10 de junio de 2008

UN NUEVO REALISMO


Bill Richardson*

Hace sesenta años, en las páginas de Foreign Affairs, George Kennan presentó un argumento convincente sobre la necesidad de contar con el compromiso global y el liderazgo estadounidenses para contener al poder soviético. Su visión estratégica sentó las bases para una política exterior realista y con principios que, a pesar de los errores y los contratiempos, unió a Estados Unidos y a sus aliados durante la Guerra Fría.

Tras el experimento fallido con el unilateralismo del gobierno de Bush, Estados Unidos necesita construir, una vez más, una política exterior que se base en la realidad y sea fiel a los valores estadounidenses. Tal política deberá enfrentar los desafíos de nuestro tiempo con acciones efectivas en vez de con esperanzas ingenuas. Además, deberá unirnos por estar inspirada en los ideales de nuestra nación y no en la ideología de un presidente.

Kennan, en su artículo "X"* de julio de 1947 , argumentaba que Estados Unidos debía hacerle frente al poder soviético con el poder estadounidense, y a la ideología comunista con un liderazgo democrático creíble. Entendió que para contener al comunismo soviético se requeriría un liderazgo internacional estadounidense fuerte, y que tal liderazgo dependería de nuestro poder militar, del dinamismo de nuestra economía y de la fuerza de nuestras convicciones. Esta visión estratégica -- porque estaba basada en realidades y en valores estadounidenses fundamentales -- orientó las políticas no sólo de Harry Truman y Dwight Eisenhower, sino también las de los demás presidentes, hayan sido demócratas o republicanos, durante dos generaciones.

Estados Unidos es una gran nación que sabe cómo defenderse. Sin embargo, su grandeza está cimentada en fundamentos más sólidos que el ensimismamiento. Nos defendemos mejor cuando guiamos a otros, y la clave de nuestra historia de liderazgo eficaz ha sido nuestra disposición para buscar y encontrar puntos en común y fundir nuestros intereses con los intereses de otros. Truman y Eisenhower entendieron que defender a Europa y a Estados Unidos de los soviéticos requería un ejército poderoso, pero también entendieron que no podíamos liderar a nuestros aliados si ellos no deseaban seguirnos.

Éstos y los presidentes estadounidenses subsiguientes sabían de la importancia del liderazgo moral. Si bien nuestras notables fuerzas armadas y próspera economía nos daban el poder para liderar, nuestro compromiso con la dignidad humana -- incluyendo nuestra disposición para luchar contra nuestros propios prejuicios -- inspiró a otros a seguir nuestros pasos. Si Estados Unidos quiere ser un líder nuevamente, necesitamos recordar esta historia y reconstruir nuestras sobreutilizadas fuerzas armadas, revivir nuestras alianzas y restaurar nuestra reputación como una nación que respeta la legislación internacional, los derechos humanos y las libertades civiles.

Hoy estamos en el inicio de una nueva era de oportunidades y amenazas globales sin precedente. Los nuevos retos exigen que diseñemos una nueva ruta estratégica. Para hacerlo, debemos rechazar recetas ideológicas fáciles y examinar con cuidado los supuestos que nos orientaron en el siglo XX. Debemos evaluar lo que significa ser Estados Unidos en el mundo actual -- un mundo de rápidos cambios económicos y tecnológicos, graves riesgos energéticos y ambientales que empeoran cada día, y en el que surgen nuevas potencias mundiales y desafíos de seguridad asimétricos simultáneamente -- .

En el siglo XXI, la globalización, en todas sus formas, está erosionando la importancia de las fronteras nacionales. Muchos de los desafíos más grandes -- desde el yihadismo hasta la proliferación nuclear y el calentamiento global -- no sólo los afrontamos nosotros. Los problemas urgentes que una vez fueron nacionales ahora son globales, y los peligros que alguna vez provenían solamente de los Estados ahora también provienen de las sociedades, no de gobiernos hostiles sino de individuos hostiles, o de tendencias sociales impersonales, como el consumo de combustibles fósiles.

