cabo por China en países como Sudán, reprende a Pekín por “apoyar a países ricos en recursos naturales sin considerar el desgobierno de estos regímenes en el interior o el exterior”. Estas advertencias no aparecían en la primera versión de la estrategia, y en la sesión informativa posterior a la publicación de la nueva versión, Hadley comentó que la advertencia es un intento de lograr que los líderes chinos recapaciten sobre “su constelación de intereses en sentido más amplio”.
El documento revisada también se muestra escéptico con respecto a Rusia. De hecho, como reflejo de la creciente tensión entre Washington y Moscú, la estrategia de seguridad nacional parece francamente pesimista sobre Rusia: “lamentablemente, las tendencias recientes apuntan hacia una disminución del compromiso con las libertades e instituciones democráticas. El fortalecimiento de nuestras relaciones dependerá de la política, externa e interna, que adopte Rusia”.
Los desafíos de la globalización
La estrategia revisada reconoce las oportunidades y retos que presenta la globalización, un tema que se mencionaba solo indirectamente en la versión de 2002. El texto afirma que los EEEUU tienen como objetivo afrontar los retos de la sanidad pública, como las epidemias de gripe y el SIDA. El comercio ilícito de drogas y de seres humanos, la destrucción del medio ambiente y los desastres naturales como el tsunami, requieren también una atención muy especial.
Aunque las organizaciones internacionales existentes juegan un cierto papel, la estrategia revisada sugiere que hay situaciones específicas que se solucionan mejor a través de coalitions of the willing. También vincula la globalización con la libertad al afirmar las democracias efectivas están mejor preparadas para afrontar los desafíos globales que los Estados mal gobernados.
Neoconservadurismo + realismo = neorrealismo
Las encuestas de opinión indican que la mayoría de los norteamericanos son muy críticos con la actual política exterior de la Administración Bush. Según la encuesta Confidence in US Foreign Policy del 30 de marzo (elaborada por Public Agenda, una organización sin ánimo de lucro con sede en Nueva York), sólo el 36% de los encuestados creen que su país puede ayudar a difundir la democracia –uno de los principales objetivos de la Administración Bush en Irak y en todo Oriente Medio–. Únicamente el 22% cree que los EEUU pueden hacer “mucho” para crear la democracia en Irak. El objetivo de difundir la democracia fue el que recibió el menor apoyo en comparación con otras prioridades, y sólo un 20% dijo que era “muy importante”. Por el contrario, el 71% de los encuestados dijo que era “muy importante” ayudar a los países que habían sufrido desastres naturales, como el tsunami del Océano Índico.
Sin embargo, las dudas sobre la guerra en Irak se extienden aún más allá de la opinión pública norteamericana. Dentro del Partido Republicano, la invasión también ha enfrentado a los neoconservadores, que veían la guerra como un catalizador del cambio democrático en Oriente Medio, con los realistas tradicionales, que argumentan que los árabes no están culturalmente preparados para la democracia. Los neoconservadores (a veces llamados también idealistas) quieren una política exterior que promueva los ideales americanos de autogobierno y respeto por los derechos humanos en países con regímenes despóticos. Argumentan que la difusión de la democracia es siempre un interés norteamericano y no temen utilizar la fuerza militar, unilateralmente si es necesario, para conseguir este fin. En contraste, los realistas desean una política externa gobernada por ideas claras y muy bien definidas de lo que constituyen los intereses nacionales de los EEUU. También son notoriamente cautos en lo que respecta a las intervenciones militares. En cualquier caso, tanto idealistas como realistas creen que el principal objetivo de la política exterior norteamericana es reforzar la seguridad de los EEUU.
