9 de febrero de 2009

LA RENOVACIÓN DEL LIDERAZGO ESTADOUNIDENSE


Barack Obama

Seguridad común para nuestra humanidad común

En momentos de gran peligro durante el siglo pasado, mandatarios estadounidenses como Franklin Roosevelt, Harry Truman y John F. Kennedy lograron tanto proteger al pueblo estadounidense como ampliar las oportunidades para la siguiente generación. Más aún, se aseguraron de que Estados Unidos, por medio de sus acciones y ejemplo, guiara e inspirara al mundo, de que defendiéramos y lucháramos por las libertades que miles de millones de personas buscaban fuera de nuestras fronteras.

Roosevelt construyó las fuerzas armadas más impresionantes que el planeta hubiera visto jamás, y sus Cuatro Libertades dieron un propósito a nuestra lucha en contra del fascismo. Truman defendió una nueva y audaz arquitectura para responder a la amenaza soviética, que combinó el poderío militar con el Plan Marshall y ayudó a garantizar la paz y el bienestar de las naciones en todo el mundo. Cuando el colonialismo se derrumbó y la Unión Soviética alcanzó una auténtica paridad nuclear, Kennedy modernizó nuestra doctrina militar, fortaleció nuestras fuerzas convencionales y creó el Cuerpo de Paz y la Alianza para el Progreso. Estos hombres se valieron de nuestras fortalezas para mostrar a la gente de todas partes la mejor cara de Estados Unidos.

Hoy, otra vez tenemos que mostrar un liderazgo visionario. Las amenazas de este siglo son al menos tan peligrosas y, en cierta forma, más complejas que las que hemos encarado en el pasado. Provienen de armas que pueden matar a gran escala y de terroristas globales que responden a la alienación o a la injusticia percibida con un nihilismo asesino. Provienen de Estados villanos aliados de los terroristas y de potencias en ascenso que podrían desafiar tanto a Estados Unidos como a los cimientos internacionales de la democracia liberal. Provienen de Estados débiles que no pueden controlar su territorio o proveer sustento a sus pueblos. Y se originan en el calentamiento del planeta, que espoleará nuevas enfermedades, engendrará más desastres naturales devastadores y catalizará conflictos mortales.

Reconocer el número y la complejidad de estas amenazas no es entregarse al pesimismo. Más bien es un llamado a la acción. Estas amenazas exigen una nueva visión de liderazgo en el siglo XXI -- una visión que se basa en el pasado pero que no está limitada por un pensamiento obsoleto --. El gobierno de Bush respondió a los ataques no convencionales del 11-S con un pensamiento convencional del pasado, que en gran medida veía los problemas como si fueran entre Estados y, por tanto, pudieran resolverse principalmente con medios militares. Esta visión lamentablemente errónea fue la que nos llevó a una guerra en Irak que nunca debería haberse autorizado y nunca debería haberse emprendido. Tras los sucesos de Irak y Abu Ghraib, el mundo ha perdido la confianza en nuestros propósitos y nuestros principios.

Después de perder miles de vidas y gastar miles de millones de dólares, muchos estadounidenses pueden verse tentados a volverse hacia los temas internos y ceder nuestro liderazgo en los asuntos mundiales. Pero ello sería un error que no debemos cometer. Estados Unidos no puede enfrentar las amenazas de este siglo por sí solo, y el mundo no puede enfrentarlas sin Estados Unidos. No podemos emprender la retirada del mundo ni tratar de someterlo por medio de la intimidación. Debemos mantener nuestro liderazgo mundial con hechos y con el ejemplo.

Tal liderazgo exige que recuperemos la visión profunda y fundamental de Roosevelt, Truman y Kennedy, hoy más cierta que nunca: la seguridad y el bienestar de todos y cada uno de los estadounidenses dependen de la seguridad y el bienestar de quienes viven más allá de nuestras fronteras. La misión de Estados Unidos es proporcionar el liderazgo global fundado en el entendimiento de que el mundo comparte una seguridad común y una humanidad común.

El momento propicio de Estados Unidos no ha pasado, pero debe recuperarse de forma positiva. Considerar que el poderío estadounidense está en un declive terminal es desconocer la gran promesa de Estados Unidos y su objetivo histórico en el mundo. Si soy elegido presidente, comenzaré a renovar esa promesa y ese objetivo el día en que tome posesión del cargo.

