Hillary Rodham Clinton
Para ser líder, un gran país debe infundir el respeto entre los demás. Estados Unidos ha sido respetado en el pasado como un Estado poderoso, resuelto, generoso y entusiasta. En mis viajes alrededor del mundo como senadora y como primera dama, me he encontrado con personas de todo tipo. He visto de primera mano cuántas de nuestras políticas pasadas nos han aportado respeto y gratitud.
Lo trágico de los últimos seis años es que el gobierno de Bush ha dilapidado el respeto, la fe y la confianza hasta de nuestros aliados y amigos más cercanos. Al despuntar el siglo XXI, Estados Unidos gozaba de una posición única. Nuestro liderazgo mundial era aceptado y respetado en muchas partes, pues fortalecíamos viejas alianzas y construíamos nuevas, trabajábamos por la paz en todo el globo, avanzábamos en la no proliferación nuclear y modernizábamos nuestro ejército. Después del 11-S, el mundo se alineó con Estados Unidos como nunca, apoyando nuestros esfuerzos por derrocar al Talibán en Afganistán y perseguir a los cabecillas de Al Qaeda. Tuvimos una oportunidad histórica de construir una amplia coalición global para combatir el terrorismo, incrementar el impacto de nuestra diplomacia y crear un mundo con más amigos y menos adversarios.
Pero perdimos esa oportunidad cuando nos negamos a permitir que los inspectores de la ONU concluyeran su labor en Irak y, en cambio, nos precipitamos a la guerra. Además, desviamos nuestros vitales recursos militares y financieros de la lucha contra Al Qaeda y de la ingente tarea de construir una democracia musulmana en Afganistán. Al mismo tiempo nos embarcamos en una inédita ruta de unilateralismo: nos negamos a buscar la ratificación del Tratado para la Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares, abandonamos nuestro compromiso con la no proliferación nuclear y dimos la espalda a la búsqueda de la paz en Medio Oriente. Nuestro retiro del Protocolo de Kyoto y nuestra negativa a participar en cualquier esfuerzo internacional para hacer frente a los tremendos desafíos del cambio climático causaron más daño a nuestra posición internacional.
Nuestro país ha pagado un precio muy alto por rechazar una larga tradición bipartidista de liderazgo global, arraigada en la preferencia por la colaboración en vez de actuar unilateralmente, por agotar la diplomacia antes que hacer la guerra y por convertir antiguos adversarios en aliados, en vez de hacer nuevos enemigos. En un momento de la historia en que los problemas más acuciantes del mundo requieren una cooperación sin precedentes, este gobierno ha aplicado en forma unilateral políticas que son objeto de animosidad y desconfianza en muchas partes.
Sin embargo, no tiene que ser así. De hecho, nuestros aliados no quieren que sea así. El mundo aún mira a Estados Unidos en busca de liderazgo. El liderazgo estadounidense tiene carencias, pero aún se le desea. Nuestros amigos en todo el orbe no quieren que Estados Unidos retroceda. Quieren ser una vez más aliados de un país cuyos valores, liderazgo y fortaleza han inspirado al mundo a lo largo del siglo pasado.
Para reclamar el lugar que nos corresponde en el planeta, Estados Unidos debe ser más fuerte, y nuestras políticas, más inteligentes. El próximo presidente tendrá la gran oportunidad de restaurar la posición global del país y convencer al mundo de que éste puede volver a asumir el liderazgo. Como presidenta, aprovecharé esa oportunidad de volver a presentarnos ante el mundo. Reconstruiré nuestro poder y garantizaré que Estados Unidos se comprometa a construir el mundo que queremos, en vez de simplemente defendernos del mundo que tememos.
Debemos intentar conducir a nuestros amigos y aliados a construir un mundo de seguridad y oportunidad. Durante mucho tiempo Estados Unidos ha sido la tierra de la oportunidad. Pero como lo sabemos dentro de nuestras fronteras, y lo vemos hoy día en Irak y Afganistán, la oportunidad no puede florecer sin seguridad básica. Debemos construir un mundo en el que la seguridad y la oportunidad vayan de la mano, un mundo que sea más seguro, más próspero y más justo.
Sin embargo, necesitamos algo más que visión para lograr el mundo que queremos. Debemos enfrentarnos a un conjunto inusitado de desafíos en el siglo XXI, amenazas de Estados, de actores no estatales y de la propia naturaleza. El próximo presidente será el primero en heredar dos guerras, una campaña de largo plazo contra redes terroristas globales y una tensión cada vez mayor con Irán, que busca adquirir armas nucleares. Estados Unidos encarará a una Rusia que renace y cuya orientación futura es incierta, y a una China que crece con rapidez y debe integrarse al sistema internacional. Además, el próximo gobierno tendrá que enfrentar una situación impredecible y peligrosa en Medio Oriente, que amenaza a Israel y tiene el potencial de desplomar la economía global al interrumpir los suministros petroleros. Por último, el próximo presidente tendrá que atender las amenazas de largo plazo referentes al cambio climático y a una nueva ola de epidemias globales.
Para enfrentar estos retos, tendremos que recuperar el poderío estadounidense retirándonos de Irak, reconstruyendo nuestras fuerzas armadas y desarrollando un arsenal mucho más amplio de herramientas para la lucha contra el terrorismo. Debemos aprender una vez más a aprovechar todos los aspectos del poder estadounidense, a inspirar y atraer tanto como imponer. Debemos regresar a una disposición pragmática de observar los hechos en el terreno y tomar decisiones con base en la realidad más que en la ideología.
Poder y principios
El liderazgo requiere una mezcla de estrategia, persuasión, inspiración y motivación. Se basa en el respeto más que en el miedo. Los fundadores del país escribieron la Declaración de Independencia para explicar nuestras acciones al mundo, impulsados por un respeto decoroso por las opiniones de la humanidad. Ganarse el respeto de otros países hoy día requiere ajustar nuestro poder a un conjunto de principios rectores.
Evitar falsas alternativas impulsadas por la ideología. El gobierno de o poder a un conjunto de principios rectores. Bush ha presentado al pueblo estadounidense una serie de falsos dilemas: fuerza contra diplomacia, unilateralismo contra multilateralismo, poder duro contra poder blando. Ver estas opciones como mutuamente excluyentes refleja una visión del mundo oscurecida por la ideología, que niega a Estados Unidos los instrumentos y la flexibilidad que necesita para liderar y tener éxito. Hay un tiempo para la fuerza y otro para la diplomacia; cuando se les despliega con propiedad, pueden reforzarse entre sí. La política exterior estadounidense debe guiarse por una preferencia por el multilateralismo, con el unilateralismo como opción cuando sea absolutamente necesario para proteger nuestra seguridad o impedir una tragedia evitable.
Usar las fuerzas armadas no como solución a todo problema, sino como elemento de una estrategia integral. Como presidenta, jamás vacilaré en emplear la fuerza para proteger a los estadounidenses o defender nuestro territorio y nuestros intereses vitales. No podemos negociar con terroristas individuales; deben ser perseguidos y capturados o aniquilados. Tampoco la sola diplomacia puede detener a los perpetradores de genocidio y de crímenes contra la humanidad en lugares como Darfur. Pero los soldados no son la respuesta a todos los problemas. Usar la fuerza en vez de la diplomacia obliga a hombres y mujeres jóvenes en uniforme a llevar a cabo tareas para las cuales es posible que no estén adiestrados o preparados. Y pasa por alto el valor de simplemente portar un gran garrote en vez de usarlo.
Hacer que funcionen las instituciones internacionales, y trabajar a través de ellas siempre que sea posible. Contrariamente a lo que muchos en el gobierno actual parecen creer, las instituciones internacionales son instrumentos y no trampas. Estados Unidos debe estar preparado para actuar por su cuenta y defender sus intereses vitales, pero contar con instituciones internacionales eficientes vuelve mucho menos probable que tengamos que hacerlo. Durante décadas, presidentes tanto republicanos como demócratas lo han entendido así. Cuando esas instituciones funcionan bien, acentúan nuestra influencia. Cuando no, sus procedimientos sirven de pretexto para retrasos interminables, como en el caso de Darfur, o caer en la farsa, como en el caso de la elección de Sudán a la Comisión de Derechos Humanos de la ONU. Pero en vez de menospreciar a estas instituciones por sus fracasos, debemos adecuarlas a las realidades del poder en el siglo XXI y los valores fundamentales encarnados en documentos como la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Asegurar que la democracia cumpla sus promesas. El hambre acuciante, la pobreza y la falta de perspectivas económicas son una receta para la desesperación. La globalización ensancha la brecha entre ricos y pobres, dentro de las sociedades y entre ellas. Hoy día más de 2000 millones de personas viven con menos de 2 dólares al día. Estas personas están en riesgo de convertirse en una vasta subclase permanente. Los llamados para expandir los derechos civiles y políticos en países asolados por la pobreza generalizada y gobernados por minúsculas élites ricas caerán en oídos sordos a menos que la democracia proporcione en verdad suficientes beneficios materiales para mejorar las vidas de las personas. La política del gobierno de Bush en Irak ha dado temporalmente un mal nombre a la democracia, pero en el largo plazo los valores de ésta continuarán inspirando al mundo.
Defender nuestros valores y vivir conforme a ellos. Los valores que nuestros fundadores adoptaron como universales dieron forma a las aspiraciones de millones de personas en todo el mundo y son la fuente más profunda de nuestra fortaleza... pero sólo en la medida en que nosotros mismos vivamos conforme a ellos. Al tiempo que buscamos promover el imperio de la ley en otros países, debemos aceptarlo nosotros. Al recomendar libertad y justicia para todos, no podemos apoyar la tortura y la detención indefinida de individuos a quienes hemos declarado fuera de la ley.
