9 de febrero de 2009

EL REGRESO DE LAS GRANDES POTENCIAS AUTORITARIAS


Azar Gat

El final del fin de la historia

El orden democrático liberal global de hoy enfrenta dos desafíos. El primero es el Islam radical, y es el menor de los dos desafíos. Si bien los defensores del Islam radical encuentran repugnante la democracia liberal, y a menudo al movimiento se le describe como la nueva amenaza fascista, las sociedades de las que emana son por lo general pobres y estancadas. No representan ninguna alternativa viable a la modernidad ni plantean ninguna amenaza militar significativa para el mundo desarrollado. Es sobre todo el uso potencial de armas de destrucción masiva -- en especial por parte de actores no estatales -- lo que hace peligroso al Islam militante.

El segundo desafío, mucho más importante, procede del ascenso de grandes potencias no democráticas: los antiguos rivales de Occidente durante la Guerra Fría, China y Rusia, que ahora operan bajo regímenes capitalistas autoritarios, y ya no comunistas. Las grandes potencias capitalistas autoritarias desempeñaron un importante papel en el sistema internacional hasta 1945. Desde entonces han estado ausentes. Pero en la actualidad parecen estar dispuestas a regresar.

La supremacía del capitalismo parece estar profundamente afianzada, pero el predominio actual de la democracia podría ser mucho más incierto. El capitalismo se ha expandido inexorablemente desde que empezó la modernidad; sus mercancías con precios más bajos y su superior poder económico han desgastado y transformado a todos los demás regímenes socioeconómicos, proceso éste que describió de manera memorable Karl Marx en El manifiesto comunista. Al contrario de lo que esperaba Marx, el capitalismo tuvo el mismo efecto sobre el comunismo, "enterrándolo", al cabo, sin lanzar el disparo proverbial. El triunfo del mercado, que precipitó y fortaleció la revolución tecnológico-industrial, condujo al ascenso de la clase media, la urbanización intensiva, la expansión de la educación, el surgimiento de la sociedad de masas y una riqueza siempre mayor. En la era de la Posguerra Fría (como en el siglo XIX y las décadas de 1950 y 1960), existe la creencia generalizada de que la democracia liberal surgió naturalmente de estos acontecimientos: noción a la que, bien se sabe, se adhiere Francis Fukuyama. En la actualidad, más de la mitad de los Estados del mundo tienen gobiernos elegidos mediante las urnas, y cerca de la mitad tienen derechos liberales suficientemente afianzados como para ser considerados completamente libres.

Pero las razones del triunfo de la democracia, en especial sobre sus rivales capitalistas no democráticos de las dos guerras mundiales, Alemania y Japón, fueron más contingentes de lo que suele suponerse. Los Estados capitalistas autoritarios, hoy ejemplificados por China y Rusia, pueden representar un camino alternativo viable a la modernidad, lo que a su vez indica que no hay nada de inevitable acerca de la victoria definitiva de la democracia liberal, o de su predominio futuro.

Crónica de una derrota no anunciada

El campo democrático liberal derrotó a sus rivales autoritarios, fascistas y comunistas por igual, en las tres mayores luchas de poder del siglo XX: las dos guerras mundiales y la Guerra Fría. Al tratar de determinar con exactitud qué justificó este resultado decisivo, es tentador examinar los rasgos especiales y las ventajas intrínsecas de la democracia liberal.