Más allá de Irak

Para renovar el liderazgo estadounidense en el mundo, primero debemos dar a la guerra de Irak un final responsable y redirigir nuestra atención a un Medio Oriente más amplio. Irak fue una desviación de la lucha contra los terroristas que nos golpearon el 11-S, y el incompetente ejercicio de la guerra por parte de los mandos civiles de Estados Unidos agravó el error estratégico de decidir emprenderla. A la fecha se han perdido más de 3300 vidas estadounidenses, y miles más sufren heridas tanto visibles como invisibles.

El desempeño de nuestros soldados -- hombres y mujeres -- ha sido admirable aunque su sacrificio es inconmensurable. Pero ya es hora de que nuestras autoridades civiles reconozcan una verdad dolorosa: no podemos imponer una solución militar a una guerra civil entre las facciones sunitas y chiítas. La mejor oportunidad que tenemos para dejar a Irak en una mejor situación es presionar a estas partes en guerra para encontrar una solución política duradera. Y la única manera eficaz de ejercer esta presión es comenzar una retirada gradual de las fuerzas estadounidenses, con la meta de sacar de Irak todas las brigadas de combate el 31 de marzo de 2008, fecha congruente con el objetivo que fijó el grupo bipartidista de Estudios sobre Irak. Este movimiento de tropas podría suspenderse temporalmente si el gobierno iraquí cumple con las metas de seguridad, políticas y económicas con las cuales se comprometió. Pero debemos reconocer que, al final, sólo las autoridades iraquíes pueden llevar una paz y estabilidad verdaderas a su país.

Al mismo tiempo, debemos lanzar una amplia iniciativa diplomática regional e internacional para ayudar a conseguir el fin de la guerra civil en Irak, evitar su propagación y limitar el sufrimiento del pueblo iraquí. Para ganar credibilidad en este esfuerzo, debemos dejar en claro que no nos proponemos establecer ninguna base permanente en Irak. Debemos dejar sólo una mínima fuerza militar de apoyo en la región para proteger al personal y las instalaciones estadounidenses, seguir adiestrando a las fuerzas de seguridad iraquíes y erradicar a Al Qaeda.

El empantanamiento en Irak ha hecho inmensamente difícil enfrentar y resolver los muchos otros problemas de la región -- y ha vuelto bastante más peligrosos muchos de esos problemas --. Cambiar la dinámica en Irak nos permitirá concentrar nuestra atención e influencia en la resolución del enconado conflicto entre israelíes y palestinos, tarea que el gobierno de Bush descuidó durante años.

A lo largo de más de tres décadas, israelíes, palestinos, jefes árabes y el resto del mundo han tratado de que Estados Unidos conduzca el esfuerzo para allanar el camino hacia una paz duradera. En los últimos años, todos ellos lo han intentado en vano. Nuestro punto de partida siempre debe ser un compromiso claro y sólido con la seguridad de Israel, nuestro aliado más fuerte en la región y la única democracia allá establecida. Ese compromiso es tanto más importante cuanto que luchamos con amenazas cada vez más graves en la región: un Irán más fuerte, un Irak caótico, el resurgimiento de Al Qaeda, la revitalización de Hamas y Hezbollah. Ahora más que nunca, debemos esforzarnos por asegurar una solución perdurable del conflicto con dos Estados que vivan lado a lado en condiciones de paz y seguridad. Para hacerlo, debemos ayudar a los israelíes a identificar y reforzar a aquellos socios realmente comprometidos con la paz, aislando a quienes buscan el conflicto y la inestabilidad. El liderazgo sostenido de Estados Unidos para la paz y la seguridad requerirá un esfuerzo paciente y el compromiso personal de su presidente. Ése es un compromiso que adoptaré.

En todo Medio Oriente, debemos aprovechar el poderío de Estados Unidos para revitalizar nuestra diplomacia. Una diplomacia decidida, apoyada por todos los instrumentos del poder estadounidense -- político, económico y militar -- , podría tener éxito aun cuando se trate con viejos adversarios, como Irán y Siria. Nuestra política de lanzar amenazas y depender de intermediarios para controlar el programa nuclear, el patrocinio del terrorismo y la agresión regional de Irán está fracasando. Aunque no debemos descartar el uso de la fuerza militar, no debemos vacilar en hablar directamente con Irán. Nuestra diplomacia debe tener el propósito de elevar el costo para Irán de continuar con su programa nuclear aplicando sanciones más duras y aumentando la presión de sus principales socios comerciales. El mundo debe trabajar para detener el programa de enriquecimiento de uranio de Irán e impedir que éste adquiera armas nucleares. Es demasiado peligroso que una teocracia radical disponga de armas nucleares. Al mismo tiempo, debemos mostrar a Irán -- y sobre todo al pueblo iraní -- lo que podría ganar con cambios fundamentales: compromiso económico, garantías de seguridad y relaciones diplomáticas. La diplomacia y la presión juntas también podrían hacer que Siria abandone su agenda radical y adopte una posición más moderada, lo que, a su vez podría ayudar a estabilizar a Irak, aislar a Irán, liberar a Líbano de las garras de Damasco y dar mayor seguridad a Israel.