Un Estados Unidos más fuerte
Poner fin a la guerra en Irak es el primer paso para restaurar el liderazgo estadounidense en el mundo. La guerra socava nuestra fortaleza militar, absorbe nuestros activos estratégicos, desvía atención y recursos de Afganistán, segrega a nuestros aliados y divide a nuestro pueblo. La guerra en Irak también ha llevado al límite a nuestros combatientes. Debemos reconstruir nuestras fuerzas armadas y restaurarlas en cuerpo y alma.
Debemos retirarnos de Irak actuando de una manera que permita repatriar a nuestros soldados en condiciones de seguridad, que comience a restaurar la estabilidad en la región y remplace la fuerza militar con una nueva iniciativa diplomática para comprometer a países de todo el mundo a garantizar el futuro de Irak. Con ese fin, como presidenta, convocaré al Estado Mayor Conjunto, al secretario de la Defensa y al Consejo de Seguridad Nacional y los instruiré a trazar un plan claro y viable para repatriar a nuestros soldados, que se ponga en marcha en los primeros 60 días de mi gobierno.
A la vez que trabajar en estabilizar a Irak mientras nuestras tropas se retiran, enfocaré la asistencia estadounidense en ayudar a los iraquíes, y no en apuntalar al gobierno de ese país. Los recursos financieros irán sólo adonde se usen con propiedad, más que a ministerios o ministros que los acumulan, los roban o los dilapidan.
Al retirar nuestras tropas de Irak, remplazaré nuestra fuerza militar con una iniciativa de diplomacia intensiva en la región. El gobierno de Bush ha comenzado tardíamente a incorporar a Irán y Siria en conversaciones sobre el futuro iraquí. Es un paso en la dirección correcta, pero hay que hacer mucho más. Como presidenta, convocaré a un grupo de estabilización regional compuesto de aliados clave, otras potencias globales y todos los Estados vecinos de Irak. En colaboración con el recién designado enviado especial de la ONU en Irak, el grupo se encargará de crear y aplicar una estrategia para lograr un Irak estable, que ofrezca incentivos a Arabia Saudita, Irán, Siria y Turquía para no interferir en la guerra civil.
Por último, tenemos que incorporar al mundo en un esfuerzo humanitario global para hacer frente a los costos humanos de la guerra. Debemos atender el reclamo de los dos millones de iraquíes que han huido de su país y de los dos millones más que han sido desplazados internamente. Para ello se requerirá un esfuerzo internacional de muchos miles de millones de dólares, bajo la dirección del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados. Entre tanto, Estados Unidos, junto con gobiernos de Europa y Medio Oriente, debe acceder a recibir a quienes busquen asilo y ayudarlos a regresar a Irak cuando puedan hacerlo en condiciones de seguridad.
Mientras damos un nuevo emplazamiento a las tropas para que salgan de Irak, no debemos bajar la guardia ante el terrorismo. Ordenaré que unidades especializadas emprendan operaciones específicas contra Al Qaeda en Irak y contra otras organizaciones terroristas en la región. Estas unidades brindarán también seguridad a soldados y personal de Estados Unidos en Irak y adiestrarán y equiparán a los servicios de seguridad iraquíes para que mantengan el orden y promuevan la estabilidad en el país, pero sólo en la medida en que tal adiestramiento funcione en realidad. También consideraré dejar algunas fuerzas en la zona kurda del norte de Irak para proteger la democracia frágil pero real y la relativa paz y seguridad que se han instaurado allí, pero con el claro entendimiento de que se debe enfrentar a la organización terrorista PKK (Partido de Trabajadores del Kurdistán) y respetar la frontera con Turquía.
Salir de Irak nos permitirá desempeñar un papel constructivo en la reanudación del proceso de paz en Medio Oriente, que signifique seguridad y relaciones normales para Israel y los palestinos. Los elementos fundamentales de un acuerdo final han estado claros desde 2000: un Estado palestino en Gaza y Cisjordania a cambio de una declaración de que el conflicto ha terminado, el reconocimiento del derecho de Israel a existir, garantías de seguridad israelí, reconocimiento diplomático de Israel y normalización de sus relaciones con los países árabes. La diplomacia estadounidense es esencial para ayudar a resolver este conflicto. Además de facilitar las negociaciones, debemos participar en la diplomacia regional a fin de obtener apoyo árabe para una dirigencia palestina que se comprometa con la paz y esté dispuesta a entrar en un diálogo con los israelíes. Sea que Estados Unidos logre contribuir a propiciar un acuerdo final o no, su participación constante puede reducir el nivel de violencia y restaurar nuestra credibilidad en la región.
Para ayudar a nuestras fuerzas a recobrarse de Irak y prepararlas a enfrentar toda la gama de amenazas del siglo XXI, trabajaré para expandir y modernizar las fuerzas armadas, de modo que la participación en guerras ya no se realice a costa de los despliegues para desalentar agresiones de largo plazo, de la capacidad y preparación militar o de las respuestas a necesidades urgentes en territorio nacional. Como única integrante del Senado que ha prestado servicio en el Grupo Asesor para la Transformación establecido por el Comando Conjunto de las Fuerzas de Estados Unidos, he tenido la oportunidad de explorar estos asuntos en detalle. La innovación militar continua es esencial, pero el gobierno de Bush ha socavado ese objetivo al enfocarse obsesivamente en una tecnología costosa y no probada a la vez que hacía la suposición, trágicamente errónea, de que fuerzas ligeras de invasión no sólo podían conquistar al Talibán y a Saddam Hussein, sino también estabilizar Afganistán e Irak.
Nuestros valientes soldados que sufren heridas en Afganistán e Irak deben recibir atención médica, beneficios, adiestramiento y el apoyo que merecen. El tratamiento de los soldados lesionados en el Walter Reed Army Medical Center fue una farsa. Los que convalecen o luchan por construirse una nueva vida luego de sufrir dolorosas heridas necesitan una versión ampliada de la Ley de Licencias por Razones Familiares y Médicas, que permita a sus familias brindarles el respaldo que necesitan. Más allá de la atención médica, también ya es hora de crear una moderna Carta de Derechos del Combatiente, para ampliar las oportunidades profesionales y empresariales, así como el acceso a estudios y a la propiedad de vivienda.
Ganar la verdadera guerra contra el terrorismo
Debemos ser implacables en la continuación de la guerra contra Al Qaeda y en el número cada vez mayor de organizaciones extremistas que tienen las mismas miras. Esos terroristas están más decididos que nunca a atacar a Estados Unidos. Si creen que pueden llevar a cabo otro 11-S, no tengo la menor duda de que lo intentarán. Para detenerlos, necesitamos utilizar todos los instrumentos que tenemos.
En ciudades de Europa y Asia -- como Hamburgo y Kuala Lumpur, que fueron plataformas para el 11-S -- , células terroristas se preparan para ataques futuros. Debemos entender no sólo sus métodos, sino sus motivos: rechazo a la modernidad, a los derechos de la mujer y a la democracia, así como una peligrosa nostalgia por un pasado mítico. Debemos desarrollar una estrategia integral enfocada en la educación, la inteligencia y la aplicación de la ley para contrarrestar no sólo a los terroristas en sí, sino también a las fuerzas más grandes que alimentan el apoyo a su extremismo.
El frente olvidado de la guerra contra el terrorismo es Afganistán, donde se debe reforzar nuestro esfuerzo militar. No puede permitirse que el Talibán recupere el poder en ese país; si lo hace, Al Qaeda regresará con él. Sin embargo, las actuales políticas estadounidenses han debilitado al gobierno del presidente Hamid Karzai y permitido que el Talibán recupere muchas zonas, en especial en el sur. El comercio de heroína, en gran parte sin trabas, financia a los combatientes del Talibán y a los terroristas de Al Qaeda que atacan a nuestros soldados. Además de participar en esfuerzos antinarcóticos, debemos buscar agotar las oportunidades de reclutamiento para el Talibán, financiando programas de sustitución de cultivos, una iniciativa de construcción de caminos en gran escala, instituciones para capacitar y preparar a los afganos para una calidad de gobierno honesta y eficaz, y programas que permitan a las mujeres desempeñar un mayor papel en la sociedad.
Asimismo, debemos fortalecer a los gobiernos nacional y locales y resolver los problemas a lo largo de la frontera afgana. Los terroristas encuentran cada vez más refugios seguros en las zonas tribales bajo administración federal en Pakistán. Redoblar nuestros esfuerzos con ese país no sólo contribuiría a erradicar elementos terroristas; también sería una señal para nuestros socios de la OTAN de que la guerra en Afganistán y la lucha más amplia contra el extremismo en el sur de Asia son batallas que podemos y debemos ganar. Sin embargo, no podemos triunfar si no diseñamos una estrategia que trate a toda la región como un todo interconectado, en el que las crisis se superponen entre sí y existe un peligro real de una reacción de desastres en cadena.
Combatir al terrorismo en el mundo requerirá mejores servicios de inteligencia y un cuerpo de agentes secretos que salga a la calle, no que se quede sentado tras un escritorio. Como presidenta, trabajaré para restaurar la moral de nuestra comunidad de inteligencia, incrementar el número de agentes y analistas con dominio del árabe y otros idiomas clave, y elevar el perfil y el estado del análisis de inteligencia. La mayoría de los terroristas aprehendidos por urdir ataques contra Estados Unidos, antes y después del 11-S, fueron detenidos en otros países como resultado de la cooperación entre dependencias de inteligencia y de aplicación de la ley.