Una ventaja posible es la conducta internacional de las democracias. Quizás más que compensan el que enarbolen un garrote más ligero hacia el exterior con una mayor capacidad de lograr la cooperación internacional mediante las obligaciones y la disciplina del sistema de mercado global. Esta explicación es probablemente correcta en el caso de la Guerra Fría, cuando las potencias democráticas predominaban sobre una economía global ampliamente expandida, pero no se aplica al caso de las dos guerras mundiales. Tampoco es verdad que las democracias liberales tienen éxito porque siempre permanecen unidas. De nuevo, esto fue cierto, al menos como factor contribuyente, durante la Guerra Fría, cuando el campo capitalista democrático mantuvo su unidad, mientras que un creciente antagonismo entre la Unión Soviética y China dividió al bloque comunista. Durante la Primera Guerra Mundial, sin embargo, la división ideológica entre ambos bandos era mucho menos clara. La Alianza Anglo-Francesa estuvo lejos de ser concebida de antemano; fue sobre todo una función de cálculos de equilibrio de poder que una cooperación liberal. Al concluir el siglo XIX, la política del poder había llevado al Reino Unido y a Francia, países con un antagonismo feroz, a un paso de la guerra e incitado al Reino Unido a buscar activamente una alianza con Alemania. La ruptura de la Italia liberal con la Triple Alianza y su adhesión a la Entente, pese a su rivalidad con Francia, fue una función de la Alianza Anglo-Francesa, pues la ubicación peninsular de Italia ponía en riesgo al país por estar en el lado opuesto a la principal potencia marítima de la época, el Reino Unido. En forma similar, durante la Segunda Guerra Mundial, Francia fue derrotada muy pronto y expulsada del bando aliado (que debía incluir a la Rusia soviética no democrática), mientras que las potencias totalitarias de derecha pelearon en el mismo bando. Según estudios hechos sobre la conducta de las alianzas entre las democracias, los regímenes democráticos no mostraron una tendencia mayor a permanecer unidos que otros tipos de regímenes.

Tampoco los regímenes capitalistas totalitarios perdieron la Segunda Guerra Mundial porque sus opositores democráticos sostenían una alta posición moral que inspiró un mayor esfuerzo de su gente, como han afirmado el historiador Richard Overy y otros. Durante la década de 1930 y a principios de la de 1940, el fascismo y el nazismo eran nuevas ideologías que animaron y generaron un entusiasmo popular masivo, mientras que la democracia permaneció en la defensiva ideológica, con la apariencia de ser vieja y desalentada. En cierta manera, los regímenes fascistas demostraron ser más inspiradores durante la guerra que sus adversarios democráticos, y se ha juzgado que en buena medida el desempeño de sus militares en el campo de batalla fue superior.

La supuesta ventaja económica inherente a la democracia liberal también está lejos de ser tan clara como a menudo se supone. Todos los beligerantes en las grandes luchas del siglo XX resultaron ser muy eficaces en producir para la guerra. Durante la Primera Guerra Mundial, la Alemania semiautocrática comprometió sus recursos con tanta eficacia como sus rivales democráticos. Después de las primeras victorias en la Segunda Guerra Mundial, la movilización económica y la producción militar de la Alemania nazi se descuidaron mucho durante los años críticos de 1940-1942. Bien apostada en la época para alterar fundamentalmente el equilibrio de poder global con la destrucción de la Unión Soviética y su predominio en toda Europa continental, Alemania fracasó porque sus fuerzas armadas no contaron con los suficientes suministros para esa tarea. Las razones de esta deficiencia siguen siendo objeto de debate histórico, pero uno de los problemas fue la existencia de centros de autoridad en competencia dentro del sistema nazi. En éste, la táctica de "divide y domina" de Hitler y el celo con que los funcionarios del partido guardaban sus ámbitos asignados tuvieron un efecto caótico. Además, desde la caída de Francia en junio de 1940 hasta el revés alemán ante Moscú en diciembre de 1941, en Alemania había una percepción generalizada de que prácticamente se había ganado la guerra. A pesar de todo, de 1942 en adelante (cuando ya era demasiado tarde), Alemania intensificó enormemente su movilización económica y alcanzó e incluso superó a las democracias liberales en términos de la proporción de PIB destinada a la guerra (aunque su volumen de producción permaneció mucho más bajo que el de la poderosa economía estadounidense). Asimismo, los niveles de movilización económica en el Japón imperial y la Unión Soviética superaron a los de Estados Unidos y el Reino Unido gracias a esfuerzos despiadados.