Revitalización del ejército

Para renovar el liderazgo estadounidense en el mundo, debemos empezar a trabajar de inmediato para revitalizar nuestro aparato militar. Unos cuerpos armados fuertes son, más que nada, necesarios para mantener la paz. Lamentablemente, el Ejército y la Infantería de Marina de Estados Unidos, según nuestros altos mandos militares, enfrentan una crisis. El Pentágono no puede certificar que una sola unidad individual del ejército dentro de Estados Unidos está totalmente lista para reaccionar ante una nueva crisis o emergencia más allá de Irak; 88% de la Guardia Nacional no está preparada para desplegarse en el extranjero.

Debemos aprovechar este momento para reconstruir nuestras fuerzas armadas y para prepararlas para las misiones futuras. Debemos conservar la capacidad para derrotar rápidamente cualquier amenaza convencional a nuestro país y a nuestros intereses vitales. Pero también debemos estar mejor preparados para desplegar tropas en el terreno para enfrentarnos a enemigos que pelean en campañas asimétricas y tienen gran capacidad de adaptación en todo el mundo.

Debemos ampliar nuestras fuerzas terrestres añadiendo 65000 soldados al Ejército y 27000 infantes de Marina. Reforzar estos cuerpos implica más que la satisfacción de cuotas. Debemos reclutar a los mejores e invertir en su capacidad para tener éxito. Esto significa proporcionar a nuestros soldados -- hombres y mujeres -- equipo de primera calidad, vehículos blindados, incentivos y adiestramiento -- incluidos conocimiento de idiomas extranjeros y otras destrezas críticas -- . Cada programa de defensa importante debe reevaluarse a la luz de las necesidades actuales, insuficiencias en el terreno y escenarios probables de amenazas futuras. Nuestras fuerzas armadas tendrán que reconstruir algunas capacidades y transformar otras. Al mismo tiempo, tenemos que comprometer fondos suficientes para permitir a la Guardia Nacional recobrar su preparación y disponibilidad.

No bastará con mejorar nuestros ejércitos. Como comandante en jefe, también usaré a nuestras fuerzas armadas con sensatez. Cuando enviemos a nuestros hombres y mujeres a enfrentarse al peligro, definiré claramente la misión, buscaré el consejo de nuestros comandantes militares, evaluaré objetivamente la información de inteligencia y me aseguraré de que nuestras tropas tengan los recursos y el apoyo que necesiten. No vacilaré en usar la fuerza, unilateralmente si es necesario, para proteger al pueblo estadounidense o a nuestros intereses vitales siempre que seamos atacados o amenazados de manera inminente.

También debemos considerar usar la fuerza militar en circunstancias que vayan más allá de la legítima defensa, a fin de ayudar a mantener la seguridad común que sostiene la estabilidad global -- apoyar a amigos, participar en operaciones de estabilización y reconstrucción o hacer frente a un sinnúmero de atrocidades -- . Pero cuando usemos la fuerza en situaciones que rebasen la legítima defensa, debemos hacer todo lo posible para obtener el amplio apoyo y la participación de otros -- como lo hizo el presidente George H.W. Bush cuando encabezamos el esfuerzo para expulsar a Saddam Hussein de Kuwait en 1991 -- . Las consecuencias de olvidar esa lección en el contexto del actual conflicto iraquí han sido graves.

Alto a la proliferación de armas nucleares

Para renovar el liderazgo estadounidense en el mundo, debemos hacer frente a la amenaza más urgente a la seguridad de Estados Unidos y el mundo: la proliferación de armas, materiales y tecnología nucleares, y el riesgo de que un dispositivo nuclear caiga en manos de terroristas. La explosión de un artefacto de ese tipo supondría una catástrofe, que empequeñecería la devastación del 11-S y sacudiría todos los rincones del planeta.