La política exterior estadounidense debe ser capaz de lidiar eficazmente con estas realidades. Debemos rechazar tanto las fantasías aislacionistas de dejar de participar en el ámbito global como las fantasías neoconservadoras de transformar a otros países por medio de la aplicación unilateral del poder militar estadounidense. Nuestra política también debe ir más allá del realismo del equilibrio de poder del siglo pasado. En este mundo nuevo e interdependiente, necesitamos un nuevo realismo, guiado por el entendimiento de que, para defender nuestros intereses nacionales, debemos, ahora más que nunca, encontrar puntos en común con otros, para que podamos llevarlos hacia nuestros objetivos compartidos.

Ver la realidad tal como es también requiere reconocer que, debido a los fracasos del gobierno de Bush, la influencia y el prestigio de Estados Unidos se encuentran en su punto más bajo en la historia. El daño es extenso: en una era de terrorismo, cuando necesitamos a todos los amigos que podamos tener, estamos aislados. Las políticas del gobierno de Bush han debilitado nuestras alianzas, envalentonado a nuestros enemigos, mermado nuestras arcas, agotado a nuestras fuerzas armadas y alimentado la hostilidad global hacia nosotros. Desde el calentamiento global hasta las armas de destrucción masiva (ADM) y el número de tropas que se necesitarían para pacificar Iraq, este presidente ha preferido la ideología por encima de la evidencia. No ha estado dispuesto a aceptar que el liderazgo requiere no sólo el poder para destruir sino también el poder para persuadir. En vez de llevar a cabo el trabajo arduo, paciente y necesario para instrumentar una diplomacia estratégica, se ha permitido construir la fantasía de que él podía reordenar al mundo por medio del unilateralismo y la intimidación.

La política exterior del gobierno de Bush adolece también de principios sólidos. Con frecuencia, el presidente ha empleado la retórica de los virtuosos, pero sus acciones no han coincidido con sus palabras. La moralización ha sustituido al liderazgo moral; dar sermones a otros sobre qué es la democracia ha sustituido al respeto de los valores democráticos. George W. Bush ha afirmado que es el campeón de la democracia, pero el resto del mundo ve a una gran nación mermada por prisiones secretas, torturas e intervenciones de líneas telefónicas sin una orden judicial de por medio. Y cada día que seguimos empantanados en Iraq, el mundo recuerda los disparates, la deshonestidad y la indiferencia ante las opiniones de otros que nos llevaron ahí.

El próximo presidente necesita enviar una señal clara al resto del mundo de que Estados Unidos ha dado vuelta a la página y será una vez más un líder, en lugar de un unilateralista solitario. Para hacer esto, el nuevo presidente deberá, primero, terminar con la guerra en Iraq. Necesitamos retirar todas nuestras tropas y abrazar una nueva y decisiva estrategia política que involucre a todos los Estados de la región, así como a la comunidad internacional de donantes. Sólo cuando hayamos hecho esto podremos comenzar la ardua tarea de reconstruir nuestro ejército y nuestras alianzas, así como restaurar nuestra empañada reputación para que podamos avanzar y liderar al mundo para enfrentar los problemas globales urgentes.

Los nuevos desafíos de un nuevo siglo

Salir de Iraq y restaurar nuestra reputación y nuestra capacidad de liderazgo son los primeros pasos esenciales hacia una nueva estrategia de compromiso global y de liderazgo estadounidenses. Pero estos pasos, por sí solos, no son suficientes. Para enfrentar los nuevos problemas de manera eficaz, primero debemos entenderlos en toda su complejidad. Debemos cuestionar los supuestos anteriores, romper con los viejos paradigmas y adoptar enfoques novedosos que sean equiparables a nuestras nuevas tareas. Actualmente, seis tendencias están transformando al mundo.

La primera tendencia es el yihadismo fanático que emana sin control de un Medio Oriente cada vez más violento e inestable. Esta tendencia había ido en aumento durante años, pero la invasión y el colapso de Iraq han impulsado enormemente su crecimiento. Una segunda tendencia que está transformando al mundo (de formas que el público todavía no entiende bien) es el creciente poder y la sofisticación de las redes criminales capaces de perturbar la economía global y de traficar con ADM.