Sólo durante la Guerra Fría la economía estatal y centralizada de la URSS mostró una debilidad estructural cada vez más profunda; esa debilidad fue la responsable directa de la caída de la Unión Soviética. El sistema soviético había generado exitosamente las etapas primeras e intermedias de la industrialización (aunque a un costo humano terrible) y sobresalió en las técnicas regimentadas de producción en serie durante la Segunda Guerra Mundial. Asimismo, mantuvo ese orden militar durante la Guerra Fría. Pero debido a la rigidez del sistema y la falta de incentivos, resultó estar mal preparado para enfrentarse con las etapas avanzadas de desarrollo y las demandas de la era de la información y la globalización.

Sin embargo, no hay ninguna razón para suponer que, de haber sobrevivido, los regímenes capitalistas totalitarios de la Alemania nazi y el Japón imperial habrían resultado ser económicamente inferiores a las democracias. Las ineficiencias que el favoritismo y la falta de rendición de cuentas suelen crear en tales regímenes podrían haber sido compensadas con niveles más altos de disciplina social. A causa de sus economías capitalistas más eficientes, las potencias totalitarias de derecha podrían haber constituido un desafío más viable para las democracias liberales que la Unión Soviética; las potencias aliadas juzgaban que la Alemania nazi era un desafío tal antes y durante la Segunda Guerra Mundial. Las democracias liberales no poseían una ventaja inherente sobre Alemania en términos de desarrollo económico y tecnológico, como sí la tenían en relación con otras grandes potencias rivales.

Entonces, ¿por qué las democracias ganaron las grandes luchas del siglo XX? Los motivos son diferentes para cada tipo de adversario. Derrotaron a sus adversarios capitalistas no democráticos, Alemania y Japón, en la guerra porque éstos eran países de tamaño medio con recursos limitados y se alzaron contra la coalición, en extremo superior económica y militarmente -- pero difícilmente establecida de antemano -- , de las potencias democráticas y Rusia o la Unión Soviética. La derrota del comunismo, sin embargo, tuvo mucho más que ver con factores estructurales. El bando capitalista -- que después de 1945 se expandió hasta incluir a la mayor parte del mundo desarrollado -- poseía un poder económico mucho mayor que el bloque comunista, y la ineficiencia inherente de las economías comunistas les impidió explotar completamente sus enormes recursos y ponerse a la altura de Occidente. Juntas, la Unión Soviética y China eran más grandes y por tanto tenían el potencial de ser más poderosas que el bando capitalista democrático. En última instancia, fallaron porque sus sistemas económicos las limitaron, mientras que las potencias capitalistas no democráticas, Alemania y Japón, fueron derrotadas porque eran demasiado pequeñas. Factores contingentes desempeñaron un papel decisivo en inclinar la balanza contra las potencias capitalistas no democráticas y a favor de las democracias.

La excepción estadounidense

El elemento contingente más decisivo fue Estados Unidos. Después de todo, fue un poco más que un azar de la historia que el vástago del liberalismo anglosajón brotara al otro lado del Atlántico, institucionalizara su herencia con independencia, se expandiera a través de uno de los territorios más habitables y menos poblados del mundo, se nutriera de una enorme inmigración de Europa y creara, así, en una escala continental lo que fue -- y es aún -- por mucho la mayor concentración de poderío económico y militar del mundo. Un régimen liberal y otros rasgos estructurales tuvieron mucho que ver con el éxito económico de Estados Unidos, e incluso con su tamaño, debido a su atractivo para los inmigrantes. Pero Estados Unidos difícilmente habría alcanzado tal grandeza de no haber estado ubicado en un vasto y ventajoso nicho ecológico-geográfico, como lo demuestran los contraejemplos de Canadá, Australia y Nueva Zelanda. Y la ubicación, por supuesto, aunque crucial, fue sólo una condición necesaria entre muchas para engendrar al gigante, en efecto, de Estados Unidos como el máximo hecho político del siglo XX. Lo contingente fue al menos tan responsable como el liberalismo del surgimiento de Estados Unidos en el Nuevo Mundo y, por tanto, de su capacidad posterior para rescatar al Viejo Mundo.