Como lo han advertido George Shultz, William Perry, Henry Kissinger y Sam Nunn, nuestras medidas actuales no son suficientes para enfrentar la amenaza nuclear. El régimen de no proliferación está siendo desafiado, y nuevos programas nucleares civiles podrían propagar los medios para fabricar armas de este tipo. Al Qaeda se ha fijado el objetivo de provocar una "Hiroshima" en Estados Unidos. Los terroristas no necesitan construir una arma nuclear desde cero; sólo tienen que robar o comprar un arma o el material para ensamblarla. Ahora hay disponible uranio altamente enriquecido -- y parte del mismo en condiciones muy poco seguras -- en instalaciones nucleares civiles en más de 40 países en todo el mundo. En la ex Unión Soviética hay alrededor de 15000 a 16000 armas nucleares y reservas de uranio y plutonio con las que se pueden producir otras 40000 -- todas dispersas en 11 husos horarios -- . Hay gente que ya ha sido atrapada tratando de contrabandear material nuclear para venderlo en el mercado negro.

Como presidente, trabajaré con otras naciones para controlar, destruir y detener la proliferación de estas armas con el fin de reducir drásticamente los peligros nucleares para nuestra nación y el mundo. Estados Unidos debe conducir un esfuerzo global para asegurar todas las armas y el material nucleares de sitios vulnerables en un plazo de cuatro años; ésta es la manera más eficaz de impedir que los terroristas adquieran una bomba.

Esto requerirá la cooperación activa de Rusia. Aunque no debemos dejar de insistir en que haya más democracia y rendición de cuentas en ese país, debemos trabajar con él en áreas de interés común: sobre todo en garantizar que las armas y el material nucleares estén seguros. También debemos trabajar con Rusia para actualizar y revalorar nuestras peligrosamente anticuadas posturas nucleares de la Guerra Fría y para restar importancia al papel de las armas nucleares. Estados Unidos no debe precipitarse para producir una nueva generación de ojivas nucleares. Y debemos aprovechar los adelantos tecnológicos recientes para construir un consenso bipartidista tras la ratificación del Tratado para la Prohibición Completa de las Pruebas Nucleares. Todo ello puede hacerse manteniendo una poderosa fuerza nuclear disuasiva. En definitiva estas medidas reforzarán, en vez de debilitar, nuestra seguridad.

Conforme reduzcamos los arsenales nucleares existentes, trabajaré para negociar una prohibición global verificable de la producción de nuevos materiales para armamento nuclear. También debemos frenar la propagación de la tecnología de armas nucleares y asegurar que los países no puedan construir -- o estén a punto de construir -- un programa de armas atómicas con el pretexto de desarrollar energía nuclear pacífica. Por ello, mi administración proporcionará de inmediato 50 millones de dólares para iniciar la creación de un banco de combustible nuclear manejado por la Agencia Internacional de Energía Atómica y trabajará para actualizar el Tratado sobre la No Proliferación de Armas Nucleares. También debemos implementar totalmente la ley que el senador Richard Lugar y yo presentamos para ayudar a Estados Unidos y nuestros aliados a detectar y detener el contrabando de armas de destrucción masiva en todo el mundo.

Por último, debemos crear una coalición internacional fuerte para impedir que Irán obtenga armas nucleares y eliminar el programa nuclear bélico de Corea del Norte. Irán y Corea del Norte podrían desencadenar carreras armamentistas regionales, creando peligrosos focos rojos nucleares en Medio Oriente y Asia del Este. A la hora de hacer frente a estas amenazas, no excluiré la opción militar. Pero nuestra primera medida debe ser la diplomacia sostenida, directa y enérgica, como la que el gobierno de Bush ha sido incapaz de usar, o no ha estado dispuesto a emprender.

Combate al terrorismo global

Para renovar el liderazgo estadounidense en el mundo, debemos forjar una respuesta global más eficaz contra el terrorismo que llegó a nuestras costas en una escala sin precedentes el 11-S. De Bali a Londres, de Bagdad a Argel, de Mumbai a Mombasa y Madrid, los terroristas que rechazan la modernidad, se oponen a Estados Unidos y distorsionan el Islam han matado y mutilado a decenas de miles de personas sólo durante esta década. Ya que este enemigo opera globalmente, debe ser enfrentado globalmente.

Debemos reenfocar nuestros esfuerzos en Afganistán y Pakistán -- el frente central en nuestra guerra contra Al Qaeda -- de manera que enfrentemos a los terroristas donde sus raíces son más profundas. El éxito en Afganistán resulta todavía posible, pero sólo si actuamos con rapidez, prudencia y decisión. Debemos emprender una estrategia integrada que refuerce a nuestras tropas en Afganistán y funcione para extirpar las limitaciones establecidas por algunos aliados de la OTAN a sus fuerzas. Nuestra estrategia también debe incluir la diplomacia sostenida para aislar al Talibán y programas de desarrollo más eficaces que destinen la ayuda a áreas donde el Talibán está incursionando.