Para maximizar nuestra eficacia, tenemos que reconstruir nuestras alianzas. El problema que enfrentamos es global; por tanto, debemos estar atentos a los valores, las preocupaciones y los intereses de nuestros aliados y socios. Eso significa mejorar nuestra labor de construir una capacidad antiterrorista en todo el mundo. Debemos ayudar a fortalecer los sistemas policiacos, prosecutorios y judiciales en el extranjero; mejorar los de inteligencia y aplicar controles fronterizos más estrictos, en especial en países en desarrollo.
También debemos mantener la guardia alta en nuestro territorio. Como senadora por Nueva York, he propugnado durante mucho tiempo por una amplia inversión en nuestros mecanismos de reacción temprana y por proteger nuestra infraestructura crítica. He impulsado nuevas estrategias y tecnologías, como un nuevo sistema interoperativo de comunicaciones y seguridad. Después de años de negligencia del gobierno de Bush, se ha adoptado 80% de las recomendaciones de la Comisión del 11-S sobre seguridad interna, en particular debido al trabajo del Congreso demócrata. Pero hay más por hacer. Debemos hacer corresponder los recursos con lo que está en juego y ayudar a las ciudades más vulnerables y en peligro a prepararse para un ataque. Debemos mejorar los sistemas de atención directa de los servicios de salud para manejar las consecuencias de los ataques. Por último, debemos mejorar la seguridad de las plantas químicas y salvaguardar el transporte de materiales peligrosos para que los terroristas no cuenten con blancos fáciles.
Alcanzar la seguridad requiere habilidad política
El gobierno de Bush se ha opuesto a dialogar con nuestros adversarios, pues parece creer que no somos lo bastante fuertes para defender nuestros intereses mediante negociaciones. Ésta es una estrategia errónea y contraproducente. La auténtica calidad de estadista requiere que nos involucremos con nuestros adversarios, no por el hecho de hablar, sino porque la democracia robusta es un prerrequisito para lograr nuestros objetivos.
El caso concreto es Irán. Irán plantea un desafío estratégico de largo plazo para Estados Unidos, para nuestros aliados de la OTAN y para Israel. Es el país que más practica el terrorismo patrocinado por el Estado, y utiliza a sus seguidores para suministrar explosivos que dan muerte a efectivos estadounidenses en Irak. El gobierno de Bush se niega a hablar con Irán sobre su programa nuclear; prefiere pasar por alto la mala conducta antes que enfrentarla. Entre tanto, Irán ha elevado sus capacidades de enriquecimiento de uranio, armado a milicias chiítas iraquíes, encauzado armas hacia Hezbollah y subsidiado a Hamas, mientras su gobierno continúa lesionando a sus propios ciudadanos con un manejo deficiente de la economía e incrementando la represión política y social.
En consecuencia, hemos perdido un tiempo precioso. Irán debe acatar sus obligaciones de no proliferación, y no se le debe permitir construir o adquirir armas nucleares. Si no cumple sus compromisos y la voluntad de la comunidad internacional, todas las opciones deben mantenerse sobre la mesa.
Por otro lado si Irán está realmente dispuesto a poner fin a su programa de armas nucleares, a renunciar al patrocinio del terrorismo y a apoyar la paz en Medio Oriente, además de desempeñar un papel constructivo en la estabilización de Irak, Estados Unidos debe estar preparado para ofrecerle un paquete de incentivos cuidadosamente calibrado. Eso hará saber al pueblo iraní que nuestra disputa no es con él, sino con su gobierno, y mostrará al mundo que Estados Unidos está preparado para ejercer toda opción diplomática. Al igual que Irán, Corea del Norte respondió a los intentos del gobierno de Bush por marginarla acelerando su programa nuclear, realizando un ensayo nuclear y construyendo más armas de este tipo. Sólo desde que el Departamento de Estado volvió a la diplomacia hemos logrado, tardíamente, algún avance.
Ni Corea del Norte ni Irán cambiarán de rumbo como resultado de lo que hagamos con nuestras propias armas nucleares, pero tomar medidas drásticas para reducir nuestro arsenal nuclear aportaría apoyo a las coaliciones que necesitamos para hacer frente a la amenaza de la proliferación nuclear y ayudaría a Estados Unidos a recuperar autoridad moral. Los ex secretarios de Estado George Shultz y Henry Kissinger, el ex secretario de Defensa William Perry y el ex senador Sam Nunn han propuesto a Estados Unidos "reavivar la visión", compartida por todos los presidentes desde Dwight Eisenhower hasta Bill Clinton, de reducir la dependencia del armamento nuclear.
Para reafirmar nuestro liderazgo en la no proliferación, buscaré negociar un acuerdo que reduzca de modo sustancial y verificable los arsenales nucleares estadounidenses y rusos. Esta drástica iniciativa enviará un fuerte mensaje de restricción nuclear al mundo, y así conservaremos fuerza suficiente para desalentar a otros de tratar de igualar nuestro arsenal. También procuraré que el Senado apruebe el Tratado para la Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares en 2009, en el décimo aniversario de que fuera rechazado inicialmente por ese órgano legislativo. Esto aumentará la credibilidad de Estados Unidos al demandar que otros países se abstengan de realizar pruebas. Como presidenta, apoyaré los esfuerzos por complementar el Tratado de No Proliferación Nuclear. Establecer un banco internacional de combustibles, que garantice acceso seguro al combustible nuclear a precios razonables, ayudaría a limitar el número de países que representan riesgos de proliferación.
En el Senado he presentado iniciativas de ley para acelerar y revigorizar los esfuerzos de Estados Unidos para prevenir el terrorismo nuclear. Como presidenta, haré todo lo que esté en mi poder para garantizar que las armas nucleares, biológicas y químicas, y los materiales para fabricarlas, no lleguen a manos de terroristas. Mi primer objetivo será retirar todo el material nuclear de los sitios nucleares más vulnerables del mundo y asegurar con eficacia el resto durante mi primer periodo en el cargo.
También es necesario un manejo de estadista para atraer a países que no son adversarios pero que desafían a Estados Unidos en muchos frentes. El presidente ruso Vladimir Putin ha frustrado un plan elaborado cuidadosamente por la ONU que habría puesto a Kosovo en un camino tardío hacia la independencia, ha intentado usar los energéticos como arma política contra los vecinos de su país y más allá, y puesto a prueba a Estados Unidos y Europa en una variedad de temas de no proliferación y armamento. También ha suprimido muchas de las libertades conquistadas después de la caída del comunismo, creado una nueva clase de oligarcas e interferido profundamente en los asuntos internos de las ex repúblicas soviéticas.
Sin embargo, es un error ver a Rusia sólo como una amenaza. Putin ha utilizado la riqueza del país para expandir la economía, de modo que más ciudadanos rusos disfrutan hoy de un nivel de vida cada vez más alto. Necesitamos atraer selectivamente a Rusia hacia temas de gran importancia nacional, como frustrar las ambiciones nucleares de Irán, asegurar las armas nucleares desprotegidas en Rusia y en las ex repúblicas soviéticas, y alcanzar una solución diplomática en Kosovo. Al mismo tiempo, debemos dejar en claro que nuestra capacidad de ver en Rusia un socio legítimo depende de que ésta elija entre fortalecer la democracia o volver al autoritarismo y la interferencia regional.
Nuestra relación con China será el vínculo bilateral más importante en el mundo durante este siglo. Estados Unidos y China tienen valores y sistemas políticos sumamente diferentes, pero, pese a que disentimos profundamente en temas que van desde el comercio hasta los derechos humanos, la libertad religiosa, las prácticas laborales y el Tíbet, hay mucho que ambos países podemos lograr juntos. El apoyo de China fue importante para lograr un acuerdo que desmantelara las instalaciones nucleares de Corea del Norte. Debemos construir sobre ese marco para instaurar un régimen de seguridad en el norte de Asia.
Sin embargo, el ascenso de China crea nuevos desafíos. Los chinos han comenzado a darse cuenta al fin de que su rápido crecimiento económico implica un tremendo costo ambiental. Estados Unidos debe emprender un programa conjunto con China y Japón para desarrollar nuevas fuentes de energía limpia, promover mayor eficiencia y combatir el cambio climático. Este programa formará parte de una política energética global que requerirá una drástica reducción de la dependencia estadounidense del petróleo extranjero.
Debemos persuadir a China para que se una a las instituciones globales y apoye las normas internacionales, construyendo sobre zonas en las que nuestros intereses converjan y trabajando para reducir nuestras diferencias. Si bien Estados Unidos debe estar preparado para desafiar a China cuando su conducta vaya en contra de nuestros intereses vitales, debemos trabajar por un futuro de cooperación.
Fortalecer alianzas
Es importante atraer a los adversarios, pero aún más tranquilizar a nuestros aliados. Debemos restablecer nuestra relación tradicional de confianza con Europa. Los desacuerdos son inevitables, aun entre los amigos más cercanos, pero nunca podemos olvidar que en la mayoría de los asuntos globales no tenemos aliados en los que confiemos más que en los de Europa. El nuevo gobierno tendrá oportunidad de tender la mano a través del Atlántico hacia una nueva generación de gobernantes en Alemania, Francia y el Reino Unido. Cuando Estados Unidos y Europa trabajan juntos, los objetivos globales están a nuestro alcance.
En Asia, India tiene un significado especial como potencia emergente y como la democracia más poblada del planeta. Como copresidenta de la Comisión sobre India en el Senado, reconozco la tremenda oportunidad que representa el ascenso de ese país y la necesidad de darle mayor voz en asuntos regionales e internacionales, por ejemplo en la ONU. Debemos hallar vías adicionales para que Australia, India, Japón y Estados Unidos colaboren en temas de interés mutuo, como combatir el terrorismo, cooperar en el control del cambio climático global, proteger las reservas globales de energía y profundizar en el desarrollo económico.