A lo largo del siglo XX, el poder de Estados Unidos sobrepasó consistentemente el de los dos siguientes Estados más fuertes juntos, y ello inclinó decisivamente la balanza de poder global a favor de cualquiera de los lados en los que estuvo Washington. Si hubo algún factor que diera a las democracias liberales su preeminencia, fue sobre todo la existencia de Estados Unidos más que cualquier otra ventaja inherente. De hecho, de no haber sido por Estados Unidos, la democracia liberal podría haber perdido las grandes luchas del siglo XX. Éste es un pensamiento tranquilizador que a menudo es pasado por alto en los estudios de la expansión de la democracia en el siglo XX, y hace que el mundo actual parezca mucho más contingente y frágil de lo que sugieren las teorías lineales del desarrollo. Si no fuera por el factor Estado Unidos, el juicio de las generaciones posteriores sobre la democracia liberal probablemente habría reflejado el veredicto negativo sobre el desempeño de la democracia, emitido por los griegos del siglo IV a.C., tras la derrota de Atenas en la Guerra del Peloponeso.

El nuevo segundo mundo

Pero el examen de la guerra no es, desde luego, el único al cual se someten las sociedades -- sean éstas democráticas o no -- . Hay que preguntarse cómo se habrían desarrollado las potencias capitalistas totalitarias si no hubieran sido derrotadas en la guerra. ¿Se habrían despojado, con el tiempo y con más desarrollo, de su antigua identidad y abrazado la democracia liberal, como acabaron haciéndolo los regímenes ex comunistas de Europa del Este? ¿El Estado industrial capitalista de la Alemania imperial de antes de la Primera Guerra Mundial se encaminaba en definitiva hacia un mayor control parlamentario y la democratización? ¿O habría avanzado hacia un régimen oligárquico autoritario, dominado por una alianza entre la burocracia, las fuerzas armadas y la industria, como ocurrió en el Japón imperial (pese a su interludio liberal en la década de 1920)? La liberalización parece aún más dudosa en el caso de la Alemania nazi de haber sobrevivido, por no decir triunfado. Como todos estos grandes experimentos históricos fueron interrumpidos por la guerra, las respuestas a tales preguntas quedan en el terreno de la especulación. Pero quizás el registro de los tiempos de paz de otros regímenes capitalistas autoritarios desde 1945 pueda darnos la clave.

Los estudios que cubren este periodo muestran que las democracias suelen superar a otros sistemas en el plano económico. Los regímenes capitalistas autoritarios son al menos tan exitosos como aquellos -- si no es que más -- en los primeros estadios de desarrollo, pero tienden a democratizarse luego de cruzar cierto umbral de desarrollo económico y social. Esto parece haber sido un patrón recurrente en Asia del Este, el sur de Europa y América Latina. Intentar extraer conclusiones sobre los patrones de desarrollo a partir de estos hallazgos, sin embargo, puede conducir a equívocos, dado que el mismo conjunto de muestra puede estar contaminado. Desde 1945, la enorme atracción gravitacional ejercida por Estados Unidos y la hegemonía liberal han modificado los patrones de desarrollo en todo el mundo.

Como las grandes potencias capitalistas totalitarias, Alemania y Japón, fueron aplastadas con la guerra, y estos países fueron después amenazados por el poderío soviético, se prestaron a una reestructuración y democratización radical. Por consiguiente, países más pequeños que optaron por el capitalismo en vez del comunismo no tuvieron ningún modelo político y económico rival por imitar y no les quedaron otros actores internacionales en las cuales apoyarse sino los del bando democrático liberal. La consiguiente democratización de estos países pequeños y medianos probablemente tuvo tanto que ver con la abrumadora influencia de la hegemonía liberal occidental como con los procesos internos. En la actualidad, Singapur es el único ejemplo de un país con una economía verdaderamente desarrollada que conserva un régimen semiautoritario, e incluso es probable que cambie con la influencia del orden liberal en el cual opera. ¿Pero son posibles las grandes potencias semejantes a Singapur las que resultan inmunes a la influencia de este orden?