Me uniré a nuestros aliados para insistir -- no sólo solicitar -- en que Pakistán tome duras medidas contra el Talibán, persiga a Osama bin Laden y sus lugartenientes y termine su relación con todos los grupos terroristas. Al mismo tiempo, alentaré el diálogo entre Pakistán e India para trabajar hacia la resolución de su disputa sobre Cachemira, y entre Afganistán y Pakistán para resolver sus diferencias históricas y desarrollar la región fronteriza del Pashtun. Si Pakistán puede mirar hacia el Este con mayor confianza, será menos probable que crea que sus intereses están mejor protegidos con su cooperación con el Talibán.

Si bien una vigorosa acción en Asia del Sur y Asia Central debe entenderse como un punto de partida, nuestros esfuerzos deben ser más amplios. No debe existir ningún refugio seguro para quienes conspiran para matar estadounidenses. Para derrotar a Al Qaeda construiré un ejército del siglo XXI y asociaciones del siglo XXI tan fuertes como la alianza anticomunista que ganó la Guerra Fría para mantenernos a la ofensiva en todas partes de Djibouti a Kandahar.

Aquí, en nuestro país, debemos reforzar nuestra seguridad interna y proteger la infraestructura crítica de la cual depende el mundo entero. Podemos comenzar gastando dólares del presupuesto de seguridad nacional según el nivel de riesgo. Esto significa invertir más recursos para defender el tránsito masivo de personas, cerrar las brechas en nuestra seguridad aeronaval examinando toda la carga de los aviones y cotejando los nombres de todos los pasajeros contra una lista completa de sospechosos, y mejorar la seguridad portuaria garantizando que la carga se revise para detectar material radiactivo.

Para tener éxito, nuestras acciones en materia de seguridad nacional y antiterroristas deben vincularse a una comunidad de inteligencia que maneje exitosamente las amenazas que enfrentamos. Hoy dependemos en gran medida de las mismas instituciones y prácticas que funcionaban antes del 11-S. Tenemos que volver a revisar la reforma de inteligencia, yendo más allá del reajuste de cargos en un organigrama. Para mantenernos al paso con enemigos tan adaptables, necesitamos tecnologías y prácticas que nos permitan recabar y compartir con eficiencia la información dentro de nuestras agencias de inteligencia y entre ellas. Debemos invertir todavía más en inteligencia humana y desplegar más agentes y diplomáticos adiestrados con conocimientos especializados en culturas y lenguas locales. Y debemos institucionalizar la práctica de realizar evaluaciones competitivas de amenazas críticas y reforzar nuestras metodologías de análisis.

Por último, necesitamos una estrategia integral para derrotar a los terroristas globales, que aproveche la gama completa del poder estadounidense, y no sólo nuestro poderío militar. Como lo planteó un alto comandante militar estadounidense: cuando la gente tiene dignidad y oportunidades, "la posibilidad de que el extremismo sea aceptado disminuye en gran medida, si no es que por completo". Es por esta razón que debemos invertir con nuestros aliados en fortalecer a los Estados débiles y ayudar a reconstruir los fallidos.

En el mundo islámico y fuera de él, combatir a los profetas del miedo de los terroristas requerirá más que lecciones sobre la democracia. Necesitamos profundizar nuestro conocimiento de las circunstancias y creencias que apuntalan el extremismo. Dentro del Islam se está dando un debate crucial. Algunos creen en un futuro de paz, tolerancia, desarrollo y democratización. Otros abrazan una intolerancia rígida y violenta contra la libertad personal y el mundo en general. Para incrementar la influencia de las fuerzas moderadas, Estados Unidos debe hacer todos los esfuerzos posibles por exportar oportunidades -- acceso a la educación y a la asistencia médica, el comercio y la inversión -- y proporcionar el tipo de apoyo firme a los reformadores políticos y a la sociedad civil que permitieron nuestra victoria en la Guerra Fría. Nuestras creencias se basan en la esperanza; las de los extremistas, en el miedo. Por eso podemos ganar esta lucha, y lo haremos.

Reconstrucción de nuestras alianzas

Para renovar el liderazgo estadounidense en el mundo, tengo la intención de reconstruir las alianzas, asociaciones e instituciones necesarias para enfrentar las amenazas comunes y reforzar la seguridad común. La reforma que necesitan estas alianzas e instituciones no surgirá intimidando a otros países para ratificar los cambios que ideamos nosotros solos. Vendrá cuando convenzamos a otros gobiernos y pueblos de que a ellos, también, les conciernen las alianzas eficaces.