Pero también ha habido una ruptura dentro del bando neoconservador. Uno de los más acérrimos defensores de la guerra de Irak, el teórico neoconservador Francis Fukuyama, ha cambiado de parecer y ahora opina que la invasión no fue una buena idea. En su libro America at the Crossroads, Fukuyama presenta una virulenta crítica al afán neoconservador de apoyar la guerra, comentando que la Administración Bush “infravaloró enormemente el coste y la dificultad de reconstruir un país como Irak y de guiarlo hacia una transición democrática”. También acusa a los neoconservadores por no haber tenido en cuenta uno de sus propios principios básicos: “la ingeniería social demasiado ambiciosa a menudo lleva a consecuencias inesperadas y, frecuentemente, acaba volviéndose contra sus propios fines”. No obstante, en cierta manera Fukuyama contradice su propia argumentación al no reconocer que él mismo proclamaba su apoyo a la invasión de Irak ya desde tiempos de la Administración Clinton.
En cualquier caso, muchos de los estrategas neoconservadores que idearon la respuesta norteamericana al 11-S ya no están en la Casa Blanca, y su influencia directa en la formulación de la política exterior de los EEUU ya no es la que era. Al mismo tiempo, los llamados “neorrealistas” han pasado a llenar el vacío. Los neorrealistas, liderados por la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, comparten la idea neoconservadora de que la difusión de la democracia es importante, pero también están a favor de la idea realista de trabajar conjuntamente con los aliados de EEUU para alcanzar los objetivos norteamericanos en el exterior. En términos prácticos, esto implica que el segundo mandato de la Administración Bush se centrará, probablemente, en una política exterior algo más “multilateral” que la que llevó a cabo en su primer mandato, aunque, como dice muy claramente la nueva versión del documento de estrategia, no menos “muscular”.
En la medida en que el debate sobre Irak es un debate sobre el conjunto de la forma y contenido de la política norteamericana en Oriente Medio, la Administración Bush se ha comprometido a mantener el rumbo. En su discurso sobre el Estado de la Nación en enero de 2006, Bush proclamó de manera relativamente ambiciosa que el objetivo de su administración es derrotar al islamismo radical. De forma similar, en su discurso de enero de 2006 (conocido como The Long War), el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, afirmó que Occidente debe afrontar cuanto antes la amenaza que representa el islamismo radical. “Empujados por una ideología militante que celebra el asesinato y el suicidio, sin territorio que defender, con poco que perder, o bien ellos logran cambiar nuestro sistema de vida, o nosotros logramos cambiar el suyo”.
La mayoría de los europeos y americanos estarían de acuerdo en que la libertad es un objetivo por el que merece la pena esforzarse en todo el mundo. Pero, ¿puede la nueva estrategia de seguridad nacional funcionar en la práctica? ¿Será su agenda democrática un éxito o un fracaso? A todas estas preguntas, el texto revisado ofrece una respuesta indecisa: “lograr este objetivo es la tarea de generaciones”. Lo que está más allá de toda duda es que los neoconservadores han tenido un efecto permanente sobre la política exterior norteamericana y que perdurará durante muchas décadas.
Conclusión
La revisión de la estrategia de seguridad nacional dice que el objetivo principal de la política exterior de los EEUU es promover la democracia. El documento pone de manifiesto que la Casa Blanca desea un acercamiento con los críticos del estilo “en solitario” del primer mandato de la Administración Bush, y hace hincapié en la necesidad de mantener alianzas sólidas y de preferir la diplomacia al uso de la fuerza militar. Al mismo tiempo, mantiene el uso del ataque preventivo como parte central de la estrategia de los EEUU. Además, defiende la decisión de invadir Irak en 2003 y señala a Irán como el principal desafío futuro al que se enfrentan los EEUU. Aunque el documento revisado es más conciliador y pragmático que el anterior, es también notable por su continuismo ideológico. En este contexto, intenta combinar el idealismo de los neoconservadores con el pragmatismo de los realistas. Así, el neorrealismo es el nuevo paradigma filosófico para el resto del mandato de Bush. Queda por ver cómo se desarrollará en la práctica. Pero el “idealismo muscular” (muscular idealism) es, sin duda, el nuevo realismo americano.