Juntas, estas dos tendencias sirven para elevar el aterrador espectro del terrorismo nuclear. Sabemos que al Qaeda ha intentado adquirir armas nucleares y que el científico nuclear paquistaní A. Q. Khan vendió tecnología nuclear a Estados díscolos (rogue states). Sabemos que partes del arsenal nuclear ex soviético todavía no están seguras y que hay material nuclear esparcido por docenas de países y cientos de lugares, algunos de ellos no más seguros que una tienda de abarrotes. La proliferación de armas nucleares en países nuevos, especialmente en Corea del Norte, ha aumentado aún más las oportunidades de los yihadistas para obtenerlas, al igual que la difusión de tecnologías de energía nuclear que pueden transformarse para usarse en programas armamentistas. Irán, un Estado que tiene vínculos muy cercanos con la organización terrorista más hábil del mundo, Hezbolá, está enriqueciendo uranio. Y al Qaeda ha manifestado su deseo de matar a cuatro millones de estadounidenses, incluidos dos millones de niños. En su locura, afirma que tal masacre de inocentes "equilibraría la balanza de la justicia" por crímenes que, según ellos, hemos cometido en contra de los musulmanes. Estaríamos locos si no tomáramos en serio estas palabras.

Una tercera tendencia que está transformando al mundo es el rápido crecimiento del poder económico y militar de Asia. India y China están destinadas a ser potencias globales en las próximas décadas: una como democracia y la otra no. Y una cuarta tendencia es el resurgimiento de Rusia como un jugador fuerte y seguro de sí mismo en los ámbitos global y regional, que tiene un gran arsenal nuclear y el control sobre recursos energéticos, y que se ve tentado por el autoritarismo y el nacionalismo militante. El ascenso de India y China y el resurgimiento de Rusia demandan el liderazgo estratégico estadounidense para integrar a estos Estados con armas nucleares a un orden global estable.

Una quinta tendencia que está transformando nuestro mundo es el aumento de la interdependencia económica global y de los desequilibrios financieros sin que se tenga el desarrollo suficiente de las capacidades institucionales para gestionar estas realidades. La globalización ha hecho que la economía de cada país sea más vulnerable a las restricciones de recursos y a los choques financieros que se originan más allá de sus fronteras. Una crisis energética global o un colapso repentino del dólar estadounidense podría hacer mucho daño a la economía mundial.

La sexta tendencia que enfrentamos es la de los graves problemas ambientales y de salud de dimensiones globales. El cambio climático y las pandemias como el SIDA no respetan las fronteras nacionales. La pobreza, los conflictos étnicos y la sobrepoblación se extienden a través de las fronteras nacionales, alimentando una economía subterránea cada vez mayor de criminales que lavan dinero, falsifican y trafican con drogas, armas y seres humanos.

Juntas, estas seis tendencias nos presentan problemas cuyos orígenes son internacionales y sociales y, por lo tanto, requerirán soluciones también internacionales y sociales. También exigen un liderazgo político que sólo Estados Unidos, la única superpotencia, puede ejercer. Si el mundo consigue derrotar al yihadismo, prevenir el terrorismo nuclear, integrar a las potencias emergentes dentro de un orden estable, proteger la estabilidad de los mercados financieros globales y combatir las amenazas globales ambientales y de salud, Estados Unidos se merecerá gran parte del reconocimiento. Si el mundo no puede hacer frente a estos desafíos, Estados Unidos tendrá gran parte de la culpa.

Un nuevo realismo

Para lidiar efectivamente con este nuevo mundo, necesitamos un nuevo realismo en nuestra política exterior: un realismo ético, con principios, que no albergue falsas ideas sobre la importancia de un ejército poderoso en un mundo peligroso, pero que también entienda la importancia de la diplomacia y de la cooperación multilateral. Necesitamos un nuevo realismo que se base en el entendimiento de que lo que está sucediendo dentro de otros países nos afecta de manera profunda, pero que nosotros sólo podemos tener influencia, mas no control, sobre lo que sucede dentro de otros países. Un nuevo realismo para el siglo XXI debe entender que, para resolver nuestros propios problemas, necesitamos trabajar con otros gobiernos que nos respeten y confíen en nosotros.

Para ser eficaz en las décadas venideras, Estados Unidos debe establecer las siguientes prioridades. La primera y más importante es que debemos reconstruir nuestras alianzas. No podemos conducir a otros países hacia las soluciones de problemas compartidos si no confían en nuestro liderazgo. Necesitamos restaurar el respeto y el aprecio hacia nuestros aliados -- y hacia los valores democráticos que nos unen -- si es que vamos a trabajar con ellos para resolver problemas globales. Debemos restaurar nuestro compromiso con las leyes internacionales y con la cooperación multilateral. Esto significa respetar tanto la letra como el espíritu de las Convenciones de Ginebra y ser parte de la Corte Penal Internacional (CPI). Significa ampliar el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para incluir a Alemania, a India y a Japón, a un país de América Latina y a un país de África como miembros permanentes.