Por nuestra cuenta y riesgo, el gobierno de Bush ha descuidado a nuestros vecinos del sur. Hemos atestiguado el retroceso del desarrollo democrático y la apertura económica en partes de América Latina. Debemos retornar a una política de participación vigorosa; ésta es también una región demasiado crítica para que Estados Unidos se mantenga a la expectativa sin hacer nada. Debemos apoyar a las mayores democracias en desarrollo de la región, Brasil y México, y profundizar en la cooperación económica y estratégica con Argentina y Chile. Debemos continuar colaborando con nuestros aliados de Colombia, América Central y el Caribe para combatir las amenazas interconectadas del narcotráfico, el crimen y la insurgencia. Por último, debemos trabajar con nuestros aliados para brindar programas de desarrollo sustentable que promuevan la oportunidad económica y reduzcan la desigualdad para los ciudadanos de América Latina.
La misma importancia tienen las filas crecientes de democracias en África -- algunas establecidas, algunas nuevas -- , que serán los motores del futuro del continente. Debemos concentrarnos en esos países para ofrecerles asistencia y otras formas de apoyo y trabajo conjunto para fortalecer instituciones regionales, como la Unión Africana. La UA busca emular a la Unión Europea en demandar y sostener la democracia entre sus miembros, pero tiene un largo trecho por recorrer. Hasta ahora no ha denunciado siquiera la flagrante corrupción política y la brutalidad de Robert Mugabe en Zimbabwe. También debe desarrollar la capacidad de actuar con fuerza y rapidez suficientes para detener las atrocidades masivas, como las de Darfur.
Nuestros intereses en África son estratégicos, no sólo humanitarios. Abarcan los esfuerzos de Al Qaeda por buscar refugios seguros en Estados fallidos en el Cuerno de África y la creciente competencia con otros actores globales, como China, por los recursos naturales de ese continente. La solución de largo plazo, para nosotros y para África, es ayudar a los africanos a fomentar tanto la voluntad como la capacidad de atender sus problemas y ayudar al continente a vivir de acuerdo con su vasto potencial.
Construir el mundo que queremos
Para construir el mundo que queremos, debemos comenzar por hablar con franqueza de los problemas que enfrentamos. Tendremos que hablar de las consecuencias que nuestra invasión de Irak llevó al pueblo iraquí y a otros de la región. Tendremos que hablar de Guantánamo y Abu Ghraib. También tendremos que dar pasos concretos para aumentar la seguridad y esparcir las oportunidades por todo el mundo.
La educación es el fundamento de la oportunidad económica y debe estar en el centro de los esfuerzos de asistencia de Estados Unidos. Más de 100 millones de niños en el mundo en desarrollo no van a la escuela. Otros 150 millones desertan antes de terminar la educación primaria. Al fallar a estos niños, sembramos las semillas de generaciones perdidas. Como presidenta, presionaré para que se apruebe con rapidez la Ley de Educación para Todos, la cual proporcionará 10000 millones de dólares durante un periodo de cinco años para preparar maestros y construir escuelas en el mundo en desarrollo. Este programa canalizaría fondos a los países que ofrezcan los mejores planes sobre la forma de emplearlos y medir con rigor el desempeño para asegurar que nuestros dólares rindan los mejores resultados para los niños.
La lucha contra el VIH/sida, la tuberculosis, la malaria y otras temibles enfermedades es tanto un imperativo moral como una necesidad práctica. Estas enfermedades han creado una generación de huérfanos, y retrasado por décadas el progreso económico y político en muchos países.
A menudo estos problemas parecen abrumadores, pero podemos resolverlos con los recursos combinados de los gobiernos, el sector privado, organizaciones no gubernamentales e instituciones de caridad como la Bill and Melinda Gates Foundation. Podemos fijar objetivos específicos en rubros como expandir el acceso a la educación primaria, suministrar agua limpia, reducir la mortalidad infantil y materna y revertir la propagación del VIH/sida y otras enfermedades. Podemos reforzar la Organización Internacional del Trabajo para la aplicación de normas laborales, de la manera en que fortalecimos la Organización Mundial del Comercio para la aplicación normas comerciales. Tales políticas demuestran que al hacer el bien hacemos lo correcto. Este tipo de inversión y diplomacia logrará resultados para Estados Unidos, al construir buena voluntad aun en lugares donde nuestro prestigio ha sufrido reveses.
Debemos también convertir las amenazas en oportunidades. El desafío en apariencia abrumador del cambio climático es un ejemplo primordial. Lejos de ser un lastre para el crecimiento global, el control del clima representa una poderosa oportunidad económica que puede impulsar el crecimiento, los empleos y la ventaja competitiva en el siglo XXI. Como presidenta, daré prioridad a la lucha contra el calentamiento global. No podemos resolver solos la crisis del clima, y el mundo no la puede resolver sin nosotros. Estados Unidos debe volver a participar en negociaciones internacionales sobre el cambio climático y brindar el liderazgo necesario para alcanzar un acuerdo global vinculante sobre el clima. Pero primero debemos restaurar nuestra credibilidad en la materia. Países que emergen con rapidez, como China, no limitarán sus emisiones de carbono hasta que Estados Unidos haya demostrado un compromiso serio para reducir las suyas mediante un enfoque de límites máximos y comercio basado en el mercado.
También debemos ayudar a los países en desarrollo a construir infraestructuras locales eficientes y ambientalmente sustentables. Dos terceras partes del crecimiento de la demanda energética en los próximos 25 años provendrán de países con poca infraestructura existente. Allí también hay muchas oportunidades: Malí electrifica comunidades rurales con energía solar, Malawi desarrolla una estrategia de energía con biomasa, y toda África puede ofrecer créditos de carbono a Occidente. Por último, debemos crear nexos formales entre la Agencia Internacional de Energía, China e India para crear un foro internacional "E-8", con base en el modelo del G-8. Este grupo estaría formado por los principales países emisores de carbono y realizaría una cumbre mundial dedicada a temas internacionales de ecología y recursos.
El mundo que queremos es también un mundo en el que se respeten los derechos humanos. Al claudicar en nuestros valores en nombre de la seguridad, el gobierno de Bush ha dejado a los estadounidenses preguntándonos si su discurso sobre la libertad en el mundo aún se aplica en nuestro país. Hemos socavado el apoyo internacional al combate al terrorismo al sugerir que es una tarea que no puede realizarse sin humillación, violaciones a los derechos fundamentales a la confidencialidad y la libertad de expresión, e incluso sin tortura. Debemos hacer que los derechos humanos vuelvan a estar en el centro de la política exterior estadounidense y a ser un elemento central de nuestra concepción de la democracia.
Los derechos humanos no se harán realidad mientras una mayoría de la población mundial sea tratada como ciudadanos de segunda clase. Hace 12 años, la ONU celebró una conferencia histórica de mujeres en Beijing, donde tuve el orgullo de representar a nuestro país y proclamar que los derechos de la mujer son derechos humanos. De entonces a la fecha, en casi todos los continentes se ha elegido a mujeres como jefes de Estado. Gracias a Estados Unidos, muchas mujeres afganas, pero todavía no todas, han sido liberadas de uno de los regímenes más tiránicos y represivos de nuestro tiempo y están ahora en las escuelas, en la fuerza de trabajo y en el parlamento.
Sin embargo, el progreso en áreas primordiales se ha rezagado, como lo prueban la persistente expansión del tráfico de mujeres, el uso continuado de la violación como instrumento de guerra, la marginación política de las mujeres y las atávicas diferencias de género en el empleo y la oportunidad económica. El liderazgo estadounidense, junto con un compromiso de incorporar la promoción de los derechos de la mujer en nuestras relaciones bilaterales y programas internacionales de asistencia, es esencial no sólo para mejorar la vida de las mujeres, sino para fortalecer las familias, comunidades y sociedades en las que viven.
Revivir la idea estadounidense
Un liderazgo experimentado, perspicaz, puede llevarnos lejos. Debemos aprovechar todas las dimensiones del poderío estadounidense y rechazar dilemas falsos, alentados por la ideología más que por los hechos. Un Estados Unidos que reconstruya su fortaleza y recobre sus principios podrá extender las bendiciones de la seguridad y la oportunidad por todo el mundo.
En 1825, 50 años después de la batalla de Bunker Hill, el gran secretario de Estado Daniel Webster puso la primera piedra del Monumento de Bunker Hill que hoy se levanta en Boston. Se regocijó por el simple hecho de que Estados Unidos había sobrevivido y florecido, y celebró "el beneficio que el ejemplo de nuestro país ha producido, y el que probablemente produzca, sobre la libertad y la felicidad humanas". No glorificaba el poder estadounidense, sino más bien el poder de la idea estadounidense, la idea de que "con sabiduría y conocimiento los hombres pueden gobernarse a sí mismos". E invitó a quienes lo escuchaban, y a todos los estadounidenses, a mantener ese ejemplo y "cuidar que nada debilite su autoridad ante el mundo".
Dos siglos después, es posible que nuestro poder económico y militar haya llegado mucho más allá de lo que nuestros antepasados hubieran imaginado. Pero ese poder sólo puede sostenerse y renovarse si podemos recuperar nuestra autoridad ante el mundo, la autoridad no sólo de un país grande y rico, sino de la idea estadounidense. Si podemos vivir conforme a esa idea, si podemos ejercer nuestro poder con sabiduría y bien, podemos volver a hacer grande a Estados Unidos.