Con demasiada frecuencia hemos enviado la señal opuesta a nuestros socios internacionales. En el caso de Europa, desechamos sus reservas sobre la pertinencia y la necesidad de la guerra de Irak. En Asia, subestimamos los esfuerzos surcoreanos para mejorar las relaciones con el Norte. En América Latina, desde México hasta Argentina, no logramos tratar adecuadamente sus preocupaciones sobre inmigración, equidad y crecimiento económico. En África, hemos permitido que persista el genocidio durante más de cuatro años en Darfur y no hemos hecho ni remotamente lo suficiente para responder a la petición de la Unión Africana de más apoyo a fin de detener la matanza. Reconstruiré los lazos con nuestros aliados en Europa y Asia y reforzaré nuestras alianzas en el continente americano y África.

Nuestras alianzas requieren cooperación y revisión constantes si queremos que sigan siendo eficaces y pertinentes. La OTAN ha dado grandes pasos durante los últimos 15 años, al transformarse de una estructura de seguridad de la Guerra Fría en una sociedad para la paz. Pero hoy, el reto de la OTAN en Afganistán ha sacado a la luz, como lo expuso el senador Lugar, "la discrepancia creciente entre las misiones cada vez más amplias de la OTAN y sus rezagadas capacidades". Para cerrar esta brecha, reuniré a nuestros aliados de la OTAN a fin de que aporten más tropas para las operaciones de seguridad colectiva e invertir más en las capacidades de reconstrucción y estabilización.

Y mientras reforzamos la OTAN, debemos construir nuevas alianzas y asociaciones en otras regiones vitales. Conforme China asciende y Japón y Corea del Sur se reafirman, trabajaré para forjar un marco más efectivo en Asia que vaya más allá de acuerdos bilaterales, cumbres ocasionales y arreglos ad hoc, como las negociaciones de seis partes sobre Corea del Norte. Necesitamos una infraestructura incluyente con los países de Asia del Este que pueda promover la estabilidad y la prosperidad, así como ayudar a enfrentar las amenazas transnacionales, desde las células terroristas en Filipinas hasta la influenza aviar en Indonesia. Asimismo, alentaré a China a fin de que desempeñe un papel responsable como potencia en ascenso: para que contribuya en la resolución de los problemas comunes del siglo XXI. Competiremos con China en algunas áreas y cooperaremos en otras. Nuestro desafío esencial es construir una relación que amplíe la cooperación, a la vez que reforzamos nuestra capacidad de competir.

Además, necesitamos una colaboración eficaz en temas globales urgentes con todas las grandes potencias -- y con ellas las ahora emergentes, como Brasil, India, Nigeria y Sudáfrica -- . Tenemos que ofrecer a todas ellas algo que ganar del mantenimiento del orden internacional. Para tal fin, las Naciones Unidas requieren una reforma de gran alcance. Las prácticas directivas de la Secretaría de la ONU siguen siendo débiles. Las operaciones del mantenimiento de la paz están abarcando demasiado. El nuevo Consejo de Derechos Humanos de la ONU ha aprobado ocho resoluciones que condenan a Israel, pero ni una sola condena el genocidio en Darfur o los abusos contra los derechos humanos en Zimbabwe. Sin embargo, ninguno de estos problemas se solucionará a menos que Estados Unidos se dedique de nuevo a la Organización y su misión.

Consolidar las instituciones y vigorizar las alianzas y las sociedades son asuntos especialmente cruciales para poder derrotar la tremenda amenaza provocada por el ser humano al planeta: el cambio climático. Sin reacciones drásticas, la elevación de los niveles del mar inundará las regiones costeras en todo el mundo, incluida gran parte del litoral del este estadounidense. Las temperaturas más cálidas y la menor precipitación pluvial reducirán las cosechas, lo que aumentará los conflictos, la hambruna, las enfermedades y la pobreza. Hacia 2050, el hambre podría desplazar a más de 250 millones de personas en todo el mundo. Esto significa mayor inestabilidad en algunas de las zonas más volátiles del mundo.