Debemos ser impecables en nuestro propio respeto hacia los derechos humanos. Deberíamos recompensar a aquellos países que se apegan a la Declaración Universal de los Derechos Humanos, a medida que negociemos constructiva, pero firmemente, con aquellos que no lo hagan. Y cuando aparezcan el genocidio u otras graves violaciones a los derechos humanos, Estados Unidos debería liderar al mundo para detener tales acciones. La historia muestra que si Estados Unidos no asume el liderazgo para terminar con el genocidio, nadie más lo hará. La norma de la soberanía territorial absoluta es debatible cuando los gobiernos nacionales se asocian con aquellos que violan, torturan y matan masivamente a seres humanos. Estados Unidos debería guiar al mundo hacia la aceptación de una norma mayor de respeto hacia los derechos humanos básicos y hacia el cumplimiento de esa norma por medio de instituciones internacionales y medidas multilaterales.

Necesitamos empezar a tomar con particular seriedad los derechos humanos en África, ya que los dos peores genocidios en la historia reciente han ocurrido ahí, en Ruanda y ahora en Darfur. No pudimos detener la masacre en Ruanda, y durante años hemos sido incapaces de detener la matanza en Darfur. Estados Unidos debe estar sujeto a un estándar superior de liderazgo. Estados Unidos debió haber mandado a un enviado especial tan pronto como comenzaron las masacres en Darfur. Todavía podemos hacer más para movilizar la presión multilateral sobre el gobierno sudanés y sobre China, que tiene una gran influencia sobre Sudán. Es vergonzoso que el gobierno de Bush siga tronándose los dedos con respecto a Darfur, cuando está en nuestro poder hacer algo.

En el largo plazo, creo que la herramienta más importante para detener a los violadores de derechos humanos será la CPI. Si Estados Unidos se uniera a la CPI y la apoyara con entusiasmo, los cálculos de los líderes que se dedican a cometer o que permiten que ocurran los crímenes en contra de la humanidad cambiarían. Una CPI fuerte haría a los líderes criminales responsables de sus actos. Cuando todo lo demás fracase, Estados Unidos también debería tomar el liderazgo y ofrecer apoyo militar a las fuerzas locales y regionales que se oponen al genocidio y organizar intervenciones multilaterales para detener la masacre.

Estados Unidos también debe ser el líder, y no el que se quede atrás, en los esfuerzos globales para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Debemos adoptar el Protocolo de Kioto sobre el calentamiento global y luego ir más allá de éste. Debemos guiar al mundo con un esfuerzo descomunal, equivalente al que llevó al hombre a la luna, para mejorar la eficiencia energética y para comercializar tecnologías alternativas limpias. Debemos poner en marcha un ambicioso sistema nacional de mercados de emisiones para disminuir drásticamente nuestro consumo de combustibles fósiles y negociar un acuerdo global igualmente ambicioso y vinculante para hacer que otros -- con mayor urgencia India y China -- sigan nuestros pasos hacia un futuro energético sostenible. He desarrollado estas ideas con detalle en mi plan energético, el cual los grupos ambientalistas consideran el más ambicioso de todos los presentados por los candidatos presidenciales.

Estados Unidos necesita dejar de considerar las relaciones diplomáticas con otros como una recompensa por su buen comportamiento. El rechazo del gobierno de Bush a establecer relaciones diplomáticas con regímenes como el de Pyongyang y el de Teherán sólo fomentó y fortaleció sus tendencias más paranoicas y de línea dura. Ambos gobiernos, como era de esperarse, respondieron a los desaires y a las amenazas de Washington sobre el "cambio de régimen" intensificando sus programas nucleares.

Las amenazas reales

De manera urgente, debemos centrarnos en las verdaderas amenazas a la seguridad que hemos olvidado por estar distraídos en Iraq. Esto significa hacer un arduo trabajo para construir coaliciones fuertes con el fin de infiltrar y destruir redes terroristas, detener la proliferación nuclear y mantener las armas nucleares fuera del alcance de los terroristas. En el siglo XXI, la amenaza nuclear no vendrá de un misil, sino de una maleta o del casco de un barco carguero. En un mundo así, la seguridad nuclear no se conseguirá con sistemas de misiles defensivos o con una nueva generación de armas nucleares. Vendrá mediante una diplomacia firme, paciente y decidida para asegurar el material fisionable en todo el mundo.