Para ser líder, un gran país debe infundir el respeto entre los demás. Estados Unidos ha sido respetado en el pasado como un Estado poderoso, resuelto, generoso y entusiasta. En mis viajes alrededor del mundo como senadora y como primera dama, me he encontrado con personas de todo tipo. He visto de primera mano cuántas de nuestras políticas pasadas nos han aportado respeto y gratitud.
Lo trágico de los últimos seis años es que el gobierno de Bush ha dilapidado el respeto, la fe y la confianza hasta de nuestros aliados y amigos más cercanos. Al despuntar el siglo XXI, Estados Unidos gozaba de una posición única. Nuestro liderazgo mundial era aceptado y respetado en muchas partes, pues fortalecíamos viejas alianzas y construíamos nuevas, trabajábamos por la paz en todo el globo, avanzábamos en la no proliferación nuclear y modernizábamos nuestro ejército. Después del 11-S, el mundo se alineó con Estados Unidos como nunca, apoyando nuestros esfuerzos por derrocar al Talibán en Afganistán y perseguir a los cabecillas de Al Qaeda. Tuvimos una oportunidad histórica de construir una amplia coalición global para combatir el terrorismo, incrementar el impacto de nuestra diplomacia y crear un mundo con más amigos y menos adversarios.
Pero perdimos esa oportunidad cuando nos negamos a permitir que los inspectores de la ONU concluyeran su labor en Irak y, en cambio, nos precipitamos a la guerra. Además, desviamos nuestros vitales recursos militares y financieros de la lucha contra Al Qaeda y de la ingente tarea de construir una democracia musulmana en Afganistán. Al mismo tiempo nos embarcamos en una inédita ruta de unilateralismo: nos negamos a buscar la ratificación del Tratado para la Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares, abandonamos nuestro compromiso con la no proliferación nuclear y dimos la espalda a la búsqueda de la paz en Medio Oriente. Nuestro retiro del Protocolo de Kyoto y nuestra negativa a participar en cualquier esfuerzo internacional para hacer frente a los tremendos desafíos del cambio climático causaron más daño a nuestra posición internacional.
Nuestro país ha pagado un precio muy alto por rechazar una larga tradición bipartidista de liderazgo global, arraigada en la preferencia por la colaboración en vez de actuar unilateralmente, por agotar la diplomacia antes que hacer la guerra y por convertir antiguos adversarios en aliados, en vez de hacer nuevos enemigos. En un momento de la historia en que los problemas más acuciantes del mundo requieren una cooperación sin precedentes, este gobierno ha aplicado en forma unilateral políticas que son objeto de animosidad y desconfianza en muchas partes.
Sin embargo, no tiene que ser así. De hecho, nuestros aliados no quieren que sea así. El mundo aún mira a Estados Unidos en busca de liderazgo. El liderazgo estadounidense tiene carencias, pero aún se le desea. Nuestros amigos en todo el orbe no quieren que Estados Unidos retroceda. Quieren ser una vez más aliados de un país cuyos valores, liderazgo y fortaleza han inspirado al mundo a lo largo del siglo pasado.
Para reclamar el lugar que nos corresponde en el planeta, Estados Unidos debe ser más fuerte, y nuestras políticas, más inteligentes. El próximo presidente tendrá la gran oportunidad de restaurar la posición global del país y convencer al mundo de que éste puede volver a asumir el liderazgo. Como presidenta, aprovecharé esa oportunidad de volver a presentarnos ante el mundo. Reconstruiré nuestro poder y garantizaré que Estados Unidos se comprometa a construir el mundo que queremos, en vez de simplemente defendernos del mundo que tememos.
Debemos intentar conducir a nuestros amigos y aliados a construir un mundo de seguridad y oportunidad. Durante mucho tiempo Estados Unidos ha sido la tierra de la oportunidad. Pero como lo sabemos dentro de nuestras fronteras, y lo vemos hoy día en Irak y Afganistán, la oportunidad no puede florecer sin seguridad básica. Debemos construir un mundo en el que la seguridad y la oportunidad vayan de la mano, un mundo que sea más seguro, más próspero y más justo.
Sin embargo, necesitamos algo más que visión para lograr el mundo que queremos. Debemos enfrentarnos a un conjunto inusitado de desafíos en el siglo XXI, amenazas de Estados, de actores no estatales y de la propia naturaleza. El próximo presidente será el primero en heredar dos guerras, una campaña de largo plazo contra redes terroristas globales y una tensión cada vez mayor con Irán, que busca adquirir armas nucleares. Estados Unidos encarará a una Rusia que renace y cuya orientación futura es incierta, y a una China que crece con rapidez y debe integrarse al sistema internacional. Además, el próximo gobierno tendrá que enfrentar una situación impredecible y peligrosa en Medio Oriente, que amenaza a Israel y tiene el potencial de desplomar la economía global al interrumpir los suministros petroleros. Por último, el próximo presidente tendrá que atender las amenazas de largo plazo referentes al cambio climático y a una nueva ola de epidemias globales.
Para enfrentar estos retos, tendremos que recuperar el poderío estadounidense retirándonos de Irak, reconstruyendo nuestras fuerzas armadas y desarrollando un arsenal mucho más amplio de herramientas para la lucha contra el terrorismo. Debemos aprender una vez más a aprovechar todos los aspectos del poder estadounidense, a inspirar y atraer tanto como imponer. Debemos regresar a una disposición pragmática de observar los hechos en el terreno y tomar decisiones con base en la realidad más que en la ideología.
Poder y principios
El liderazgo requiere una mezcla de estrategia, persuasión, inspiración y motivación. Se basa en el respeto más que en el miedo. Los fundadores del país escribieron la Declaración de Independencia para explicar nuestras acciones al mundo, impulsados por un respeto decoroso por las opiniones de la humanidad. Ganarse el respeto de otros países hoy día requiere ajustar nuestro poder a un conjunto de principios rectores.
Evitar falsas alternativas impulsadas por la ideología. El gobierno de o poder a un conjunto de principios rectores. Bush ha presentado al pueblo estadounidense una serie de falsos dilemas: fuerza contra diplomacia, unilateralismo contra multilateralismo, poder duro contra poder blando. Ver estas opciones como mutuamente excluyentes refleja una visión del mundo oscurecida por la ideología, que niega a Estados Unidos los instrumentos y la flexibilidad que necesita para liderar y tener éxito. Hay un tiempo para la fuerza y otro para la diplomacia; cuando se les despliega con propiedad, pueden reforzarse entre sí. La política exterior estadounidense debe guiarse por una preferencia por el multilateralismo, con el unilateralismo como opción cuando sea absolutamente necesario para proteger nuestra seguridad o impedir una tragedia evitable.
Usar las fuerzas armadas no como solución a todo problema, sino como elemento de una estrategia integral. Como presidenta, jamás vacilaré en emplear la fuerza para proteger a los estadounidenses o defender nuestro territorio y nuestros intereses vitales. No podemos negociar con terroristas individuales; deben ser perseguidos y capturados o aniquilados. Tampoco la sola diplomacia puede detener a los perpetradores de genocidio y de crímenes contra la humanidad en lugares como Darfur. Pero los soldados no son la respuesta a todos los problemas. Usar la fuerza en vez de la diplomacia obliga a hombres y mujeres jóvenes en uniforme a llevar a cabo tareas para las cuales es posible que no estén adiestrados o preparados. Y pasa por alto el valor de simplemente portar un gran garrote en vez de usarlo.
Hacer que funcionen las instituciones internacionales, y trabajar a través de ellas siempre que sea posible. Contrariamente a lo que muchos en el gobierno actual parecen creer, las instituciones internacionales son instrumentos y no trampas. Estados Unidos debe estar preparado para actuar por su cuenta y defender sus intereses vitales, pero contar con instituciones internacionales eficientes vuelve mucho menos probable que tengamos que hacerlo. Durante décadas, presidentes tanto republicanos como demócratas lo han entendido así. Cuando esas instituciones funcionan bien, acentúan nuestra influencia. Cuando no, sus procedimientos sirven de pretexto para retrasos interminables, como en el caso de Darfur, o caer en la farsa, como en el caso de la elección de Sudán a la Comisión de Derechos Humanos de la ONU. Pero en vez de menospreciar a estas instituciones por sus fracasos, debemos adecuarlas a las realidades del poder en el siglo XXI y los valores fundamentales encarnados en documentos como la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Asegurar que la democracia cumpla sus promesas. El hambre acuciante, la pobreza y la falta de perspectivas económicas son una receta para la desesperación. La globalización ensancha la brecha entre ricos y pobres, dentro de las sociedades y entre ellas. Hoy día más de 2000 millones de personas viven con menos de 2 dólares al día. Estas personas están en riesgo de convertirse en una vasta subclase permanente. Los llamados para expandir los derechos civiles y políticos en países asolados por la pobreza generalizada y gobernados por minúsculas élites ricas caerán en oídos sordos a menos que la democracia proporcione en verdad suficientes beneficios materiales para mejorar las vidas de las personas. La política del gobierno de Bush en Irak ha dado temporalmente un mal nombre a la democracia, pero en el largo plazo los valores de ésta continuarán inspirando al mundo.
Defender nuestros valores y vivir conforme a ellos. Los valores que nuestros fundadores adoptaron como universales dieron forma a las aspiraciones de millones de personas en todo el mundo y son la fuente más profunda de nuestra fortaleza... pero sólo en la medida en que nosotros mismos vivamos conforme a ellos. Al tiempo que buscamos promover el imperio de la ley en otros países, debemos aceptarlo nosotros. Al recomendar libertad y justicia para todos, no podemos apoyar la tortura y la detención indefinida de individuos a quienes hemos declarado fuera de la ley.