La pregunta se torna relevante por la reciente aparición de los gigantes no democráticos, sobre todo la China que fue comunista y hoy presenta un auge capitalista autoritario. Rusia, también, se está apartando de su liberalismo poscomunista y asume un carácter cada vez más autoritario conforme crece su relevancia económica. Algunos creen que estos países podrían convertirse al cabo en democracias liberales mediante una combinación de desarrollo económico, aumento de la riqueza e influencia del exterior. O bien, pueden tener suficiente peso como para crear un Segundo Mundo nuevo no democrático, pero avanzado en lo económico. Podrían establecer un poderoso orden capitalista autoritario que una a élites políticas, industriales y de las fuerzas armadas, que sea de orientación nacionalista y participe en la economía global en sus propios términos, como lo hicieron la Alemania imperial y el Japón imperial.

Mucho se ha afirmado que el desarrollo económico y social origina presiones a la democratización que no puede contener la estructura de un Estado autoritario. También existe la percepción de que las "sociedades cerradas" pueden llegar a sobresalir en la fabricación en serie pero no en las etapas avanzadas de la economía de la información. El jurado sobre estos asuntos no ha dado su veredicto porque el conjunto de datos es incompleto. La Alemania imperial y la nazi estuvieron a la cabeza de las economías científicas e industriales avanzadas de sus tiempos, pero algunos afirmarán que su éxito ya no se sostiene porque la economía de la información es mucho más diversificada. Singapur, que es no democrático, tiene una economía de información exitosa, pero Singapur es una ciudad-Estado, no un país grande. Habrá de pasar mucho tiempo antes de que China alcance la etapa en que pueda ponerse a prueba la posibilidad de un Estado autoritario con una economía capitalista avanzada. Todo lo que puede decirse por el momento es que no hay nada en el registro histórico que indique que es inevitable una transición a la democracia de las potencias capitalistas autoritarias de hoy, mientras hay mucho que indica que tales naciones tienen un potencial económico y militar mucho mayor que el que tuvieron sus antecesores comunistas.

China y Rusia representan un regreso de las potencias capitalistas autoritarias con éxito económico que han estado ausentes desde la derrota de Alemania y Japón en 1945, pero son mucho más grandes de lo que alguna vez fueron estos dos países. Aunque Alemania sólo fuera un país de tamaño medio incrustado incómodamente en el centro de Europa, dos veces casi escapó de sus confines para convertirse en una potencia mundial debido a su poderío económico y militar. En 1941, Japón todavía estaba a la zaga de las principales grandes potencias en términos de desarrollo económico, pero su tasa de crecimiento desde 1913 había sido la más alta del mundo. Sin embargo, en última instancia tanto Alemania como Japón eran demasiado pequeñas -- en términos de población, recursos y potencial -- para enfrentarse a Estados Unidos. La China de la actualidad, por otro lado, es el actor más grande en el sistema internacional en términos de población y experimenta un espectacular crecimiento económico. Al pasar del comunismo al capitalismo, China ha cambiado a una especie de autoritarismo mucho más eficiente. A medida que China reduce rápidamente la brecha económica entre ella y el mundo desarrollado, se vislumbra la posibilidad de que se convierta en una auténtica superpotencia autoritaria.

Incluso en sus actuales bastiones en Occidente, el consenso liberal en lo político y lo económico es vulnerable a acontecimientos imprevisibles, como una aplastante crisis económica que podría trastornar el sistema comercial global o provocar el resurgimiento de las luchas étnicas en una Europa cada vez más agitada por la inmigración y las minorías étnicas. Si Occidente fuera golpeado por tales transformaciones, el apoyo a la democracia liberal en Asia, América Latina y África -- donde la adhesión a ese modelo es más reciente, incompleta e insegura -- podría desmoronarse. Y, entonces, un Segundo Mundo no democrático y exitoso podría ser considerado por muchos como una atractiva alternativa a la democracia liberal.