El terrorismo nuclear es la amenaza más seria que enfrentamos: nada impedirá que los yihadistas suicidas utilicen una bomba nuclear si ésta llega a su poder. Ya se están haciendo algunas cosas buenas para mejorar la seguridad nuclear global. El acuerdo nuclear con la India -- si el parlamento indio lo aprueba -- ayudará a integrar a una gran democracia, un aliado natural de Estados Unidos, al régimen nuclear global. El Programa de Cooperación para la Reducción de Amenazas Nunn-Lugar ha reducido el peligro de las armas nucleares rusas sueltas. Su presupuesto debería aumentar y su calendario debería acelerarse. La Iniciativa de Seguridad para la Proliferación es también un programa eficaz. Pero la facilidad con la que A. Q. Khan fue capaz de obtener y distribuir tecnología nuclear demuestra que el peligro de tener material nuclear bajo poca o nula supervisión es mundial y que requerirá una solución comprensiva y global.

Estados Unidos, como la potencia nuclear líder, debe encabezar inmediatamente un esfuerzo comprensivo y global para reducir el número de armas nucleares y la cantidad de material fisionable capaz de producir bombas en el mundo, para reunir y asegurar el restante, y para consolidar el enriquecimiento nuclear en todo el mundo a un número limitado de instalaciones ultraseguras, por medio de un acuerdo global referente a la producción y el almacenamiento del combustible. Una estrategia comprensiva también deberá evitar la construcción de nuevas plantas de energía nuclear que utilicen uranio altamente enriquecido.

Si queremos que otros países cooperen con nosotros, necesitamos mostrar que estamos dispuestos a cumplir con nuestra parte. Debemos reafirmar el compromiso que hicimos con la meta de largo plazo de tener un mundo libre de armas nucleares cuando firmamos el Tratado sobre la No Proliferación de las Armas Nucleares. Deberíamos proponer reducir nuestro arsenal a unos cuantos cientos de armas -- suficientes para disuadir cualquier ataque -- si otros Estados nucleares reducen sus arsenales también, y si las potencias que no tienen armas nucleares aceptan salvaguardas globales más fuertes y la consolidación del enriquecimiento nuclear.

Debemos involucrar a China y a Rusia de manera más eficaz, estratégica y sistemática, haciendo de la seguridad nuclear nuestra prioridad más importante, en especial con Rusia. Una de las pocas ocasiones en las que el presidente Bush intentó comprometer al presidente ruso Vladimir Putin con este tema fue durante una conferencia celebrada en febrero de 2005, en Bratislava, Eslovaquia. Durante estas negociaciones, Estados Unidos buscó -- con razón -- incluir que Rusia llevara a cabo la conversión de los reactores civiles que usan uranio altamente enriquecido. Sin embargo, cuando Rusia objetó esta medida, se omitió el tema. La conferencia se utilizó para reprender a Rusia por las violaciones a los derechos humanos en vez de para presionarla para salvaguardar sus armas nucleares tácticas y su material fisionable. Deberíamos estar preocupados por el avance sigiloso del autoritarismo en Rusia, lo cual es un peligro potencial en el largo plazo para nuestra seguridad nacional. Pero también necesitamos darnos cuenta de que incluso las superpotencias tienen una influencia limitada sobre la política interna de otros Estados y de que deberíamos priorizar los asuntos en los que realmente podemos influir. La prioridad más importante del presidente de Estados Unidos debe ser prevenir un 11-S nuclear.