Como el mayor productor mundial de gases de invernadero, Estados Unidos tiene la responsabilidad de dar el ejemplo. Mientras muchos de nuestros socios industriales trabajan duro para reducir sus emisiones, nosotros aumentamos las nuestras a un ritmo constante: en más de 10% por década. Como presidente, tengo la intención de hacer ley un sistema de cap-and-trade [límites máximos y comercio] que reducirá drásticamente nuestras emisiones de carbono. Y trabajaré para liberar finalmente a Estados Unidos de su dependencia del petróleo extranjero mediante el uso más eficiente de los energéticos en nuestros automóviles, fábricas y viviendas, contando más con fuentes renovables de energía eléctrica y aprovechando el potencial de los biocombustibles.

Poner nuestra propia casa en orden es sólo el primer paso. China pronto sustituirá a Estados Unidos como el emisor de gases de invernadero más grande del mundo. El desarrollo de energía limpia debe ser un objetivo central en nuestras relaciones con los principales países de Europa y Asia. Invertiré en tecnologías eficientes y limpias en nuestro país y utilizaré nuestras políticas de ayuda y de promoción de las exportaciones para ayudar a los países en vías de desarrollo a saltarse la etapa del uso intensivo de energía derivada del carbono. Necesitamos una respuesta global al cambio climático que contemple compromisos vinculantes y aplicables para reducir las emisiones, en especial de los que más contaminan: Estados Unidos, China, India, la Unión Europea y Rusia. El desafío es gigantesco, pero enfrentarlo aportará nuevos beneficios a nuestro país. Hacia 2050, la demanda global de energía baja en carbono podría crear un mercado anual con un valor de 500000 millones de dólares. Satisfacer esa demanda abriría nuevas fronteras a empresarios y trabajadores estadounidenses.

Construcción de sociedades justas, democráticas y seguras

Por último, para renovar el liderazgo estadounidense en el mundo, reforzaré nuestra seguridad común invirtiendo en nuestra humanidad común. Nuestro compromiso global no puede definirse por aquello en lo que estamos en contra; debe estar guiado por un sentido claro de aquello que defendemos. Tenemos gran interés en asegurar que quienes hoy viven en el miedo y la precariedad puedan vivir mañana con dignidad y oportunidades.

A últimas fechas, todo el mundo ha oído hablar demasiado del avance de la libertad. Lamentablemente, muchos han llegado a asociar esto con la guerra, la tortura y el cambio de régimen impuesto por la fuerza. Para construir un mundo mejor y más libre, debemos comportarnos primero de una forma que refleje la decencia y las aspiraciones del pueblo estadounidense. Esto significa poner fin a las prácticas de embarcar presos al amparo de la noche para ser torturados en países remotos, de detener a miles sin cargos o juicios, de mantener una red de prisiones secretas fuera del alcance de la ley para encarcelar gente.

En todas partes los ciudadanos deben ser capaces de elegir a sus dirigentes en condiciones libres de miedo. Estados Unidos debe comprometerse a fortalecer los pilares de una sociedad justa. Podemos ayudar a construir instituciones que rindan cuentas y ofrezcan servicios y oportunidades: poderes legislativos sólidos, poderes judiciales independientes, fuerzas policiacas honestas, prensas libres, sociedades civiles activas. En países devastados por la pobreza y el conflicto, los ciudadanos anhelan verse libres de las carencias. Y como las sociedades muy pobres y los Estados débiles son caldos de cultivo óptimos para las enfermedades, el terrorismo y los conflictos, Estados Unidos tiene un interés de seguridad nacional directo en la reducción drástica de la pobreza global y en unirse con nuestros aliados para compartir más de nuestras riquezas a fin de ayudar a los más necesitados. Es preciso que invirtamos en la construcción de Estados capaces y democráticos que puedan establecer comunidades sanas y educadas, desarrollar mercados y generar riqueza. Tales Estados tendrían también mayores capacidades institucionales para luchar contra el terrorismo, detener la proliferación de armas letales y construir infraestructuras de asistencia médica para prevenir, detectar y tratar enfermedades mortales como el VIH/sida, la malaria y la influenza aviar.

Como presidente, para 2012 duplicaré a 50000 millones de dólares nuestra inversión anual para satisfacer estos desafíos, y aseguraré que los nuevos recursos se destinen a objetivos que valgan la pena. Durante los últimos 20 años, la financiación de la ayuda externa estadounidense ha hecho poco más que seguir el ritmo de la inflación. Está en nuestro interés de seguridad nacional hacerlo mejor. Pero si Estados Unidos va a ayudar a otros a construir sociedades más justas y seguras, nuestros tratos comerciales, el alivio de la deuda y la ayuda externa no deben tomar la forma de cheques en blanco. Combinaré nuestro apoyo con un llamado insistente a la reforma, para combatir la corrupción que destruye a las sociedades y los gobiernos desde dentro. Así lo haré no con el espíritu de un patrón, sino con el de un socio... un socio consciente de sus propias imperfecciones.