Un Estados Unidos más fuerte
Poner fin a la guerra en Irak es el primer paso para restaurar el liderazgo estadounidense en el mundo. La guerra socava nuestra fortaleza militar, absorbe nuestros activos estratégicos, desvía atención y recursos de Afganistán, segrega a nuestros aliados y divide a nuestro pueblo. La guerra en Irak también ha llevado al límite a nuestros combatientes. Debemos reconstruir nuestras fuerzas armadas y restaurarlas en cuerpo y alma.
Debemos retirarnos de Irak actuando de una manera que permita repatriar a nuestros soldados en condiciones de seguridad, que comience a restaurar la estabilidad en la región y remplace la fuerza militar con una nueva iniciativa diplomática para comprometer a países de todo el mundo a garantizar el futuro de Irak. Con ese fin, como presidenta, convocaré al Estado Mayor Conjunto, al secretario de la Defensa y al Consejo de Seguridad Nacional y los instruiré a trazar un plan claro y viable para repatriar a nuestros soldados, que se ponga en marcha en los primeros 60 días de mi gobierno.
A la vez que trabajar en estabilizar a Irak mientras nuestras tropas se retiran, enfocaré la asistencia estadounidense en ayudar a los iraquíes, y no en apuntalar al gobierno de ese país. Los recursos financieros irán sólo adonde se usen con propiedad, más que a ministerios o ministros que los acumulan, los roban o los dilapidan.
Al retirar nuestras tropas de Irak, remplazaré nuestra fuerza militar con una iniciativa de diplomacia intensiva en la región. El gobierno de Bush ha comenzado tardíamente a incorporar a Irán y Siria en conversaciones sobre el futuro iraquí. Es un paso en la dirección correcta, pero hay que hacer mucho más. Como presidenta, convocaré a un grupo de estabilización regional compuesto de aliados clave, otras potencias globales y todos los Estados vecinos de Irak. En colaboración con el recién designado enviado especial de la ONU en Irak, el grupo se encargará de crear y aplicar una estrategia para lograr un Irak estable, que ofrezca incentivos a Arabia Saudita, Irán, Siria y Turquía para no interferir en la guerra civil.
Por último, tenemos que incorporar al mundo en un esfuerzo humanitario global para hacer frente a los costos humanos de la guerra. Debemos atender el reclamo de los dos millones de iraquíes que han huido de su país y de los dos millones más que han sido desplazados internamente. Para ello se requerirá un esfuerzo internacional de muchos miles de millones de dólares, bajo la dirección del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados. Entre tanto, Estados Unidos, junto con gobiernos de Europa y Medio Oriente, debe acceder a recibir a quienes busquen asilo y ayudarlos a regresar a Irak cuando puedan hacerlo en condiciones de seguridad.
Mientras damos un nuevo emplazamiento a las tropas para que salgan de Irak, no debemos bajar la guardia ante el terrorismo. Ordenaré que unidades especializadas emprendan operaciones específicas contra Al Qaeda en Irak y contra otras organizaciones terroristas en la región. Estas unidades brindarán también seguridad a soldados y personal de Estados Unidos en Irak y adiestrarán y equiparán a los servicios de seguridad iraquíes para que mantengan el orden y promuevan la estabilidad en el país, pero sólo en la medida en que tal adiestramiento funcione en realidad. También consideraré dejar algunas fuerzas en la zona kurda del norte de Irak para proteger la democracia frágil pero real y la relativa paz y seguridad que se han instaurado allí, pero con el claro entendimiento de que se debe enfrentar a la organización terrorista PKK (Partido de Trabajadores del Kurdistán) y respetar la frontera con Turquía.
Salir de Irak nos permitirá desempeñar un papel constructivo en la reanudación del proceso de paz en Medio Oriente, que signifique seguridad y relaciones normales para Israel y los palestinos. Los elementos fundamentales de un acuerdo final han estado claros desde 2000: un Estado palestino en Gaza y Cisjordania a cambio de una declaración de que el conflicto ha terminado, el reconocimiento del derecho de Israel a existir, garantías de seguridad israelí, reconocimiento diplomático de Israel y normalización de sus relaciones con los países árabes. La diplomacia estadounidense es esencial para ayudar a resolver este conflicto. Además de facilitar las negociaciones, debemos participar en la diplomacia regional a fin de obtener apoyo árabe para una dirigencia palestina que se comprometa con la paz y esté dispuesta a entrar en un diálogo con los israelíes. Sea que Estados Unidos logre contribuir a propiciar un acuerdo final o no, su participación constante puede reducir el nivel de violencia y restaurar nuestra credibilidad en la región.
Para ayudar a nuestras fuerzas a recobrarse de Irak y prepararlas a enfrentar toda la gama de amenazas del siglo XXI, trabajaré para expandir y modernizar las fuerzas armadas, de modo que la participación en guerras ya no se realice a costa de los despliegues para desalentar agresiones de largo plazo, de la capacidad y preparación militar o de las respuestas a necesidades urgentes en territorio nacional. Como única integrante del Senado que ha prestado servicio en el Grupo Asesor para la Transformación establecido por el Comando Conjunto de las Fuerzas de Estados Unidos, he tenido la oportunidad de explorar estos asuntos en detalle. La innovación militar continua es esencial, pero el gobierno de Bush ha socavado ese objetivo al enfocarse obsesivamente en una tecnología costosa y no probada a la vez que hacía la suposición, trágicamente errónea, de que fuerzas ligeras de invasión no sólo podían conquistar al Talibán y a Saddam Hussein, sino también estabilizar Afganistán e Irak.
Nuestros valientes soldados que sufren heridas en Afganistán e Irak deben recibir atención médica, beneficios, adiestramiento y el apoyo que merecen. El tratamiento de los soldados lesionados en el Walter Reed Army Medical Center fue una farsa. Los que convalecen o luchan por construirse una nueva vida luego de sufrir dolorosas heridas necesitan una versión ampliada de la Ley de Licencias por Razones Familiares y Médicas, que permita a sus familias brindarles el respaldo que necesitan. Más allá de la atención médica, también ya es hora de crear una moderna Carta de Derechos del Combatiente, para ampliar las oportunidades profesionales y empresariales, así como el acceso a estudios y a la propiedad de vivienda.
Ganar la verdadera guerra contra el terrorismo
Debemos ser implacables en la continuación de la guerra contra Al Qaeda y en el número cada vez mayor de organizaciones extremistas que tienen las mismas miras. Esos terroristas están más decididos que nunca a atacar a Estados Unidos. Si creen que pueden llevar a cabo otro 11-S, no tengo la menor duda de que lo intentarán. Para detenerlos, necesitamos utilizar todos los instrumentos que tenemos.
En ciudades de Europa y Asia -- como Hamburgo y Kuala Lumpur, que fueron plataformas para el 11-S -- , células terroristas se preparan para ataques futuros. Debemos entender no sólo sus métodos, sino sus motivos: rechazo a la modernidad, a los derechos de la mujer y a la democracia, así como una peligrosa nostalgia por un pasado mítico. Debemos desarrollar una estrategia integral enfocada en la educación, la inteligencia y la aplicación de la ley para contrarrestar no sólo a los terroristas en sí, sino también a las fuerzas más grandes que alimentan el apoyo a su extremismo.
El frente olvidado de la guerra contra el terrorismo es Afganistán, donde se debe reforzar nuestro esfuerzo militar. No puede permitirse que el Talibán recupere el poder en ese país; si lo hace, Al Qaeda regresará con él. Sin embargo, las actuales políticas estadounidenses han debilitado al gobierno del presidente Hamid Karzai y permitido que el Talibán recupere muchas zonas, en especial en el sur. El comercio de heroína, en gran parte sin trabas, financia a los combatientes del Talibán y a los terroristas de Al Qaeda que atacan a nuestros soldados. Además de participar en esfuerzos antinarcóticos, debemos buscar agotar las oportunidades de reclutamiento para el Talibán, financiando programas de sustitución de cultivos, una iniciativa de construcción de caminos en gran escala, instituciones para capacitar y preparar a los afganos para una calidad de gobierno honesta y eficaz, y programas que permitan a las mujeres desempeñar un mayor papel en la sociedad.
Asimismo, debemos fortalecer a los gobiernos nacional y locales y resolver los problemas a lo largo de la frontera afgana. Los terroristas encuentran cada vez más refugios seguros en las zonas tribales bajo administración federal en Pakistán. Redoblar nuestros esfuerzos con ese país no sólo contribuiría a erradicar elementos terroristas; también sería una señal para nuestros socios de la OTAN de que la guerra en Afganistán y la lucha más amplia contra el extremismo en el sur de Asia son batallas que podemos y debemos ganar. Sin embargo, no podemos triunfar si no diseñamos una estrategia que trate a toda la región como un todo interconectado, en el que las crisis se superponen entre sí y existe un peligro real de una reacción de desastres en cadena.
Combatir al terrorismo en el mundo requerirá mejores servicios de inteligencia y un cuerpo de agentes secretos que salga a la calle, no que se quede sentado tras un escritorio. Como presidenta, trabajaré para restaurar la moral de nuestra comunidad de inteligencia, incrementar el número de agentes y analistas con dominio del árabe y otros idiomas clave, y elevar el perfil y el estado del análisis de inteligencia. La mayoría de los terroristas aprehendidos por urdir ataques contra Estados Unidos, antes y después del 11-S, fueron detenidos en otros países como resultado de la cooperación entre dependencias de inteligencia y de aplicación de la ley.