La lucha contra el tráfico de armas y materiales nucleares requerirá una mejor inteligencia humana así como una mejor coordinación de la inteligencia internacional y de las agencias encargadas del cumplimiento de la ley. Además, será necesaria una diplomacia estadounidense fuerte y persistente para unir al mundo, incluyendo a China y a Rusia, a favor de los esfuerzos para contener las ambiciones nucleares de Irán y Corea del Norte, incluso conforme brindamos a estos Estados incentivos y formas honrosas para renunciar permanentemente a las armas nucleares. Deberíamos recordar que ningún Estado ha sido forzado jamás a renunciar a las armas nucleares, pero a muchos se les ha persuadido para hacerlo. El caso de Libia muestra que aun los regímenes con pasados terroristas pueden ser persuadidos de renunciar a sus ambiciones de tener armas nucleares. En un raro uso de la diplomacia y actuando a partir de contactos iniciados por el presidente Bill Clinton, el gobierno de Bush convenció al mandatario de Libia, Muammar al-Gaddafi, de abandonar sus planes para desarrollar ADM y dejar de apoyar al terrorismo. En vez de amenazarlo con un cambio de régimen, convencimos a Gaddafi de que, al salir del aislamiento, tendría un futuro seguro. Después de años de retraso, también estamos progresando con Corea del Norte.

Deberíamos acercarnos a Irán de la misma forma. Necesitamos dejar de amenazar con el uso de la fuerza y, en su lugar, trabajar incansablemente con la comunidad internacional con el fin de imponer severas sanciones multilaterales. Los iraníes deben saber que no tienen futuro como potencia nuclear: la comunidad internacional permanecerá unida en torno a las dolorosas sanciones. Pero también deben saber que recibirán beneficios similares a los que recibió Libia si renuncian al enriquecimiento de uranio. Si cumplen con las normas internacionales de seguridad, las sanciones terminarán, y tendrán acceso garantizado al combustible enriquecido y almacenado en otros lugares.

También debemos abrir un frente ideológico en la guerra contra el yihadismo. Hay una guerra civil dentro del islam entre extremistas y moderados y, sin darnos cuenta, hemos estado ayudando a nuestros enemigos en esa guerra civil. Necesitamos empezar a demostrar, tanto por medio de nuestras palabras como de nuestras acciones, que no estamos implicados -- como afirman los yihadistas -- en un choque de civilizaciones. El choque es, más bien, entre civilización y barbarie. Nuestro enemigo no es el islam: la mayoría de los musulmanes repudia el terrorismo. Incluso la mayoría de los musulmanes que no comparten nuestros valores liberales democráticos sí comparten nuestro compromiso con la paz. Para reclutarlos como socios, necesitamos respetar nuestras diferencias y presentarles una visión que sea mejor que la fantasía apocalíptica de los yihadistas: una visión de paz, de prosperidad, de tolerancia y de respeto hacia la dignidad humana.

Deberíamos apoyar a las democracias y a los demócratas en todo el mundo, pero tenemos que renunciar a la política fracasada de promover la democracia a punta de pistola. Debemos reconocer que la democratización es un proceso complicado, difícil y de largo plazo. A las democracias de hoy les llevó décadas o siglos consolidarse. Creo que todos los países se beneficiarían de la democracia, pero necesitamos reconocer que la democratización no se da de la noche a la mañana, en especial en países con profundas divisiones étnicas o religiosas, o con sociedades civiles débiles.

Mirada fría y principios fervorosos

La reputación de Estados Unidos como un modelo de libertad y de dignidad humana es uno de nuestros mayores recursos. Nosotros la empañamos bajo nuestro propio riesgo. Tras las violaciones a nuestros valores por parte del gobierno de Bush, será necesario desarrollar una hábil diplomacia pública para convencer al mundo de que Estados Unidos se ha redescubierto a sí mismo. Esta diplomacia pública debería incluir emisiones de radio y televisión en lenguas locales, así como programas educativos y de intercambio más amplios.

Sin embargo, para que estos esfuerzos sean creíbles, necesitamos apegarnos realmente a nuestros ideales día con día. Si queremos que los demás valoren las libertades civiles, necesitamos dejar de espiar a nuestros propios ciudadanos. El abuso a los prisioneros, la tortura, las prisiones secretas, la negación del recurso de habeas corpus y las evasiones a las Convenciones de Ginebra nunca más deben tener un lugar en nuestra política. Deberíamos comenzar por cerrar nuestra prisión en Bahía de Guantánamo, en Cuba, y explicar al mundo por qué lo hicimos.

Debemos volvernos a involucrar en el proceso de paz de Medio Oriente con la firme determinación de salir adelante, para que podamos privar a los yihadistas de su herramienta propagandística más efectiva. Debemos utilizar todas nuestras estrategias de persuasión -- sea la fuerza o un sistema de recompensas -- para fortalecer a los palestinos moderados y para llegar a una solución basada en la existencia de dos Estados que garantice la seguridad de Israel. Le pediría a Bill Clinton que fungiera como enviado de alto nivel de tiempo completo para ayudar a negociar un acuerdo definitivo. También, de manera discreta, deberíamos involucrarnos en Cachemira, el polvorín de Asia.