Nuestros programas internacionales contra el sida que crecen rápidamente han demostrado que dar más ayuda al exterior puede hacer una diferencia real. Como parte de este nuevo financiamiento, capitalizaré un Fondo de Educación Global con 2000 millones de dólares que unirá al mundo en la eliminación del déficit educativo global, en forma muy parecida a como lo propuso la Comisión del 11-S. No podemos esperar moldear un mundo donde la oportunidad pese más que el peligro si no garantizamos que en todas partes a cada niño se le enseñe a construir y no a destruir.

Hay motivos morales apremiantes y razones de seguridad igualmente contundentes para un renovado liderazgo estadounidense que reconozca la igualdad y el valor inherentes de toda la gente. Como expresó el presidente Kennedy en su discurso de toma de posesión en 1961: "A la gente [que vive] en chozas y aldeas en medio mundo y que lucha por romper las cadenas de la miseria generalizada, le prometemos hacer nuestros mejores esfuerzos para ayudarla a ayudarse a sí misma, por el tiempo que sea necesario, no porque quizás lo hagan los comunistas, no porque busquemos sus votos, sino porque es lo correcto. Si una sociedad libre no puede ayudar a los muchos que son pobres, no puede salvar a los pocos que son ricos". Mostraré al mundo que Estados Unidos permanece fiel a sus valores fundacionales. Lideramos no sólo por nosotros, sino también por el bien común.

La restauración de la confianza de los estadounidenses

Al enfrentarse a Hitler, Roosevelt dijo que nuestro poder estaría "dirigido hacia el bien último así como contra el mal inmediato. Los estadounidenses no somos destructores; somos constructores". Llegó el momento para un presidente que puede construir consensos aquí en nuestro país para un rumbo así de ambicioso.

En definitiva, ninguna política exterior puede cumplir sus metas si el pueblo estadounidense no la entiende y no percibe que tiene algo que ganar si ésta tiene éxito, si no confía en que su gobierno también escucha sus preocupaciones. No podremos aumentar la ayuda externa si dejamos de invertir en seguridad y oportunidades para nuestro propio pueblo. No podemos negociar tratados comerciales para ayudar a impulsar el desarrollo en países pobres mientras no proporcionemos ninguna ayuda significativa a los trabajadores estadounidenses agobiados por las perturbaciones de la economía mundial. No podemos reducir nuestra dependencia del petróleo extranjero o vencer el calentamiento global a menos que los estadounidenses estén dispuestos a la innovación y la conservación. No podemos esperar que los estadounidenses avalen poner a nuestros hombres y mujeres en peligro si no podemos mostrar que usaremos la fuerza sensata y juiciosamente. Pero si el próximo presidente puede restaurar la confianza de los ciudadanos estadounidenses -- si éstos saben que él o ella actúan teniendo en mente sus mejores intereses, con prudencia y sabiduría y una dosis de humildad -- , entonces creo que el pueblo estadounidense anhelará ver que Estados Unidos es el líder otra vez.

Creo que ellos también estarán de acuerdo en que ya es hora de que una nueva generación relate la próxima gran historia estadounidense. Si actuamos con audacia y previsión, podremos contar a nuestros nietos que ésta fue la época en que ayudamos a forjar la paz en Medio Oriente. Ésta fue la época en que enfrentamos el cambio climático y aseguramos las armas que podrían destruir a la raza humana. Ésta fue la época en que derrotamos a los terroristas globales y llevamos oportunidades a los rincones olvidados del planeta. Y ésta fue la época en que renovamos el Estados Unidos que ha conducido a generaciones de viajeros cansados, de todo el mundo, a encontrar en nuestro umbral las oportunidades y la libertad y la esperanza.

No fue hace mucho cuando los agricultores de Venezuela e Indonesia recibieron con beneplácito a médicos estadounidenses en sus aldeas y colgaron imágenes de John F. Kennedy en las paredes de su sala de estar, cuando millones, como mi padre, esperaban todos los días una carta en el correo que les concedería el privilegio de venir a Estados Unidos a estudiar, a trabajar, a vivir o nada más a ser libres.

Podemos volver a ser ese Estados Unidos. Éste es el momento de renovar la confianza y la fe de nuestro pueblo -- y de todos los pueblos -- en un Estados Unidos que combate los males inmediatos, promueve el bien último y, una vez más, lidera el mundo.