Para maximizar nuestra eficacia, tenemos que reconstruir nuestras alianzas. El problema que enfrentamos es global; por tanto, debemos estar atentos a los valores, las preocupaciones y los intereses de nuestros aliados y socios. Eso significa mejorar nuestra labor de construir una capacidad antiterrorista en todo el mundo. Debemos ayudar a fortalecer los sistemas policiacos, prosecutorios y judiciales en el extranjero; mejorar los de inteligencia y aplicar controles fronterizos más estrictos, en especial en países en desarrollo.
También debemos mantener la guardia alta en nuestro territorio. Como senadora por Nueva York, he propugnado durante mucho tiempo por una amplia inversión en nuestros mecanismos de reacción temprana y por proteger nuestra infraestructura crítica. He impulsado nuevas estrategias y tecnologías, como un nuevo sistema interoperativo de comunicaciones y seguridad. Después de años de negligencia del gobierno de Bush, se ha adoptado 80% de las recomendaciones de la Comisión del 11-S sobre seguridad interna, en particular debido al trabajo del Congreso demócrata. Pero hay más por hacer. Debemos hacer corresponder los recursos con lo que está en juego y ayudar a las ciudades más vulnerables y en peligro a prepararse para un ataque. Debemos mejorar los sistemas de atención directa de los servicios de salud para manejar las consecuencias de los ataques. Por último, debemos mejorar la seguridad de las plantas químicas y salvaguardar el transporte de materiales peligrosos para que los terroristas no cuenten con blancos fáciles.
Alcanzar la seguridad requiere habilidad política
El gobierno de Bush se ha opuesto a dialogar con nuestros adversarios, pues parece creer que no somos lo bastante fuertes para defender nuestros intereses mediante negociaciones. Ésta es una estrategia errónea y contraproducente. La auténtica calidad de estadista requiere que nos involucremos con nuestros adversarios, no por el hecho de hablar, sino porque la democracia robusta es un prerrequisito para lograr nuestros objetivos.
El caso concreto es Irán. Irán plantea un desafío estratégico de largo plazo para Estados Unidos, para nuestros aliados de la OTAN y para Israel. Es el país que más practica el terrorismo patrocinado por el Estado, y utiliza a sus seguidores para suministrar explosivos que dan muerte a efectivos estadounidenses en Irak. El gobierno de Bush se niega a hablar con Irán sobre su programa nuclear; prefiere pasar por alto la mala conducta antes que enfrentarla. Entre tanto, Irán ha elevado sus capacidades de enriquecimiento de uranio, armado a milicias chiítas iraquíes, encauzado armas hacia Hezbollah y subsidiado a Hamas, mientras su gobierno continúa lesionando a sus propios ciudadanos con un manejo deficiente de la economía e incrementando la represión política y social.
En consecuencia, hemos perdido un tiempo precioso. Irán debe acatar sus obligaciones de no proliferación, y no se le debe permitir construir o adquirir armas nucleares. Si no cumple sus compromisos y la voluntad de la comunidad internacional, todas las opciones deben mantenerse sobre la mesa.
Por otro lado si Irán está realmente dispuesto a poner fin a su programa de armas nucleares, a renunciar al patrocinio del terrorismo y a apoyar la paz en Medio Oriente, además de desempeñar un papel constructivo en la estabilización de Irak, Estados Unidos debe estar preparado para ofrecerle un paquete de incentivos cuidadosamente calibrado. Eso hará saber al pueblo iraní que nuestra disputa no es con él, sino con su gobierno, y mostrará al mundo que Estados Unidos está preparado para ejercer toda opción diplomática. Al igual que Irán, Corea del Norte respondió a los intentos del gobierno de Bush por marginarla acelerando su programa nuclear, realizando un ensayo nuclear y construyendo más armas de este tipo. Sólo desde que el Departamento de Estado volvió a la diplomacia hemos logrado, tardíamente, algún avance.
Ni Corea del Norte ni Irán cambiarán de rumbo como resultado de lo que hagamos con nuestras propias armas nucleares, pero tomar medidas drásticas para reducir nuestro arsenal nuclear aportaría apoyo a las coaliciones que necesitamos para hacer frente a la amenaza de la proliferación nuclear y ayudaría a Estados Unidos a recuperar autoridad moral. Los ex secretarios de Estado George Shultz y Henry Kissinger, el ex secretario de Defensa William Perry y el ex senador Sam Nunn han propuesto a Estados Unidos "reavivar la visión", compartida por todos los presidentes desde Dwight Eisenhower hasta Bill Clinton, de reducir la dependencia del armamento nuclear.
Para reafirmar nuestro liderazgo en la no proliferación, buscaré negociar un acuerdo que reduzca de modo sustancial y verificable los arsenales nucleares estadounidenses y rusos. Esta drástica iniciativa enviará un fuerte mensaje de restricción nuclear al mundo, y así conservaremos fuerza suficiente para desalentar a otros de tratar de igualar nuestro arsenal. También procuraré que el Senado apruebe el Tratado para la Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares en 2009, en el décimo aniversario de que fuera rechazado inicialmente por ese órgano legislativo. Esto aumentará la credibilidad de Estados Unidos al demandar que otros países se abstengan de realizar pruebas. Como presidenta, apoyaré los esfuerzos por complementar el Tratado de No Proliferación Nuclear. Establecer un banco internacional de combustibles, que garantice acceso seguro al combustible nuclear a precios razonables, ayudaría a limitar el número de países que representan riesgos de proliferación.
En el Senado he presentado iniciativas de ley para acelerar y revigorizar los esfuerzos de Estados Unidos para prevenir el terrorismo nuclear. Como presidenta, haré todo lo que esté en mi poder para garantizar que las armas nucleares, biológicas y químicas, y los materiales para fabricarlas, no lleguen a manos de terroristas. Mi primer objetivo será retirar todo el material nuclear de los sitios nucleares más vulnerables del mundo y asegurar con eficacia el resto durante mi primer periodo en el cargo.
También es necesario un manejo de estadista para atraer a países que no son adversarios pero que desafían a Estados Unidos en muchos frentes. El presidente ruso Vladimir Putin ha frustrado un plan elaborado cuidadosamente por la ONU que habría puesto a Kosovo en un camino tardío hacia la independencia, ha intentado usar los energéticos como arma política contra los vecinos de su país y más allá, y puesto a prueba a Estados Unidos y Europa en una variedad de temas de no proliferación y armamento. También ha suprimido muchas de las libertades conquistadas después de la caída del comunismo, creado una nueva clase de oligarcas e interferido profundamente en los asuntos internos de las ex repúblicas soviéticas.
Sin embargo, es un error ver a Rusia sólo como una amenaza. Putin ha utilizado la riqueza del país para expandir la economía, de modo que más ciudadanos rusos disfrutan hoy de un nivel de vida cada vez más alto. Necesitamos atraer selectivamente a Rusia hacia temas de gran importancia nacional, como frustrar las ambiciones nucleares de Irán, asegurar las armas nucleares desprotegidas en Rusia y en las ex repúblicas soviéticas, y alcanzar una solución diplomática en Kosovo. Al mismo tiempo, debemos dejar en claro que nuestra capacidad de ver en Rusia un socio legítimo depende de que ésta elija entre fortalecer la democracia o volver al autoritarismo y la interferencia regional.
Nuestra relación con China será el vínculo bilateral más importante en el mundo durante este siglo. Estados Unidos y China tienen valores y sistemas políticos sumamente diferentes, pero, pese a que disentimos profundamente en temas que van desde el comercio hasta los derechos humanos, la libertad religiosa, las prácticas laborales y el Tíbet, hay mucho que ambos países podemos lograr juntos. El apoyo de China fue importante para lograr un acuerdo que desmantelara las instalaciones nucleares de Corea del Norte. Debemos construir sobre ese marco para instaurar un régimen de seguridad en el norte de Asia.
Sin embargo, el ascenso de China crea nuevos desafíos. Los chinos han comenzado a darse cuenta al fin de que su rápido crecimiento económico implica un tremendo costo ambiental. Estados Unidos debe emprender un programa conjunto con China y Japón para desarrollar nuevas fuentes de energía limpia, promover mayor eficiencia y combatir el cambio climático. Este programa formará parte de una política energética global que requerirá una drástica reducción de la dependencia estadounidense del petróleo extranjero.
Debemos persuadir a China para que se una a las instituciones globales y apoye las normas internacionales, construyendo sobre zonas en las que nuestros intereses converjan y trabajando para reducir nuestras diferencias. Si bien Estados Unidos debe estar preparado para desafiar a China cuando su conducta vaya en contra de nuestros intereses vitales, debemos trabajar por un futuro de cooperación.
Fortalecer alianzas
Es importante atraer a los adversarios, pero aún más tranquilizar a nuestros aliados. Debemos restablecer nuestra relación tradicional de confianza con Europa. Los desacuerdos son inevitables, aun entre los amigos más cercanos, pero nunca podemos olvidar que en la mayoría de los asuntos globales no tenemos aliados en los que confiemos más que en los de Europa. El nuevo gobierno tendrá oportunidad de tender la mano a través del Atlántico hacia una nueva generación de gobernantes en Alemania, Francia y el Reino Unido. Cuando Estados Unidos y Europa trabajan juntos, los objetivos globales están a nuestro alcance.
En Asia, India tiene un significado especial como potencia emergente y como la democracia más poblada del planeta. Como copresidenta de la Comisión sobre India en el Senado, reconozco la tremenda oportunidad que representa el ascenso de ese país y la necesidad de darle mayor voz en asuntos regionales e internacionales, por ejemplo en la ONU. Debemos hallar vías adicionales para que Australia, India, Japón y Estados Unidos colaboren en temas de interés mutuo, como combatir el terrorismo, cooperar en el control del cambio climático global, proteger las reservas globales de energía y profundizar en el desarrollo económico.