Hacia un mundo seguro para la democracia

Aunque el ascenso de grandes potencias capitalistas autoritarias no condujera necesariamente a una hegemonía no democrática o a una guerra, sí podría implicar que el casi total predominio de la democracia liberal desde la caída de la Unión Soviética sería efímero y que aún está muy distante una "paz democrática" universal. Las nuevas potencias capitalistas autoritarias podrían llegar a integrarse profundamente a la economía mundial, como lo hicieron la Alemania imperial y el Japón imperial, y a no optar por ejercer la autarquía, como lo hicieron la Alemania nazi y el bloque comunista. Una gran potencia china también puede ser menos revisionista de lo que lo fueron los territorialmente confinados Alemania y Japón (aunque es más probable que Rusia, que sigue tambaleándose por haber perdido un imperio, tienda al revisionismo). De todos modos, Beijing, Moscú y sus futuros seguidores bien podrían estar en términos antagónicos con los países democráticos, con todo el potencial de sospechas, inseguridad y conflicto que esto implica, y ello ostentando mucho más poder del que alguna vez tuvieron los rivales del pasado de las democracias.

Entonces cabe la pregunta: ¿el mayor poder potencial del capitalismo autoritario significa que la transformación de las otrora grandes potencias comunistas resulta a final de cuentas ser una consecuencia negativa para la democracia global? Es demasiado pronto para determinarlo. En lo económico, la liberalización de los países ex comunistas ha dado a la economía global un impulso formidable, y puede esperarse más. Pero la posibilidad de que en el futuro se tornen más proteccionistas también necesita ser tomada en cuenta, y evitarla con diligencia. Después de todo, fue la perspectiva de un proteccionismo progresivo en la economía mundial al finalizar el siglo XX y la propensión proteccionista de la década de 1930 lo que contribuyó a radicalizar a las potencias capitalistas no democráticas de la época y a precipitar las dos guerras mundiales.

En el lado positivo para las democracias, la caída de la Unión Soviética y su imperio despojó a Moscú de casi la mitad de los recursos que manejaba durante la Guerra Fría, con una Europa del Este absorbida por la Europa democrática en gran expansión. Tal es quizás el cambio más significativo en el equilibrio de poder global desde la forzada reorientación democrática de Posguerra en los casos de Alemania y Japón bajo la tutela estadounidense. Además, es posible que al cabo China se democratice, y Rusia podría revertir su alejamiento de la democracia. Si China y Rusia no se vuelven democráticas, será crítico que India siga siéndolo, por su papel vital en el equilibrio con China y por el modelo que representa para otros países en desarrollo.

Pero el factor más importante sigue siendo Estados Unidos. Ante todas las críticas dirigidas en su contra, Estados Unidos -- y su alianza con Europa -- se sostiene como la esperanza individual más importante para el futuro de la democracia liberal. Pese a sus problemas y debilidades, Estados Unidos aún está en una posición global de fortaleza y es probable que la mantenga incluso si crecen las potencias capitalistas autoritarias. No sólo su PIB y su tasa de crecimiento de productividad son los más altos del mundo desarrollado; como un país de inmigrantes con cerca de un cuarto de la densidad demográfica de la Unión Europea y China y un décimo de la de Japón e India, Estados Unidos todavía tiene un potencial considerable de crecimiento -- tanto en lo económico como en términos demográficos -- mientras que todos los otros mencionados muestran poblaciones que envejecen y, en última instancia, se reducen. La tasa de crecimiento económico de China está entre las más altas del mundo, y dados la inmensa población del país y los aún bajos niveles de desarrollo, tal crecimiento abriga el potencial más radical de cambio en las relaciones entre las potencias globales. Pero incluso si persiste la tasa de crecimiento superior de China y su PIB sobrepasa el de Estados Unidos hacia 2020, como a menudo se prevé, China seguirá teniendo apenas un poco más de un tercio de la riqueza per cápita estadounidense y, por tanto, considerablemente menor poder económico y militar. Cerrar esa brecha aún más desafiante con el mundo desarrollado tardaría varias décadas más. Por añadidura, se sabe que el PIB por sí solo es un indicador deficiente del poder de un país, y mencionarlo para celebrar el predominio de China es bastante equívoco. Como ocurrió durante el siglo XX, el factor Estados Unidos sigue siendo la mayor garantía de que la democracia liberal no será lanzada a la defensiva ni relegada a una posición vulnerable en la periferia del sistema internacional.