Estamos gastando más de 2 000 millones de dólares a la semana en Iraq, pero no estamos haciendo ni siquiera lo suficiente para proteger nuestras ciudades, plantas nucleares, rutas comerciales marítimas y puertos de un ataque terrorista. Debemos gastar más para reclutar, equipar y capacitar más cuerpos de emergencia, y también debemos mejorar drásticamente nuestras instalaciones de salud pública, las cuales, a más de seis años del 11-S, no están preparadas para un ataque biológico. Además, debemos destinar fondos federales de la partida de seguridad nacional a aquellos lugares donde se necesitan: centros de población e instalaciones que, sabemos, son posibles blancos de al Qaeda.

Estados Unidos también necesita comenzar a prestar atención al resto del continente americano. Necesitamos mejorar la seguridad fronteriza y una reforma migratoria integral. Y para reducir tanto la inmigración ilegal como el populismo antiestadounidense en América Latina, debemos trabajar con los gobiernos reformistas de esa región para aliviar la pobreza y promover el desarrollo equitativo. Necesitamos fortalecer la cooperación energética en la región y fomentar la democracia y el comercio justo. Nuestros esfuerzos para promover la democracia deben incluir a Cuba. Debemos revertir las políticas del gobierno de Bush orientadas a restringir las remesas y las visitas a los familiares en Cuba, así como responder a los avances hacia la liberalización en la isla con medidas para dar fin al embargo.

Finalmente, Estados Unidos debería liderar la lucha global en contra de la pobreza, que es la base de tanta violencia. Mediante el ejemplo y la diplomacia, debemos motivar a todos los países desarrollados a cumplir con sus compromisos en el marco de los Objetivos de Desarrollo del Milenio de la ONU. Una comisión encargada de la puesta en marcha de metas de desarrollo sustentable, compuesta por líderes mundiales y expertos prominentes, debería dar recomendaciones para cumplir con tales compromisos. Estados Unidos debería liderar a los donantes para la condonación de la deuda, aumentar la ayuda a los países más pobres y concentrar los programas de ayuda en la atención sanitaria primaria y en vacunas asequibles. Deberíamos duplicar nuestra ayuda al desarrollo y alentar a otros países ricos para que hagan lo mismo. Necesitamos un Banco Mundial orientado a la reducción de la pobreza y un Fondo Monetario Internacional que tenga una visión más flexible para preservar y construir redes de seguridad social. Debemos promover acuerdos comerciales bilaterales y multilaterales equitativos que generen empleos en todos los países involucrados y que protejan a los trabajadores y al medio ambiente. Debemos estimular el uso extendido de medicamentos genéricos en los países pobres y fomentar sociedades público-privadas para reducir los costos y aumentar el acceso a medicamentos antirretrovirales contra el VIH, a tratamientos contra la malaria y a mosquiteros.

Más importante aún, Estados Unidos debería estar a la cabeza de un Plan Marshall con fondos multilaterales para Afganistán, el Medio Oriente y África. Por una pequeña fracción del costo de la guerra en Iraq, la cual nos ha ganado tantos enemigos, podríamos hacer muchos amigos. Un esfuerzo crucial en la lucha contra el terrorismo deberá ser el apoyo a la educación pública en el mundo musulmán, la cual es la mejor forma de mitigar el papel de aquellas madrazas que fomentan el extremismo. El desarrollo alivia la injusticia y la falta de oportunidades que explotan los terroristas y los amantes de la violencia.

Los desafíos que enfrentamos hoy no tienen precedente. Necesitamos aprender de los errores del gobierno de Bush y adoptar estrategias del siglo XXI para resolver los problemas de este siglo. Necesitamos ver al mundo como es en realidad para que podamos liderar a otros y hacer de él un lugar mejor y más seguro. Ésta es la nueva visión realista de una política ilustrada y eficaz para los desafíos de una nueva era: una política realista, con principios, que observe al mundo con una mirada fría pero que esté inspirada en principios fervorosos.

* Bill Richardson, gobernador del estado de Nuevo México, fue candidato a la nominación presidencial demócrata.