Por nuestra cuenta y riesgo, el gobierno de Bush ha descuidado a nuestros vecinos del sur. Hemos atestiguado el retroceso del desarrollo democrático y la apertura económica en partes de América Latina. Debemos retornar a una política de participación vigorosa; ésta es también una región demasiado crítica para que Estados Unidos se mantenga a la expectativa sin hacer nada. Debemos apoyar a las mayores democracias en desarrollo de la región, Brasil y México, y profundizar en la cooperación económica y estratégica con Argentina y Chile. Debemos continuar colaborando con nuestros aliados de Colombia, América Central y el Caribe para combatir las amenazas interconectadas del narcotráfico, el crimen y la insurgencia. Por último, debemos trabajar con nuestros aliados para brindar programas de desarrollo sustentable que promuevan la oportunidad económica y reduzcan la desigualdad para los ciudadanos de América Latina.
La misma importancia tienen las filas crecientes de democracias en África -- algunas establecidas, algunas nuevas -- , que serán los motores del futuro del continente. Debemos concentrarnos en esos países para ofrecerles asistencia y otras formas de apoyo y trabajo conjunto para fortalecer instituciones regionales, como la Unión Africana. La UA busca emular a la Unión Europea en demandar y sostener la democracia entre sus miembros, pero tiene un largo trecho por recorrer. Hasta ahora no ha denunciado siquiera la flagrante corrupción política y la brutalidad de Robert Mugabe en Zimbabwe. También debe desarrollar la capacidad de actuar con fuerza y rapidez suficientes para detener las atrocidades masivas, como las de Darfur.
Nuestros intereses en África son estratégicos, no sólo humanitarios. Abarcan los esfuerzos de Al Qaeda por buscar refugios seguros en Estados fallidos en el Cuerno de África y la creciente competencia con otros actores globales, como China, por los recursos naturales de ese continente. La solución de largo plazo, para nosotros y para África, es ayudar a los africanos a fomentar tanto la voluntad como la capacidad de atender sus problemas y ayudar al continente a vivir de acuerdo con su vasto potencial.
Construir el mundo que queremos
Para construir el mundo que queremos, debemos comenzar por hablar con franqueza de los problemas que enfrentamos. Tendremos que hablar de las consecuencias que nuestra invasión de Irak llevó al pueblo iraquí y a otros de la región. Tendremos que hablar de Guantánamo y Abu Ghraib. También tendremos que dar pasos concretos para aumentar la seguridad y esparcir las oportunidades por todo el mundo.
La educación es el fundamento de la oportunidad económica y debe estar en el centro de los esfuerzos de asistencia de Estados Unidos. Más de 100 millones de niños en el mundo en desarrollo no van a la escuela. Otros 150 millones desertan antes de terminar la educación primaria. Al fallar a estos niños, sembramos las semillas de generaciones perdidas. Como presidenta, presionaré para que se apruebe con rapidez la Ley de Educación para Todos, la cual proporcionará 10000 millones de dólares durante un periodo de cinco años para preparar maestros y construir escuelas en el mundo en desarrollo. Este programa canalizaría fondos a los países que ofrezcan los mejores planes sobre la forma de emplearlos y medir con rigor el desempeño para asegurar que nuestros dólares rindan los mejores resultados para los niños.
La lucha contra el VIH/sida, la tuberculosis, la malaria y otras temibles enfermedades es tanto un imperativo moral como una necesidad práctica. Estas enfermedades han creado una generación de huérfanos, y retrasado por décadas el progreso económico y político en muchos países.
A menudo estos problemas parecen abrumadores, pero podemos resolverlos con los recursos combinados de los gobiernos, el sector privado, organizaciones no gubernamentales e instituciones de caridad como la Bill and Melinda Gates Foundation. Podemos fijar objetivos específicos en rubros como expandir el acceso a la educación primaria, suministrar agua limpia, reducir la mortalidad infantil y materna y revertir la propagación del VIH/sida y otras enfermedades. Podemos reforzar la Organización Internacional del Trabajo para la aplicación de normas laborales, de la manera en que fortalecimos la Organización Mundial del Comercio para la aplicación normas comerciales. Tales políticas demuestran que al hacer el bien hacemos lo correcto. Este tipo de inversión y diplomacia logrará resultados para Estados Unidos, al construir buena voluntad aun en lugares donde nuestro prestigio ha sufrido reveses.
Debemos también convertir las amenazas en oportunidades. El desafío en apariencia abrumador del cambio climático es un ejemplo primordial. Lejos de ser un lastre para el crecimiento global, el control del clima representa una poderosa oportunidad económica que puede impulsar el crecimiento, los empleos y la ventaja competitiva en el siglo XXI. Como presidenta, daré prioridad a la lucha contra el calentamiento global. No podemos resolver solos la crisis del clima, y el mundo no la puede resolver sin nosotros. Estados Unidos debe volver a participar en negociaciones internacionales sobre el cambio climático y brindar el liderazgo necesario para alcanzar un acuerdo global vinculante sobre el clima. Pero primero debemos restaurar nuestra credibilidad en la materia. Países que emergen con rapidez, como China, no limitarán sus emisiones de carbono hasta que Estados Unidos haya demostrado un compromiso serio para reducir las suyas mediante un enfoque de límites máximos y comercio basado en el mercado.
También debemos ayudar a los países en desarrollo a construir infraestructuras locales eficientes y ambientalmente sustentables. Dos terceras partes del crecimiento de la demanda energética en los próximos 25 años provendrán de países con poca infraestructura existente. Allí también hay muchas oportunidades: Malí electrifica comunidades rurales con energía solar, Malawi desarrolla una estrategia de energía con biomasa, y toda África puede ofrecer créditos de carbono a Occidente. Por último, debemos crear nexos formales entre la Agencia Internacional de Energía, China e India para crear un foro internacional "E-8", con base en el modelo del G-8. Este grupo estaría formado por los principales países emisores de carbono y realizaría una cumbre mundial dedicada a temas internacionales de ecología y recursos.
El mundo que queremos es también un mundo en el que se respeten los derechos humanos. Al claudicar en nuestros valores en nombre de la seguridad, el gobierno de Bush ha dejado a los estadounidenses preguntándonos si su discurso sobre la libertad en el mundo aún se aplica en nuestro país. Hemos socavado el apoyo internacional al combate al terrorismo al sugerir que es una tarea que no puede realizarse sin humillación, violaciones a los derechos fundamentales a la confidencialidad y la libertad de expresión, e incluso sin tortura. Debemos hacer que los derechos humanos vuelvan a estar en el centro de la política exterior estadounidense y a ser un elemento central de nuestra concepción de la democracia.
Los derechos humanos no se harán realidad mientras una mayoría de la población mundial sea tratada como ciudadanos de segunda clase. Hace 12 años, la ONU celebró una conferencia histórica de mujeres en Beijing, donde tuve el orgullo de representar a nuestro país y proclamar que los derechos de la mujer son derechos humanos. De entonces a la fecha, en casi todos los continentes se ha elegido a mujeres como jefes de Estado. Gracias a Estados Unidos, muchas mujeres afganas, pero todavía no todas, han sido liberadas de uno de los regímenes más tiránicos y represivos de nuestro tiempo y están ahora en las escuelas, en la fuerza de trabajo y en el parlamento.
Sin embargo, el progreso en áreas primordiales se ha rezagado, como lo prueban la persistente expansión del tráfico de mujeres, el uso continuado de la violación como instrumento de guerra, la marginación política de las mujeres y las atávicas diferencias de género en el empleo y la oportunidad económica. El liderazgo estadounidense, junto con un compromiso de incorporar la promoción de los derechos de la mujer en nuestras relaciones bilaterales y programas internacionales de asistencia, es esencial no sólo para mejorar la vida de las mujeres, sino para fortalecer las familias, comunidades y sociedades en las que viven.
Revivir la idea estadounidense
Un liderazgo experimentado, perspicaz, puede llevarnos lejos. Debemos aprovechar todas las dimensiones del poderío estadounidense y rechazar dilemas falsos, alentados por la ideología más que por los hechos. Un Estados Unidos que reconstruya su fortaleza y recobre sus principios podrá extender las bendiciones de la seguridad y la oportunidad por todo el mundo.
En 1825, 50 años después de la batalla de Bunker Hill, el gran secretario de Estado Daniel Webster puso la primera piedra del Monumento de Bunker Hill que hoy se levanta en Boston. Se regocijó por el simple hecho de que Estados Unidos había sobrevivido y florecido, y celebró "el beneficio que el ejemplo de nuestro país ha producido, y el que probablemente produzca, sobre la libertad y la felicidad humanas". No glorificaba el poder estadounidense, sino más bien el poder de la idea estadounidense, la idea de que "con sabiduría y conocimiento los hombres pueden gobernarse a sí mismos". E invitó a quienes lo escuchaban, y a todos los estadounidenses, a mantener ese ejemplo y "cuidar que nada debilite su autoridad ante el mundo".
Dos siglos después, es posible que nuestro poder económico y militar haya llegado mucho más allá de lo que nuestros antepasados hubieran imaginado. Pero ese poder sólo puede sostenerse y renovarse si podemos recuperar nuestra autoridad ante el mundo, la autoridad no sólo de un país grande y rico, sino de la idea estadounidense. Si podemos vivir conforme a esa idea, si podemos ejercer nuestro poder con sabiduría y bien, podemos volver a hacer grande a Estados Unidos.